Capítulo 12: Fuego
Berlín, 15 de mayo de 1951.
Parque Britzer, barrio Britz, Distrito Neukölln
2:35 p.m.
Lena parpadeó varias veces para asimilar lo que veían sus ojos. El hombre de pie frente a ella era alto, fornido y pelirrojo. Lucía como un guerrero vikingo encorsetado en un traje negro. Por un instante creyó reconocer en él algunas facciones de Magnus Fraser, pero no era él. Entonces, lo reconoció: Era el pelirrojo que vio durante su viaje en tren desde Leipzig a Berlín. No entendía qué estaba pasando.
El hombre emitió un gruñido y le hizo un gesto con la cabeza a alguien detrás de él, como diciendo: «Aquí está».
—Bien hecho, Duncan —dijo una voz rasposa tras él, con tono de autoridad.
Lena buscó con la mirada su bolso para tomar la pistola, pero se hallaba junto a la puerta, al lado del intruso. Tanteó a sus espaldas algo que usar para defenderse y encontró un remo roto que asió con fuerza esperando el momento de atacar y huir.
Los ojos de Lena se acostumbraron a la luz que ingresaba al pequeño recinto, y vio el cañón de una pistola asomarse tras el pelirrojo. Detrás, un hombre alto y delgado, de mediana edad, ingresó acomodándose el sombrero con la mano libre.
Lo reconoció de inmediato: era Erich Gross.
—No intente nada estúpido, señorita Roth —advirtió. De cerca le notó una profunda cicatriz en la mejilla. Tenía el cabello entrecano perfectamente engominado—. Parece sorprendida de verme.
Lena sopesó sus palabras. Sin duda sus sospechas apuntaban hacia Gross, y verlo frente a ella no hacía más que confirmarlas. Sin embargo, no estaba segura si podría salir con vida de ese lugar para demostrar su inocencia y acusar al verdadero culpable.
—Siempre fue usted, ¿cierto?
El hombre le dedicó una fría mirada, y luego le dedicó una media sonrisa de autocomplacencia.
—¿Por qué las personas siempre quieren obtener respuestas antes de morir? No le veo sentido.
Lena se abalanzó hacia Gross con el remo intentando dar un golpe contundente, pero éste no se inmutó. Ni siquiera hizo ademán de querer disparar. El pelirrojo la interceptó con destreza y con una sola mano detuvo el remo, casi sin esfuerzo. Se lo arrebató y lo usó para empujarla al suelo.
—No lo hagas más difícil —sugirió Gross—. No queremos hacer un escándalo teniendo a la policía aún cerca de aquí. La única que tiene algo que perder si nos encuentran eres tú, obviamente. En vez de obtener una muerte rápida, pasarás el resto de tu vida en una celda, y no creo que te guste lo que les hacen a los ex-policías ahí.
Ella intentó incorporarse pero aún se sentía adolorida por el impacto. El pelirrojo tomó una soga que reposaba sobre un pequeño bote, y se acercó para atarla de manos. Lena opuso resistencia en vano. El hombre era como una roca y la apresaba como un lobo a su presa.
—Tú me estabas siguiendo —le dijo—. Te vi en el S-Bahn cuando venía desde Leipzig.
—Perdónalo, no habla muy bien el alemán —interrumpió Gross—. Vino de Escocia hace poco, para unirse a su hermano Magnus.
—Yo no maté a Fraser —replicó Lena, dirigiéndose al pelirrojo. La soga estaba atada con fuerza y le lastimaba—. Fue una trampa, y creo que fue tu jefe el que lo hizo. ¿Cómo puedes trabajar para él?
—No fui yo —respondió Gross dando vueltas en círculos, sin dejar de apuntar a la frente de Lena—. Lástima que no vivirás lo suficiente para averiguar en qué te metiste cuando quisiste investigar por tu cuenta todo lo que está pasando en esta ciudad.
Erich Gross le dijo algo en escocés a Duncan, y se dirigió a la salida. El pelirrojo extrajo un pañuelo de su chaqueta y lo usó para amordazar a Lena, que seguía resistiéndose sin éxito.
—Hasta nunca, señorita Roth —dijo Gross antes de salir, y hacer un gesto con el sombrero—. Espero disfrute su reencuentro con el agente Arthur Braun.
Lena rompió en furia y despotricó todos los insultos que se le vinieron a la mente, aunque no tuvieran sentido y de su boca no salieran más que tristes gruñidos. Se quedó nuevamente a oscuras y con la cabeza dándole vueltas. Quiso vomitar.
Supo que Gross estuvo detrás de la muerte de su compañero, aunque no sabía si creer que no habría tenido que ver con la muerte de Fraser. ¿Había más gente detrás de todo este caos? Se arrepintió de haberse involucrado. Si hubiera vuelto a Leipzig cuando le informaron que estaba fuera del caso de Ellen Schmidt, Arthur seguiría vivo. O al menos eso quería creer.
Entonces pensó en Lorenzo Moretti. Le prometió que volvería, pero ahora se daba cuenta que todo fue una farsa. Su plan siempre había sido capturarla y hacerle creer que la ayudaría para entregarla a Erich Gross. Se odió a si misma por haber confiado en él.
Intentó liberarse pero la soga estaba muy apretada. Le costaba ponerse de pie porque no encontraba un punto de apoyo a oscuras.
Entonces, un crepitar la alarmó. Un tenue brillo naranja empezó a colarse entre las rendijas y supo que era fuego. Erich Gross estaba incendiando el pequeño almacén con ella dentro.
Gritó con todas sus fuerzas, a sabiendas que nadie vendría en su ayuda. De todas las formas en que pensó que moriría, nunca creyó que sería quemada viva. Esperaba perder el conocimiento por el humo para no sentir dolor. Irónicamente, en ese momento solo podía pensar en fumarse un cigarrillo. Un Cabinet, su favorito.
«¡Eso es!», pensó.
Se arrastró por el suelo hasta unos troncos de madera que usó para apoyarse. Torció sus manos lo más que pudo para conseguir meter una mano en el bolsillo del pantalón. Casi se disloca el brazo por el esfuerzo, pero valía la pena intentarlo.
Tras mucho esfuerzo por alcanzar la pieza de metal que se hallaba en el fondo de su bolsillo, consiguió alcanzar su encendedor Zippo. «¡Eureka!». Lo encendió intentando quemar la soga. No podía ver ni dirigir bien la pequeña llama, por lo que se quemó las muñecas.
El humo empezaba a filtrarse dentro del almacén y las lenguas de fuego la rodeaban. Tras varios minutos intentándolo, al fin consiguió quemar lo suficiente la soga para liberarse. Tenía llagas en las muñecas y le ardían, pero en su mente no había espacio para el dolor. Se desató el pañuelo de la boca y pudo respirar agitadamente. Sintió el humo entrando en sus pulmones y se cubrió con la manga. Fue por su bolso y extrajo la Beretta, que estaba muy caliente. Recargó los siete cartuchos en el cargador, y se preparó para abrir la puerta.
Tendría poco tiempo para actuar, pues no sabía si Erich Gross tendría a más hombres consigo fuera del almacén. La puerta estaba cerrada por fuera. Tomó impulso y corrió hacia ella, pero a pesar del impacto ésta no cedió. Con el hombro adolorido, retrocedió. Volvió a intentarlo, usando el hombro izquierdo esta vez.
Con un crujido, la puerta se abrió y Lena cayó de bruces al césped. El calor del fuego a su alrededor le abrasó la piel y avanzó a trompicones intentando alejarse.
Unos gritos a su alrededor la alertaron. Vio a cuatro hombres no muy lejos de ahí: Erich Gross, Duncan Fraser y dos tipos más. Extrajeron sus pistolas y corrieron hacia donde ella estaba.
Corrió rodeando el almacén, a escasos centímetros de la orilla del lago. Vio su reflejo en el agua, con el rostro tiznado de hollín y el almacén en llamas tras ella. Parecía la sombra de alguien ya muerto que acababa de llegar al infierno. En parte se sentía así.
Alcanzó el embarcadero, ubicado a espaldas del almacén, y vio al primer sujeto asomar, pistola en mano. Lena disparó y acertó de lleno en el pecho. El hombre cayó de espaldas hacia el fuego, y sus ropas empezaron a incendiarse también. Un olor a carne quemada empezó a esparcirse por el ambiente.
Lena siguió corriendo y se resguardó tras un árbol de tejo. Desde él, disparó al otro hombre que empezaba a alcanzarla, falló los primeros dos disparos pero el tercero le dio en la pierna, obligándolo a caer al suelo gritando de dolor.
El sudor le recorría el rostro, parecía un sudor negro por el hollín, y cuando se limpió la frente su mano quedó oscurecida. El ardor de la muñeca le recordó las heridas que se ocasionó al liberarse, y empezó a notar que las manos le temblaban. Tenía la respiración agitada, y sentía que no podía más. Aún quedaban Erich Gross y el pelirrojo. Intuía que este último era el más peligroso.
Lo ubicó con la mirada: también se resguardaba tras un árbol, y corrió hacia otro árbol próximo con destreza a pesar de su pesado cuerpo de semigigante.
Tenía que pensar en una estrategia para acabar con ellos o escapar. Escuchó las sirenas a lo lejos. Si conseguía matar a Gross, podría acusarlo, pues estando vivo usaría su influencia para salir bien librado.
Unos disparos que impactaron en el árbol tras el que se resguardaba la sacaron de sus pensamientos. Una bala le rozó el brazo izquierdo y sintió un ardor de fuego recorriéndole los músculos. Soltó la pistola y se apresuró a recogerla.
Corriendo a rastras por el suelo, vio al pelirrojo corriendo hacia ella, no parecía llevar pistola, pero notó que llevaba una navaja en la mano. Cuando estaba por alcanzarla, consiguió tomar la Beretta M-34 y disparar. Falló el primer disparo, pero el seguro le dio directo en el cuello.
Él estaba ya sobre Lena, alzando la navaja para clavarla en su pecho. Tenía el rostro pasmado, con los ojos abiertos en toda su capacidad. Escupió sangre, y la vida se le escapó de los ojos. El voluminoso cuerpo cayó sobre Lena, aprisionándole las piernas con todo su peso. Ella intentó liberarse pero pesaba una tonelada.
Erich Gross se acercaba con el rostro desencajado, con la pistola en la mano, algo temblorosa.
—Pero qué mierda... —dijo el mafioso, sorprendido, como si fuera la primera vez que las cosas no salían según sus planes.
Lena siguió intentando liberarse, arrastrándose y empujando el cuerpo del pelirrojo. La pistola había quedado también bajo el cuerpo. Consiguió que se moviera un par de centímetros, suficiente para tantear con la mano buscando el arma. Las muñecas le ardían y sentía que no iba a conseguirlo a tiempo. Gross se hallaba a tan solo un par de pasos de ella, y se agachó a su lado, con la pistola apuntando a la cabeza de Lena. Su rostro estaba encendido por la rabia y el desconcierto, una mezcla de gestos extraña de ver, dándole un aspecto casi cómico.
Lena alcanzó una pieza de metal, pero no era la pistola.
Entonces, Gross apretó el gatillo.
No ocurrió nada. Lena notó entonces que la pistola seguía con el seguro puesto. Aprovechó la oportunidad para extraer la navaja del pelirrojo, se cortó la mano al hacerlo, pero consiguió asirla y apuñalar la pierna de Gross, que se encontraba a su alcance. El hombre soltó un alarido de dolor, y Lena usó todas sus fuerzas para volver a introducir el cuchillo en sus carnes, y hacer cortes a diestra y siniestra, de tal manera que Gross cayó al suelo apretándose las piernas. Su pistola cayó cerca, aunque aún no conseguía liberarse para alcanzarla.
Sus esfuerzos eran inútiles, el cansancio pesaba sobre ella y sentía sus movimientos amortiguados, como si se hallara bajo el agua, en el fondo del lago Hauptsee. Dejó de intentar y se dejó caer en el césped, con los ojos puestos en el sol que aún se hallaba en lo alto del cielo. ¿Realmente tenía sentido luchar? ¿Qué haría si se liberaba del cuerpo del pelirrojo? No pensaba huir, quería afrontar a la policía. Tendida boca arriba, cerró los ojos y empezó a sentir la brisa primaveral, contaminada por el humo que provenía de la cabaña y el olor a pólvora de los disparos.
Oía a Gross lamentándose y lloriqueando como un niño. Le pareció divertido cómo alguien con tanto poder e influencia podía ser tan incompetente como para no retirar el seguro de la pistola, perdiendo su oportunidad. «Al menos estoy viva gracias a ello», pensó.
—Jefe... —oyó una voz suplicante. Era el propio Erich Gross—. Por favor... Perdóneme.
Lena no dio crédito a lo que oía, se incorporó tan rápido que sintió un mareo. ¿Erich Gross tenía un jefe para el que trabajaba? Tenía algo de sentido, pues eso explicaba la muerte de Fraser en la Clínica Vivantes, que supuestamente era obra de alguien más.
Sus ojos estaban algo atrofiados por el brillo del sol, pero vio a la última persona que hubiera imaginado ver ahí, de pie. Parpadeó varias veces para asegurarse de que sus ojos no la engañaban. Entonces, el hombre extrajo con extrema parsimonia una pistola con silenciador, y disparó a Gross en la cabeza. Luego, caminó hacia Lena.
(Imagen referencial generada por IA)
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