Capítulo 23

Al día siguiente de su ruptura, viernes, Bellatrix se planteó no ir a trabajar. Solo durante los primeros cinco segundos al despertarse, enseguida descartó la idea. El cobarde de Rodolphus no iba a destrozar también su vida laboral. Así que se levantó y se vistió.

Le gustaba trabajar, así se distraía. Lo que no le apetecía —y ocurría en muy raras ocasiones— era ver a Sirius. No pasó a desayunar con él y antes de irse al trabajo le dejó una nota en el buzón informándole de que tampoco acudiría a comer. Sin embargo, su primo no era proclive a aceptar negativas...

En cuando a mediodía escuchó volver su coche, salió de casa y se acercó a la de ella. La nota había sido demasiado fría y breve, la conocía de sobra para saber que algo no iba bien. La interceptó cuando ella salía del coche.

—¡Bella! —la saludó— ¿En qué andas metida?

Su prima suspiró y se frotó los ojos con cansancio. Había sido un día intenso en el trabajo, aunque efectivamente eso había ayudado a ocupar su mente. No obstante, no podía ahora lidiar con Sirius...

Vio como la expresión de su primo mutaba en una de horror y no entendió el cambio. Hasta que vio que Sirius miraba fijamente su mano derecha y exclamaba:

—¡No! ¡Bella! ¡No puedes casarte con él!

Ah, sí... Seguía llevando un anillo de no-pedida de varios miles de libras... El rostro de Sirius estaba lívido, dando por hecho que si lo llevaba puesto, significaba que había aceptado. No obstante, Bellatrix no tenía ganas de revelar esa información. Tampoco de reconocer que tenía razón y Rodolphus y ella no eran tan compatibles como pensó. Además, llevaba una semana muy dura para que su primo se inmiscuyese en su vida y le echase otra bronca... Así que respondió con fastidio:

—¡Y dale! ¡Me casaré con quien me dé la gana, me da igual que no te caiga bien!

—¡No! —insistió Sirius de forma casi incoherente y febril— ¡No puedes, no puede ser!

—¿Por qué no? —respondió Bellatrix con frialdad mirándolo a los ojos.

—Eh... Pues... —balbuceó Sirius.

—Cuando tengas una respuesta coherente, vuelves —le espetó su prima cerrándole la puerta en las narices.

Se dio una ducha para relajarse y después preparó algo rápido para comer. Cuando terminó, se metió a la cama a echar una siesta depresiva de la que no despertó hasta tres horas después. Y porque sonó el timbre. Bajó a abrir de mala gana.

Era su primo de nuevo. Parecía más calmado y ligeramente avergonzado por su actuación anterior. Aun así, no abordó el asunto directamente (a los Black les costaba hablar de temas íntimos).

—Te he traído cruasanes —saludó mostrándole una bolsa de papel de la panadería—. No son rellenos como los que te compró Grindelwald, pero he traído también un bote de crema de cacao y los podemos rellenar.

Como había una ofrenda de comida, Bellatrix le permitió pasar a su cocina. Sirius dejó ambas cosas sobre la mesa y la miró nervioso. Su prima le observó en silencio cruzada de brazos hasta que le espetó:

—¿Los vas a rellenar o qué?

—Ah, claro, claro —se apresuró a responder Sirius.

Colocó los cruasanes sobre un plato, los abrió con un cuchillo y luego los untó de crema de cacao. Bellatrix le observó impertérrita sentada frente a él y en cuanto terminó, empezó a devorarlos. Sirius la observó en silencio unos minutos y al final se disculpó:

—Lamento haber sido un imbécil.

—Lo has sido —confirmó Bellatrix con la boca llena.

—Ya, ya... Soy muy egoísta, lo sé. Pero tienes que entender que eres toda mi familia, Bella.

—Estás casado, Sirius.

—Eh, cierto... —recordó él—. Pero me refiero a familia de sangre. Hace décadas que no veo a mi hermano, con mis padres siempre me llevé fatal... tú eres a la única que he tenido siempre, incluso cuando casi no hablábamos. Sabía que estabas ahí.

Bellatrix le miró mordisqueando el tercer cruasán, pero no dijo nada.

—Me da miedo que si te casas te vayas a Londres y ya no nos veamos... Pero es muy egoísta e injusto. Además sé que nos seguiremos viendo.

De nuevo, esperó una respuesta que no llegó.

—Yo quiero ante todo que seas feliz, Bella. Y si casarte con Lestrange... con Rodolphus te hace feliz, ya está. Estaré en tu boda y siempre que me necesites.

Bellatrix asintió por fin con una pequeña sonrisa triste.

—Porque... ¿eres feliz? —le preguntó Sirius dudoso. No lo parecía.

Tras unos segundos y sin atreverse a mirarlo, Bellatrix confesó que Rodolphus la había dejado. Sirius pasó de la incredulidad a la ira. Ella le explicó que el anillo fue para suavizar el golpe. A su primo no lo suavizó en absoluto.

—¡Pero qué se ha creído el pedazo de anormal ese! —bramó Sirius levantándose enfurecido— ¿Sigue en el pueblo? ¡Porque le parto la cara!

Bellatrix negó con la cabeza y observó como Sirius andaba en círculos por la cocina cual león enjaulado.

—¡Dejarte a ti! —insistía— ¡No se puede ser más idiota! ¡Se creerá el imbécil que se va a ver en otra así!

Tras unos minutos se dio cuenta de que igual eso no era lo que necesitaba Bellatrix. Tenía que haber sido duro para ella y estaría muy triste. Se giró hacia ella arrepentido y abrió la boca para disculparse, pero Bellatrix se echó a reír. Desde pequeña siempre le hacía mucha gracia ver a Sirius enfadado. Él sintió alivio al ver que se lo tomaba bien. Sonrió, se acercó a ella y la abrazó.

—Lo siento, Bella. Eres la mejor. Nunca encontrarás a nadie a tu altura, pero lo intentaremos igualmente.

Bellatrix asintió mientras le abrazaba con los ojos cerrados.

—¿Te apetece hacer algo esta tarde? —le ofreció Sirius— Hace frío para la moto, pero podemos dar una vuelta en coche.

—Vale, bien. Hay algunos regalos navideños que tengo que comprar. Lo que me recuerda que también tengo que escribir a Slughorn.

—¿El director del concesionario donde trabajabas antes? —inquirió Sirius desconcertado.

—Sí, quiero pedirle un favor. Me cambio y vamos.

Cinco minutos después estaban en el coche de Bellatrix camino a los pueblos cercanos. Aparcaron y recorrieron el lugar observando los escaparates navideños.

—Vamos a esa librería, James quiere un libro de fútbol.

Bellatrix asintió. Mientras Sirius se dirigía a la sección de deportes, ella estuvo mirando las novedades. Al final compró un regalo también.

—¿Has comprado un libro sobre aves exóticas? —le preguntó Sirius frunciendo el ceño.

—Sí, para Dumbledore. Está chiflado con los pájaros. Y se ha portado bien conmigo.

Sirius sonrió satisfecho. Le alegraba que Bellatrix se hubiese integrado tan bien en el Valle de Godric. La cogió del brazo y caminaron juntos por las calles del pueblo haciendo compras navideñas. Después, volvieron a casa porque Sirius había quedado con Marlene para montar el árbol. Bellatrix hizo amago de irse a su casa, pero su primo insistió en que les ayudase.

—No hace falta que le cuentes nada —murmuró Sirius pensando que igual no estaba preparada para hablar de su ruptura.

—Cuanto antes se sepa, antes cotilleará todo el pueblo y antes terminaremos.

—Es lo malo de los pueblos, es verdad —reconoció Sirius—. Pero si alguien te molesta, acabaremos con él.

Bellatrix adoraba a Sirius. Solo había una cosa superior a Sirius: Sirius vengativo y agresivo. Se puso tan contenta que fue a montar el árbol con más ilusión.

En realidad ella no ayudó nada, se tumbó en el sofá a sestear con Canuto mientras observaba a la pareja colocar las bolas y los espumillones en el árbol.

—En cuanto terminen irás y lo derribarás todo, ¿verdad, Canutín? —le preguntó Bellatrix frotándole las orejas.

El perro profirió un ladrido de aquiescencia. El momento incómodo había sucedido nada más llegar: Marlene vio su anillo (era imposible no verlo, brillaba hasta en la oscuridad). Hizo amago de felicitarla —genuinamente contenta— pero Bellatrix la frenó enseguida y le explicó que volvía a estar soltera. Marlene pareció realmente consternada y le aseguró que lo sentía. Bellatrix asintió y se tumbó en el sofá dispuesta a pasar así el resto de la tarde.

—¿Seguro que no quieres ayudar? —insistió Sirius.

—Estoy bien aquí.

—¿Te acuerdas cuando mis padres ponían el árbol de Navidad? —preguntó Sirius mirándola.

—No lo ponían, pagaban a alguien para que lo pusiera.

—Es verdad. Venimos de una larga estirpe de vagos.

—Exacto y yo estoy honrado sus tradiciones.

Sirius soltó una sonora carcajada y reconoció que tenía razón. Siguieron recordando anécdotas de su infancia mientras Marlene y él terminaban de adornar el salón.

—¿Qué os apetece para cenar? —preguntó Sirius dando por hecho que Bellatrix se quedaba.

—¿Ensalada? —sugirió Marlene.

—Canuto. Yo quiero comerme a Canuto. Mira qué tripota tiene —comentó Bellatrix frotando la panza del enorme perro que se revolvía del gusto.

—Tendrías para comer un año —calculó Sirius acariciando también al can.

Bellatrix asintió satisfecha. Cenaron y se marchó a su casa.

Como había previsto, dos días después todo el pueblo sabía que Rodolphus y ella habían cortado. Sin embargo, hubo un giro que no previó. Fue Eleanor, que la atendió esa tarde en el bar, quien la puso al día de la rumorología local:

—Dicen que Lestrange te dejó...

Bellatrix chasqueó la lengua con fastidio, no le gustaba ser la dejada.

—Porque te encontró teniendo relaciones con otro.

—¿Ah sí? —replicó Bellatrix sorprendida— ¿Con quién?

—Con el señor Grindelwald. Al parecer os vieron en la calle y luego entrar a su casa juntos... Dicen que por eso vives en su casa.

Lo meditó unos segundos y finalmente Bellatrix se echó a reír. Sí que tenía sentido... Incluso más que la realidad (que Rodolphus la dejó porque asesinaron a un hombre juntos). Grindelwald tenía veinte años más que ella, pero era un entrañable mafioso, ¿cómo no quererlo? Con tono confidencial, inclinándose sobre la barra, le preguntó a Eleanor:

—¿Y Dumbledore lo sabe?

—Ahí es donde discrepa la gente —respondió la camarera en el mismo tono—. Unos dicen que sí, que lo tolera porque quiere demasiado a Grindelwald para perderlo. Otros lo niegan, aseguran que Albus es tan bueno que nunca ve la realidad.

Bellatrix asintió pensativa, intentando decidir qué versión le gustaba más. Al final le preguntó a Eleanor (que contra todo pronóstico le caía bien) qué opinaba ella. Sin dudar, la camarera le dijo:

—Eres demasiada mujer para cualquiera de ellos.

Le guiñó un ojo y se marchó a atender a otro cliente. Bellatrix sonrió satisfecha. Hasta en ese desidioso pueblo había gente que valía la pena. Al poco llegó Sirius y le indicó a la camarera que se marchase antes, ya estaba él. Eleanor se quitó el delantal con una enorme sonrisa, le dio un beso a Sirius en la mejilla y le dio las gracias.

—Eres el mejor —se despidió.

—Todos lo sabemos —aseguró Sirius—. ¿Qué tal, Bella? ¿Qué haces aquí tan pronto?

—Me ha traído tu hijo —murmuró señalando a Canuto durmiendo en su sitio junto a la chimenea.

Sirius sonrió y asintió. Estuvieron charlando y Bellatrix bebiendo mientras él atendía a otros clientes. Sobre las diez de la noche entró Grindelwald. Se acercó a la barra para pedir su vino favorito y saludó a Bellatrix. Ella aprovechó para contarle que la gente del pueblo decía que estaban liados. Juzgó que mejor que se enterase por ella... Además, era un hombre muy inteligente, dudaba que le importaran esas cosas.

Efectivamente, Grindelwald respondió con una mueca que Bellatrix interpretó como «Ni tan mal».

—¿Mi marido está al tanto de mi infidelidad?

—No se ponen de acuerdo en eso —respondió Bellatrix sonriente.

Grindelwald sonrió también y sacudió la cabeza. «Ni para bestias de carga serviría esa gente» masculló. Despreciaba el pueblo tanto como ella. Tomó su copa y se sentó en su mesa predilecta, en un rincón junto a la ventana. Sirius, que los había escuchado, los contempló con mirada dura, pero no intervino.

No obstante, cuando Bellatrix se despidió para irse a dormir porque al día siguiente trabajaba, observó que su primo se acercaba a Grindelwald. Ella salió del bar y por lo poco que pudo distinguir tras las ventanas opacas, le pareció que Sirius se sentaba frente a su cliente. Probablemente quería aclarar un par de puntos... Aun así, ni ese día ni ningún otro los Black comentaron el tema, así que Bellatrix pronto lo olvidó.

Los días que restaban para Navidad Bellatrix trató de estar en el pueblo lo menos posible: mucha gente por las calles, familias felices reuniéndose, parejas con jerséis de renos a juego (entre ellos Sirius y Marlene... y también Sirius y James), villancicos cantados por críos a los que desearía torturar... Hizo horas extra en el trabajo y recorrió con su coche los pueblos vecinos durante horas.

El veintitrés de diciembre tenía jornada reducida, solo hasta las doce de la mañana. Podría habérselo cogido de fiesta, pero estaba cuidando a una pareja de ciervos que fue a rescatar con McGonagall y quería comprobar qué tal iban. Estaba saliendo de casa para coger el coche cuando vio a Sirius corriendo por la calle blandiendo el periódico como un loco. Bellatrix frunció el ceño mientras lo observaba.

—¡Bella! Tengo que enseñarte algo, vamos dentro.

—Llegaré tarde al trabajo...

—Entonces entra al coche, que hace frío y no quiero que la gente cotillee.

Entraron los dos al Audi de Bellatrix y Sirius le pasó el periódico abierto y doblado por la mitad. Le señaló un artículo de unas veinte líneas. "Hallado el cuerpo del mayordomo desaparecido en Grimmauld Place" decía el titular firmado por una tal Rita Skeeter. Bellatrix sintió un escalofrío de terror y un ligero mareo. Se arrepintió de no haber entrado a casa.

No era posible que hubieran encontrado a Kreacher, se deshicieron de todas las pruebas... ¿no? Lo único que se publicó al respecto fue un breve semanas antes diciendo que Regulus notificó su desaparición y la policía lo estaba investigando. ¿Cómo habían sido capaces de descubrirlo? Leyó la noticia rezando porque Sirius no notara que le temblaban las manos y dio gracias de estar sentada. Lo leyó dos veces y aun así no lo entendió (probablemente porque su corazón iba demasiado deprisa y tenía la vista nublada).

—¿Qué? —murmuró intentándolo por tercera vez.

—Murió por electrocución, lo encontraron junto a un cable de alta tensión en un barrio bastante alejado de Grimmauld —comentó Sirius—. Por eso desapareció, claro. Tenía más de cien años y nunca estuvo bien de la cabeza. Algún día saldría a comprar, se perdería y tuvo el accidente.

—Pero... —murmuró Bellatrix que no daba crédito.

—Lo confundieron con un vagabundo, no sabían quién era, estaba demasiado quemado... Pero el otro día se dieron cuenta de que llevaba un carnet en el bolsillo interior de la chaqueta y por fin pudieron identificarlo.

—Ah... —fue de nuevo lo único que acertó a balbucear ella.

—Por lo que pone ahí, Regulus ya se ha hecho cargo. Lo han incinerado y ha depositado las cenizas en el panteón familiar. Habría sido el más alto honor para Kreacher —comentó Sirius burlón—. No lo merecía, qué mal me trató el cabrón siempre... Pero en fin, ya está muerto y sepultado.

Bellatrix le miró mientras pensaba: «No sé a quién tenéis en el panteón familiar, pero ya te digo que a Kreacher no». Sirius la contempló y le preguntó si se encontraba bien. Ella asintió. Solo se le ocurrió elevar la mano en la que seguía llevando el anillo de estrellas de Rodolphus. Su primo asintió con dolor evidente, pensando que seguía triste tras la ruptura.

—Es muy cruel dejar a alguien en Navidad —comentó Sirius—. Y más si es la chica más inteligente y guapa del mundo. Pero estarás bien, Bella, te lo prometo. Te dejo ir a trabajar, sé que ahí arriba no pueden sobrevivir sin ti.

Le dio un beso en la mejilla y salió del coche. Como se quedó ahí esperando a verla marchar, Bellatrix arrancó, agitó la mano como despedida y tomó la carretera a Hogwarts.

Por el camino hubo dos ideas que se chillaron en su mente en bucle. La primera y obvia: ¿Qué demonios había pasado y quién era el hombre al que habían tomado por Kreacher? La segunda (incluso más intensa que la primera) le repetía que Sirius la había calificado como la chica más guapa del mundo. Llegó al trabajo sin saber qué pensar. Dio gracias de que ese día fueran solo cuatro horas porque le costó muchísimo centrarse. 

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