Capítulo 14
Jueves, 15 de septiembre
15 de septiembre es la fecha que marcaba el calendario.
Pareciera que fue ayer cuando solo era un chico normal, con preocupaciones comunes y sin obligaciones tediosas; pero la realidad era diferente. Él tenía un destino tan opuesto al de su hermano.
Matthew conocía lo que hacía y con quien, el único problema era que no podía saber cuáles eran sus planes respecto a la joven llamada Anneliese Beaumont.
Nuevamente, al verla una vez más, al llevarla entre sus brazos y contemplar su rostro, sintió aquella extraña conexión que aún no podía explicarse ni explicarle a su hermano. ¿Qué diría Matt si eso pasaba?
Después de todo, tuvo que borrarle la memoria tras haberlo escuchado hablar con Cassiopé. Lo que menos deseaba era crear un conflicto entre ellos, ya suficiente tenía con su padre, como para que el rencor ocupara un hueco dentro de su tan afligido corazón.
Everett se colocó el antifaz y salió por la ventana.
Ya era una costumbre saltar desde el segundo piso hasta el jardín, aunque no fuera algo bueno para las rodillas a largo plazo. Después tendría tiempo para preocuparse. Ahora solo le importaba cumplir con la promesa a la mujer del espejo.
¿Podría ser un completo idiota? Sí.
¿Eso afectaría en algo? No y sí. Lo primero porque le daba igual lo que sucediera con Anneliese Beaumont, lo segundo, porque ella significaba algo para su hermano. Después de todo, una promesa era una promesa.
«Enserio, Matt, lo siento tanto», se disculpaba a pesar de que nunca lo diría en voz alta, no se sentía capaz de hacerlo ni, aunque la estabilidad mental de su hermano dependiera de ello.
Caminó intentando pasar desapercibido, pero su atuendo no necesariamente discreto, era de utilidad.
En su mayoría eran las mujeres quienes lo miraban deleitadas por su misterioso atractivo, aunque eso sí, se llevó una buena nalgada cuando pasó junto a un hombre de enormes pectorales y piernas trabajadas.
Desconcertado, prefirió olvidar ese incómodo momento y continuar su camino hacia el Conservatorio de París, en donde tendría su primer encuentro con ella. Solo rezaba para que su hermano no se diera cuenta de ello.
Agradecía infinitamente haber tenido la fortaleza para borrarle la memoria. No podía permitir que él supiera más de lo necesario. Arruinaría sus planes y con ello, la única oportunidad de no solo liberar a Cassiopé, sino también de encontrar a Solange Harker.
¡Agh! La sangre le hervía con tan solo recordar lo sucedido en el Puente.
Esa maldita vampiresa era demasiado audaz. No se quedaba quieta ni un solo instante. Hasta parecía burlarse de ellos con tal de entretenerse.
Pero un día lo lograría. Pronto... solo es cuestión de tiempo para destruirla de una vez por todas.
Confiaba en ello, además siempre podía idear algún plan ingenioso para acorralarla y cercenarle la cabeza, aunque fuera la parte más asquerosa del trabajo.
Prefería burlarse de los ingenuos que lo retaban cuando jugaba con sus mentes ante los espectadores en el parque durante las tardes. Pero a veces también resultaba abrumador cuando no había otra cosa que hacer que entretener a la gente.
Sí. Everett Guélin era una persona relativamente complicada.
A lo lejos vislumbró el Conservatorio. El reloj en su muñeca marcaba las 3:30 p.m. Hora libre.
Se alegró por revisar los horarios de su hermano antes de salir y gracias a eso, sabía que Anneliese compartía clases con él, por lo que sería más fácil encontrarla.
Cruzó la calle y entró por detrás, como si fuera un ladrón intentando ocultarse. Con un movimiento ágil se quitó la capa, ondeándola alrededor de su cuerpo. Se quitó el sombrero y el antifaz, posteriormente ocultó sus pertenencias detrás de un arbusto. Le daba flojera tener que usar la magia para hacerlo desaparecer. Solo requería de ella si era estrictamente necesario, no tanto por reglas absurdas del uso de la magia, sino porque no quería sentirse un verdadero inútil.
Lo único que hizo fue chasquear los dedos para cambiar su elegante traje por un conjunto más casual que lo ayudara a mezclarse con el resto de los artistas que rondaban el recinto.
Caminó por los pasillos, ignoró los coqueteos de cualquiera que se topaba con él y buscó a su objetivo.
Dio vuelta al pasillo y se detuvo en seco en cuanto la vio ingresar cabeza baja en la biblioteca.
Frunció el ceño.
No parecía en absoluto la chica que conoció días atrás. Lucía diferente.
Rectificó que su hermano no estuviera cerca y siguió de cerca hacia la biblioteca. Buscó entre los pasillos, revisó los estantes e ignoró al bibliotecario canoso que le pidió su identificación.
De uno de los estantes sacó Trilby de George Du Maurier. Fingió hojearlo para pasar desapercibido.
—Disculpa. —Una joven le habló tocándola por el hombro.
Él frunció el ceño.
—¿Qué quieres? —respondió fastidiado girándose hacia la chica que se atrevió a interrumpirlo en su misión de incógnito.
Relajó el gesto al ver ese rostro ojeroso que tanto le gustaba a su hermano.
Era ella.
—¿Sabes en donde se encuentra Trilby? —preguntó sonrojada.
—¿Y yo cómo voy a saberlo? Búscalo, tienes manos.
Ella se mordió el labio y asintió.
—Tienes razón —murmuró apenada.
Dio la vuelta y buscó la clasificación correcta en el estante. Encontrando el lugar en donde dicho libro debía estar. Sin embargo, no se encontraba ahí.
«¡Qué raro! Monsieur Bernard dijo que no lo prestó», leyó los pensamientos de la joven.
Ella revisaba una y otra vez el papel donde traía la clasificación del libro PR4634 T74.
Él frunció el ceño.
La observó de pies a cabeza, analizando cada uno de los detalles de su cuerpo. Un delicado aroma a bambú provenía de su cabello mal peinado. Su ropa no estaba a la moda y su aspecto físico no la ayudaba a resaltar entre las demás chicas del Conservatorio, pero, en definitiva, había algo en ella que atrajo a su hermano.
Descartó el físico de inmediato. A pesar de que Matthew apreciaba la belleza, él lo consideraba algo subjetivo.
Quizá si cambiara su forma de vestir y durmiera más, ella sería bonita. Pero no, al parecer le daba igual su apariencia.
«¡No está!», escuchó sus pensamientos.
Él arqueó una ceja y volvió a hojear el libro que tenía a la mano.
Sonrió al leer el título.
Ya tenía la excusa perfecta para obligarla a entablar conversación con él.
Solo un primer acercamiento bastaría para conseguir su objetivo.
Le dio una última mirada para así concluir que ella era una persona de fácil convencimiento. Solo bastarían un par de palabras bonitas para tenerla en la palma de su mano.
Haría todo lo necesario con tal de cumplir su promesa, aunque eso significara perder la confianza de su hermano.
Repitió la disculpa en su mente.
Anneliese, rendida ante su búsqueda perdida, metió el papel en el bolsillo de su pantalón y dio medio vuelta, dándole la espalda al rubio.
Entonces dejó caer el libro. El golpe atrajo la atención de la chica, ahora sobresaltada y en posición de alerta ante cualquier ruido sospechoso.
«Es muy rara», pensó Everett.
Puso los ojos en blanco al percatarse que ella recuperó la compostura dispuesta a irse.
¿Pero qué le pasaba a esa chica?
Resopló.
Levantó el libro y a punto estuvo de arrojárselo a la cabeza, a ver si así le prestaba algo de atención. Lamentablemente no podía retroceder el tiempo, sino lo haría con todo gusto.
Una idea cruzó por su cabeza: darle el libro él mismo. Muy de su agrado no era, pero ya tendría tiempo para lidiar con eso después.
La buscó con la mirada, se fue.
Maldijo por lo bajo y con libro en mano caminó hasta la entrada de la biblioteca. Con agilidad le arrancó el código de barras al libro y ocultó el trozo de papel en uno de los estantes. Bajó el libro y ocultándolo con su cuerpo, salió de la biblioteca.
Sí, Everett Guélin acababa de robar un libro a la biblioteca del Conservatorio de París.
Caminó por los pasillos un rato, buscándola.
No fue hasta pasados varios minutos que sintió una presencia femenina tras él.
—¿Por qué lo robaste? —habló.
Él ladeó una sonrisa. Reconocía la voz, sus solos pensamientos sin sentido la delataban.
—No he robado nada —respondió—, porque ni siquiera ha salido del edificio —declaró agitando el libro en el aire.
Ella se mordió el labio inferior.
¿Por qué hacían eso todas las mujeres con las que se topaba?
Ella bufó.
—Le quitaste el código, es claro que lo has robado.
—Non. No es robar, solo es... un préstamo. Sin embargo, aunque lo recuperes no lo devolverás a menos que estés dispuesta a recibir una amonestación o un castigo que involucre una expulsión —dijo con una sonrisa socarrona en el rostro.
Ella palideció más de lo que ya estaba. Tomó aire y después dijo:
—¿Nos conocemos?
Él borró su sonrisa tan pronto como escuchó esas palabras.
—Lo recordaría.
—No. Estoy segura de que te he visto antes —masculló.
Una arruga se formó en su frente y un leve sonrojo se hizo evidente en sus mejillas.
«¿Será él quién me salvó en el puente?», leyó los pensamientos de la chica.
Por poco se delataba, pues tuvo que morderse la lengua antes de darle respuesta a esa pregunta no pronunciada.
Everett respiró y se acercó un poco a ella.
Anneliese retrocedió por reflejo, procurando mantenerse alejada de él todo lo que fuera posible.
Él le extendió el libro que ella tomó sin meditarlo demasiado. Sus manos grandes y pasaron del libro hacia las muñecas de la chica, acariciando por sobre la tela de la blusa morada, hasta tocarle el antebrazo.
Ella jadeó soltando el libro, que cayó justo encima de su pie.
Everett frunció el ceño al verla inclinarse para recogerlo. Se frotó las sienes y poco después, se agachó, tomando el libro que la chica era incapaz de sujetar debido al repentino sudor en sus manos.
—¿Qué es lo que te pone tan nerviosa? —preguntó tomándola de la barbilla con suavidad, guiando su mirada hacia él.
Ella se sonrojó aún más.
Un momento de silencio bastó para escuchar a la perfección el latir del corazón de la muchacha. Tan acelerado que parecía que se le saldría del pecho en cualquier momento.
Le dedicó una sonrisa y se acercó más a ella, intentando robarle un beso.
Anneliese no dejaba de mirarlo a los ojos. Un segundo bastó para conectar sus miradas y quedarse inmóviles.
Como si todo a su alrededor se desvaneciera, como si fueran ellos dos en el mundo, permanecieron mirándose mutuamente.
Entonces, él se detuvo y en su interior, sintió su corazón palpitar con fuerza.
Algo en esos ojos le demostraba al fin la conexión que sabía existente entre ellos dos. ¿Pero qué era?
Anneliese se acercó lentamente hacia él, atraída por la fuerza de gravedad que emanaba de él. Cerró los ojos y cuando estuvo a poco de juntar sus labios con los de él, se detuvo, alejándose y llevándose una mano a la boca.
Se levantó apresuradamente y salió corriendo.
Él se quedó estático, con el libro en vano mientras la veía marcharse.
¿Qué había sido eso?
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