Capítulo 1

Chiiiiiiiii. Chiiiiiiiir. El chirrido de la puerta abriéndose seclava en mis oídos como una advertencia. Sé lo que viene. Siempre sé lo que viene.

—Ana. Ana.

 Es esa voz. Esa voz que me da tanto miedo y asco. Suena arrastrada,empapada en alcohol. No necesito verlo para saber que viene por mí. Mi cuerpo lo sabe antes que yo: corro a mi habitación y me escondo debajo de la cama, Mis piernas temblaban como si se estuvieran desmoronando, el suelo helado me calaba hasta los huesos. 

Intento no respirar. No pensar. Pero su voz sigue llamándome, acercándose.

¿Recuerdas ese día?  Mi mente me traiciona. Me arrastra de vuelta a mi cumpleaños número diez. 

"Tengo un regalo para ti, Ana", dijo. Su sonrisa era tan cínica que sentí el estómago hacerse un nudo. "Es algo que he querido darte desde hace mucho tiempo".

Su voz no era la de siempre. No la voz de los insultos ni de las amenazas. Era algo peor. Algo más frío, más vacío. Ese día tuve miedo de verdad. No el miedo que sentía cuando levantaba lamano, sino un miedo que helaba los huesos, como si todo mi cuerpo supiera lo que iba a pasar antes de que ocurriera. 

Me acaricia el cabello, acercándose demasiado. Su aliento huele a alcohol y algo más, algo que siempre me da náuseas. Me susurra al oído:

—Tu madre era hermosa. Pero tú... tú eres especial. Más que ella. Mucho más.

—No quiero, papá. Tengo miedo.

—No tengas miedo, hermosa. Te encantará tu regalo. Te lo prometo. 

Algo en mí quiere desaparecer. Mi mente grita que corra, pero mis piernas están clavadas al suelo.

De repente, salgo de mis pensamientos. Un grito escapa demi garganta. La puerta de mi habitación se abre con un golpe seco.

—Ana. Sé que estás aquí —dice con una voz que parece un susurro arrastrado por el alcohol—. No te escondas. Siempre te encuentro.

 Intento no respirar. El aire está helado, pero mi cuerpo arde de miedo. Él ríe.
—¿Te gusta jugar? —dice, acercándose. Sus pasos hacen crujir el suelo—. A mí también. Me encanta este juego. Tú te escondes. Yo te encuentro.

Sus manos me agarran y me arrastran fuera de mi escondite. Mi piel quema donde me toca, como si sus dedos fueran fuego. Grito, lucho con todas mis fuerzas.

 —¡Suéltame! ¡Por favor, suéltame!

Me agarra las piernas. Las fuerza. Lloro. Todo en mí grita que no dejaré que pase otra vez. No. No esta vez.

Mamá... ayúdame.

Aunque nunca la conocí, la siento en cada rincón de mi mente. A veces, sus manos se sienten reales, acariciando mi cabello, y otras veces, son solo fragmentos de un sueño roto, como una mentira que mi cerebro se empeña en creer. Necesito creer que es real, que no estoy completamente sola en este vacío. 

La escucho cantar:

🎵 Sueña, sueña sin temor, la noche canta sucanción... 🎵

No sé si es real, pero sus palabras me envuelven como un abrazo. Algo en mí despierta. No sé de dónde saco las fuerzas, pero lo golpeo. Mis manos, mis rodillas, todo mi cuerpo es un arma. Veo las zapatillas cerca. Las tomo. Golpeo su cabeza. Sangra. Golpeo otra vez. Y otra. 

—¡Para, papá!

—¡Te he dicho que no me llames papá, maldita! —grita, antes de golpearme en la cabeza. Todo se apaga.

En la oscuridad, ella está conmigo otra vez. No tiene rostro, pero sé que es mi madre. Su voz es suave y cálida, y aunque sé que no es real, cierro los ojos y me dejo llevar. Aquí no hay dolor. Aquí no estoy sola.

Trato de abrir los ojos, pero mi cabeza duele tanto que todo parece moverse a cámara lenta. La habitación está desordenada. La mesa de noche está tirada en el suelo, la lámpara rota.

Le echo un vistazo a la cama: está descubierta. La alfombra, manchada de sangre. Por fin logro levantarme. Mis piernas tiemblan mientras miro por la ventana. Parece que ya ha amanecido. Deben ser las siete de la mañana.

Camino hasta la puerta y la cierro con seguro. Luego voy al baño. También cierro con seguro antes de encender la ducha.

El agua caliente golpea mi piel, pero no se lleva nada. Ni el dolor. Ni el miedo. Ni la culpa. Lloro, pero las lágrimas no me alivian. Lloro con tanta fuerza que mis costillas me duelen. Me siento vacía, rota.

¿Por qué no me he ido? ¿Por qué no le he contado esto a nadie?

La respuesta llega rápido. Porque tengo miedo. Porque estoy avergonzada. Porque me siento culpable. Y porque él me ha convencido de que nadie me va a creer. Un padre debería cuidarte, no arruinarte la vida.

Desde los diez años he querido pedir ayuda. Pero en cada escuela a la que fui, todos pensaban que él era un hombre bueno. Ejemplar. Cuando los veía sonriendo y elogiándolo, sentía que mis palabras nunca serían suficientes. ¿Quién creería a una niña huérfana, callada y aburrida? Nadie. No cuando su voz me recordaba, una y otra vez, que era mi culpa. Que yo maté a mi madre.

Su voz está grabada en mi cabeza, pero no es un recuerdo. Es un eco.

Vivimos en el último piso de un edificio fuera de la ciudad. Aquí nadie se mete en la vida de nadie. La gente se saluda casualmente y sigue su camino. Nadie se preocupa por nadie. Y él lo sabe. Por eso estamos aquí. Porque nadie me escuchará gritar.

—¡Ana! Haz el desayuno.

Su voz resuena desde la otra habitación, cortando el aire como un látigo. Me apresuro a apagar la ducha. Mi corazón late con fuerza mientras me seco y busco algo que ponerme. No puedo tardarme. No puedo darle una razón más para enojarse.

 Corro a la cocina, con el cabello todavía mojado y las manos temblando. Encuentro la sartén donde siempre la dejo, junto a los huevos. Pero algo dentro de mí se siente diferente. Mi cuerpo se mueve como un autómata, pero mi mente está en otro lugar.

No puedo seguir así.

—¿Qué tanto tardas? —grita desde la sala. El sonido de una botella chocando contra la mesa me hace saltar. —¡Tengo que llegar al trabajo a tiempo! Si no lo hago, ya sabes lo que te espera.

Pongo los huevos en la sartén, pero mis manos tiemblan tanto que uno se resbala y cae al suelo. Me quedo congelada mirando el charco amarillo.

Si no me voy ahora, nunca me iré.

Escucho el ruido de su silla raspando el suelo y sé que viene hacia mí. Mi mente grita que haga algo, pero mi cuerpo no se mueve.

—¿Qué demonios estás haciendo? —Su voz está más cerca ahora.

El primer golpe me hace tambalear. La cachetada resuena en mi rostro como un latigazo. El ardor me quema, pero lo peor no es eso. Es la sensación de su mano levantándose de nuevo, como si supiera exactamente dónde y cómo golpearme, y yo no tuviera forma de evitarlo. Cada golpe es un recordatorio de que no soy nada para él. Su pie me golpea en el estómago, dejándome sin aire. Cuando me acuclillo en el suelo, me agarra del cabello y me susurra:
—Por tu culpa me tendré que ir sin comer. Esto no se quedará así. Ya verás cuando regrese.

Oigo el portazo cuando sale. Me quedo en el suelo, llorando sin parar. Todo mi cuerpo tiembla, pero mi mente está clara por primera vez.

Tengo que irme. Tengo que hacerlo.

Corro hacia mi habitación, con las lágrimas todavía en mi cara. Mi respiración es tan fuerte que parece llenar toda la habitación. Saco el único bulto que tengo y guardo algo de ropa, mis cosas íntimas y el colgante que era de mi madre. Miro alrededor por última vez. Este lugar no es mi hogar. Nunca lo fue. No lo extrañaré.

Bajo las escaleras lo más rápido que puedo, pero me detengo de golpe. No tengo dinero. Subo a su habitación, algo que nunca hago, y busco en sus pantalones. Nada. Abro el cajón de la mesa de noche y encuentro una billetera. Tiene 500 dólares. Respiro aliviada.

Cuando voy a cerrarla, veo algo más: un pequeño paquete de cartas. Una de ellas dice: "De: Alicia (mi madre). Para: Arturo."

Mi corazón late con fuerza. Tomo la carta y la guardo con cuidado. No sé quién es Arturo, pero voy a averiguarlo.


(.....)

El aire frío de la mañana golpea mi cara mientras bajo las escaleras del edificio. Corro sin mirar atrás, con el bulto apretado contra mi pecho y las cartas escondidas dentro. Cada sombra parece más grande, cada rincón más oscuro.

No me detengo hasta que veo un parque vacío. Me dejo caer en un banco y trato de controlar mi respiración.

Mis manos buscan las cartas, como si algo en ellas pudiera salvarme. El paquete está atado con una cinta gastada, con una caligrafía elegante, las letras de mi madre, pienso. Saco la primera carta y comienzo a leer.

Carta 1:

Querido Arturo,

Sé que siempre quisiste saber más de mí, de mi historia, pero nunca tuve el valor de contarte. No sé si algún díalo tendré.

Solo quiero que sepas que contigo viví los días más felices de mi vida. Nunca me arrepentiré de nada. Si algo lamento, es no haberte podido amar con la misma intensidad con la que tú me amaste. Pero de algo puedes estar seguro: tienes mi corazón, y nadie podrá quitarte el lugar que ocupas en él.

Por siempre tuya, Alicia.

Mientras leo las palabras de mi madre, siento que me habla desde un lugar que nunca pude alcanzar. Cada palabra es un susurro que llena los huecos de mi alma, pero también los agranda. ¿Quién era este hombre que la hacía tan feliz? ¿Cómo pudo tener tanto amor y no compartirlo conmigo?

Carta 2:

Mi amor,

Sabía que lo nuestro no podía durar mucho. No porque note amara, sino porque el mundo no nos dejó ser. Cada paso que dipara alejarme de ti fue un sacrificio. Pero lo hice porque quería protegerte. Nunca quise que sintieras que te estaba atando, y alejarme fue lo más difícil que he hecho en mi vida. Nunca te olvidé.

Con lágrimas en los ojos, Alicia. 

Me levanto, nerviosa, doy algunas vueltas y vuelvo asentarme.

Carta 3:

Mi amor,

No sé cómo decirte esto, pero mi corazón está llenode alegría. Nuestro amor ha crecido. Ha dado frutos. Estoy embarazada, y no tengo dudas de que este bebé es nuestro. Ahora más que nunca estoy decidida a empezar una vida contigo, una vida solo para los dos... y para nuestro hijo. Por favor, dime cuándo podemos vernos. Solo dime dónde, y estaré allí. 

Más feliz que nunca, Alicia.

Cuando leí la última carta, mi pecho se apretó.  Arturo. Este hombre había sido todo para mi madre, y ahora, de alguna manera, se sentía como si fuera todo para mí. Toqué las letras con mis dedos, preguntándome si ella sabía cuánto la necesitaba en este momento. Me pregunto ¿cuanto sufrió mi madre?, ¿Si sufrió tanto como yo?

Con esos pensamientos guardo las cartas y el paquete con cuidado dentro del bulto, junto con el colgante de mi madre. Ahora entendía por qué ella guardaba este secreto, pero no podía perdonarla por haberme dejado sola.

Arturo era mi única respuesta. Mi única salida. No sabía dónde buscarlo, ni siquiera sabía si querría verme. Pero ya no tenía nada que perder.

"Voy a encontrarte, Arturo", pensé. Por mí. Por ella.

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