Capítulo 28
El dos de enero el pueblo regresó a la normalidad: Sirius volvió a su casa, Canuto recuperó su paz y Marlene llegó a media mañana. Bellatrix se fue a trabajar, saludó a los zorros y a volver a casa vio que Sirius le había llevado la comida en una de sus visitas matutinas para jugar con Saiph (que seguía siendo agresivo pero a la vez le exigía que jugara con él; había salido a su dueña). Pudo comer tranquila sin tener que saludar a la mujer de su primo. Por la noche fue al bar a charlar con Sirius y Grindelwald la saludó con su copa de vino. El día transcurrió sin incidentes.
—¡Sirius! ¡Hoy he hecho fotos a lobitos! —exclamó Bellatrix.
Acababa de volver del trabajo e iba a comer con él. Irrumpió en su casa sin darse cuenta de que Marlene y él estaban teniendo una conversación seria.
—Bueno, en realidad se llaman lobeznos, pero yo los llamo lobitos porque... —continuó alegremente—. Oh, perdón, ¿estabais en algo? —preguntó al verlos a los dos de pie en medio del salón y notando por fin la tensión.
—No, no... Solo con... —respondió Sirius.
—Es igual, vamos a comer —suspiró Marlene.
Bellatrix asintió ligeramente incómoda y se centró en saludar a Canuto que agitaba el rabo feliz de verla. Después se sentó a la mesa. Sirius le pidió que le relatara lo de los lobitos y ella contó lo contentos que estaban todos en el santuario porque había una nueva camada de lobo rojo. Ella se había encargado de fotografiar a los cinco cachorros y le habían parecido preciosos.
—He pensado en robar uno —confesó—, pero no sé si se llevará bien con Saiph...
—No creo que fuese más agresivo que él —respondió Sirius.
Bellatrix sonrió ante eso y seguidamente defendió a su gato.
Al día siguiente la comida fue mejor —en términos de Bellatrix— porque Marlene se había marchado a Londres. Últimamente las ferias de arte a las que iba se prolongaban más, así que se veían menos y Bellatrix era feliz así.
Habían transcurrido dos meses y los lobeznos ya empezaban a ser demasiado grandes para que Bellatrix los cogiese en brazos. No estaba permitido, pero cuando la dejaban a solas con ellos y encontraba un ángulo muerto de las cámaras... disfrutaba jugando a ¿Quién es mi bebé lobito? Les había hecho docenas de fotos, su favorita la había impreso porque se la quería tatuar. Era un retrato de uno de los cachorros, su preferido, al que había llamado Lobuto porque le recordaba a Canuto.
Mientras conducía de vuelta a casa, iba pensando en si esperar a volver a Londres o preguntarle a Sirius por un estudio de tatuajes en la zona. Llegó a la conclusión de que mejor la segunda, así podría hacérselo pronto y enseñárselo a Lobuto.
—¿Qué pasa ahí? —murmuró para sí misma cuando llegó a la avenida principal y vio a un grupo de personas en actitud beligerante.
Alzó las cejas sorprendida al distinguir que uno era Sirius. Al hombre que lo sujetaba por la espalda con dificultad también lo reconoció: Grindelwald. A su lado había una mujer que al aguzar la vista confirmó que era Eleanor. Y frente a ellos otro hombre al que Bellatrix solo veía de espaldas... Y aun así supo que era Rodolphus. Se le aceleró el pulso de los nervios. Apartó el coche de la carretera y lo dejó de cualquier forma para correr hacia el grupo.
—¡Dejadme! ¡Tengo que matarlo! —escuchó gritar a Sirius.
—¿Quién te sacará de la cárcel cuando lo hagas? —le preguntaba Grindelwald con la mandíbula tensa mientras lo sujetaba.
—¡Cualquiera! ¡Soy encantador, me adora todo el mundo! —replicó Sirius muy furioso.
—Oye, no fue culpa... —empezó a defenderse Rodolphus.
Aun de espaldas, Bellatrix supo que su exnovio estaba asustado. Y que deseaba huir de ahí, pero Sirius se interponía entre él y su Lamborghini.
—¡Sirius, qué haces! —gritó Bellatrix cuando llegó.
Su primo se sorprendió al verla y hubo una ligera culpabilidad en su rostro. Pero pronto se repuso y le explicó —con lo que él confiaba que pareciese calma— que el estúpido de Rodolphus había tenido la desfachatez de personarse en el pueblo tras el crimen cometido (dejarla a ella) y por tanto era su deber matarlo. O al menos darle una paliza. Por desgracia, primero le había gritado y eso había atraído a Grindelwald y Eleanor que trataban —sin éxito— de tranquilizarlo.
—Yo no quería venir, pero tenía que entregarle a Grindelwald unos documentos urgentes... —empezó a justificar Rodolphus.
—¡Urgente es la paliza que te tengo que dar! —le interrumpió Sirius.
Rodolphus había esperado hacer una visita breve: dejarle los documentos a Grindelwald y marcharse. Pero había tenido la mala suerte de que Sirius lo viese cuando salía de casa de Bellatrix tras jugar y alimentar a Saiph. El cabreo había sido inmediato.
A Bellatrix siempre le hacía gracia Sirius cuando se enfadaba. Pero en esa ocasión solo sintió miedo de que realmente lo hiciera (sabía que era de sobra capaz) y fuese él quien acabara mal. No físicamente, pese a que la altura y complexión era similar, Bellatrix tenía claro que ganaría su primo. Pero la gente del pueblo le miraría mal... y eso sería lo de menos si Rodolphus le denunciaba.
—¡Para! ¡Me da igual el imbécil este, no merece la pena! —aseguró.
Eso hizo que Sirius dudara. Como se relajó un poco, Grindelwald y Eleanor le liberaron (aunque sin separarse de él). Sirius miró a su alrededor titubeante. Quizá matarlo no era la mejor idea... pero algo tenía que hacer, la afrenta a Bellatrix no podía quedar sin vengar.
—Al menos tengo que rallarle el coche —sentenció decidido.
Rodolphus lo miró con auténtico horror. Bellatrix también. Grindelwald y Eleanor se miraron entre ellos, decidiendo que por proteger al coche no iban a arriesgar su integridad física.
—¡No! El pobre coche no tiene la culpa de que su dueño sea estúpido —le frenó Bellatrix, que siempre admiró más al Lamborghini que a Rodolphus.
—¡Decídete, Bella! —protestó Sirius muy alterado— ¡Algún golpe tengo que darle, mi madre no educó a un Black cobarde y cabal!
—¡Que no fue culpa mía! —insistió Rodolphus entre tembloroso y furioso.
—¿¡Qué insinúas!? ¿¡Que fue culpa de Bella!? ¡Que te mato! —bramó Sirius.
—¡Sí! ¡Sí que fue culpa mía! —intervino Bellatrix.
—¡No es verdad! —rebatió Sirius—. ¡Tú le querías y él te dejó! ¡Y estuviste muy triste! ¡Le querías y te dejó!
—¡No! ¡Nunca he querido a nadie que no fueses tú, Sirius!
El grito de Bellatrix sonó tan sincero, tan desgarrado y desesperado que los cuatro la miraron sorprendidos. Sobre todo Sirius. Grindelwald y Eleanor no habían escuchado nada que no sospecharan. Por su parte, Rodolphus no llegaba a entender dónde se había metido.
—¿Qué... qué quieres decir, Bella? —preguntó Sirius nervioso.
Bellatrix le miró avergonzada y a punto de llorar sin saber ni qué sentía. Odiaba montar escenas, odiaba que la gente la mirase como si estuviese loca. Y más en medio de ese pueblo de cotillas...
No respondió. Volvió corriendo a su coche, cambió de sentido y aceleró todo lo posible para no escuchar a Sirius que gritaba su nombre. El que también desapareció al doble de la velocidad permitida (pero en dirección contraria) fue Rodolphus. Pronto el motor de su coche dejó de escucharse y abandonó el Valle de Godric.
Sin comprender bien lo que había pasado, Sirius miró a Grindelwald y Eleanor, que seguían ahí cruzados de brazos.
—Si esperas una reacción de sorpresa por nuestra parte vas a tener que darnos un rato para que podamos impostarla —comentó Grindelwald.
Sirius le miró entre la vergüenza y el arrepentimiento. Murmuró una disculpa y se marchó a su casa.
—Qué lentos son los hetero, ¿eh? —suspiró Eleanor.
—Son mayoría, tristemente, pueden permitirse perder más el tiempo —corroboró Grindelwald.
Eleanor estuvo totalmente de acuerdo. Le comentó que empezaba su turno, si la acompañaba le invitaba a un vino. Grindelwald no tenía mejor plan, así que aceptó.
Bellatrix condujo hasta Hogwarts. No era muy aficionada a hacer horas extra, pero necesitaba escapar y ese lugar era un refugio en sentido literal. Ya no podría volver a mirar a Sirius a la cara, sentía demasiada vergüenza. Tenía que huir, obviamente. Volver a Londres, esta vez de verdad. Pero no podía hacerlo de cualquier forma: ahora tenía un gato que necesitaba un hogar y calma. Con él no podría alojarse en ninguna pensión u hotel, necesitaría un alojamiento seguro en el que poder vivir. Tenía que dejar de actuar a lo loco.
—Bellatrix, ¿te has olvidado algo? —se sorprendió McGonagall al verla en el aparcamiento.
Bellatrix había confiado en esquivar a su jefa, pero se la cruzó cuando caminaba hasta el edificio de alojamientos para comer.
—No... No quería estar en casa —murmuró sin mirarla.
La subdirectora la contempló sin decir nada. Al final asintió. Le ofreció pasar al comedor con el resto de empleados y Bellatrix le dio las gracias pero murmuró que no tenía hambre. Ni la más mínima.
—De acuerdo, haz lo que quieras —se despidió McGonagall—. Pero deja el bolso en el coche, no te vas a llevar a ningún lobo.
Bellatrix chasqueó la lengua porque frustraran de nuevo su plan, pero sonrió agradecida por la confianza de su jefa. Mientras la veía alejarse caviló que vivir en Hogwarts también sería una opción. Seguro que Dumbledore le permitía alojarse con Saiph. Pero no quería vivir en su lugar de trabajo. Preferiría dejarlo y volver a Londres.
Echó a andar por los terrenos de Hogwarts mientras intentaba amortiguar la vergüenza que sentía por haberse declarado a Sirius. Y encima delante de Grindelwald y Eleanor (Rodolphus le daba completamente igual). Apenas había transcurrido media hora pero ya lo sabría todo el pueblo.
—Qué bochorno... —masculló sacudiendo la cabeza intentando borrar las imágenes—. Toda la vida enamorada de mi primo y se lo tengo que soltar en el peor momento. Ahora Sirius me odiará...
No lo pensaba de verdad, sabía que Sirius la quería y jamás podría odiarla. Pero sí podría sentir asco, enfado, indignación porque intentase entrometerse en su matrimonio... Para los Black no era extraño lo de casarse entre primos, un ejemplo eran los padres de Sirius. Pero sí era raro enamorarse, eso jamás les sucedía.
Caminó agobiada por esas ideas, preguntándose cuánto tiempo podría pasar ahí oculta (poco, si no Saiph se preocuparía) y como de costumbre acabó en el hábitat de los lobos. Esa zona era su favorita porque era siempre la más vacía de humanos, muy pocos la frecuentaban y era raro encontrarse con alguien. Cruzó las vallas que lo protegían pero no se adentró, imaginó que ya habrían comido y estarían echando la siesta. Se sentó con la espalda apoyada en un árbol y cerró los ojos (aunque sin abandonarse del todo, no quería sustos lobunos).
Intentó serenarse, calmar los agitados latidos de su corazón y ralentizar el remolino de pensamientos funestos que ocupaban su cabeza. No lo conseguía. Tenía ganas de llorar, de gritar e incluso vomitar. Pero tampoco lo conseguía. Siguió fustigándose hasta que el ruido de pisadas —supo distinguir que humanas— la alertó. Se levantó dispuesta a ocultarse entre los árboles (no quería hablar con nadie ni responder a preguntas de qué hacía ahí). Pero entonces escuchó su nombre y vio que era Sirius. Se quedó paralizada y él la encontró rápido.
—¡Bella! ¡Tienes que dejar de huir a todas horas! —la regañó.
—Mi madre no educó a una Black valiente y responsable —respondió Bellatrix con desdén.
Sirius sonrió ante eso, pero enseguida respondió:
—Bella, no pue...
—¡Cállate! ¡No quiero hablar de esto! ¡Ni de nada! ¡Y cómo me has encontrado!
—En esta dirección no tienes otro sitio al que ir. Y ya aquí, en el Centro de Control te han buscado —comentó señalando las cámaras.
—¿Cómo que me han buscado? ¿Te lo han dicho así sin más?
—Sí. Se han afanado los tres trabajadores que había para encontrarte lo antes posible y complacerme, sin hacer preguntas.
Bellatrix chasqueó la lengua con fastidio. En ocasiones así odiaba que Sirius fuese tan encantador y todo el mundo lo adorara. Trató de huir, pero su primo la agarró del brazo. Ella le miró indignada, pero sabía que no podría huir de esa conversación; en algún momento habría que tenerla. Su intención era negarlo todo.
—Bella... Bella, mírame.
De muy mala gana, Bellatrix lo hizo.
—Te quiero. Te he querido siempre, siempre has sido mi persona favorita.
A Bellatrix eso la removió por dentro, pero no sonrió porque ya lo sabía. Claro que la quería... Solo que no de la misma forma que ella. Por eso respondió con sorna:
—Potter es tu persona favorita.
Sirius sonrió y chasqueó la lengua.
—Es diferente, James es como mi hermano y tú...
—Sí, ya, ya, comprendido. ¿Me puedo ir ya?
Sirius suspiró con fastidio. Su prima era muy cabezota y a él le costaba expresarse; no iban a avanzar así. Se palpaba una tensión extrema, también vergüenza y malestar. No le gustaba. Por eso decidió acabar con todo. Sin soltarle el brazo, se acercó más a Bellatrix y la besó. Pese a que su intención era que el gesto fuese breve, ninguno de los dos fue capaz de detenerse durante largos segundos. Cuando por fin lo hicieron, Sirius estaba sorprendido y Bellatrix todavía más, mirándole con los ojos muy abiertos en espera de una explicación.
—Eh... —balbuceó Sirius sintiendo que tenía que decir algo—. No ha estado mal...
Se sintió estúpido al momento, casi temblaba de los nervios y no sabía qué decir. Había llenado el silencio sin que su cerebro procesara lo sucedido.
—¿¡Que no ha estado mal!? —exclamó Bellatrix olvidando cualquier vergüenza para dejar espacio a la furia—. ¡Soy la mejor besadora del mundo! ¡Ojalá poder duplicarme para comerme la boca a mí misma!
—Sí, sí, perdona —se apresuró a corregirse Sirius—. Ha estado muy bien.
La respuesta siguió sin resultar satisfactoria para su prima, visiblemente alterada. Sirius decidió usar su técnica favorita: crear un problema mayor que anulara el anterior. Así que la besó de nuevo, pero esta vez sujetándola por la cintura y acariciando su espalda. Bellatrix fue menos sutil colocando una mano en su trasero y revolviéndole el pelo con la otra. Se les daba espectacularmente bien, no había duda. Los Black eran los mejores... sobre todo para ellos mismos.
Al separarse, fue Bellatrix la que suspiró y recordó lo evidente:
—Sirius, estás casado, no juegues conmigo.
—En realidad... ¿Recuerdas mi insistencia para que nos casara Remus? Me presionaron mucho para casarme, fue Marlene la que me pidió matrimonio y mis amigos aseguraron que era lo que tocaba. Pero no estaba seguro, me daba... mucho respeto. Así que nunca llegamos a completar los trámites para ser un matrimonio. Firmamos un previo que no tenía ninguna validez y Marlene no le dio más vueltas... Nunca hicimos el papeleo que se requiere para formalizarlo.
Bellatrix lo escuchó muy sorprendida, sintiendo un ramalazo de emoción. Ciertamente aquella fiesta informal en la playa no tuvo visos legales, pero trató de no pensar en ello.
—Bueno, pero aun así... Estáis juntos.
—Lo vamos a dejar —aseguró Sirius.
—No quiero que dejes tu matri... tu lo que sea solo porque...
Por mucho que lo deseara Bellatrix, no quería que Sirius rompiera su relación de varios años solo porque ella estaba disponible. No le parecía una buena base ni comienzo para nada.
—No es solo por ti. Llevamos ya tiempo con problemas.
—Por mi culpa, ¿verdad?
—No. No solo por eso —se corrigió Sirius con una sonrisa—. Es verdad que este año no quise pasar el fin de año con su familia porque tú estabas aquí. Y que tiene celos porque ha visto que prefiero dormir contigo y pasear contigo y estar contigo... Y que Canuto te quiere más a ti. Pero aun así, antes de eso, ya había... tiranteces. Yo nunca he querido tener hijos y por supuesto lo hablamos antes de casarnos. Marlene tampoco quería, pero hace un año cambió de opinión y... yo no. Por eso ahora pasa tanto tiempo en Londres y casi nunca está aquí, está buscando una casa ahí o algo así, creo. No hablamos mucho.
—Lo siento —murmuró Bellatrix que no tenía ni idea de aquello.
Sirius asintió con pesar. Pero pronto la miró y sonrió de nuevo.
—Quiero estar contigo, Bella. Como sea. Cuidarte es lo que más me gusta del mundo.
Bellatrix intentó no sonreír emocionada, pero no lo logró. Era lo que siempre había querido. Claro que le daba miedo, podría no funcionar, salir mal y estropear su relación con Sirius. A ella eso nunca se le había dado bien... y siendo honestos a su primo tampoco. Además sería raro, quizá los miraban mal y no sabía si eso a Sirius le afectaría. Quería estar con él, pero había soñado tanto con ello que quizá luego no alcanzaba sus expectativas.
Intuyendo sus emociones, Sirius la cogió del brazo, la atrajo hacia él y la abrazó con fuerza, transmitiéndole que él estaría ahí y la querría siempre, pasara lo que pasara. Y que sentía zozobra también, pero por ella todo valdría la pena. Siempre se entendieron bien sin necesidad de hablar.
Al momento Bellatrix se sintió mejor, más segura y feliz. Aunque seguía nerviosa y con cierta vergüenza. Sirius se lo expresó claramente:
—Sé que estás asustada, pero te prometo que saldrá bien. Todo entre nosotros sale siempre bien.
—Vale... Te creo. Estoy bien.
—Sigues pareciendo asustada —comentó Sirius divertido.
—Porque hay dos lobos espiándonos.
Sirius se giró y soltó un grito que hizo reír a Bellatrix. Dos lobos rojos de cuarenta kilos los vigilaban entre los árboles a pocos metros; hasta ese momento, Sirius nunca había visto uno. Eran preciosos, portentosos y la inteligencia en sus ojos impresionaba.
—Son los padres de Lobuto y sus hermanos, están muy protectores desde que nació la camada —explicó Bellatrix, que los distinguía perfectamente.
—¿Quién es Lobuto? —inquirió Sirius sin dejar de mirar a los lobos con temor—. ¿Por qué tiene ese nombre tan raro?
Muy divertida, Bellatrix le señaló unos matorrales a su derecha. Sirius dio un respingo al ver a un lobezno observándolos con gran curiosidad oculto entre las hierbas altas. En cuanto Bellatrix dio un paso hacia él, el animal salió de un salto y se acercó a ella. Sirius al momento hizo amago de proteger a Bellatrix, pero se dio cuenta de que no lo necesitaba. Ella se arrodilló y al momento el lobezno se abalanzó sobre ella con un aullido suave. Bellatrix lo abrazó y el animal se frotó contra ella.
—Se parece mucho a Canuto —comentó Sirius admirado.
Tuvo que retroceder unos pasos porque los lobos grandes se habían aproximado también. Comprendió que a Bellatrix la conocían y le permitían jugar con su cachorro... pero él era un intruso.
—¡Quién es el lobito más guapo del mundo! ¿¡Quién es el más guapo!? —le preguntaba Bellatrix con voz de bebé.
El lobezno frotaba la cabeza contra ella para que le acariciara y saltaba a su alrededor muy contento. Sirius los contempló fascinado, era la escena más impresionante y bella que había visto en su vida.
—Ya está, vuelve con tus papis —se despidió Bellatrix al rato.
Se levantó y el lobezno volvió con su familia. En cuanto los animales se retiraron, Bellatrix le indicó que era hora de irse.
—¿Cómo has podido hacerte amiga de un lobo? ¿Cómo es posible que sus padres te dejen acercarte? —le preguntó Sirius epatado.
—Lo he cuidado desde pequeñín, junto a sus hermanos. No está permitido, pero me da igual: juego con él, le peino y le traigo chuletones. Los lobos son muy listos. Sus padres vieron que no les hacía daño a sus cachorros y que obtienen beneficios siempre que vengo a verlos... Así que me lo permiten. Aunque por si acaso siempre vengo cuando acaban de comer o en momentos que sé que están tranquilos.
Sirius asintió admirado mientras salían al camino principal. Cogieron el Nimbus con el que había llegado él (tenía ganas de conducir uno) y volvieron a la entrada.
—Ve tú delante —le indicó Sirius cuando se subieron en sus respectivos coches—. Me he perdido un par de veces viniendo, el camino es lioso.
Bellatrix asintió y así volvieron a casa, ambos nerviosos y un poco asustados, pero tremendamente felices.
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