Capítulo 22
Anneliese azotó la puerta una vez que entró a su habitación.
Se llevó las manos a la cabeza y ganas no le faltaron para comenzar a tirar de su cabello hasta arrancarlo desde raíz.
¿Por qué? ¿Quién se creía Olga Lavelle como para poner en su contra a la única persona que apreciaba y que no la consideraba una enferma mental?
Ya estaba harta de vivir en esa casa. Su padre, aunque lo amaba, lo sentía distante, como si todo el amor paternal se hubiera desvanecido con el pasar de los días.
Cuando Olga estaba cerca, él cambiaba su actitud, pero cuando estaba a solas con ella, era como si volvieran a esa época en la que solo era una niña pequeña que necesitaba protección.
Quizá se aferraba a la idea de volver a ser una niña al cuidado de su padre, ser una joven adulta no le ocasionaba satisfacción ni placer, solo era un impedimento para poder estar bien consigo misma.
Con cada día que pasaba, su felicidad se apagaba, pero esa pequeña chispa de alegría se encendía cuando estaba cerca de Matthew. Le encantaba estar con él, contarle sus secretos, sentirse escuchada a pesar de que lo único que compartían en común era su triste pasado.
Alguien llamó a la puerta.
Ella, irritada, se negó a abrirla. No tenía ganas de recibir a nadie, ni hablar con quien quiera que estuviera detrás de esa puerta blanca.
—¡Lárgate! —gritó.
—Anneliese, soy yo... —Escuchó a Matthew hablarle desde afuera.
Con el corazón en la mano se negó a abrirle. No se sentía con el poder de mirarlo a los ojos después de todo lo que ya había hablado con Olga Lavelle.
—Por favor, abre la puerta.
La súplica no hizo más que ablandarla. Si bien no quería verlo, tampoco podía negarse a hacerlo. Para ella significaría quedar sola una vez más y eso era lo que menos necesitaba en ese mismo instante. Si tan solo pudiera regresar en el tiempo para evitar el fatídico encuentro con su madrastra.
Tampoco quería imaginarse todo lo que ella le habría hecho al chico. Quién sabe desde a qué hora habría llegado a casa. El deseo en su corazón se intensificaba con cada pensamiento que recorría su mente.
Además, ya tenía suficiente con lo ocurrido con el mago. Esa indiferencia que le demostraba no hacía más que intensificar sus dudas respecto a su identidad y sus verdaderas intenciones.
Muy en el fondo, estaba segura de que él era la persona que la salvó de morir ahogada. Sus ojos verdes los reconocería en cualquier lado. Y luego estaba Everett Guélin y su extraño comportamiento. Quien diría que se trataba del hermano mayor de Matthew.
—¿Anne?
La voz suplicante de Matthew la trajo de vuelta a su presente, olvidando aquel amargo momento que vivió minutos antes por su repentina aparición ante Olga Lavelle.
Las manos le temblaban y un nudo se formó en la boca de su estómago. Respiró por la boca y luego tosió al sentir el aire secando su garganta.
—¿Estás bien?
Ella no podía responder debido a su repentino ahogamiento.
Tras estar mejor, ella tomó aire, se arregló el cabello y abrió la puerta, mostrando la mejor sonrisa de la que fue capaz, no importándole que esta fuera forzada.
—¿Puedo pasar?
Ella asintió, se hizo a un lado y dejó pasar al chico. Se asomó por la puerta y después la cerró. Por lo menos Olga no estaba ahí, deseaba que se hubiera ido a hacer algo productivo que no tuviera se relacionara con las contadas visitas que recibía.
—Dime —habló un poco cortante.
Aunque intentara recuperar la suavidad en su voz, le resultaba complicado, pues no estaba segura de lo que él podría pensar de ella.
—¿Qué fue eso? —interrogó Matthew con el ceño fruncido.
Él se notaba pálido y de cierto modo asustado.
¿Habría sido víctima de Olga? Desechó ese pensamiento. Matthew no era objetivo de esa mujer, y, aunque así fuera, él no tenía nada que ver en ese problema de dos.
—¿Qué fue qué?
Él resopló.
—Anneliese..., no entiendo por qué Olga diría esas cosas tan horribles sobre ti.
Ella se sobresaltó. Se alejó de él y, con la tez pálida, habló con un hilillo de voz:
—¿Qué te dijo? —No lo miró a los ojos, se sentía avergonzada y el rubor de sus mejillas la delataban.
—Que tú... —Se detuvo al instante, como si estuviera pensando en qué decir con exactitud—. Olvídalo, no tiene importancia.
—¡Por supuesto que sí! ¡No dudo en que ella te haya contado alguna barbaridad con tal de alejarte de mí! —añadió apresurada, su corazón latía a mil por hora y lo único que podía hacer para recuperar el aliento era tratar de calmarse.
Anneliese resopló.
—No lo hizo. Y aunque insistiera en separarnos, no lo conseguirá. Ella tiene algo en contra tuya, lo sé, pero eso no evitará que siga a tu lado. Si me necesitas, aquí voy a estar. No importa lo que tenga que hacer, voy a protegerte de esa mujer, lo juro.
Las palabras de Matthew le provocaron un sonrojo. Al sentirse avergonzada y con el corazón a punto de saltarle del pecho, ella le dio la espalda y se dio pequeñas bofetadas, intentando calmar el calor que comenzaba a subir por su cuerpo.
—¿Te sientes bien? ¿Estás enferma?
Ella negó.
—Yo... gra-gracias, Matt. Pero no creo que puedas protegerme de ella. Es demasiado, poderosa. Yo no sé cómo explicarlo, pero temo que pueda hacerte daño.
Él sonrió.
—No creo que pueda hacerme daño. Confía en mí, Anne.
La chica titubeó.
Quería confiar en él, pero hacerlo podría traer terribles consecuencias de las cuales no quería sentirse responsable. Odiaría que algo le sucediera por su culpa.
Anneliese dio media vuelta, encontrándose frente a frente a esos ojos soñadores sin una pizca de brillo en ellos. Le bastó un segundo para determinar que él en definitiva luchaba por mostrarse valiente ante ella, aunque por dentro estuviese muriendo por lo que sea que esté sufriendo en su intimidad.
—¿Cómo es que somos tan parecidos? —preguntó Anneliese dibujando una sonrisa nerviosa.
—No lo sé. —Fue su respuesta.
—¿Quieres algo de beber?
—No quiero importunar.
—Oh, no lo haces —calló—. ¿Ella te ofreció algo? —Su mirada se ensombreció.
Matthew renegó moviendo las manos delante de su pecho.
—Aunque lo hubiera hecho no creo que haya tenido el valor de probar algo que ella me diera. Esa mujer es... extraña.
—¿Extraña? —bufó caminando hacia la ventana, deteniéndose a mirar el exterior—. Yo diría lo que le sigue. ¡Es la maldad personificada! ¿Ahora sí me crees que ha intentado matarme?
Anneliese dio la vuelta, encontrándose nuevamente con el joven.
Matthew permaneció en silencio unos segundos, parecía recordar algo atemorizante.
Ella no evitó percatarse de ello. Seguramente Olga le hizo algo, pero él no tendría el valor para reconocerlo.
—Por supuesto que te creo, Anne.
—Gracias.
La mirada de Matthew recorrió su habitación. Aquello no pasó desapercibido por la castaña. De un momento a otro, él palideció y preguntó un poco nervioso.
—¿Y ese espejo?
Ella arqueó una ceja y caminó hacia donde el objeto descansaba, lo tomó de la mesa de noche y lo observó nuevamente.
—Tú me lo diste ayer —respondió ruborizándose—, dijiste que era un regalo para una chica especial como yo.
—¿Eso dije? —murmuró atónito.
—Sí, ¿no te acuerdas?
La desilusión en la voz de Anneliese se hizo presente.
—¡No! ¡Claro que recuerdo! —añadió de improviso—. ¡Soy un idiota olvidadizo, es todo! —Una risa nerviosa pudo salvar el momento.
Ella le sonrió, agradecida nuevamente por el regalo. Sin embargo, los ojos de Matthew no se despegaban del espejo y, en cuanto vio algo que lo dejó sin palabras, salió de la habitación sin mediar palabra alguna ni despedirse de la chica.
Anneliese, por su parte, se entristeció al verlo partir.
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