~2~Una Pelota~2~
Julianne no salió de mi cabeza en toda la noche y todo el día siguiente. Era tan misteriosa. Se acercó a mí sin tapujos, pidiéndome ser su amigo sin sentir una pizca de vergüenza. ¿Quién es tan confiado en la vida? No le haría nada malo, pero la posibilidad de encontrar un asesino andando por ahí es muy alta. ¿Y si es ella la peligrosa? ¿Y si debo mantenerme alejado? Nah. Se veía totalmente inofensiva.
Cuando mis padres salieron, me dejaron permiso para salir a explorar por ahí. No es como que lo necesitara porque ellos no volverían hasta mañana, así que... Carlos era un elfo libre esta noche.
Luego de beber un gran vaso de jugo, tomé las llaves y, por alguna razón, mi pelota, y salí al encuentro de mi nueva amiga.
La noche era hermosa. Con el cielo despejado y las luces apagadas, se podían notar las estrellas de manera espléndida. Estaba oscuro, pero no me importaba. Por un momento pensé que la noche era perfecta, que no había nada en el universo que superara este momento. Entonces me pregunté por qué no me gustan los veranos.
Porque ninguno había sido como este.
En dos días había decidido que este era el mejor verano de mi vida, solo porque no me la pasaría solo y amargado.
—Buena noche, Julianne —dije en medio de la oscuridad. Ella llevaba una linterna y sonreía.
—Linda pelota. ¿Quieres que encienda las luces? A mí me gusta así. —Se acercó a la roca donde nos habíamos sentado ayer, hice lo mismo.
—Si te sientes cómoda así, no hay problema. La oscuridad no me asusta. —Me sorprendí al dar una respuesta tan compleja, estaba conversando, no usando monosílabos.
—Al parecer hoy hablarás más que ayer. —Me sonrojé un poco ante su observación, sin embargo, ella no lo notó. Mantuve el silencio flotando entre los dos por un rato. Solo mirábamos las estrellas. El hermoso cielo estrellado. Es curioso que no me había dado cuenta de que me encantaban las estrellas.
Cuando tienes quince años te faltan muchas cosas por descubrir, en especial sobre ti mismo.
—Juguemos con tu pelota —soltó de pronto. La tomó de entre mis manos y caminó lejos—. La lanzamos, quien la deje caer responde una pregunta del otro —explica—, por lo que veo no vas a decir nada en toda la noche y debo buscar la forma de sonsacarte información. —Me lanzó la pelota. Yo la atrapé.
—Demasiado ingenioso, ¿seguro que se te ocurrió a ti, ahora? —Se la lancé de vuelta.
—¡Y para colmo insinúa que soy estúpida! —La tiró con fuerza apuntando a mi estómago.
—¡Cuidado! —grité cuando la esfera asesina llegó a mis manos. Sonreí antes de lanzarla hacia abajo, hacia mis pies—. Bien, no la atrapaste.
—¡Oye! ¡Eso es trampa! —protesta sonriente. Su sonrisa brillaba hasta en la oscuridad—. ¿Cuál es tu pregunta?
Lo pensé un momento. No me interesaban demasiadas cosas sobre las demás personas, no andaba por ahí haciendo preguntas para conocer a quienes me rodeaban. Solo me dedicaba a callar y escuchar. Eso es lo que había aprendido, lo mejor es escuchar atentamente a la gente, no acribillarlas a preguntazos o tratar de conocer lo que no te han dado a conocer. Si alguien quiere ser conocido por ti, se encargará de que así sea, no tendrás que hacer nada más.
Pero con Julianne era diferente, tenía sed de saber quién era y por qué era tan rara.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté sin pensarlo demasiado. Ella arqueó una ceja.
—Dieciocho —dijo—, apostaría mi vida a que tú tienes quince.
—No te equivocas. —Julianne me lanzó la pelota, pero la dejé caer, a propósito.
—Ni siquiera intentaste atraparla, Carlos, así no se vale. —Alcé los hombros restándole importancia. Quería que ella me preguntara algo, no quería llevar la conversación.
—No estaba listo, la tiraste sin avisar. Salvaje.
—¡Cómo te atreves! —Julianne se lanzó hacia mí y yo corrí.
Reímos en la oscuridad de la noche, corrimos en círculos, jugamos. Estaba jugando como hacía meses que no jugaba y estaba riendo como nunca lo había hecho en verano. Por una vez, las vacaciones no eran una tortura, estaba disfrutándolas, no andaba solo ni amargado.
Cuando pensé eso reí aún más.
No sé cuánto tiempo duramos persiguiéndonos el uno al otro, pero cuando nos cansamos caímos rendidos al piso. Nos sentamos ahí, uno al lado del otro y me sentí feliz. Feliz porque tenía una amiga.
—¿Donde vives? —pregunté entre jadeos mientras veía las estrellas.
—¿Ves esa casa? —Señaló la silueta de una pequeña casa más allá de donde yo me estaba hospedando. La oscuridad no me permitía observarla del todo, pero podía distinguirla, así que asentí—. Vivo ahí. —Suspiró—. Desde el dos de julio de algún año.
Y ahí estaba esa fecha otra vez. Traté de reprimir mi curiosidad. El dos de julio parecía importante para ella, y no por algo bueno, su rostro cabizbajo por primera vez en toda la noche lo delataba.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —pregunté por impulso.
Ella sonrió de lado, tomó mi mano y la puso entre las suyas. Comenzó a pasar su dedo sobre las venas que se marcaban en ella. El silencio volvió a extenderse en el ambiente, solo se distinguía el ruido de las olas tratando de sobrepasar su límite.
—Tus manos me gustan —murmuró y continuó acariciándolas. Mientras lo hacía noté que llevaba uno de esos brazaletes con cuentas en forma de letras. Dos de julio era la frase que formaban.
—¿Qué pasa el dos de julio, Julianne? —pregunté al fin. No podía seguir con la duda. Sin embargo, no recibí ninguna respuesta. Ella soltó mi mano y miró hacia el cielo.
—Mira, hoy se ve con claridad la osa mayor —evadió mi pregunta.
Entonces entendí que el dos de julio no era un buen tema para hablar con Julianne. Así que mantuve silencio y me quedé mirando las estrellas a su lado.
Toda la noche.
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