Capítulo 14
Cuando abrió los ojos, a Bellatrix le costó un rato ubicarse. Al girarse y ver a Rodolphus a su lado recordó que se habían quedado en su hotel en Harsea. Él dormía plácidamente. Miró el reloj: las seis de la mañana. Tras el alcohol ingerido la noche anterior, agradeció que fuera sábado. Podía dormir un rato más. Se escabulló del brazo de Rodolphus, que daba demasiado calor, y rodó hacia el otro lado que estaba más fresquito. Ahí, siguió durmiendo.
Rodolphus fue el primero en levantarse dos horas después, cuando llamaron a las ocho para ofrecerles el desayuno. Esa habitación tenía el servicio incluido, Rodolphus no se alojaba en cualquier parte. Le preguntó a Bellatrix, que resultó que tenía mucha hambre y agradeció que se lo sirvieran en la habitación. Mientras desayunaban, Rodolphus trató de darle conversación, pero pronto comprendió que Bellatrix no era una persona de mañanas. Necesitaba al menos desayunar y ducharse para poder unir más de dos palabras.
El desayuno estaba bueno y era abundante —huevos fritos, salchichas, tostadas, zumo de naranja y café— y Bellatrix se sintió de mejor humor tras haber comido. También ayudó la ducha en el elegante baño de la suite, Rodolphus le cedió el primer turno y ella estuvo largos minutos disfrutando el agua caliente. Después volvió al dormitorio y recuperó su ropa de la noche anterior.
—¿Tienes algo que hacer hoy? —le preguntó Rodolphus ordenando la maleta pequeña que usaba para esos viajes.
—Nah. Volver al pueblo y rezar para que hayan terminado con la tontería de Halloween —respondió Bellatrix con desgana mientras se ataba las botas—. ¿Tú tienes algo?
—Una idea de la que tengo la certeza de que me arrepentiré.
Bellatrix le miró con ligero interés.
—¿El qué? ¿No volvías a Londres hoy?
Rodolphus asintió, pero no añadió nada. Bellatrix no preguntó más; si se quería hacer el misterioso, no pensaba manifestar interés. Así que se tumbó en la cama mirando al techo mientras él terminaba de recoger sus pertenencias. Meditó sobre las vueltas que daba su vida: pocos años atrás despertaba en la cárcel y ahora en la suite de un cinco estrellas de una elegante ciudad costera. Su situación había mejorado, desde luego. Al menos de cara al exterior, por dentro seguía sin tener claro lo que sentía; era un diálogo interior que la agobiaba y por tanto posponía constantemente.
Cuando Rodolphus terminó de hacer la maleta, dejaron la habitación y bajaron al garaje.
—¿No tienes que pagar la cuenta? —inquirió Bellatrix.
—Paga la empresa. Tengo una cuenta abierta aquí y lo cargan directamente para ahorrarme tiempo.
Ella asintió. Como Rodolphus tenía que llevarla al pueblo y después deshacer lo recorrido para volver a Londres, no quiso molestarlo más y aceptó el puesto de copiloto. Se relajó en el cómodo asiento hasta que se percató de que no daban la vuelta en dirección al Valle de Godric.
—Te has equivocado, era por el desvío anterior.
—No, voy bien —aseguró Rodolphus sin apartar la vista de la carretera.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella frunciendo el ceño.
—A Londres.
—Pero antes tendrás que llevarme a...
—Quiero que me acompañes, ya volveremos esta tarde. No tenías nada que hacer, ¿no?
—No, pero... Sirius se preocupará... ¿Y qué tenemos que hacer en Londres?
—Seguro que a tu primo le durará varias horas la resaca de ayer, ni se enterará de que no estás.
Bellatrix no respondió, eso era probable. Y todavía más probable era que pasara el fin con los Potter, puesto que su ahijado estaba en el pueblo. Eso no le apetecía en absoluto. Aunque si lo hubiese sabido, le hubiese llamado desde el hotel para informarle, por si acaso...
Le preguntó de nuevo a dónde iban, pero Rodolphus murmuró un «Ya lo verás» y ella de nuevo puso los ojos en blanco y se dejó llevar. Imaginó que quería probar con ella algún restaurante nuevo del que habían hablado la noche anterior o quizá llevarla al cine o a hacer algún plan cultural, pues le comentó que hacía tiempo que no disfrutaba de ese tipo de ocio. Aunque tampoco lo echaba especialmente de menos.
O tal vez se trataba de un plan más personal, como enseñarle su mansión en Londres para impresionarla... Confiaba en que no fuese algo tan vulgar, Bellatrix no era nada impresionable en lo respectivo al lujo. «¡Espero que no quiera presentarme a su familia!» se le ocurrió con repentino horror. Se calmó al recordar que su hermano Rabastan, al que más unido estaba, vivía en Francia. No le había dicho nada de que estuviese de visita, así que había poco peligro ahí.
No obstante, tampoco le dio muchas vueltas, solo los primeros kilómetros. Después se dejó llevar mientras pensaba en que odiaban las sorpresas, pues acostumbran a crear expectativas que luego no logran cumplir.
Como ese era su ánimo y su novio también parecía sumido en sus pensamientos, no charlaron mucho durante el trayecto. Rodolphus conectó la radio y aunque la música que sonaba no era la favorita de Bellatrix, le gustaba ir en coche y disfrutó igualmente.
—Podemos comer en el restaurante nuevo junto al Támesis, te encantará —comentó Rodolphus cuando se acercaban a Londres.
—Mmm... —murmuró Bellatrix mirando por la ventanilla—. Ya puede estar bueno para tres horas y pico de viaje...
—Son poco más de las once —respondió Rodolphus mirando el reloj—. Además, vamos a hacer más cosas.
—¿Cómo qué? —preguntó ella sin mucho interés.
—Tomar un café, mirar tiendas, allanar una morada, dar un paseo junto al río...
—¿Qué? —replicó Bellatrix retrepándose en el asiento.
—Pasear junto al río —repitió Rodolphus con una sonrisa.
—Sabes que no me refiero a esa parte.
No consiguió más información y ahora —tuvo que reconocerse— Rodolphus sí había logrado despertar su curiosidad.
Unos minutos después se dio cuenta de que estaban en el distrito de Islington. Ella conocía muy bien la zona, pero dudaba que hubiese algún punto de interés para Rodolphus: ni cines, ni teatros, ni salas de exposiciones, ni restaurantes refinados... En ese barrio solo había viejos comercios de toda la vida y un par de restaurantes familiares medio vacíos siempre porque la población de la zona estaba muy envejecida y salía poco de casa.
Bellatrix contempló las calles grises por las que pasaban, recibiendo fugaces memorias infantiles. Hasta que llegaron a un parque en el que recordaba haber jugado de pequeña y él aparcó. Mientras Rodolphus rebuscaba en el maletero, Bellatrix bajó del coche e insistió:
—¿Pero a dónde vamos?
—A conseguirte un regalo para tu primo —suspiró Rodolphus cerrando el maletero.
Se aseguró bien de que el coche estuviese bloqueado y con la alarma conectada —estaba al tanto del declive del barrio— y echó a andar con rapidez. Bellatrix lo miró con desconcierto frunciendo el ceño, pero tuvo que seguirlo para no quedarse atrás.
—Es por aquí, ¿verdad? —preguntó Rodolphus señalando una calle serpenteante.
—Depende de a dónde vayas... —murmuró ella que no entendía qué tienda podía haber ahí para comprar regalos. Tenía que ser nueva, porque no recordaba ninguna.
Pronto comprendió que se dirigían a aquella tétrica casa en la que tantas horas pasó de pequeña... Sintió un nudo en la garganta y numerosos recuerdos colapsaron su mente. Fue incapaz de recobrar la voz.
Rodolphus no dijo nada, seguía caminando decidido unos pasos por delante. Cinco minutos después llegaron, efectivamente, a Grimmauld Place.
La calle lucía igual de decadente que en sus recuerdos. La mayoría de viviendas tenían las ventanas tapiadas y los jardines repletos de malas hierbas. Los únicos comercios eran una oficina de correos cerrada por fin de semana y una pizzería también cerrada porque al ser italiana, guardaba el festivo de Todos los Santos. Bellatrix la recordaba de su adolescencia, alguna vez Sirius y ella compartieron pizzas los martes, el día que estaban más baratas y les llegaba con el dinero que robaban a sus padres. La habían renovado y mejorado las instalaciones y aun así ella la seguía viendo como dos décadas atrás. Pero no fue eso lo que más nostalgia le produjo.
Bellatrix contempló el número doce, intentando no ahogarse en los recuerdos compartidos con Sirius y con su tiránica familia... Después, se giró hacia Rodolphus.
—¿Querías ver la casa de mi primo? Podías haber aparcado aquí, está la calle desierta. Y es un plan muy raro para el fin de semana, podías haberme preguntando antes...
—Cuando vas a cometer un delito es mejor dejar el coche lejos, Bella. Si no, es fácil que te relacionen —murmuró extrayendo algo de su cazadora.
—¡Pero quién te crees que eres dándome A MÍ lecciones sobre delinquir! ¿Y qué se supone que vas a...?
Se interrumpió cuando vio a Rodolphus maniobrando con un pequeño aparato negro con varias antenas. Estaba tan concentrado manipulándolo y contemplando cifras y datos en una pantalla que Bellatrix —pese a no entenderlo— no le interrumpió. Unos minutos después, sonrió satisfecho.
—Ya está. Ahora la parte fácil.
Subió con agilidad los cinco escalones hasta la puerta principal y extrajo un par de diminutas herramientas metálicas de su chaqueta. Bellatrix no tuvo tiempo a distinguirlas antes de que la puerta se abriera. Se quedó en la calle paralizada.
—¡Vamos! —apremió Rodolphus girándose hacia ella y mirando a su alrededor, asegurándose de que nadie los veía.
Bellatrix obedeció, no era cosa de que los pillaran ahí. Aunque hubiese agradecido unos minutos de preparación antes de volver a entrar en ese lugar, como los buzos cuando se preparan para una inmersión peliaguda.
—La alarma estaba conectada, así que no hay nadie en casa —comentó Rodolphus cerrando la puerta con cuidado.
—¿Estaba? ¿La has desconectado? ¿Con ese chisme?
—Un inhibidor de frecuencias carísimo... Siempre lo tengo a mano.
Ella ni siquiera preguntó el motivo, imaginó que mantenía vicios de su época de delincuente-abridor-de-cerraduras-y-cajas-fuertes. Igual que ella seguía teniéndole gusto a lo de disparar.
Se quedó en el recibidor entre paralizada y aturdida. Le resultaba irreal volver a estar dentro de esa casa en la que tantas horas pasó... y no todas fueron infelices. Creyó que nunca volvería a ese lugar y de hacerlo, desde luego, no era a Rodolphus a quien imaginaba a su lado. Pero él permanecía ajeno a ello y tampoco sabía ver tras la máscara neutra con la que Bellatrix ocultaba sus emociones. Parecía ligeramente aburrida, como de costumbre, y algo desconcertada.
—¿Bueno qué? —urgió Rodolphus— ¿Dónde están los álbumes que querías?
—¿Qué? —replicó ella sin entender de qué hablaba.
—Me dijiste que te gustaría hacerle a tu primo un regalo más personal pero no tenías fotos, ¿no? Aquí me dijiste que sí que había. ¿Dónde las guardan?
Que la hubiese escuchado cuando le contó esas menudencias sobre su vida ya le resultaba sorprendente. Pero que además lo recordase, lo valorase y tratase de ayudarla era algo que su cerebro no lograba procesar. Tras unos segundos, Bellatrix balbuceó:
—Me... ¿Me has traído aquí para... conseguir fotos para... el regalo de Sirius?
Rodolphus asintió con una sonrisa casi tímida al ver que ella lucía realmente impresionada.
—Tampoco tenía nada mejor que hacer —le quitó él importancia—. Pero es mejor darse prisa de todas formas, ¿dónde están?
Reaccionando por fin, Bellatrix se acercó a él y le besó. Le besó con ímpetu durante casi un minuto. En eso no le importó a Rodolphus perder tiempo. La intensidad del momento fue tal que él terminó un tanto aturdido. Bellatrix no; tras asimilar la situación, decidió sacar provechó.
Entró al salón del fondo escuchando la vieja madera del suelo crujir bajo sus tacones, sintiendo la humedad y el olor a moho. Por la capa de polvo que cubría todo y los muebles ocultos bajo sábanas y plásticos dedujo que hacía tiempo que nadie habitaba esa casa. Todo estaba como cuando sus tíos vivían, casi parecía que sus fantasmas moraban ahí. También los álbumes de fotos seguían en la estantería del salón. Pese a lo imprevisto del plan, elaboró pronto una línea de ataque:
—Será mejor que nos llevemos solo las fotos necesarias. Si nos llevamos los álbumes y algún día Regulus viene a por ellos, se dará cuenta. No creo que suceda, los Black no somos de recordar el pasado, sino más bien de intentar olvidarlo a golpe de whisky... Pero mejor prevenir.
—Muy bien. ¿Qué fotos buscamos? —preguntó Rodolphus colocando la pila de álbumes sobre la mesa y sentándose en el sofá sin quitar la tela que lo cubría.
—Las que salimos Sirius y yo. Mira... este es Sirius —indicó señalando a un niño de cinco años que sonreía burlón en una fotografía—. Este es su hermano, Regulus. Y yo soy... —murmuró pasando las páginas para buscar algún retrato infantil suyo— esta de aquí, la morena.
Era una fotografía de tres niñas sentadas en un sofá. Lucían las tres primorosos vestidos de terciopelo con lazos y se notaba que habían sido peinadas para la ocasión. Se advertían las posturas forzadas y las sonrisas congeladas, pero aun así eran las tres preciosas. Y no había duda de que eran hermanas. No obstante, como ya no las consideraba como tales, Bellatrix no le dio ese dato a Rodolphus.
—Realmente sois iguales... —comentó él sorprendido.
—¿Quiénes? —inquirió Bellatrix tensándose.
—Tú y tu primo. Tus hermanas tienen rasgos muy parecidos a los tuyos, eso no es raro. Pero él tiene hasta el aire de superioridad y rebeldía que también desprendes tú... y no sé cómo se hereda eso —comentó divertido.
—Gracias —sonrió Bellatrix tomándolo como un cumplido, aunque no deseaba ahondar en su árbol genealógico—. Mira, ahí hay una —advirtió señalando una foto en la que las versiones infantiles de Sirius y ella comían galletas junto a un árbol de Navidad.
La extrajo del plástico y la colocó sobre la mesa. Trabajaron en silencio y al cabo de media hora la pila de fotografías era considerable. Habían recopilado al menos unas cincuenta. Bellatrix no comentó nada, pero miró de reojo cada imagen que Rodolphus seleccionó y le emocionó ver que no se confundía ni en una. Tenía muy claro quién era ella.
—Ya podemos irnos —declaró Bellatrix satisfecha—. Con estas tengo de sobra.
Conforme pasaban los minutos se había ilusionado con la idea del buen regalo que le iba a hacer a Sirius. Era verdad que no eran nostálgicos ni idealizaban su pasado (estaban mejor ahora en todos los aspectos), pero sabía que él valoraría el gesto y le haría ilusión recuperar una pequeña parte de su infancia. La que, al menos para Bellatrix, fue la mejor. Iba a ser verdaderamente especial.
Envolvió las fotografías en un pañuelo de seda y las guardó en el bolsillo de su abrigo. Rodolphus volvió a colocar los álbumes en su sitio y dieron la misión por concluida.
Se aseguraron, pero apenas habían tocado nada, hasta el polvo seguía en su sitio. Nadie notaría que alguien había regresado a Grimmauld Place durante unos minutos.
—¿Puedes volver a conectar la alarma? —preguntó Bellatrix mientras salían.
—Sí, sin ningún problema. Madre mía, qué cuadro más feo...
Se trataba del retrato de una mujer con rostro amenazante y huesudo que colgaba en un lateral del recibidor. Era extremadamente realista, parecía que iba a ponerse a chillar a los intrusos en cualquier momento.
—Era mi tía Walburga —comentó Bellatrix contemplándola—. Me llevaba bien con ella hasta que se empeñó en hacer de mí una señorita y todo ese rollo que también llevaban mis padres. Con Sirius no se portó bien, era demasiado rebelde... Siempre prefirió a Regulus porque era más inocente, más indefenso y maleable.
—Pues con ellos no sé qué tal le iría, pero contigo les salió estupendamente el plan —comentó Rodolphus divertido ante la idea de que alguien hubiese intentado inculcarle modales a Bellatrix—. Vámonos, esta casa me da escalofríos.
—Sí, siempre tuvo eso de...
Se interrumpió cuando escucharon una serie de crujidos en la escalera del fondo. Lentos pero decididos, demasiado fuertes para tratarse de una rata.
«¿¡Quién anda ahí!?» gritó una voz gruñona, amenazante y cortada por la falta de uso. Seguidamente escucharon el sonido metálico que el oído profesional de Bellatrix identificó como el cargador de una escopeta. Y ahí ambos sintieron un escalofrío de terror.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top