Capítulo 18
Cuando Bellatrix despertó a la mañana siguiente su idea no había cambiado: debía volver a Londres. Así Sirius recuperaría su vida de paz y sin problemas, aunque fuese con Marlene y eso desquiciase a Bellatrix. Del mismo modo, Rodolphus le perdería la pista y su vida iría mejor. No tendría forma de contactar con ella fuera del pueblo; aunque los dos viviesen en Londres, jamás se cruzarían. La ciudad era enorme y desde luego no frecuentaban los mismos lugares... Era perfecto, marcharse solucionaba varios de sus problemas.
No tuvo valor de decírselo a Sirius cuando lo vio malhumorado y ojeroso esa mañana. «Ya le dejaré una nota» pensó ella.
Desayunaron juntos sin apenas hablar. Después Bellatrix subió a su habitación, dejó las maletas preparadas y se marchó al trabajo.
—Buenos días —la saludó McGonagall—. Hoy tengo una reunión con compañeros de una subsede americana. ¿Necesitas mi ayuda para algo?
—No, no, tengo tareas que terminar —respondió Bellatrix.
Su jefa asintió satisfecha. Le gustaba que Bellatrix fuese autónoma y casi nunca la molestase ni le hiciese preguntas estúpidas. Lo que no sabía era que se trataba de su último día. Porque Bellatrix tampoco tuvo valor de despedirse del trabajo, para uno del que no la echaban... «Les dejaré otra nota» decidió.
Aunque con las despedidas no lo fuera, con su trabajo sí que fue responsable: terminó las tareas que tenía empezadas y dejó todas las fichas con las anotaciones pertinentes para que quien ocupase su puesto, pudiese continuar. Los animales no tenían la culpa de que el pueblo fuese un vertedero de caos y ella necesitara huir.
Cuando volvió a casa la comida estaba hecha, pero no había nadie. Seguramente Sirius (con Canuto) y Marlene habían huido para no verse, para calmarse y evitar volver a discutir. Mejor, más sencillo para Bellatrix.
—Bueno, ya que está, me quedo a comer —murmuró Bellatrix al ver la fuente de pavo.
No quería hacerle un desprecio a Sirius y sería la última vez que disfrutase de una comida en condiciones... Aun así comió deprisa, antes de que volviera alguien. Cuando terminó, lavó los platos y subió a su dormitorio. Terminó de guardar lo que faltaba en su maleta y escribió una nota a Dumbledore. Le dio las gracias por haber confiado en ella y por lo bien que la habían tratado él y su marido. También le felicitó por su trabajo para salvar a los animales y le deseó suerte con sus proyectos. La dobló y se la guardó en el bolsillo para echársela al buzón. Después, redactó otra breve nota para Sirius:
Me marcho, no quiero daros problemas y tengo que volver a Londres. Muchas gracias por todo. Te quiere,
Bella.
Dobló la nota, escribió el nombre de Sirius y la dejó sobre su mesilla preguntándose cuánto tardarían en percatarse de su ausencia. Junto a ella dejó sus llaves y abandonó la casa. Estaba metiendo las maletas en su coche cuando escuchó que alguien la saludaba.
—Ah, buenas tardes —respondió Bellatrix al ver que era Grindelwald. Bien, así se ahorraba un viaje—. ¿Podría entregarle esto a su marido?
Grindelwald aceptó el papel con el nombre de Dumbledore y, sin leerlo, le preguntó qué estaba haciendo. Cerrando el maletero, Bellatrix respondió:
—Me marcho. Ya es hora de volver a Londres.
—Ah no, tú no te vas.
Ella le miró con incredulidad.
—¿Qué?
—Por fin he encontrado a alguien que disfruta de la caza tanto como yo —respondió Grindelwald con voz suave—. Tú no te mueves de aquí antes de fin de año. Tengo un par de asuntos en los que necesitaré tu colaboración.
Bellatrix comprendió que «disfrutar de la caza» hacía referencia a la caza humana. Sospechaba que Grindelwald era como ella: amaba a los lobos y odiaba a los furtivos, pero no los cazaba por eso, sino para canalizar su violencia y gozar del placer que procura la tortura. Se sintió agradecida de que valorara sus habilidades y su compañía (estaba necesitada de afecto en ese aspecto, últimamente no le había ido bien). Aun así, no era suficiente para quedarse.
—Me tengo que ir. No puedo quedarme más en casa de Sirius y en este pueblo no hay pensión ni nada, así que...
Sin darle tiempo a hacer un movimiento, Grindelwald lo resolvió:
—Te quedas en la mía, así puedes vivir tú sola. Era de mi tía-abuela, está frente a la nuestra (que fue la casa familiar de los Dumbledore). La reformé por completo y me sirve de refugio cuando Albus me exaspera o simplemente necesito tiempo para mí.
—Pero yo no...
—No te cobraré. Mejor que esté habitada, así te ocupas de que no haya polvo ni se metan bichos. Las casas se estropean si no se usan. Tiene garaje también, vamos en tu coche y así lo aparcas.
Desconcertada, Bellatrix iba a buscar otro 'pero'. No lo hizo porque Grindelwald se había sentado de copiloto en su coche. Así que aturdida, entró también y arrancó.
—Es un coche precioso —murmuró él acariciando la tapicería.
—Gracias... —respondió Bellatrix.
A la altura de la casa que compartía con Dumbledore, Grindelwald se bajó. Le indicó a Bellatrix que diera la vuelta en la rotonda del fondo para cambiar de sentido mientras él cogía las llaves de la otra casa. Cuando dos minutos después aparcó en el garaje de Grindelwald, él ya la esperaba con su aspecto imperturbable de siempre.
—Abre el maletero.
Grindelwald no preguntaba ni sugería: daba órdenes en voz muy suave. Y Bellatrix obedecía sin rechistar, nunca le había pasado con nadie. Ese hombre tenía un don para controlar a la gente sin esfuerzo alguno. Cogió su maleta y el bolso de viaje con una mano y abrió la puerta con la que le quedaba libre. «Sí que tiene fuerza» pensó Bellatrix. Grindelwald dejó las maletas en el recibidor y le entregó las llaves de la casa.
—Será muy similar a la de tu primo, pero te la enseño igualmente —le dijo Grindelwald.
La principal diferencia era el estilo: esa era menos hogareña y más elegante, con tonos azules y grises oscuros y maderas nobles. Clásica y todo de un gusto refinado. La distribución era similar, aunque Grindelwald disponía de un dormitorio principal enorme que había logrado al anexar la habitación que Marlene usaba de taller. «Sin esa mujer hasta las casas fluyen mejor» pensó Bellatrix. No fue la única diferencia:
—Y eso es la despensa, ¿no? —preguntó señalando una puerta junto a la cocina.
—Lo era hasta que la reformé —comentó Grindelwald abriendo la puerta—. Ahora es una bodega.
El espacio contaba con estanterías en las tres paredes y refrigeración para la conservación óptima de las decenas de vinos que custodiaba. Bellatrix observó el alcohol con admiración y comentó:
—Esta casa es mucho mejor.
—También es mi habitación favorita —coincidió Grindelwald—. De esta estantería de aquí puedes probar las que quieras. El resto las guardo para ocasiones especiales...
—¿Como cuando le exaspera su marido?
Grindelwald no pudo disimular la sonrisa y contestó:
—Justo entonces. Me complace que vayamos conociéndonos. ¿Tienes alguna pregunta?
Bellatrix se lo quedó mirando sin saber qué decir. Le había mostrado la casa, le había subido las maletas al dormitorio principal y le había explicado dónde estaba cada cosa. Incluso le había ofrecido a su asistenta Winky para que pasara un par de días a la semana por si a ella no le apetecía limpiar.
—Pero... tendré que pagarle algo —murmuró avergonzada—, al menos lo...
—Bellatrix, me sobra el dinero de forma obscena. Y no creas que te saldrá gratis, esta casa cuenta con un gran inconveniente: nosotros vivimos enfrente. No podrás salir de casa sin que Albus te vea por la ventana de la cocina. ¿Y sabes qué pasará en los días en los que a mí me haya hartado con sus desvaríos sobre los nuevos pájaros que aparecen en el jardín?
Dejó unos segundos de silencio y respondió a una cada vez más atónita Bellatrix:
—Que vendrá a importunarte a ti. Eso me otorgará a mí unas horas de libertad y silencio que no están pagadas con ningún palacio del mundo.
Bellatrix no supo si era broma, pero por si acaso rio. Ese hombre estaba loco, casi tanto como su marido. Aun así insistió:
—Pero, ¿y si la necesita para tener un rato de tranquilidad?
—Siempre me quedará el bar. O dar una vuelta con el coche.
—Pero si cambia de idea...
—Serás avisada con el tiempo pertinente —terminó la frase Grindelwald—. Perfecto, te dejo para que te aclimates. Ya sabes dónde estamos —le indicó señalando con la cabeza la casa de enfrente.
Bellatrix asintió y le acompañó a la puerta. Estaba tan sorprendida que ni se acordó de darle las gracias. Aun así, cuando el hombre ya salía, recordó algo:
—¡Oiga! —lo llamó— ¿Sabe si Rodolphus viene esta semana?
—En principio debía venir —recordó Grindelwald—, pero creo que le ha surgido algo en Londres y deberá retrasar la visita.
—Ah vale, gracias.
Grindelwald asintió y se marchó. Bellatrix entró a casa y cerró la puerta. Se sentía extraña en aquel lugar, como una intrusa. Lo recorrió todo de nuevo y realmente la casa era perfecta. Recién reformada, con mobiliario moderno y todas las comodidades, del mismo tamaño que la de Sirius (lo único que faltaba era Sirius).
Se tumbó en la enorme cama del dormitorio principal. Era muy cómoda, con sábanas en azul oscuro y un edredón negro. Intentando relajarse, meditó sobre su situación.
¿Realmente Grindelwald la apreciaba y confiaba tanto en ella? No le había pedido ninguna garantía, aunque estaba segura de que a ese hombre nadie le engañaba ni le estafaba. Sabía que le sobraba el dinero y las propiedades, pero aun así... Le había prestado una casa para ella sola. «Ahora podría invitar a Rod, no tendría que quedarse en un hotel» pensó. Aunque al parecer, justo esa semana no iba a acudir. Además, seguía sin tener ganas de verlo tras lo sucedido con Rabastan.
—Pero qué estoy haciendo con mi vida... —se preguntó.
Se sentía extraña, era como si las cosas vinieran a ella sin necesidad de buscarlas: un día se cruzó a Dumbledore y le ofreció un trabajo, Rodolphus insistió hasta que aceptó salir con él y la trataba como a una reina, ahora Grindelwald le alquilaba la casa gratis... Siempre era ella la que tenía que perseguir las causas y no al revés. Y aunque sin duda así resultaba mucho más cómodo, a la vez sentía que no tenía ya el control sobre ningún aspecto de su vida.
—Bueeeno... pero tengo casa gratis —suspiró finalmente.
Se levantó y sacó un par de cosas de la maleta. Después decidió que tenía que ir a la compra, ahí no tenía comida ni un Sirius que se la preparara. Miró la hora y comprobó que aún le daba tiempo de ir al mercado del pueblo. Salió de casa y cerró con sus nuevas llaves.
Apenas había andado cincuenta metros cuando vio a Sirius en la otra acera, corriendo como pollo sin cabeza. Ah, cierto... también tenía que aclarar eso...
—¡Bella! —exclamó con un alivio enorme, como si temiera por su vida—. ¿¡Qué es esa tontería de que te vas!?
—Eh... Ya no me voy...
En un par de minutos Bellatrix le resumió lo sucedido. A lo largo del relato, Sirius pasó de la tristeza a la incredulidad. Cuando terminó, no supo qué preguntar primero. Empezó asegurándole que a él y a Marlene les hacía muy felices tenerla en su casa, pero Bellatrix respondió que esa solución era mejor. Ambas partes necesitaban independencia. Después Sirius abordó la motivación de Grindelwald, de la cual desconfiaba por completo.
—No sé, le caigo bien, nos llevamos bien —respondió Bellatrix encogiéndose de hombros.
«Hemos matado juntos y eso une mucho» era un argumento importante pero que no convenía esgrimir.
—El único punto a su favor es que está casado con Dumbledore —reconoció Sirius—, pero aun así, hay rumores de sus negocios turbios y todo eso... No me quedo tranquilo, Bella, es mejor que no aceptes nada de él.
—A estas alturas ya... —suspiró Bellatrix—. Mira, Sirius, agradezco tu preocupación, pero o me quedo en su casa o vuelvo a Londres.
Ante esas posibilidades y viendo que su opinión no iba a cambiar, Sirius aceptó que se quedara en casa de Grindelwald.
—Estupendo. Voy a la compra, ¿me acompañas? —preguntó Bellatrix alegremente.
—¿Tampoco vas a venir a comer? ¿Ya no iremos a correr juntos ni nada?
—Pasaré por las mañanas y así vamos a correr, si quieres luego podemos desayunar. Para la comida también puedo ir después del trabajo... Pero prefiero tener algo en casa por si acaso. Me suele entrar hambre de madrugada.
Todavía molesto por su decisión, Sirius asintió. Mientras caminaban hacia el mercado, Bellatrix comentó que cada día veía a Grindelwald más atractivo. Su primo chasqueó la lengua con fastidio y le recordó que estaba casado.
—Sí, todos los buenos lo están —replicó Bellatrix.
—Este está casado con otro hombre, Bella.
—Eso es lo que le da emoción al asunto —sonrió ella.
Sirius rechistó y cambió de tema.
Tras hacer la compra volvieron al nuevo hogar de Bellatrix. Mientras ella guardaba las cosas, Sirius cotilleó la casa.
—No ha conservado nada de lo que tenía Bathilda —comentó.
—Mejor, así está muy bien.
—En fin... Si tú estás contenta... —se rindió finalmente Sirius— ¿Vendrás luego al bar?
—Sí, sí, en un rato iré —aseguró Bellatrix.
Sirius se marchó y la dejó sola en su nueva casa. A ver si esta vez la alegría le duraba un poco más.
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