4. Limonada

―Así que, Park JiMin ―dijo Jung a mi lado con cierto tono agresivo.

―Ni siquiera volteó a verme. ―Bebí un trago de cerveza.

Aunque ya lo sabía, no quería entenderlo: a JiMin le gustaba chicas con más cuevas que yo. No me consideraba plana, pero tampoco era muy impresionante.

―No vale la pena, SeulKi. 

Maldije la familiaridad que sentía junto a Jung, porque, de no ser por eso, ya estaría hecho cenizas. Debí haberlo matado hace mucho tiempo, pero, cada vez que pensaba en hacerlo, se me revolvía el estómago y se me oprimía el corazón 

Suspiré, pensando en la estaca que tenía acomodada en el ligero debajo de mi falda.

―Voy al patio a tomar aire. Adiós. 

Aunque llevaba cuatro años en la universidad, no podía decir con certeza que tuviera amigos. Conocía a mucha gente e interactuaba con ellos a menudo, pero no acudiría a ellos en necesidad. Todo era demasiado superficial. Excepto por JiSoo. Ella me agradaba aunque no se dejara ver a menudo.

Estando afuera, dejé la lata de cerveza sobre la mesa del jardín y me senté en las escaleras. Cerré los ojos y solo pensé. No importaba lo mucho que me esforzara, JiMin, desde el primer segundo, solo me veía como su hermana menor. El segundo uno fue hace muchos años en Busán.

―SeulKi, ¿cierto? Soy MinHyun. Estamos juntos en historia del arte.

Le sonreí por cortesía.

―Ah, sí, te recuerdo.

―¿Quieres limonada? ―ofreció de forma casual.

Me pareció extraño, pero la acepté. No razoné mucho, tal vez porque estaba empezando a afectarme todo el alcohol que tenía en mi organismo. Me bebí el contenido del vaso de una sola y lo dejé a un costado.

―Gracias ―le dije.

―¿Quieres ir a bailar?

Miré al interior de la casa y mis ojos fueron directo a Park. Él bailaba de forma muy sugerente con una chica peliazul que también era parte de club de danza. Su cintura era tan pequeña que parecía que no cabrían sus órganos vitales. También tenía unas caderas muy amplias. Desde hace años envidiaba a las chicas con cuerpo de reloj de arena.

―Humm… ―relamí mis labios―. Primero voy al baño.

Aunque me mareé por levantarme de forma abrupta, no perdí tiempo y corrí a encerrarme en el sanitario. No quería usarlo en realidad, pero sentí como si debiera escapar. Papá decía que las corazonadas eran cosa de familia.

Apoyé las manos en el lavabo y me miré al espejo un segundo. Mi maquillaje seguía en su lugar y fue lo último que pensé con lógica antes de que el calor en mi cuerpo aumentara. Fue cuestión de cinco minutos. 

Toc, toc, toc.

―¿Estás bien, SeulKi?

Abrí la puerta con rapidez y tiré de él hacia adentro. Me apoyé en sus hombros y empecé a besarle. Él apoyó sus manos en mi cintura y, debido a que la hebilla de su cinturón rozó mi entrepierna, solté un pequeño gemido que le hizo alejarse.

―No creas que no me gusta esto, pero es extraño.

Mi libido había aumentado y el atractivo innegable de Jung me atrajo sin esfuerzo. Estaba segura de que esa estúpida limonada tenía algo. Ningún lugar en la tierra era seguro y mucho menos con un vampiro. Estaba siendo tonta, pero era obvio que no me encontraba en mis cinco sentidos. 

Le miré a los ojos con desesperación. 

―No confío en ti, ¿okay? ―Relamí mis labios porque nos sentí secos.

―Lo sé. 

―Pero quiero hacerlo contigo ahora.

―¿Y podré beber tu sangre?

―Solo un poco.

Si papá se enterara, tendría preparado el látigo para reprenderme y me encerraría en el sótano por traición. El lugar era tétrico y me prometí que nunca haría nada para terminar dentro. Me fallé.

―Vamos a otro lugar, SeulKi.

Lo último que recuerdo fue que me sacó del baño.


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