IV. Bloody Dionysus
El bajo de la música hacía vibrar las paredes de la discoteca. Choi Yeonjun se movía junto a la marea de cuerpos sudorosos que eran iluminados por las luces estroboscópicas. No había consumido más que tres cervezas, pero ya podía decir que las cosas le sonaban más divertidas que antes.
Soobin lo observaba desde la barra con una expresión adusta. Aquel comportamiento les traería problemas aún cuando fuera su día libre. Los cadetes de Cuántico no tenían permitido esa clase de excentricidades, menos cuando se jugaban la aplicación al equipo del detective Park y el oficial Jeon. Algo por lo que mataban en la Academia y que con un poco de suerte habían logrado conseguir.
—Quita esa cara larga Soobinnie.
El menor de los Choi hizo otra mueca antes de sacar el vaso de cerveza que el barman ponía frente a su compañero. Ser primos ya era una lata, ahora ser el responsable de su hyung era peor. Yeonjun se comportaba como un niño mimado la mayoría de las ocasiones, aunque en el fondo fuera la persona más trabajadora que conocía y la razón por la que dos chicos abandonados a su suerte por Servicios Sociales habían seguido adelante.
—Solo uno más y nos vamos. Ya sé que mañana es un día importante. Pero solo uno más.
El pelinegro le rogó con ojos de cachorro abandonado. Soobin solo pudo resoplar y adelantarle el vaso con la mitad del contenido. Al menos esperaba que haciéndose cargo de la otra mitad Yeonjunnie dejara de comportarse como un bebé.
—Solo estoy nervioso por mañana. Lo voy a conocer realmente.
—Lo vamos a conocer querrás decir. El detective Park también es uno de mis referentes en la Academia. Aunque si te soy sincero, deseo entrenarme lo antes possible para estar a disposición del jefe Kim.
Aun en su media borrachera las neuronas de Yeonjun se conectaban con habilidad. Kim Namjoon, jefe del servicio de contrainteligencia y según algunos, la cabeza pensante en Cuántico y la Interpol.
Una leyenda que solo mostraba su rostro cuando la situación lo ameritaba y aunque el asesinato de aquellos jóvenes al menos un mes atrás había sacudido la vida en Manhattan, ya no quedaba mucho que contar cuando las autoridades y las familias de los afectados se habían encargado de sepultar con dinero aquel asunto que los exponía sobremanera.
Decían que el detective Park se había cargado una bronca de las grandes con los de la policía, por darle cierre prematuro a un caso que él creía más turbio.
—Tranquilo, llegaremos allá y mucho más. Recuerda, somos los Choi contra el mundo.
Soobin le regaló una sonrisa a su hyung antes de seguirle en aquel improvisado brindis. La noche seguía siendo joven por eso los chicos no se percataron de lo que sucedía en la pista de baile hasta que un cuerpo se desplomó sobre la barra. Apuñaleado en el estómago, decorando con aquel líquido viscoso el mármol y causando el grito horrorizado de las meseras y el barman.
El pandemonio se había desatado cuando Soobin tiró de su primo para evitar que otro cadáver cayera sobre la barra. Qué demonios, acaso estaban lloviendo los cuerpos con los intestinos colgando. El solo reconocer el olor metálico de la sangre y una sustancia dulzona en el ambiente les produjo náuseas.
Mientras las personas corrían y gritaban despavoridas ambos se llevaron la mano a la pistolera que solían cargar. Estaba prohibido disparar a los civiles o cualquier cosa fuera de las instalaciones. Eran cadetes en formación, pero acaso aquello no era una emergencia mayor. Los gritos de las personas intentado salir y la alarma de incendios complicando más la sensación de asfixia les dificultaba localizar de dónde venía el expendio de cadáveres al por mayor.
Un grupo de personas luchaba por salir de la sala cuando la figura escuálida de un hombre tomó el escenario. El ruido de la música quedó ocupado por su voz rasposa. Como si llevara mucho tiempo sin utilizarla.
—¿Acaso no me extrañaban? Regresé.
La mueca que acabó de desfigurar sus pálidas facciones terminó por darle una idea a los chicos de cuánto tenía que ver con aquel espectáculo sacado de una siniestra alucinación. Cubierto el pecho y el rostro de rojo.
En su mano izquierda apretaba una masa deforme de la que rezumaba sangre. Si ya media sala gritaba ante el grotesco escenario, la cosa se puso peor cuando el sujeto le dio un mordisco a lo que probablemente fuera el órgano de un animal.
Soobin trató de pensar con claridad cuando evidentemente estaba tan o más aterrado que una población poseída por la desesperación.
—Ni siquiera lo intenten, bastardos. Llevo tiempo deseando este Carnaval. ¿Cómo era que se llamaba? ¿Bloody Merry? Lástima que ustedes sean tan idiotas como para no cambiar las reglas del lugar ¿No es así Annie?
Una chica de rubios cabellos que en esos momentos estaba pegada a uno de los ventanales de la terraza se congeló en el lugar. Aquel sujeto de extraños ojos cafés parecía poseído o alguna criatura sacada del infierno.
—Por lo visto no me recuerdas. Soy Eddie cariño y hoy todos me las van a pagar.
—¿Por qué precisamente hoy, Eddie?
La voz de Yeonjun se escuchó fuerte y clara en un punto entre la tarima donde estaba aquel loco y la barra. Soobin maldijo por lo bajo. Su primo haciéndose el héroe era lo que menos necesitaba en ese momento. El aturdido hombre pareció tomarse su tiempo para escrutar al joven que ahora estaba bajo la luz mortecina del único reflector que funcionaba en la pista de baile.
Pasaba el metro ochenta y tenía el cabello negro como la noche en contraste con unos ojos azul pálido que solo reforzaban su atractivo. Era guapo y eso para el ego de Eddie McMillan era un insulto. Cuántas veces lo habían rechazado por no tener el rostro agraciado o las proporciones físicas de aquel joven. Cuántas veces su complexión enfermiza había prevalecido sobre su cerebro poderoso.
"No tengas piedad, ellos lo merecen. Saca tu idea del inferno ahora. Mañana no habrá otra oportunidad".
Eddie escuchaba aquella voz dentro de su cabeza jalando de cada hilo mental como en sus últimas terapias en Londres. Él tenía razón, él siempre iba cien pasos adelante de una humanidad que no merecía nada. Él le había alimentado sus deseos sin juzgarle jamás. Para él no existían imposibles o palabras prohibidas, solo realización y libertad.
A él se debía como el ángel vengador al que le dedicaba sus plegarias. En un mundo oscuro y silencioso, la melodía de aquellas palabras era su único consuelo.
—¿Entonces por qué hoy y no mañana? ¿Por qué no desistes ahora y dejas el puñal en el suelo? Justo a tu derecha.
Soobin ya estaba del otro lado de la tarima esperando la señal de su atrevido primo. Yeonjun se concentró en el hombre ahora a escasos metros de él. Su mirada vidriosa no hablaba de que estuviera muy cuerdo que digamos. El silencio en la estancia comenzó a ser escalofriante aun cuando había más de cuatrocientas personas allí.
—Entiendo, mi señor. Seré libre por ti.
La respuesta del tal Eddie llegó acompañada de una risa estridente más similar a un lamento. Todo era incompresible para una audiencia congelada en las fauces del miedo. Pero qué le podía pedir Yeonjun aquel ser desquiciado que acababa de abrirles los intestinos a los pobres infelices cuya despreocupación los guiaba hacia la pista de baile.
El propio Yeonjun había estado allí. El solo pensarlo le produjo un molesto escalofrío. Nunca esperó que el tipo dejara caer el puñal y lo que sea que estuviera en su otra mano terminara rebotando sobre el suelo azulejado y salpicando sus botas.
Sin tiempo para que las ganas de vomitar se apoderaran del cadete Choi, Soobin no pudo actuar a la velocidad que demandaba el momento cuando una especie de gruñido comenzó a llenar el lugar. Ambos chicos intentaron parar lo que ya era un hecho. Maldito tipo escurridizo.
Fue tarde cuando en el medio de la confusión Eddie McMillan terminó arrojándose por la terraza de la discoteca, decorando el suelo del estacionamiento dieciséis plantas más abajo. Su risa estridente acompañó todo el descenso en picada.
Para otros era un espectáculo horroroso, para Eddie, quien solo veía las puertas del palacio de la eternidad entreabiertas, todo un deleite.
Otra mariposa escarlata hambrienta de revancha extendía sus alas hacia una bacanal sangrienta.
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