Capítulo 10

Nota: ¡¡¡Muy Feliz Navidad!!! Espero que lo estéis pasando muy bien y seáis muy felices. Os adoro mucho y aquí estoy siempre que lo necesitéis. ¡Besotes!

*     *     *

Siempre que podía, Bellatrix se levantaba temprano para salir a correr con Sirius antes del trabajo. Ese fue uno de esos días. Tras el ejercicio, se duchó mientras él le preparaba el almuerzo.

—¿Podré subir algún día contigo? Me hace ilusión conocer Hogwarts.

—Claro, aunque tendré que preguntar —murmuró Bellatrix preparando sus cosas en una pequeña mochila—. A Dumbledore no creo que le importe, pero Snape no me soporta y luego...

—¿Qué? —la interrumpió Sirius al punto—. ¿Has dicho Snape?

Bellatrix asintió sorprendida por su repentino interés.

—¿Cuál es su nombre?

—Yo qué sé, algo ridículo, es mi encargado. Un amargado parecido a un murciélago.

—¿Severus?

—¡Eso! —exclamó Bellatrix—. ¿Lo conoces? ¿Es del pueblo?

—No, del pueblo no. Fue a nuestro internado.

—¿En serio? —replicó Bellatrix sorprendida—. No me suena haberlo visto.

—Iba a mi curso, coincidirías pocos años con él y además estaba siempre solo, acechando con su narizota tras algún arbusto.

—Deduzco que os llevabais mal.

—Sí... James le declaró la guerra en el primer curso y la mantuvimos hasta el final. Si llego a saber que vivía tan cerca, no me mudo aquí. Y James tampoco lo sabe... Maldito Quejicus... —masculló Sirius— ¿Ese es tu encargado? ¿El que siempre me cuentas que te ignora, te manda tareas aburridas y te trata con desprecio?

—Sí... Supongo que viviendo en el mismo pueblo que tú y con el mismo apellido deduciría que somos familia. Eso explica por qué noto su desprecio hacia mí desde el primer día.

—¡Subo y lo mato! —decidió Sirius al momento.

—¿A quién vas a matar? —inquirió Marlene entrando en la cocina a desayunar, en absoluto sorprendida del temperamento de su marido.

—¿Sabes que Queji... Snape trabaja allá arriba donde Dumbledore?

—¡Qué dices! —exclamó Marlene sorprendida—. Pobre Lily, casi mejor que no se entere, bastante sufrió ya con el rarito ese vigilándola durante los años de internado...

Viendo que aquello derivaba por otros derroteros, Bellatrix murmuró que llegaba tarde. Cogió su almuerzo y se despidió. Sirius insistió en la necesidad de decirle un par de cosas a Snape, pero Bellatrix le aseguró que sabía manejarlo. No quería que su primo se metiera en problemas, para eso ya estaba ella.

—Llega tarde —fue el saludo de Snape.

—Dos minutos —comprobó Bellatrix en su reloj—. Le noto algo diferente hoy... ¿Champú nuevo?

El hombre la miró con desprecio. Bellatrix se burlaba de él con tono tan serio que ni siquiera podía replicar.

—Si vuelve a llegar tarde otro día más...

—No ha sido mi culpa —le interrumpió Bellatrix—. Mi vecina, Lily Potter, ha tenido un accidente y he tenido que ayudar.

Durante unos segundos el rostro siempre amargado de su encargado reflejó una miríada de emociones: preocupación, angustia, rabia, desprecio y, por último, fingida indiferencia. Estaba claro que quería preguntar, pero no deseaba mostrar interés.

—Si ha sido usted quien ha ayudado, dudo mucho que la situación haya terminado bien —respondió Snape lentamente.

—Es verdad, no tenía buena cara, la pobre... Nada que un polvo salvaje con su marido no arregle, como bien le he indicado.

El rostro ceniciento de Snape tomó un tono avinagrado y la miró con auténtico odio. Bellatrix le contempló ladeando la cabeza, como si no entendiera sus cambios de humor. No obstante, el encargado contuvo su rabia, arrojó una pila de informes sobre la mesa y le ordenó:

—Añada estos a los que está supervisando. Además, necesito una lista de todos los animales, con fechas de ingreso y tratamientos, que tenemos actualmente en Hogwarts.

—Vale —respondió Bellatrix pensando que esto ya estaba hecho y solo tenía que imprimirlo.

—A mano —añadió Snape.

—¿Qué? ¿Para qué? —replicó Bellatrix alarmada porque hacerlo a mano le llevaría días o incluso semanas (contaban con cientos de animales, entre aves y mamíferos).

—Los motivos no son de su incumbencia, Black —le espetó Snape con una casi imperceptible sonrisa triunfal por haberla molestado.

El encargado se marchó sin añadir nada. Bellatrix abrió Wingardium, el programa de control, y buscó las fichas y cámaras de los nuevos animales a vigilar.

Cuando lo tuvo organizado, de mala gana, fue al armario de material y cogió un paquete de folios. Sacó uno y empezó a hacer una lista de los animales que cuidaban. Tampoco se esforzó mucho, sabía que Snape se lo había encargado solo para molestarla. Seguro que cuando acabara le diría que en lugar de por orden alfabético la quería por orden de llegada, por especie o por largura de los rabos.

—Estúpido y grasiento Snape... —masculló mientras escribía con desgana sin dejar de ojear la pantalla.

Dos horas después, a su mirada ya entrenada le pareció distinguir algo inusual. Dejó de escribir y se centró en las imágenes de vigilancia, que cambiaban de unos animales a otros pues tenía demasiados para observar. Cuando aparecieron los cuadrantes que le habían llamado la atención, detuvo la rotación de cámaras. Era uno de los zorros, el primero al que empezó a vigilar cuando comenzó a trabajar, le guardaba por ello un cariño especial. Había algo raro...

—¡Arg! ¡¿Qué es eso?!

Clicó sobre el cuadrante del zorro para ampliarlo sobre los demás. Entonces lo vio: una serpiente se había enroscado en su cuerpo y el animal no podía liberarse. Le quedaban pocos minutos de vida.

—¡Zorro! ¡Atacan al zorro! —gritó levantándose de un salto.

Miró al resto de trabajadores que se habían girado desconcertados. No vio a ninguno de los jefes ni a nadie a quien considerara capacitado, todos la miraban con una mezcla de miedo e incomprensión. Exasperada, salió del edificio, pero tampoco encontró a nadie por los alrededores. Saltó a uno de los Nimbus y condujo a la máxima velocidad que el carrito permitía. Por suerte el hábitat de los zorros no estaba lejos.

En cuanto llegó a la zona por la que el carrito ya no avanzaba, bajó y corrió hasta que localizó al zorro. Una boa de más de dos metros se enroscaba en su cuerpo apretando cada vez más. El zorro no profería ningún sonido, probablemente ya no estaba consciente. Bellatrix sabía que esa especie de serpiente no era venenosa, mataba por asfixia: restringía con su abrazo la circulación sanguínea de su víctima impidiendo que la sangre llegase a sus órganos. Le gustaban las serpientes, no quería matarla. Pero tampoco quería que muriera el zorro.

—Aguanta, compañero —murmuró.

Extrajo el cuchillo de su bota y dudó... apenas dos segundos. De inmediato, colocó el cuchillo bajo la cabeza del animal, sin permitirle acceder a su mano para evitar mordeduras. Seguidamente, con movimientos rápidos y expertos, empezó a desenroscar a la serpiente. Se ayudó del cuchillo, aunque no le provocó ningún corte; era muy diestra con esa arma. Poco a poco la presión se fue reduciendo y el zorro quedó liberado, levantándose con torpeza, muy aturdido. Bellatrix, con la serpiente todavía sujeta, no supo qué debía hacer con el zorro.

—¡Nosotros nos encargamos!

Se giró y vio a una pareja de trabajadores con monos amarillos que se acercaban con rapidez.

—Uno de los del centro de control ha avisado por teléfono —la informaron mientras atendían al zorro.

—Está bien, se recuperará —comentó el otro—. No tiene daños graves, en unas horas estará como nuevo.

Bellatrix asintió aliviada.

—¿Y qué hacemos contigo? —murmuró examinando a la serpiente.

La boa no respondió. Bellatrix la cogió con una soltura que no pasó inadvertida a los dos trabajadores que la miraban de reojo. Volvió al Nimbus y la metió en la jaula trasera. Después, condujo hasta una de las zonas boscosas. Detuvo el carrito y extrajo al animal.

—Verás, compañera... Esta es una buena zona para vivir: hierba, tierra, oscuridad... El único problema es que vive una familia de mangostas, tu depredador natural. ¡Será emocionante ver qué sucede! —exclamó pensándolo de verdad— No me mires así, has atacado a mi amigo. He pasado más horas mirando a ese zorro que a Sirius.

Dicho eso, sin ninguna ceremonia, soltó a la boa sobre la tierra, salió del cercado y volvió al Nimbus. Regresó a su puesto contenta porque tenía algo emocionante que contar a su primo.

Solo que en cuanto llegó, Snape y McGonagall la esperaban con rostros muy serios. Bellatrix tragó saliva pensando por primera vez que igual no había seguido exactamente el protocolo de actuación...

—¿Se puede saber qué ha hecho, Black? —le preguntó McGonagall con gravedad.

—He visto que el zorro estaba en peligro y... he ido a solucionarlo.

—Ha ido usted sin encomendarse a nadie —recalcó la subdirectora—. Ese no es el protocolo.

—Eh... He avisado aquí, en la sala, pero no había nadie de rango suficiente para ayudarme...

—¿Y no se le ha ocurrido usar el teléfono? —murmuró Snape en un tono frío que Bellatrix sospechaba que ocultaba la satisfacción de que le hubiese dado un motivo para despedirla.

—No, la verdad. Había que actuar rápido, al zorro le quedaba poco de vida.

—Aun así. La seguridad de nuestros empleados es primordial —le recordó McGonagall—. Es Hagrid quien se ocupa de estos menesteres. Debería haberlo llamado.

—Ya... Lo haré para la próxima.

—No habrá una próxima —aseguró Snape—. ¿Se ha parado a pensar —empezó a preguntar lentamente— en la imagen que daría Hogwarts si una trabajadora muere envenenada por...?

—¿Por una serpiente que no es venenosa? —le interrumpió Bellatrix entre furiosa y divertida—. Sería noticia, desde luego. ¡Una boa hibrida mortífera! ¡Como en las pelis ridículas de catástrofes!

Bellatrix escuchó una risa disimulada a su espalda y se giró. Dumbledore acababa de entrar en la sala y junto a él, Grindelwald, que parecía genuinamente divertido con la situación.

—La noticia de tu enfrentamiento ha volado como halcón peregrino, querida —la saludó Dumbledore señalando un monitor. Solo entonces Bellatrix se dio cuenta de que en una de las pantallas de la pared se repetía en bucle el vídeo de cinco minutos del suceso—. Pero continuad, por favor, no quisiera interrumpir.

Todavía más furioso (si acaso eso era posible), Snape le espetó a la desesperada:

—Usted no sabía que no era venenosa.

—Claro que lo sabía. Mucho antes de leer las estúpidas fichas que me hizo estudiar.

—Creí que no tenía usted formación con animales —apuntó McGonagall.

—No la tengo. O no la tenía antes de trabajar aquí.

—Y aun así, sin ninguna formación previa ni trato con los animales, ha decidido enfrentarse a una serpiente gigante —se burló Snape.

—¿De verdad crees, Severus, que alguien que maneja así a una boa de seis kilos —intervino Grindelwald con voz suave señalando la pantalla en la que, en esos momentos, Bellatrix cogía a la serpiente para llevársela— nunca ha tenido contacto con una?

Snape no se atrevía a replicar a Grindelwald, le miraba con genuino respeto. Además no era tonto: sabía que estaba en lo cierto. McGonagall recuperó el control de la situación y le preguntó si había tratado antes con serpientes. Bellatrix asintió. El resto la miraron esperando que ampliara la información. Como le gustaba ese trabajo y no quería que la despidieran tan pronto, respondió:

—Salí con un tipo que tenía una.

—Estupendo —rezongó Snape—. Sale con un tipo que tiene una culebrilla y ya juzga que...

—No era una culebra. Era una anaconda verde de noventa kilos.

La sala se quedó en silencio mientras procesaban la información. Ese animal no era venoso tampoco, pero sí mortífero, muy rápido sofocando a su presa para después devorarla.

—Nagini la llamaba —añadió Bellatrix con añoranza—. Cómo quería él a ese bicho...

—¿Murió? —inquirió McGonagall.

—Sí.

—¿La serpiente o el dueño? —inquirió Grindelwald.

—Los dos. Creo.

No hubo más preguntas, tampoco ella hubiese contado más. Alegremente, como si no estuvieran departiendo sobre serpientes asesinas, Dumbledore comentó:

—Maravilloso, ya tenemos experta en ofidiología, nunca hemos tenido a nadie. Las serpientes no suelen ser un problema aquí, apenas hay en esta zona, nos encontramos como mucho una culebrilla al año. Suerte que estabas tú para ocuparte de esta.

—Pero la próxima vez sigue el protocolo —advirtió McGonagall.

—¿La próxima vez? —inquirió Snape— Sepa o no del tema, ha incumplido el...

—Creo que eso ya le ha quedado claro, Severus. Bellatrix aprende rápido —sonrió Dumbledore.

—Sí, señor —respondió Snape casi atragantándose con su propia bilis.

—Pero creo que todos podemos ganar con esto —continuó el director con optimismo—. Ya que tú y Bellatrix no habéis desarrollado todavía mucha confianza...

—El eufemismo del año —masculló Bellatrix sin poder contenerse.

McGonagall le dedicó una mirada dura por su impertinencia y Grindelwald le sonrió. Dumbledore hizo oídos sordos, como cada vez que algo no le interesaba, y continuó:

—Creo que sería más fructífero para el buen funcionamiento de Hogwarts que a partir de ahora Bellatrix estuviese a tu cargo, Minerva. Sé que no es lo habitual, ya que no pertenece a Gryffindor... pero ya ha demostrado que valor le sobra y confío en que pueda funcionar.

—Como tú digas, Albus —respondió McGonagall.

Snape asintió también, probablemente sin decidir qué le parecía la noticia: ¿Quería libarse de ella o seguir torturándola para que dimitiera? Daba igual, él no tenía el poder de decidir. McGonagall no parecía frustrada ni tampoco contenta, solo centrada en el trabajo como siempre.

—Damos entonces la reunión por concluida. Os dejamos retomar vuestras tareas —se despidió Dumbledore.

El resto asintieron. Grindelwald le guiñó un ojo a Bellatrix y él y Dumbledore se marcharon. Snape también desapareció a fascinante velocidad. Las dos mujeres se quedaron solas.

—¿Qué ha estado haciendo hasta ahora?

—Vigilar animales en el ordenador.

La subdirectora asintió en absoluto impresionada, ya sospechaba que Snape no le mandaba tareas especialmente emocionantes.

—Continúe con ello por hoy, ya es tarde. Mañana veré si hay alguna otra labor más interesante.

—Vale, gracias —respondió Bellatrix ilusionada con la idea de que tal vez podría estar más en contacto con los animales—. Oiga, una pregunta...

—¿Sí? —inquirió la mujer alzando una ceja con expresión severa.

—¿Podría algún día traer a mi primo Sirius? Quiere ver donde trabajo y todo eso...

—No admitimos visitantes.

—No es un visitante, es Sirius.

Bellatrix lo declaró con tal seguridad que McGonagall la miró sorprendida, casi con ternura por su devoción. Lo pensó durante unos segundos y al final suspiró:

—Un jueves. Es el día libre de Severus y no necesitamos más conflictos.

Bellatrix asintió satisfecha y sorprendida de que supiera de la rivalidad entre los dos excompañeros. En ese pueblo tan pequeño, los cotilleos realmente volaban. Terminó su jornada (abandonando por supuesto la lista manuscrita) y se marchó a casa.

—¡Siri! —exclamó en cuanto entró—. ¡He liberado a un zorro de una serpiente!

—¿Cómo? —preguntó él levantándose de la mesa en la que estaba comiendo con Marlene— ¡Enhorabuena! —la felicitó abrazándola—. Cámbiate, baja a comer y nos lo cuentas.

Bellatrix obedeció. Les relató la jornada mientras comían, recibiendo expresiones de horror y de preocupación, sobre todo cuando Sirius escuchó su enfrentamiento con la serpiente. Incluyó el disgusto de Snape —que agradó a ambos— y la promesa de McGonagall de buscarle mejores labores. Resultó que su jefa y Sirius se conocían: acudía con Dumbledore a su casa cuando Harry era pequeño y quedaban un par de veces al año.

—¡Oh y me ha dicho que te puedo llevar un día! —recordó emocionada—. Quizá la semana que viene o la próxima, cuando con suerte esté haciendo algo más emocionante.

—Hey, ¡qué bien! —exclamó Sirius—. Tengo muchas ganas de verlo.

—Sí, es muy bonito y los animales son divertidos. Aunque la gente que trabaja ahí es rarísima... empezando por Dumbledore. Grindelwald sí me cae bien, me ha defendido de Snape. Pero creo que estaba solo para acompañar a su marido, seguramente necesitaba chofer.

—Ten cuidado con hacerte amiga del mafioso del pueblo —advirtió Marlene con suavidad.

Eso dejó un poco cortada a Bellatrix, que replicó:

—Ya pagó por lo que hizo.

Marlene pareció sorprendida por el dato o quizá porque Grindelwald hubiera tenido la confianza de contárselo a ella. Aun así, contestó:

—Ni una mínima parte. Su marido intercedió por él y le consiguió los mejores abogados —resumió Marlene—. Es un mafioso que controla varias empresas que hacen mucho dinero y todas regidas por prácticas ilegales. Tiene contactos en todas partes, por eso la guardia forestal hace la vista gorda si los furtivos desaparecen en sus terrenos: los tiene ganados o comprados a todos. Y así con todo.

Bellatrix no supo qué decir, no estaba enterada de eso. Sirius tampoco:

—¿Cómo sabes todo eso?

—Por Alina. Aun siendo sobrina de Albus, le cuesta enterarse de lo relativo a Grindelwald. Pero algunas cosas sí que ha oído y cuando bebe mucho nos las cuenta.

Sirius asintió. La preocupación no desapareció de su rostro al mirar a Bellatrix. Ella adivinó el motivo: no le convenía relacionarse con criminales, podría acabar de nuevo en la cárcel...

—Dumbledore no tiene nada que ver con eso y la empresa es suya, así que no habrá problema —zanjó el tema Bellatrix—. Grindelwald es amable conmigo y me resulta atractivo, pero está casado con otro señor, así que lo sobrellevaré como pueda —comentó burlona levantándose de la mesa—. ¡Ah! Esta noche salgo con Rod, no me esperéis despiertos.

El matrimonio la miró sin saber qué responder (a nada) y Bellatrix subió a su habitación para relajarse tras las emociones del día.... Y las que quedaban.

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