Capítulo 2

 Abro los ojos y veo que ya amanece. La luz pálida entra a través de un denso manto de niebla. Estoy en un lugar extraño, rodeada por árboles altos y oscuros que se extienden hasta perderse entre las sombras. El aire es frío, y la humedad de la niebla se cuela por mi piel. Trato de avanzar, pero algo me empuja a retroceder. Cada vez que intento ir en otra dirección, el paisaje se repite. Un círculo interminable.

El sudor me recorre la frente. Mis manos tiemblan. Algo no está bien. No sé cómo llegué aquí. ¿Dónde estoy? ¿Por qué no se escucha ningún ruido?

De repente, la voz que me persigue me hace detenerme. La reconozco antes de que pueda pensar. Es la voz de él. Esa voz arrastrada por el alcohol, fría y vacía.

"No puedes escapar de mí," dice con una calma perturbadora, y la niebla parece envolverme más y más.

Mi corazón late a un ritmo frenético, y las lágrimas caen sin control. ¿Cómo me encontró? Me hinco, los dedos enterrados en la tierra húmeda mientras mi cuerpo se sacude de miedo.

La pesadilla se alarga. "Tengo un regalo para ti. Tienes que volver," susurra. Mis piernas no responden. Intento gritar, pero mi voz se apaga en la neblina espesa.

Despierto con un sobresalto, el sudor en mi espalda empapado, mi respiración agitada, como si aún estuviera corriendo en ese bosque sin fin. Mi pecho sube y baja, y por un momento, me cuesta entender qué es real.

El parque me rodea. No puedo asimilarlo de inmediato. Hay personas caminando, algunos tomando café, otros ejercitándose. ¿Qué hago aquí?

Las lágrimas siguen cayendo, pero trato de controlarlas. Alguien me mira, un par de ojos curiosos me observan, y siento una mezcla de vergüenza y miedo. ¿Qué pensarán de mí?

El sol apenas comienza a asomar, y la sensación de estar perdida se vuelve más fuerte. Todavía tengo la sensación de que algo o alguien está acechándome, como si la pesadilla no hubiera terminado.

Mi cuerpo está tenso. Mis pies están entumecidos por estar demasiado tiempo sentada en el banco. Lentamente me incorporo, esperando que mi mente vuelva a la realidad.

Al levantarme, el peso de mi cuerpo parece extraño. Mis pies están entumecidos, pero también lo está mi alma. Algo en mí sigue atrapado en la pesadilla, como si no pudiera abandonar esa neblina.

¿Y si todo esto no es real? ¿Y si aún sigo soñando? La pregunta se queda flotando, como un eco de la pesadilla que sigue resonando en mi cabeza. Pero la fría brisa del amanecer me golpea el rostro, y eso me dice que estoy aquí, que soy yo, que es real... aunque no quiera aceptarlo.

Me miro las manos, temblorosas y sucias de tierra. En mi mente, mi padre sigue hablando, sigue persiguiéndome. No puedes escapar de mí. El miedo se cuela por mi garganta como un nudo. No quiero pensar en eso ahora. No aquí. No en este lugar.

Veo una cafetería al frente, con luces cálidas que contrastan con la frialdad de la mañana. Mis pies todavía están algo entumecidos, pero me obligo a caminar hacia allá. El hambre empieza a hacerse notar, y mi estómago gruñe en protesta.

Al entrar, el aroma a café recién hecho me envuelve. Es reconfortante, aunque no me relaja del todo. Me acerco al mostrador, y un joven me mira con una sonrisa profesional.

—Buenos días, ¿qué te sirvo?
—Un café y un sándwich, por favor —digo, intentando sonar firme, pero mi voz se quiebra un poco.

Ella asiente mientras ajusta algo en la máquina de café.
—¿Con qué lo quieres? ¿Completo o solo con jamón y queso? —pregunta mientras llena un vaso desechable.

—¿Con jamón y queso es más barato? —Mi garganta se siente seca al pronunciar las palabras.

—Sí, así es. Completo cuesta cinco dólares. Solo con jamón y queso cuesta tres.

—Lo quiero con jamón y queso. —Aprieto los labios mientras saco el billete más pequeño que tengo en mi bolsillo.

Mi mente está dando vueltas. Tengo que ahorrar todo lo que pueda. No sé cuánto tiempo me tomará la búsqueda, y ni siquiera sé por dónde empezar.

Mientras espero el café, miro alrededor. La cafetería es pequeña, pero acogedora. Hay mesas con personas tecleando en laptops o revisando sus teléfonos. Es entonces cuando noto que no es solo una cafetería; parece un cibercafé.

La idea me golpea de inmediato. Me acerco al chico del mostrador cuando regresa con mi pedido.

—Disculpa, ¿cuánto cuesta usar la computadora? —pregunto.

Él levanta la mirada, algo sorprendido.
—Es un dólar la hora. Solo necesitas pedir una bebida o algo para consumir.

Respiro aliviada. Puedo permitírmelo, al menos por ahora. Mientras tomo un sorbo de mi café, intento calmar mis pensamientos.

Mi maldito padre nunca me dejó usar ningún aparato electrónico. Ni celular, ni computadora, ni siquiera un reloj digital. Siempre ponía excusas. "Te hará daño," decía, como si un aparato pudiera lastimarme más de lo que él lo hacía. "No estás lista. Tienes que ser una buena niña primero."

La rabia empieza a burbujear dentro de mí. Es irónico. Me mantuvo atrapada bajo su control todo este tiempo, pero ahora, esa misma falta de acceso me hace sentir torpe e insegura. Respiro hondo. Tengo que enfocarme.

No tengo mucha experiencia con computadoras, pero recuerdo lo básico de cuando iba a la escuela. Tuve la oportunidad de usarla en algunas clases. Solo espero que eso sea suficiente.

Me acerco a las máquinas y el chico me indica cuál puedo usar. Es una pantalla algo vieja, con teclas gastadas, pero funciona. Dejo el sándwich a un lado, sintiendo que mi estómago se cierra de nuevo por los nervios.
¿Qué busco? ¿Cómo empiezo?

Respiro profundo. Tecleo "Arturo" en la barra de búsqueda, pero me detengo. ¿Qué más? ¿Qué apellido? Solo tengo las cartas de mi madre como pista. Las saco del bolso y comienzo a leerlas otra vez, como si las palabras fueran un mapa que me llevará hacia él.

Recuerdo que tengo también una foto. Le pregunto al chico si es posible usarla para buscar información en internet.

—Claro, puedo ayudarte. —Su voz es amable, pero mi corazón late rápido.

Después de unos minutos, aparecen algunos enlaces en la pantalla. Uno destaca sobre los demás. Veo un nombre, una imagen que no esperaba ver tan pronto.

"Arturo Silva."

Me quedo mirando la pantalla, mi mente en blanco mientras las palabras parecen brillar con vida propia. Este es él. Mi padre.

(....)

Una vez leí que cada sombra solo existe porque hay una luz detrás. Supongo que pronto podré ver el amanecer de mi oscuridad.

Todavía impactada, leo atentamente la pantalla. No puedo evitar tocar cada letra, cada imagen, como si ellas mismas pudieran salvarme. Y, en cierto sentido, lo creo. Cada palabra parece acercarme más a algo que he anhelado toda mi vida.

Entre los resultados, un artículo destaca. Habla de una empresa llamada Estrella Azul, una agencia de turismo que organiza experiencias exclusivas. Hay una foto de él, mi padre. Por un momento, no puedo apartar la mirada. Mi mente quiere llenarlo con historias: ¿será un hombre amable? ¿Será feliz? ¿Tendrá espacio para mí en su vida?

El artículo menciona una nueva asociación, pero no presto atención. Lo que realmente importa está al final: la dirección de la sede principal. Aplaudo inconscientemente, como si mi niño interior estuviera celebrando algo que nunca pensó posible.

La sede está aquí, en esta misma ciudad. Un taxi debería saber cómo llegar. Mi mente se acelera. Guardo la información en mi mente como un mapa del tesoro, y salgo del establecimiento con pasos apresurados.

El aire de la calle me golpea en la cara. Todo parece más brillante, más vivo. Todavía no sé qué me espera, pero estoy más cerca de él, más cerca de mi padre.

Encontrar un taxi fue relativamente fácil. Solo tuve que preguntar a alguien del local, y me señalaron uno que estaba estacionado cerca. Al parecer, la empresa de mi padre es bastante conocida en la ciudad; muchos saben cómo llegar.

Vivimos en la ciudad Bahía esperanza, un destino turístico popular, conocido por sus hermosas playa y la vida nocturna, (aunque no he visto nada de eso), la empresa de mi padre al parecer queda en el distrito nacional el área mas exclusiva de la ciudad, al menos eso me dijo el conductor.

El taxista fue amable. Dijo pocas palabras, lo cual agradecí. Puso música en la radio, algo que nunca había escuchado antes.

—Es jazz —dijo. Su voz era suave, como la música que llenaba el auto—. Se llama The Sky is Crying, de Albert King.

Asentí, aunque no entendía ninguna palabra de la canción. La melodía era nostálgica, como si me estuviera hablando en un idioma que mi corazón conocía, aunque mi mente no pudiera traducirlo.

Mientras escuchaba, me di cuenta de que mi vida se sentía como esta canción: un lamento constante, con momentos de calma que nunca duran. Después vino otra canción, I'll Play the Blues for You, de Daniel Castro. Cerré los ojos un momento, dejando que la guitarra se enredara en mis pensamientos.

Por un rato, fue un viaje placentero. Pero al terminar la segunda canción, mi mente ya estaba lejos. La ansiedad regresó con fuerza, recordándome lo que estaba a punto de hacer.

No sé cómo he llegado hasta aquí. Ni siquiera sé de dónde saqué el valor para salir de ese infierno, para buscarlo a él. Mi padre. ¿Cómo me recibirá? ¿Querrá verme?

Mi pecho está dividido en mil emociones: esperanza, angustia, tristeza, alegría. Todas ellas luchan por ocupar el mismo espacio, y siento que no puedo contenerlas. ¿Qué pasará si no quiere saber nada de mí?

Cuando el taxi se detuvo, la música seguía sonando, como si se negara a dejarme ir. El taxista volteó hacia mí con una sonrisa tranquila.

—Llegamos, señorita. —Su tono era neutro, pero algo en su voz parecía animarme, como si entendiera que esto no era un destino cualquiera.

Con manos temblorosas, busqué el dinero en mi bolsillo. Bajé del auto sintiendo que el suelo bajo mis pies era más frágil de lo que recordaba. Al mirar hacia el edificio frente a mí, una idea cruzó mi mente: Este podría ser el comienzo de todo o el fin.

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