Capítulo 13: Mamá y Papá

Ashton

Realmente comenzaba a pesar de que papá y mamá estaban por divorciarse, pues, aunque siempre eran un tanto fríos y distantes, por alguna razón parecía que antes se miraban con cariño. La verdad era que no los entendía, pero suponía que así era. 

La situación en ese momento era demasiado tensa, pero al menos ambos estaban evitando pasar mucho tiempo en casa y, por lo que había notado, seguían durmiendo juntos, aunque podía ser solo por mantener las apariencias y realmente uno estaba en el suelo en un saco de dormir (muy probablemente papá).

Lamentablemente para mí, ese día papá terminó por agarrarme y llevarme a su oficina para hablar.

«No puede saber que fuiste tú, supuestamente tú no estabas ahí».

—Ashton, yo sé que tú y yo no nos llevamos del todo bien, pero necesito que me digas si es que sabes cual de tus hermanos habló con tu mamá el día que discutimos y te daré lo que tú quieras.

«Tómalo», dijo mi mente de inmediato.

Podía pedir tantas cosas, como un viaje, un boleto a un concierto, permisos para salir o una megafiesta de cumpleaños; pero había un leve problema: no había sido ninguno de mis hermanos y si mentía, no dudaba que me descubrirían.

—No sé, papá, yo salí con Gohan —eso no era del todo mentira—. Y no quiero ser grosero, pero están discutiendo por una estupidez de hace treinta y ocho años.

—Tu mamá está discutiendo por eso —me corrigió.

—Y tú no sabes ponerle un alto. Llevas con ella treinta y dos años, ¿y no sabes cómo tranquilizarla?

Mi padre me sostuvo la mirada un momento, para nada feliz con mi comentario.

—Sal de mi oficina, Ashton.

Yo solté un suspiro y me retiré sin decir nada más. No quería tener más problemas con papá.

[...]

No sabía que había hecho papá en esos tres días después de que habláramos en su oficina, pero había logrado que las cosas volvieran a su orden habitual y nuevamente, mamá lo miraba con amor y no intentando ahorcarlo con telepatía.

Ni mis hermanos, ni yo, tampoco Gohan, habíamos preguntado algo durante ese tiempo por temor a arruinar todo. Habíamos decidido que, si ellos estaban bien, lo mejor era cerrar la boca.

Ese día había sido un tanto aburrido, en especial porque Gohan no se había podido aparecer por ahí porque había tenido una cita con el dentista en la tarde.

Todos los días que Gohan no estaba conmigo eran bastante tediosos, de hecho, me comenzaba a preguntar cómo me divertía antes de él, pero no lo recordaba. Sí, no había sido más de cuatro años atrás, pero aun así mis recuerdos del pasado parecían haber sido remplazados por momentos con Gohan y más momentos con él.

A veces tenía mis dudas... dudas de que el amor que le tenía era de simple amistad. ¿Y si era bisexual? ¿Y si me gustaba Gohan? O sea, nuestra relación era un tanto más intensa que las amistades de chicos de catorce y eso me hacía creer que era porque yo tenía otros sentimientos entremedio.

Durante toda mi vida había estado completamente seguro de que me gustaban las mujeres y solo ellas. Los hombres, en general, me causaban algo de repulsión, no entendía como le podían gustar a alguien. No entendía que diferenciaba a Han de los demás hombres para mí, pero, por alguna razón, besarlo y dormir con él no se me hacía asqueroso.

El estar mucho tiempo solo me hacía darle muchas vueltas a esa clase de asuntos y ya no quería hacerlo más, por lo que me dispuse a encontrar alguna actividad que hacer.

Lo primero que se me ocurrió fue ver las estrellas con mi telescopio, pero dudaba que lograra encontrar algo en el cielo de Los Ángeles con la cantidad de luz emitida por los seres humanos.

«Maldita contaminación lumínica... Bueno, nada se pierde con intentar».

Tomé mi telescopio con su trípode para ir al patio a intentar ver algo, pero había otro pequeño detalle: los árboles y casas. El estar tan abajo no me permitía tener una vista tan completa.

Comencé a buscar un lugar de donde sería bueno observar estrellas y cuerpos celestes, hasta que me posé en el balcón de mis padres. No, eso seguía siendo muy abajo, igual que el mío. Entonces subí un poco más y me encontré con el alto techo de la casa.

«No se diga más».

No tardé mucho en llegar a mi cuarto de nuevo y esa vez, con una escalera que me sirviera para alcanzar el techo.

Lo más difícil había sido subir el telescopio, en especial porque me temblaba todo el cuerpo al pensar que se me podía resbalar y caer; pero logré subirlo sin mayores complicaciones.

¿Cómo bajaría las cosas después sin morir? Eso era problema para el Ashton del futuro.

Estuve casi una hora viendo lo que podía encontrar. Había logrado ver la luna de más cerca y, por suerte, también había logrado ubicar Marte. Hubiera sido divertido encontrar algo nuevo y poder ponerle mi nombre en su honor, pero esa era una fantasía que dudaba que se pudiera hacer realidad.

Cuando me aburrí, fue la hora de bajar.

Desde el comienzo la cosa no se veía bien, pero empeoró cuando me tropecé con una de las tejas, cayendo sobre la escalera que estaba en mi balcón y luego, cayendo al suelo del balcón.

Me quedé un momento quieto, quejándome por el dolor. Creía haberme roto una costilla al menos, pues me había enterrado la escalera justo en un costado. Todo se puso peor cuando sentí mi frente mojada y cuando llevé mi mano a mi rostro para ver qué clase de líquido era, me di cuenta de que estaba sangrando.

—Mierda...

Esperaba que mamá, Pierce, Bev y Anette tuvieran algunos implementos en casa para evitar que muriera desangrado.

Me levanté del suelo como pude, pues, aun gritando, dudaba que me lograran escuchar.

Comencé a caminar por el segundo piso quejándome y pidiendo ayuda, en dirección al cuarto de mis padres. Iba con una mano presionando mi frente sangrante y la otra ayudándome a agarrarme de las paredes para no caer al suelo, pues me sentía algo débil.

Sin tocar, abrí la puerta del cuarto de mis padres y me encontré con una desagradable escena. A penas vi las bubis de mi madre, cerré los ojos y pegué un grito.

—¡Ah, que asco!

Pude sentir movimientos en el cuarto que me indicaba que mis padres debían estar vistiéndose.

—Oh, no, Dios —oí decir a Beverly, quien seguramente había salido al oír mis quejidos en el pasillo.

—¿Qué demonios, Ashton? —preguntó mi papá—. ¿Por qué entras sin tocar? ¿Y por qué te sangra la cabeza?

Yo abrí los ojos y entonces pude ver que mis hermanos y padres recién se percataban de que yo estaba herido.

—Me siento mareado.

Al terminar de decir eso, me desequilibré y Anette me alcanzó a sostener.

Mi mamá no tardó en llegar junto a mí.

—Iré a lavarme las manos y vuelvo.

—Sí, por favor, no quiero saber que tocaste —le dijo Pierce.

Mamá le dio una mirada de molestia a Pierce, pero fue directamente al baño, para luego volver con un botiquín.

Anette me había dejado en el suelo y Pierce estaba revisando mis signos vitales con su estetoscopio.

—Si tienes suerte, solo se te habrán reventado unos vasos superficiales —me dijo Anette.

Marco y papá eran los únicos que estaban parados a un lado de la habitación con algo de asco en sus expresiones. Ellos no amaban ver sangre, menos tan de cerca.

Mamá no tardó en aparecer y se agachó a mi lado.

—¿Qué te duele, Ashton?

—Costillas —dije apenas.

Mamá apartó la ropa que me cubría el abdomen y comenzó a palpar con cuidado mis costillas.

—Sí, parece que aquí hay una rota. Será mejor que lo llevemos al hospital para asegurarnos de que no le hayan roto ningún vaso u órgano —avisó mi mamá—. Ahí sabremos si necesita operación o se curará solo.

—Iré por la camilla —dijo Beverly.

Al menos, el que tres personas de esa casa fueran trabajadores del área de la salud y otra fuera una estudiante de la misma área, significaba que teníamos más recursos e implementos que otras personas. No cualquiera tenía una camilla y estetoscopios.

Una vez que Beverly dejó la camilla de emergencias a un lado mío, entre Pierce, mamá y Anette me levantaron para subirme en ella y luego, papá y Marco los ayudaron a cargarla hasta el auto.

—Lamento haberlos interrumpido —le dije a mi mamá al momento en que subió al auto.

Ella me dio una caricia en el cabello.

—Está bien, Ashton, solo que para la próxima que tengas un accidente así, grita desde afuera, por favor.

Yo solté una pequeña risa, lo que la hizo sonreír a ella.

Al menos suponía que mis padres estaban mucho mejor y que, además, no estaban juntos solo por guardar las apariencias. Parecía que todo indicaba que se amaban en serio y me alegraba por ambos.

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