Capítulo 11

Nota: ¡Muy Feliz Año! Por un 2024 comentando y soñando juntas sin dejar de adorar a Bellatrix como merece. ¡Os adoro!

*      *      *

A última hora de la tarde, Bellatrix caminó hasta la parada de bus de la entrada del pueblo. Le había preguntado a Sirius si el restaurante del pueblo vecino era elegante y él le había dicho que no, un sitio normal. Así que se puso unos vaqueros, un top negro estilo corsé y un jersey negro sobre los hombros por si luego hacía frío. Y sus botas de combate, por supuesto.

Rodolphus llegó con su impresionante Lamborghini un par de minutos antes de la hora acordada. Detuvo el coche junto a la parada y Bellatrix se subió (esta vez aceptando el puesto de copiloto).

—¿Cómo va la semana? —preguntó Rodolphus tras el saludo.

—Creo que bien. He conseguido... algo así como un ascenso...

—Qué buena noticia, ¡felicidades!

—En realidad solo me he librado de mi anterior encargado, que era imbécil.

—Igualmente felicidades —insistió Rodolphus—. ¿El que me dijiste que solo te mandaba vigilar pantallas?

Bellatrix asintió, sorprendida de que se acordara, de que la escuchara. Rodolphus le preguntó cómo lo había conseguido y ella respondió que había ayudado a un zorro.

—Cuéntame eso —pidió él al momento.

—En realidad no ha sido nada... —murmuró Bellatrix, nada acostumbrada a que le prestaran tanta atención positiva—. Una boa había atrapado a un zorro y la he desenroscado para liberarlo.

Rodolphus dejó de mirar la carretera y fijó sus ojos verde grisáceo en los de ella.

—¿Has desenroscado a una serpiente con tus propias manos y juzgas que eso «no ha sido nada»? ¿Qué sería «algo» para ti?

—Conducir este coche —replicó Bellatrix sin dudar.

Él rio.

—Ni de broma. Ya pasamos suficiente miedo la vez anterior.

—Yo no pasé miedo.

—El coche y yo sí.

Bellatrix rio también y sacudió la cabeza ante lo tonto que era.

Pronto llegaron al restaurante italiano, cuya fachada era de piedra con toldos escarlata. En cuanto entraron, Bellatrix sintió un escalofrío. La elegante cubertería, los manteles de hilo, las lámparas de cristal de bohemia... Eran gustos muy semejantes a los de sus padres, gustos muy caros entre los que creció. No es que aquello le ocasionara ningún trauma, el lujo le gustaba; el problema era que en un vistazo constató que el restaurante sí era elegante. Lo confirmó cuando un maître vestido de traje les pidió el nombre de la reserva.

—Rodolphus Lestrange.

—Ah, monsieur Lestrange, bienvenido de nuevo.

En ese momento, Bellatrix se dio cuenta de que él sí encajaba en la etiqueta. No iba de traje, pero llevaba un pantalón, una camisa y una americana que en él lucían desenfadados y aun así quedaba claro que eran de una firma muy cara. Ella era la única fuera de lugar y no tuvo duda de que por eso el maître le dirigió una mirada de disimulado desprecio. Iba a matarlo... y luego a Sirius, por mentirle.

—Por aquí, por favor —indicó el maître adelantándose.

—No sabía que fuera un lugar tan elegante —susurró Bellatrix a quien de normal no le importaba la vestimenta, pero seguía teniendo su orgullo y no quería parecer una vagabunda.

—Se dan muchos aires para ser un restaurante de pueblo... Pero la comida es exquisita, merece la pena.

—Ya... No me he vestido para un lugar exquisito —replicó Bellatrix.

Rodolphus se detuvo y la miró de arriba a abajo.

—Estás muy bien... Estás bastante por encima de muy bien —comentó con una ligera sonrisa.

—Eres idiota, Lestrange —le espetó Bellatrix mientras él reía y le pasaba un brazo por la espalda.

En el fondo se sintió mejor al ver que Rodolphus no se avergonzaba de su falta de etiqueta. Ocuparon una de las mejores mesas y eligieron sus opciones favoritas de la carta. Mientras esperaban, Bellatrix decidió recabar más datos:

—¿Y tú en qué trabajas exactamente?

—Inversiones en bolsa —resumió Rodolphus. Recibió una mirada interrogativa de Bellatrix que exigía más información, así que lo amplió: —Mi familia siempre ha tenido dinero y yo me dedico a la compra-venta de acciones y también de empresas e inmuebles. Mucho más aburrido que tu trabajo —terminó con una sonrisa.

Ella asintió. Sabía en qué consistía, sus padres siempre se dedicaron al ese tipo de negocios.

—¿Y qué relación tiene eso con Grindelwald?

—Eh... Él...

Bellatrix notó el respeto en cuanto escuchó el nombre. No llegaba a ser miedo, pero sin duda guardaba admiración y trataba de ser prudente y discreto con todo lo relativo a Grindelwald. Recordando lo que había comentado Marlene y no queriendo que Rodolphus pensase que ella estaba en contra de eso, Bellatrix aclaró:

—Me cae bien, mejor que su marido. Siempre es muy amable conmigo y tenemos... cosas en común.

—¿Qué cosas en común? —preguntó Rodolphus con indudable interés.

—Te he preguntado yo primero —sonrió ella burlona.

Él la miró entrecerrando los ojos con una ligera sonrisa. Al final contestó:

—Grindelwald gestiona varias empresas familiares también. Le asesoro en algunas y tenemos inversiones comunes. Digamos que nos ayudamos entre hombres de negocios.

—Suena aburrido —tanteó Bellatrix.

—Oh, lo es —convino Rodolphus con fingido desinterés.

Se miraron, percibiendo que había un subtexto en cada comentario de ambos, una fina capa de hielo sobre la que no caminaban ni se detenían, sino que danzaban. En ese momento les sirvieron la comida y la conversación se extinguió. Todo estaba realmente bueno, sí que merecía la pena la visita.

Tras los primeros bocados, Rodolphus regresó al tema:

—¿Y tú? ¿Qué tienes en común con Grindelwald?

Bellatrix le miró mientras enroscaba en su tenedor los fetuccine a la amatriciana. No sabía si podía confiar en Rodolphus, si le chivaría a Grindelwald lo que ella le contase. Seguramente Rodolphus ya lo sabría, llevaban años trabajando juntos y Grindelwald se lo habría contado. Aun así, no quería que el marido de Dumbledore la tuviese por una chismosa y estaba claro que Rodolphus le guardaba reverencia y lealtad. A ella solo la había visto dos veces... Aun con eso, sospechó que escalaba rápido en la lista de afectos de Rodolphus. Y si se equivocaba y Rodolphus revelaba algo erróneo, le quemaría el coche.

—Estuve en la cárcel.

Solo fueron cuatro palabras y la hicieron de nuevo sentir vulnerable, desnuda. E incluso enfadada con Rodolphus por ser encantador y haberla llevado a confiar en él. Esperaba las preguntas típicas: por qué, cuánto tiempo y cómo fue. No llegaron, su acompañante solo la miró en silencio abandonando por completo sus ravioli. Al final sentenció mirándola fijamente:

—Cómplice en atracos a bancos.

Bellatrix frunció el ceño. ¿Pretendía adivinar qué crimen había cometido? Eso era nuevo. Al menos no se había horrorizado, ni la miraba con desprecio, así que le siguió el juego:

—No, pero es de lo poco que me faltó.

—No tú, yo.

—¿Qué? —replicó ella desconcertada.

—Cuatro años y medio cuando tenía veintiuno.

—¿Es... estuviste también en la cárcel? —preguntó Bellatrix incrédula.

—En una bastante laxa y solo para presos de alta categoría... pero cárcel al fin y al cabo.

—¿Por qué? —preguntó Bellatrix, siendo consciente de que ahora era ella la que incurría en las preguntas típicas.

—Yo no era muy popular en el instituto... ni en la universidad.

—Cuesta creerlo —replico Bellatrix burlona. Era un hombre muy guapo y muy rico.

—Demasiado tímido —aclaró Rodolphus—, me ponía nervioso y era bastante blando de carácter. La cárcel corrigió eso... La cuestión es que siempre andaba con mi hermano, cinco años mayor que yo, y con sus amigos. Mi hermano es el típico niño al que criaron con tantos lujos y tan poca atención que pronto se aburrió e intentó atraer la atención haciendo locuras. Yo le seguía en todo, me crio él más que nuestros padres.

—Conozco la situación —murmuró Bellatrix.

—¿Sí? ¿Quién te crio a ti?

—Nadie. Yo era la hermana mayor.

—Entiendo —respondió Rodolphus con conmiseración, sin hacer más preguntas dolorosas—. Rab se juntaba con chicos como él, pero más peligrosos. Les hacían gracia los robos, se burlaban del sistema, se creían más listos que nadie... las locuras típicas de la juventud. Hasta que les dio por robar en sucursales bancarias. Lo hicieron una vez, borrachos y sin un plan y sorprendentemente, salió bien. Así que repitieron.

—La adrenalina, ¿verdad? Superarse a sí mismos, encontrar un reto...

—Eso es —convino Rodolphus—. O eso era para mi hermano y su amigo Barty, eran los inteligentes del grupo.

—Y siendo que te había protegido toda tu infancia, ¿tu hermano te mezcló en eso? —inquirió Bellatrix sorprendida.

—No, al principio no, me mantenía al margen. Hasta que descubrió que poseo una habilidad útil. De pequeño era muy curioso, mis padres nunca estaban en casa y me entretenía explorando la mansión —comentó como si vivir en una mansión fuese lo habitual— y, sobre todo, inspeccionando los armarios y cajones de mis padres.

—Sí, era divertido —recordó Bellatrix que disfrutaba de pasatiempos similares—. Así descubrí las revistas de señoras desnudas de mi padre... Que luego resultaron ser de mi madre.

Rodolphus rio, con la relajación de quien sabe que está delante de otro hijo de familia disfuncional.

—Sí, eso es. Mis padres lo guardaban todo bajo llave, con muchas cajas fuertes, cerraduras y todo tipo de protección... —recordó Rodolphus—. No por mí, sino por sus paranoias y porque ocultaban joyas valiosas y documentación de sus negocios. Yo aprendí a abrirlas. Aprendí a abrir cualquier tipo de caja fuerte o cerradura en muy poco tiempo, fabricando yo mismo las herramientas si era necesario.

—Mmm... Eres bueno con las manos, dato importante.

Rodolphus se ruborizó ligeramente. No era tan descarado ni directo como Bellatrix, ni estaba acostumbrado a gente así. Por eso le gustaba ella y a ella le parecía adorable. Carraspeó e intentó retomar el hilo:

—La cuestión es que... ayudé a Rab y a Barty en un par de cosas sin importancia y luego vinieron delitos que sí eran importantes. Mi hermano no quería que participara y a mí también me daba miedo. Pero pesó más mi deseo de ayudarle. Así que insistí en que podía y deseaba hacerlo. Y lo hice. Durante tres atracos en diferentes ciudades salimos ilesos. Al cuarto nos atraparon.

—Eres un buen hermano —respondió Bellatrix casi con envidia—. Los dos lo sois.

A Rodolphus le sorprendió que esa fuese su conclusión, pero asintió agradecido. Por eso le detalló también la condena:

—Yo ni siquiera empuñaba un arma; Rab se aseguró de eso sabiendo que sería un atenuante y también se aseguró de asumir la culpa, repetir que yo estaba ahí por él y que solo abría cerraduras. Obviamente era cómplice... pero también un pobre crío desubicado, por eso en poco más de cuatro años estuve fuera.

—¿Y tu hermano?

—A él y a Barty les cayeron diez. Y eso que tuvieron suerte y solo pudieron relacionarlos con el atraco en el que los pillaron... Pero ellos sí llevaban armas.

—¿Mataron a alguien? —quiso saber Bellatrix.

—No, a nadie. Solo heridos, pero hubo un guardia de seguridad bastante grave...

Bellatrix asintió perdida en sus pensamientos.

—Salieron hace tiempo de todas maneras, tuvieron reducción por buena conducta. Y porque un millonario nunca pasa demasiado tiempo en la cárcel.

—¿Dónde están ahora?

—A Barty le perdimos la pista. Mi hermano en Francia, nuestra familia es mitad francesa. Ahora tiene cuarenta, vive en un castillo y gestiona los viñedos familiares. Está contento, nos escribimos bastante.

—¿Sí? —replicó Bellatrix con curiosidad—. ¿Le has hablado de mí?

Rodolphus apartó la mirada nervioso y abrió y cerró la boca.

—¿Van a querer postre los señores?

Bellatrix le lanzó una mirada asesina al camarero por romper el momento.

—Sí, traiga lo más caro —le espetó.

—Me gusta tu estilo —sonrió Rodolphus.

Bellatrix se lo quedó mirando, intentado deducir qué sentía por ese hombre. Los sentimientos seguían sin ser su fuerte. Sin mirar a Rodolphus y sin dejar de juguetear con el cuchillo porque eso la tranquilizaba, Bellatrix comentó:

—Yo protegí a mis hermanas de nuestros padres, pero ellas solo se aprovecharon y se centraron en su propia supervivencia. De los castigos, los desprecios porque no podían perder el tiempo en criar a tres niñas, de las bofetadas y golpes cuando no éramos perfectas en sus tediosas reuniones de sociedad...

—Bellatrix, no tienes que contarme nada —la interrumpió Rodolphus—. No te he contado mi parte para que hagas lo propio. Lo he hecho porque confío en ti.

—No tanto como para...

—No tanto como para dejarte conducir mi coche de nuevo —se adelantó Rodolphus con una sonrisa.

Bellatrix sonrió también. No le dijo que ella también confiaba en él sin saber por qué, eso le resultaría violento, pero se lo demostró:

—En una de esas reuniones, cuando tenía trece años, conocí a un amigo de mis padres. Se llamaba Tom, aunque utilizaba otro nombre para los negocios. Tenía ideas supremacistas, de limpiar el país de lo que él llamaba "basura humana" (entraban ahí desde los vagabundos hasta los políticos) y deseaba por encima de todo enriquecerse, convertirse en el hombre que fingía ser.

—¿Era de familia humilde?

—Ajá. Era muy bueno seduciendo a la gente, haciéndoles creer que pertenecía también a la nobleza... pero necesitaba dinero para hacerlo. No es que yo estuviera de acuerdo con sus ideas... —murmuró Bellatrix pensativa.

—No te voy a juzgar.

—No, no es por eso. No es que yo estuviera de acuerdo con sus ideas porque apenas las escuché. Lo adoraba a él, un amor platónico inmenso y absurdo, pero...

—Perfectamente comprensible si no tienes a nadie más —completó Rodolphus.

—Eso es. Había oído hablar de mí, de que era inteligente, astuta, con convicción y perseverancia para alcanzar cualquier objetivo...

Se calló cuando les trajeron una bandeja de madera con una docena de vasitos con diferentes postres italianos. Al parecer era eso lo más caro de la carta. Bellatrix se sirvió un cannoli y continuó:

—Tom estaba formando una banda. Necesitaba gente para amenazar, extorsionar o torturar a las personas de las que quería obtener algo. Quería reclutarme, pero no lo dijo así, claro. Más bien me tomó bajo su protección, animó a mis padres a apuntarme al club de tiro, me regaló cuchillos y dagas...

—¿A los trece años?

—Sí, ahí empezó —respondió Bellatrix como si manejar un revolver con trece años fuese lo más normal—. A los quince ya era oficialmente miembro de su banda en la que todo eran chicos más mayores... Pero yo era la mejor. Él lo sabía, yo lo sabía, todos lo sabíamos. Le ayudé en muchas cosas y nunca me planteé la moralidad de ninguna. Gracias a Tom habían terminado los castigos y los desprecios y había dado un objetivo a mi vida. Tenía algo en lo que centrarme, algo que me estimulaba y me hacía mejorar... aunque solo fuese por mi deseo de impresionarlo. Estuvimos muchos años actuando en su nombre y realmente ganó poder y dinero.

—¿Cuándo os atraparon?

—En una misión, se trataba de conseguir un rubí gigante, lo llamaban "La piedra filosofal".

—Ah sí, lo oí. El rubí más grande y caro del mundo —recordó Rodolphus admirado—. Lo encontró por casualidad un viejo loco hace un par de décadas, pero se perdió, ¿no?

Bellatrix asintió cerrando los ojos.

—Lo quería para comerciar con él, intercambiarlo por favores a millonarios que hubiesen dado cualquier cosa por una joya tan valiosa. Vol... Tom tenía partidarios infiltrados hasta en el Gobierno. Por eso le soplaron que iban a trasladar el rubí a una fábrica para estudiar sus propiedades. Lo habían descubierto apenas unos meses atrás y todavía no habían decidido su futuro. Era tan importante conseguirlo que Tom se trajo hasta a su serpiente Nagini. Ese animal era extremadamente inteligente y le acompañaba siempre, daba miedo.

—¿Qué edad tenías entonces?

—Veinticuatro. Me encargué de los explosivos; aparte de las armas de fuego y los cuchillos, también era muy buena haciendo arder las cosas.

—No dudo que lo sigas siendo.

Bellatrix sonrió, le gustaba que flirteara con ella.

—Tenían el rubí en un polígono a las afueras de Londres, en medio de la nada. Era una nave grande, con varios departamentos y mucha seguridad. A esas alturas, la policía (la nacional y la internacional) llevaba tiempo detrás de nosotros. Por eso la idea inicial fue un robo limpio, lo más silencioso posible... Pero teníamos un soplón en la banda que nos delató, así que hubo que acelerar las cosas: volamos media nave, Tom mató a todo el que encontró, consiguió el rubí y... Llegó la policía, los servicios de inteligencia, el Ejército y...

—¿Os mandaron al Ejército? —inquirió Rodolphus ojiplático.

—Oh, sí. Los mandaron a todos, nos querían vivos o muertos. Y lo que hubo fue caos: explosiones por todas partes, muchos muertos, la piedra se perdió... Nada salió bien aquel día.

—¿Ahí te atraparon?

Bellatrix asintió.

—Cinco años porque no pudieron demostrar gran cosa, solo que yo estaba ahí y había usado armas. Pero no lograron culparme de ningún asesinato, solo de haber usado armas y pertenecer a una banda organizada. También ayudó que me hicieran un examen mental... Quedó claro que yo no estaba muy bien, que Tom se aprovechó de mí y me utilizó para sus planes.

—¿Cuántos años le cayeron a él?

Bellatrix dejó la cuchara y miró al vacío. Al final respondió:

—Murió, todos murieron. Cuando el techo de la nave cedió y las llamas lo consumieron todo, solo yo sobreviví.

Rodolphus tragó saliva abrumado, no esperaba aquello.

—Hasta la prensa culpó a los organismos de seguridad y al Gobierno por la masacre y por destruir la piedra... Hubo cadáveres que ni siquiera pudieron identificar de lo quemados que estaban. Me hicieron ver un par para preguntarme si era él. No tenía familia, ni amigos; irónicamente yo era lo más cercano para Tom.

—¿Y lo identificaste?

Bellatrix asintió sin mirarlo y sin añadir nada, dando el tema por zanjado. Nunca se lo había contado a nadie, no con tanto detalle. Era una locura confesarse así con un extraño, pero a la vez había tenido cuidado al elegir las palabras y nada de aquello serviría en un juicio. Aunque dudaba que esa fuese la intención de su cita.

—Lo siento —dijo Rodolphus colocando su mano sobre la de ella.

Ella asintió de nuevo como forma de darle las gracias. Él pidió la cuenta y pagó. Como no tenía ganas de volver (ni de separarse de ella), Rodolphus sugirió antes de coger el coche:

—¿Te apetece ver el pueblo?

—En absoluto, pero vamos.

Rodolphus sonrió ante su franqueza y echaron a andar. Trató de buscar un tema más agradable para disipar la intensidad:

—¿Y con tu primo qué tal?

—Bien, muy bien —sonrió Bellatrix cuyo rostro se iluminó al momento—. Sirius es el mejor, él siempre me ha ayudado. Me alegra mucho poder pasar más tiempo con él, llevábamos muchos años sin pasar más de dos días juntos. Le va muy bien, el bar está muy bien... Soy bastante experta en bares, sé de lo que hablo.

—Está casado, ¿no?

La respuesta fue un gruñido de asentimiento. Rodolphus entendió que no debía indagar en ese tema.

Caminaron por el pueblo sin mucha conversación, en un silencio agradable. Estaba completamente vacío en aquella fría noche de miércoles. Él le señaló los lugares más populares y ella los observó sin gran interés. Deambulando llegaron hasta una taberna que sorprendentemente estaba abierta.

—¿Quieres tomar una copa? —preguntó Rodolphus.

Bellatrix tuvo la sensación (quizá equivocada) de que Rodolphus intentaba alargar la velada todo lo posible... y no le molestó. Así que asintió y entraron a la taberna: el típico bar de pueblo oscuro con mobiliario de madera viejo.

—El de Sirius es mil veces mejor —murmuró Bellatrix sentándose en la barra—, más limpio, bonito y mejor iluminado.

—No pensé que fueses remilgada a la hora de beber —se burló Rodolphus mientras pedía dos whiskys.

—No lo soy —reconoció ella.

Rodolphus la contempló en silencio.

—¿Cuánto piensas quedarte aquí?

—No lo sé —admitió Bellatrix—. Un par de meses... Quizá hasta Navidad, así habré podido ahorrar algo. A no ser que me echen antes, claro.

—¿Tus padres no te dejaron nada?

—Mis padres siguen vivos, creo. Pero no, solo a la pequeña le dan dinero. Yo tengo que trabajar y a mi otra exhermana... supongo que la mantiene su marido.

—Pero ahora tu trabajo te gusta, ¿no?

—Sí, está bien, los he tenido peores... Pero el pueblo es un aburrimiento y la gente (salvo Sirius, claro) es insoportable. Volveré a Londres en cuanto pueda.

—Bien. Así nos veremos más —sonrió Rodolphus.

Bellatrix sonrió también, aunque no con la misma seguridad. Se terminaron las copas y salieron del bar que ya iba a cerrar.

Bellatrix cerró los ojos y disfrutó del viento frío de la noche, dejando que golpeara su rostro y la ayudase a centrar sus pensamientos. Para lo segundo no funcionó, pero aun así, se giró hacia Rodolphus que caminaba en silencio a su lado y con sumo esfuerzo le dijo:

—Gracias por esforzarte esta noche, por esforzarte por mí.

Él la miró y sin poder esperar más, la besó. Pese a lo predecible del movimiento, a Bellatrix le sorprendió y se quedó inmóvil unos segundos. Rodolphus lo notó y se separó:

—Está bien, ¿verdad?

Bellatrix asintió y le besó ella. Se besaron contra el escaparate de una mercería en un pueblo desierto; no era el escenario soñado, pero era lo que había. Pese a la nobleza de sus estirpes, los dos eran expresidiarios, no se andaban con delicadezas. Repitieron la escena en dos ocasiones hasta que llegaron al coche.

—Mi hotel está muy cerca —murmuró Rodolphus rodeando su cintura con un brazo y apartándole el pelo de la cara.

Bellatrix se acercó más a su rostro y susurró en su oído:

—Entonces no te importará volver andando, yo puedo llevarme el coche.

Rodolphus chasqueó la lengua con frustración, pero también divertido.

—Voy a pensar que estás conmigo por mi coche —comentó ocupando el asiento del conductor.

—¿Algo te ha inducido a pensar lo contrario? —se burló Bellatrix—. Además has bebido, no deberías conducir.

—Tú has bebido más —aseguró él arrancando.

—Pero nunca he robado un banco —replicó Bellatrix que efectivamente no estaba muy sobria.

—Yo nunca he matado a nadie.

—No he dicho que yo lo hiciera.

—No, en efecto. No me has contado nada que sirviera como confesión.

—¿Me harías eso? —preguntó Bellatrix poniendo morritos— ¿Me delatarías si hiciera algo malo?

Rodolphus la miró y detuvo el coche sin pensar, en medio de una carretera comarcal en esos momentos desierta. Si por azar dejaba de estarlo y ocasionaba un accidente, bien habría valido la pena. Besó a Bellatrix y después sentenció:

—Cuando quieras atracamos un banco. No quiero que te falte nada por hacer.

Bellatrix rio y colocó la mano sobre su rodilla agradecida porque la hiciera reír.

—Quita la mano de ahí si no quieres que de verdad tengamos un accidente.

Ella lo hizo sin dejar de sonreír. Cuando entraron en el Valle de Godric le preguntó si volvería la semana que viene. Haciendo memoria de su agenda, Rodolphus respondió:

—Tengo que venir el... viernes.

—El viernes es Halloween. Sirius me ha dicho que aquí lo celebran: se disfraza todo el pueblo y hacen mucha fiesta.

Rodolphus arrugó la nariz y comentó:

—Odio disfrazarme, siempre lo he odiado.

—Si no quieres venir conmigo, no vengas —respondió Bellatrix con falsa inocencia.

Él puso los ojos en blanco, sabiendo que aquello era chantaje emocional. Detuvo el coche ante la casa de Sirius y cuando se giró hacia ella para replicar, Bellatrix se inclinó sobre él y le besó. Seguidamente le dio las buenas noches y salió del coche con agilidad felina. Rodolphus esperó hasta que entró en casa y se marchó.

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