Capítulo 28

Miércoles, 21 de septiembre

La sesión con Jacques Guillaume no fue tan horrible como creía, pero el regreso a casa no fue lo suficiente gratificante como para querer recordarlo. Su padre no se encontraba en casa y Olga mucho menos.

No se había preocupado hasta que ellos no volvieron durante la madrugada. Al despertar, desayunó sola, lo cual fue extraño, porque su padre jamás faltaba a una comida, ni una sola vez lo había hecho.

Olga como sea le importaba un comino, pero no tener conocimiento del paradero de su padre, le provocó un ataque de ansiedad que con dificultad logró controlar.

Evocó el mejor recuerdo que tenía y con ejercicios de respiración se mantuvo tranquila todo el día.

Por lo menos ahora, en clase de canto podía distraerse, aunque fuera un poco.

Se sentó junto a Matthew, pero él se mantuvo indiferente con ella una vez más.

Anneliese bajó la mirada y solo quiso desaparecer bajo tierra. Se levantó decidida a cambiar de lugar, pero fue detenida por la mano del chico, quien la sostuvo por la muñeca con delicadeza.

Ella lo miró y él le extendió un pequeño ramo de flores, compuesto por una dalia violeta, un jacinto amarillo y una peonía rosa rodeadas por brezos blancos.

La violinista se sonrojó, pero no dudó en tomarlo. Sonrió y volvió a sentarse junto a Matthew.

—Gracias —dijo susurrándole al oído.

Él no respondió, parecía estar debatiéndose entre hablarle y no hacerlo. Aunque Matthew lo intentó no pudo ocultar el vendaje que traía en la mano.

—¿Qué te pasó? —preguntó preocupada.

Él negó.

—Un accidente, estoy bien.

Ella frunció el ceño.

No le agradaba la actitud cortante de su amigo. Miró atrás, en donde Miranda Pontmercy le sonreía con picardía mientras alzaba los pulgares y movía la boca intentando decirle algo que no pudo comprender porque no sabía leer labios.

Aunque eso sí, no pudo evitar sonrojarse al pensar en que Miranda le estaba deseando suerte en su supuesta relación amorosa con Matt.

Junto a Miranda se encontraba Fiorella, quien la miraba de mala gana, como si ella le hubiera quitado algo que atesoraba. Lo único que aún guardaba con recelo era el anillo que supuestamente le pertenecía a la pelirroja, pero de ahí a otra cosa, no.

Anneliese volvió a su lugar. Contempló el ramo de flores, intentando averiguar por qué era algo diverso en comparación a cualquier ramo que un amigo le daría a alguien. Usualmente se regalaban rosas, pero el ramo de Matthew era diferente, hasta podría decirse que lo sentía como algo especial, hecho exclusivamente para ella.

La profesora Fleur Durand entró al salón y comenzó la clase. Pidió a sus alumnos cantar el avance de sus proyectos. Matthew alzó la mano y Anneliese, en desacuerdo, no tuvo opción que levantarse e ir junto a su compañero al frente de toda la clase.

—¿Estás seguro? —Le susurró a Matthew.

Él asintió.

—Solo sigue la partitura, no te preocupes, estamos listos.

Ella asintió no muy convencida.

Matthew presentó la canción y la profesora les dio la indicación de comenzar.

El chico se sentó en el taburete, Anneliese se acomodaba frente al piano de cola blanco. Matthew le entregó una copia de las partituras, luego, él colocó las originales en posición.

A la chica le temblaban las manos, pero tomó el valor para pararse enfrente y cantar la canción con la que habían trabajado, a pesar de que él la evitaba a toda costa.

El castaño comenzó a tocar la pieza, cerró los ojos y cantó los versos que parecían recién salidos de su corazón:

¿Por qué perturbas mi alma?

¿Por qué?

Si no me ayudarás

¿Por qué?

¿Y quién podría hacerlo?

¿Devolverme al pasado?

¡¿Para qué?!


¿Quién te dijo que podía devolver el amor?

¿Quién te mintió?

Por favor olvídame.

He llegado al borde de un abismo,

Viendo en tus ojos mi fracaso.

Dulce amor, por favor, aléjate.


No hay peor dolor que verme enloquecer,

la vida ya no me interesa,

estoy cansado de ella.

Ya es tarde para mí...*

Anneliese se enjugó las lágrimas, no recordaba esos versos, mucho menos haber escuchado la canción completa. No tuvo fuerza para continuar. Matthew seguía tocando, pero ella no movía los labios.

«Ridícula...», una voz resonó en su cabeza.

«¡Tu padre estaría tan avergonzado de ti! ¡Sólo mírate! Creyéndote la artista talentosa a la que ni siquiera puedes aspirar. ¡Qué horror tenerte como amiga! Mira, pobre chico, siendo humillado por tu falta de talento».

La voz se burlaba de ella. Ese familiar timbre la atormentaba con esas palabras tan hirientes. Creía que todo eso había terminado, pero al parecer empeoró.

Las partituras cayeron al suelo, Anneliese ahora tenía ambas manos en la cabeza, lloraba y gemía, pedía que la dejaran en paz.

Sus compañeros la miraban atónitos por el repentino comportamiento de la chica.

—¡Anneliese! —exclamó la profesora.

La chica mira a sus compañeros, ellos se burlan, la señalan y le lanzan bolas de papel. Fiorella no deja de gritarle mil insultos y Miranda la abuchea. Matthew también se ríe, la llama desperdicio de talento y le pide que se vaya.

—No tienes nada que hacer aquí —dice lanzándole a la cara las partituras que tenía en el piano.

La profesora incita la burla. Anneliese está llorando. Se deja caer y abraza sus rodillas, pero nada cesa. Le siguen arrojando papeles, bebidas y botanas.

Su cabello ahora está pegajoso, su cara humedecida por las lágrimas saladas y la mucosidad que escapa de su nariz.

No puede hablar, no puede hacer que pare.

Quiere morirse.

—¡Ya basta! —gritó corriendo del salón.

Matthew palideció al verla en ese estado, por lo que no dudó en ir tras ella. Al igual que él, todos en el salón permanecieron en completo silencio, preocupados por la chica. Nunca la habían visto de esa forma.

Anneliese corría por el pasillo cuando al dar la vuelta para bajar por la escalera, se topó frente a frente con Olga.

Ella está ahí, totalmente cubierta de ropa negra, lleva lentes de sol y la cabeza oculta bajo un espeso velo oscuro. A pesar de esa vestimenta, podía reconocerla.

Esa aura maligna que la rodeaba la reconocía en cualquier lado. No por nada se mantenía alejada de ella. La odiaba, sí, pero también admitía que le tenía mucho miedo.

—¿Qué te pasa, hija? —preguntó la mujer con un tono burlón y una cínica sonrisa.

La castaña se muerde el labio, empuja a Olga por la escalera, pero la rubia es rápida, por lo que se mueve, dando un leve empujón a la chica que ahora rueda escaleras abajo. Un grito escapa de sus labios.

Anneliese se golpea la cabeza con el último escalón, con la vista nublada alcanza a ver a su madrastra bajar con elegancia la escalera. La mujer llega a su lado y le patea la cara. Da un grito.

Olga la obliga a levantarse jalándola del cabello y luego la lanza contra la pared. Escucha huesos romperse.

No puede levantarse. Olga se aproxima a ella, amenazante. Le muestra sus dientes blancos y afilados. Esa sonrisa se cierne sobre ella como la completa oscuridad y después parpadea.

—¡No! —gritó, trastrabilló y cayó de espaldas.

Se tocó el cuerpo, no sentía dolor alguno.

No entendía qué le estaba ocurriendo. ¿De nuevo esas ilusiones? ¿Por qué justo ahora?

Intentó calmarse, bajó la escalera con cuidado. No dejaba de mirar hacia atrás en busca de Olga, pero al parecer solo fue producto de su imaginación.

Llegó al patio y tropezó con una piedra. Cayó de manos justo a unos centímetros de un charco que reflejaba en su interior el hermoso cielo azul de París.

Ella se miró la cara, pero no se reconoció en ella. La mujer del reflejo no era ella.

Quizás era otra jugarreta de su mente.

La chica se tocaba el rostro, no se reconocía en el reflejo. Estuvo a punto de tocar el agua cuando escuchó su nombre:

—¡Anneliese!

Se levantó. Aún lloraba, pero tenía la fuerza para correr hacia él. No pensó en sus actos, quería sentirse protegida. Ya estaba cansada de todo y sólo él podía entenderla.

Se dejó llevar por el momento. Desesperada se abalanzó sobre el chico, rodeó su cuello con los brazos, se paró un poco de puntillas y lo besó con desesperación.

Sus labios eran suaves. Él sabía a fresa y el aroma de su perfume impregnó su sentido del olfato. No pensó en nada más que en mantenerse junto a él, abrazados, muy juntos.

No importaba nada más que él. Solo Matthew había estado con ella esos momentos, aún si la comenzara a ignorar por culpa de Olga, lo tendría siempre en consideración. Ella sabía que él no la lastimaría, que si actuaba así era por algo que no tenía el valor de decirle, pero ya llegaría el momento y entonces lo apoyaría, así como él lo había hecho durante todo ese tiempo.

Sintió las manos temblorosas del chico posarse en su espalda, a pocos centímetros de su cintura. Se estremeció al sentir el tacto masculino en su cuerpo, pero no le importó, para ella era una agradable sensación que no cambiaría por nada.

Poco después se separaron, sin aliento, agitados y temblorosos.

Ella se relamió los labios y se llevó una mano a la boca. Su cuerpo se calentó y su corazón se aceleró. Con la mano opuesta se abanicó el rostro y colorada, miró a Matt, quien se encontraba completamente sonrojado cual nariz de Rodolfo el reno.

Ella le sonrió y él se disculpó torpemente por su impetuoso acto.

Matthew parpadeó un poco intentando salir del estado de trance en el que se encontraba, después, con sus manos, le acunó el rostro de la chica y con los pulgares le ayudó a secar esas lágrimas.

Anneliese murmuró un gracias que solo él pudo escuchar y después, volvieron a acercarse, hasta juntar sus labios una vez más.

Esta vez, fue un beso más tierno y sincero.

Pero, aunque creyeran estar solos, eran observados muy de cerca por la única persona en el mundo cuyo corazón confundido se quebró en miles de pedazos al presenciar tal muestra de afecto.




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*Traducción en español de la canción rusa Зачем del musical "El Maestro y Margarita" de 2009.

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