Capítulo 23. ¿Por qué me haces sentir culpable?

Levi

¿Alguna vez han escuchado la frase: "pelea contra tus demonios"?

Se supone que debería ser inspiradora, tal vez motivadora, pero en mi caso era lo opuesto, pues estaba a punto de pelear contra uno de mis mayores demonios y no me sentía nada preparado. Lo hacía por una razón y solo una razón: Jasper.

Sí, por Jasper Sainz me atrevería a pelear contra mi peor enemigo.

Una vez Freya se fue y me quedé solo en la calle frente a mi edificio de departamentos, me bebí lo que quedaba de la botella de cerveza y la tiré al basurero, metiendo después las manos en mis bolsillos y entrando por las puertas giratorias.

El recepcionista me vio con el mismo desdén de siempre y yo solo pude dedicarle una sonrisa ladeada antes de pedir el ascensor. Mientras subía me recargué contra una de las paredes y cerré los ojos para exhalar. Decir que estaba nervioso sería decir poco, estaba a punto de enfrentarme al jefe final del videojuego, el problema es que solo tenía una vida y todo podía ir muy bien, o rotundamente mal.

Las puertas del elevador se abrieron de par en par y me topé con el poco iluminado piso en donde se hallaba mi departamento. Saqué la llaves del bolsillo de mi pantalón y caminé hasta la puerta. Del otro lado podía escuchar comentaristas de algún deporte, conociendo a mi padre, de seguro era fútbol americano.

Me di un último instante para relajarme y, cuando estuve a punto de insertar la llave en la cerradura, fue abierta desde dentro.

«¡Mierda!» Maldije en mi mente.

Me encontré frente a frente con Jack, mi espía personal y el guardia de confianza de mi padre.

—¡Jack! —exclamé sin siquiera pensarlo, de seguro solo por el susto. Rasqué mi nuca con incomodidad—. Yo estaba por-

Jack me escudriñó y conectó miradas conmigo durante un segundo, como si quisiera transmitirme algo, pero no me dio mucha oportunidad cuando giró la cabeza de súbito y exclamó:

—¡Ya está aquí!

Me daban ganas de aventarme del maldito balcón. Por supuesto que mi padre me estaría esperando, sobre todo porque pronto se iría del país otra vez. Bajó el volumen de la televisión y lo único que pude escuchar fue su tosca voz:

—Ven para acá, Levi —ordenó.

No quería ir, me sentía como un patético niño de cinco años, temeroso de ser reprendido cada vez que sus padres le hablaban con seriedad.

—Levi —presionó Jack y por primera vez pude distinguir algo similar a la lástima en su rostro. Aquella fue mi confirmación de que esta conversación no sería nada sencilla.

Suspiré y, sintiendo las piernas pesadas, me aproximé a duras penas hacia la sala en donde mi papá se encontraba.

—¿Me hablaste? —pregunté, siendo esto lo más amable que salía de mí.

Mi papá asintió y señaló el espacio vacío junto a él en el sofá. Yo no quería sentarme porque eso solo me pondría más nervioso, pero no me quedó otra opción.

—Tu amigo, Jasper, me dijo que te gusta una chica —comenzó, directo al punto como siempre.

Bajé la mirada, girando el anillo de plata en mi dedo.

—Miente —musité.

Los ojos oscuros de mi papá se ampliaron levemente, esto acompañado de las arrugas que se formaron en su frente.

—¿Cómo que miente?

—Mintió —reiteré—. Esa chica es solo una amiga; no me gusta.

Mi padre bufó, incrédulo.

—¿Por qué el idiota de tu amigo me mentiría con algo así?

Apreté la mandíbula.

—No lo llames idiota —mascullé.

Mi papá me miró con el ceño aún más fruncido y negó con la cabeza mientras chasqueaba la lengua.

—No has cambiado nada, ¿verdad? —indagó para después reírse de manera burlona, rayando casi en lo cruel—. ¡Sigues siendo homosexual!

Me sentí incómodo por la tensión en el rostro de mi padre mientras me reprendía. Dejé de verlo y en su lugar observé a Jack en el fondo, siempre impávido, y me percaté de que, cuando papá y yo discutíamos, él siempre estaba allí, escuchando, bajando la mirada de vez en cuando como si aquello ayudara a aminorar lo incómodo de la escena tan dramática.

Me sentí juzgado por mi padre, por Jack, por todo el mundo. ¿Qué se supone que debía hacer? No poseía la capacidad de ser yo mismo sin recibir una crítica, tal vez Jasper era el único que me había aceptado, Freya también, pero a quién engañaba, la verdadera aprobación que buscaba era la de el chico que me tenía en esta posición en primer lugar.

Así que ya no me quedaba nada más que perder, la cólera me invadía, la tristeza, la culpa, incluso el arrepentimiento. Aquella culpa de haber nacido, ese repudio internalizado que no debería existir, pero ahí estaba, latente.

Me aproximé a mi padre, quien, a diferencia de mí, solo estaba iracundo, con las manos apretadas en un par de puños y aquellas protuberantes arrugas arruinando su rostro. Estaba tan habituado a verlo así, que no me sorprendía en lo más mínimo.

—Nunca dejé de ser homosexual —aseveré, estaba aterrado, pero a la vez la adrenalina me pulsaba en las venas por decir esto a viva voz—. Me gustan los hombres, ¿y qué?

Mi padre frunció más el entrecejo y apretó la mandíbula con tal fuerza que juré que sus dientes se quebrarían.

—¿Y qué quieres? —espetó—. ¿Una felicitación? ¿Un aplauso? ¿Qué me ponga una puta bandera de colores en el cuello? No seas imbécil, Levi. Deja tus etapas, deja de pretender que eres especial por esto. Superalo, supérate.

No pude más que reír de manera descompuesta, negando la cabeza con incredulidad por la ignorancia de mi propio progenitor.

—¿Alguna vez has considerado que tú contribuiste en todo esto? —inquirí—. ¿Qué esperabas que pasara?

—¿De qué demonios hablas? —cuestionó él, ofendido porque yo lo confundía con mis argumentos "rebuscados".

Pero lo cierto es que no había nada rebuscado en mis palabras. Era la cruda y pura verdad, y si él quería una explicación, entonces yo se la daría con gusto.

—Crecí sin conocer una figura materna, pero sí una paterna. Aquella única figura estaba desaparecida de mi vida, oculta detrás de su trabajo, una excusa para su negligencia —espeté—. ¿Y qué crees que genera la ausencia? Necesidad, una necesidad casi enfermiza. Yo ansiaba tu atención, tu cariño, al menos tu maldita presencia, el amor del único hombre en mi vida, cosa que nunca recibí de ti, en dieciocho años nunca recibí nada. —Escupí, molesto, a punto de lagrimear de la furia—. Y ahora aquí estoy, enamorado de un hombre que me da lo que tú nunca pudiste.

—¿Y crees que no me responsabilizo, Levi? —inquirió con el mismo tono recio—. Me responsabilizo de cada cosa que sucede en tu vida desde el día en que naciste. ¡Carajo, incluso tu nacimiento fue mi elección!

Aquello me movió el piso y no pude evitar fruncir el ceño.

—¿Qué?

—Cuando estabas por nacer, me dieron a escoger entre salvarte a ti o a tu madre. —Me miró con desdén—. ¿A quién crees que escogí?

Trastabillé, retrocediendo. Yo intentaba desahogarme, probarme superior por una maldita vez en mi vida, pero siempre llegaba él y me tiraba, me mataba con cada una de sus palabras hirientes. Y esta... Esta fue la gota que derramó el vaso.

—Mientes —dije con voz trémula, tratando de convencerme a mí mismo antes que a él.

—¿Escogí salvarte la vida y así me lo pagas? —inquirió—. ¡¿Así me lo pagas, Levi?!

—Cállate —mascullé.

—Lo creas o no, mocoso estúpido, amaba a tu madre, la adoraba, y aún así escogí salvarte a ti porque sabía que ella lo querría así. Escogí salvarte la maldita vida a ti, a nuestro hijo, al que le puse el nombre que ella siempre quiso y al cual siempre traté de darle una vida sin carencias —bramó—. ¡¿Y así nos lo pagas?!

—¡Cállate ya! —bramé de regreso, ya con las lágrimas acumuladas en mis ojos—. ¡Yo no te debo nada!

Mi padre se carcajeó, negando con la cabeza.

—Sigue engañándote, Levi.

No podía soportarlo más, sabía que si seguía escuchándolo, terminaría por golpearlo o algo peor. Le di la espalda, ignorando sus burlas, sus risas maliciosas, todo. Miré a Jack con el rabillo del ojo, él no hizo más que devolverme la mirada por un segundo, pero nada más. Sabía que en esta guerra yo estaba y siempre estaría solo.

Así que dejé el departamento, azotando la puerta a mis espaldas. Al salir a la calle sentí la lluvia caerme en la espalda y empapar mi ropa, pero yo estaba cegado con furia.

Me metí al coche, lo arranqué, escuchando la música a todo volumen, pero sin importarme en bajarlo. Moví la palanca de velocidades y pisé el acelerador. Salí del estacionamiento hecho una furia. Golpeé el volante, el tablero, incluso grité mientras las lágrimas se escurrían dentro de mi boca.

Pisé el acelerador con más fuerza y entre la ira, la tristeza y todo lo que me invadía, cometí un error. No me percaté de que la luz del semáforo estaba en rojo y yo me aventé al cruce cuando otro coche iba pasando. Apenas me dio tiempo de dar un volantazo que mandó el coche girando sin control por lo resbaloso del pavimento mojado.

Perdí la noción del tiempo, del espacio, de todo.

Entonces lo supe, cometí un error que podría costarme la vida. Aunque, tal vez, el principal error sería resuelto con esta tragedia, el error que cometí al hacer algo natural, algo fuera de mi completo control, lo que mi padre siempre me reprochaba y lo que ahora se volvería una nueva culpa en mi lista... mi nacimiento.

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