Capítulo 13

Miércoles, 14 de septiembre

En el anticuario Corenthin, Matthew miraba su teléfono, revisaba sus redes sociales y de vez en cuando sonreía. Una bola de papel lo golpeó en la cabeza, rebotando en la mesa.

Él levantó la mirada y frunció el ceño, soltando una carcajada. Bastien Moncharmin lo miraba con desaprobación.

—Ponte a trabajar —ordenó.

El muchacho asintió guardando el teléfono.

—Y tira eso a la basura.

—Cómo diga, monsieur —respondió con un saludo militar.

Bastien refunfuñó, pero su cara de abuelito hacía más gracioso el gesto.

Matthew tiró el papel a la basura y se acercó a los estantes a mover cosas de lugar sin un propósito específico. Todo estaba mal acomodado y para él, no tenía sentido reacomodarlo porque su jefe volvería a ponerlo como se le diera la gana.

Movía libros de aquí para allá, topándose con uno en específico que tenía las pastas desgastadas y las hojas arrancadas. La portada decía «Lost», en letras plateadas opacas.

—Oh, ese libro es el que tenían ayer esos muchachos —dijo Bastien por sobre el hombro de Matthew.

El muchacho se sobresaltó.

—¿Cuáles muchachos?

—Ah, unos hermanos que entraron por la tarde y no sé a donde fueron después. La jovencita, Isabelle se mostraba interesada en Lost.

Matthew asintió.

—¿Y se los tragó el libro no?

Bastien asintió.

—Será mejor que dejes el libro en donde lo encontraste. Esperemos no tarden en volver —sonrió con una pizca de picardía.

El chico siguió la orden y se estremeció.

—¿Qué pasa si no vuelven? —preguntó mirando a su jefe.

El dueño del anticuario se encogió de hombros.

—Lo harán.

No muy convencido por aquella respuesta, el muchacho prefirió no hacer más preguntas.

Volvió a sus deberes, escuchando después a Bastien hablarle.

—¿Sabes que París es mágica?

Matthew se giró sorprendido. Negó y miró a su jefe con curiosidad.

La magia sí estaba presente en su vida. No sólo se trataba de su hermano mayor, un mago muy poderoso, ni siquiera por Kirill Novak, un gran cazador. Sino por todo lo extraño que sucedía.

Por un lado, agradecía ser un conocedor, pero a la vez, se sentía extraño al ser una persona común que se conformaba con solo observar sin participar.

Así que prefería escuchar las historias de Bastien Moncharmin, siempre llenas de magia, personajes interesantes y seres sobrenaturales.

Le dio un última vistazo al libro, «Lost», el libro mágico que suele «tragarse» a las personas que tienen problemas en sus relaciones fraternales y encerrarlos hasta el momento en que aprendieran a convivir entre ellos.

Se imaginaba qué era lo que estaban viviendo esos hermanos. ¿Qué locura estaría ocurriendo dentro de las páginas de ese libro?

Se encogió de hombros.

Aunque le parecía interesante, no era de su incumbencia. Aunque le parecía interesante, no era de su incumbencia. Pero eso sí, a él le gustaría vivir algo mágico, quizá de esa índole tan descabellada.

—Cuénteme, por qué es mágica.

—Oh, muchacho listo —respondió Bastien guiñando un ojo—. ¿Te he contado la historia de Rebecca Malinov?

El chico negó.

—¡Oh! ¡Pero de lo que te pierdes! —añadió agitando las manos en el aire.

Matthew se acercó al mostrador donde Bastien limpiaba el polvo acumulado cerca de la caja registradora antigua.

—Rebecca es una chica que vivió toda su vida donde el Gran Missir gobierna, Passburg se llama esa ciudad protegida en el bosque de Beckov que según las antiguas leyendas... —relataba el anciano mientras Matthew asentía.

Pero de un momento a otro, el joven comenzó a divagar. Veía a su jefe mover los labios, pero de ellos no profería sonido alguno.

La imagen del puente siendo destruido llegó a su mente.

Había pasado los últimos días pensando en lo ocurrido, por lo que estaba muy seguro de lo que alcanzó a ver, si no fuera porque no tenía conocimiento sobre cuánto tiempo pasó antes de despertar.

Estaba consciente de las artimañas que su hermano podía hacer para evitar levantar sospecha alguna, como la reconstrucción del Pont Alexandre III.

«Everett », pensó en su hermano mientras fruncía los labios.

¿Sería tan capaz de haber arruinado esa cita?

Negó. Él no buscaba nada con ellos dos, jamás destruiría una construcción a propósito, había sido un accidente. Quizás estaba persiguiendo a alguien, quería atacar a alguien. Sí, eso era.

Parpadeó varias veces y fingió prestarle atención a Bastien, quien seguía parloteando sobre la tal Rebecca Malinov.

—Y luego tomó el Rubinzeit y viajó hasta 1888 en donde conoció al príncipe...

Matthew bostezó, se cubrió la boca y continuó divagando. Intentando darles un sentido verdadero a sus pensamientos alborotados.

La razón por la cual destruyó el puente era desconocida, pero su hermano no estaba solo, de eso sí estaba seguro, pues su hermano siempre se encontraba en compañía de Kirill Novak, el hombre al que sí creía capaz de lastimar a un inocente con tal de conseguir lo que deseaba.

Sin embargo, a esas alturas podía esperar lo que fuera de las personas a su alrededor. Aunque eso sí, confiaba por completo en su hermano, ya que él lo había defendido de su "padre" desde que era un niño.

Agradecía a que su padre no estuviera en condiciones para atacarlo. Habían sido unos días llenos de paz y tranquilidad para el muchacho de ojos marrones.

—Tras enfrentarse a La Voisin, la chica logró recuperar el Gyémant, mejor conocido por los historiadores como el Travernier Bleu o el diamante azul de Francia —añadió Bastien, mostrándose orgulloso de su historia—, entonces continuó su travesía pero siempre tuvo obstáculos. No la tuvo fácil, incluso ella fue la responsable de todas esas tragedias, claro, responsable indirecta porque de alguna u otra forma su destino ya estaba sellado.

Un momento de silencio.

Matthew quiso interrumpir a Bastien, pero no encontraba el momento.

La historia ni siquiera era de su agrado, pues en primera no le había prestado la suficiente atención como para asombrarse de cada acontecimiento increíble.

Pero esa última frase que dijo su jefe lo dejó tan pensante: «Su destino ya estaba sellado».

Bien podría decirse que le quedó el saco, ¿lo habrá dicho por él o por la protagonista de esa historia?

Se encogió de hombros y esperó a que monsieur Moncharmin continuara su relato.

* * *

Tras terminar su jornada, Matthew llegó a casa dispuesto a confrontar a su hermano.

Su cabeza daba vueltas, aún intentaba procesar toda la historia que Bastien Moncharmin le había contado. Hasta parecía novela de fantasía histórica, pero la magia siempre estaría con él, aunque no fuera poseedor de extraordinarios poderes.

Una lástima, quizás los ocuparía para el bien, o quizás no.

En el interior de su casa, se sentía una paz que no era normal. Usualmente vivía en un clima donde la violencia reinaba, y lo único que le quedaba era sonreír para no llorar.

Tenía que ser fuerte, no flaquear. No podía demostrar debilidad alguna. Para Matthew, ser fuerte era lo único que podía hacer a pesar de sentirse como la misma mierda en el interior.

Por tal razón no se permitía tener pensamientos negativos o juzgar a las personas. No, él no podía ser igual de cruel que su padre, prejuicioso, violento, una rata a la cual deseaba con todo su corazón que desapareciera de su vida.

Sin él, quizás sería feliz, o por lo menos no tan miserable.

Renegó de su realidad y continuó con su plan.

Durante el trayecto a casa pensó que tenía que decir, pero a la hora de la verdad se sintió un cobarde y no tuvo la valentía ni la fortaleza de decir lo que pensaba.

Caminó hacia la habitación de su medio hermano y se detuvo en cuanto lo escucho hablando.

Un soliloquio de aquellos que siempre hacía cuando estaba solo. No lo culpaba, él era igual en algunas ocasiones y eso le ayudaba a sentirse mejor consigo mismo, sobre todo cuando se trataba de componer música o dibujar.

Si bien hablar solo no era algo muy normal, sí era considerado como "algo de familia", pues se sabe que su madre Colette solía tener soliloquios de vez en cuando.

Suspiró.

¡Ojalá pudiera hablar con ella! ¡Daría lo que fuera por hacerlo, aunque sea una sola vez!

—¡Tienes que hacerlo Everett!

Una voz femenina al otro lado de la puerta lo sacó de sus pensamientos.

Matthew abrió los ojos.

No reconocía la voz. Sonrojado por lo que pudiera estar haciendo su hermano en esa habitación y con quién, decidió irse, pero la conversación no parecía ser producto de algún acto erótico secreto.

Pegó la oreja en la puerta y escuchó.

—No hace falta que supliques. Te he dicho que lo haré llegado el momento adecuado —decía su hermano con cierto fastidio en su voz.

Ese tono solía usarlo cuando se aburría de algo o cuando le obligaban a hacer algo que no quería, por lo menos es lo que recordaba de cuando eran niños.

—Tiempo es lo que no tengo. Mi esencia desaparecerá cuando decidas hacerlo. ¡No es justo! Recuerda, lo prometiste. —La mujer lloraba.

«¿Qué está pasando?», se preguntó.

—La conexión que tengo con Anneliese Beaumont va a facilitarme el trabajo.

El solo escuchar el nombre de su musa en labios de su hermano le provocó un sentimiento totalmente desconocido para él. Frunció los labios y empuñó ambas manos.

¿De qué conexión estaba hablando? ¿Cómo la conocía? ¿Qué quería de ella? ¿Por qué ella? Eran las preguntas que rondaron su mente en cuestión de segundos.

Tomó aire. Acto seguido abrió la puerta de golpe.

Se sobresaltó al ver a su hermano de espaldas y sosteniendo el espejo de plata de su madre y en el cristal, el reflejo de una mujer idéntica en apariencia a su amada Anneliese.

Su vista se posó en la chica del espejo, luego en su hermano.

Everett dio media vuelta y frunció el ceño, mas no dijo nada.

—¡¿Qué estás haciendo Everett?! —exclamó.

El susodicho dejó el espejo sobre la mesa de noche. Caminó lentamente hacia él y se le plantó enfrente, con la mirada retadora.

—¡Vas a responder o no! ¡Joder!

Everett puso la mano derecha sobre su frente y recitó unas palabras que no pudo comprender.

Lo último que Matthew vio fue un destello azulado que lo cegó por un momento y después, escuchó a su hermano susurrar un «perdóname, Matt».

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