Capítulo 11 (1)- El silencio tiene un precio
CAPÍTULO 11
El silencio tiene un precio
"Tres pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos"
Benjamín Franklin.
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Provincia de Kandahar, Afganistán
Base del Consorcio Praetor
ISAAC
La expresión impactada de Isabella al escuchar la voz de Karaman no sale de mi cabeza, así como tampoco la impresión de él mismo llamándole, a su perseguidora incansable.
Estoy en la cama con un brazo apoyado en mi frente, porque no pude pegar el ojo en toda la noche, giro la cabeza hacia el reloj, este marca las cinco de la mañana y las cosas girando en mi cabeza no paran. Pienso en todo al mismo tiempo, pero sobre todo en las últimas palabras de ese traficante "La investigación de sus padres será el menor de sus problemas" Fox parece estar metida de cabeza en un hueco de locura colosal, esa potra salvaje siempre encuentra una manera de meterse en problemas, tiene el don divino de atraer mierderos de proporciones bíblicas.
Me preparo entonces para ir a entrenar, empiezo con una ducha rápida para terminar de despertarme aunque el agua caliente me relaje más invitándome a dormir. Pronto salgo para vestirme y poder irme, usualmente lo hago a esta hora pues la soledad de las salas y los gimnasios me deja pensar más, además de no tener encima las miradas por mis cicatrices.
Salgo del bloque de las habitaciones viendo cómo va amaneciendo de a poco, la base está silenciosa dando una falsa sensación de paz como un mal augurio de cosas horribles por suceder, es como un aviso del golpe inminente, con la temperatura ligeramente fría. Llego a mi destino y empiezo con la caminadora, solo hay un par de agentes allí, por eso la calma, permitiéndome perderme en mis pensamientos donde encuentro ahí a Isabella, esa mujer es la perdición de mi cordura, pero si ella es un pecado estoy dispuesto a pagar cadena perpetua en el infierno con tal de tenerla, de poseerla con pasión desmedida, hacerla mía y solo mía.
Descalabra toda mi fuerza de voluntad para mantenerme alejado, pues sé de lo tóxico que se puede tornar todo; somos posesivos cuando de ambos se trata y nuestro historial no deja muchas cosas buenas para decir, al ser más jóvenes nos celábamos extremadamente, ello nos llevaba a choques aun cuando nunca hubo nada oficial, ella eligió al muñeco de pastel de su esposo para dejar a un lado lo sucedido entre nosotros, en secreto claro, como todo en nuestra pseudo relación. Yo golpeé como animal salvaje a su primer novio cuando lo vi tocándola en la cintura baja, haciéndole honor a mi apodo "La bestia", pero ella le arañó la cara a una chica quien me besaba, la arrancó de mi lado como si levantara una calcomanía sujetándola por el pelo y clavándole las uñas en el rostro.
Y como esas un sinfín de situaciones similares más porque ambos estamos hechos de fuego infernal que deja cenizas por donde pasa, más tóxicos que humanos, más bestias que hombres.
Mi forma de querer Isabella Fox es jodidamente insana, he de admitirlo, porque quiero como soy, una bestia en todo sentido. Arraso con todo o no hago nada.
Empiezo a levantar pesas y siento la presión en mis músculos, pero la ignoro en busca de concentrarme en eso, no en otra cosa, aunque Isabella se aferra con sus colmillos encajándolos en mi mente mientras suelta el veneno de su seducción en mi cuerpo, orillándome a poner audífonos en mis oídos dándole play al reproductor.
Romeo Santos empieza a sonar con un estallido acústico en mis oídos. La bachata, increíblemente, es mi música favorita.
Los minutos corren con rapidez, el vortex dentro de mi cabeza empieza a consumirme, por ello voy a los sacos de boxeo de último, pero antes protejo mis nudillos con cintas de box, descargándome por el estrés de la situación, pues las cosas no pintan nada bien con Kaan Karaman amenazando con la "Madre de todas las bombas" que nos haría un daño considerable en las construcciones en tierra, sobre todo de pérdidas humanas y eso me pone en tensión. El Comando de Operaciones Aéreas fue notificado, vigilarán el espacio aéreo a varios kilómetros a la redonda y los anillos externos de seguridad terrestres tendrán a sus vigilantes más atentos del cielo, aunque la velocidad con la que el misil atraviesa el espacio no dejaría mucho tiempo a la reacción, por ello haremos cuarentena subterránea en los sótanos de seguridad en la fecha estipulada por Karaman, nos quedaremos cuarenta y ocho horas hasta ver el panorama, pues las construcciones tienen protección anti bombas de todo tipo.
Los círculos bajo tierra como imitación al cuadro del infierno de La Divina Comedia de Boticelli, tienen un sistema de sellado entre el límite de la superficie y el inicio del subterráneo para proteger a quienes corran hacia allí, pues hay pisos de albergue precisamente para cuando se necesite estar aislado, por ahora armaremos los operativos de las bodegas con agentes que debo escoger en equipo con Isabella y Mazzeo, pero también pienso en mi madre.
Pelusa me dijo ayer, cuando las llamé para contarles sobre el ascenso, la mala noticia: si no cambia o hay un trasplante los médicos le daban seis meses de vida, ciento ochenta días más de ella por una puta enfermedad indetenible, pero esta podría ralentizarse si Theodore aceptara donarle, pero no, el muy cabrón prefiere verla morir.
«Voy a chantajearlo, le dona a mi madre o pagará las consecuencias» ese hombre oculta muchas cosas, como brutalidad militar y de conocerse públicamente lo perdería todo, es parte del maldito complot del Consorcio que lleva a los agentes a desaparecer de noche y parece ser el más corrupto de todos. Necesito finiquitar la misión lo más rápido posible, encontrar la maldita mercancía ilegal, las niñas raptadas y regresar a Nevada con mi familia, ese pensamiento me lleva a terminar mi entrenamiento para adelantar lo posible. Estoy empapado en sudor y lo seco de mi frente, así como de pecho para colgar mi bolsa del hombro justo a la llegada de agentes en mayor cantidad, pues casi son las siete de la mañana.
Voy a paso apresurado, tengo en la mente ir a buscar a Isabella luego de ducharme, pero lo que parece una discusión tras el edificio administrativo llama mi atención, por ello me acerco sigilosamente pegándome a la pared pues el general Volkov quien gesticula con las manos frente a Lucio Richardson.
—¡Si no controlas a la desquiciada de Fox, la voy a joder! —grita Volkov, su rostro se enrojece poco a poco como una puta manzana—. Y las implicaciones de eso las conoces.
—¡Bájale al tono, Erick, o seré yo quien te joda! —le responde Lucio con sus cejas espesas fruncidas—. Ahora, ¿De qué hablas ahora, loco de mierda?
—Ella busca información sobre lo sucedido con sus padres, rebusca entre papeles, grabaciones, recortes de noticias, de todo. Se mete a la sala de cómputo y accede al sistema con su clave de seguridad constantemente, y no puedo hacer nada; no puedo bloquearla sin parecer sospechoso, tampoco puedo borrar los expedientes, solo el General ABS puede hacerlo y aun así con permiso de la junta.
—Isabella ha dejado eso atrás, debes estar equivocado —dice Lucio viéndose anonadado, su rostro ligeramente bronceado se torna pálido como vela, mientras todo parece caer en su sitio dentro de su mente—. Verifica bien.
—Mira, Lucio, sé de qué hablo y Fox puede llegar a saber lo sucedido en realidad hace veintidós años con La Triada —espeta Volkov de vuelta con un resoplido. Estoy en la esquina y puedo verlo ligeramente, aunque esté tapado por el cuerpo de Lucio—. Es obstinada como Carmen, parece una mini copia diabólica del infierno, verla es como ver a una muerta viviente. Y si se llega a enterar de quién soy en realidad, las cosas se pueden complicar.
—¿Y cuál es el problema? Su clave de acceso no le dejará entrar más allá.
—¡¿Cuál es el problema?! ¡Simple, si tu jodida hija adoptiva sigue en su maldita investigación, la verdad saldrá a la luz pública y terminaremos todos en la mierda! —responde Volkov desesperado, ve en todas direcciones menos en la mía, pero me adhiero más al edificio frío—. Esto es delicado, Lucio, abre los ojos y haz algo al respecto, si no lo haré yo mismo.
—Toca a mi hija y te mueres, cabrón —espeta Richardson—. Me encargaré del asunto.
—Pues hazlo bien, con Isabella Fox en la mira no le dejará más opción sino la muerte y si no lo hago yo, lo hace Pedraza, Falcon padre, o cualquiera de los demás, una mocosa no nos va a joder... Vladimir y Carmen sabían lo que hacían, sabían el precio a pagar y lo asumieron al aceptar, pero su hija la loca sabiéndolo no es bueno, ni siquiera quiero pensar en qué hará si lo sabe, Fox está enferma —le responden.
—No le digas loca a Isabella, ella no tiene la culpa de lo que sucede en su cabeza —Richardson está cada vez más molesto, sus palabras rozan una dura amenaza palpitante bajo la superficie,
—No, tienes razón, la culpa la tienen sus padres por arriesgarse a semejantes estupideces aun al tener una hija para cuidar y dejarle semejante recuerdo... aunque bueno, Isabella también es producto de un error arriesgado, el imbécil de Vladimir nunca debió aceptar ese embarazo, si ella hubiera abortado como le dije no estaríamos en este problema —Volkov cierra la boca nada más porque Lucio le asesta un golpe con el puño cerrado en la mejilla haciéndolo tambalear.
—¡No hables así de mi hija! ¡¿Qué parte no te queda clara, Erick?! —grita él sulfurado, extrapola su agresividad como un aura rodeándole casi visible, y se siente aun en la distancia.
—¡Tu hija, tu hija, no me jodas! Si te dejaron su custodia fue porque ella es una maldita papa caliente, ni sus propios abuelos querían tener en las manos y por justa causa —grita Volkov sosteniéndose el lugar del golpe tonándose colorado—. Yo no presumiría de ella, es una vergüenza. Por algo estuvo metida en el manicomio tanto tiempo...
Son sus últimas palabras y se marcha en medio de refunfuños. Lucio maldice, pero se va en dirección contraria dejándome con una información extraña sin saber cómo interpretarla, aunque está claro algo innegable: es turbia, oscura, de esas que prefieres no saber. Del general Volkov me espero cualquier cosa, es un ser rastrero, traicionero y mezquino como lo es Pedraza, pero Lucio Richardson tiene fama de correcto, leal, buena persona y saber de su complicidad en el ocultamiento de algo tan horrible como lo es detalles de la muerte de los padres de Isabella, me desconcierta.
«¿Qué está pasando aquí?»
Regreso a mi habitación, bañándome de nuevo lo más rápido posible, luego tomo mi medición de azúcar diaria y al estar listo salgo apresurado, encontrándome con León de frente a quien trato de esquivar, pero no me deja seguir. Su mostacho resalta de su piel clara y se mueve al son de las muecas de su boca.
—¿Qué quieres? Son las siete y media de la mañana, tengo un calor de los infiernos y no he ingerido cafeína en doce horas, no estoy para tus estupideces —espeto molesto.
Dice necesitar un favor "Como hermano", yo solo le veo como si tuviera tres cabezas de payaso para soltar inmediatamente una carcajada agresiva, dándole una respuesta concreta: si se estuviese quemando y yo tengo agua, la tiro por la ventana, me llama imbécil de mierda, pero le recuerdo como no estamos diseñados para coexistir, mucho menos para ser hermanitos ni darnos la mano, cualquier puto problema, no me interesa. Camino al elevador cuando vuelve a hablar, dice haber descubierto a Karen acostándose con alguien y cree es mi amigo Gerard
«Sí, ajá, Gerard, claro, obvio, más que cristalino...» me rio para mis adentros, más aún al escuchar que su intención es obtener mis credenciales de Brigadier para acceder al sistema de cámaras y espiarla o ver con quién se ve. Me vuelvo a carcajear sin poder contenerme en un ataque indetenible. Retomo mi camino, el ascensor está en el piso, por ello se abren rápido las puertas dobles plateadas, trato de huir de él, pero me sigue adentro.
— ¿Qué más quieres, León? ¿un café con dos de azúcar y una de crema? ¿las reliquias perdidas de Nuestra señora de Atocha? —le replico con la misma burla, pero solo logro enfurecerlo.
—No te creí tan hijo de puta como para reírte de esto...
—Yo no te creí tan hijo de puta como para robar y publicar las fotos íntimas que me envió la teniente del intento de suicidio por el acoso que le hicieron, tampoco te vi metiéndote a escondidas a mi puta oficina para robarte el plan de acción de meses de articulación —espeto subiendo el tono de voz paulatinamente, por ello mis palabras resuenan en el pequeño habitáculo siempre incómodo sin importar cuantos años hayan pasado—. ¡No te creí capaz de espiar a nuestra hermanita mientras se cambiaba de ropa!
Se excusa de nuevo en "lo de Stacey fue un malentendido", pero siempre le he respondido mal entendido mis pelotas. El ascensor se abre y salgo escopeteado buscando huir a todo vapor del encierro, que trae flashes de recuerdos que ya deberían estar en el baúl perdido de mi mente atado con cadenas; sin embargo, se abre como la caja de Pandora, liberando los demonios que me aterrorizan. Camino a través del pasillo que lleva al exterior, con él siguiéndome los pasos. Es entonces cuando me grita de nuevo, pero le doy dos opciones, a mi hermanito querido, dejar que te dé la paliza merecida por hijo de puta pervertido o largarse y no dirigirme la palabra en por lo menos una semana, luego lo tomo por la camisa negra del uniforme, por ello echa hacia atrás la cabeza ligeramente.
Encendió la chispa del fuego de la violencia que habita dentro de mí, un dios en mi vida que Theodore esculpió con sus propias manos, por mí que su amor platónico se acueste con media central, me importa una soberana mierda, él, muy convencido, la declara como suya, pero le respondo que suya la estupidez de sí mismo y por imbéciles como él vendrán los jinetes del apocalipsis. De pronto, dice estar seguro de casarse con ella, pero una vez más me burlo diciéndole "Siéntate porque de pie te vas a cansar"
—¡Eres un pedante y estoy harto de ti! ¡de tu malcriadez y orgullo! —grita como un desequilibrado y por un segundo veo a Theodore con sus ojos de tormenta eléctrica—. ¡Dame lo que quiero o...!
—¿O qué, imbécil? —le doy un cabezazo propinándole un fuerte golpe en la frente, pues soy más alto y le encajo dos puñetazos en la nariz, empujándole hasta hacerle caer estrepitosamente al suelo. Empieza a sangrar ante la atenta mirada de varios agentes, quienes se han quedado congelados, mientras observan en silencio la escenita.
"La violencia no es el camino" se la pasan vociferando, pero mi padre no me enseñó otra cosa. Le doy otros tres golpes con mi pie en las costillas, mientras dejo salir la frustración de todo lo que me ha hecho, sobre todo lo de la Pelusa, estar agazapado por fuera de la habitación, sin perder detalle de cómo ella se quitaba la ropa, mi pequeña tenía catorce años aun cuando siempre se ha visto mayor por el tipo de cuerpo que tiene. Exploté claramente y casi lo mato a golpes, hasta se lo llevaron en ambulancia inconsciente, aunque no me arrepiento.
Le paso por encima a la par de sus diatribas asfixiadas, no tengo el genio para aguantar tanta idiotez antes de las ocho de la mañana, avanzo entre la gente, busco café, algo de comida y me voy a mi oficina, pero en el camino encuentro a Isabella, mientras habla al teléfono de espaldas a mí. Está en el lateral del edificio, por ello me acerco a la parte de atrás y me quedo ahí como el chismoso que soy por segunda vez en el día. De pronto, grita porqué no se puede alegrar por ella, me escondo escuchándole, para deleitarme con su figura curvilínea deslumbrándome con el reflejo rojo de su cabello bajo el sol inclemente, trasportándome a cuando la observaba en la academia, totalmente encantado con todo de ella en esos momentos. Sigue la conversación donde espeta sobre importarle muy poco las palabras del abuelo de quien entiendo es Fabián, pues ella era su esposa.
Le grita en medio de una súplica que deje de beber, pues se le sale la bestia cuando lo hace, pero dice conocer esa parte de él como nadie más «¿Cómo que era su esposa? ¿ya no más?»
De repente, la conversación se torna más violenta, le grita "desconsiderado", pero lo más inquietante es cuando le dice que está feliz por estar lejos de él, pues no quiere terminar en el hospital otra vez, su voz es firme, mientras sostiene un cigarrillo entre sus dedos el cual engulle con rapidez, aun así por muy malo ya de por si su declaración, empeora pues dice no aceptar el perdón de Fabián pues con eso no se le curará la nariz rota con el rostro moreteado, mucho menos las malditas cuatro costillas fracturadas, así como tampoco podrá borrar las cicatrices causadas y ya al final le pregunta si con todo eso no entiende la razón de su lejanía con él, todo basado en la adicción de él por el alcohol, dejándose manejar por esta.
«¿Hospital? ¿de qué carajos está hablando?» una idea perversa ronda mi cabeza, pero quiero descartarla. Ellos son la pareja perfecta, la ideal, el ejemplo a seguir, por ende, rápidamente considero absurdo lo mis oscuros pensamientos; sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo que llega a mis oídos
Ella continua insistiéndole, le pide dejar el alcohol y hasta le ruega pues se matará poco a poco, el su tono de voz parece desesperado, está a punto de quebrarse, la conozco muy bien, mientras sostiene el teléfono contra su hombro para encender el segundo cigarrillo, pero lo siguiente me hela la sangre: le recuerda que "la estaba matando a ella", y de no ser porque puso los ovarios sobre la mesa, seguirían en el mismo ciclo tóxico, insiste en cómo no fue culpa de ella, nunca le dio motivos, pero sus celos y la bestia en la cual su abuelo le convirtió. Al final le pide sacarle las ideas a Alana de la cabeza porque ya está pasándose de la raya, pues ella no es de nadie, ni suya ni mía, aunque no sé porqué terminé con velas en el entierro.
«En eso sí te equivocas, cerecita»
—¿Falcon el culpable de esto entre tú y yo? —pregunta extrañada «¿Qué hice yo? No jodas, ahora tengo la culpa hasta del precio elevado de la gasolina»—. No te conté sobre nuestro trabajo juntos porque simplemente quería evitar tus putos celos, tus reclamos y que te emborracharas más de una vez al día, pero ya no te compete cuidarme el culo, recuérdalo.
Pronto cuelga la llamada con un grito frustrado marchándose en dirección a la sala de entrenamiento, por mi parte me quedo sopesando las ideas locas atravesadas en mi cabeza, mientras me voy a la oficina de vuelta. El día ha iniciado pesadito y eso no se puede negar, por ello me encierro en la oficina con los expedientes de los tres escuadrones, muchos tratan de sacarme, pero me niego para llamar a Gerard quien llega pronto, es un Teniente experto en armas largas quien me confirma la factibilidad de usarlas con francotiradores en la ciudad, apostados en edificios cercanos. Tenemos mucho trabajo por delante.
Le pregunto por su esposa cuando estamos en revisión con la pantalla interactiva. Kandahar tiene muchas edificaciones pegadas unas de las otras, estas forman laberintos en sus calles cálidas y tradicionales, dentro de un país con un alto índice de desplazados por la violencia, así como la violación de los derechos humanos en todo sentido de la palabra. Adicional a esto, hay hambruna entre la población de algunas ciudades y llega a límites inhumanos. Gerard me responde estar muy emocionado por el nacimiento de su bebé con una alegría que nunca sentiré, no estoy hecho para eso.
—Mándale mis saludos. Dile a Shirley que el padrino malcriará a su bebé
—No le diré nada, siempre dice ay, ay, el Brigadier Falcon —se ríe en broma con una sonrisa—. Le das alas y me manda a volar, Capitán América.
Es inevitable soltar una risa genuina. Tocan a la puerta y es Sara quien entra saludando a Gerard.
—Teniente Yamamoto —asiente ella en su dirección—. ¿Cómo está?
—Bien, gracias a Dios —contestar Ger con su amabilidad y calma características.
—Brigadier, mi General Volkov me mandó a traerte los informes de contrainteligencia —extiende los papeles dentro de una carpeta pegada a su pecho—. Hay una alta posibilidad de un ataque terrorista en el centro de Zabul (1)*, pero también en Kandahar. Se han grabado llamadas en clave que resultan en la organización de algo más grande, por ello la misión de infiltración debe hacerse más rápido de lo planeado, para llenar la ciudad de agentes para reportar todo lo visto.
Reviso los papeles, leyendo con calma y me siento sin hablar. Parejas de Tenientes y Brigadieres, lo llenan junto con varios otros rangos, por ello paseo mis ojos por cada una con un tic nervioso de golpear la punta de mi pulgar con los demás dedos de la mano de ida y vuelta, pues perdí la maldita pelota anti estrés quién sabe en dónde. Isabella está con Colson y no me gusta eso, la prefiero con otra persona, ese soldado "Ay Dios mío" está demasiado cerca para mi salud mental.
—Okey, terminaré esto con Fox y empezaremos con el operativo —digo para poner la carpeta en el escritorio. Salgo entonces a la oficina de ella sin decirles nada más. Atravieso el largo pasillo hasta el otro lado donde está mi destino, mientras pienso en qué le voy a decir.
—Debemos hablar de lo que dijo Karaman —le digo a Isabella al entrar en su oficina. El aroma a tabaco se siente sutilmente y ella me mira con una ceja alzada.
—Buenos días a ti también, todo está bien, tengo calor, pero todo normal... me quejaré con tu madre, maldito grosero ¿Y de qué quieres hablar? ¿sobre el MOAB? El Comando de Operaciones Aéreas está al tanto, ya lo sabes. Si es eso da media vuelta y saca tu anatomía fuera de mi vista, no estoy para aguantarte ni a tus diatribas absurdas —está de pésimo humor, se nota el lado en que nos parecemos, un par de malgeniados sin remedio.
—No, sobre lo último, "La investigación por la muerte de tus padres" ¿Qué quiso decir? —replico estrechando los ojos, fijándome en como su desconcierto le invade de pies a cabeza y desvía la mirada cobarde, como quien ha sido descubierto y aun así trata de ocultarlo.
—No tengo idea —dice con una mentira como la descarada que es, por eso cierro la puerta con pestillo acercándome a ella y me inclino sobre su cuerpo explayado en la silla giratoria—. Seguro ese traficante estaba hasta atrás de alguna de sus sustancias ilícitas ¿Qué sé yo?
—No me veas la cara de pendejo, Isabella Fox, hay algo raro aquí y me lo dices tú o voy a empezar a preguntar a diestra y siniestra como paparazzi de Hollywood tras las Kardashian, hasta saberlo—digo cuando se pone en pie para ir a la ventana—. Además, tu usuario marca un historial repetitivo de archivos y expedientes de años atrás, lo revisé anoche.
—¡¿Qué cosa?! —dice de pronto alarmada y rígida, irguiéndose con extrañeza en su mirada—. ¡¿Cómo sabes eso?! ¡Claro, fuiste tú quien se lo dijo a Volkov! Ahora todo tiene sentido
—¿Volkov lo sabe? Estás bien jodida si es así...
—¡Tú se lo dijiste! —exclama poniéndose en pie en modo cereza facial, paseándose inquieta de un lado al otro para dejar su aroma de vainilla por todo el lugar.
—¿Yo? Cálmate, pedazo de potra salvaje, yo lo supe ayer cuando el mismo Karaman lo dijo, luego lo busqué —espeto molesto por sus acusaciones, cruzándome de brazos—. ¿Qué quiso decir?
—¿Crees que te daría un arma para ganarme la candidatura a RGN? —dice con sarcasmo agresivo como tinte en su voz—. No estás ni tibio, como tú mismo dices. Ahora, fuera de mi oficina, animal del monte, no te quiero ver.
—¿Crees que me gusta jugar sucio? —suelto en tono serio—. Saca tu trasero de aquí, vamos a caminar. Me lo vas a contar todo o las cosas se pondrán muy feas para ti con Volkov.
Parece pensárselo mucho, mientras frunce sus labios con la mirada perdida hasta tomar una decisión.
—¿Qué gano yo si te lo digo? ¿qué beneficio saco de abrirte la puerta de mi vida?
—Alguien quien podría considerar la idea de ayudarte, pero si no, el enemigo cernido sobre ti con el General como sabueso para husmear en tus cosas será grave —aseguro cuando se pone en pie mirándome a los ojos con intensidad. Su tono avellana siempre me hace quedarme prendado por la mezcla de tonos como si hubieran sido diseñados precisamente para ella, porque es así, todo en Isabella es una mezcla fascinante.
—Jura que no me traicionarás y no irás corriendo a usar esto en mi contra, Isaac —pide con un ligero temor en busca de mi confianza.
—Te doy mi palabra y nunca la rompo, lo sabes bien ¿o alguna vez te he fallado? —niega con la cabeza cuando extiendo la mano hacia ella, la toma con fuerza como si quisiera dejar un sentimiento en el apretón y hacemos un trato sin mencionar nada más. Le hago una seña con la cabeza hacia afuera porque en el Consorcio las paredes tienen oídos y bien chismosos, por ello salimos para caminar lentamente, dirigiéndonos a la misma zona de noches atrás pues el ala de refugiados es como un respiro de calma, en donde no hay mucho flujo de agentes. Hay personas fuera de la edificación sentados quienes toman el sol con sus pequeños o parejas, es literalmente un oasis en medio del desierto de la guerra.
Las áreas residenciales le dan a la base algo de tranquilidad, todo es más silencioso, no hay tanta afluencia de agentes, además de las familias completas desplazadas por el monstruo llamado guerra y al ser el Consorcio Praetor una base de aquella unión de paises, entre ellos Afganistán, funcionamos como un ejército local, dándonos las mismas libertades de espacio, así como en Vietnam, Irak, Irán y varios en esta zona conflictiva. Por otro lado, Isabella ha mantenido silencio con la mirada perdida, su pelo suelto se revuelve con la brisa que sopla, mientras muerde la esquina de su labio inferior.
—¿Y entonces, potra salvaje? ¿me vas a llevar hasta China o qué pretendes? —espeto ya molesto por la situación—. Llevamos veinte minutos dando vueltas, los padres de los niños han de creernos un par de acosadores secuestradores.
—No es fácil decirte algo de ese calibre, además es muy personal, sólo una persona a parte de mí lo sabe —dice cuando se sienta tras un edificio con la espalda apoyada ahí, también dobla sus rodillas abrazándolas.
—¿Una persona? ¿Lucio?
—No, papá no debe saberlo hasta el momento indicado... Es Renata quien lo sabe —murmura al yo sentarme a su lado. La muralla gris que rodea la base está a pocos metros de nosotros, esta obstaculiza la vista de cualquier cosa y el agente quien da la ronda en su garita nos mira con fijación desde su posición a treinta metros de altura.
—¿Qué es?
—Mis padres... la muerte de mis padres está relacionada con La Triada, estoy segura —suelta impactándome pues nunca se hizo público el verdadero nombre de quién los mató—. Ellos infiltraron la organización en los últimos años de los 80s, pero un día abandonaron la misión sin completarla por algo desconocido, tengo acceso a ciertos expedientes y anotaciones, pero no hay donde más buscar.
—¿Crees que alguien de esa organización mató a tus padres? ¿es por eso estás fijada por Sayyid? —replico incrédulo por su falta de objetividad, aunque en el fondo la entiendo, por mi madre también me volvería el menos racional, ni hablar de la profesionalidad.
—Sí, Kadir Karaman es de quien sospecho. Él estaba en el poder al suceder aquello, Lucio dice niega una amenaza, pero yo no estoy tan segura de eso... además, mi madre hizo algunos informes en donde dejó clara la desconfianza hacia ella por parte de varios miembros, así como Karenina Petrova quien siempre estuvo en busca de cómo descubrirla, pero algo los hizo abortar el operativo fuera de eso. Vladimir también dejó algunas notas donde hablaba de "El incidente" refiriéndose al primer quiebre de la misión.
—¿Estás segura de la autoría de los Karaman? —pregunto de vuelta.
—No tengo las pruebas tangentes, no puedo afirmarlo tan seguro como para poner las manos al fuego, pero ¿Quién más pudo hacerlo?
—Los Praetor acumulamos odios, enemigos, resentimiento, lo sabemos perfectamente ¿Qué hace especial a Kadir Karaman de todos sus otros casos?
—Las notas de Carmen y Vladimir, mencionan como el ambiente en La Triada se tornó peligroso, sobre todo dejaron escritas las sospechas de Kadir un mes antes, incluso hay una en donde la amenazó directamente prometiéndole "descuartizarla" si descubría una traición. Además, hay una grabación en donde se oyen las voces de Karaman padre y Petrova, mientras hablan de mis padres, parece de un micrófono lejano, esa conversación dejaba muy claro el cómo estaban en la mira.
—¿Y qué esperas lograr con todo esto, Isabella? Han pasado veinte años, sonará duro, pero seguramente se han olvidado de ellos —le digo en tono contundente, frío, analítico.
—Justicia —responde al clavar los ojos en el asfalto caliente bajo nosotros.
—¿Quieres justicia o quieres venganza? La línea separándolos no es tan delgada.
—Es lo mismo, ambas me llevan al mismo camino de oscuridad... ¿Por qué quieres saberlo tú?
—Te conozco, Fox, y sé perfectamente de tus alcances, pero vas a joderte la vida si haces las cosas mal —espeto para tomar su barbilla obligándola a mirarme—. Debes tener cuidado, si el General se da cuenta de tu insistencia en la investigación enterrará tu carrera y tu vida —reitero, mientras tengo en la mente la conversación de más temprano entre Volkov y Richardson.
—Lo sé...
—¿Qué tan importante es esto? ¿acaso no puedes dejarlo ir? —murmuro al recordar las palabras de Lucio, quien la cree muy lejos de la idea de venganza.
—Eso alimenta mi vida en este momento, mis ganas, mi motivación ¿Por qué? ¿vas a ayudarme a hacer justicia? —pregunta con sarcasmo.
—Sí, si quieres que el mundo arda en fuego, le prendemos fuego entre los dos hasta que solo queden cenizas, porque no hay nada más sagrado que una madre... tus padres eran muy especiales, arrasemos con todo —le digo prometiéndole algo, pero me gano su desconcierto en aquella mirada hechicera.
—¿Por qué, Isaac? ¿de dónde viene esto?
—Porque estoy desocupado y muy aburrido, busco a quien dispararle en los tanates —espeto de mal humor—. Ya te dije porqué, no preguntes más, cerecita, o mis ganas se irán.
—Esto puede ser una sentencia de muerte, ¿Lo sabes?
—Si sabemos hacer bien nuestro trabajo, puede haber muertos, pero no seremos nosotros —replico sacándole una sonrisita.
—Está bien, Isaac, no sé si sea tu motivación real, pero voy a confiar en ti —dice y me extiende la mano otra vez—. Aunque no puede volver a pasar nada entre nosotros, Falcon, nada de nada más allá, lo de la sala de entrenamiento, no puede repetirse.
—Ya dejamos claro que el "nosotros" entre tú y yo no vale la pena —escupo, pero veo algo en sus ojos totalmente inesperado: la decepción ante mis palabras—. Pero una última cosa, ¿Por qué llorabas? Te vi.
—Eres un acosador.
—Cuando se trata de ti, soy eso y más... —digo y eso le saca una sonrisa a medias—, ¿Por qué lloras? No intentes negarlo, algo te pasó, conozco tanto tus ojos que sé cuando han cambiado.
—Nunca faltan problemas ¿No? —responde con la voz firme; sin embargo, parece a punto de quebrarse. La dicotomía de Isabella es fascinante e impresionante, puede matar con sus propias manos, untarse de la sangre del enemigo sin sentir asco sino disfrute, pero también es un alma sensible, caritativa y sobre todo amorosa.
Le cabeceo hacia la sala de entrenamiento, ella entiende y me sigue pues por mucho tiempo entrenamos juntos en una competencia por ver quién era el mejor, pero en una sincronía perfecta. Llegamos a los sacos de box, pero están todos ocupados.
—Saquen todos su culo de aquí —espeto en un grito deteniéndolos—. Cinco segundos.
—¿Ah sí? ¿Quién eres tú para echarnos?
—Soy Isaac Falcon Salvador — puedo ver su rango en la placa de identificación y el apellido tejido en la camisa—, ¿le suena el nombre, Teniente Suarez? —molesto, me acerco a él quien ha perdido su firmeza.
No solo el apellido Falcon ha tomado mucha más fuerza desde la generación de Liam, mi abuelo paterno, sino que yo mismo me hice de un nombre, no solo por mi forma de trabajar psicorrígida, sino por la violencia en mis acciones cuando pierdo el control. A lo mejor sueno convencido y pedante, pero no puedo negar que lo soy, ¿y qué? Hago y deshago como quiero, es de las pocas cosas que le agradezco a mi apellido, haberme criado con privilegios, aunque de nada me sirvieron cuando empezó mi calvario personal.
—Lo siento, señor, pero es injusto que...
—Necesito entrenar a solas con la Brigadier Fox, son estrategias confidenciales — en realidad quiero hablar con ella, mientras la ayudo a drenar la impotencia acumulada en sus ojos—. Salgan todos y cierren los portones.
Me refiero a que la sala está dividida por un par de portones, uno de cada lado que cierran el espacio dejándolo cuadrado encontrándose en la mitad. Pronto lo hacen, algunos molestos, algunos evitan mi mirada, pero cada uno de ellos salen sin rechistar más.
—¿Qué hacemos aquí? —murmura al quitarse las botas, pues el espacio está recubierto por colchonetas en la zona donde estamos a la derecha del espacio, a la izquierda los sacos.
—Entrenar juntos, llevamos siete años de no hacerlo... ahora, ponte cintas de box —le indico como un instructor y ella con una pequeña sonrisa me hace caso, va al armario de suministros y trae otro juego adicional para mí.
Empezamos a entrenar la pelea cuerpo a cuerpo, cuando éramos adolescentes ambos llenos de violencia palpitante bajo nuestra piel, debimos encontrar una actividad para descargarnos y Lucio Richardson le enseñó a ella como hacerlo, por mi parte, Norberto Salvador, mi abuelo materno, lo hizo conmigo aunque desde niño, entonces a los trece años comenzamos ambos a encauzar la ira de esta manera, entrenando como enfermos mentales obsesionados, no por estética, por matar a nuestros demonios. Entonces Lucio nos instruía a ambos y cuando iba a Cartagena en Colombia por vacaciones, reforzaba, por ello nos acostumbramos a hacerlo juntos como mellizos.
Me lanza una patada al costado que logro detener para acariciar esa zona como la noche anterior, pero ella en lugar de hacer la voltereta se trepa como puede hasta la parte superior de mi torso y enreda las piernas en mi cuello para en un movimiento maestro tirar con el peso de su cuerpo hacia atrás derribándome en el suelo en cuestión de segundos, cuando caemos sigue apretándome el cuello, pero logro soltarme y ponerla boca arriba para sujetar sus brazos a lado y lado de su cabeza; acerco mi boca a la suya sin decir nada, tentado por la sonrisa perversa en su boca de pecado; no obstante me da un golpe cerca de la entrepierna y aprovecha la oportunidad para escapar. Cuando me incorporo la tomo por la espalda, pero ella me da un codazo en el abdomen, eso me hace inclinarme hacia adelante por el golpe cosa que aprovecha para tomarme del brazo e inmediatamente torcerlo hasta llevarlo a la espalda.
De repente susurra en mi oído desde atrás con un tono bajo excitante que quiere saber la razón para haberla traído hasta aquí, de echar a los agentes, de ayudarle con su cometido, pero no obtendrá respuestas porque no me dejaré caer una vez más, entonces insiste.
—Quiero que me digas porqué haces esto...
—Y yo quiero saber cuando te pegó Fabián —digo y con solo eso ella me suelta, entonces me giro y la noto sorprendida.
—No entiendo de donde sacas que Fabián me pegó... —se marcha hacia el saco de box para empezar a darle golpes contundentes, estos impactos parecen aumentar su nivel de ira como si quisiera drenarse de algo muy pesado en su interior, mierda, la conozco como a nadie más, tiene un atorado en el alma.
—¿Recuerdas lo que le pasó al último hombre que osó ponerte la mano encima? —le pregunto, mientras sigue dándole golpes al saco.
—Fractura de radio, cúbito, huesos del Carpio y muñeca, la misma mano con la que me pegó —susurra para verme de forma intensa—. Nunca he entendido porqué lo hiciste.
—Ni lo entenderás, pero de verdad espero que Fabián no te haya golpeado, fracturado la nariz o te haya puesto la cara morada, porque ocurrirá una tragedia, Isabella, terminará en una tumba y le escupiré a la lápida.
—Por lo menos dame una razón.
—No le doy explicaciones a nadie, cerecita, no pierdas tu tiempo —entonces empiezo yo a darle golpes al saco con fuerza, dinamito las emociones dentro de mí cuando ella se acerca porque me niego a la posibilidad de abrirme, no siento dos veces lo mismo que me destruyó, no me permito caer en el mismo agujero oscuro llamado decepción por la mujer de cabello de fuego y ojos de esmeraldas.
De repente se pega a mí acelerándome el corazón como un tambor en carnaval porque de verdad está a tan solo diez centímetros de mi boca.
—Mírame a los ojos, Isaac Falcon, mírame de frente y repite eso.
—¿Estás buscando repetir nuestro round de la otra noche? Si la respuesta es no, hazte para atrás —le digo para seguir dándole golpes al saco porque tengo una lucha interna por querer expulsar mi sentir a su lado, el como mi corazón parece salirse como un caballo desbocado, como el hormigueo en mi piel me asalta en microsegundos.
—Quiero que me veas y me digas porqué haces esto, porqué le fracturaste los huesos a Luis y... —esta vez me acerco yo dejándonos a menos distancia, pero ella con su mirada desafiante da pasos atrás hasta toparse con una pared.
—Deja de picarme el genio, Isabella —suspiro sobre sus labios encantado con el aroma sutil de vainilla de su perfume—, porque sabes qué pasará entre nosotros si continuas por donde vas.
—Siempre quieres que pase eso, ¿me ves como juguete sexual? —eso me mata todo el jueguito de cuajo y ella lo nota, en su mirada es evidente porque Isabella Fox puede contener la lengua, medir sus palabras, pero la expresión facial jamás.
—¿Qué dijiste? ¿escuché bien? —espeto con molestia, ella solo asiente—. Pues que bonito, ¿Crees que eres mi juguete sexual? ¡No me conoces cómo soy con una mujer de solo sexo!
—Jamás has tratado como puta a una mujer o como títere, lo sé, no trates de hacerte el duro.
—No las trato como putas, pero no soy el mismo Isaac que soy contigo, me desconoces siendo un cabrón.
—¡Eres un cabrón con todas, no te hagas!
—¡Y tú una incoherente! —le replico cuando decido marcharme y abrir los portones, caeremos de nuevo en nuestro "ciclo tóxico de los ISAS", le nombró Renata en su tiempo porque era la única que sabía de lo nuestro no tan nuestro.
—¡No me des la espalda!
—Pues ya lo hice ¿y qué? —espeto escabulléndome por el espacio abierto entre los dos portones.
No me voy a prestar para esto más, somos radioactivos y eso jamás cambiará, aunque he de admitir que yo lo soy más, por eso mismo sé cómo puede terminar este rifirrafe entre ambos: un desastre de proporciones apoteósicas.
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(1)* Zabul es una provincia de Afganistán que colinda con Kandahar, Ghazni, Uruzgan, y Pakistán.
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