Capítulo 17
Bellatrix se despertó cuando Sirius, que la tenía abrazada, se movió.
—Duerme un poco más —susurró él—, voy a preparar el desayuno.
La respuesta fue un gruñido suave y Bellatrix siguió durmiendo. Cuando sonó el despertador, se lavó la cara y bajó a desayunar. Sirius había preparado todos sus platos favoritos: tortitas, huevos revueltos y tostadas con zumo. Le pareció bien, lo merecía por no haber podido celebrar su cumpleaños con él. Desayunaron y después salieron a correr. A la vuelta, Bellatrix se duchó y se preparó para el trabajo. Sirius y Canuto la acompañaron al coche y le dijeron adiós hasta la hora de comer.
—Bien —murmuró Bellatrix mientras los veía hacerse pequeñitos por el retrovisor—. Ahora que les eche la bronca a sus estúpidos amigos por no avisarme.
Obviamente de haber sido avisada habría rechazado el plan, pero habría tenido tiempo para boicotearlo y quedarse con Sirius. Así que merecían ser castigados.
Debió de suceder, porque cuando volvió del trabajo a mediodía, Marlene no estaba en casa como habitualmente, comieron ellos dos solos. Sirius no mencionó el tema, aunque le notaba menos sonriente que por la mañana. «Esos estúpidos siempre lo estropean todo» pensó Bellatrix disgustada. Aunque pronto se le pasó: tenía a Sirius para ella sola.
—Esta mañana he ayudado a un cervatillo, se había atrapado la pata en un matorral con pinchos.
—¿En serio? Cuéntamelo —pidió Sirius.
Pronto él olvido los problemas familiares y se centró en los relatos laborales de Bellatrix. Cuando terminaron, Sirius le propuso ir a dar una vuelta por Harsea, tenía que comprarle un arnés nuevo a Canuto y ella aceptó.
—Él no viene, ¿no? —preguntó Bellatrix contemplando al perro durmiendo en el sofá—. Está más tranquilo que de costumbre.
—Es por el masaje.
—¿Qué?
—Ayer, te conté que fuimos a un spa y Canuto también estaba, así que le dieron un masaje shiatsu y se quedó superrelajado —explicó Sirius.
Bellatrix sonrió divertida. Esa parte del plan era la única que le parecía bien. Solo entonces cayó en la cuenta de que Canuto había visitado el spa y también el cine. Al momento le preguntó a Sirius cómo lo habían colado en la sala de cine; él y James eran tan tontos que los veía capaces de disfrazarlo de bebé de cuarenta kilos.
—Por la puerta, por supuesto. Me llevo muy bien con la taquillera, la conozco desde hace años y es encantadora conmigo —explicó Sirius—. Con Marlene no tanto.
Automáticamente la taquillera le cayó bien a Bellatrix.
Cogieron sus cosas y salieron al garaje. Sirius era la única persona con la que prefería ir de copiloto. Le gustaba observarlo mientras conducía y centrarse en charlar con él en lugar de en la carretera. Así que fueron en el coche de él. En una tienda de animales le compraron el arnés a Canuto y también un par de bolsas de premios.
—Necesito unos vaqueros... —comentó Sirius con fastidio—. Al parecer no puedo pasarme toda la vida con los mismos.
Entraron a una tienda de ropa y la dependienta aconsejó a Sirius, a quien la ropa le importaba entre poco y nada. Se probó dos pares y le pidió opinión a Bellatrix:
—¿Ves mejor estos o los otros más claros?
Su prima le observó con atención y respondió:
—De colores no entiendo, pero estos te hacen mejor trasero.
Sirius sonrió divertido y dio el veredicto por bueno. Se volvió a cambiar y le indicó a la dependienta que se los llevaba.
—¿Los que le han gustado a su novia? —preguntó la chica recogiendo los dos pares.
—Es mi...
Sirius se interrumpió ahí. Si aclaraba que era su prima, a alguien no perteneciente a la familia Black el comentario anterior le sonaría raro. Así que se limitó a responder:
—Sí, esos.
Bellatrix salió de la tienda muy sonriente. Sirius le preguntó si le apetecía tomar algo o prefería volver ya. Ella respondió al momento que quería merendar. Cuanto más retrasara la vuelta a casa, más tiempo a solas con su primo.
Fueron a una cafetería donde Sirius tomó un café y Bellatrix un trozo de tarta de queso y un batido de chocolate. Estaba centrada en la comida cuando levantó la vista y descubrió a Sirius mirándola sonriente.
—¿Q-qué pagsa? —preguntó con la boca llena.
—Devoras igual que cuando eras pequeña —respondió Sirius—, como si te fueran a quitar la comida.
—Nunca te puedes fiar —aseguró Bellatrix muy seria—. En la cárcel robaban mucho la comida.
—¿Quién se atrevía a robarte la comida?
—Nadie, era yo la que robaba —respondió ella como si fuese obvio.
Su primo sonrió y pidió otro trozo de tarta que por supuesto ella no rechazó. Cuando terminaron ya estaba anocheciendo y volvieron al pueblo.
Al entrar en casa, Marlene estaba en el salón y ella y Sirius se miraron con palpable tensión. Bellatrix vio de reojo como Sirius le hacía un gesto a su mujer señalándola a ella. Probablemente le habría exigido esa mañana que se disculpara por no invitarla... pero Marlene no parecía dispuesta a ello. Como a Bellatrix también le resultaba bastante incómodo, comentó como si no notara la tensión del ambiente:
—Me llevo a Canuto a dar una vuelta.
Veinte segundos después salía de casa con el perro.
—De la que nos hemos librado, pequeñín —murmuró mientras el can olisqueaba los alcorques de la acera.
Tras hacer un par de pises, Canuto tiró de la correa hasta llegar a Los Merodeadores. Una vez en el bar, entró y corrió a tumbarse en su sitio junto a la chimenea. Bellatrix se lo quedó mirando y al final se encogió de hombros:
—¿Estás vago hoy? No lucharé contra eso.
Se sentó en la barra y Eleanor, la atractiva camarera pelirroja, le preguntó:
—¿Qué te apetece, cielo?
—Una cerveza.
—Ahora mismo —sonrió Eleanor.
Mientras se la bebía, Bellatrix observó lo a gusto que estaba Canuto en su sitio. A nadie parecía extrañarle el enorme perro negro dormitando en su alfombra, había bastantes clientes, pero la mayoría eran habituales. Salvo uno sentado en la barra, cerca de ella. No le había prestado atención al llegar, pero tras la segunda cerveza empezó a observarlo. Era alto, fuerte, cabello castaño y ojos claros; tenía unos años más que ella. Le sonaba ligeramente, aunque estaba casi segura de no conocerlo. Sería alguien de las afueras del pueblo.
Mientras ella escrutaba su rostro, él tenía la vista clavada en el tatuaje de las serpientes que asomaba en su muñeca. Bellatrix se estiró la manga del jersey para ocultarlo y entonces él levantó la vista. Le dedicó una amplia sonrisa ligeramente arrogante.
—Te invito a otra —le indicó señalando con un gesto de cabeza la cerveza que casi se había terminado.
—No necesito que me invites a nada —le espetó Bellatrix.
Pero él ya le había hecho un gesto a Eleanor para que les sirviera otra ronda.
—¿Qué haces por aquí? Es raro que una mujer beba sola.
Bellatrix puso los ojos en blanco y trató de ignorarle, pero el imbécil seguía hablando.
—¿Qué pasa, te molesto? —preguntó él sin borrar la sonrisita.
—Tremendamente.
—¿Ya tienes novio?
—Y marido y amante —respondió Bellatrix—. A veces también me la tiro a ella —indicó señalando a la exuberante camarera pelirroja—. Soy maravillosa, me lo merezco todo.
El hombre la miraba divertido, pero Bellatrix percibía también cierta aversión hacia ella.
—¿Y cómo es tu novio?
Además de repulsión, le daba mala espina y Bellatrix solía guiarse por sus instintos. Mejor largarse y no perder el tiempo con tonterías. Dejó un billete sobre la barra e hizo ademán de levantarse, pero entonces el hombre la agarró de la muñeca:
—No te vayas todavía, reina, aún no nos...
No pudo terminar la frase porque Bellatrix, con rapidez animal, sacó el puñal de su bota y lo acercó a sus costillas. Vio miedo en sus ojos, pero también diversión y furia. Se miraron fijamente, sin soltarse ninguno. Hasta que Eleanor se acercó con el ceño fruncido.
—¿Todo bien? —preguntó sin acertar a ver dónde estaban las manos de cada uno.
—Por supuesto, no se preocupe —respondió él—. Es mi cuñada, ya sabe... disputas familiares sin importancia.
Bellatrix pensó que seguía diciendo gilipolleces, pero entonces comprendió por qué le sonaba familiar: sus facciones y sus ojos eran similares a los de Rodolphus. Rodolphus era más guapo, de aspecto más elegante y menos bruto; pero a Bellatrix no le cupo duda de que el hombre al que estaba a punto de apuñalar era su hermano mayor.
Eleanor miró a Bellatrix, pidiéndole confirmación de que estaba bien. Para no armar un número en el bar de Sirius, ella asintió. La camarera se alejó, él le soltó la muñeca y ella guardó el cuchillo (aunque no muy lejos).
—Soy Rabastan Lestrange —se presentó jactancioso.
No hubo respuesta, solo una mirada de odio.
Bellatrix recordó que a Rodolphus también lo conoció en ese bar, solo que con él fue todo más sexy e interesante. A él sí que le dijo su nombre. Aunque estaba claro que Rabastan ya la conocía...
—Tenía ganas de conocerte, Bellatrix —manifestó dando un trago largo a su cerveza—. Mi hermano no habla de otra cosa.
La aludida sintió un escalofrío. ¿Le habría contado Rodolphus el incidente con Kreacher? Eso sería un problema... Rabastan quería a su hermano, pero a ella no.
—Y ¿sabes? Hace dos semanas que no me escribe, cuando antes lo hacía a todas horas. Supongo que está demasiado distraído contigo...
Bellatrix se relajó. No, no había tenido tiempo de contárselo y, conociendo a Rodolphus, no lo haría. Y menos por carta, demasiado riesgo.
—No lo culpo, no estás mal —comentó dirigiéndole una mirada sucia.
—Tú das puto asco —le espetó Bellatrix. Él la miró con desprecio, pero pronto recuperó la sonrisa burlona—. Roddy me dijo que vives en Francia, ¿qué haces aquí?
—¿Roddy? —replicó Rabastan incrédulo— ¿Le llamas Roddy?
Bellatrix asintió:
—Excepto cuando follamos, entonces le llamo...
—¡Cállate! —la interrumpió Rabastan que no quería conocer eso de su hermano pequeño.
Bellatrix sonrió victoriosa. Ya había deducido que ese hombre no la quería en su familia... así que iba a intentar convencerlo de que era irremediable. Obviando el asunto de los nombres, Rabastan le contó que un par de veces al año acudía a Inglaterra a pasar unos días con su hermano.
—Pero Roddy no está en el pueblo hoy —apuntó Bellatrix.
—Quería verte a ti. Quería saber con qué clase de persona está obsesionado mi hermano... Esperaba algo mejor, no te ofendas.
—Cómo me voy a ofender por algo que viene de semejante imbécil —replicó Bellatrix con calma tensa.
Se miraron con odio, hasta que Bellatrix decidió que no podía terminar así con el hermano de su novio... Había formas mejores.
—Perdona, igual he sido un poco brusca —se disculpó con una sonrisa dulce—. No se me da bien tratar con gente viva... Pero, en cualquier caso debemos llevarnos bien, porque cuando Roddy yo nos casemos, vamos a ser familia y...
—¿Qué? —replicó Rabastan por primera vez serio— No vais a casaros.
—¡Claro que sí! El año que viene a más tardar. ¡Quiero ser Bellatrix Lestrange! Aún no hemos decidido si haremos una boda gigantesca y carísima o algo más íntimo solo con la familia, pero en cualquier caso...
—Oye, Bellatrix, no tengo nada contra ti —la interrumpió Rodolphus sin asomo ya de broma ni ironía—. Más aún, si se tratase de mí, me parecerías la elección obvia. Pero mi hermano, no... a mi hermano es imposible que le vaya bien contigo.
—¿Por qué? —replicó Bellatrix a la defensiva porque ahora sonaba sincero.
—Porque Rodolphus es buena persona, se preocupa por la gente a la que quiere y...
—¿Insinúas que yo soy mala persona?
—No sé si serás buena o mala, pero eres el tipo de persona que metería a Rod en problemas. Probablemente no de forma intencionada —añadió Rabastan—, pero está obsesionado contigo. Hará cualquier cosa por ti, aunque sea algo totalmente contrario a sus deseos. Y yo quiero a alguien que le cuide y proteja de la misma forma en que lo hará él. Es mi hermano pequeño y quiero lo mejor para él, ¿lo comprendes?
Bellatrix se quedó en silencio sin mirarle. Él añadió:
—¿No harías tú lo mismo por tus... por tu primo?
Ahí sí que lo miró. Comprendió que Rodolphus le había contado que tenía hermanas, pero se llevaba mal con ellas y que tenía un primo al que adoraba. Entonces se sintió incómoda, vulnerable y replicó:
—Tú no me conoces.
—Rod me ha hablado mucho de ti en sus cartas.
La tensión de Bellatrix aumentó. No le gustaba que Rodolphus (ni nadie) fuese por ahí contando que era una expresidiaria, que se enamoró de un loco psicópata, que su familia la repudió o cualquier otro dato personal. Rabastan debió de intuirlo y añadió:
—No me ha escrito una palabra negativa, todo en ti le resulta fascinante y maravilloso y no es capaz de hablar de otro tema. Pero desde fuera es más fácil ver las cosas con claridad... He estado en la cárcel y en ambientes nada aconsejables y he conocido a personas como tú, Bellatrix.
—Te aseguro que nunca has conocido a nadie como yo —le espetó ella con frialdad.
Se levantó y salió del bar con la cabeza bien alta. A medio camino se dio cuenta de que se había olvidado a Canuto, pero rompería la dignidad del momento si volvía a por él. Miró el reloj y comprobó que Sirius empezaría su turno en media hora. Su perro no se movería del sitio, todo en orden. Por si acaso, le informó cuando entró a casa:
—Canuto me ha llevado al bar y se ha quedado durmiendo. No he querido despertarle.
—Ah, sí —respondió Sirius distraído mientras preparaba la cena—. Le gusta mucho quedarse ahí, no hay problema.
Bellatrix asintió y le ayudó a preparar la cena.
—¿Pongo la mesa para tres o...?
—Solo nosotros —contestó Sirius sin dar más detalles.
Bellatrix notó que estaba tenso y nada sonriente. La discusión con Marlene debía de haber sido fuerte... y no tenía pinta de haber terminado.
Cuando acabaron de cenar, Sirius maldijo en voz alta porque iba muy justo de tiempo, no quería que Eleanor tuviera que hacer horas extra.
—No te preocupes, vete, yo recojo esto —le indicó Bellatrix.
—Gracias, Bella —murmuró Sirius saliendo de casa.
Mientras limpiaba la mesa y lavaba los platos, tuvo tiempo de pensar.
¿Tendría razón Rabastan? ¿Se estaba aprovechando de Rodolphus? Sabía que él la adoraba desde el principio, pero ella también se estaba esforzando, bastante más que con sus anteriores ligues. Lo pasaban bien juntos, se divertían y se entendían bien. Estaba decidida a continuar profundizando en su relación, creía que podían llegar a algo, que podría llegar a tener a alguien... Igual eso era egoísta, igual no era suficiente... Las relaciones nunca fueron su fuerte. Rabastan había conseguido hacerla sentir mal y, sobre todo, había despertado nuevas dudas.
Hasta ese momento, tenía ganas de ver a Rodolphus. Quería contarle que su regalo había sido un éxito y darle las gracias porque sin él no habría sido posible. También quería desahogarse sobre lo sucedido en el cumpleaños de Sirius, era el único con quien podía comentar esas cosas. Pero ahora... No estaba segura de querer verlo después de lo que le había dicho su hermano.
—Vaya día de mierda —murmuró secando los platos—, con lo bien que había empezado...
Sí, empezar con Sirius abrazándola en la cama era un gran comienzo, pero igual tampoco era lo más adecuado... Entonces sonó el timbre y Bellatrix, sorprendida, fue a abrir. No le hizo ninguna ilusión ver a Lily Potter y a Marlene. ¿Por qué llamaba si vivía ahí? Se habría dejado las llaves... Por si acaso y para quitarse el problema cuanto antes, les dijo:
—Sirius se acaba de ir al bar.
—No, queríamos hablar contigo —sonrió Lily.
Bellatrix miró a la pelirroja con desconcierto. No tenía nada que hablar con ellas. No dijo nada ni las invitó a pasar... pese a que era la casa de una de ellas.
—Queríamos disculparnos por no invitarte al cumpleaños de Sirius —arrancó Marlene haciendo un esfuerzo por sonreír.
—Se nos pasó —añadió Lily—. Yo creí que te avisaría Marly, ella creyó que... Y con tantas cosas que había que planear y coordinar, no nos dimos cuenta de...
—Es igual —la interrumpió Bellatrix deseando cortar la tremenda incomodidad que estaban sintiendo las tres—. Tampoco hubiera podido, por el trabajo.
Notó el alivio de las dos ante una respuesta tan desapasionada. Lily se apresuró a despedirse:
—Fantástico, a la próxima no se nos pasará. Nos vamos a dar una vuelta, hace buena noche, ¿quieres venir?
—No, gracias, estoy... haciendo cosas.
Las dos amigas asintieron con rapidez, le dieron las buenas noches y se marcharon. Bellatrix volvió a entrar y recuperó el trapo de secar. ¡Qué incómodo todo! Ese pueblo parecía un remanso de paz, pero ocultaba en realidad de una calma tensa que podía estallar en cualquier momento. Jamás pensó que llegaría un punto en que lo único que iría bien en su vida sería su trabajo.
Y las emociones del día no acabaron ahí...
Bellatrix se acostó pronto, estaba triste y cansada y solo deseaba que terminara ese día. Además, su cama olía a Sirius.
Estaba ya dormida cuando su primo volvió del trabajo. No obstante, la despertaron unos gritos. Aguzó el oído y distinguió la voz de Marlene:
—¡Se tendrá que ir algún día!
—¡Es mi familia! ¡No tiene otro sitio a donde ir!
Bellatrix se incorporó y se acercó a su puerta para oír mejor. Pese a que la del dormitorio principal estaba cerrada, las voces alteradas se escuchaban perfectamente:
—¡Lleva aquí meses! —protestaba Marlene.
—¡Y qué más te da! No se mete en nada, no molesta en nada, ¡ni siquiera la avisáis cuando hacemos algún plan!
—¡No hace falta que la avise porque ya está siempre contigo! ¡Yo te doy demasiado calor, pero a ella la abrazas cuando dormís juntos! Lo cual es raro, por cierto.
—¡No es raro! ¡Tuve que pasar la noche con ella porque vosotros la habíais dejado apartada todo el día!
A Bellatrix se le encogió el corazón. ¿Sirius le hacía caso por pena? No distinguió la réplica, estaban intentando serenarse y eso dificultaba la escucha. Por suerte o por desgracia, Marlene pronto volvió a subir el tono y su marido no se quedó atrás:
—¡Habrá ahorrado algo! Puede volver a Londres, alquilar algo y buscar un trabajo de verdad.
—¡Se le da muy bien su trabajo aquí!
—¡Esta casa no es tan grande, Sirius! Entiendo que te dé pena, pero tienes que dejarla tener su propia vida, ¡no eres su padre!
Bellatrix no escuchó nada más. Cerró la puerta de su habitación y se metió en la cama compungida.
Se sentía profundamente mal. Primero por ella misma, por la sospecha de que Sirius la acogía y le daba cariño por lástima. Ella desearía que hubiera algo más, no necesitaba sentirse así de patética. En segundo lugar, no quería que Sirius estuviera triste, ni que lo pasara mal y tuviera problemas por su culpa. Él siempre había sido muy bueno con ella y no quería pagárselo así. Y en tercer lugar... odiaba a Marlene, pero únicamente por egoísmo y envidia. Entendía que en su lugar ella estaría igual o peor; mucho había aguantado en casa a la prima rarita y expresidiaria de su marido...
Se sintió de nuevo sola y miserable. Ante un escenario así había dos opciones: afrontar la situación y hablar las cosas como personas sensatas... o huir. Bellatrix lo tuvo claro. Ella siempre fue partidaria de huir.
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