Capítulo 14. Dime lo que quieres y te lo daré
Jasper
Decir que la feria renacentista fue un fiasco, sería infavalorar, pues más bien pareció la feria del asesinato antes que del renacer.
Cuando vi a Freya portando aquel vestido rojo, quedé embelesado, no podía dejar de verla. Ella llegó a pensar que la estaba juzgando por su vestuario, pero era todo lo opuesto, la estaba admirando de pies a cabeza una y otra vez al punto de parecer un acosador.
No fue hasta que Levi nos dejó a solas en la entrada de la feria que al fin me atreví a decirle lo que realmente pensaba. Me costaba, pero no hacer el cumplido en sí, sino hacerle el cumplido a ella, a Freya, la chica que me movió el piso desde la primera vez que se acercó a hablarme cuando yo me hallaba en mi estado más vulnerable tras la humillación de Levi. Freya Nielsen, la chica de la que estaba perdidamente enamorado, pero ella estaba enamorada del tipo que yo solía odiar.
Solté un suspiro, aquellos suspiros con los que parecía que se te salía el alma del cuerpo. Tenía que aclarar las ideas o de otra forma sería incapaz de terminar la tarea de química que me acechaba. Química, algo que al parecer Freya y yo no teníamos.
«Enfócate, Jasper, por vida de Dios».
Dejé los libros en la mesa de café de mi sala para después sentarme en el suelo frente a esta. Como mis padres no estaban y mi hermana se recluía en su habitación para evitarme, básicamente yo tenía toda la casa para mí solo.
Así que me tendí en el suelo y puse algo de música en el celular, tamborileando la superficie de la mesa con la punta del lápiz en un terrible intento por llevar el ritmo. Levi, en cambio, era un maestro en usar los lápices como si fueran baquetas, pero era de esperarse, había crecido rodeado de músicos y música en sí.
Me puse de pie, dispuesto a ir a prepararme un café cuando, al ver por la ventana de la cocina, vi a Freya caminando hacia la entrada de mi casa.
—¡Mierda! —espeté y me apresuré a pausar la música en mi celular, a punto de tirarlo por atrabancado.
El timbre de mi casa resonó por el primer piso y rápidamente aventé el celular al sofá sin mínimo cuidado —daba lo mismo, ya estaba roto—, junto con los audífonos. Sin pensarlo, o más bien como una costumbre, me arreglé la ropa y me enderecé las gafas. No es que me viera de diez, de hecho, me había puesto una playera vieja y unos jeans para andar cómodamente por la casa.
«¿Y por qué te preocupas tanto? Ya sabes que ella jamás sentirá lo mismo por ti». Aquel pensamiento azotó mi mente y me hizo detenerme en vilo. Era cierto, Freya ya me había dejado en claro que le gustaba Levi y nunca ha dado señales de sentir algo por mí, o, si lo hizo alguna vez, fui demasiado estúpido como para notarlo
Pero la realidad es que no podía evitarlo. No podía evitar querer verme lo mejor para ella, conseguir su aprobación o simplemente apreciar su sonrisa cuando me veía . Así de obstinado era el amor.
Volvió a tocar el timbre y esta vez me dirigí a la puerta con calma, abriéndola con lentitud. A pesar de lo que sentía por Freya, nada quitaba que el encuentro que tuvimos durante la feria fue incómodo. Yo estuve a punto de besarla, ella retrocedió, me reiteró sus sentimientos por Levi y luego yo me distancié hasta que regresamos a Seattle un par de horas después.
Freya me sonrió tímidamente a manera de saludo. Así habíamos estado todo el día durante la escuela, intercambiando pocas palabras y siendo ridículamente amables como si fuese una competición por demostrar quien estaba menos avergonzado que el otro. Ambos fallamos rotundamente.
—¿Llego en mal momento? —preguntó.
Negué con la cabeza, regresándole la misma sonrisa exagerada.
—No, para nada. Estaba por hacer la tarea.
Freya miró "discretamente" por sobre mi hombro y luego retornó sus ojos hacia mí, frunciendo ligeramente el ceño.
—¿Estás solo? —indagó.
—Mi hermana está en el piso de arriba —respondí—. ¿Por qué?
Freya soltó una aliviada exhalación.
—Me alegra que mis suposiciones hayan sido correctas y estés solo ahorita —comentó, sin responder mi pregunta.
—Eso no responde mi pregunta —exterioricé.
Freya cayó en cuenta de ello y se aferró a su brazo con una mano. La conocía demasiado bien para saber que eso significaba que estaba nerviosa.
—¿Podemos hablar? —pidió.
Sin responder, simplemente me aparté de la puerta y la abrí más, permitiendo que pasara con libertad.
Ella asintió con la cabeza a manera de agradecimiento y, una vez dentro, cerré, no sin antes soltar una exhalación al exterior. Tenía un mal presentimiento sobre la conversación que tendríamos. Era tan claro como el agua que sería acerca de lo que sucedió —o casi sucedió— en la feria renacentista.
—Ven —indiqué—. Vamos a la sala.
Freya me siguió, apreciando los alrededores como siempre. Ella me había dicho muchas veces que le encantaba mi casa, y no es que mi casa fuese una mansión o algo similar, sino que ella afirmaba que le gustaba porque se sentía como un hogar habitado, pero cómodo. Había portarretratos familiares en las mesas, souvenirs que mi mamá traía de sus viajes, e incluso algunas de nuestras cosas estaban desperdigadas por el lugar como el saco de mi papá o el bolso de mi hermana.
—Siéntate —ofrecí, señalando el sofá—. ¿Quieres algo de beber? Estaba por prepararme un café.
Freya apartó mi celular y audífonos, a punto de sentarse en el sillón cuando lo consideró mejor y optó por el suelo junto a la mesa. Ya lo veía venir, ella siempre ha preferido sentarse en el piso aunque tenga un cómodo asiento al lado —por alguna extraña e inexplicable razón.
—No, estoy bien —aseguró y se aferró a la falda de su vestido con dos dedos, ansiosa—. De hecho, esto tendrá que ser rápido. Sally solo puede cubrirme por media hora.
Asentí, comprensivo, y me senté a su lado, aunque manteniendo cierta distancia para no incomodarla.
—De acuerdo, ¿de qué quieres hablar?
Freya giró su rostro hacia mí y sentí la angustia en este. ¿Qué podía ser tan malo que le provocaba tal estrés decírmelo? Esto solo me hacía sentir como si yo fuese un ser intolerable al cual no podían decirle nada sin temor a su reacción.
A sabiendas de esto, suavicé la expresión seria en mi rostro y me senté de manera más relajada, recargando la espalda contra el sofá. Al parecer esto rindió sus frutos, pues Freya también se destensó un poco.
—Es sobre Levi —comenzó.
—Oh... —Fue lo único que salió de mí, casi como un suspiro.
Freya bajó la mirada, viendo sus manos.
—En realidad quise contártelo aquel día en la feria, pero... —vaciló— no me pareció el momento adecuado.
Es decir: estabas enojado y no quería hacerte sentir peor.
A pesar de todo, me mantuve calmo y asentí con lentitud, sin quitarle la mirada de encima.
—Te escucho.
—Hace unos días le confesé a Levi lo que siento por él —admitió, bajando la voz, pero conectando nuestras miradas.
Y esto, por increíble que parezca, yo ya lo sabía. Levi mismo me lo dijo, pero yo no quise contarle nada a Freya por no incomodarla. Lo que me desconcertaba es que, a pesar de que Levi me dijo que la había rechazado, Freya parecía no haber desistido.
—¿Y qué sucedió? —pregunté, tranquilo. Nada le sentaba mejor a un sobrepensador que saber las cosas de antemano.
—Me rechazó —respondió, sin muestra de enojo o tristeza—. De una forma algo inesperada, pero lo hizo.
Fruncí el ceño.
—¿Inesperada?
Freya hizo aspavientos con la mano.
—Nada grave —demeritó—. Solo fue sorpresivo.
—De acuerdo... —No insistí, aunque me temía que en mí residiría la duda de cómo fue exactamente que Levi la rechazó y por qué fue tan "sorpresivo".
—En fin. —Suspiró Freya y se irguió, queriendo demostrar seguridad en sí misma—. Quiero seguir intentándolo con él.
Y aquello fue la gota que derramó el vaso. A pesar de todo, Freya quería insistir, y eso solo podía significar una cosa: de verdad quería a Levi. No era solo un efímero enamoramiento, no, en verdad lo quería como pareja aunque aquello le costara mil rechazos "sorpresivos".
Y luego estaba yo, más que dispuesto a darle todo de mí para hacerla feliz, entregarle todo mi amor y devoción, pero siendo olvidado e ignorado por ella.
No pude más que reír de una manera lastimera. ¿De qué me reía? De mi propia desgracia probablemente, que me quedaba sino burlarme de mi propia e irónica situación.
«La chica que amo con el chico que odio», pensé, un repetitivo y lastimero pensamiento.
Sacudí la cabeza con lentitud, bajando la mirada.
—Tanto te gusta, ¿eh? —pregunté por lo bajo.
Freya me miró con las cejas arrugadas y los párpados caídos. Era esa mirada de lástima que tanto me dolía que me dedicaran, sobre todo ella.
—Jasper... —llamó Freya y se acercó hasta que su rodilla rozó con la mía.
Me volví hacia ella, notando el verdor de sus ojos alicaídos y sobre todo sus labios rojos que se formaban en una recta línea semi fruncida.
—¿Sientes algo por mí? —preguntó.
¿Qué se supone que debía responder a ello? Freya acababa de advertirme que seguiría intentando con Levi, pero, ¿eso dónde me dejaba a mí? No quería ser sincero por vergüenza a ser rechazado, pero tampoco quería guardarme este secreto de por vida esperando ser notado por ella algún día. Yo debía...
—Jasper —me interrumpió Freya, colocando ambas manos en mis mejillas y acercando nuestros rostros—. Por favor, dime la verdad.
No podía dejar de ver sus ojos y bajar a sus carnosos labios. Aquellos labios que amaba ver cuando sonreía... cuando me sonreía a mí.
—Quiero besarte —musité y volví mi mirada hacia sus ojos.
Freya me observó atentamente durante tensos segundos y después apartó sus manos de mis mejillas, rozando estas últimas con las frías yemas de sus espigados dedos. Su cuerpo se relajó y en su expresión se cruzó algo que yo conocía demasiado bien: deseo.
—Entonces bésame —susurró, colocando su mano sobre la mía que reposaba en mi pierna.
Aquello me tomó desprevenido, pero todo impulso en mi cuerpo respondió al instante y se acercó a Freya, colocando una mano en su mejilla, acariciando su suave piel y luego deslizándola hacia su nuca para acercarla a mí.
Quería besarla, disfrutar de ese momento que tantas veces había soñado despierto y dormido, pero no era tan fácil, ya no lo sería.
Aproximé mi rostro al suyo, sintiendo su cálida respiración en mi nariz; rocé mis labios contra los suyos con lentitud y ella cerró los ojos, pero en lugar de asestar dicho beso, deslicé mis labios hacia su mentón y luego por su mejilla hasta llegar a su oído y susurrar:
—No sería un beso justo, tú nunca sentirás por mí lo que yo siento por ti, y por eso... —Me alejé, hallándome con los ojos exageradamente abiertos de Freya— quiero conservar mi dignidad.
El rostro de Freya pasó de la confusión a la decepción y luego se deformó en cólera con su entrecejo fruncido. Me empujó lejos de ella y se puso de pie a punto de trastabilleos.
—Púdrete —espetó, pero no había veneno en ello, sino tristeza en su voz quebrada y lágrimas en sus ojos.
Evadí su mirada, sintiendo yo mismo un nudo en la garganta. Freya me miró una última vez, negando con la cabeza, y se fue de ahí con grandes zancadas. No me atreví a seguirla con la mirada y supe que se había marchado cuando la puerta fue azotada y el suelo retumbó debajo de mí.
Tal vez había sido demasiado duro, o ella había entendido mal mis palabras. Jamás fue mi intención herirla, pero yo también estaba alcanzando mi límite y tenía que deshacerme lo que me atormentaba antes de que resultara en algo incluso peor.
Me mordí el interior de la boca para suprimir un grito de frustración y golpeé la mesa con el puño cerrado, notando como una lágrima caía a la superficie de madera.
«Esta no era la manera, imbécil. Te equivocaste y ahora Freya-»
—¡Vaya! —mis pensamientos fueron interrumpidos por una exclamación cerca de mí.
Levanté el rostro con premura y me topé con mi hermana mayor, Dakota, recargada contra el marco de la puerta que daba a la sala. Estaba cruzada de brazos y con una sonrisa burlona en su boca.
—Dakota-
—¡Así que sí te gustan las mujeres después de todo! —se mofó.
Aquello no hizo más que sulfurarme más y di otro golpe a la mesa antes de ponerme en pie y acercarme a ella para encararla.
—¡No puedo creer que sigas escogiendo enojarte conmigo que con el imbécil de tu ex! —bramé—. ¡Soy tu hermano, Dakota! ¡Tu puto hermano menor!
Dakota me alejó de ella empujándome del pecho y luego me señaló con dureza.
—¡Tú no entiendes ni una mierda, Jasper! —gritó de regreso—. ¡Nunca entenderías la vergüenza que pasé ese día! ¡En mi propio cumpleaños! —Se señaló a sí misma y una furia como ninguna tomó control de sus facciones, tanto, que incluso el cabello se le vino al rostro—. ¡No entiendes la sensación y el terror de que podrías quedarte solo por siempre!
Negué con la cabeza
—Tú eres la que no entiende nada —aseveré y me alejé hacia la puerta de la casa, rozando su hombro al pasar—. Así que hazte a ti misma un favor y deja de sacar conclusiones.
—¡¿Y a dónde se supone que vas?! —exigió saber.
Tomé mi chaqueta que dejé colgada en el gancho de la entrada y abrí la puerta.
—Como si fuera a decirte —mascullé—. Cualquier cosa que haga o diga, siempre te harás las peores ideas.
Antes de dejarla replicar, salí de la casa y azoté la puerta a mis espaldas con fuerza. Pude oír como Dakota maldecía desde el interior, pero la ignoré y simplemente me alejé de ahí.
Necesitaba hablar con alguien... con Levi.
¡Perdón por tardar tanto con esta actualización! Me tomé mi tiempo, pero al fin quedó.
Advertencia: a partir de aquí se viene el drama máximo. Literal las cosas sólo empeorarán.
Creo que sueno muy cruel diciendo esto jajajsja.
En fin, ¡muchas gracias por leer! 💙
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