Capítulo 1

La luz de sol despertó a una joven que estaba durmiendo bajo un banco en un parque a las afueras de Kioto. Se frotó los ojos con una mano y, con la otra, se fue quitando de encima unos cartones que había usado como mantas. Tan solo debían ser las siete de la mañana y ya le tocaba empezar a sobrevivir un día más. Se incorporó, se apartó el pelo algo sucio de la cara y se sacudió la ropa. Llevaba unos pantalones de tela, algo rotos y descosidos, una camiseta y una chaqueta que había conseguido por ahí.

Desde que tenía memoria, llevaba vagando de esa forma por la ciudad. No es que no le hubieran intentado ayudar o que no se hubieran preocupado por ella, pero la gente que había conocido le tenía miedo. Incluso habían llamado a la policía. Era rara. Podía lanzar agua a través de las palmas de las manos y las yemas de los dedos. No sabía desde cuándo ni el motivo. Ni si quiera sabía por qué estaba sola y tirada en la calle. Simplemente hace unos años se despertó en medio de un parque. ¿Cómo habría sido infancia? ¿Y su familia? ¿Acaso le habrían dejado abandonada porque le tenían miedo?

El lado positivo de su extraña habilidad, era que le había resultado muy útil para sobrevivir. Podía beber agua siempre que quisiera y, además, al poder elegir la potencia con la que lanzarla, también le había sido útil para defenderse de matones que se divertían atacando a personas como ella. Otros vagabundos le tenían miedo al principio, pero que pudiera crear agua de la nada era algo que les acabó gustando. Sin embargo, la comida no se creaba sola, tenía que pedir o robar para conseguirla. Al principio, pensó varias veces en dejar de intentar buscarse la vida y dejarse morir. Ahora, sobrevivía por inercia.

Empezó a caminar hasta llegar a calles un poco más transitadas de la ciudad. Como había estado haciendo siempre, se sentaría con su cajita de cartón y esperaría a que le tiraran algo de dinero para comprar comida. No le gustaba robar, pero a veces, el estómago le dolía tanto que tenía que hacerlo si no le llegaba el dinero.

Parecía un día normal, nada fuera de lo inusual. Sin embargo, poco antes de que anocheciera una persona algo extraña se acercó a ella. La chica alzó la vista y vio a un hombre con pintas algo extravagantes. Tenía el pelo rubio, unas gafas con cristales rojos y llevaba una especie de capa de plumas rosas encima de un traje negro.

—Hola, pequeña. ¿Puedo saber cuál es tu nombre? —preguntó aquel extraño hombre.

—Me llamo (TN) —contestó ella. Era lo único que recordaba o por lo menos, ese era el nombre que tenía apuntado en la palma de la mano cuando se despertó aquella vez. Eso y un número. ¿Qué más le daba hablar con desconocidos? ¿Acaso las cosas podían ir peor?

—(TN)... Tengo algo que ofrecerte —comentó el hombre, sonriendo. Ella escuchó con atención—. Soy el dueño de un circo. Hacemos espectáculos muy divertidos. Está lleno de jóvenes que tienen habilidades especiales, igual que tú. Somos una gran familia. Vivimos juntos y nos lo pasamos muy bien. ¿Te gustaría unirte a nosotros?

—¿Cómo sabes que tengo una habilidad especial? —preguntó ella. La oferta era muy tentadora, solo quería asegurarse.

—Te he estado observando —contestó el hombre, ampliando todavía más su sonrisa.

—¿Cómo sé que no vas a secuestrarme y a hacerme daño? —insistió (TN). El tipo empezó a reírse.

—¿De verdad no has oído hablar sobre mi circo? Es muy famoso. Conocido por todo Japón —explicó él, mientras sacaba unos carteles de dentro de su abrigo de plumas. Se los tendió a la chica para que los hojeara.

—Sí... Es verdad. Lo había visto anunciado antes —murmuró ella. Donquixote Circus.

—Entonces... ¿Aceptas mi oferta? —preguntó el dueño del circo. Ella le devolvió los carteles mientras asentía—. Perfecto, sígueme. Conmigo no va a faltarte de nada.

(TN) se incorporó y empezó a seguir al tipo extraño. Ese abrigo de plumas o lo que fuera parecía muy suave. No pudo evitar acercar la mano lentamente para tocarlo. El tipo se dio cuenta de que la joven estaba interesada en esa prenda, así que se la quitó y se la lanzó para que la cogiera. Ella sonrió durante unos segundos y se la puso por encima de los hombros. Tenía que doblarla un poco porque si no la arrastraba por el suelo y no quería que se manchara.

Después de unos minutos caminando, el tipo se paró en frente de una caravana. (TN) se paró detrás de él y observó el vehículo con curiosidad. Estaba decorado con colores muy llamativos y tenía escrito en letras grandes el nombre del circo. El hombre dio unos golpes a una de las ventanillas y enseguida empezaron a salir otros tipos de la furgoneta. Ella los miró fijamente.

—Bueno, es hora de las presentaciones —dijo él—. Yo soy Donquixote Doflamingo. Este de aquí es mi hermano, Donquixote Rocinante, pero puedes llamarle Corazón.

—Encantado —dijo, ese tal Corazón, con una gran sonrisa. Llevaba maquillaje en la cara. Parecía un payaso. También llevaba un abrigo de esos de plumas, pero de color negro. La chica sonrió levemente.

—Estos son Trébol, Diamante, Pica y Vergo —comentó Doflamingo, mientras señalaba a los otros cuatro tipos—. Somos más los que llevamos el circo, pero el resto está en la oficina, encargándose de las cuentas, la publicidad y otros detalles. Nosotros somos los que vamos viajando con todos. ¿Quieres presentarte?

—Yo soy... (TN) —dijo ella, algo reservada. Casi nunca se había relacionado con nadie. Los otros vagabundos que conocían iban y venían. No era muy buena relacionándose con la gente.

—¡(TN)! Vamos a la furgoneta. Pronto conocerás a tus nuevos amigos —dijo Corazon, emocionado. Alzó los brazos y el cigarro que llevaba en la mano tocó su abrigo de plumas, incendiando la zona.

—Tienes... Fuego —le avisó ella, señalando a su hombro. Él se miró el hombro sorprendido. Se quitó el abrigo para pisar la zona en la que había fuego. El tal Diamante, que había entrado dentro, volcó un cubo de agua desde la ventanilla y el fuego se apagó enseguida.

—Mi hermano es un poco torpe... —comentó Doflamingo, mientras hacía un gesto a la chica para indicarle que subiera.

(TN) subió mientras Corazón, se volvía a recolocar la chaqueta. Miró a los dueños del circo y caminó hasta sentarse en unos asientos que había al final. La caravana se puso en marcha. El tipo de pelo negro y gafas de sol, Vergo, era el que conducía. Ella se pasó la mayor parte del trayecto mirando por la ventana mientras el resto charlaba animadamente. Incluso le dieron algo de comer, ya que el viaje estaba siendo bastante largo. ¿Conseguiría hacer amigos? Nunca había tenido uno. No sabía que tenía que decir para hacer amigos. ¿Qué habilidades tendrían? Sentía mucha curiosidad.

—Oye, (TN)... ¿Cuántos años tienes? —La voz de Doflamingo interrumpió sus pensamientos. Dejó de mirar por la ventaba y giró ligeramente la cabeza para mirarle.

—Creo que... Diecinueve —contestó ella, pensativa, después de hacer cuentas con el número que tenía apuntado junto a su nombre. Siempre supuso que ese número hacía referencia a su edad. No sabía mucho de matemáticas pero podía sumar si no eran cifras muy altas—. Sí, creo.

—Eso está bien. Trabajar con menores es más complicado —comentó Doflmingo. Sus compañeros asintieron—. Estamos a punto de llegar. Mira por la ventana. ¿Ves aquellas carpas?

—Sí... —contestó ella, unos segundos después de haber mirado por la ventana. Eran carpas de rayas rojas y blancas. Había varias en la misma zona. Debía ser como el campamento.

Cuando la chica bajó de la caravana, se quitó al abrigo de plumas y se le devolvió a Doflamingo. Este lo cogió sonriendo. Empezaron todos a caminar hacia las carpas mientras la chica los seguía por detrás. Estaba bastante nerviosa. Ni si quiera sabía que decir cuando le presentaran a los demás chicos y chicas. Cuando llegaron a una de las carpas más grandes, Doflamingo apartó una de las dos partes de la tela que formaban la entrada e hizo una señal a la chica para que pasará.

Cuando entró al interior se quedó algo parada. Había varias mesas y sillas en el centro de la sala y prácticamente todas estaban ocupadas. Todas las miradas recayeron en ella. (TN) paseaba los ojos por todos los rincones de la carpa para intentar evitar esas miradas.

—Tenemos una nueva integrante en nuestra familia —dijo Doflamingo, mientras ponía una mano sobre el hombro de la chica—. Se llama (TN). Ha vivido sola en la calle durante toda su vida, así que sed amables con ella y no le agobiéis mucho. Nico Robin y Monet, sois las veteranas. Encargaros de darle una vuelta y explicarle todo un poco.

—Sí, claro —dijeron la pelinegra y la peliverde, mientras se levantaban de la silla.

Las dos chicas le fueron enseñando las diferentes estancias. Bueno, más bien Robin, ya que Monet no parecía tener muchas ganas de encargarse de la chica nueva. A parte de la carpa principal, donde todos se reunían para comer, pasar el tiempo libre y organizar los espectáculos, había otras carpas más pequeñas en las que se distribuían para dormir. Además, contaban con varias caravanas para transportarse y guardar todo el material. Era un circo ambulante.

—Supongo que tú dormirás en esta carpa. Aquí quedan dos camas libres —explicó Robin. Tenía una sonrisa amable que le daba mucha tranquilidad a (TN). Se sentía a gusto con ella. No podía decir lo mismo sobre la peliverde—. ¿No tienes nada de equipaje?

—No —contestó la chica. Negando con la cabeza—. Estaba en la calle.

—Tenemos una carpa llena de ropa. Es donde nos preparamos para los espectáculos. Hay de todo. Puedes coger algo de allí y guardártelo en tu baúl, al lado de tu cama —comentó Robin—. Ven, te acompañaremos.

Monet resopló. Solo quería irse con el resto. Odiaba hacer de niñera. Solo le apetecía estar con el chico que le gustaba desde hace años. La verdad es que el resto del niñatos y niñatas le importaban más bien poco.

Cuando entraron a la carpa que Robin había comentado, a (TN) se le iluminaron los ojos. Había perchas y perchas llenas de ropa colgando. La pelinegra le hizo una señal para que se adelantara y cogiera lo que quisiera. Cogió unos pantalones vaqueros, uno tipo chándal de color gris, unas mallas negras y varias camisetas básicas de distintos colores. Para los pies cogió unas deportivas negras y otras blancas. Además, también seleccionó varias prendas de ropa interior.

—Voy a ayudarte a elegir algo para la cena de hoy —comentó Robin, mientras se acercaba a la nueva—. Todos se presentaran para que les conozcas.

—Bueno, yo me voy. Si vais a arreglarla que venga Nami, yo paso —dijo Monet, se giró hacia las chicas antes de salir por la puerta—. Buena suerte, porque está hecha un desastre.

—No le hagas caso. Es así de desagradable con todas —dijo la pelinegra, para tranquilizar a la chica nueva—. Creo que deberías ponerte este vestido. Es sencillo y cómodo. Creo que te quedará genial. Vamos a buscar a Nami.

Primero fueron a dejar la ropa que (TN) había cogido. Escogió uno de los colchones que había libres en aquella carpa, y guardó las prendas en el baúl correspondiente. Mientras, Robin se fue a buscar a la pelinaranja. Cuando acabó de meter la ropa, lo mejor doblada y ordenada que pudo, cerró el baúl. Había dejado fuera el vestido que su compañera le había dicho que se pusiera.

—¿Lista para un cambio de look? —escuchó a alguien de decir desde la puerta. Se giró hacia allí. Esa debía de ser Nami, la chica del pelo naranja. Parecía simpática.

(TN) siguió a las dos chicas hasta una de las caravanas. Allí había un pequeño y estrecho baño. Era algo incómodo, pero al ser un circo ambulante tampoco se podían permitir grandes lujos en ese aspecto. Las chicas le proporcionaron un bote de champú y una mascarilla para el pelo. La verdad era que lo tenía hecho un desastre.

—Cuando acabes de lavártelo te lo arreglaremos un poco —comentó Nami, mientras cogía un mechón de su pelo entre los dedos. Lo tenía demasiado largo, dañado y sucio.

(TN) se metió en la estrecha ducha y sintió un gran placer el sentir el agua caliente cayendo sobre su cuerpo. Nunca recordaba haberse dado una ducha en condiciones. Siempre se había lavado en una fuente, algún sitio en el que encontraba una manguera o simplemente con el agua de la lluvia. Al salir de la ducha tuvo algunas complicaciones para secarse bien, debido al reducido espacio, pero debía acostumbrarse. Esto era más de lo que hubiera imaginado que tendría algún día.

Una vez estuvo lista, las dos chicas se la llevaron a la carpa donde estaba el vestuario y toda la ropa. Allí había varios espejos y sillas, era el lugar más cómodo para arreglar el pelo de (TN).

—¡Y estás lista! —exclamó Nami, emocionada, mientras alzaba la mano para que Robin le chocara—. Levántate y mírate. ¡Estás guapísima!

La chica se levantó de la silla y se acercó un poco más al espejo para verse bien. Su pelo estaba suave y sedoso. Le encantaba el corte que le habían hecho. Se alejó un poco para poder verse el vestido. Era de color negro. Era de tirantes, apretado hasta la cintura y la falda algo suelta. Llegaba por mitad de los muslos. Era sencillo pero bonito. ¿De verdad esa era ella? Siempre que se veía reflejada en alguno de los escaparates de la calle se veía horrible, pero en ese espejo... Se veía bastante guapa.

—¡Vamos! La cena debe estar casi lista —exclamó Nami con emoción, mientras cogía a (TN) de la muñeca.

—¿Estás lista para conocer al resto? —preguntó Robin, sonriendo amablemente.

La chica asintió. Llegaba el momento. En tan solo una semana descubriría el funcionamiento de aquel circo tan especial.

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