Luis Furlotti:
En ese momento estaba dando gracias a Dios porque fuera fin de semana. El trabajo y los problemas derivados de él lo habían agobiado durante demasiado tiempo, pero al menos ya no se encontraba en el apuro económico de antes.
Levantó los papeles que había en la mesa y los colocó en su portafolio; apagó la notebook y también la guardó. Luego salió de la habitación, entrando en la diminuta cocina. Hacía poco que había aparecido un posible comprador para su anterior casa, el único desde que la puso a la venta, y esperaba que esta se concretara pronto. Tenía deudas que pagar. Había conseguido un departamento apropiado para él. Era pequeño y de distribución incómoda, con su despacho justo conectado a la cocina, pero estaba en el centro de la ciudad y había sido un buen negocio, que no pudo contener el impulso de aceptar.
Al pasar por el estrecho espacio que había entre la mesa del comedor y la pared, oyó un estrépito... Algo se deslizó al piso, al golpearlo con el codo. Se inclinó para alzarlo y descubrió el portarretrato que contenía la foto de su familia y que estaba encima de la mesa, junto a otras cosas que se negaba a tirar a la basura. Verlo le provocó emociones encontradas. ¿Por qué no se había deshecho de él?... No lo sabía. Hacía mucho que no pensaba en su familia, más bien le fastidiaba pensar en ella... Sus ojos se detuvieron en el rostro hermoso de su hija mayor, desaparecida hacía un año.
Recordó aquel día como una larga pesadilla, que nunca acabó. Aún por las noches soñaba con su rostro. En un principio María había sido su favorita. Le encantaba el fuerte carácter de la niña que siempre se hacía entender y luchaba por lo que deseaba. También su extraordinaria inteligencia, su hija mayor había sido realmente brillante. Incluso los profesores del colegio privado al que asistía habían citado a sus padres para felicitarlos por sus calificaciones, algo muy extraño a su ver. Por ese motivo, siempre confió en que tendría un futuro prometedor, quizás siguiera su profesión, como muchas veces le dio a entender cada vez que iba a visitarlo a su oficina. Habían sido muy unidos.
Le gustaba consentirla y cuando pasaba largos periodos fuera de casa, le compraba cosas. Su trato era tan diferente al que le otorgaba a su otra hija que Norma se lo había hecho notar infinidad de veces. Pero él le decía que ella hacía lo mismo con Josefina, su hija menor, y la discusión acababa en ese punto. No le parecía mal lo que hacía y pensaba que no tenía por qué dejar de hacerlo. Así que muchas veces María se encontró con un celular nuevo, mientras que su hermana se quedaba con las manos vacías.
Aquellas reflexiones lo llevaron a pensar en Josefina, su segunda hija. Ella siempre había sido una niña "rara". Nunca la había comprendido del todo. Callada al extremo y tranquila; era vulnerable y llorona. De adolescente nunca le hablaba más de lo necesario y siempre parecía mirarlo con esos oscuros ojos, cargados de reproche. Sus atuendos oscuros le molestaban y se sentía incómodo cuando debía presentarla a sus amistades. Por lo que no perdía ocasión de recalcarle que se veía como una "demente", vestida enteramente de negro y con los labios morados. ¿Cómo iba a hacer amigos así? Había sido obvia su soledad... al menos para él. Pero... ¿conocía realmente a su hija menor?... No, muchas cosas habían salido a la luz, luego de la desaparición de María. Muchos secretos... Secretos oscuros.
En ese momento sonó el teléfono, sacándolo de sus pensamientos. Dejó el portarretrato en una caja, que posaba sobre la mesa en espera de que la tirara, y fue al dormitorio a contestar el aparato.
— ¿Sí? —dijo, esperando en completa tensión. Desde que había ocurrido todo, cada vez que sonaba el teléfono su pulso aumentaba considerablemente. Siempre esperando noticias de la policía... Siempre esperando que los hechos se precipitaran...
— Hola, Luis.
Por unos segundos, su desconcierto aumentó al no reconocer la voz y pensó en el detective Forte. Ese maldito parásito uniformado que le había traído tantos problemas.
— Soy Gastón... Gastón Ferro —aclaró el hombre.
— ¡Ah! Sí... sí... claro —balbuceó el señor Furlotti, largando un suspiro de alivio.
— Te llamaba por el asunto de la familia Gonzales...
Era su nuevo socio... No había reconocido su voz debido a que sólo hacía una semana que estaban trabajando juntos. Su anterior socio y amigo, Pablo Auger, le había informado que iba a dejar el estudio jurídico tan solo tres meses después del incidente de María. No le pidió explicaciones... Luego de lo sucedido con la desaparición de su hija, eran obvias. Las sospechas que había levantado la misma policía contra él y su familia había sido suficiente para que sus amigos huyeran de su círculo íntimo. Lo obligó también a cambiar de domicilio... ¡Ese maldito detective!
Debido a su mala fama le había costado bastante encontrar un nuevo socio, hasta que al fin había conocido a Gastón. Este era un joven de lentes y esmirriado, con más ambición que personalidad; no tenía experiencia, sin embargo peor era estar solo. El trabajo lo había agobiado durante todos esos meses y la espera de noticias se había transformado en una tortura diaria. No obstante, luego de haber transcurrido un año, las cosas parecían haberse calmado y esperaba que así siguieran.
Colgó el teléfono y entró de inmediato al baño. Miró su cara en el espejo... ¡Qué viejo estaba! Sus ojos azules parecían desteñirse con esas profundas ojeras que jamás desaparecían. Su cabello, casi inexistente en la coronilla, que él trataba de peinar cómo podía, estaba totalmente gris. ¡Cuánto había envejecido, en tan sólo un año!
Poco después, cuando estaba en la ducha, volvió a sonar el teléfono.
— ¡Maldita sea! —exclamó molesto.
Sin embargo, un temblor recorrió su cuerpo... Otra vez esa idea, ese temor latente que en un instante se convertía en terror... ¿Y si fuera la policía?... ¿Convendría atender? Dejó que sonara el aparato, al ritmo de sus latidos que peleaban por salir del pecho, hasta que no lo escuchó más.
Pensó en María, mientras el agua salpicaba su rostro. Sonrió al recordarla, con seis o siete años, corriendo a sus brazos cuando él llegaba del trabajo. Había llenado de paz y felicidad su vida. En cambio, al evocar su rostro de 17 años, frunció el ceño; el último año las cosas habían cambiado. María había cambiado... Algo en ella lo inquietaba.
Cuando su hija mayor entró a la adolescencia se preparó para el cambio, para la rebeldía que le anticipaban todos sus amigos, que tenían hijos de su misma edad, pero aquello no se presentó. María era una chica estudiosa y responsable, madura para su edad. Tampoco notó cambios en su forma de ser con él, ni con su madre y hermana. Tenía incluso pocas amistades que él conociera y había tenido que alentara para que las invitara a casa. Sin embargo, a sus 15 o 16 años, algo cambió en ella... ¿Fue así? Reflexionó. ¿O el cambio se presentó antes? En ese momento ya no importaba, él se dio cuenta por aquella época.
Había algo en María que le inquietaba, que lo ponía incómodo... Lamentablemente para esa época él estaba "distraído" en sus asuntos, demasiado inmerso en su mundo personal como para prestarle mucha atención a su hija, sin embargo, el cambio fue notable.
Si bien los límites que le imponía los acataba sin discutir, era demasiado consciente de su debilidad como para cerrar los ojos a la verdad. Sabía que cuando a ella se le metía algo en la cabeza por lo general terminaba cediendo y dando su consentimiento. ¿La había consentido tanto al punto de provocar lo que había pasado a continuación? Sí... quizás, sí.
María cambió su vestuario, más a "la moda" como ella decía, que consistía en faldas cortas y escotes. Comenzó a salir a fiestas, a juntarse con chicos. Incluso había llevado uno en particular a casa... Ese estúpido de Leonardo No Sé Qué... ¡Cómo le había repugnado! Y cuando le dijo que era su novio, fue peor. Habían discutido en numerosas ocasiones, pero como creyó que su madre era la más idónea para darle consejos, dejó el asunto en manos de ella. Además siempre estaba ocupado... Por esa época, había conocido a Maura Velásquez.
Recordó el día trágico en que María los descubrió juntos en su oficina. Se habían quedado solos y la manía que tenía su hija de ir a verlo luego del colegio jugó en su contra. Su hija, como era de esperar, lo tomó muy mal y desde entonces había vivido con un miedo perpetuo a que se lo descubriera a su madre. La había colmado de regalos para aplacar el fuego del infierno en que se había metido. ¿Había sido un error? ¿Consentirla hasta ese punto para que no lo delatara? Deseaba que mantuviera el secreto a toda costa... y de otra forma no habría podido lograrlo... Aunque ahora pensar en eso era ridículo, porque el secreto había salido a la luz de todos modos. Los diarios lo habían comentado...
Luis Furlotti salió del baño y se cambió, gracias al cielo no había vuelto a sonar el teléfono. Esperaba esa noche cenar con Maura. Durante mucho tiempo habían tenido que estar en la oscuridad debido al escándalo y ya estaba harto de todo aquello. Si dos personas se querían, ¿por qué ocultarse? La presencia de Norma no le estorbaba y tenía un futuro más prometedor y feliz con otra. ¿Alguna vez su esposa le había importado?
— No.
La respuesta salió de forma inconsciente de sus labios. Y se sorprendió al oírla; nunca, hasta ese momento, se había permitido admitir la verdad. Ni si quiera en su fuero íntimo.
¿Amaba a su esposa? ¿Alguna vez la había amado? La verdad era que desde casi el comienzo de su relación se había sentido incómodo en su presencia. Norma no era hermosa, no estaba dentro del tipo de belleza femenina que le gustaba, lo había atraído simplemente por su rapidez intelectual, muy diferente a las mujeres con las cuales solía salir. Había quedado prendado de ella, pero no pasó mucho tiempo para que aquello mismo comenzara a molestarle, se sentía inferior a su mujer. No era que ella se lo dijera, jamás una palabra salió de su boca por ello, sin embargo eso no evitaba sus pensamientos.
Estaba a punto de acabar la relación cuando ella quedó embarazada y no la dejó entonces porque creyó en que su deber era criar a ese niño. Quizás las cosas cambiaran entre ellos. Por el contrario, no fue así, a pesar de que ella dejó sus estudios y poco salía, no dejaba de verse intelectualmente inferior. Aquel detalle comenzó a provocarle un rencor absurdo y no perdía ocasión, en las innumerables peleas que tuvieron desde entonces, de hacerle notar que él era superior a ella, casi de manera inconsciente. Su relación se enfrió considerablemente.
El bebé no logró unirlos. Luis adoraba a su pequeña, pero pensaba que demostrar amor era una debilidad y debía guardar las apariencias. Le chocaba que Norma no sintiera lo mismo y fue grande su desprecio, que no disminuyó en nada. No reparó en la depresión de su mujer ni le dio importancia. No entendía por qué no cuidaba a la niña, por qué no le gustaba cargarla ni jugar con ella. Siempre estaba de mal humor, siempre tenía algo desagradable que decirle cada vez que él volvía a casa, haciendo de su existencia una miseria. Él tenía que resolver hasta los más mínimos problemas domésticos porque su esposa era incapaz de encargarse de nada. Tanta inteligencia no le servía de nada, se mofaba, sintiéndose superior.
Sentirse superior a su esposa no cambió en lo más mínimo su forma de tratarla porque sabía, muy en el fondo, que sólo era un espejismo. Criado en una familia tradicional en donde el hombre siempre es, o debe ser, superior a su mujer, tanto en lo físico como en lo intelectual, en donde sus deberes sólo se limitaban a traer dinero a casa y a dejar a su esposa que se encargara de lo demás; no es sorprendente que Luis Furlotti pensara como pensaba y se sintiera como se sentía al casarse con una mujer infinitamente superior a él.
No la comprendía ni la comprendió nunca. Comenzó a sentirse tan desdichado que no tardó en ver la solución menos aconsejable, pero sus escrúpulos estaban dormidos en su interior, sus principios y valores fueron dejados de lado en un intento de sobrellevar la tristeza que le provocaba un matrimonio tan desigual e infeliz. Luis comenzó a buscar un escape fuera de casa... ¿Con cuántas mujeres había estado desde entonces? Él ni lo sabía y sólo se cuidaba de que Norma no se enterara.
Cuando tuvieron a Josefina algo pareció cambiar en ella y no tardó en obtener sus frutos. Esta niña logró unirlos. Sin embargo, no era su destino mantener el cambio y al pasar los años el deterioro de su matrimonio fue evidente. ¿Por qué siguió con ella? No podía explicarlo, quizás fue por sus hijas, por comodidad, por inercia. Luego, hacía poco, habían tenido a Belén. Fue una sorpresa, fruto de un aniversario, una pelea con Maura (con la cual salía hacía unos seis meses), una promesa de fidelidad a su esposa, que ya sospechaba algo, y varios tragos de más.
En ese entonces, sin embargo, ya la palabra "divorcio" rondaba por su cabeza. Pero el súbito embarazo de Norma había cambiado las cosas. Fue débil, tuvo miedo al escándalo. Le importaban mucho las apariencias y, en un mundo donde eso era lo más importante, él tenía que forzosamente a adaptarse a su situación. Mantener sus amistades, la aceptación en el club de abogados del que era parte, sus clientes, todo dependía de su reputación y no estaba él en condiciones de sacrificarla. Si no... Bueno... las consecuencias estaban ahora a su vista... Cuando pasó todo, cuando se supo todo...
Descolgó el teléfono y llamó a Maura, para saber si ya estaba lista, así la pasaba a buscar. Le dijo también un montón de cariñosas palabras que por primera vez en su vida decía con franqueza. Por un momento se sintió feliz... libre... hasta que el rostro de María fue a amargarle sus pensamientos.
Recordó la noche anterior al día en que su hija mayor desapareció. Había tenido con ella una pelea tremenda. Había entrado a su habitación y con toda ingenuidad le expuso sus proyectos a futuro... María no deseaba ser abogada como él, algo que íntimamente siempre había deseado al punto de darlo como un hecho, sino modelo y actriz.
Aquello le provocó repugnancia... ¡Qué desperdicio! ¡Modelo! ¡Actriz!... ¡Se había vuelto loca! Era una chica inteligente. ¡Sus calificaciones eran las mejores de todo el colegio! Además de hermosa, brillante, carismática... Siendo modelo su talento se perdería para siempre en la mediocridad. Así pensaba su padre y lleno de prejuicios, se lo dijo.
María necesitaba su firma para poder ingresar a una agencia de modelos con la cual se había comunicado, ya que era menor de edad. Como dedujo que con su madre no tendría éxito, fue en busca de su padre, que siempre cedía a sus caprichos. Grande fue su sorpresa y su enojo al comprobar que no cedería esta vez. La pelea fue monumental.
Furlotti recordó con un escalofrío las últimas palabras de su hija: "¡Le diré a mamá lo que haces!", mientras salía de la habitación y corría escaleras abajo. No necesitó preguntarle a qué se refería. Sus temores se manifestaron ante la posibilidad de que su oscuro secreto saliera a la luz y el nombre de Maura se le vino a la mente. Aunque muy en el fondo sabía que sólo era una amenaza, el miedo lo invadió y una ira ciega anuló sus actos; la siguió abajo y la detuvo, apretándole el brazo fuertemente. María lo miró con horror y miedo. Aquello le devolvió la cordura y la soltó. Nunca había sido un hombre agresivo pero el impulso lo llevó a ello.
No le dijo nada, su actitud habló por él y María, luego de huir espantada, había cerrado su boca. La cena fue tensa y no dejó de mirarla de reojo, aún enojado. Su hija, sin embargo, le sonreía con una muda burla. El miedo que sintiera antes parecía haber quedado en el pasado. Era una afrenta a él. Lo desafiaba con esos malditos ojos azules.
Esa larga noche de insomnio pensó en cerrarle la boca para siempre antes de que fuera demasiado tarde. Dentro de su egoísmo, deseó que María no hubiese nacido nunca...
Las llaves de la puerta del departamento que llevaba en la mano cayeron al piso, provocando tal ruido que lo sacó de su ensimismamiento. Se había preparado para salir de manera automática y no se había dado cuenta de que estaba fuera del hogar. ¡¿Cómo podía haber pasado?! Desconcertado, tomó las llaves del suelo y cerró la puerta, comprobando antes de llevar la billetera y el estuche con los hermosos aros que le llevaba a Maura de regalo.
Dentro del auto se detuvo unos minutos, con el ceño fruncido, para poder pensar con más coherencia... Antes de ir a ver a Maura debía llevarle un dinero a Norma para la ortodoncia de Josefina, pero no tenía ganas, vivían demasiado lejos. Desde que se separaron, cada vez que tenía que ver a su ex mujer y a sus hijas le molestaba. Siempre intentaba evitarlo y hacía ya tres meses que no las veía. Pero Norma se había puesto pesada con lo del dentista. ¡Qué fastidio! ¡Para lo único que le llamaban era para pedirle dinero! Sin embargo, era su deber... Deber que, al arrancar el auto, dejó para otro día.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top