Capítulo 35. ¿Quién soy?
Jasper
Nuevamente me salté las clases, una increíble forma de iniciar la semana. Me pasé toda la mañana conduciendo, yendo de un lugar a otro mientras me ahogaba en mis frustraciones con música a todo volumen de fondo.
Chequé la hora en mi celular y vi un mensaje de mi profesora de historia:
«Ven a la universidad a las 5. Quiero hablar contigo».
Ya eran casi las cinco de la tarde, y aunque mi reacción inicial fue ignorar el mensaje para después inventar una excusa, algo me detuvo. Quería hablar conmigo, tal vez despedirme o reprenderme por faltar a la escuela sin justificación, pero quería hablar. Yo necesitaba hablar; llevaba semanas sin hablar con alguien sobre mis problemas, aguantando y tragándome todo. Llegué a considerar hablar con Sally, pero no quise molestarla más cuando lo único que hacía era preguntarle sobre Freya y Levi.
Bajé el volumen de la música y conducí hacia la universidad. Tiré la botella de cerveza en el primer basurero que vi y agradecí que mi hermana guardara caramelos en la guantera del coche. Saque dos y me los comí en un vago intento por eliminar el aliento a alcohol. En general todo yo apestaba. Nunca me había sentido tan impoluto.
Estacioné el coche cerca de la entrada y entré a la universidad, acomodando mi camisa mal abotonada y el cuello doblado. Peiné mi cabello hacia atrás para hacerlo ver decente y, antes de tocar la puerta del aula, vi mi reflejo en un cristal. No quería exagerar diciendo que me veía bien, pero tampoco podía decir que era terrible. La descripción perfecta era "pasable".
Toqué la puerta un par de veces y desde el interior escuché la voz de la profesora:
—¡Pasa!
Abrí la puerta y me encontré con una enorme aula vacía. La profesora, Alyssa, estaba sentada en su escritorio, calificando lo que parecían ser extensos ensayos.
—Buenas tardes —saludé con formalidad.
Ella levantó el rostro y casi de inmediato esbozó una afable sonrisa.
—Jasper, juré que no vendrías —dijo y se puso de pie, dejando su trabajo de lado—. Has faltado tanto que ya ni siquiera recordaba tu rostro del todo.
—Lo siento —musité, apenado—. He tenido-
—Luces terrible —me interrumpió con un señalamiento. Se quitó las gafas para leer y las colocó sobre el escritorio para después escudriñarme—. ¿Acaso has estado viviendo bajo un puente?
Negué con la cabeza, metiendo mis manos en los bolsillos del pantalón.
—Estoy bien —aseguré. Una mentira.
—Tan bien que has faltado dos semana seguidas al trabajo y a la escuela solo has ido dos días y ni siquiera completos.
Me encogí sobre mí mismo. Cuando lo ponía en esos términos, era mucho más grave de lo que pensaba. Tenía tantos trabajos atrasados y eso no se reflejaría bien en el promedio que tanto había batallado por mantener para conseguir una buena beca. Me sentía como un impostor, ¿quién diablos era este Jasper?
—He tenido muchos problemas —me excusé.
—¿Familiares?
Sacudí la cabeza.
—¿Personales?
Suspiré, masajeando mis ojos debajo de las gafas.
—Sí, algo así.
Alyssa me miró con intriga y después se aproximó a mí, tomándome por los hombros para guiarme hacia su escritorio
—Siéntate. —Señaló su silla—. Hablemos.
—¿Está...?
Pero antes de poder exteriorizar mi pregunta, ella me obligó a sentarme.
—Cuéntame qué es lo que sucede —insistió, apartando las hojas de su escritorio para sentarse sobre este—. Soy excelente escuchando, ¿sabes? De otra forma no sería tan buena abogada.
Solté un discreto bufido, reacción que generó una sonrisa en el rostro de ella. Se deslizó sobre la mesa para acercarse más a mí y me miró fijamente a los ojos, expectante.
Yo sabía que ella tenía fama de ser franca, de decirte las cosas sin muchos rodeos y de darte soluciones en lugar de consolarte. Tal vez yo necesitaba eso, no quería a alguien que me dijera lo desafortunado que era, quería una respuesta, una solución para dejar de sentirme así, para volver a ser yo aunque mis relaciones personales se incendiaran a mis espaldas.
Exhalé con lentitud y la miré a los ojos también, adoptando tanta seriedad y monotonía como pude para contarle todo de punto a punto y de detalle a detalle. No sé cuánto me tardé, pero al parecer lo suficiente como para que un conserje entrara preguntando si ya podía limpiar y Alyssa le dijera que aún no.
Le confesé desde mis sentimientos por Freya, la confesión de Levi, cómo ambos se fueron de la ciudad a casarse y estaban básicamente desaparecidos, cómo esto me estaba arrastrando a la locura y ya ni siquiera podía ir a la escuela o concentrarme en mis estudios y lo mucho que me aterraba seguir así, no poder reponerme y no lograr ingresar a la universidad.
Alyssa me escuchó con atención, no interviniendo a menos que quisiera hacer alguna pregunta. Llegó a un punto donde ella se bajó del escritorio y se arrodilló frente a mí, acariciando mi rodilla a manera de consuelo. O eso pensaba...
—Suena a que estás atravesando un infierno —dijo una vez finalicé.
—Se siente como uno —admití—. Yo sé que no es tan malo o que tal vez yo lo estoy sobre dramatizando, pero-
—Shh —me calló, colocando su dedo índice sobre mis labios—. No demerites tus pesares, Jasper. Si te sientes mal, siéntete libre de sentirte mal.
Negué con la cabeza y ella apartó su dedo de mis labios.
—No me gusta quejarme abiertamente.
—Pero acabas de hacerlo. —Sonrió y se puso de pie, rodeándome para aferrarse a mis hombros y masajearlos—. No me molesta que te desahogues conmigo.
Comencé a sentir un dejo de incomodidad por su cercanía y su tacto. Había olvidado lo abierta que ella era y lo poco respetuosa cuando se trataba del espacio personal de otros.
—Yo... lamento molestarla con esto —dije con nerviosismo.
—No tienes porque disculparte —aseguró a mi oído—. Ya te dije que no me molesta que te desahogues conmigo.
—Gracias. —Me encogí en un intento por quitármela de encima.
Alyssa notó mi incomodidad y se apartó, volviendo a rodearme para quedar parada frente a mí.
—¿Quieres un consejo?
Dubitativo, asentí con lentitud.
—Olvídate de ellos —dijo con firmeza—. No te sirve de nada seguir sufriendo por quienes ya renunciaron a ti.
Mis ojos se ampliaron y escuché sus últimas palabras como un incesante eco en mis oídos:
No sirve de nada seguir sufriendo por quienes ya renunciaron a ti...
Por quienes ya renunciaron a ti...
Renunciaron a ti...
Tragué saliva con dificultad, como si me tragara una píldora. Era tan doloroso, pero cada palabra decía tantas verdades. Freya y Levi claramente renunciaron a mí, pero entonces... ¿Por qué yo seguía peleando?
No era justo para mí. Ellos jamás fueron justos conmigo.
Bajé la cabeza, hundiendo esta entre mis manos. El peso del presente me cayó encima: Freya y Levi renunciaron a mí, se fueron, me ignoraron, ya no eran parte de mi vida y yo no tenía por qué seguir persiguiendo las suyas. Estaba harto y estaba mandando mi futuro al carajo por dos personas que no-
Mi tren de pensamiento se detuvo de súbito cuando mi profesora se aferró a ambos lados de mi rostro, levantándolo y pegando sus labios contra los míos con una brusquedad que me empujó hacia el respaldo del asiento.
Continuó besándome a pesar de que yo no correspondí el beso, solo deteniéndose cuando la aparté de los hombros. Se quitó y, mientras yo me levantaba rápidamente del asiento, ella limpió sus labios y me miró con una sonrisa pícara.
—¿Por qué hizo eso? —pregunté, vacilante, limpiando mis labios con la manga de mi camisa.
Alyssa suspiró, tranquila y campante, como si esto hubiese sido algo de todos los días.
—Solo fue un beso, Jasper.
Retrocedí, frunciendo el entrecejo.
—Usted es mi profesora, no tiene porque besarme en la boca sin mi consentimiento.
—¿Y si no fuera tu profesora? —preguntó, acercándose a mí—. ¿Y si solo fuese una extraña más?
—Pero no lo es —repliqué, dispuesto a marcharme de ahí antes de que el ambiente se tornara más incómodo.
—Sé lo mucho que te está costando mantener tus calificaciones y manejar el estrés de no poder conseguir una beca —comentó, deteniendo mi andar—. Yo fui una alumna estrella aquí, ¿sabes? De las mejores de mi generación, sino es que la mejor. Podría recomendarte, pero para ello... necesitaré que te quedes.
Con mi manos puesta en la manija de la puerta, me giré apenas un poco, mirándola con el rabillo del ojo. Ella me observaba con la misma sonrisa de hace un rato, recargada contra la mesa.
—¿Quedarme?
Asintió, peinando todo su cabello hacia un solo lado.
—Quedarte, sí —repitió—. Ya sabes a qué me refiero.
Quería decir que no, que no tenía idea de a qué se refería, pero era más claro que el agua. Los primeros botones de su blusa estaban desabrochados, lamía sus labios de vez en cuando y se quitaba y ponía un tacón con ayuda del otro. Por supuesto que sabía para qué quería que me quedara.
—Piénsalo, Jasper, un beneficio a cambio de un buen rato —ofertó—. Es el mejor trato que alguien jamás va a ofrecerte.
Me aferré a la perilla con más fuerza, cerrando los ojos y negando con la cabeza, desaprobándome por siquiera considerarlo. ¿Qué me estaba sucediendo?
Alyssa se apartó de su lugar en el escritorio y se acercó a mí, acariciando mi espalda con delicadeza.
—No tienes de qué preocuparte, nadie vendrá a este salón hasta mañana y solo yo tengo la llave. Además, el salón es bastante nuevo y aún no han instalado las cámaras de seguridad. Nadie sabrá lo que sucedió aquí. —Deslizó su mano por mi brazo hasta rozar mis dedos—. Así que puedes escoger ponerle el seguro a esa puerta... o marcharte. Yo no diré nada y tú tampoco.
Volví a tragar saliva, sintiendo un escalofrío al tenerla tan cerca. Ella debió sentirlo, pues se carcajeó suavemente y retrocedió hacia su escritorio, expectante y sin quitarme la vista de encima.
Estuve a punto de girar la manija e irme, olvidarme de que esto sucedió, pero entonces comencé a pensar y sobre pensar: Freya y Levi estaban juntos, yo estaba solo. Estaba fracasando, ¿de qué me servía querer hacerme el bueno? ¿De qué me servía aparentar ser moralino o alguien de marcados valores? Estaba herido, había cometido demasiados errores, ya no me reconocía a mí mismo... ¿Qué significaba cometer un error más?
Deslicé mi mano hacia el seguro de la puerta y lo giré, escuchando el click cuando fue puesto.
Me di la vuelta con lentitud, viendo a Alyssa, quien me sonrió con satisfacción y me ofreció su mano. Me acerqué, dudoso, y la tomé. Me jaló hacia ella y conectó nuestros labios. Sus besos eran bruscos, demasiado, tan agresivos que incluso sentí como llegaba a rozarme los labios con los dientes.
Intenté besarla de regreso, pero ni siquiera me dio la oportunidad. Me apartó solo durante un instante para comenzar a quitarme la camisa, yo no oponía resistencia, dejaba que me besara, me acariciara, todo lo que ella quisiera con tal de conseguir un beneficio.
Y no fue hasta que ella estuvo a punto de quitarse prendas que recibí un golpe de lógica, un gramo de sensatez que me gritó al oído: ¡Detente en este instante!
Me aparté de ella, alejándome tanto como pude. Sentía el cuerpo tembloroso, me sentía ajeno, desconocido, fuera de mi propia piel. ¿Quién era este impostor? ¿Quién pretendía ser? ¿Quién soy?
—¿Jasper? —llamó Alyssa, confundida por mi repentino arrepentimiento.
Sacudí la cabeza y me apresuré a abrochar los botones de mi camisa y ponerme las gafas que habían ido a dar al suelo.
—No puedo hacer esto —farfullé.
No escuché lo que ella tuviese que decir al respecto, haciendo oídos sordos mientras abría la puerta y salía rápidamente de allí.
Me metí al primer baño que encontré y me miré al espejo. Tenía los labios rojos por su labial, con marcas de este en mis mejillas y cuello. Me apresuré a limpiar todo rastro, aventando agua fría a mi rostro una y otra vez, como si eso fuese a ayudarme a olvidar.
Me apoyé sobre el lavabo y miré mi reflejo con creciente repudio.
—¿Quién demonios eres?
(...)
Salí de la universidad con pasos rápidos, subiéndome al coche sin atreverme a mirar atrás siquiera por asomo. Me sentía tan culpable, tan desconocido por lo que hice y, sobre todo, por lo que estuve a punto de hacer.
Golpeé el volante una serie de veces mientras negaba con la cabeza. ¿Qué diablos estaba pasando conmigo? ¿Quién era ese imbécil de antes?
«Eras tú, no intentes negarlo», me reprendí a mí mismo.
Llegué a casa cuando comenzaba a anochecer y dejé el coche de mi hermana estacionado enfrente, puesto que ella saldría en un rato a trabajar.
Me bajé del carro y caminé hacia casa con la cabeza gacha. Sentía que todo aquel que me veía a lo lejos, sabía lo que hice y lo que estuve a nada de hacer. Cargaba con una vergüenza por algo que todos desconocían. Era un secreto entre dos personas y a ambas partes nos convenía mantenerlo como tal.
Exhalé, pasando una mano por mi rostro y quitándome las gafas. Solo quería darme un baño e irme a la cama para-
—¡Jasper!
La puerta de la casa fue abierta de súbito y fui recibido por el colérico rostro de mi madre mientras gritaba mi nombre. Los vecinos de enfrente la escucharon y de inmediato colocaron sus miradas sobre nosotros.
—Mamá-
Me interrumpió tomándome del brazo y jalándome dentro de la casa. Cerró la puerta con fuerza a sus espaldas y me miró con tal desaprobación que por un segundo no reconocí su rostro.
—¡¿Por qué no estás yendo a la escuela?! —exclamó—. ¡Uno de tus profesores me habló esta mañana para preguntarme por qué has estado faltando a sus clases toda la semana! ¡Tus calificaciones van a la baja y una de tus profesoras dijo que el día en que sí asististe, tu aliento apestaba a alcohol!
La escuché reprenderme, sintiéndome asqueado conmigo mismo, sobre todo por lo que casi hice con mi profesora de historia. Este no era yo, quería decírselo, confesarle que no era yo el que tomaba estas malas decisiones, pero ¿quién en su sano juicio iba a creerme? Solo conseguiría sonar como un loco.
—Lo siento —musité, bajando la mirada.
Mi mamá negó con la cabeza.
—No quiero disculpas, quiero una explicación —demandó—. ¡Ahora mismo, Jasper!
Dudé, mordiendo el interior de mi boca mientras pensaba en qué decir. No podía confesar la verdad, pero tampoco tenía una mentira creíble y aceptable a la mano. Me sentía como escoria.
—No me he sentido bien —excusé con vaguedad.
Claro que ella no estaba satisfecha con esta respuesta y continuó indagando, haciéndome preguntas que yo no podía responder más que con: no, tal vez, no lo recuerdo.
—¡Entonces dime qué es lo que sucede! —terminó por pedir, perdiendo la paciencia.
El enojo ya no era tan palpable en ella, sino la preocupación. Mi madre no era el tipo de persona que dejaba pasar los problemas, buscaba soluciones y le preocupaba mi bienestar más que cualquier otra cosa.
—¿Qué está pasando? —preguntó mi papá, saliendo de la sala y acercándose a la entrada en donde mi mamá y yo estábamos parados—. ¿Por qué estás gritando?
Mi mamá solo sacudió la cabeza y suspiró.
—Estoy hablando con tu hijo —explicó—, pero no quiere decirme qué es lo que está sucediendo.
Mi papá me escudriñó con la mirada y se paró detrás de mi mamá, colocando una mano sobre su hombro.
—¿Tu mamá te dijo que nos llamaron de la escuela? —preguntó.
Asentí con lentitud.
—Sí, me lo dijo —respondí por lo bajo—. Lo siento.
Mi papá era mucho menos directo que mi madre. Pocas veces levantaba la voz, prefiriendo interpretar el papel de "policía bueno".
—¿Puedes decirnos por qué no has ido a la escuela? —pidió, tranquilo.
Hice de mi mano un puño. De verdad quería decirles, pero no me atrevía porque recibiría un consuelo de su parte, uno que no me merecía después de los errores que he cometido. Me sentía indigno, culpable y merecedor de todo lo malo que me ocurría.
—No me he sentido bien —excusé de nuevo, sin atreverme a verlos a los ojos.
Mi mamá volvió a suspirar, cansada de mis evasivas, mientras que mi papá se apartó del costado de ella y se paró frente a mí, colocando una mano en mi brazo. Quería que alzara el rostro, pero seguí sin atreverme.
—Jasper —llamó, pero todavía no le dirigía la mirada—. Puedes hablar con nosotros, lo sabes, ¿verdad? Tu mamá y yo solo estamos preocupados. Este comportamiento es anómalo en ti y queremos saber la razón.
Sentí un nudo en la garganta y este no hizo más que empeorar cuando por fin me atreví a levantar el rostro y me hallé con la consternación en sus caras. Ellos eran tan buenos padres y yo tan pésimo hijo por darles problemas y preocuparlos. No me los merecía. No me merecía nada. Tanto así, que Freya y Levi también se fueron de mi vida.
—No... —dudé, escaso de excusas—. Yo no-
—Jasper ha tenido unas semanas difíciles —interrumpió la voz de mi hermana, tomándome por sorpresa cuando apareció al pie de la escalera—. Ha estado muy estresado con todo y tuvo una diferencia con sus amigos —explicó con simpleza—. Por eso es que su "niño de oro" está actuando así.
Ensanché los ojos, sorprendido por la interrupción de mi hermana quien, hasta hace dos minutos, le valía una mierda lo que me pasaba y pasara.
«Gracias, Dakota». Le agradecí mentalmente, puesto que de no intervenir, yo hubiera explotado al intentar explicarme a mis padres.
—¡¿Por qué no nos habías dicho nada?! —exclamó mi madre, volviendo a alterarse—. ¡Háblanos, Jasper! ¡Dinos qué es lo que sucede en lugar de manejar las cosas de una manera tan irresponsable!
—Cielo. —Mi papá quiso tranquilizarla, pero ella estaba perdiendo los estribos como cualquier madre consternada por su hijo.
—Gritarle no servirá de nada —volvió a interrumpir Dakota, llamando la atención de mis padres mientras terminaba de bajar las escaleras y se paraba a mi lado—. Estaba trabajando para resolver sus problemas por su cuenta. Una estupidez hasta que me di cuenta y comencé a ayudarlo.
Todo era mentira, ella no me estaba ayudando, pero conocíamos a nuestros padres lo suficiente para saber que esto los haría sentirse más tranquilos.
Mi mamá masajeó sus sienes, probablemente provocándose una migraña por su estrés autoimpuesto. ¿Alguna vez los padres se sentían tranquilos?
—Dakota —llamó mi papá—. ¿Tú sabes qué es lo que está sucediendo?
—Sí —afirmó, viéndome de soslayo—, pero yo no diré nada hasta que él no esté listo para hablar. Ustedes también deberían darle algo de espacio.
Mi mamá estaba por objetar, pero mi papá la detuvo y asintió.
—De acuerdo, te daremos tiempo, Jasper —cedió—, pero de ahora en adelante solo podrás ser llevado por tu hermana a la escuela y de regreso. Nada de salidas nocturnas, alcohol, fiestas, absolutamente nada. Te quiero fuera de casa a las siete y de regreso a las cuatro, ¿está claro?
Me apresuré a asentir, tomando este salvavidas con desesperación.
—Lo prometo.
Dakota puso los ojos en blanco y me rodeó los hombros con un brazo.
—Dios, si que son aprensivos —puntualizó y abrió la puerta de la casa—. Lo llevaré a dar una vuelta para que podamos hablar a solas.
Mi papá asintió, de acuerdo con la idea, mientras que mi mamá seguía mirándome con preocupación, casi mordiéndose las uñas.
—Tengan cuidado, ¿si? —pidió.
Le dediqué una suave sonrisa, esperando que aquello le ayudara a reducir sus angustias.
—Gracias, mamá.
Dakota me guió afuera y cerró la puerta a nuestras espaldas. Me quitó las llaves del coche que llevaba en el bolsillo y caminamos hacia el vehículo. Estuve a punto de comenzar a cuestionarla, pero ella cerró la mano en un puño y me dijo:
—Cierra la boca. No digas nada aún —ordenó y se subió al asiento del conductor.
Dubitativo, me subí al lado del pasajero. Dakota miró con disgusto la botella vacía de cerveza en el portavasos y mi primera reacción fue soltar una corta carcajada.
—Gracias —dije entonces.
Arrancó el coche, encendiendo la radio y acomodando el retrovisor.
—No me lo agradezcas aún.
Manejó lejos de la casa de nuestros padres y todo el trayecto fue en silencio a excepción de la música que sonaba de fondo. Era el tipo de música que ella disfrutaba: baladas románticas de los ochentas o rock pesado de la misma época.
—¿Por qué lo hiciste? —me atreví a cuestionar tras quince minutos de silencio—. ¿Por qué me ayudaste?
—Porque sé lo jodidamente insistentes que pueden ser nuestros padres —respondió, bajando el volumen de la música.
—Aún así no me hace sentido —repliqué.
Dakota aprovechó el semáforo en rojo y me miró a los ojos. Ambos éramos calcos el uno del otro; la piel morena, los ojos cafés, el cabello castaño. Tal vez ella era más similar a nuestra madre, teniendo su seriedad emplastada en cada uno de sus rasgos faciales.
—Eres mi hermano, idiota —justificó—. Cometiste muchas estupideces, pero sigues siendo mi hermano menor.
No supe qué contestar, quedándome boquiabierto. Desde lo que sucedió entre su novio y yo en su cumpleaños, Dakota no me había dirigido la palabra de esta manera. Nos evitabamos, ella sobre todo evitaba a toda costa referirse a mí como su hermano. Pensé que jamás me perdonaría, pero escucharla decir esto me daba un poco de fe de que algo, al menos una sola cosa en mi desastre de vida personal, podía ser remediado.
—Para mí siempre seguiste siendo mi hermana —añadí—. A pesar de lo que pasó entre nosotros. Nunca, ni por un segundo, dejé de verte como tal.
Soltó un bufido.
—Tendrías que ser muy estúpido para creer que yo dejé de verte como hermano en algún momento —refutó y, en cuanto el semáforo se puso en verde, giró el volante y se metió a un callejón.
—¿A dónde vamos? —pregunté.
—A ningún lugar en específico —respondió, deteniendo el coche—. Aquí está bien.
Fruncí el ceño.
—¿Me trajiste aquí para asesinarme o algo? —bromeé.
—Te traje aquí para que me digas qué diablos es lo que te pasa. —Apagó el coche y se volvió hacia mí—. Así que habla de una vez.
—¿En serio quieres escucharme? —Levanté una ceja—. ¿O solo lo haces por compromiso?
Me miró con incredulidad.
—Habla ya, Jasper.
Y así lo hice. Despotriqué sobre todo lo que sucedió en estos últimos meses y Dakota me escuchó —aunque a veces parecía que no. Llegué al punto de la historia en que Levi y Freya se escaparon para casarse e incluso ella se quedó sorprendida. También le confesé las cosas que yo hice y las tonterías que estuve a punto de cometer. Me sentí como un vaso a desbordar y ella se percató, acercándose a mí y rodeándome en un abrazo algo incómodo por la poca frecuencia de estos entre nosotros.
—Y yo que juré que me odiabas —dije entre una llorosa carcajada, abrazándola de regreso.
Suspiró, aferrándose a mí con más fuerza mientras sacudía la cabeza.
—Estaba enfadada contigo, o eso me hacía creer cuando en realidad era enojo conmigo misma —explicó y se apartó de mí para verme a los ojos—. Solo te usaba como excusa, Jasper, te culpaba porque yo no podía aceptar no haberme dado cuenta de las señales, de que mi novio en realidad era gay, de que no nos amábamos tanto como fingíamos. Estaba enojada porque sentía que todos mis planes se venían abajo y me desquité contigo cuando nunca debió ser así. —Limpió una lágrima de su ojo antes de que cayera—. Lo siento. De verdad... lo siento.
—Creo que yo también fui muy patán contigo.
Rodó los ojos, riendo.
—Nada que no me mereciera.
Reí de regreso y le di un apretón en el hombro.
—Te perdono si tú también me perdonas a mí.
—Ley del intercambio equivalente, ¿eh? —Sonrió—. Me gusta.
Volvimos a abrazarnos. Tal vez reconstruir nuestra relación a cómo era antes nos llevaría algo tiempo después de tantos meses peleados, pero este era un inicio, un remedio a una enfermedad perfectamente curable.
—¿Sabes? Tus amigos parecen ser muy de mierda —comentó entonces, volviendo a romper el silencio.
—No lo son —musité.
—Entiendo que tengan problemas, pero ¿fugarse para casarse? —Chasqueó la lengua—. Nunca llevaría nada a tal extremo.
—Lo dice la que peleó con su hermano durante meses.
—Ya, ya, de acuerdo —cedió—, pero sigue siendo una movida terrible.
—No digo que no se hayan equivocado, es solo que... no me atrevo a odiarlos por ello.
—¿Entonces qué? —preguntó—. ¿Los perdonarás?
—No es tan sencillo. —Fruncí el entrecejo—. Estoy enojado con ellos, muy, y no puedo terminar de deshacerme de ese coraje, pero tampoco quiero dejarlo libre y terminar odiándolos.
Dakota asintió, comprendiendo a lo que me refería.
—De acuerdo. —Miró hacia el frente y señaló con la cabeza—. Entonces patea el basurero de allá.
Arrugué el ceño.
—¿Qué?
—Solo hazlo. —Abrió la puerta del coche—. Desahógate o te explotará algo internamente.
Se bajó del coche y yo ensanché los ojos con pánico.
—No, Dakota, espera. —Me apresuré a seguirla al callejón oscuro que solo era iluminado por las luces del coche—. Aquí vive gente. No podemos simplemente venir y hacer escándalo.
—Tranquilízate y mira a tu alrededor, es un callejón feo y abandonado, nadie se atreverá a acusarnos de nada.
—¿Y eso qué diablos significa?
—Solo hazlo y ya, tonto —incitó—. Créeme que te sentirás mucho mejor.
—¿Alguna vez lo has hecho antes?
—¿Qué crees que hice cuando me enteré de que mi novio era gay?
—¿Patear un basurero?
Dudó un segundo.
—Bueno, no, no realmente. Fui a estrellar botellas de vidrio contra un muro, pero no tenemos ni botellas ni muro a la mano, así que está es la segunda mejor opción.
—Estás loca.
—Hazlo y ya. Confía en mí.
Seguí mostrándome renuente. El basurero que quería que pateara era uno viejo y oxidado de metal con un desbordante bolsa negra dentro. Claramente era de alguien.
Me acerqué a este y lo rocé con la punta del pie, apenas moviéndolo.
—Vamos, con fuerza —instó Dakota.
Rodé los ojos. Esto era una soberana estupidez.
Retrocedí un poco y, tomando impulso, me abalancé al pobre basurero y lo pateé con fuerza. Este salió disparado hacia atrás, rebotando y haciendo tal escándalo que ambos nos estremecimos. No me sentía diferente o mejor, por el contrario, me sentí culpable.
—¿Y? —Se acercó Dakota—. ¿Cómo te sientes?
—Me siento-
Pero mis palabras se vieron cortadas cuando las luces de las casas en el callejón comenzaron a encenderse. Dakota y yo intercambiamos una rápida mirada de pánico y corrimos al interior del coche. La puerta de la casa del basurero se abrió y salió un viejo a ofendernos.
Dakota y yo nos reímos y ella se apresuró a poner la reversa y salir tan rápido como pudo del callejón. Aún cuando ya íbamos de regreso a casa, seguíamos riéndonos por lo ridículo de todo el asunto.
—Eres un idiota —dijo entre carcajadas.
—Mira quien habla, la que sugirió ir y patear un basurero.
—¡Ni siquiera lo hiciste bien!
Me reí con tal fuerza que incluso había lágrimas en las comisuras de mis ojos.
—Esta sesión de risa me hizo sentir mejor que patear un estúpido basurero —confesé.
—Algún día te llevaré a romper botellas. Créeme que se siente mil veces mejor que esto —aseguró.
Poco a poco las risas se apagaron y, antes de que murieran del todo, me volví hacia mi hermana.
—¿Entonces ya no me odias? —pregunté.
—¿Tú me odias a mí?
—No. Nunca.
—Entonces ahí está tu respuesta. —Me miró a los ojos con seriedad—. Pero más te vale poner tu maldita vida en orden o juro que ahora sí te odiaré.
Uff, capítulo largo. A decir verdad estos eran dos capítulos, pero decidí unirlos porque creo que quedaban mejor de esta manera)? No se preocupen, ya no habrá capítulos taaan largos jajajaj.
💙¡Muchísimas gracias por leer!💜
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