Capítulo 27
Martes, 20 de septiembre
Esta vez acudió a terapia sola. Su padre seguía tan hipnotizado por las caricias de Olga que olvidó por completo a su hija. Eso, a Anneliese le molestaba hasta la coronilla. Ella quería estar en paz, ¿tan difícil sería conseguirlo?
Por lo menos aún tenía a una persona, de su lado. Quizás no se trataba de un amigo o un familiar, pero de algo a nada, lo prefería.
Jacques Guillaume no era ninguno de los dos. Solo su terapeuta que se sentaría a escuchar desahogarse de todo lo que le había ocurrido en la semana.
Estaba en la sala de espera, temblorosa y paniqueada. Intentó respirar y mantenerse tranquila, pero con solo cerrar los ojos, volvía el recuerdo de su padre, golpeándola mientras Olga se burlaba de su dolor. Después, los recuerdos con Fiorella Sargue la atormentaron. Esa chica era una de las cómplices de Olga, algo en su corazón se lo decía, o quizá solo se trataba de una idea provocada por el pánico que sentía al estar junto a las pelirrojas.
Hizo ejercicios de respiración, inhaló y exhaló varias veces hasta que su nombre fue pronunciado y llegó el momento de entrar a ese consultorio.
—Puedes entrar Anna. —La suave voz del terapeuta la relajó.
Con un poco de nerviosismo, ella ingresó al consultorio que le pareció mucho más grande que la última vez. Sentía como si el lugar creciera y ella se encogiera hasta quedar sentada en una silla enorme donde ella una muñeca de 5 cm de alto.
—¿Cómo has estado?
—B-bien —titubeó—, fue una semana interesante, doctor.
Jacques sonrió.
—Me alegra mucho, ¿qué hay de tu padre? ¿Te espera afuera?
La pregunta tocó una fibra sensible en su ser.
Anneliese negó, bajó la mirada y comenzó a jugar con sus dedos.
—Ya veo, ¿quieres hablar sobre eso?
Ella negó sin decir palabra alguna. No tenía ganas de hablar de eso, quería ir por lo que en verdad importaba, la terapia que la ayudaría a sentirse mejor consigo misma.
—¿Qué haremos el día de hoy? —preguntó cambiando el tema de conversación.
Jacques le dedicó una mirada curiosa que podría intimidar a cualquiera, incluso al más valiente. Ella sentía que intentaba encontrar la razón de su sufrimiento con solo una mirada, como si la analizara para descubrir sus secretos más oscuros. Aunque agradeció que al final desistiera de esas intenciones y se limitara a explicarle la técnica que estarían trabajando en esa sesión.
—Las técnicas de exposición tienen un objetivo: afrontar una situación que genera ansiedad —explicó el terapeuta sin usar tecnicismos que pudieran confundir a su paciente—, estas situaciones pueden ser hablar en público, coger el transporte, obsesiones, preocupaciones o incluso acciones compulsivas; todo depende de la persona.
Anne escuchaba con atención, pero no entendía como esa técnica la ayudaría con el tema de los delirios místicos que tenía. Quizá Jacques no le ayudaría bien después de todo.
Se desilusionó por completo, pero prefirió esperar antes de siquiera seguir sacando más conclusiones precipitadas.
—...Nosotros vamos a trabajar con la exposición en imaginación.
—¿Qué es eso?
—Que te ayudaré a afrontar esas situaciones que te generan ansiedad por medio de la imaginación, evocando así los recuerdos de tu experiencia traumática.
—¿Eso no sería algo peligroso?
Jacques negó.
—Iremos avanzando gradualmente, por lo que nos llevará un poco de tiempo conseguirlo. No te voy a pedir que recuerdes lo que olvidaste, sino rememores el entorno y tus respuestas somáticas, emocionales y cognitivas, así como las consecuencias a las que tanto temes. ¿Estás de acuerdo?
«Y aunque no lo estuviera», pensó.
No tenía de otra, sí quería curarse tendría que hacer todo lo que Jacques le dijera.
—Sí.
—De acuerdo, comencemos.
Ella parecía nerviosa, tenía miedo de recordar algo que específicamente quiso borrar de sus recuerdos, pero a la vez, sentía curiosidad por saber qué es lo que tenía enterrado hasta lo más recondito de su mente.
—¿Qué quiere que imagine?
El terapeuta negó.
—Primero debo evaluar tu capacidad de imaginación y si es necesario, realizariamos un entrenamiento.
—¿Y cómo va a lograr eso si no puede leer mi mente?
Al pronunciar aquello, se acordó del mago, el único que parecía que podía saber qué era lo que pensaba y cómo lo pensaba. Hasta vergüenza sentía con solo imaginar que en realidad él pudiera leer su mente, pues, las pocas veces que cruzó palabra con él, sabía exactamente lo que pensaba, como aquella vez cuando creyó que su nombre era Eutanasio.
—Puedes tomar asiento en el diván, solo recuestate y rélajate. No te preocupes, no te voy a hacer daño, confía en mí.
Ella asintió un poco nerviosa, pero hizo exactamente lo que él le pidió.
Con la mirada sobre el techo divagó en sus recuerdos. Esperaba que la evaluación no fuera dolorosa o incómoda.
—Voy a leer una escena que debes imaginar a detalle. Involúcrate lo mejor que puedas, tanto sensorial como cognitivamente. Intenta experiementar todo lo que voy describiendo. Cuando termine de leer, debes continuar imaginando la escena. Puedes cerrar los ojos. También necesito que inhales y exhales continuamente para facilitar la relajación.
—Va —respondió cerrando los ojos—. ¿La escena es fea?
—En absoluto, solo será un ejercicio. Por último, cuando hayamos terminado, te realizaré un par de preguntar que deberás responder para concluir tu evaluación y dictaminar si podemos aplicar la técnica de la exposición imaginada o tendremos que realizar un entrenamiento. ¿Estás de acuerdo?
Ella asintió.
Los nervios se apoderaron de ella, pero aún así se sentía preparada para lo que sea que estuviera a punto de suceder.
—Comencemos con la respiración, inhalamos... exhalamos..., otra vez, inhalamos... exhalamos. Mantén los ojos cerrados y relaja los hombros, no te tenses. Coloca tus manos a los costados, así es, muy bien.
Ella seguía las instrucciones del terapeuta mientras seguía realizando sus ejercicios de respiración. Le pareció eterno, pero al final se decantó por unos cuantos minutos.
Por fin se sentía completamente relajada y lista para lo que sea que le fueran a leer.
—La escena implica beber un vaso de agua. A medida que la vaya presentando, intenta visualizarla con todos los detalles que puedas, como si fuera real —dijo el terapeuta.
—Está bien. Ya estoy lista.
Jacques se aclaró la garganta y comenzó a leer:
"Usted entra en una habitación rectangular y rosa. Las paredes son de un color rosa pálido. En el suelo hay una gran alfombra de color marrón oscuro. Usted siente la alfombra mullida bajo sus pies. No hay nada en la habitación excepto una mesa de madera en el medio. Sobre la mesa hay una jarra de cristal transparente llena de agua y un vaso alto y transparente. Usted está sediento y se alegra de ver el agua. Su boca está seca. Camina hacia la mesa y levanta la jarra con una mano y el vaso con la otra. Llena el vaso de agua. Siente frescor en la mano que sostiene el vaso a medida que este se llena de agua. Vuelve a dejar la jarra en la mesa y aproxima el vaso hacia sus labios. El agua enfría su boca y refresca todo su cuerpo cuando toma el primer trago. Usted bebe todo el vaso de agua. (Siga imaginando la escena)."*
Anneliese se dejó llevar por la descripción que le era leída.
Ella se veía entrando en esa habitación rosada pálido. La alfombra mullida acariciaba sus pies descalzos. Sentía frío de estar ahí, sola, con solo una mesa en el centro de la habitación pequeña, la cual parecía que disminuía su tamaño con cada segundo que permanecía ahí. Sobre la mesa vio la jarra de cristal, llena de agua y a su lado, el vaso alto, de vidrio con una estampilla de una galleta de jengibre.
Sentía la boca seca, como si estuviera en el interior de un siniestro y comenzara a deshidratarse. Se acercó a la mesa con gran prontitud y con la mano derecha tomó la jarra, sostuvo el vaso con la izquierda para evitar que se moviera y lleno el vaso hasta derramarlo. Dejó la jarra con torpeza y bebió el agua, fresca, deliciosa al paladar. Era insípida, sí, pero parecía dulce. El trago hizo magia en su cuerpo, pues sintió como una ráfaga fría recorría su cuerpo justo cuando el agua se deslizaba por su faringe, pasando por el esófago hasta llegar a su estómago. Se estremeció, pero siguió bebiendo. Estaba deliciosa.
Justo cuando le dieron la indicación de seguir imaginando; siguió sirviéndose agua, pero esta se tornó rojiza, con semillas de sandía cuyo tamaño era similar al de un diente.
Ella dejó caer la jarra y después, el agua en el vaso se espesó hasta conseguir esa densidad de la sangre.
En su boca sentía el sabor metálico y escupió. La saliva era roja. Y ahora la garganta le quemaba. Gritó, pero su voz se extinguió tan pronto como Olga Lavelle hizo acto de presencia frente a ella, bebiendo un extraño contenido de un cáliz de oro.
Anneliese abrió los ojos exaltada. Jacques le preguntó sobre lo que le había ocurrido, pero ella negó todo, diciendo que el ejercicio fue tan vívido que parecía que en verdad bebía agua.
Escucharla decir eso lo hizo sonreír.
—Creo que no tendremos problemas con la técnica. Ahora que ya hemos terminado, puedo realizarte las preguntas. Pero ¿estás segura de que te encuentras bien?
Ella asintió con una sonrisa que ocultaba toda la inseguridad.
No sabía si debía contarle lo que vio con relación a Olga, tenía miedo de sentirse juzgada, pero debía hacerlo si quería recibir su ayuda. No tuvo de otra, al final, contó todo lo que imaginó, mientras Jacques terminaba de apuntar en su libreta de notas, pero la expresión de preocupación en su rostro no pasó desapercibido por la chica.
¿Tan mal estaba?
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Referencia:
*Texto de: Barlow, D.H. y Cerny, J.A. (1988). Psychological treatment of panic. Nueva York: Guilford; citado en Bados, A. y García E. (2011). Técnicas de exposición. Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, p.42.
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