Capítulo 10
La Orden de la Luz fue fundada a finales del siglo XIX por el profesor Abraham Van Helsing. Su principal objetivo: eliminar a las criaturas de la oscuridad conocidas como vampiros, siendo su enemigo más poderoso, el mismísimo Vladik Drakul.
Años tuvieron que pasar para que la Orden reclutara y entrenara solo a los humanos con grandes capacidades, entre ellos, Kirill Novak y Abraham Gernot, los mejores cazadores de vampiros de la Europa moderna. Cada uno con la misma tarea, pero separados por un error sentimental desde el momento en que fallaron al intentar proteger a la familia Klena hace ya más de una década.
Ese error humano tenía nombre: compasión. Sí, su colega, Abraham sintió compasión del único sobreviviente de aquella familia, eligiendo así acogerlo y educarlo bajo las enseñanzas de la Orden. Pero el muchacho había resultado ser un fracaso total en el arte de la exterminación de vampiros, según los rumores, el aprendiz de cazador terminó prendado de una damphyr.
—¡Cuánta decepción! —Eran las palabras que le solía repetir a su compañero de aventuras, puesto que tenía altas expectativas con respecto a su desempeño como mago y cazador.
Sin embargo, lo importante no eran antiguas historias de amistades fallidas, sino la misión de Novak: destruir a Solange Harker una de las más antiguas y peligrosas vampiresas que se hayan visto en la historia de la humanidad, siendo ella la responsable de la existencia de neonatos en París y posiblemente una de las responsables de los asesinatos de Whitechapel en el Londres Victoriano.
—No estás del todo seguro que ella fue ese tal destripador de prostitutas —dijo Everett sin apartar la mirada del Conservatorio.
—No —respondió Novak—. Esa criatura era quien convertía a las prostitutas en neonatos. Seward solo hacía su trabajo.
—¡Ah sí! El doctor. ¿Pero eso que tiene que ver ahora? Ya han pasado más de cien años desde su aparición. Hoy es cuando debemos destruirla de una vez por todas. Ni Seward, Van Helsing o Gernot han logrado hacer nada.
—Es porque ellos se dejaron guiar por sus errores. Yo soy inmune a ellos.
Everett rodó los ojos. Las historias le aburrían.
Su mente era ocupada por solo una cosa: el asco que sentía al pensar que los neonatos esperaban que la luna se posicionara sobre el cielo para aparecer y alimentarse del elixir de la vida, asesinando a mujeres inocentes y pobres miserables ignorantes de su existencia.
Tan solo días atrás se encargó de quemar los restos de tres de ellos, cobardes que prefirieron morir antes de delatar a su creadora. Por lo que la ubicación de Solange seguía siendo desconocida, aunque uno de sus pasatiempos quedó al descubierto.
Everett miró a través del antifaz a su compañero. Kirill se mantenía atento a cualquier movimiento.
Según Novak, la vampiresa disfrutaba de torturar a una alumna del Conservatorio, por lo que no dudaron en acudir al lugar y esperar su aparición.
El cielo se nubló.
Era el momento.
—¡Ja! —exclamó Kirill, su larga cabellera oscura ondeaba con el aire—. ¡Esa bastarda es predecible!
Everett se acomodó el sombrero de copa, asegurándose de fijarlo bien por si tenían que correr.
Por lo menos mantenía un perfil bajo, no como su compañero, cuyas armas eran del doble del tamaño de su brazo.
¿No era más sencillo usar un cuchillo bien afilado? ¿O por lo menos la tradicional estaca de madera? No. Kirill disfrutaba de llevar una ballesta cargada con flechas de plata bendecidas por el Vaticano.
Un escalofrío recorrió la espalda de Everett. Miró a su alrededor y escuchó una risa femenina. Era filosa, tanto, que cortaba el aire.
—Es ella... —pronunció empuñando las manos.
Recordó entonces la promesa a Cassiopé: eliminaría a Solange Harker pasara lo que pasara.
—Ven... Stephan... —canturreó la voz.
Kirill frunció el ceño mientras buscaba a la vampiresa.
Everett negó. No había ningún Stephan con ellos. Intentaba confundirlos. Sí, eso era.
—Stephan... —cantó nuevamente con sensualidad, atrayente, erótica.
—¡Ni se te ocurra caer en esa asquerosa trampa! —gritó Kirill a lo lejos.
—¡No soy tan débil como piensas! —respondió.
La risa femenina se alejaba.
Los hombres no perdieron el tiempo y fueron tras ella, siendo guiados por el instinto del cazador.
Solange Harker. La responsable del encierro de la dulce Cassiopé, una asesina, una bruja sanguinaria. Una vil criatura infernal. Esa era la definición que Everett tenía de la criatura.
De acuerdo con su compañero, Solange practicaba magia roja y gracias a poderes oscuros contrajo matrimonio con Nicholas Watters en 1878, muriendo el 25 de septiembre de 1896 tras la misteriosa desaparición de Cassiopé y su madre, Mirena Loughty.
No conocía más nada, pero lo averiguaría tarde o temprano. Solo necesitaba acceso a los archivos de Kirill para dar por finalizado el misterio que rodeaba a la hermosa mujer del espejo, cuya apariencia correspondía a Annelise.
—¡Apresurate! —gritó el cazador, interrumpiendo sus pensamientos.
Everett frunció el ceño y corrió por los tejados junto a Kirill, saltaban de un edificio a otro con gran facilidad. Sobre todo, el cazador, que apuntaba su ballesta a la espalda de la vampiresa.
Una flecha pasó por encima del hombro de la mujer rubia que saltó hacia el otro tejado.
Maldijo.
—¡Es rápida! —exclamó Everett, balanceándose entre los balcones.
Novak no le prestó atención.
La criatura se dirigía hacia el Pont Alexandre III, el cazador sonrió ampliamente. Disparó la ballesta, pero lo único que consiguió fue atravesar el hombro de la mujer rubia.
Otra maldición se escuchó provenir de sus agrietados labios.
El mago frunció el ceño.
—¡Idiota! —exclamó entre dientes.
Everett dio un salto hacia el último tejado, sus enguantadas manos se iluminaron en un celeste brillante y una gran bola de energía se formó entre sus manos. Apuntó hacia la mujer y disparó.
Sonrió al ver que ella no tenía escape y que por lo menos la aturdiría el tiempo suficiente como para que Novak terminara con la tarea. Mas su sonrisa se desvaneció al reconocer a las dos únicas personas que se encontraban en el puente, conversando íntimamente.
La vampiresa se giró, intercambió miradas con el mago y con esa cínica sonrisa, esquivó el golpe.
—Merde! —exclamó.
—¡Cuidado! —gritó la chica, empujando a su acompañante, cayendo al suelo.
El mago se mordió el labio.
—Casi, pero te falta puntería —habló Novak a su espalda.
La criatura había desaparecido.
—¡Vámonos! El gobierno se encargará de reparar los daños.
Pero un grito atrajo la atención del enmascarado.
—¡No me vayas a soltar, Matthew! ¡Y si te sueltas juro que te mato! —gritó ella.
Abrió los ojos al escuchar ese nombre. ¿Matthew? ¿Su hermano?
Kirill le dio la espalda. El puente se desmoronaba con rapidez y en menos de un pestañeo, los dos inocentes cayeron al agua.
—¡Matt! ¡Cassiopé! —gritó Everett, lanzándose al agua.
El cazador se encogió de hombros y lo siguió.
Ya se lo cobraría después.
Nadaron hacia la pareja que poco a poco perdía el conocimiento.
Matthew sostenía a Anneliese de la mano, pero soltó el agarre en cuanto Kirill lo tomó del pecho para sacarlo de ahí.
El enmascarado alcanzó a la chica, ella abrió un poco los ojos y los cerró tan pronto miró a su rescatista.
La capa le molestaba al nadar, por lo que la dejó atrás, dejándola hundirse junto con los restos del puente. Se movía con gran velocidad a pesar de estar bajo el agua, esquivaba las enormes piedras que descendían a las profundidades.
Salió a la superficie y nadó hasta la orilla con Anneliese entre brazos.
De saber que estaban ahí jamás habría arremetido contra Solange.
—La perdimos —habló Novak mirando el puente.
—¡Si no me lo dices, ni cuenta me doy!
Dejó a la chica en el suelo y corrió hacia donde su hermano yacía inconsciente.
—Está vivo por si lo preguntas.
—No dije nada —respondió mientras le buscaba el pulso.
Suspiró de alivio. Su hermano estaba bien. La chica también, pero su prioridad era su única familia.
«¿Debería recordarle que esos sentimientos son...?», escuchó los pensamientos del cazador.
—¿Errores? No hace falta, Novak. Ahora lárgate.
El cazador se encogió de hombros, recogió sus armas y caminó dramáticamente hacia el horizonte. Everett rodó los ojos, pensando en lo ridículo que se veía el cazador y se quitó el antifaz para secarse la cara.
Se sentó junto a su hermano, esperando a que este reaccionara.
La chica que permanecía inconsciente a pocos metros parecía no reaccionar. Se levantó y la acercó a su hermano, por lo menos así estarían a salvo los dos.
Le dedicó una mirada al puente destruido y con un movimiento rápido de manos, arregló el desorden provocado por su descuido. Chispas azuladas rodearon la construcción, las piedras subían por el Sena, acomodándose en su respectivo lugar, mientras las farolas de bronce reaparecían en las barandillas. De paso, pulió las estatuas de los Pegasos que se alzaban imponentes sobre los pairones.
Sonrió al ver el puente completo una vez más. Como si nada hubiera sucedido.
Chasqueó los dedos y nuevamente las chispas azuladas aparecieron sobre el río, sacando de él los objetos perdidos, entre ellos las mochilas, su sombrero y su capa.
Las atrajo hacia ellos y poco después, los secó a los tres.
Vio a su hermano removerse y entonces supo que ya debía irse, no sin antes dedicarle una última mirada a la chica.
«¡De saber que la encontraría de nuevo, habría traído el espejo conmigo!», pensó.
Matthew se removió una vez más, lo escuchó toser.
Recogió su capa y el sombrero y se alejó de ellos de la misma forma en que Novak lo hizo momentos antes.
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