Capítulo 5
Ya han pasado seis meses desde que llegué aquí, a la casa de Arturo, mi padre. Hoy es mi cumpleaños número 18, y la casa está más ruidosa de lo normal con los preparativos. No sé cómo llegamos a esto, pero aquí estoy, en medio del caos.
Mi vida ha sido bastante tranquila en estos meses. Apenas he salido de casa; el profundo temor de encontrarme con mi padrastro, Henry, sigue persiguiéndome. No lo he visto desde que escapé, y doy gracias por ello.
De hecho, solo he salido dos veces, ambas con Rita al supermercado. Curiosamente, ir al supermercado se ha convertido en algo que disfruto. Me intriga observar cómo las personas se mueven, cómo llenan sus carritos y conversan. Cada vez que vamos, Rita y yo nos detenemos en la heladería San Antonio, su favorita. Ahí descubrí mi amor por el helado de fresa con remolinos de mermelada y trozos de fruta. Siempre que Rita va al supermercado sin mí, le pido que me traiga uno, y nunca me ha fallado.
Rita es con quien mejor me llevo en esta casa. Me ha enseñado tantas cosas, aunque a veces es un poco estricta. Hace una semana me dijo que necesitaba aprender algo para ocupar mi mente, porque según ella, tengo demasiado tiempo libre. Empezó a enseñarme crochet. No soy muy buena, pero lo intento.
También me llevo muy bien con Helena. Nos hemos vuelto mejores amigas. Me ayuda mucho con mis estudios. Hace cinco meses, Arturo contrató profesores privados para que pudiera retomar mi educación. Estoy muy atrasada, y algunas materias han sido difíciles para mí, pero Helena siempre está ahí para responder mis preguntas.
Fue idea de Helena celebrar mi cumpleaños. Yo no quería hacerlo. No conozco a muchas personas, y las fiestas no son lo mío. Pensándolo bien, nunca he ido a una. Pero Helena insistió, diciendo que estaba tan aburrida que si no había algo de diversión pronto, "se mataría". Suplicó literalmente, y al final accedí.
Ahora ella está a cargo de todo. No ha parado un segundo; está tan sumergida en los preparativos que me hace pensar que hice algo bien al aceptar.
Mi relación con Arturo sigue siendo complicada. No nos vemos mucho; siempre está trabajando o fuera de casa. Helena me dice que siempre ha sido así, que no debería preocuparme. Pero sé que, aunque está ausente, se preocupa por mí. Se asegura de que no me falte nada, y lo agradezco. A veces me pregunto cómo sería nuestra relación si tuviera más tiempo para mí.
En cuanto a Catarina... bueno, nuestra relación no ha cambiado. Apenas nos hablamos, y cuando está en casa, la siento distante. Viaja mucho por su trabajo. Según Helena, Catarina es modelo desde hace años, y aunque está cerca de los 40, sigue recibiendo ofertas. También tiene su propia marca de ropa de lujo, algo que requiere que viaje constantemente.
A decir verdad, pienso que Catarina es impresionante. Pero Helena siempre me dice que solo lo pienso porque no la conozco bien. Tal vez tenga razón, pero no puedo evitar admirarla un poco.
Hoy iremos de compras, Helena y yo. Necesitamos algunas cosas para mi cumpleaños: el vestido, los zapatos, y los últimos materiales de decoración que ella insiste en perfeccionar.
—¡Ana! ¿Ya estás lista? —gritó desde el pasillo—. ¡Nos están esperando y vamos súper atrasadas!
—¡Sí, ya voy! —respondí mientras bajaba las escaleras de dos en dos.
Helena me esperaba al pie de la escalera, sus ojos llenos de emoción y una sonrisa que parecía demasiado grande para su cara.
—¿Estás emocionada? —preguntó, y su tono eufórico hizo eco en toda la casa—. Vamos, hermana. Es tu gran día.
—Supongo que sí —dije, haciendo un gesto exagerado de entusiasmo—. ¡Eyyy!
—Eso no es suficiente. —Helena rodó los ojos y cruzó los brazos—. Tienes que estarlo. Es tu cumpleaños número 18. Cuando yo cumpla mis 18, quiero algo excéntrico, enorme. Te juro que empezaré a celebrar desde que empiece el mes de mi cumpleaños, no exagero.
Reí ante su exageración. Helena era una tormenta de energía.
—Todavía necesitamos algunas cosas para la decoración. Y tu vestido... —suspiró como si llevara el peso del mundo sobre los hombros—. ¡Ni siquiera tenemos tu vestido! ¡Estamos perdidas!
Me sacudió por los hombros para dramatizar el punto, y me burlé de su gesto.
—Nos dividiremos al llegar —continuó con aire de general a cargo de una misión—. Tú irás con Héctor al centro comercial nuevo. Encuentren un vestido. Me envías fotos antes de decidir, ¿entendido?
—Sí, señora —dije, haciendo una leve reverencia de broma.
Helena se bajó del auto tan pronto como estacionamos. Yo seguí con Héctor hacia el nuevo centro comercial, estaba tan nerviosa, con una sensación rara en mi pecho, hace mucho tiempo que no salía de casa, me sentía bastante presionada.
El centro comercial era... enorme. Me quedé mirándolo con la boca ligeramente abierta. La fachada estaba cubierta de vidrio reluciente, tan limpio que casi podía ver mi reflejo. Las puertas automáticas se abrieron con un suave zumbido, como si me invitaran a cruzar a otro mundo. Sobre ellas, un cartel plateado con letras demasiado brillantes anunciaba el nombre: Bahía Plaza.
Al entrar, un aire fresco y cargado con el aroma de café recién hecho me envolvió. Los altos techos estaban decorados con luces cálidas, y el murmullo constante de personas hablando, risas lejanas y pasos resonando en el suelo de mármol llenaban el espacio.
Miré a mi alrededor, fascinada. Tiendas de nombres que había visto en televisión y en internet se extendían a ambos lados. Dior, Chanel, Zara, y muchas más. Mis ojos se detuvieron en Dior. Siempre había amado su estética: los diseños elegantes, las campañas de ensueño. Un deseo que nunca me había permitido tener del todo despertó en mi interior.
Con una sonrisa tímida, di un paso hacia la entrada y crucé las puertas de vidrio, como si estuviera entrando en una fantasía.
Rápidamente, una chica con una sonrisa cálida se acercó a mí.
—¿En qué puedo ayudarte?
—Busco un vestido —respondí, tratando de sonar segura aunque me sentía algo abrumada por la elegancia del lugar.
Ella asintió con entusiasmo y desapareció entre los racks de ropa, regresando minutos después con varios vestidos que me mostró uno por uno. Me probé varios, enviando fotos de los que más me gustaron a Helena.
"El precio es altísimo," pensé, sintiendo un nudo en el estómago. Pero Helena, fiel a su estilo, me respondió de inmediato: "Es tu gran día. No pienses en eso. Mereces algo increíble."
Al final, elegí un vestido blanco corto con una falda acampanada y tirantes anchos. Un elegante lazo negro adornado con un broche de pedrería decoraba la cintura. Me giré frente al espejo y sonreí emocionada.
—Creo que este es el indicado —dije a la chica, quien me devolvió una sonrisa satisfecha.
Sin embargo, los accesorios y zapatos de la tienda no me convencieron. Decidí buscar en otro lugar, aunque una sensación extraña comenzó a inquietarme mientras caminaba.
A mitad del pasillo, tuve la sensación de que alguien me seguía. Miré por encima del hombro, tratando de no parecer nerviosa, pero no vi nada fuera de lo normal. Aun así, no pude quitarme la sensación de encima.
"Tal vez estás siendo paranoica," me dije a mí misma, intentando calmarme mientras entraba en otra tienda.
Finalmente, encontré unos zapatos plateados que combinaban perfectamente con el vestido y algunos accesorios a juego. Satisfecha con las compras, decidí que era hora de regresar a casa. Mientras me dirigía al punto de encuentro con Héctor, no pude evitar mirar de reojo varias veces, todavía con esa inquietante sensación rondándome.
De repente, sentí que alguien se acercaba por detrás. Me detuve en seco. Algo frío y punzante tocó mi espalda, haciéndome contener el aliento.
—No te atrevas a gritar —susurró una voz que hizo que mi sangre se helara.
El corazón me dio un vuelco. Esa voz... Reconocería ese tono arrastrado en cualquier lugar. Quise moverme, pero mis pies estaban clavados al suelo.
Lentamente giré la cabeza, y allí estaba. Henry.
El pánico me invadió al instante. Mi corazón latía tan fuerte que creí que todo el centro comercial podía escucharlo. Mis labios temblaban, pero no pude pronunciar palabra.
—¿Pensaste que me había olvidado de ti? —dijo, con una sonrisa torcida que hacía que su mirada fuera aún más escalofriante—. Ven conmigo, y no te atrevas a desobedecerme. Sabes cómo me pongo. Me conoces muy bien.
Su tono era frío, como si estuviera recordándome un secreto compartido. Sin pensar, lo seguí mientras las lágrimas caían por mis mejillas. Mi cuerpo se movía como si estuviera bajo su control, incapaz de resistirme.
Me llevó hasta uno de los baños del centro comercial. La puerta chirrió al cerrarse, y todo a mi alrededor se sintió más pequeño, más opresivo. El eco de mis súplicas llenó el espacio.
—Por favor... por favor... por favor —repetí, mi voz rota, casi inaudible.
Él sonrió, inclinándose hacia mí.
—Te extrañé, Ana. —Su voz era suave, como si hablara con cariño, pero sus palabras eran veneno—. ¿De verdad pensaste que podrías librarte de mí? Eso nunca pasará. Siempre serás mía.
Intenté retroceder, pero el frío azulejo de la pared me detuvo.
—Déjame ir... por favor, te lo pido —sollozaba, las palabras saliendo entrecortadas.
Él levantó una mano y acarició mi rostro, lo que hizo que mi piel se erizara de repulsión.
—Te dejaré ir esta vez —dijo, su tono burlón. Una pausa incómoda siguió mientras sus ojos se clavaban en los míos—. Pero no gratis.
—¿Qué quieres? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
—Muchas cosas, Ana. Ya te las haré saber. —Sacó un teléfono de su bolsillo y lo agitó frente a mí—. Dame tu número. Yo te buscaré.
Mis manos temblaron mientras obedecía, escribiendo los números con dedos rígidos. Él sonrió al recibirlo y guardó el teléfono en su chaqueta.
—Por ahora, puedes irte. Pero no me eches de menos, ¿de acuerdo? —dijo con una risa baja y espeluznante antes de abrir la puerta y desaparecer en el pasillo.
Me quedé allí, paralizada, con las lágrimas todavía resbalando por mis mejillas y el eco de sus palabras grabándose en mi mente.
Traté de calmarme antes de buscar a Héctor, pero no lo lograba. Mis manos temblaban, mi respiración era irregular, y parecía que el aire no llegaba a mis pulmones. Intenté respirar profundo, pero las lágrimas no se detenían.
Lloré. Lloré hasta sentir que me vaciaba por dentro. Lloré por la esperanza que creí tener y que la vida me estaba arrebatando. Lloré por no ser fuerte, por no poder escapar de este destino que parecía perseguirme como una sombra.
No sé cuánto tiempo estuve allí, con el rostro enterrado en mis manos, dejando que las lágrimas empaparan mis palmas. Pero cuando levanté la vista, agradecí que nadie se me hubiera acercado. No habría sabido qué decir, cómo explicar el caos que sentía en mi interior.
El suelo de mármol estaba frío bajo mis pies, pero no podía moverme. Todo a mi alrededor seguía igual: las risas lejanas, el murmullo constante del centro comercial, la música suave que flotaba en el aire. Todo era tan normal, tan ajeno a lo que estaba pasando dentro de mí.
Pensé en mi vida, en Arturo, en Helena, en Rita. En lo lejos que había llegado y lo cerca que me sentía ahora de volver al mismo abismo del que había escapado. ¿Qué podía hacer? ¿Seguiría luchando, o simplemente me rendiría?
Quizás estaba perdida. Quizás no había salvación para mí. Pero en algún rincón de mi mente, una chispa débil se aferraba a la idea de seguir adelante. Tal vez no sería suficiente. Tal vez el miedo y la desesperación volverían a atraparme. Pero en ese momento, me prometí algo: no dejaría que Henry me destruyera. No del todo.
Con las piernas temblando, me levanté del suelo y respiré hondo. No sabía qué haría a continuación, pero lo primero era encontrar a Héctor.
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