Capítulo 18

Las horas pasaban y todavía no lograba darle respuesta a esa pregunta que no lo dejó en paz toda la noche.

¿Qué demonios le pasó con Anneliese Beaumont?

No dejaba de pasearse por la habitación. Se pasó las manos por el cabello, despeinándoselo y luego resopló.

La chica del espejo le hablaba, pero él se encontraba ensimismado en sus propios pensamientos.

Anneliese Beaumont.

No, no era hermosa a pesar de tener un parecido increíble con Cassiopé, la diferencia radicaba principalmente en su apariencia demacrada, como si no durmiera ni comiera. Lucía enferma.

¿Qué le veía Matthew?

Tampoco le daba crédito a sus sentimientos, pero eso sí, no podía negar la extraña conexión que sentía con ella; como si estuvieran destinados a encontrarse en esa vida.

Tres veces ya. Desde el día que la salvó de los neonatos no dejaba de pensar en su conexión, pero no sólo él se había dado cuenta. Los pensamientos de Anneliese la dejaban expuesta. Y todo por una maldita promesa.

Si Kirill se enterara...

¡No! Él no debía enterarse de nada. Quién sabe qué pasaría si descubriera sus intenciones con la chica. De por sí estaba en contra de ayudar a Cassiopé, lo peor, es que no le quería explicar su origen. Kirill lo sabía, pero se rehusaba a hablar.

Ese hombre tenía secretos, muchos de los cuales jamás revelaría.

Y leerle la mente no le funcionaba, pues el cazador sabía proteger sus pensamientos, ocultándolos en lo más profundo de su fortaleza mental, bajo llave, hasta podría decirse que olvidaba todo lo que no necesitaba.

—¡Maldito Novak! —gruñó.

El timbre sonó. Escuchó a su hermano maldecir, por lo que decidió bajar a abrir la puerta.

Se deslizó por la baranda de la escalera para llegar más rápido, tronó la boca y abrió de mala gana.

El aire se le fue en cuanto la vio de pie en el umbral.

—¿Qué haces aquí? —Ella preguntó igual de sorprendida.

Everett se mantuvo en silencio, intentando leer esa cabecilla desordenada, pero solo encontró imágenes de su encuentro en la biblioteca, el casi beso y un par de recuerdos con ella como el enmascarado.

¿Ya estaría enterada de su identidad? Negó. Ella no lo conocía, no era lo suficientemente inteligente como para asociarlos a los dos.

—Esta es mi casa —respondió al cabo de unos segundos.

Ella frunció el ceño y comenzó a balbucear incoherencias.

—¡Ey, Anneliese!

La voz de su hermano lo trajo de regreso a la realidad.

Ella seguía paralizada por la sorpresa, mientras él procuraba mantenerse indiferente ante la situación.

«Ella no es nada para ti», se repetía inútilmente.

—¿Ustedes se conocen? —La pregunta de Matt lo puso más nervioso de lo que ya estaba.

No tenía contemplado que su hermano la invitase a la casa, mucho menos después de haberse presentado ante ella como ese hombre que intentó seducirla con un libro.

¿Qué le respondería? La verdad sería muy dolorosa para él y la chica no parecía querer hablar.

—En mi vida la he visto —aseguró con firmeza.

Esperaba que ella cooperara, pero solo frunció el ceño.

¿Qué acaso era una idiota?

—Ella es la chica que decías iba a venir hoy, ¿cierto, Matt? —habló rompiendo el incómodo silencio.

—Sí —respondió con la voz rasposa.

Anneliese Beaumont, ¿qué es lo que ella quería de su hermano y viceversa?

¿Tan poderosos eran los sentimientos de su hermano como para permitirle entrar en su vida?

Sentía la mirada severa de su hermano, pero no le importaba. Mientras menos se inmutaba mejor resultaría.

Intentó sonreír, pero tampoco quería levantar sospecha alguna.

Este era el día que tanto anhelaba. Ahora ella se encontraba dentro de su casa, no sería complicado asegurar su plan. Todo saldría como esperaba, sólo tenía que esperar el momento adecuado. Pero antes tendría que hablar con Cassiopé y darle la buena nueva.

—Bienvenida, Anneliese —habló Matthew rompiendo el incómodo silencio.

Ella entró sin despegar la mirada de la casa. Por el contrario, Everett no dejaba de mirarla como si ella fuera a robarle alguna estatuilla o el candelabro del comedor.

Analizaba la mejor forma de entregarle el espejo sin levantar sospecha alguna. Si el espejo desaparecía podría traer problemas con su padre, ya que este es considerado como una reliquia familiar; por el otro lado, no podía quedarse con las manos cruzadas, pues cumplir la promesa era lo más importante en ese momento.

—Soy Anneliese Beaumont, encantada.

La chica habló por primera vez sin parecer una tonta.

Ella le extendió una mano que aceptó.

—Everett Guélin, un gusto —respondió de la forma más fría y cortante de la que era posible.

Pero ella se sonrojó. Eso no era lo que esperaba obtener.

Miró a su hermano una última vez antes de dar media vuelta e irse por donde regresó, encerrándose una vez más en su habitación, el único lugar en donde se sentía tranquilo.

Azotó la puerta y se dejó caer sobre la cama. Resopló.

A lo lejos, la voz de Cassiopé resonaba en la habitación. Él no quería darle más importancia al asunto, pero era su deber. Tenía que hacerlo muy a su pesar.

Desconocía las consecuencias de sus actos, eso lo podía admitir a los cuatro vientos, pero, sin orientación de Kirill y sin conocer la historia de Cassiopé, ¿cómo estaba completamente seguro de que lo que estaba por hacer era lo correcto?

Se frotó los ojos, los sentía pesados. Tenía sueño y quería dormir para jamás despertar.

—¿Qué sucedió, Everett?

La dulce voz de la chica del espejo captó su atención.

Él, con pereza se levantó y se acercó a ella. Cogió el espejo y la saludó.

—¿Por qué estás tan afligido?

—No lo estoy —respondió con pereza—. Estaba pensando en ti.

Ella se sonrojó.

—¿En-enserio?

Él asintió.

—¿Recuerdas que dije que te liberaría de tu prisión?

—¿Cómo olvidarlo? Una promesa es una promesa y tú eres un caballero de palabra.

—Hoy te entregaré a Anneliese.

Cassiopé se sorprendió al escucharlo decir esas palabras.

—Solo debes mantenerte en silencio hasta que llegues a sus manos.

Ella asintió con una enorme sonrisa en el rostro. Ese gesto conmovió al chico, quien tomó el espejo y lo acarició un par de veces antes de ocultar el reflejo de Cassiopé.

Desde su sitio, podía escuchar la música del piano y después, el canto de su hermano.

Intentó no burlarse, pero no pudo conseguirlo tras imaginarse la cara de borrego a medio morir que seguramente tenía en ese momento.

Salió de la habitación con espejo en mano, bajó las escaleras y sin el menor remordimiento, abrió la puerta del salón.

—Matt, ven acá —ordenó.

Su hermano se levantó de mala gana, se disculpó con la chica y salió hacia donde él lo esperaba. Cerró la puerta tras de sí.

Matthew estaba por recriminar, pero él fue más rápido.

—Entrégale el espejo —dijo mostrándole la reliquia familiar.

El menor frunció el ceño.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste.

Matthew intentó reclamarle. Everett puso una mano sobre su frente y repitió algunas palabras en latín que lo indujeron al sueño.

—Escúchame, Matthew Dubois. Irás allá adentro y le entregarás el espejo a Anneliese Beaumont. Tu madre tenía un deseo que sólo tú puedes cumplir. Ella anhelaba que lo entregaras a la persona más importante para ti —pronunció con suavidad—. Despierta, Matthew.

El chico parpadeó varias veces antes de reaccionar por completo.

—¿Qué pasa Everett?

—Nada —respondió encogiéndose de hombros—. Aquí está lo que me pediste —sonrió.

—¡Oh, claro!

Matthew aceptó el espejo y le agradeció a su hermano por su apoyo.

Regresó al salón de música con el espejo en mano y se lo entregó a la chica, ahora sonrojada. Desde afuera y gracias a la puerta entreabierta, pudo asegurarse que su plan estaba funcionando.

El espejo había sido entregado. El resto ya dependía de Cassiopé.

Su hermano, aunque inocente, se había convertido en pieza fundamental para la liberación de Cassiopé. Él no se enteraría jamás y en cuanto la chica fuese liberada, no iba a recordar siquiera a Anneliese Beaumont.

Solo esperaba que todo lo que había hecho no trajera consecuencias demasiado graves.

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