Capítulo 18: Hierba
Enero de 2013
Gohan
Estaba caminado el tramo que había entre la parada del autobús y mi casa, cuando me un chico que no tardé en reconocer se me acercó y me abrazó por los hombros. Realmente me causaba desagrado cuando alguien que no era Ashton me abrazaba así.
—Gohan, ¿cómo estuvo la escuela? ¿Tan bien como siempre?
—Hola, Julián... sí, tan bien como siempre —respondí de mala gana.
—Sabes, necesito algo de ayuda.
Oh, no. Nada bueno podía pasar cuando un pandillero drogadicto de diecisiete años te pedía ayuda.
—¿Con qué?
Julian me empujo hacia un pasaje y me puso detrás de un poste para luego sacar de su pantalón un arma.
—La policía hará una revisión sorpresa a la casa hoy día, a ti no te conocen, así que necesito que guardes esto. No está cargada —me dijo.
Yo no era gran amigo del sujeto, lo conocía solamente porque por ahí todos se conocían. Además, era importante hacerles saber que estabas de su lado y no del de la policía o te dejarían con tantos agujeros como un colador.
Si no guardaba esa arma, me podía ver metido en conflictos con una pandilla, esa vez de verdad, y si no lo hacía, pues podía llegar a tener problemas con la policía.
—¿Y qué pasa si se enteran de que me diste esto?
—Tranquilo, nadie se va a enterar y bueno... —comenzó a buscar algo en el bolsillo de su sudadera—. Te daré esto como paga.
Entonces me entregó una bolsita con lo que sabía que era marihuana.
—Yo no fumo —le dije.
—Pues deberías comenzar a hacerlo... Bueno, gracias, Gohan, iré a tu casa mañana en la mañana.
No alcancé a decir o a hacer algo más, cuando Julián se marchó en dirección a la casa donde tenían su bodega de drogas.
Yo metí el arma y la hierba en mi mochila y seguí mi camino intentando fingir tranquilidad.
«Es un arma descargada y en el peor de los casos, dices que es de George. Se lo merece por dejarte la nariz morada el año pasado».
Al menos, mi nariz no se había enchuecado, ni había quedado con alguna montura, porque, en ese caso, le hubiera roto la nariz de vuelta.
Cuando entré a mi casa, metí el arma debajo de una de las almohadas del sofá, pues no me incriminaría tan fácil metiéndola a mi habitación, y la hierba la oculté bajo mi colchón.
No tenía ni la menor idea de lo que iba a hacer con una bolsa de marihuana. No podía venderla por ahí, si alguien me veía vendiendo droga en su territorio me volarían los sesos... ¿debía fumarla? Suponía que debía consultarlo con Ashton y ahí decidir.
[...]
Después de todo, Julián volvió en la mañana del viernes por la pistola y mi mamá ni siquiera supo que esa arma había estado dentro de nuestra casa.
—Gracias, Gohan... y toma —me dijo, sacando unos papelillos de su bolsillo del pantalón—. Había olvidado darte eso.
Yo tomé los papelillos y los guardé en mi chaqueta del uniforme.
Julián metió la pistola en su pantalón y se marchó rápidamente. Suponía que el que estuviera ahí, libre, significaba que la revisión no había dado ni con drogas, ni armas ilegales.
Yo salí de casa también para ir a la escuela, con la bolsa de marihuana en la mochila. Obviamente estaba algo nervioso, pues en California, la marihuana solo era legal para uso medicinal y yo no tenía ninguna enfermedad para la que me hubieran recetado cannabis o algún producto de esta.
Una vez que estuve en la escuela, había olvidado que llevaba drogas conmigo y recién cuando salimos y comenzamos a caminar hacia Beverly Hills, lo recordé.
—Oh, mierda —dije.
Ashton me miró extrañado.
—¿Qué te pasa?
—Tengo marihuana en la mochila —solté como si nada.
Ashton me miró asombrado y aterrado a la vez.
—¿Qué tienes qué en dónde?
—Es que todo comenzó ayer cuando...
Entonces le conté mi historia con el pandillero traficante para contextualizar.
—La marihuana es ilegal aquí —me dijo Ashton cuando terminé.
—No me digas, genio —dije irónico.
—¿Qué vas a hacer con ella? —preguntó Ash con curiosidad.
Yo me encogí de hombros.
—Te iba a pedir ideas a ti... ¿qué harías tu con ella?
Ambos nos quedamos en silencio, mientras seguíamos avanzando por la calle. Podía imaginar que Ashton estaba pensando mi pregunta y yo estaba intentado descifrar que pensaba.
No mucho más allá, Ashton rompió el silencio.
—Pues desperdiciarla sería triste, solo es una hierba que causa efectos alucinógenos, ni siquiera hay una prueba real de que mate las neuronas... ¿Qué tan malo sería consumirla?
—Pues no sé, pregúntale a tu papá —bromeé.
Ashton fingió una risa y me dio un empujón.
—Ni siquiera juegues con eso... tenemos que hacerlo fuera de mi casa porque si papá lo descubre... —hizo como si le como si le cortaran la garganta.
—Tampoco podemos hacerlo en mi casa. Viviremos entre drogadictos, pero a mi mamá no va a gustarle que yo sea uno.
Volvimos a instalarnos en un silencio, hasta que Ashton salió con una idea:
—La fiesta de cumpleaños de Henry... sus papás no estarán y si algún adulto responsable descubre el olor a hierba, pues lo culpamos a él o a alguien más de la fiesta —dijo—. Nadie tendrá como saber que fuimos nosotros entre tantas personas.
Henry era un compañero de clase que estaba de cumpleaños la próxima semana y, gracias a la idea de Ashton, ahora nos aprovecharíamos de eso.
[...]
La casa de Henry era una típica casa estadounidense de clase media alta. Situada en un barrio medianamente tranquilo, con un gran patio y suficiente espacio para una gran fiesta como esa.
Ashton y yo habíamos estado conviviendo en el primer piso de la casa durante una hora, haciendo presencia. Si hubiéramos sido otras personas comunes, hubiera pasado desapercibida nuestra ausencia, pero no era el caso.
No importaba que Ashton y yo fuéramos los más grandes nerds de la escuela, seguíamos siendo extremadamente populares y todos querían pasar el rato con nosotros. Nos habían invitado a jugar, a beber y varias chicas nos habían estado coqueteando, aun cuando varias de ellas ya nos habían besado alguna vez. Solo habíamos estado bebiendo un rato, pero a todo lo demás, nos habíamos negado.
Lo único que Ashton y yo queríamos hacer, era entrar al baño que sabíamos que había en el segundo piso y probar los cigarrillos de hierba que tenía en mi mochila.
Yo había preparado la hierba como se debía y armado los cigarrillos unos días atrás. No había sido tan fácil como creía, de hecho, me habían quedado bastante horribles; pero me lo perdonaba por ser la primera, y quizás, única vez.
Una vez que ya mucha gente estaba ebria y no estaban del todo conscientes, los dos subimos al segundo piso y nos encerramos en el baño para encender los cigarrillos y comenzar a fumarlos. Teníamos seis cigarrillos, pero dudaba que nuestros pulmones soportaran tanto.
Ambos tosimos bastante con la primera calada e incluso con la segunda, pero con el tiempo comenzamos a acostumbrarnos. Esa experiencia había sido mucho mejor que nuestra primera vez bebiendo alcohol, tenía un mejor sabor y no me hizo querer vomitar.
Cuando terminamos el primero, Ashton dijo:
—No siento nada raro, ¿y tú?
—Tampoco... quizás uno es muy poco.
Realmente no sabía mucho de la marihuana. No sabía las cantidades que se debían fumar para sentir efectos, ni cuando era buena o no.
Comenzamos a fumar un segundo y fue entonces cuando comencé a sentirme algo atontado. Sentía que mis pensamientos iban más lento comparado con lo normal, por alguna razón, me sentía muy feliz.
—¿Sabes qué? —Ashton soltó una risa algo torpe y levantó el cigarrillo—. Tiene forma de pene.
De ninguna forma Ashton hubiera dicho tal tontería estando en sus cinco sentidos y yo no me hubiera reído.
Nos estuvimos riendo de la misma estupidez durante más o menos cinco minutos y cuando por fin nos detuvimos, Ashton se levantó del suelo, se mareó y cayó justo dentro de la tina. Nuevamente nos dio un ataque de risa.
Yo estaba intentado tirar a Ashton fuera de la tina, pero estaba tan débil por la hierba y la risa, que no estaba siendo de gran ayuda. Una vez que logró salir, nos marchamos del baño y comenzamos a caminar muy torpemente por el pasillo del segundo piso. Todo estaba relativamente bien, hasta que llegamos a la orilla de la escalera.
Ashton bajó un escalón, afirmándose del barandal con fuerza y yo me afirmé de du brazo derecho mientras lo seguía. Obviamente no salió bien, Ashton no calculó bien donde estaba el siguiente escalón y pasó de largo, llevándome con él. Terminamos rodando los siguientes escalones hasta llegar a primer piso.
—Auch —se quejó Ashton—. Hagámoslo de nuevo.
—¡Sí!
Si me hubieran advertido del dolor de espalda y cuello que sufriría las siguientes semanas, no le hubiera seguido el juego.
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