Capítulo 36

Domingo, 25 de septiembre

El 25 de septiembre de 1916 murió Cassiopé Watters. Ella juró vengarse y renacer dentro de 100 años. Hoy se cumplía ese lapso.

Anneliese, por más que intentaba ocultar lo que ocurría no podía. Sentía su corazón dividido en dos por una razón que aún desconocía.

Se sentía agradecida con Matthew, por todo lo que hizo por ella, por estar ahí cuando lo necesitaba, pero Everett. Él era la incógnita de la ecuación.

Si bien no sentía nada especial por él, no podía negar que en efecto, sentía una atracción que no sabía especificar.

Al despertar se encontró con el espejo de plata, el mismo que utilizó la noche anterior. Mirar su reflejo, hermoso e irreal le ayudaba a olvidar un poco lo que su vida había hecho de ella un infierno.

Cada que abría los ojos, veía un nuevo amanecer, pero la debilidad en su cuerpo iba in crescendo, mas prefería no hacer mención de ello. Ya suficiente tensión existía en esa casa como para añadir un nuevo problema.

Everett intentó todo el día anterior quedarse a solas con ella, pero, para su buena suerte, Matthew llegaba para rescatarla.

Pensó incluso que Matt la vigilaba, lo cual sería un poco escabroso si ella no tuviera el problema con Olga Lavelle, a quien ahora conocía con el nombre de Solange Harker.

Tras escuchar la fantástica historia que Kirill contó, llegó a la conclusión que todas aquellas historias fantásticas que se encontraban en los libros eran, hasta cierto punto reales... o por lo menos existió un Jonathan Harker que tuvo una hermana llamada Solange que resultó ser una bruja.

Anneliese se pasaba el cepillo por el cabello, atandolo en una coleta alta. Se puso crema en los labios y se miró nuevamente en el espejo de mano.

El reflejo era hermoso, nada comparado a la realidad que veía en la cámara del teléfono o incluso en otro espejo.

Llamaron a la puerta. Ella sonrió. Dio un último vistazo al espejo y lo dejó boca abajo sobre la mesa de noche.

Ese regalo de Matthew lo agradecía. Él mismo fue quien lo tomó el viernes cuando fue atacada por Olga. Le gustaba mucho no porque le mostrara un anhelo, sino por la persona que se lo dio.

Tomó su teléfono y abrió la puerta, encontrándose con Matthew. Ella le dio un abrazo y un beso en la mejilla y ambos salieron hacia la sala de espectáculos en la rue de Mogador, donde se llevaba a cabo un ensayo del musical Le Fantôme de l'opéra.

Eran las diez de la mañana cuando partieron de la casa con dirección al Théâtre Mogador. Durante el trayecto, ambos pasaron a una cafetería a desayunar.

Matthew le mostró los pases. Ella saltó de felicidad y apresuró a comerse su macaron.

Tomó a Matt de la mano y lo llevó a rastras hasta la rue de Mogador. Admiraron la fachada, diseñada por Bertie Crewe e inspirada por el London Palladium; la arquitectura inglesa estaba presente en los arcos de las ventanas, las columnas y los balcones.

El recinto fue fundado en 1913 y se conservaba en perfecto estado. El teatro de music hall había sido desde 1920, testigo de hermosos y renombrados ballets, operetas y ahora, sería el lugar en donde el famoso fantasma haría historia, siendo representado por primera vez en París.

El guardia les impidió el paso, debido a que era un ensayo privado. Matthew habló con el explicándole el asunto de los pases, mostrándoselos para que los revisara. Una vez dentro, el joven Dubois le explicó que era un poco difícil el acceso si no se tenían contactos.

—¿Entonces cómo los conseguiste? —preguntó la chica sorprendida.

—Te lo dije, tengo contactos —sonrió.

La chica frunció el ceño y lo golpeó suavemente en el hombro. El chico fingió dolor y tras su acto ganador al mejor Drama Queen, se dirigieron a la platea, en donde tenían asientos reservados solo para ellos dos.

—¿No vas a decirme cómo conseguiste el pase? —Volvió a preguntar Anneliese.

Matthew negó.

—¡Eres malo!

—Si lo fuera no te hubiera traído.

—Ajá, como...

La chica dejó de contemplar el interior del teatro para detenerse y llevarse las manos al pecho. Un dolor se hizo presente en su caja toráxica y luego tragó saliva, el hacer eso le dolió hasta el alma.

El aliento le faltaba y de pronto le comenzó a doler la cabeza.

Estuvo a punto de caer, de no ser porque Matthew la sostuvo a tiempo.

Tenía la vista borrosa y sentía que todo le daba vueltas. Sus piernas le fallaron y cayó de rodillas, siendo sostenida por el chico quien, preocupado, le llamaba por su nombre.

Respiró hondo, hizo lo que el doctor Jacques Guillaume le recomendó acerca de los ejercicios de respiración y tras quince minutos, logró estabilizarse.

Soltó un suspiro y se levantó como si nada.

—¿Quieres que te lleve a ver un médico? —preguntó Matthew, aun sosteniéndola por los hombros.

Ella negó.

—No hace falta, solo fue un mareo. Estoy bien.

Él parecía no creerle, pero ella insistió y caminó con paso seguro hasta la platea.

Cuando por fin llegaron al escenario, ambos tomaron asiento en butacas del medio, justo bajo la araña. Según Anneliese, eso le daría más emoción, sobre todo si imagina que la araña se caería sobre ellos.

La simple idea pareció desagradarle al muchacho, pero si lo hizo o no, poco importó, pues al final no dijo nada y consintió en todo lo que la chica hacía o decía.

Anneliese tenía un brillo en los ojos especial. No pudo contener la emoción cuando vio a su ídola interpretar Wishing you were somehow here again, en francés.

La sola interpretación le recordó a su fallecida madre y su desaparecido padre. Derramó un par de lágrimas al imaginarse cómo sería su vida si ella jamás hubiera muerto.

Vous mon père, mon guide, mon ami.

Ma raison, d'exister...

Vous étiez ma seule compagnie

Pourquoi m'avoir quittée?

Al terminar la canción, ella ovacionó a la actriz, Sierra Boggess, quien, al verla, se sonrojó y le dedicó una sonrisa.

Anneliese casi se desmaya al ver esa acción tan dulce de parte de su ídola. Había escuchado que ella era un amor de persona, solo esperaba poder comprobarlo en el momento en que terminara el ensayo para ir a hablar con ella.

—¿Crees que Sierra quiera firmarme la cara? —Le preguntó a Matthew, quien soltó una carcajada.

—Lo hará, no te preocupes.

—¡Oh, no me preocupo, solo quiero conocerla y amarla!

—Entonces soy yo el que se terminará preocupando.

—Tenlo por seguro que sí —rio.

La función continuó. El coreógrafo dirigía a las bailarinas quienes danzaban con maestría, hasta parecía que flotaban entre nubes.

La escena de Hannibal era una de las favoritas de Anneliese. Los vestuarios dorados y extravagantes le ayudaban a sentirse mejor cuando se entristecía, sobre todo porque era una escena cómica con la entrada de los directores de la ópera en medio del escenario mientras Madame Giry les pide no atravesarse.

De pronto, Anneliese sintió unos ojos posarse sobre ella. Miró hacia los palcos, en busca de la persona que la acosaba con la mirada, más no encontró nada.

Tal vez era su paranoia creciente o alguna consecuencia de su perturbada mente, quizá solo estaba imaginando todo o en definitiva ya estaba loca. Pero no podía quedarse ahí, mucho menos cuando comenzaba a marearse nuevamente.

Sintió desfallecer. Su piel se tornó más pálida de lo que actualmente estaba y se levantó, excusándose con tener que ir al sanitario.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Matthew.

Ella negó.

—¿No quieres mejor cambiarme el pañal? Estaré bien, no te preocupes. A lo mucho puedo perderme, pero estoy consciente de que si eso llega pasar, solo tengo que dirigirme al norte o abrazar un árbol hasta que alguien me encuentre —dijo con diversión.

—Tienes razón.

Anneliese le dio un beso en la mejilla y salió. No dejaba de tocarse el estómago y el corazón dentro de su pecho comenzaba a palpitarle con fuerza.

Tenía un mal presentimiento.

Anneliese salió del escenario. Su intención era lavarse la cara, pero tan pronto como levantó la mirada, se topó cara a cara con Olga Lavelle, cubierta de pies a cabeza por una túnica negra.

Si bien la mujer llevaba puestos lentes de sol y una mascada, pudo reconocerla.

Tragó saliva y en su mente exigió que la alucinación se desvaneciera. Cerró los ojos y dio un paso adelante. Sintió alivio cuando no chocó con ella.

Abrió los ojos de nuevo y esta vez su cuerpo se relajó al saberse a salvo.

Fue al baño. Se lavó la cara y se miró en el espejo. Su rostro demacrado no era un secreto para nadie.

Se preguntó qué era lo que Matthew veía en ella. No era hermosa, lucía pálida y enferma. Cada vez más demacrada. Suspiró.

Se llevó dos dedos a los labios, para luego humedecerlos con agua y mojárselos. Estaban resecos. ¿Por qué no le dijo nada de eso?

¿Acaso Matthew veía algo que ella no?

Volvió a echarse agua a la cara y después contempló su cara. No era nada en comparación a la hermosa imagen que el espejo de plata le mostraba.

Se preguntó por qué nadie le hacía comentarios respecto a su imagen.

«Es que no lo quieres ver, no aceptas que alguien pueda fijarse en ti», recordó las palabras de Miranda Pontmercy.

—Ella preguntó: ¿a qué le tengo miedo? —murmuró, pero no encontró la respuesta.

Un nudo se formó en su garganta y golpeó su reflejo en el espejo. El cristal no sufrió ningún daño, pero ella sí.

Terminó llorando sin saber por qué.

Estaba cansada de todo. Solo quería que todo terminara. Tenía ganas de retomar su vida en completa paz y tranquilidad.

Pero nada la ayudaba.

Matthew no era la persona que ella necesitaba. Ella quería a su mamá y eso nadie podría reemplazarlo.

El sentimiento de inseguridad renació en ella como el ave fénix. Quería esconderse, hacerse pequeña y morir en el olvido.

Se maldijo al darse cuenta de que Matthew no significaba nada para ella. Lo estaba dañando, jugando con sus sentimientos, él no lo merecía. Matthew era demasiado bueno para ella. Ni siquiera podía decir que tuvieran una relación porque, no habían oficializado nada.

En cuanto a Everett... ¿qué clase de hechizo le lanzó? Quería comprender el significado de esa atracción, pero no le fue posible.

Todas las respuestas se le escapan y seguía sin entender el porqué.

«¿Cómo pude ser tan idiota?», pensó.

Anneliese derramó todas las lágrimas que pudo. Ahora comprendía el significado de sus pesadillas, de sus recuerdos, de sus miedos. Ella era la razón de todo el mal que la acechaba. Todo giraba en torno a ella. Pero ¿podría ser culpable de ello?

Se encandiló con un par de ojos azules, se quedó prendada de la astucia del mago y aún no estaba segura si Everett y el mago eran la misma persona.

En cambio, aquel quien fue el único que le tendió la mano en sus momentos de debilidad yacía ahora muy lejos de ella, prendado a una falsa idea de amor que la chica era incapaz de sentir por él.

Estaba agradecida con él sí, sentía amor... no.

¡Cuán idiota se puede ser!

Y más aún cuando ahora conocía lo que ocultaba la sonrisa de Matthew..., él era el dolor personificado ¡Cuánto daño le está haciendo pasar a la única persona que no la considera una loca!

Respiró profundamente y salió del baño.

Sin embargo, fue empujada y arrojada al suelo por una mujer de fuerza sobrehumana.

La risa de la mujer retumbó en sus oídos.

Anneliese la reconoció y se levantó tan rápido como pudo.

Corrió siendo perseguida por Solange, quien se divertía siguiéndola como un fantasma que se deslizaba por la pared.

Cada que la chica doblaba la esquina en un pasillo, Solange aparecía frente a ella, haciendo que Anneliese diera vuelta y corriera en otra dirección.

Parecía que la vampiresa intentaba conducirla hacia una trampa. Pero eso no era lo que le preocupaba a Anneliese. Ella temía morir y convertirse en un monstruo como ella, incluso peor: morir sin pedirle disculpas a Matthew por todo el daño que le estaba causando a base de mentiras.

Abrió una puerta para escapar, pero tan pronto como dio el paso, cayó por unas escaleras oscuras.

Terminó en el suelo, el cuerpo adolorido. Intentó levantarse, pero cayó al sentir el tobillo adolorido. Gritó, pero su voz fue ahogada por Solange quien la miraba desde arriba.

La silueta negra de la mujer hacía contraste con la poca luz que entraba por esa puerta.

Anneliese se arrastró pidiendo ayuda, pero entonces, sintió un agarre en sus piernas y violentamente fue girada. Encontrándose cara a cara con Solange Harker.

La vampiresa le pasó la uña por el cuello, haciendo un corte superficial. La sangre que quedó en sus uñas, se la llevó a la boca y saboreó sin dejar de reírse.

Anneliese cerró los ojos, esperando su final. Hasta que la mujer lanzó un chillido desgarrador.

Con la poca iluminación, alcanzó a ver como la vampiresa se quitaba una daga de plata de la espalda.

Arriba, en la escalera había un hombre.

Kirill Novak.




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En multimedia se encuentra la canción que Anneliese escuchó. La cantante es Sierra Boggess, la misma actriz que interpretaría a Christine en París en el 2016.

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