Capítulo 25
Para Bellatrix, estaba siendo la mejor mañana de Navidad en muchos, muchos años. Ni siquiera le importaba que la estuviesen contemplando varias personas a las que no soportaba. Estaba muy contenta acariciando a su gatito.
—Hablé con Grindelwald una noche en el bar, le aseguré que cambiaré o pagaré cualquier mueble o superficie que Saiph pueda dañar y me dijo que no tiene problema en que te lo quedes —le explicó Sirius—. Además, le hemos comprado un montón de rascadores y juguetes para que pueda entretenerse. Y cuando vayas al trabajo pasaré a verlo a media mañana para que no esté mucho rato solo.
Bellatrix le miró con ojos llorosos muy ilusionada. Lo abrazó con el brazo que le quedaba libre y Sirius la abrazó también. «Eres el mejor» susurró emocionada. Sirius sonrió y la besó en la mejilla, pero no pudo responder porque al momento recibió un zarpazo en el hombro.
—¡Lo ves! —exclamó separándose— ¡Es muy agresivo! Hasta Canuto le tiene miedo.
Efectivamente el perro se había replegado a la cocina en cuanto había olido a esa bola peluda cuarenta veces más pequeña que él.
—Naaah... Mi Saiphito es el mejor —aseguró Bellatrix frotando su nariz contra la cabecita del gato que volvía a dormir—. Voy a llevarlo a conocer nuestra casa —murmuró incorporándose.
—Te acompaño, así llevo el resto de sus cosas —respondió Sirius.
Le había comprado rascadores, juguetes, un saco de pienso, bebedero y comedero y una camita. Eran tantas cosas que Dumbledore cogió un par de bolsas para ayudarlos. Entraron los tres a casa de Bellatrix y ella colocó a Saiph en el suelo. Al momento el gatito partió a husmear todo para familiarizarse con su nuevo hogar. Los dos hombres la ayudaron a colocar sus cosas.
—Ay, me he olvidado la caja de arena, la teníamos en el baño —se lamentó Sirius—. Ahora vuelvo.
—No llames al timbre no vaya a ser que Saiph se asuste. Llévate unas llaves.
Sirius atrapó al momento un juego de llaves y se marchó. Dumbledore y Bellatrix se quedaron contemplando sonrientes a Saiph, que estaba rodeando el sofá para comprobar que no fuese agresivo.
—¿Seguro que a su marido no le importa que tenga un gato aquí? La reforma le quedó muy bien y está todo muy cuidado...
—No, no le importa —la tranquilizó Dumbledore—. Sospecho que ha depositado en ese gato la misma esperanza que alberga en tu primo...
—¿Eh? —replicó Bellatrix sin entenderle— ¿Qué esperanza?
—La de que tengas algo que te ate aquí.
—No creo que... —empezó a negar Bellatrix—. ¿Cree que Sirius quiere que me quede?
—No tengo dudas.
—¿Y Grindelwald?
—Tampoco tengo dudas. Has logrado conectar con la parte de él que yo traté de suprimir... pero al final hube de aceptar porque el amor es así. Y hacía décadas que eso no le sucedía con nadie.
«Ah sí, lo de matar gente juntos» recordó Bellatrix. Es verdad que eso resultaba muy divertido. Sin poder evitarlo y porque pese a todo, no quería molestar a Dumbledore, comentó:
—Oiga, sobre lo de que la gente dice que su marido y yo...
—Ah, descuida. También decían que mi hermano mantenía relaciones con sus cabras...
—¿Y las mantenía? —replicó Bellatrix.
—No es la cuestión. El tedio y la monotonía de un pueblo son un caldo de cultivo excepcional para los chismorreos sin fundamentos.
—Sí, totalmente —convino Bellatrix—. Aunque es verdad que su marido es muy guapo. Usted también, pero él más.
«Supongo que por eso tiene que perdonarle lo de ser un criminal» pensó ella. Dumbledore rio divertido, le dio la razón y le agradeció de nuevo su refrescante sinceridad. Con curiosidad, le preguntó si a su anterior jefe también le hacía comentarios sobre su aspecto y su cónyuge. Bellatrix fue sincera:
—No, porque Slughorn no era guapo, hubiese resultado ofensivo. Y su mujer era más fea que un duende tuerto, pobre mujer. Pero son buenas personas... aunque claro, es mejor y más práctico ser guapo.
—Se puede ser ambas, ¡miradme! —se jactó Sirius apareciendo de nuevo con el arenero de Saiph.
Bellatrix esbozó una sonrisa y les dio de nuevo las gracias a ambos.
—Te dejamos un rato con él, recuerda que a la una comemos —le recordó su primo.
—Nah, no voy a ir, no voy a dejar solo a Saiph.
—No puedes pasar sola la comida de Navidad —la regañó Sirius.
—No estoy sola —sonrió Bellatrix cogiendo en brazos a Saiph, que había vuelto a ella reclamando cariño.
«Ya veremos» murmuró Sirius marchándose con Dumbledore.
Bellatrix no pasó a comer, ni siquiera fue consciente de cuándo dio la una. Dedicó las horas a jugar con Saiph y a organizar sus cosas para que estuviera lo más cómodo posible. Le quedó claro que era un gato muy espabilado e inteligente y con ella también bastante cariñoso.
—Eres precioso. Y hueles tan bien que te comería.
Bellatrix estaba tumbada en el sofá con Saiph sobre su pecho y ambos tapados hasta la cabeza por una gruesa manta. Le hablaba y tenía la sensación de que la entendía (seguramente más que la mayoría de humanos).
—Es lo que pasa cuando te saltas la comida, que te entra hambre y te quieres comer al gato —se burló Sirius.
Bellatrix emergió bajo la manta y le miró frunciendo el ceño.
—Devuélveme las llaves. No quiero que ahora andes colándote en mi casa.
—Tarde —respondió Sirius con un par de bolsas en cada mano—. Levántate, vamos a comer.
—No tengo hambre.
—Yo sí, así que mueve el culo.
—¿No has comido con todos? —preguntó Bellatrix comprobando que ya eran las tres de la tarde.
—He comido poco para poder volver a comer contigo.
Ante tal gesto de amor, su prima se levantó y le ayudó a poner la mesa. Sirius había llevado tuppers con todos los platos que habían preparado. Los calentó y comieron juntos entre bromas y conversaciones absurdas.
—Marlene y Lily han muerto de envidia con el colgante ese —comentó señalando la gargantilla de Cartier—. No dudes que mañana lo sabrá ya todo el pueblo.
—Mejor, que sufran por caerme mal. Cuando tenga suficiente dinero le compraré a Saiph uno a juego.
Sirius sonrió al ver el cariño que le tenía ya al gato.
Comieron juntos, pero después él tuvo que marcharse: iban a pasar unos días en Londres con la familia de Marlene. A Sirius no le apetecía mucho, pero como también iban los Potter lo pasaría mejor. A Bellatrix no le gustaba que Sirius se fuese, pero al menos tenía la ventaja de que le quitaba de en medio a toda esa gente molesta.
—Cuidaos mucho. Nos vemos en cuanto vuelva, ¿vale?
Bellatrix asintió con Saiph en brazos. Sirius no se atrevió a abrazarla porque sabía que aunque el felino parecía dormido, siempre tenía la pata preparada para soltarle un zarpazo. Humana y gato lo observaron alejarse y entraron en casa.
Como estaba de vacaciones y su primo no estaba en el pueblo, Bellatrix no salió de casa en esos días. Disfrutó descansando y jugando con Saiph, que se había adaptado estupendamente a su nuevo hogar. El único problema eran los ratos de soledad que el gato requería de vez en cuando. Cuando se iba a tumbar junto a la ventana o correteaba por la casa, Bellatrix se quedaba a solas con sus pensamientos. Había uno que le angustiaba especialmente: la Navidad era la fecha límite que se había dado para quedarse en el pueblo. Y ya estaba terminando.
¿Qué hacer? ¿Tenía sentido prolongar su estancia? Le gustaba su trabajo, pero odiaba el pueblo; adoraba a Sirius, pero detestaba al resto de habitantes. En Londres no tenía nada, ni casa ni trabajo ni familia... pero había más oportunidades. Ahora que Rodolphus había roto con ella debía empezar de nuevo en ese aspecto y cada vez le daba más pereza. Odiaba conocer a alguien de nuevas: no conocían su pasado y era muy extraño que lo aceptasen bien. Con Rodolphus había sido casi un milagro.
—Qué más da... Si ninguno va a ser Sirius —murmuró arrebujándose en el sofá bajo una manta.
Estar con él era lo que más feliz la hacía, aunque nunca fuese a ser como deseaba ella. Y por eso, a la vez le hacía daño. Le dolía verlo hacer su vida con su mujer y sus amigos, tan establecido y acomodado. Por ese sentimiento, Sirius tampoco suponía un factor decisivo para permanecer en el Valle de Godric: la hacía feliz pero a la vez le causaba dolor. Igual era mejor prescindir de una parte para librarse de la otra... Acaso el camino a su felicidad pasaba por superar a Sirius por fin.
Lo pensaba así de verdad y empezó a planear en su mudanza a Londres. No obstante, cuando esa tarde llamaron al timbre, su primera reacción fue ilusionarse pensando que quizá Sirius había vuelto antes.
No era Sirius, era Grindelwald. Bellatrix le abrió y le indicó que pasara, hacía frío fuera.
—¿Cómo lo has conseguido? —fue lo primero que preguntó su vecino.
Bellatrix le miró desconcertada hasta que vio que se refería a su regalo de Navidad: el detector de radares para el coche.
—Disculpa mis modales, acabo de llegar del viaje y Albus me ha entregado tu regalo. Pero antes debería haberte preguntado qué tal las vacaciones y...
—Nah, mejor ir al grano, de hipócritas está lleno el pueblo —sonrió Bellatrix—. Escribí a mi antiguo jefe en el concesionario, él siempre está a la última de todos los accesorios que salen para coches, legales o ilegales. Fingí interesarme por su vida y echarle de menos y le pregunté al final por el detector, como de pasada. Tuvo la amabilidad de mandarme uno.
—Estoy en deuda contigo —aseguró Grindelwald profundamente agradecido.
—¿Lo dice de broma? ¡Me ha regalado la joya más bonita del mundo! —exclamó señalando la gargantilla que no se había quitado.
Grindelwald sonrió y se alegró de que le hubiese gustado. Después se giró hacia la ventana, donde dormitaba Saiph y comentó:
—Ya he visto desde la calle al nuevo inquilino. Es bonito.
—¿A qué sí? —preguntó Bellatrix orgullosa—. Es el mejor. Y se porta muy bien, pasa horas con sus juguetes y rascadores y apenas toca los muebles. Es un poco huidizo, pero supongo que porque lo abandonaron y conmigo es muy cariñoso.
—Es lo que importa —aseguró Grindelwald—. ¿Te apetece un vino?
—Siempre.
Se sentaron en el sofá con sendas copas y charlaron de sus vacaciones (en general criticaron a todo el mundo). Cuando llevaban ya un rato, Saiph se acercó muy despacio, intentando discernir si el recién llegado constituía una amenaza. Debió decidir que no o, tal vez, supo su dueña le protegería, porque saltó sobre su regazo y se ovilló ahí. Bellatrix lo tapó con una manta (adoraba esconderse) y lo acarició así hasta que se durmió.
—Y ahora que el año termina... ¿te mantienes en tu idea de marcharte del pueblo? —preguntó Grindelwald con tono casual.
Bellatrix se encogió de hombros incómoda, no quería hablar de ese tema. Murmuró que todavía no lo había decidido, pero probablemente sí. Igual no inmediatamente... pero sí para primavera... Su interlocutor asintió, comprendiendo que no deseaba debatir el asunto.
Al rato Grindelwald comentó que, como esos días estaba sola en el pueblo, Dumbledore le había pedido que la invitara a cenar con ellos. Intentando disimular el agobio ante la idea de cenar con su jefe y su marido, Bellatrix le dio las gracias y se disculpó. Puso de excusa que no quería dejar a Saiph solo en sus primeros días.
—Albus ya imaginaba que alegarías algo así... y me temo que ha encontrado la solución —suspiró Grindelwald señalando la ventana con un gesto de cabeza.
Cruzando la calle estaba Dumbledore, muy sonriente, con lo que parecían varios platos de comida recién hecha. Si Bellatrix no iba a cenar con ellos, ningún problema tenía él en plantarse en su casa. Cinco minutos después ahí estaban los tres, sentados a la mesa, con Saiph vigilando a los dos hombres oculto tras las cortinas.
Ya en los postres, cuando tras comer y beber juntos Bellatrix sintió más confianza, le preguntó a Grindelwald si sabía algo de Rodolphus.
—En Francia, de vacaciones con su hermano. Volverá pronto, seguimos teniendo negocios, pero procuraré quedar con él en Londres.
Bellatrix agradeció el detalle. No deseaba volver a verlo, seguía enfadada.
—¿Tu intrépido felino sale a la calle algún rato? —inquirió Dumbledore mirando a Saiph, que había vuelto a acomodarse junto a la ventana.
Ella iba a responder que sí, salía algún rato con Saiph al jardín, le gustaba olisquear la hierba y afilarse las uñas en los árboles. Pero entonces vio que Grindelwald, en un gesto casi imperceptible, negaba con la cabeza.
—No, lo tengo siempre en casa —mintió Bellatrix.
La cara de su vecino se iluminó:
—¡Excelente! Por fin alguien responsable con sus mascotas. ¿Sabías que los gatos exterminan a millones de pájaros cada año?
—No lo sabía, pero tiene pinta de que nos vamos a comer un discurso —replicó Bellatrix con una sonrisa impostada.
Grindelwald soltó una carcajada y Dumbledore procedió, efectivamente, a soltar un discurso sobre el peligro que los felinos entrañaban para las indefensas aves. Bellatrix bebió y asintió de vez en cuando mientras pensaba en sus cosas. Aquello solo terminó cuando Grindelwald comentó:
—Se hace tarde, vámonos a casa que Bellatrix querrá descansar.
—Ah, sí, por supuesto —sonrió Dumbledore levantándose.
—Muchas gracias por la cena... y por la compañía —sonrió Bellatrix.
Había sido ligeramente incómodo, por supuesto, pero agradecía el detalle. Era bonito que esa gente que no era nada suyo se preocupase por ella y les gustase compartir su tiempo con ella. Los acompañó a la puerta y se sentó en la ventana junto a Saiph. Los observó cruzar la calle. No se le escapó la forma en que Dumbledore le cogía de la mano mientras Grindelwald le miraba con auténtica admiración. Llevaban décadas juntos y aun así mantenían esa magia que Bellatrix tanto envidiaba porque nunca la había tenido con nadie.
Suspiró y contempló a su pequeñín.
—¿Vamos a la cama, mi rey?
A Saiph le gustaba que lo llevase en brazos a la cama, si no lo hacía la miraba como diciendo: «¿Qué pasa? ¿Tengo que andar yo mismo?». Así que lo pegó a su pecho, subieron al dormitorio y lo depositó sobre la cama. McGonagall le había advertido que era mejor no acostumbrarlo a dormir con ella; Bellatrix le había hecho el mismo caso que a Dumbledore cuando hablaba de pájaros. Con Saiph en la cabecera dormía mucho mejor.
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