Capítulo 20. Te lo prohibo

Jasper

No recordaba absolutamente nada.

Bien, de acuerdo, decir eso sería sobre exagerar las cosas. Si recordaba una fracción de lo que sucedió ayer, pero mentiría si dijera que no deseaba poder olvidarlo o sufrir de amnesia selectiva.

Recordaba vívidamente como Freya y yo discutimos, o más bien tenía muy presentes las palabras que ella me gritó y me quebraron por completo:

«¡Entonces superame porque nada sucederá entre nosotros! ¡Jamás!»

Aquellas ocho palabras fueron más que suficientes para que yo perdiera la poca estabilidad emocional que me restaba. ¿Qué se supone que debía hacer ahora?, ¿cómo se supone que manejaría el dolor del rechazo?

Nunca me habían rechazado porque nunca me había enamorado de esta manera. Freya me dejó embelesado desde el primer minuto. Cuando la conocí, yo acababa de terminar mi amistad con Levi y tuve que cambiarme de clase por el constante acoso de los idiotas de mis ex compañeros. Estaba decaído, tan bajoneado que me costaba mantenerle la mirada a todos, pero ella llegó, entró a mi vida sin necesidad de invitación y me habló. Cuando yo me sentía en la mira de todos, Freya llegó para hacerme sentir como otro más de la multitud, pero un individuo afortunado, muy afortunado de tener a tan maravillosa chica a mi lado.

Pero me comporté como un reverendo imbécil y ahora todo había terminado.

—Jasper —llamó la voz de la profesora, Alissa.

Levanté la mirada de súbito, sintiendo una punzada en la cabeza por el brusco movimiento.

Después de la discusión con Freya, acabé embriagándome como un alcohólico. No recordaba con exactitud lo que sucedió después, las memorias eran borrosas, como imágenes inconexas; un momento estaba bebiendo, al siguiente subiendo las escaleras, luego acostado en una cama y, de un minuto al otro, desperté a la mañana siguiente en mi habitación.

Masajeé mis sienes, apartando las gafas de mi rostro.

—¿Sí? —respondí, servicial. Ya había hecho una terrible impresión en mi profesora hoy. Llegué tarde, de seguro apestaba a alcohol y no lograba concentrarme.

Alissa se carcajeó, terminando de escribir unas notas en la pizarra.

—¿Estás bien? —cuestionó con un claro divertimento y se aproximó a su escritorio, apoyándose en este—. Luces espantoso.

Solté una exhalación, volviendo a colocarme las gafas y percatándome de lo cerca que estaba la profesora de mí. Por mero reflejo me eché para atrás.

—Uh... tengo resaca —admití, medio cubriendo mi boca por si aún había resquicios de olor a tequila.

—Sí, se nota —concedió, sentándose sobre el escritorio con total casualidad—, pero también se nota que algo te tiene intranquilo. —Colocó su mano en mi hombro, dándome un suave apretón—. Sí sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad?

Me tensé ante su tacto. Así era ella, siempre recurriendo al contacto físico como su lenguaje primario. Me apretaba el hombro, me hacía un masaje en la espalda, se aferraba a mi brazo. No quería darle muchas vueltas al asunto, pero-

—¿Entonces? —interrumpió mi soliloquio—. ¿Qué sucede?

Apartó su mano de mi hombro y yo sentí que podía respirar otra vez. Desvíe la mirada, fijándome en mis manos entrelazadas sobre mi regazo.

—Tengo resaca, discutí con mi mejor amiga de la que estoy enamorado y ni siquiera recuerdo cómo es que llegué a casa anoche —relaté, ya no me daba vergüenza; mi mal estado físico ya era penoso por sí solo.

Alissa volvió a carcajearse y me miró casi con ternura. No es que ella fuese una mujer muchísimo mayor y con incontables años de experiencia, pero ciertamente ya había atravesado sus propias y complicadas situaciones amorosas.

—Los problemas de adolescentes son envidiables —señaló y, como si no fuese nada del otro mundo, pasó su mano por mi cabello—, pero también muy adorables.

Nuevamente me congelé ante su tacto. No me gustaba, por el contrario, me resultaba incómodo la cantidad de confianzas que ella se tomaba conmigo. Yo ya era mayor de edad y ella lo sabía, pero esto no me parecía correcto, no-

—Quedas excusado —dijo entonces, apartándose de mi lado.

Fruncí el ceño.

—Pero el curso está por empezar.

Se volvió hacia mí, sonriéndome y asintiendo.

—Lo sé, pero por hoy puedes irte temprano —reiteró—. Se nota que necesitas un día libre.

Me hallé extrañado por esto, pero tampoco iba a hacerme del rogar cuando me estaban ofreciendo un día libre.       

—Gracias —agradecí, poniéndome de pie y tomando mis cosas.

—Hasta el lunes, Jasper. —Se despidió sin siquiera voltear a verme. Me era tan extraña a veces, muy indescifrable.

Salí del salón y mi primer impulso  fue sacar el celular y buscar el contacto de Levi. Si alguien podría decirme qué fue lo que ocurrió ayer, sería él. Freya de seguro no quería ni verme a la cara y no podía culparla, no después de la escena que le hice en frente de todos. Marqué el número de Levi y este solo sonó tres tonos antes de que me contestara con una voz somnolienta:

—¿Jasper?

—Levi —dije y fruncí el ceño—. ¿Aún estás durmiendo? —Vi mi reloj de muñeca—. Son casi las doce del día.

Estaba durmiendo, obviamente ya no —contestó, seguido de un bostezo—. Trasnoché, déjame dormir a gusto, ¿quieres?

—No.

—¿No?

—Necesito hablar contigo —expliqué—. Quiero que me digas qué fue lo que sucedió anoche.

Levi se quedó callado y lo único que escuché fue como se movían las sábanas y él se ponía de pie.

—¿Qué recuerdas? —inquirió, mucho más despierto.

—La pelea con Freya, emborracharme, ¿ir a dar a una cama? No lo sé, por eso necesito que tú me lo digas

Levi volvió a quedarse en silencio hasta que soltó un suave suspiro.

—De acuerdo —cedió, aunque percibí cierta tensión en él—. ¿Dónde estás?

—En la universidad —respondí—. Me dejaron salir temprano, así que te veo en la cafetería a diez minutos de aquí. Te mandaré la ubicación.

Levi soltó una carcajada.

Wow, si que eres mandón —añadió.

Rodé los ojos aunque él no podía verme, y concluí:

—No llegues tarde.    

(...)

Levi y yo nos encontramos en la cafetería, por increíble que pareciera, el cabeza de estropajo azabache llegó antes que yo e incluso apartó la mesa.

—No llegues tarde —dijo en cuanto me vio, imitando mi voz—. Mira quien habla, Jasper Sainz.

—Me tocó tráfico —excusé y me senté a su lado, dejando mis cosas en el suelo.

—Debe haber sido mucho tráfico porque incluso nos pedí un par de cafés —comentó y entornó levemente los ojos, pensativo—. Tu favorito sigue siendo el negro, ¿no?

—Mi favorito nunca fue el negro —repliqué.

Levi amplió sus ojos celestes, emitiendo un suave "oh" para después soltar una carcajada.

—Lo lamento, creo que te confundí con otra persona —se excusó—. Estoy seguro que un conocido mío amaba el café negro.

—¿Freya? —sugerí.

Levi chasqueó los dedos, esbozando aquella sonrisa ladeada que tan bien se acoplaba a su delgado rostro.

—¡Sí, Freya!

Exhalé con pesadez, siendo acosado de nueva cuenta por el recuerdo de la discusión con Freya. La avergoncé frente a todos y ella no tuvo de otra más que ser directa. Sus palabras me dolieron, pero, ¿quién era yo para forzarla a quererme? Decirlo así solo lastimaba más, pero si un corazón no correspondía el tuyo, no podías coserlos juntos.

—¿Qué pasó ayer, Levi? —Al fin me atreví a preguntar.

Levi, quien tamborileaba la mesa de manera nerviosa, levantó su rostro y me miró con una expresión que no supe interpretar como tensa o penosa.

—Depende de qué quieras saber exactamente. —Hizo largas.

—Todo —respondí al instante.

Levi suspiró y noté como jugueteaba con el pendiente en su oído izquierdo, ni siquiera me daba la cara. Aquello solo podía significar que estaba avergonzado. ¿Qué tan malo fue?

—Levi-

—Tú y Freya pelearon —comenzó,  fijando su mirada en la superficie de la mesa y trazando círculos sobre esta con el dedo—. Asumo que eso sí lo recuerdas. —Me vio a los ojos—. ¿O no?

En realidad deseaba poder responderle que no, pero por supuesto que recordaba todas y cada una de las palabras que ella y yo nos dijimos.

—Sí —respondí con un susurro—. Sí lo recuerdo.

—De acuerdo —continuó Levi—. Después de eso comenzaste a beber, pero no hiciste nada embarazoso si eso te preocupaba, aunque sí estabas algo... ido.

—¿Qué tan ido?

Levi mordió su labio con disimulo y se encogió de hombros.

—Bastante... tal vez.

—¿Tal vez? —Negué con la cabeza—. De seguro estaba ido, no recuerdo casi nada después de la discusión.

—Bien, okey, estabas muy ebrio —explicó—. Freya también estaba algo decaída, no ebria, pero sí distante. Se pasó gran parte de la fiesta entre el baño y el patio, parecía un alma en pena vagando por ahí.

Sentí una punzada de culpa al oír eso y exhalé con aflicción.

—¿Fue tan malo?

Levi asintió y después colocó su mano sobre mi hombro.

—Para cuando nos fuimos ya estaba un poco mejor —aseguró y surgió una sonrisa media burlona en sus labios—. Tú en cambio estabas borracho hasta la médula.

Solté un gruñido, escondiendo la cabeza entre mis manos.

—Por favor dime que no avergoncé más a Freya ni a ti —supliqué.

—No, en todo caso te avergonzaste a ti mismo.

—Es preferible.

Levi se carcajeó y, por extraño que parezca, yo no pude evitar hacer lo mismo.

—¿Y entonces qué sucedió? —indagué—. ¿Cómo diablos llegué a casa?

Levi desvaneció la sonrisa en su rostro y, en su lugar, apareció aquella tensión de antes.

—Yo... bueno, para empezar yo te encontré bebiendo —contó—. Estabas muy ebrio así que te llevé a una habitación en el segundo piso.

Asentí, recordando atisbos de haber estado en una cama ajena. Era un alivio saber que fue Levi quien me llevó allí y yo no me acosté con alguien por error o algo peor.

—Sí, lo recuerdo vagamente.

Levi exhaló y después surgió aquella faceta de él que hacía algún tiempo no veía: una confiada e incluso alzada sonrisa ladeada.

—Hay algo más —añadió.

—¿Hay más? —pregunté, temeroso.

—Sí. —Volvió a tamborilear la mesa y luego se carcajeó de manera trémula—. Tú y yo nos besamos.

Mis ojos se ampliaron al instante y sentí como se me subía la sangre a la cara.

—¡¿Qué?!

Levi volvió a carcajearse, solo que esta vez con ligereza y despreocupación, él se había quitado una carga de encima y ahora yo soportaba el peso de esta. Maldito afortunado.

—Sabía que no lo recordarías —aseveró—, pero me dijiste que morías por besarme y nos besamos.

El corazón me latió con fuerza y me sonrojé aún más. No podía ser verdad, pero a la vez sí porque sonaba a algo que yo diría.

—Estás mintiendo —dije, casi rogando.

Levi bufó.

—No mentiría con eso, ¿de qué me serviría?

—¡Molestarme!

Levi enarcó una ceja, aún sonriendo con divertimento.

—¿Te molesta?

No, no me molestaba per se. Era más bien un revoltijo de emociones; entre confusión, vergüenza, indignación y, tal vez, en lo profundo de aquel torbellino, algo de-

—Jasper —interrumpió Levi—. Por favor dime que no acabo de darte una aneurisma por decirte esto.

—¿Qué? —Me apresuré a negar con la cabeza—. No, no es eso, solo estoy algo... algo confundido.

Me recargué contra el respaldo de la silla, esforzándome por recordar lo de  ayer. A mi mente solo venían estratos vagos, imágenes en donde yo estaba en una cama, el mundo me daba vuelta y la luz me parecía muy intensa. Recuerdo sentir como la cabeza me pesaba y luego... luego algo contra mis labios. Sí, ahora que me esforzaba, recordaba unos labios contra los míos, no lograba memorar al dueño de aquel beso, pero sí como en mí pulsaban deseos de querer más y más y-

—¿Quieres que te lo recuerde?  —Volvió a irrumpir Levi.

Me sobresalté, de nuevo sonrojándome por la cercanía del rostro de Levi.

—¿De qué estás hablando? —inquirí, nervioso—. No necesito que me-

Pero antes de poder pronunciar la última palabra, Levi cerró toda la distancia restante entre nosotros y me besó en los labios. Eran exactamente como los recordaba en mis vagas memorias; templados, suaves, y con un dejo a la colina que Levi usaba.

Levi tomó el menú de nuestra mesa y lo colocó frente a nuestros rostros, dándonos un poco de privacidad.

Yo todavía era incapaz de regresar aquel beso, pero el deseo retornó a mí, me hacía cosquillas en las puntas de los dedos y en las venas, como si quisiera conducir mi brazo hacia la nuca de Levi para acercarlo más y presionar sus labios contra los míos con fervor.

Tras largos segundos de confusión, cerré lentamente los ojos y comencé a corresponder, recordando las sensaciones de la noche de ayer. Levi me besaba, yo quería más y él me empujó hacia la cama hasta que quedé tendido sobre mi espalda, su rostro, borroso, estaba sobre el mío, a punto de besarme otra vez cuando todo se oscureció.

Y así como se desvaneció rápidamente en mi memoria, también lo hizo en la realidad, solo que esta vez sin oscuridad, sino más bien con soledad. Levi despegó sus labios de los míos de súbito y bajó el menú a la mesa. Me miró a los ojos, sin rastro de vergüenza o nerviosismo y después sonrió.

—¿Y?, ¿tengo talento? —cuestionó a manera de broma.

Yo estaba sonrojado y sentía la lengua tropezando en mi boca. No podía formular una respuesta o siquiera un comentario. Levi, literalmente, me dejó sin palabras. Para bien y para mal.

—Levi-

—Iré por las bebidas —zanjó, poniéndose de pie y dando una suave palmada a la mesa—. Te dejaré para que proceses y acomodes un poco tus ideas.

En cuanto Levi se alejó, mi primera reacción fue exhalar y tocar mis labios con las puntas de mis dedos. Aún no sabía cómo clasificar aquel beso: ¿bueno?, ¿malo?, ¿el mejor beso del mundo?, ¿mi peor pesadilla?

No era mi primer beso con un hombre, eso estaba más que claro, pero si existiera la posibilidad de que lo hubiera disfrutado, eso me hacía a mí... ¿Gay?, ¿bisexual? No tenía una maldita idea. Estaba extraviado en todo el sentido de la palabra.

Pero mientras batallaba por encontrar indicios de lógica, a mi mente la invadió el recuerdo del padre de Levi, quien me dijo que su hijo era gay y lo había enviado a un campamento de conversión. Olvidé por completo aquello, pero ahora que resurgió, también venía la culpa. Debía decirle esto a Levi, por más difícil que fuese, no tenía derecho alguno a ocultarle que yo sabía cosas tan personales sobre sí mismo. No soportaba mentirle de esta manera cuando él no me ha mentido a mí, todo lo contrario.

Levi regresó unos minutos después, cargando dos cafés altos que humeaban de lo caliente que estaban. Los colocó en la mesa, uno frente a mí y el otro en su lugar.

—Bien, ¿qué más quieres saber? —preguntó en cuanto se sentó.

No me atreví a mirarlo, en su lugar tomé el café entre mis manos, sintiendo su calidez y percibiendo su fuerte aroma.

—Levi, yo...  —No sabía cómo abordar el tema, pero debía hacerlo, por más doloroso que fuese—. Yo necesito confesarte algo.

Levi esbozó una sonrisa ladina y levantó una ceja.

—¿Una confesión de amor? —inquirió, tomando un sorbo de su café.

—No, es sobre tu padre. —Noté como él se detuvo a medio trago, ampliando los ojos—. Y sobre ti.

Tragó con fuerza el café y volvió a dejarlo en la mesa, colocando toda su atención sobre mí. Su felicidad y actitud juguetona desaparecieron por completo.

—¿Qué cosa? —preguntó, volviendo a juguetear con su pendiente. Estaba muy nervioso.

Le conté todo lo que aconteció aquel viernes antes de la fiesta, las palabras de su padre, lo repugnante de su actitud. Progresivamente, Levi fue tornándose más y más nervioso, haciendo temblar su pierna, tamborileando la mesa de manera rápida y fijando su mirada al vacío.        

—¿Levi? —llamé una vez terminé.

Él no me respondió y, cuando estuve a punto de tocar su antebrazo apoyado sobre la mesa, se puso de pie de súbito y se encaminó con grandes zancadas hacia la salida de la cafetería.

—¡Levi! —Volví a llamar, ganándome varias miradas.

Las ignoré y salí tras de él. Se fue caminando por la banqueta sin voltear a verme a pesar de mis llamados. Llegó a su coche estacionado en la calle y, cuando sacó las llaves para quitarle el seguro, estas se le cayeron al suelo.

Se acuclilló para recogerlas, pero permaneció ahí más tiempo, respirando erráticamente y con una mano aferrando con fuerza su cabello azabache. Estaba teniendo un conato de ataque de pánico.

Me apresuré a arrodillarme junto a él, colocando suavemente mi mano en su espalda para no alterarlo más.

—Levi, tranquilo, respira —dije en voz baja—. Imita mi respiración y-

—Ya sé que está mal, Jasper —acotó, jalando su pelo con más fuerza—. Ya sé que no es correcto, que yo no debería ser así, que estoy enfermo y que-

Me aferré a sus muñecas y las aparté de su cabello, forzándolo a que me viera a los ojos.

—Levi, no, no digas eso —dije con firmeza—. No digas nada de eso.

Levi me miró a los ojos, estos estaban nublados con pánico. Nunca lo había visto tan asustado.

—Es la verdad, ellos me dijeron que está mal, que es como un parásito y que yo... y que yo sería curado, pero no es cierto, fue una mentira, todo era una-

No dejé que continuara hablando y lo rodeé con mis brazos, estrechándolo. Me aferré a su camisa y apoyé mi mentón sobre su hombro para susurrar:

—Esto no cambia nada, no cambia cómo te veo, lo mucho que me importas o lo que siento por ti —aseveré y sentí cómo las personas que pasaban se nos quedaban viendo, pero me valió una mierda y abracé a Levi con más fuerza, queriendo erradicar todo su pesar—. Me importas, Levi, te quiero y quiero que tú también te quieras.

Levi terminó por abrazarme de regreso y apoyar su mejilla sobre mi hombro. Escuché como batallaba por reprimir un sollozo y mi primera reacción fue colocar una mano en su cabello, acariciándolo.

—Lo siento, Jasper —susurró con la voz entrecortada.

Me congelé durante un segundo y me alejé para poder verlo a los ojos, aún tomándolo por los hombros.

—¿Por qué te disculpas? —inquirí.

Levi, con sus ojos rojos, no se atrevió a verme y, en voz baja, respondió:

—Por ser así.

Sentí aquello como un golpe en la boca del estómago. Una gran tristeza me oprimió el pecho y casi en automático volví a rodear a Levi con mis brazos para atraerlo hacia mi pecho.

Nos abrazamos de rodillas en la banqueta, ignorando a todo aquel que se nos quedaba viendo mientras pasaba caminando. Solo estábamos él y yo.

—No te atrevas a volver a disculparte por eso —advertí con firmeza—. Te lo prohibo.

¡Aaaaah, otro de mis capítulos favoritos!

Juro que haré un dibujo de la escena del café y lo pondré aquí. En realidad tengo muchísimas escenas que dibujar de este libro jajajaj, pero por algún lado se empieza.

💜¡Muchas gracias por leer!💙

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