Capítulo 20

Sirius estaba preparando el café cuando llamaron al timbre. Marlene y él se miraron, no esperaban a nadie. «Quizá Bella viene a desayunar» pensó él mientras salía a abrir. Se sorprendió al ver a McGonagall (que casi nunca salía de Hogwarts), pero se alegró también y la invitó a pasar al momento.

—¿Café, Minnie? —ofreció Sirius.

—También tenemos té —sonrió Marlene.

—Ah, no rechazaré una taza de té, muchas gracias —respondió McGonagall.

Lo prepararon y se sentaron los tres a la mesa. La subdirectora les reveló entonces el motivo de su visita:

—Le he pedido a Ernie que me acercara porque hoy montan en Harsea el mercadillo solidario en beneficio de Animagos. He pensado que os apetecería venir como otros años.

Era ya casi una tradición: McGonagall copresidía Animagos, una protectora felina, junto a su hermano y aunque ella no podía dedicarle demasiado tiempo por su trabajo, siempre ayudaba a la recaudación de fondos. Para eso su hermano organizaba un mercadillo justo antes de Navidad y ella solía invitar a sus conocidos. Pasaban el día en Harsea, que era divertido, compraban regalos navideños y colaboraban con la causa.

—¡Claro! —exclamó Marlene—. Nos encanta el plan.

—¿Has avisado al resto? —preguntó Sirius.

—No, ahora pasaré a ver a los Potter y a Albus.

—También se lo podemos decir a Dorcas y Alina —sugirió Marlene.

—Cuantos más mejor —aseguró McGonagall.

—Estupendo, yo aviso a Bella. Pero primero desayunamos.

—Dudo que tu prima quiera venir... —murmuró Marlene.

—La convenceré —aseguró Sirius con confianza.

Las dos mujeres se dirigieron una mirada escéptica, casi seguras de que fracasaría, pero no dijeron nada. Continuaron con el desayuno y después McGonagall ayudó a Sirius a recoger mientras Marlene subía a cambiarse.

—Por cierto, ¿qué tal fue el picnic? —preguntó la subdirectora.

—¿Qué? —replicó Sirius desconcertado.

—Por tu cumpleaños, la cena en Hogwarts que te organizó tu prima. Sé que fuisteis, se registró su tarjeta esa noche.

—¿De qué hablas?

—No hace falta que te hagas el loco, no hizo nada ilegal, yo le di permiso.

—¿Permiso para qué?

McGonagall le miró y comprendió que la confusión era genuina. Dudó unos segundos, pero al final le contó que Bellatrix le pidió permiso para subir con él a Hogwarts a ver las estrellas el día de su cumpleaños. No volvieron a hablar del tema (ambas preferían limitarse al aspecto profesional), pero a McGonagall le llegó la alerta de que la tarjeta de Bellatrix se había usado para entrar de noche y salir de madrugada.

—Deduzco por tu expresión que fue sola o con otra persona. No —se corrigió a sí misma—, iría sola, no compartiría eso con nadie más.

—Yo... No la vi el día de mi cumple... Mis amigos organizaron el día y...

McGonagall no contestó, pero le dirigió una mirada severa en la que el reproche era evidente. Terminaron de recoger en silencio, mientras Sirius pensaba que tenía que aclarar el asunto con Bellatrix y, de ser cierto, compensarla por fallarle.

—Ya estoy —informó Marlene bajando a la cocina—. Empecemos el reclutamiento.

Se dividieron: Minerva iba a avisar a los Potter y a Dumbledore, Marlene a sus dos amigas y Sirius a su prima. Quedaron en el garaje de Sirius en quince minutos, así podían llegar a Harsea a las once y aprovechar el día.

Sirius se encaminó a la antigua casa de los Grindelwald dándole vueltas a lo que acababa de contarle McGonagall. Estaba tan obsesionado con ese pensamiento que cuando se dio cuenta de que algo estaba fuera de lugar, ya había llamado al timbre. Solo entonces vio aparcado justo a su lado el Lamborghini de Lestrange. Pensó en irse, pero ya había llamado... y además no quería irse.

—¡Siriusín! —le saludó Bellatrix alegremente.

Llevaba solo su sudadera larga de dormir y sus calcetines gruesos de estar por casa.

—¿Qué haces aquí? No te esperaba. Ah, aquí está Rod —sonrió señalando con un gesto de cabeza al hombre que acababa de aparecer a su lado.

—Siento interrumpir... Buenas, Lestrange —saludó Sirius intentando impostar amabilidad.

—Buenos días, Black —respondió Rodolphus en tono similar—. No te preocupes, me marcho ya.

—No tienes que irte, puedes quedarte a pasar el día —le ofreció Bellatrix.

—Me gustaría, pero tengo asuntos en Londres... Volveré pronto.

—¿Cuándo? —replicó ella.

—Intentaré que sea la semana que viene... La siguiente a más tardar. Te avisaré en cuanto lo sepa.

—Muy bien —respondió Bellatrix sonriente dándole un beso.

Sirius apartó la vista mientras se besaban y se hizo a un lado para que Rodolphus pudiera salir. Esperaron fuera hasta que se marchó con el coche y le hizo un gesto de despedida a Bellatrix. Ella respondió y entró a casa con su primo.

—¿Te apetece un...? —empezó Bellatrix.

—¿Me organizaste una cena el día de mi cumpleaños? —la interrumpió Sirius.

Bellatrix frunció el ceño y él le resumió lo que le había contado McGonagall. Su prima asintió con desinterés y comentó:

—Ah sí, pero como pasaste de mí, pues nada. Estuve yo sola con los lobos.

—¡Yo no pasé de ti! Es solo que...

—Ya, ya... Tus amigos te secuestraron —recordó ella con aburrimiento.

Sirius se la quedó mirando entre triste y avergonzado y al final comentó que tenían que repetir ese plan otro día.

—Ah no, mala suerte, ese cóndor ya voló —replicó Bellatrix—. ¡Mierda! Se me están pegando las expresiones de Dumbledore...

—Pero...

Su primo se calló y lo meditó. Optó por aparcar el tema, ya le montaría él algo por su cuenta. Le contó entonces la excursión a Harsea y la respuesta fue la esperada:

—No, gracias, prefiero quedarme aquí.

—Tienes que venir, Bella, es por los gatitos.

—No me gustan los gatos.

—Claro que te gustan. Lo que no te gustan son los humanos.

—Sí, bueno... Habrá humanos, así que no voy.

—Pero viene hasta Minerva...

—Ver a mi jefa un domingo, ¡qué ilusión! —ironizó Bellatrix— A ver si hay suerte y va también Dumbledore...

—Eh... Minnie va a invitarlo...

Bellatrix puso los ojos en blanco, el plan empeoraba por segundos. Sirius insistió y ella preguntó:

—¿Grindelwald irá?

—Eh... No sé... Supongo que Minerva lo invitará también, no sé si Albus le convencerá para acompañarlo.

—Es igual, me quedo en casa.

—Bellatrix, vas a venir. No te vas a quedar todo el día en el pueblo sola.

—Ya soy mayor para quedarme solita —replicó ella poniendo morritos.

—No te estoy dando la opción. Te vienes.

—¿Vas a obligarme? —preguntó Bellatrix divertida.

Sirius alzó una ceja y le dedicó una sonrisa burlona. Él nunca rechazaba un reto. Se acercó a Bellatrix y con un rápido movimiento la cogió en brazos.

—¡Eh! —protestó ella— ¡Déjame!

Su primo no respondió. Subió las escaleras con ella en brazos sin ningún problema. Cuando llegaron a su habitación, la dejó sobre la cama y abrió su armario. Le lanzó unos vaqueros, una camiseta y un jersey.

—Venga, vístete. Y ponte un abrigo grueso, hace frío —le ordenó—. Hey, qué flores tan bonitas —comentó al ver el ramo sobre la cómoda.

—Ya te lo dije —sonrió Bellatrix triunfal.

Sirius chasqueó la lengua con fastidio al darse cuenta de que eran las que le había regalado Rodolphus. Obvió el tema y le repitió que se vistiera, puesto que su prima no hacía amago de moverse.

—¿Vas a quedarte a mirar?

La respuesta fue otra sonrisa burlona de Sirius apoyado sobre el marco de la puerta. Bellatrix se encogió de hombros y sin apartar sus ojos de los de él, se quitó la sudadera. Su primo se desmoronó al momento:

—Vaale... Te espero abajo —murmuró dándose la vuelta visiblemente azorado.

Bellatrix sonrió satisfecha. Se vistió y de mala gana bajó al salón. Salieron de casa y se dirigieron al garaje de él, donde ya les esperaban los Potter, Marlene y sus dos amigas y McGonagall. Todos se sorprendieron de que apareciera Bellatrix, pero nadie lo comentó. Estaban muy ocupados con el reparto de coches:

—En el mío podemos ir nosotros —ofreció Sirius señalando a Marlene y a Bellatrix— y Lily... pero nadie más porque tiene que caber Canuto.

Bellatrix disimuló el fastidio con dificultad, no quería compartir coche con Lily y Marlene. Metió las manos en los bolsillos porque realmente hacía frío: por la noche había helado y el día estaba neblinoso, aunque se atisbaban rayos de sol.

—En el mío Dorcas, James y Minerva —comentó Alina.

—Contad con nosotros también —sonrió Dumbledore.

Se giraron para ver aparecer al sonriente director y, a su zaga, Grindelwald. Mientras el primero lucía una amplia sonrisa, la del segundo era mucho más comedida y Bellatrix supo leer detrás la incomodidad y el fastidio.

—Uy, esto lo cambia todo —comentó James alegremente, reiniciando la distribución de asientos.

—En absoluto. Nosotros vamos con mi coche y solucionado —aseguró Grindelwald al punto.

No le escucharon, estaban demasiado entretenidos con el reparto. Solo Bellatrix se había quedado al margen, acariciando a Canuto. Confirmó su teoría cuando Grindelwald se acercó a ella y murmuró:

—También te han obligado, ¿eh?

Bellatrix asintió con disgusto. Le confesó que Sirius había sido muy convincente. A cambio, Grindelwald le contó que él y su marido siempre hacían planes los domingos. Como el resto de la semana ambos estaban muy ocupados, la cita del domingo era ineludible. Por desgracia para él, esa semana le tocaba elegir plan a Albus. Y el director estaba encantado:

—Da igual en qué coche vaya cada uno, lo importante es disfrutar juntos del camino —aseguró risueño—. Además de conducir con precaución; lo cual tiene la ventaja añadida de poder contemplar a los pájaros durante el trayecto.

Grindelwald chasqueó la lengua ante el plan de su marido y suspiró:

—Os cambio a Albus por Bellatrix.

—Aceptamos —respondió Bellatrix al momento.

Así se libraba de Marlene y sus amigas. Como a Dumbledore le hacía gracia la extraña conexión que compartían su marido y ella, tampoco puso inconvenientes.

—Excelente, así estrechamos lazos todos.

Sirius fue el único que no pareció convencido con el arreglo, pero no protestó. Tampoco le dio tiempo:

—No es necesario que nosotros llevemos a nadie más, ¿verdad? —preguntó Grindelwald sin esperar (ni desear) respuesta—. Vamos yendo entonces. Nos vemos ahí.

Como nadie tenía confianza con ese hombre (incluso McGonagall le miraba con ligero temor), simplemente observaron como se marchaba hacia su garaje, con Bellatrix a su zaga un poco más animada.

—Qué pesados con los viajes en familia —masculló Bellatrix mientras subían al coche. Agradeció cuando él conectó la calefacción.

—Ya verás en Navidad —replicó Grindelwald con sorna—, cuando empiecen a sacar los jerséis de renos a juego.

Bellatrix le dirigió tal mirada de horror que Grindelwald rio. Ella le preguntó si bromeaba, pero él respondió que lastimosamente no.

—Por ese motivo me suelo ir yo —murmuró él saliendo del pueblo.

—¿En Navidad? ¿A dónde va? —preguntó Bellatrix con interés.

—A Budapest, mi familia y yo somos de ahí. Algunos años viene Albus, otros se queda aquí porque viene su familia. Mi relación con su hermano no es especialmente boyante, prefiero no presenciar sus visitas.

—Entiendo. ¿Y por qué vino a Inglaterra?

Grindelwald debía de estar decidiendo si revelaba algo tan personal, aunque su rostro no reflejaba ninguna emoción. Al final lo hizo mientras accedían a la carretera principal:

—A los dieciséis me expulsaron del colegio por mala conducta. Digamos que... no albergaba interés en socializar y me gustaba hacer experimentos con mis compañeros.

—Muy bien —respondió Bellatrix.

—Quería cambiar de aires... Así que viene a Inglaterra, mi tía-abuela vivía en la casa en la que vives tú ahora... y Albus vivía enfrente.

—Entonces llevan décadas juntos.

—Sí, así es. Aunque con algunas... intermitencias. Digamos que fortaleció mucho nuestra relación que me sacara de prisión.

—Mmm... —meditó Bellatrix—. Me pasó lo mismo con Sirius, nos distanciamos, pero me ayudó cuando ocurrió todo eso...

Grindelwald asintió comprensivo. Hubo unos minutos de silencio mientras cada uno meditaba sobre sus asuntos. Al final, Grindelwald confesó el motivo por el que tenía interés en hablar con ella en privado. Esa noche iba a llevar a cabo otra «misión secreta no registrada» para Hogwarts. Se trataba de rescatar a unos zorros de una granja ilegal a unos cincuenta kilómetros del Valle de Godric. No le dio más datos, era mejor así.

—Por tanto, si estás libre...

—Claro —respondió Bellatrix al punto.

Por un lado, le apetecía y por otro, le debía muchos favores a Grindelwald. Le alegraba poder hacer algo por él e incluso por Hogwarts. Cerraron el tema ambos satisfechos.

Cuando ya se acercaban a Harsea, Bellatrix notó que reducían la velocidad hasta la permitida en esa carretera.

—Hay un radar en esta zona —explicó Grindelwald— y me indigna que me multen, quién se creen que son esa chusma...

—En el trabajo, en mi anterior trabajo quiero decir, me dijeron que iban a sacar unos GPS con detector de radares.

—Acaban de salir —confirmó Grindelwald—, pero son ilegales y de momento mis intentos de hacerme con uno se están viendo frustrados.

Bellatrix asintió con desgana, qué pesado era el mundo intentando hacerles cumplir la ley. Sin más problema, llegaron a la ciudad y aparcaron en la plaza que habían acordado con el resto.

Gracias a que habían salido los primeros y a que habían superado con mucho la velocidad permitida, llegaron antes que el resto. Grindelwald murmuró que necesitaba otro café para aguantar el día con esa gente y Bellatrix asintió. Pensó que entrarían en cualquiera de las cafeterías de la plaza, pero no fue así.

Grindelwald no tomaba café en cualquier parte. Se notaba que conocía la zona, porque caminaron con decisión un par de calles hasta una pequeña pero elegante cafetería francesa.

—¿Tú quieres algo? —le preguntó Grindelwald mientras entraban.

—No, si tomo café me pongo demasiado nerviosa.

Lo que sí tenía era hambre, con el ajetreo matutino con Rodolphus y Sirius no había podido desayunar. Pero no lo comentó. Igual era una estupidez, pero quería que Grindelwald tuviera buena opinión de ella y no quería molestarlo ni pedirle nada más; ya vivía en su casa gratis, con eso era suficiente. Aunque esa convicción no evitó que Bellatrix mirara con deseo unos minicruasanes rellenos de chocolate fundido... con un precio absurdamente caro. Grindelwald estaba acostumbrado al lujo.

No se sentaron, Grindelwald lo pidió para llevar mientras Bellatrix se entretenía contemplando la calle. Cuando salieron, Grindelwald le tendió una bolsa de papel.

—Seguro que estos cansinos no te han dejado ni tiempo desayunar.

—¡Gracias! —exclamó Bellatrix abriendo la bolsa sorprendida.

Se emocionó de forma casi absurda al ver una docena de los cruasanes que le habían gustado. Seguía sin acostumbrarse a que la gente tuviera esos detalles con ella. Le ofreció, pero a Grindelwald le sobraba con el café. Así que regresó muy contenta comiendo sus cruasanes y manchándose de chocolate. Cuando llegaron a la plaza, los otros dos coches estaban aparcando. Dumbledore se acercó a hablar con su marido (debía ponerlo al día de las aves observadas durante el trayecto) y Sirius contempló a Bellatrix.

—Ya estás más contenta.

—Grindelwald me ha comprado cruasanes —respondió sonriente—. ¿Quieres uno?

—No, gracias —respondió su primo pasándole el pulgar por la barbilla para limpiarle el chocolate—. Hemos desayunado en casa.

—Ese señor es como tu padre —comentó James Potter—, te compra comida para tenerte entretenida...

—Ya le guftadía a mi pafdre sez como él —masculló Bellatrix con la boca llena.

—De todas maneras tienen buena pinta, yo sí quiero —añadió James alargando el brazo.

—Quita —le frenó Bellatrix de un manotazo—. A ti no te he ofrecido.

James miró ofendido primero a ella y luego a Sirius, esperando que su amigo hiciera algo. Pero Sirius solo se rio y sacudió la cabeza mientras Bellatrix seguía devorando cruasanes.

Antes de dirigirse al parque donde celebraban el mercadillo, dieron un paseo por la ciudad y algunos de ellos hicieron compras. Cuando terminó de desayunar, Bellatrix pidió que le pasaran a Canuto y se entretuvo paseándolo a él e ignorando al resto. Sobre el mediodía llegaron por fin al lugar de la cita.

A Bellatrix le sorprendió el tamaño del parque: no medía tantas hectáreas como los de Londres, pero aun así ocuparía casi la mitad del Valle del Godric. Tenía grandes zonas de césped, árboles y bancos, un lago central con barquitos y también una construcción de cristal del tamaño de una iglesia. McGonagall explicó que el edificio fue antes un jardín botánico, pero ahora estaba vacío y lo cedían para actividades culturales. Por eso cada año celebraban ahí el mercadillo de su asociación felina.

—Yo me quedo fuera con Canuto, para que no se ponga nervioso con los gatos —ofreció Bellatrix.

—No te preocupes, ven —respondió Sirius cogiendo la correa.

Resultó que ya conocía de otros años a la recepcionista y le dejaba a Canuto. La chica incluso había llevado golosinas para él; Bellatrix tuvo claro por la forma en que la miró Marlene que se trataba de otra admiradora de Sirius. Acomodado ya Canuto tras el mostrador, pasaron al edificio donde se desplegaba el mercadillo.

—Quiero comprar bizcochos —comentó Marlene cogiendo a Sirius del brazo para dirigirse al puesto de pastelería.

—Nosotras también —respondió Alina con Dorcas.

—Harry me ha pedido el calendario de este año —comentó James y él y Lily partieron en su busca.

McGonagall aprovechó para presentarle a Dumbledore (y por consiguiente a su marido) a varios de sus amigos ahí reunidos. Bellatrix paseó sola examinando los diferentes puestos. Terminó en una pequeña habitación aislada y aclimatada donde tenían a los gatos en adopción. Nunca había tenido uno, pero le gustaba mirarlos. En concreto a una bolita peluda negra y blanca que más que jugar con un ratón de cuerda, trataba de asesinarlo.

—Ese se llama Saiph.

La voz de uno de los voluntarios sacó a Bellatrix de su ensimismamiento. Se trataba de un chico de veintipocos años, con pelo rubio ensortijado y una tarjetita en su delantal de la asociación en la que ponía "Jake McGonagall". Bellatrix dedujo que sería sobrino o algo similar de McGonagall.

—Es todavía muy pequeño... y bastante agresivo, la verdad, por eso no se lo llevan —comentó Jake con una pequeña sonrisa—. ¿Quieres cogerlo? Normalmente no lo permitimos, pero... puedo hacer una excepción —susurró en tono confidencial guiñándole uno ojo.

Genial, ahora un estúpido voluntario trataba de usar a un gato para ligar con ella... Aun así fue más divertido de lo previsto: el pequeño Saiph mordió y arañó al chico todo lo que pudo en los escasos veinte segundos que lo tuvo en las manos.

—Igual no es buena idea —gimoteó.

Para librarse de él, se lo pasó a Bellatrix. Ella lo cogió con ligera desconfianza y lo alzó ante sus ojos. Se miraron fijamente y al final el gato debió de aceptarla, porque permitió que le sostuviera en brazos y le diera unos premios que le pasó Jake.

—Es sorprendente... Hasta ahora no se había llevado bien con nadie —comentó sin dejar de contemplarlos.

Bellatrix asintió incómoda. Le gustaba mirar a los gatos, no que los humanos la miraran a ella. Salvo uno, claro...

—Te andaba buscando, Bella —sonrió Sirius—. ¿Qué haces? ¡Ay va! ¿Y ese enano?

Acercó el dedo a la barbilla de Saiph que lo mordió de inmediato.

—¡Ay! —protestó Sirius— Tan pequeño y tan agresivo... Como tú.

Bellatrix puso los ojos en blanco y volvió a colocarlo en su cubículo. Saiph se ovilló sobre su manta y se durmió satisfecho tras haber atacado a dos humanos y conseguido premios por ello.

—¿Te gusta? —preguntó Sirius— Podrías adoptarlo.

Bellatrix notó la desesperación de su primo por buscar algo que la entretuviera, algo que la hiciera feliz. Pero un gato no solucionaría sus frustraciones, así que respondió:

—No, no. No podría cuidarlo... Se me da mal cuidar seres vivos y pasaría solo demasiadas horas cuando me fuese al trabajo.

—Bueno, pero...

—Además, lo arañan y destrozan todo y la casa es de Grindelwald, no puedo permitir eso. Y cuando vuelva a Londres tampoco me alquilarán nada si tengo gato.

—Para eso vendemos rascadores y...

El voluntario se calló en cuanto vio la mirada asesina de Bellatrix por inmiscuirse en su conversación.

—Tienes razón, igual no es el momento —concedió Sirius que no quería presionarla.

Salieron de la habitación y volvieron al mercadillo, donde pasearon entre los diferentes puestos. En uno que vendían calcetines de gatos, Bellatrix compró media docena para colaborar con la causa. Una hora después se reunieron con el resto y salieron de nuevo al parque. Ahí habían instalado varios food trucks de perritos calientes, hamburguesas, tacos, creppes y gofres. Parte de la recaudación también iba para la asociación Animagos, así que cenaron ahí.

Mientras picoteaba las patatas fritas de Sirius (porque ya había devorado las suyas), Bellatrix contempló de reojo a Grindelwald. Se notaba su resentimiento por estar ahí, a la intemperie, comiendo hamburguesas grasientas con gente que no era de su agrado. Y aun así, se advertía en pequeños gestos, en su forma de mirar, que no desearía estar en otra parte porque Dumbledore estaba ahí. Pese a sus continuas burlas y quejas, se querían de verdad. Bellatrix lo veía más claro en ellos que en Sirius y en Marlene; aunque no tanto como en los Potter, lo de esos dos era empalagoso y casi desagradable de presenciar.

—Hace frío, eh —comentó James mientras recogían los restos de la cena.

—Esta noche helará otra vez —aseguró McGonagall.

De hecho, ya estaba helando, por eso la calzada tenía una ligera capa de escharcha... Que fue suficiente para que una furgoneta que circulaba a demasiada velocidad se desviase de su trayectoria y se abalanzara sobre ellos.

—¡Cuidado! —gritó Grindelwald que fue el primero en darse cuenta.

—¡Bella! —chilló Sirius simultáneamente.

Grindelwald apartó a Dumbledore a un lateral y, en un acto reflejo, Sirius hizo lo mismo con Bellatrix. Cayó sobre su prima asegurándose de protegerla con su cuerpo. Permanecieron así unos segundos, escuchando gritos y bocinas hasta que por fin el conductor logró frenar la furgoneta.

—¿Todos bien? —gritó James, que había quedado al otro lado con el resto de la comitiva.

—¡Sí! —respondió Dumbledore desde su lado—. Estáis bien, ¿verdad? —preguntó ofreciéndole a Sirius una mano.

Sirius asintió aceptando la ayuda, todavía temblando por el susto. Grindelwald levantó a Bellatrix con un gesto rápido y mientras ella se sacudía el abrigo, le comentó en voz ligeramente burlona:

—Imagino que tú estás mejor que nunca.

Bellatrix le miró frunciendo el ceño y no respondió. Se reunieron con el resto y se abrazaron todos para celebrar que seguían vivos. Bellatrix fue a buscar a Canuto —que llevaba quince minutos robando perritos calientes de un puesto— y lo abrazó también (principalmente porque tenía frío y ese perro tan lanudo daba mucho calor). Mientras lo hacía, miró al resto de reojo y observó a Sirius y a James comentando el susto... y a Marlene hablando en voz baja con sus tres amigas. Bellatrix no pudo disimular su amplia sonrisa y se dio cuenta de que Grindelwald tenía razón: se sentía mejor que en mucho tiempo.

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