Capítulo 35

—A ver, dejemos de pelear —dijo Everett un poco más tranquilo—. No podemos pasarnos todo el día discutiendo.

—Mucho menos cuando el domingo se acerca —respondió Kirill encogiéndose de hombros.

—¿Qué sucederá el domingo?

Kirill cerró el libro y lo lanzó a la cabeza del mago, quien de milagro logró esquivarlo por los pelos.

—¿Eres o te haces? ¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?

Everett resopló.

Por supuesto que escuchó todo. Claro que conoce las consecuencias y estaba plenamente consciente de la estupidez que había cometido. Por lo menos el espejo se había quedado en la casa Beaumont y tenía una cosa menos de la cual preocuparse. Por lo menos así, Cassiopé dejaría de ser un problema.

No le agradaba en absoluto haber sido utilizado de esa manera, pero ni retrocediendo en el tiempo podría evitar lo que hizo. Y no, no se trataba de culpa o remordimiento, era su orgullo el que hablaba.

Y luego estaba Anneliese Beaumont.

Intentó encontrar la razón por la cual se sentía tan atraído a ella, quiso averiguar por qué esa conexión se incrementaba cada vez más, pero la inoportuna aparición de su hermano lo impidió.

Everett es un joven muy observador.

No pudo evitar notar la apariencia demacrada de la joven, la palidez de su piel aumentó y ahora tenía ojeras aún más oscuras. Ella lucía casi como un cadáver, como si estuviera enfermando.

Pensó quizá que Solange Harker estaba consumiendo su energía, no tenía otra explicación.

—..., entonces debemos atacar —dijo Kirill.

Everett asintió sin tener la mínima idea de lo que el cazador dijo.

Tan ensimismado en sus pensamientos se encontraba que no supo en qué momento idearon un plan para destruir a la vampiresa.

Kirill sigue hablando, pero entonces Everett le pide que guarde silencio, pues alcanza a escuchar a los enamorados hablar arriba. Esto porque la habitación que le dieron a Anneliese quedaba justo arriba del estudio.

—¿Qué?

—Shh —silenció—. Espérame aquí y no hagas ruido.

Kirill asintió mientras observaba al mago salir del estudio.

El rubio subió las escaleras, intentando no hacer ruido. Ojalá pudiera teletransportarse, le ahorraría muchos problemas. Aunque en realidad no era algo que le interesara, ya que eran pocas las ocasiones en las que no encontraba alguna solución.

Cruzó el pasillo rápidamente. Sus pies no hacían ruido alguno. Se deslizaba como una sombra y pegó su oreja a la puerta una vez que estuvo ahí.

Retuvo el aliento para no delatarse. Escuchó con atención lo que Matthew hablaba.

Ambos intercambiaban palabras sobre un musical famoso que abriría sus puertas en octubre. Ella decía sobre su fascinación por verlo y que le gustaría que la sede teatral fuera otro. Matthew le secundó en su opinión.

Everett rodó los ojos.

Él pensaba que la conversación sería más interesante, que podían estar hablando de algo que pudiera darle fin a la amenaza de Solange Harker.

—Te tengo una sorpresa. —Escuchó a Matthew decir.

—¡No tenías que haberte molestado, Matt! —exclamó Anneliese con sorpresa.

Everett casi se golpea la frente de no ser porque intentaba ser discreto.

Odiaba espiar, pero admitía que era en cierto modo divertido. De igual forma en que se divertía ridiculizando a los incautos escépticos que lo criticaban en el parque o incluso cuando destruía a los neonatos, cosa que le desagradaba, pero le causaba en cierto modo placer.

—Quería ir con Fio, pero ella ya no quiere saber nada de mí —agregó Matthew.

El rubio hizo memoria.

Fiorella... Fiorella... ¡Claro, Fiorella Sargue! La pelirroja enamorada platónicamente de su hermano. Esa chica no le gustaba para él, la consideraba una hipócrita que solo mostraba una sonrisa y buenas intenciones cuando él estaba presente. No dudaba que ella pudiera hacerle algo a todas las chicas que tenían un crush con su hermano.

Matthew no era feo, tenía un gran corazón y era amable, hasta pecaba de ingenuo, pero al fin de cuentas, era un buen muchacho. Merecía algo mejor que Fiorella Sargue y Anneliese Beaumont.

Desde que se enteró de su enamoramiento con Anneliese, a pesar de no tener ni la más mínima idea de la identidad de la susodicha, sabía que su hermano terminaría sufriendo por un amor no correspondido.

Aunque nadie más lo notara, él era observador, uno muy bueno. Matthew no conocía el amor. Las pocas referencias que tenía acerca del sentimiento eran gracias a las películas y las baladas. Su hermano tenía tan idealizado el amor romántico que temía terminara haciendo alguna estupidez.

Sus temores se convirtieron en una realidad cuando lo vio aferrado a la viga del Pont Alexandre III. Cualquier otro habría sido egoísta. ¿Quién sería lo suficientemente estúpido como para sacrificar su vida por alguien que no vale la pena? Solo en la ficción ocurría eso.

Everett hizo a un lado sus pensamientos para volver a su tarea e indagar qué es lo que le tenía preparado a Anneliese.

—Conseguí pases de acceso a los ensayos. Habrá uno el domingo y podemos hablar con los artistas.

Anneliese soltó un grito que sobresaltó a Everett, dándose un golpe en la puerta.

—¿Qué fue eso? —preguntó Anneliese.

Everett maldijo entre dientes y se alejó rápido de la puerta. Se agarró de la baranda, saltó a la planta baja, ocultándose de la vista de su hermano.

El 25 de septiembre era un día especial.

Escuchó la puerta cerrarse, pero aguardó un poco hasta asegurarse que, en definitiva, su hermano, había entrado a la habitación. Poco después, regresó con Kirill, quien le preguntó qué había pasado.

—Matthew y Anneliese saldrán al teatro el domingo.

—¡Excelente! —exclamó el cazador—. ¿Si sabes qué significa?

—¿Qué lo estará siguiendo Solange?

—No solo eso. La chica será nuestro señuelo —respondió triunfante.

Everett frunció el ceño.

Usar a Anneliese sería poner en peligro a su hermano y eso no le agradaba mucho.

—¿Y cómo haremos que eso pase? —preguntó frotándose la barbilla.

Hablar con su hermano no era opción. Jamás lo permitiría, él no estaría dispuesto a sacrificar a la chica y menos por un problema que no lo incumbía a él.

En cuanto poner en sobre aviso a la chica... tampoco. Ella no arriesgaría su vida por ellos, mucho menos después de lo que le acababa de hacer a su padre.

Aunque la muerte de su padre le correspondía a su hermano dar la noticia. Él solo cumplió con su deber. Pero sí estaba preguntándose cómo y cuándo le haría revelación.

La reacción de Anneliese no sería la mejor. Además, tenía una preocupación más por atender. Ella comenzaba a sospechar de su identidad como el mago, ¿qué diría si llegaba a confesarle la verdad? Además, vivía con la angustia de que su hermano se le adelantara, pues las advertencias siempre las tomaba con seriedad por más estúpidas que fueran.

Su mundo comenzaba a ponerse de cabeza y no podía hacer nada para evitarlo.

Era como si todo lo que pasaba era la consecuencia de una sola promesa que no tuvo que cumplir por honor. Él nunca rompía una promesa, los juramentos eran sagrados para su familia.

Recordó entonces a Mélissandre. Ella le hizo la advertencia que ahora sufría.

Comprendía entonces que siempre estuvo equivocado, muy a su pesar pues, él jamás se equivocaba.

Se frotó las sienes.

Kirill lo observaba con detenimiento. Podía escucharlo burlarse a pesar de que sus labios no se movían.

Everett podía leer las mentes a voluntad, pero ahora era como si los pensamientos del cazador entraran en su cabeza solo para torturarlo.

«Te lo dije», era la frase que se repetía una y otra vez dentro de su cabeza, haciendo eco.

La risa burlona de Kirill lo desesperó y entonces le gritó que parara.

—No estoy haciendo nada —respondió encogiéndose de hombros.

—Estás pensando y eso es molesto.

A Novak casi se le cae la mandíbula.

—¿Ahora te molesta que piensa? ¡Vaya! Entonces sí te está afectando todo esto. Pensaba que eras más fuerte, pero al parecer eres igual de débil que Gernot y todos esos que han fracasado —dijo burlón.

Everett golpeó el escritorio con el puño.

—¡No puedes hablar de fracaso cuando tu no has podido matar un solo vampiro sin ayuda! ¡Si no fuera por mí estarías muerto desde hace mucho!

Kirill arqueó una ceja.

—¿Lo dices por mí o por ti? Recuerda Everett, los sentimientos son una debilidad, un error que te costará caro. ¡Puedes incluso perder la vida por un estúpido arranque emocional! ¡Piensa con la cabeza fría!

—¡Eso hago! —gritó.

—No parece. —Se encogió de hombros.

Everett resopló, rendido ante las palabras del cazador.

Su semblante frío cambió y ahora, si se viera en el espejo no podría reconocerse.

Las manos le temblaban y sentía el corazón latir muy lento. Un sudor frío se deslizó por su frente y cerró los ojos.

Sus recuerdos afloraron, aquellos momentos que compartió junto a su hermano desde que eran niños, se hicieron presentes.

Las veces en las que corrían por el jardín y buscaban sapos y luciérnagas. Jugando en el barro. Cuando Matthew descubrió su pasión por la música y el primer dibujo que hizo cuando aprendía a dibujar.

Una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

Dejó a Kirill en el estudio. Subió a su habitación, escuchando las voces de su hermano y su novia al fondo del pasillo.

Se encerró y buscó debajo de la cama un baúl en donde guardaba esos recuerdos que atesoraba como el oro más valioso. Abrió el cofre pasando su mano sobre él, chispas azules rodearon la tapa y la abrió.

Ahí las fotografías de ambos se mantenían en perfecto estado.

A pesar de ser medios hermanos, siempre fueron muy unidos. Matthew era un ángel a su lado. Everett era el demonio que lo arrastraba hacia la oscuridad.

Los dos siempre fueron muy unidos, pero ahora... todo cambió.

Sentía el odio que Matthew le tenía, no le tenía confianza y tampoco quería estar en la misma habitación que él.

Sentía que había perdido a su hermano menor.

Fracasó intentando protegerlo de la oscuridad.

Una lágrima traicionera se deslizó por su mejilla hasta tocar la fotografía, justo en el rostro del pequeño Matt.

—Perdóname, Matt —susurró guardando la fotografía dentro de su camisa.




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¡Hola! Paso a avisar que quedan 4 capítulos para terminar la historia de Anneliese, Matthew y Everett. Se pondrá interesante :3

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