Capítulo 8

—Muy bien, no has hecho nada en todo el día —murmuró Bellatrix cuando dieron las dos.

El zorro al que había estado vigilando tras el monitor no había hecho nada que no hiciera un zorro normal, lo cual era buena noticia: se adaptaba bien al lugar. Miró a su alrededor y se preguntó si Snape acudiría para preguntarle por su jornada o informarla de que se podía marchar. No lo hizo, pero sí Dumbledore.

—¿Cómo ha ido tu primer día?

—Bien. Más o menos he aprendido a usar el programa y a mirar las cámaras.

—Me alegro, me alegro. Ya puedes marcharte. En cuanto de la hora, te vas; tu encargado puede estar ocupado. Recuerda fichar a la salida.

—Ah, qué bien —respondió Bellatrix que agradecía no tener que hacer horas extra sin sueldo como en la mayoría de empleos—. ¿Usted no viene?

—No, generalmente llevo otro horario y mi chófer ya está recuperado. ¿Podrás venir sola a partir de ahora?

—Claro.

—Estupendo, bienvenida a Hogwarts, Bellatrix. Espero que consideres este tu hogar.

Ella asintió algo incómoda, recogió sus cosas y fue al aparcamiento a por su coche. Qué raros eran todos ahí...

Cuando llegó a casa Sirius estaba sirviendo la comida mientras Marlene ponía la mesa. Su primo la recibió con interés.

—¿Qué tal ha ido tu primer día?

—Bien. Mi jefe es imbécil, pero como todos, y creo que lo podré hacer bien. Parece un trabajo tranquilo y bien pagado, así que estoy contenta.

—No te van a dar los disgustos el primer día, espera que pasen unas semanas a ver si sigue tranquilo —vaticinó Marlene.

—Lo importante es que estés contenta —zanjó Sirius—, me alegro de que haya ido bien. Cuéntanos qué has hecho.

Se sentaron los tres a la mesa y Bellatrix les relató su jornada... con un poco de creatividad. No iba a reconocer delante de Marlene que solo miraba una pantalla, eso podría hacerlo cualquiera. Así que inventó también una visita a los zorros, aseguró haber jugado con ellos y haber recorrido el santuario. Los dos tuvieron envidia, parecía un trabajo muy emocionante.

Por la tarde la pareja se iba de compras a Harsea, la ciudad vecina, y le ofrecieron a Bellatrix ir con ellos. Rechazó la propuesta amablemente declarando que estaba cansada del trabajo y prefería quedarse en el pueblo.

—Dejadme a Canuto y lo paseo luego.

—Muy bien, pasadlo bien —le sonrió Sirius.

Bellatrix sonrió también, era un acto reflejo cada vez que lo hacía su primo. Paseó con el perro por el pueblo y sus alrededores durante varias horas. Cuando volvió a casa, Sirius ya se había marchado al trabajo. Marlene salía en ese momento.

—Ah, hola, Bellatrix. Me voy con las chicas... Lily, Alina, Dorcas... ¿Quieres venir?

—No, gracias, me iré a dormir pronto.

El suspiro de alivio que soltaron ambas fue casi audible. Marlene se alejó a casa de sus amigas y Bellatrix decidió ir a ver a Sirius.

—¿Vienes, Canuto?

El perro la siguió alegremente agitando el rabo y en cuanto entraron al bar, corrió a tumbarse junto a la chimenea. Sirius estaba tras la barra, teniendo lo que parecía una discusión tensa con un hombre que de espaldas a ella. Bellatrix frunció el ceño y se acercó dispuesta a solucionarlo a cuchilladas.

—Oh, vamos, claro que lo sabes. La vi paseando a tu perro —decía el hombre.

En ese momento, Sirius se percató de que Bellatrix había llegado. El hombre frente a él, captó el gesto y se giró. Al verla su rostro se iluminó; un rostro objetivamente bello, tuvo que reconocerse Bellatrix. Tenía los ojos verde grisáceo y el pelo rubio oscuro, las facciones marcadas y una barba de tres días perfectamente cuidada. El cuerpo iba acorde: atlético, casi tan alto como Sirius y con unos vaqueros y una camisa oscura que le sentaban muy bien. A la chica le sonaba vagamente, pero no recordaba de qué.

—Te estaba buscando —saludó a Bellatrix—, pero aquí el señor Black se negaba a decirme quién eres.

—No nos conocemos. ¿Por qué me buscas?

—Te vi el otro día con el coche y quería saber quién eras.

El del Lamborgini Diablo que la miró mientras paseaba a Canuto, de eso le sonaba. Bellatrix continuó mirándolo con desprecio y le soltó:

—Eso suena a puto loco.

—Oh, vamos, tú también me miraste —respondió él divertido por su actitud.

—Miré el coche. El coche estaba bien, tú eres un humano mediocre.

—¿Te gustan los coches? —preguntó él con interés, haciendo caso omiso al insulto.

—Más que los humanos, lo cual es decir bastante poco.

—Lo tengo aquí enfrente, puedo llevarte a dar una vuelta.

—Estoy muy ocupada ahora —respondió Bellatrix de brazos cruzados, dejando claro que no estaba nada ocupada.

—Tengo que volver a Londres, pero vengo casi cada semana. ¿Quedamos la que viene y te llevo a dar una vuelta? Es impresionante en carretera.

Bellatrix lo pensó. Sirius, que no había parado de mirarlos sin perder detalle de la conversación, tuvo que alejarse con fastidio cuando otro cliente reclamó su atención. Al final, ella decidió:

—No quiero que me lleves de paseo como a una anciana. Quiero conducir yo.

Él la miró sorprendido.

—Ni a mi hermano le he dejado conducirlo.

—¿También has intentando ligarte a tu hermano?

Eso le hizo reír. Se quedaron mirándose en silencio, examinando mutuamente sus rostros.

—El martes que viene a las ocho de la tarde en la parada de bus a la entrada del pueblo. Ven y me lo pensaré —decidió él.

Sin esperar respuesta, dejó sobre el mostrador un billete por un importe muy superior a la cerveza que había consumido y se giró para marcharse.

—Rodolphus Lestrange, por cierto —se presentó ofreciéndole la mano.

Bellatrix dudó, cruzada de brazos sin inmutarse, pero al final respondió al gesto.

—Bellatrix Black.

—¿Su hermana? —inquirió Rodolphus señalando a Sirius con un gesto de cabeza.

—Prima.

Rodolphus asintió atesorando el nuevo dato y se despidió con un «Hasta la semana que viene, Bellatrix». «Ya veremos, Lestrange» respondió ella. Observó como se marchaba y después sacudió la cabeza y se sentó en el hueco que había dejado en la barra. Al poco volvió Sirius que le dedicó una mirada dura.

—¿No me pones mi whisky?

—¿Vas a quedar con él?

Bellatrix se encogió de hombros y respondió:

—No tengo mucho que hacer por aquí... Tampoco muchas ofertas.

—Lestrange no lleva buena fama.

Sirius le contó que Rodolphus era también un hombre de negocios de Londres. Provenía de una familia muy acaudalada con ramas en la nobleza, similar a los Black. Acudía dos o tres veces al mes para encontrarse con Grindelwald por asuntos de trabajo. No sabía cuáles exactamente, pero Sirius aventuraba que nada legal. A Bellatrix no la convenció: no solía juzgar a la gente con vidas alternativas (ella era el mejor ejemplo) y además Grindelwald le había caído bien. Ni siquiera le había contado a Sirius que le reveló que había estado en prisión.

Viendo que no iba a hacerla cambiar de opinión, Sirius sugirió:

—Queda con él aquí y así le puedo echar un ojo.

Bellatrix rio y le dio gracias por su preocupación, pero le recordó que podía cuidar de sí misma:

—¿Tienes miedo a que le haga daño a una expresidiaria condenada por agresiones con armas blancas, de fuego y de todos los colores?

Sirius dudó sin encontrar ninguna réplica razonable. Al final suspiró, le sirvió su whisky y le advirtió que tuviera cuidado. Bellatrix asintió satisfecha. En ese día había conseguido trabajo y una cita con un tipo extraño pero guapo, su vida empezaba a mejorar.

A lo largo de la semana no hubo muchos cambios en el trabajo: cada día había un nuevo informe sobre su mesa para que vigilara a otro animal que se sumaba a los anteriores. Tenía la pantalla dividida en cuatro cuadrantes donde observaba a un par de zorros, un corzo y una gacela. Apuntaba en el programa cualquier cambio en sus rutinas, pero no había muchas variaciones. Sobre las once paraba para tomarse el almuerzo que le preparaba Sirius, normalmente un sándwich, pero no se movía de su mesa, se lo comía ahí mismo.

No se llevaba bien con nadie, solo la saludaban quienes entraban en la sala y se notaba que no les generaba confianza. Ya se había percatado de que toda esa gente era muy rara... o quizá la rara era ella.

—Black, ¿estás libre? —le preguntó McGonagall.

Bellatrix levantó la cabeza y señaló la pantalla con un gesto.

—Estoy vigilando a estos.

—Estarán bien —aseguró la subdirectora—. Necesito ir a por un corzo con el jeep y hoy no hay nadie que lo sepa manejar. ¿Has conducido alguna vez uno?

Bellatrix asintió. En el concesionario solían dejarle probar los coches para familiarizarse con ellos. No era una práctica habitual, pero Slughorn se lo permitía.

—Vamos entonces.

Las dos mujeres se dirigieron a la nave donde guardaban los vehículos. McGonagall pasó su tarjeta de empleada y el portón se abrió. Pasaron junto a los Nimbus, los carritos para corta distancia, y al fondo McGonagall subió de copiloto a uno de los todoterreno cuyas llaves entregó a Bellatrix. Subió también y observó que en la parte de detrás había una especie de jaula acondicionada para trasladar animales.

—¿Por dónde vamos? —inquirió Bellatrix.

McGonagall consultó la pantalla de lo que parecía un localizador y le fue dando indicaciones. Salieron de Hogwarts y se alejaron en dirección contraria al valle de Godric. Eran caminos boscosos, con desniveles y giros bastante bruscos. Bellatrix comprendió que no todo el mundo podría manejar un vehículo en un trazado tan nefasto.

—Casi nadie conducimos —reconoció McGonagall—. La mayoría en Hogwarts somos estudiosos, a mí Albus me reclutó cuando estaba de profesora en Oxford. Gente con un perfil más técnico tenemos pocos: a Hagrid, que se ocupa de las reparaciones, pero es tan alto y ancho que ni siquiera cabe en los coches; Ernie, el chófer de Albus, que también hace traslados por aquí y un par de chicas y chicos jóvenes. Pero todos tratan de evitar estos caminos, son demasiado sinuosos. Por eso preferimos vivir en Hogwarts: te ahorra el trayecto diario.

Bellatrix asintió. No le sorprendió que ahí fuesen todos cerebritos y poco hábiles manualmente.

—Para aquí. Esto marca que estamos ya en la zona —la avisó McGonagall media hora después.

Bellatrix estacionó en un terraplén y bajaron del vehículo. La subdirectora cogió un maletín del coche y abrió la marcha; avanzaba con movimientos felinos por la zona boscosa en la que se encontraban. Al pronto se escuchó a un hombre gritar:

—¡Aquí, aquí!

Los habitantes de la zona —leñadores, labradores, guardas forestales— conocían el santuario y avisaban si encontraban algún animal herido. Siguieron la voz y encontraron a un leñador con el hacha apoyada sobre un tronco. Junto a él había un corzo herido: estaba atrapado en una trampa que habría colocado algún cazador y gimoteaba horrorizado. Debía tener pocos meses, no era muy grande.

—Muchas gracias, ya nos ocupamos —informó McGonagall al hombre.

El leñador se despidió y se marchó. La subdirectora abrió el maletín que tenía dos compartimientos: uno con herramientas para liberar al animal y otro con un botiquín.

—Sácale la pata cuando te diga —avisó a Bellatrix.

Con pocos pero expertos movimientos, McGonagall abrió el cepo y Bellatrix liberó al corzo.

—Sujétalo bien —advirtió la subdirectora.

Bellatrix lo hizo, no fue muy complicado porque estaba tan débil que apenas podía moverse. Observó con fascinación la rapidez y eficacia con la que McGonagall hacía las curas. Se notaba que llevaba una década haciéndolo. Lo primero que le suministró debía de ser un calmante que lo adormeció. Después, le fue curando las heridas con esmero. Cuando terminó, el animal parecía menos dolorido.

—Vamos al coche, lleva tú el maletín —indicó la subdirectora.

Bellatrix recogió el instrumental, McGonagall alzó al animal en brazos y volvieron al coche. Colocaron al ciervo en la jaula, perfectamente adaptada para que no se golpeara ni sufriera ningún daño por el camino. Bellatrix condujo más despacio que a la ida para evitar daños. Pronto estuvieron de vuelta en los terrenos de Hogwarts.

—Sigue hasta el centro de los cérvidos, por la izquierda, rodeando la zona de los jabalíes.

Llegaron a la nave donde Bellatrix le dio un biberón a un cervatillo en su primer día. Ahí bajaron al animal del coche y entraron.

—Ah, Filius, qué bien que estés tú —saludó McGonagall a un hombre que medía la mitad que ella y llevaba un mono azul oscuro—. Aquí traemos al nuevo corzo.

Lo colocaron sobre una mesa de análisis y repasaron todas las curas.

—¿Conoces a Bellatrix?

—No, pero he oído hablar de ella —sonrió el hombre alzando la vista—. Filius Flitwick, querida, jefe de Ravenclaw.

La chica le estrechó la mano con cierta desconfianza. ¿Cómo que había oído hablar de ella? No necesitó preguntarlo para que el hombre se lo aclarara:

—Ten en cuenta que vivimos todos aquí juntos... y somos un poco chismosos. Las noticias circulan rápido.

Bellatrix no respondió.

—Ya puedes volver a tu puesto —le indicó McGonagall—. No te preocupes por el jeep, hasta el garaje puedo llevarlo. Coge uno de los Nimbus de aquí fuera y así no tienes que ir andando.

—Vale... pero... ¿el corzo se pondrá bien? —preguntó dudosa. Después de haberlo rescatado, quería estar segura de que se curaría.

—Seguro —respondió Flitwick—. Las heridas son profundas, pero habéis llegado justo a tiempo. Lo cuidaremos bien y en pocas semanas estará dando saltos de nuevo.

Bellatrix asintió aliviada y se giró para marcharse.

—Black —la llamó McGonagall—. Buen trabajo.

Mostró en su rostro lo más parecido a una sonrisa que Bellatrix le había visto. Se fue satisfecha de que por fin valoraran su trabajo, aunque no fuese gran cosa, aunque fuese solo conducir por caminos retorcidos. Era un trabajo digno y además le habían salvado la vida a un animal. Concluyó que había motivos para estar orgullosa.

Se subió a uno de los carritos Nimbus aparcados a la entrada y volvió al centro de control. Dejó el vehículo en el correspondiente aparcamiento y volvió a su puesto.

—Exactamente como os dejé —murmuró satisfecha al ver que los cuatro animales a los que estaba vigilando seguían sin hacer gran cosa.

Diez minutos después apareció Snape y se acercó a ella. Eso era extraño, solo solía recibir la visita a primera hora para darle nuevos especímenes a vigilar. Si aparecía en algún otro momento era para consultar algo o hablar con otros, a ella ni la saludaba.

—¿Dónde estabas? —le preguntó con su voz fría.

—¿Aquí? —replicó Bellatrix mirando a su alrededor. Estaba medio tirada en su silla y no se enderezó por respeto como sí hacía con McGonagall.

—Hace cuarenta minutos no estabas aquí. Y hace veinte tampoco.

—¡Ah! —exclamó la chica como si entendiese por fin a qué se refería—. McGonagall me ha pedido que la ayude con una cosa.

—¿Qué cosa?

—No sé si se lo puedo contar, igual es secreto... —murmuró Bellatrix con cara de preocupación.

Estaba segura de que no era secreto, solo quería fastidiar. Sus interacciones eran escasas, pero eso no era óbice para que el odio que le profesaba creciera día a día. Su mera voz le resultaba irritante. Por la forma en que el rostro de Snape se quedó lívido, supo que había logrado su objetivo.

—Soy tu superior. Y el jefe del Slytherin. Te exijo que...

—Sí, sí —le interrumpió Bellatrix con un gesto de la mano, como quitándole importancia a sus títulos—. Pero McGonagall es la subdirectora, es más que usted, así que no sé...

—Escúchame bien, niñata engreída —siseó el hombre bajando el tono ya de por sí casi inaudible—, si te piensas que...

—Si usted se piensa que voy a permitir que... —empezó a replicar Bellatrix que había apuñalado a personas por faltas de respeto mucho menores.

Ambos tuvieron que interrumpir sus amenazas porque sonó el teléfono y el encargado que descolgó avisó a Snape de que era para él. Tras dedicarle a Bellatrix una mirada amenazante de «Esto no ha acabado» se desplazó a responder.

Bellatrix no supo quién llamaba y apenas logró escuchar las réplicas (que fueron monosílabos), pero vio que Snape la miraba de reojo. Colgó rápido, sin despedirse y aún más enfurecido. Salió de la sala y Bellatrix no volvió a verlo ese día.

—Al parecer sí que habíamos terminado —murmuró satisfecha.

No fue difícil deducir que, conociendo a su avinagrado compañero, McGonagall le habría llamado para explicarle la ausencia de Bellatrix. Y no había tenido narices de replicar a la subdirectora. Imaginárselo tragándose su propia bilis le resultó muy satisfactorio.

—Las dos —comprobó mirando el reloj—. ¡A mi casita! Bueno, más bien... ¡a la casita de mi primo y la estúpida con la que se casó!

Fue muy feliz narrando durante la comida el episodio del rescate, sobre todo cuando Sirius la felicitó admirado y orgulloso de ella. A Snape ni lo mencionó. Sabía que si le decía a su primo que un imbécil había tratado de insultarla, subiría a Hogwarts y le partiría la cara. Y Bellatrix no quería eso... deseaba hacerlo ella misma. 

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