Capítulo 32. Eres un impostor
Jasper
Me hallaba recostado en mi cama, leyendo un libro, o fingiendo que lo leía en un fútil intento por dejar de pensar. Terminé por rendirme, pues por alguna razón mi cerebro no acomodaba las palabras y era cómo leer una sopa de letras.
Dejé el libro de lado y en su lugar tomé mi celular, con los audífonos ya puestos, reproduje una lista de canciones al azar. Y, por supuesto, lo primero que sonó fue aquella canción que Levi y yo descubrimos hace años en una de las estaciones de radio menos escuchadas. Una canción que nos gustaba llamar "nuestra": «If he likes him let him do it».
Estuve a punto de cambiar la canción antes de que llegara al estribillo, pero me sobresalté cuando mi puerta fue abierta de golpe y vi que quien entraba era nada más y nada menos... que Freya.
Su vibrante cabellera de puntas azul eléctrico, sus grandes ojos verdes y aquella ombliguera roja con una falda negra que no la había visto usar en meses. Me apresuré a sentarme en la cama y me quité los audífonos, quedando boquiabierto.
—Freya, qué-
Interrumpió mis palabras al comenzar a quitarse la blusa con lentitud, revelando su ropa interior. Me ruboricé al instante y estaba por darme la vuelta para decirle que se detuviera, pero ella solo se carcajeó y me aventó su prenda.
—¿No es esto lo que siempre quisiste de mí? —preguntó, desabrochando su falda y luego dejando que cayera al suelo—. ¿No es esto lo que querías ver?
Se quitó los zapatos y, descalza y semidesnuda, continuó caminando hacia mí hasta colocar sus manos sobre mis hombros.
—Freya, ya basta, ¿qué diablos haces? —Intenté detenerla, pero ella se sentó sobre mi regazo y comenzó a besar mi mejilla, bajando hacia mi mentón y pasando las yemas de sus dedos por el cuello de mi camisa—. ¡Freya!
Intenté apartarla, pero ella continuó besándome y comenzó a desabrochar mi camisa, dejando mi pecho al descubierto. Pasó su fría mano por mi piel expuesta y luego colocó un dedo sobre mis labios.
—Tranquilo, Jasper, solo déjate llevar —susurró y me besó.
Sus labios sabían a frambuesa, la dulzura del labial que casi siempre usaba. Su beso no fue suave, era firme, dominante y yo apenas podía seguirle el paso. Coloqué mi mano en su cintura y, como ella dijo, me dejé llevar. Pegó su cuerpo al mío y me besó con más intensidad, soltando suaves jadeos.
La besé con el mismo fervor y estaba por desabrochar su sostén cuando me percaté de lo que sucedía y lo mal que estaba. Aparté mis labios de los suyos y la quité de mi regazo, poniéndome de pie.
—Detente, Freya —interrumpí con firmeza—. Esto no es correcto. No podemos-
Pero las palabras murieron en mi garganta cuando ella colocó la palma de su mano en mi pecho y me empujó hasta la pared de mi cuarto. Cerré los ojos ante el fuerte impactó y, al volver a abrirlos, me encontré con el rostro de Levi a escasos centímetros del mío.
—¿Levi? —pregunté, extraviado.
Levi esbozó una media sonrisa y se aferró a mis mejillas para pegar nuestros labios. Me besó con pasión, sus labios eran menos suaves que los de Freya, pero sus besos más delicados. Lo besé de regreso, presa del desborde de sensaciones que me recorrían de punta a punta.
Me agarré de su saco y se lo quitó con premura. Él aferró un mechón de mi cabello y con la otra mano me quitó la camisa, aventándola al suelo. Continuamos besándonos hasta que él encontró la cremallera de mi pantalón y la bajó.
Puse mi mano en su nuca y él comenzó a guiarme hacia la cama, en donde me empujó de espaldas. Nuevamente cerré los ojos por el impacto y, al abrirlos, me hallé con mi cabeza sobre el regazo de Freya mientras ella acariciaba mi pecho. Levi estaba sentado a mi lado, besando la palma de mi mano hasta llegar a mi antebrazo y luego se posicionó sobre mí, rozando sus labios contra mi oído
—No lo has olvidado, ¿o sí, Jasper? —susurró.
Se apartó y nos vimos a los ojos. Quería decirle que no, no había olvidado nada, pero su rostro desapareció y Freya tomó su lugar.
—¿Aún me deseas? —preguntó ella en cambio.
Ambos desaparecieron y, cuando me senté en la cama de súbito, me hallé con ellos parados frente a esta, esperando mi respuesta. Quería hablar, decir todo lo que sentía, pero no tenía voz. Me estaba asfixiando, ahogando, ellos se alejaban, no podía, no podía, no-
—¡Jasper!
Abrí los ojos de golpe y me encontré acostado de espaldas en mi cama. Estaba yo solo, no había rastro de Levi, de Freya, de nada. Solo fue un sueño. O una pesadilla. No sabía definirla.
—¡Jasper! —volvió a gritar mi mamá y luego tocó la puerta con fuerza—. ¡Abre la puerta en este instante!
Me senté en la cama y me restregué la cara, apresurándome a ponerme de pie a punta de tambaleos y tomar mis gafas que estaban tiradas en el suelo. Me las puse rápidamente y abrí.
Me encontré con mis padres, ambos con indignación en sus rostros. Los escudriñé, sintiendo una fuerte punzada en la cabeza al recordar como ayer también fui a embriagarme y regresé prácticamente a desmayarme en la cama.
—¡¿Por qué volviste a faltar a la escuela?! —gritó mi mamá, empeorando mi jaqueca.
—¿Qué...? —pregunté, confundido, ¿qué día era hoy?
—Respóndele a tu madre, Jasper —exigió mi padre. El casi nunca alzaba la voz, pero la decepción era palpable.
—Ya me iba —respondí, evasivo—. Mi despertador no sonó. Se me hizo tarde.
—¡¿Tarde?! —exclamó mi madre—. ¡Ayer también llegaste tarde y ahora son casi las diez de la mañana, Jasper!
—Lo siento —murmuré—. Voy a cambiarme y me voy.
—Espera un segundo, jovencito —interrumpió mi papá—. ¿A dónde es que vas todas las noches?
—A casa de un amigo —mentí.
—¿Y ahí beben y fuman? —Frunció el entrecejo—. Porque apestas a cerveza y tabaco.
—No soy un niño y no les debo explicaciones —mascullé.
Y aquello no hizo más que enojar más a mi mamá.
—¡¿Qué no nos debes explicaciones?! —Dio un manotazo contra la puerta—. ¡¿Qué te sucede, Jasper?! ¡Tú no eres así!
Mi papá disminuyó su enojo, intercambiándolo por consternación.
—¿Pasó algo?
—No, no pasó nada —me apresuré a responder y di un paso hacia atrás—. Y se me está haciendo más tarde. ¿Podemos dejar esto para después?
—¡No, no pode-!
—Cámbiate y vete a la escuela. —Papá interrumpió a mamá—. En la cena discutiremos cuál será tu castigo. Esta conducta tuya no será perdonada tan fácilmente.
—Como sea —murmuré y cerré la puerta de mi cuarto.
Escuché a través del muro como mi madre le gritaba a mi padre que no debían dejarme ir tan fácilmente, pero él solo le decía que lo hablaríamos en la cena porque yo debía ir a clases.
Sacudí la cabeza, enfadado conmigo, con ellos, con todo el maldito mundo. Me cambié de ropa a lo primero que encontré en mi armario y bajé al primer piso, yendo directamente hacia la puerta. Tomé las llaves del coche y, cuando estaba por salir, fui detenido por mi hermana.
—¿Podrías dejar de gastarte toda la gasolina en dos días? —reclamó—. Ya estoy harta de que cada vez que lo uso, no tiene ni un cuarto.
—Haré lo que yo quiera —respondí, fastidiado.
Dakota arrugó la frente y se acercó a mí.
—¿Y a ti qué maldito mosco te picó? —inquirió—. Llegas tarde, no vas a la escuela, apestas a alcohol todo el tiempo. ¿Quién diablos eres?
—Déjame en paz, ¿quieres? —espeté y abrí la puerta—. Tú eres la que menos derecho tiene de reclamarme por mi manera de ser.
Salí y azoté la puerta detrás de mí, dejándola con las palabras en la boca. Me subí al coche y, nuevamente, me salté las clases. Fui a casa de Freya, luego al departamento de Levi y finalmente al restaurante. Buscaba cualquier mínimo rastro de ellos, pero lo único que obtenía era Sally diciéndome que ambos estaban bien. Estaba harto de esperar y de buscar. Estaba harto de esta versión de mí.
Me detuve en la esquina de una calle y golpeé el volante una y otra vez, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos, pero no eran de tristeza, no, eran de puro y rebosante enojo.
Arranqué el coche, dispuesto a manejar hacia un bar o una tienda de conveniencia, lo que sea que estuviera abierto y vendiera alcohol, pero antes de ponerme en marcha, recibí un mensaje de Alissa, mi profesora de historia. Intrigado, abrí el mensaje y lo leí:
«Si vuelves a faltar a mis clases, o al trabajo de los sábados, te despediré y me aseguraré de que te suspendan. Ven mañana, sobrio y a tiempo. Hablemos».
Exhalé, aventando el celular al asiento del pasajero. Estrellé mi frente contra el volante y subí todo el volumen de la radio, dejando que las lágrimas que tanto batallé por controlar, rodaran libres por mis mejillas.
¡Quiero darle un mega abrazo a Jasper!
Solo un pequeño aviso: a partir de ahora actualizaré los días miércoles, viernes y domingo 👀
Como siempre, muchísimas gracias por leer y por todo el apoyo 💜
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