Los antiguos pecados pesan en el alma:

No fue necesario llamarle a Rubén para tener una conversación con él ya que estaba en su casa esperándola. Cuando entró lo encontró conversando entretenido con su madre, que se reía de una anécdota. Los tres estuvieron hablando un largo rato y el hombre fue invitado a cenar.

Cuando al fin se levantó para irse Lucía lo siguió hacia afuera de su hogar, mientras su madre levantaba de la mesa los platitos del postre.

— ¿Descubriste algo nuevo? —le dijo Rubén, no con curiosidad sino con pesimismo.

— Bueno...

La miró sorprendido, en su rostro se retrató la evidencia de que no esperaba que su amiga descubriera algo interesante.

— No me digas que hallaste algo.

— ¿No me tenías fe? —rió Lucía, luego se puso seria—. No hallé mucho, pero sí algunos indicios interesantes de tener en cuenta—dijo la joven, sonriendo satisfecha—. Encontré a la señora Valverde no muy dispuesta a hacer confidencias pero algo me comentó del tema. Al cabo de un rato no me dijo nada que no supiéramos ya pero... creo que oculta algo. Estoy segura de ello.

— Bueno, esa viejecita es astuta, no pensaba que fuera a cooperar mucho contigo.

— Así fue —suspiró desanimada, de pronto su semblante cambió—. No le saqué muchas palabras pero cuando fui a ver al jardinero de los Watson, el señor Paez, obtuve algo mejor. No creo que haya sido un observador muy quisquilloso como la anciana, de eso puedes estar seguro, pero me dijo algo que entonces le pareció extraño...

Tenía toda la atención de su amigo.

— Me dijo, aunque recalcó que no estaba seguro, que la misma mañana en que desapareció María Furlotti vio a la señora Auger salir de su casa y asomarse por una pared baja que da al jardín delantero de los Furlotti...

— ¡Marisa Auger! Pero no es posible... —la interrumpió.

— Eso pensé yo, él parecía seguro, de todas maneras me hizo notar que la vio de espalda. Raro, ¿no?

— Bastante, considerando que no sólo ella dijo que había estado toda la mañana en su trabajo sino que fue corroborado por un testigo.

Rubén se detuvo, pensando, mientras se paseaba por la vereda poco iluminada. La oscuridad los rodeaba y sólo las luces amarillas del alumbrado público estaban encendidas.

— ¿Le preguntaste como a qué hora fue?

— El único horario que recordaba fue cuando vio pasar a María con su amiga. Luego fue vago, dijo haber visto a ésta última ir en dirección a la plazoleta a tomar el colectivo. Y nada más. Dice que estaba probando a un nuevo ayudante, un tal David. Entonces fue cuando vio a la señora Auger.

— Así que Marisa Auger fue a casa esa mañana... Hubo dos testigos: un cliente dijo que tuvo una reunión larga con ella temprano ese día. El otro testigo, si mal no me acuerdo, expuso que la vio salir del trabajo por un café o por el diario, algo así, a las 11.40. Quizás confundiera el horario. La descartamos porque pensamos que no tendría tiempo de ir y venir... ¡Qué estúpido! ¡Estaba tan convencido de investigar a su familia y a ese asqueroso de Auger que no le di importancia a su mujer!

— Quizás el jardinero se equivoque pero, si quieres saber mi opinión, no es así. Cuando una persona recuerda algo tan vago después de tanto tiempo es porque no pudieron olvidarlo debido a que les pareció extraño. Eso hay que tener en cuenta. Podemos confirmarlo, ese ayudante suyo, quizás recuerde algo.

— ¿El ayudante del jardinero?

Lucía asintió con la cabeza.

— David... algo... no lo recuerdo. No hubo nada con el chico, muy joven, de unos 19 más o menos. No vio nada. Sólo recordaba haber visto a María y a su amiga pasar porque "nunca había visto a una mina de esa calidad"... esas fueron sus palabras. Pero estaba nervioso porque el jardinero no paraba de regañarlo y no prestó atención a lo demás... pero... podría hacer una llamada... por las dudas.

— Eso sería interesante.

— Bueno... averiguaste un indicio.

— Hay algo más...

— ¿Averiguaste algo más?

— Encontré a un testigo que nunca fue interrogado. —Rubén la miró perplejo—. El tipo que atiende un kiosco frente a la parada del colectivo, en la plazoleta.

— No... sí lo fue. Me acuerdo de él, era un tipo obeso. Le dije a Jorge que había que interrogarlo y recuerdo perfectamente que dijo haber ido y que el hombre no sabía nada...—El hombre se detuvo de repente y frunció el ceño—. ¡Demonios! ¡Quizás me mintió! Justamente el día anterior apareció el tal Uviña y todos seguían esa pista. Él estaba seguro que era ese hombre... ¡Dios! Ni siquiera se tomó el tiempo de ir a ver al kiosquero.

— ¿Quién es Jorge?

— El investigador a cargo del caso: Jorge Forte.

— Tendría que haber ido, Beni, el hombre del kiosco me dijo que vio al novio de María. Dijo que le compró un chicle y que se veía nervioso... Y estaba seguro, recordaba muy bien a María, y no de una forma muy correcta, si puedo opinar...

— ¡¿Escoda?! Eso sí que no puede ser, estuvo en el colegio. Muchos testigos lo vieron.

— Y sí, lo vieron, pero como María y Alina, debe haber salido antes. Probablemente la directora lo sabía y para no tener problemas con la policía se lo calló. No me sorprendería nada. No se preocupaban mucho si un estudiante faltaba a clases. Esa mujer no es de confiar. Además, me gustaría que investigáramos un poco a ese kiosquero, me dio mala espina.

Rubén se llevó las manos al rostro, ni siquiera se le había ocurrido que la directora del colegio podría haber mentido con la coartada de Leonardo Escoda para taparse a ella misma y a su institución.

— Eres buena en esto, Luci, mucho mejor que yo —reconoció.

— Bah, corrían contra el tiempo, ahora nos sobra.

Unos días después se daría cuenta que el tiempo no les sobraba y que si querían descubrir la verdad tendrían que darse prisa. El tiempo corría.

Al día siguiente recibió una llamada de Beni, muy temprano en la mañana, había llamado al ayudante del jardinero: el chico vio a una señora salir de la casa enorme que está al lado de los Furlotti y nada más. No le dijo nada a la policía porque no le dio importancia. Por otro lado, había andado investigando los antecedentes del kiosquero, encontró una detención por conducir en estado de ebriedad hacía unos ocho años y nada más. El hombre parecía no tener problemas con la ley.

Esa misma mañana Rubén pasó por ella en su viejo auto y ambos salieron en dirección a la nueva casa de la señora Furlotti.

— Esto se pone cada vez más extraño.

— Sí. Olvidé preguntarte si fuiste a casa de los Auger —dijo Rubén.

— Sí, pero están de viaje. Vuelven en un mes.

Le pareció una desgracia, él sabía mejor que Lucía que estaban teniendo suerte debido a que aún nadie se había enterado lo que estaban haciendo pero mientras más gente supiera más posibilidades había que la policía se enterara y comenzaran a meter las narices. Aparte que se jugaba el puesto laboral.

— Te traigo un regalo —le dijo el hombre, se inclinó hacia el asiento trasero del coche y le pasó una gruesa carpeta.

— ¿Qué es esto?

— Parte del expediente del caso. La más importante, la que contiene las coartadas y los nombres de los involucrados. Servirá...

— ¡Ah! ¿Y cómo conseguiste que te lo prestaran?

Rubén le sonrió con culpabilidad... no se lo habían prestado.

— ¡¿Te lo robaste?!

— No tenía otra opción. Hay que hacerle una copia así esta tarde lo devuelvo. Nadie se enterará.

— Eres un genio, Beni.

El joven largó una carcajada, mostrando todos sus hermosos dientes. Lucía cada vez lo apreciaba más. Ese hombre tenía valor, sin duda.

La casa nueva de la señora Furlotti estaba bastante alejada de la ciudad y tuvieron que conducir cerca de una hora y media hasta llegar a ella. El lugar no podía ser más diferente que dónde vivían antes. La casa era bastante vieja, pequeña y estaba ubicada en un diminuto pueblito de campo. Sin embargo, tenía su encanto, estaba rodeada en U por altos árboles dejando al descubierto su pulcro frente. La vista era hermosa.

Bajaron del auto a estirar las piernas, el viaje había sido largo.

— Bueno, vamos, nos debe estar esperando —dijo Lucía y miró de reojo a Beni. Algo en su rostro hizo que su mirada volviera a posarse en la de él—. Le avisaste que veníamos, ¿no?

— No. Es mejor así. No tiene tiempo de prepararse.

Lucía se quejó.

— Espero que esté en casa.

Se adelantó a su compañero y tocó la puerta, espero... nada. Volvió tocar...

— Quizás no haya nadie, tendrías que haber llamado Beni —le susurró.

En ese momento se oyeron pasos y poco después se abrió la puerta, una mujer asomó su cabeza. Al ver a la que antes fuera la señora Furlotti Lucía se sorprendió, no era como se la había imaginado en ningún aspecto. Era una mujer muy delgada, con los huesos de los hombros salidos, bolsas en los ojos y una mirada de tristeza eterna. Su cabello estaba atado en su nuca en una especie de descuidado rodete.

— ¿Si...? —dijo con desconfianza. El hombre se adelantó.

— Hola, señora Furlotti. No sé si me recuerda, soy Rubén Tewel. Contribuí en el caso de su hija María.

Por unos segundos a Lucía le pareció ver en atisbo de miedo en los ojos oscuros de la mujer.

¿Miedo?... era casi terror. Pero pasó, como se desvanece un espejismo.

— Ya no uso ese apellido —fue el único comentario de la mujer.

El hombre le presentó a Lucía y le preguntó si podían pasar a hablar con ella. Aunque reacia, la mujer terminó abriéndoles la puerta.

Los condujo a una pequeña salita. Era estrecha y con un mobiliario algo lujoso, más de ciudad y un poco fuera de lugar. Eran vestigios de la antigua vida de Norma Furlotti. Se sentaron en un sillón doble, mientras la mujer lo hacía en una cómoda silla. Entonces el hombre le contó brevemente lo que estaban haciendo por allí, concluyendo:

— Creemos que, aunque ha pasado bastante tiempo, podemos sacar en claro qué pasó con su hija.

— ¿Reabrirán el caso? —La mirada de la mujer estaba posada en el piso y sus manos temblaron un poco al pronunciar aquella frase.

— No, no. La policía no se involucrará. Lamentablemente no puedo hacer eso. Pero, si usted está de acuerdo, podemos ver qué sacamos en claro del caso.

No le habló del libro de Lucía, a la gente no le agradaba mucho que sus problemas se ventilaran en público.

— ¿Cómo una investigación privada? ¿Cuánto costará? No tengo mucho dinero. Desde que me separé vivimos con lo poco que gano, estoy trabajando en una pastelería, ¿sabe? —Sonaba reacia.

— No se preocupe, no le pediremos dinero. Sólo queremos saber qué ocurrió con María.

Al oír el nombre de su hija mayor, la mujer tuvo un escalofrío. Bajó la mirada y quedó pensativa.

— Bien... —asintió con la cabeza y, como siempre había hecho, Norma tomó las circunstancias de la vida como venían, sin oponerse a nada.

Rubén y Lucia intercambiaron una mirada de alivio.

— Primero que nada, nos gustaría que nos dijera todo lo que recuerda de ese día, señora... ¿cómo quiere que la llame? —dijo Lucía.

— Solo Norma, si les parece —respondió, luego añadió—: Siempre me he preguntado qué pasó... yo... hay días que no puedo dejar de pensar en ella.

Lucía se levantó y tomó su mano con calidez.

— No se preocupe más, hemos venido a ayudarla.

La mujer la observó y asintió con la cabeza sonriendo, había sólo tristeza en su rostro y a la chica le pareció más humana. Sin embargo, retiró su mano y su mirada se tornó huidiza. Era extraño... algo ocultaba. La chica se quedó desconcertada ante este pensamiento pero Beni la distrajo.

— ¿Podría hablarnos de ese día?

Lucía se volvió a sentar, tratando de recordar cada detalle del testimonio de la madre que estaba impreso en el expediente. Lo había estudiado a fondo en aquel largo viaje.

— Por supuesto. Me levanté como siempre, a las 7.00 o 7.15 de la mañana. Preparé el desayuno para mi esposo y para María, y nos sentamos a desayunar los tres. Josefina, mi hija menor, estaba enferma con gripe y la dejé faltar al colegio ese día. Ellos se fueron y me puse a hacer las tareas de la casa. Cuidé de Belén, mi pequeña bebé, y le subí el desayuno a Josefina como... a las 9.00. Estaba tranquila y no tenía fiebre. —La mujer se detuvo y suspiró—. Luego vi que me faltaban algunas cosas y, como Belén dormía y Josefina también, pensé en ir al supermercado a hacer las compras.

— ¿Cómo a qué hora salió de casa? ¿Vio llegar a María? —preguntó Lucía.

— No, no la volví a ver más. Salí más o menos a las 10, pensando en que iba a volver pronto. Fui al supermercado e hice las compras pero rechazaron mi tarjeta y tuve que ir al cajero a sacar dinero. Como no estaba lejos decidí ir caminando, de todas formas o tuve suerte, estaba repleto de gente. No sé ni cuánto tiempo estuve allí. Saqué el dinero necesario y volví, hice las compras necesarias. Luego volví a casa. Era muy tarde... quizás las 12.30 0 13.00 no estoy segura.

— ¿Cómo encontró las cosas en casa? —dijo Lucía.

— Normales. Josefina dormía, aunque había empeorado, y Belén lloraba en la cama de la habitación de María. Me sorprendió, la tomé y la calmé. Pensé que Josefina la había dejado allí pero al desperatrla me dijo que María la había tomado. La escuchó hablar con Alina (ella era su mejor amiga). Entonces pensé que se había ido a su casa. Nunca le pregunté a qué hora la había oído, por lo que pensé que había sido luego de la salida del colegio.

— ¿Su mochila estaba allí? ¿Notó algo raro en la habitación? —dijo Lucía.

— Sí, su mochila estaba sobre una silla, pero no su uniforme escolar. No noté nada raro... —Se detuvo, pensando —. No... nada había de raro allí.

— ¿Y luego qué pasó?

— Comencé a preocuparme cuando se hizo de noche y María no aparecía por casa, entonces llamé a casa de la señora Ponce que me dijo que no estaba allí. Probé en casa de Leonardo, ya saben el novio, pero tampoco la habían visto. Hice algunas llamadas y bueno... luego llamé a la policía, por supuesto —dijo la mujer poniéndose a la defensiva.

— ¿Faltaba algo de ella personal?

— No, su billetera estaba allí, junto con su documento y todo su dinero. No faltaba nada de eso... También su ropa... Ella no huyó, estábamos seguros porque no se llevó nada. Lo único que faltaba era el uniforme escolar que llevaba puesto ese día, por lo demás estaba todo en su habitación. Inclusive el celular lo cual es muy extraño, ella siempre lo llevaba encima.

Hubo un breve silencio.

— ¿Y no recuerda nada extraño que pasara ese día o los anteriores a su desaparición? Alguna persona extraña que le hablara.

Norma se detuvo a pensar un poco pero la verdad era que en ese entonces tenía tantos problemas personales que no se había ocupado mucho de sus hijas y menos de María.

— No. No noté nada de eso —concluyó.

Lucía suspiró desanimada. No llegaban a nada, entonces decidió cambiar de estrategia.

— ¿Sabía si tenía problemas con alguien? ¿Se llevaba bien con su novio? ¿Y con su amiga Alina Ponce?

— Sí, que yo sepa se llevaba bastante bien con ambos —dijo de manera automática y agregó—: María solía llevarse bien con todo el mundo. Nunca la escuché quejarse de tener problemas con alguien.

— María era perfecta —dijo una voz desde el umbral de la puerta.

Los tres se dieron vuelta a ver a la joven. Tenía el cabello atado y vestía el guardapolvo de las escuelas públicas. Acababa de llegar.

— ¡Josefina! —la retó su madre al notar el sarcasmo de su voz.

— Es cierto. Se creía tan perfecta que causaba problemas a dónde iba. Pero claro ella "parecía" no notarlo. —La chica se encogió de hombros y sonrió con malicia.

— Josefina, ¿podrías dejar de hablar tontería y...? —En ese momento el sonido del teléfono los interrumpió y Norma se detuvo.

La mujer pidió disculpas y se levantó, saliendo luego de la sala. Lucía tomó al vuelo la oportunidad.

— ¿Dices que ella causaba problemas sin proponérselo?

— Bueno... yo no diría tanto. A María le gustaba que los demás la envidiaran por algo. Le agradaba ser el centro de atención de todo el mundo, era algo que le obsesionaba. Pero sí, no siempre los buscaba, o al menos de manera consiente.

— ¿Qué quieres decir? —intervino Rubén.

— Por ejemplo: una vez la escuché hablar con Leo sobre el mejor amigo de él en ese entonces. La cosa era que le estaba enviando muchos mensajes a María y era obvio que a Leo le molestaba. Especialmente porque ella le respondía de una forma... un poco provocativa. Entonces María le contestó que le respondía así para que Leo aprendiera cómo un hombre tenía que tratar a su novia. Me explico: Leo no solía mandarle muchos mensajes al celular ni estaba muy pendiente de lo que hacía María. La cosa era absurda desde donde uno la mirara, pero ella no pensaba en el daño que le hacían sus palabras a su propio novio o el conflicto que pudiera provocar entre los amigos, lo único que le importaba era que Leo le mandara mensajes todo el día y que estuviera pendiente de ella. Y no es que le importara el otro chico. Le gustaba que Leo la celara a toda costa... No pensaba bien sus actos, era muy egoísta.

En ese momento volvió su madre.

— ¿Josefina, podrías ir a ver a Belén? La dejé durmiendo arriba.

La chica salió de la sala y escucharon cómo subía las escaleras. Lucía no creía que Norma tuviera algo más importante que decir y no quería perder la oportunidad de hablar con la chica. Ésta parecía estar más dispuesta que su madre a hablar con franqueza, algo que no haría frente a ella.

— ¿Disculpe, Norma, podría usar el baño? El viaje ha sido bastante largo —le dijo a la mujer. Rubén la miró sorprendido.

— Sí, claro. Está en el piso de arriba, a su izquierda.

Entonces Lucía se levantó y salió de la sala, antes de eso intercambió una mirada con Beni que parecía significar: "Hazte cargo de la madre, voy por la hija".

Apenas empezó a subir la escalera oyó como el hombre se hacía cargo de su indirecta y daba rienda suelta a su ingenio para distraer a la señora Furlotti.

En el piso de arriba todo estaba calmo y Lucía no tuvo otra opción que dirigirse al baño. No pensaba comenzar a abrir las puertas buscando a Josefina. Cuando salió de este tuvo más suerte.

Al abrir la puerta del sanitario vio cómo la puerta del final del pasillo estaba entreabierta y escuchó claramente a un niño pequeño reír. Pensando que era la habitación de Josefina que estaba con su pequeña hermana se dirigió hacia allí. Sin embargo al abrir la puerta se dio cuenta que el cuarto era usado para depositar bártulos que no cabían en la diminuta casa. Asombrada vio como la pequeña niña reía mientras observaba su reflejo en el espejo enorme que estaba apoyado en la pared.

Iba a entrar al cuarto cuando una menuda sombra pasó por al lado de ella. Lucía pegó un respingo y casi grita del susto. Era Josefina. Venía sin el guardapolvo y calzaba zapatillas.

Tomó a su hermanita del piso.

— ¡Al fin te encuentro! —le dijo con alivio. Luego miró a Lucía—. Siempre se escabulle, es muy silenciosa, ¡como un gato! Le encanta mirar su reflejo en el espejo, se divierte mucho.

— Sí, reía cuando la vi.

— Le gusta mucho este lugar pero mamá no la deja entrar aquí, es muy peligroso. Hay pilas de cajas por todas partes y puede haber un accidente. Últimamente lo estaba cerrando con llave... ¡qué raro! Hoy se debe de haber olvidado —dijo la chica, mirando la puerta, luego agregó—: Acá mamá guarda algunas cosas inservibles, no comprendo por qué lo hace. Este ropero era de mi hermana, y todas esas cajas, ese espejo, ese tocador, ese perchero. Le dije que era mejor darlos pero se niega a hacerlo. A mí no me gusta entrar aquí, me siento... incómoda.

Mientras hablaba se iba dirigiendo a la puerta. Lucía se apartó para dejarla pasar. En el pasillo continuó:

— Todo en esa habitación me recuerda a ella... Es como si... como si María todavía siguiera allí —dijo Josefina, encogiéndose de hombros, mientras entraba en otra habitación.

A Lucía esa frase se le grabaría a fuego en la memoria. Pensó que era razonable que se sintiera así, todas las cosas de María estaban allí. Y se preguntó por qué su madre no se había deshecho de todo, quizás en el fondo Norma aún esperaba a su hija. Entonces, si ella no había tenido nada que ver en su desaparición, por qué le parecía que ocultaba algo.

Entró en la habitación de Josefina, había puesto a Belén en su cama y jugaba con ella.

— ¿Podría preguntarte qué recuerdas del día en que desapareció María?

Josefina la miró y luego se encogió de hombros.

— Sé muy poco... estaba enferma, no presté atención. Recuerdo que mamá me llevó el desayuno tarde, no fui al colegio. Luego... desperté y oí voces, reconocí a Alina y a María discutiendo. Pensé en mamá y en por qué no las hacía callar.

— ¿Recuerdas de qué discutían?

— No. No oía bien... Algo de...

— ¿Sí?

— No estoy segura pero creo que Alina decía algo de irse no sé a dónde con un viejo no sé qué, y que no iba con ella. Pensé que se refería a su estúpido brazalete de plata. Luego escuché un golpe y María chilló, como si se le hubiera caído el celular. Y empezaron a discutir a gritos entonces me harté y cerré la puerta de la habitación. No las oí más.

— ¿No oíste nada más?

— No. supongo que Alina se fue poco después de eso. María se ponía muy pesada cuando discutía, supongo que no la aguantó más.

— ¿Algo más?

— Mmmm... ¡Ah! Sí, la oí cargar a Belén. Aunque eso fue mucho después. No recuerdo ahora la hora... pero me despertó el llanto.

— ¿La viste?

— No, la oí.

— Sólo caminar.

— Caminaba mientras tarareaba una melodía, siempre hacía lo mismo para calmar a Belén. A mí nunca me funcionó.

Eso era algo nuevo... pensó Lucía. Si ella había escuchado a su hermana tararear la cosa cambiaba. María estaba en casa a las 11.30.

— ¿Para qué quiere saberlo?

— ¡Oh! Rubén y yo hemos venido a ayudar con el caso de tu hermana. Queremos descubrir lo que...

— ¡¿Y traerla a casa?! —Lucía se quedó desconcertada. Había terror genuino en los ojos de la menor.

— Bueno... no lo sé...

— ¡No!... —La palabra se le escapó y se detuvo asustada. Miraba a Lucía con recelo—. Digo... que no sé...

Balbuceaba y se detuvo, enredada en sus propias palabras.

— ¿No deseas que vuelva? —dijo Lucía, no debió preguntarle.

Josefina la miró con el ceño fruncido.

— Yo... no.

— ¿Por qué? —preguntó perpleja.

— No lo entendería.

Josefina se levantó y le cerró la puerta en las narices. Lucía se quedó petrificada, mirando la puerta de madera pintada de blanco.

Desde el piso inferior se oyó la voz de la señora Furlotti: "Josefina, ¿está todo bien allí arriba?"

Lucía pegó un respingo y, dándose la vuelta, comenzó a bajar las escaleras. En el umbral de la puerta de la sala encontró a la mujer.

— Encontramos a la niña en una habitación llena de cosas. Josefina dijo que no debería estar allí.

— ¡Ah! Pero... creo que la cerré.

La señora Furlotti se quedó pensando, con el ceño fruncido. En ese momento apareció Rubén a su espalda.

— No deberíamos entretener más a Norma, Lucía, es hora de irnos —dijo el hombre.

Lucía comprendió, la mujer debía estar al límite de su paciencia y no era bueno forzar las cosas. Media hora después estaban camino a la ciudad.

— ¿Te fue bien con la chica?

— Más o menos, me dijo algunas cosas curiosas. Nombró algo de la discusión de las amigas: Alina decía algo sobre irse con un viejo a algún lado.

— ¿Alina irse con un viejo?

— Josefina lo interpretó como si fuera un viejo accesorio ya que le decía que no iba con ella pero... me pregunto si no interpretó mal la frase desconexa.

— Que Alina no se refería a ella sino a María.

— Exacto... supongamos que discutían porque María quería irse con un viejo... que no era un objeto...

— Auger —dijo Rubén y ambos intercambiaron una mirada.

— Hay que hablar con ese hombre... ¡y tendremos que esperar un mes! No voy a soportarlo... de todos modos hay algo más, Josefina se puso muy mal cuando le dije que íbamos a ayudar a su familia a buscar a su hermana. Estaba aterrorizada, Beni. Me dijo que no quería que volviera y me cerró la puerta en la cara. Se volvió agresiva...

— Esa familia oculta cosas, Luci... estoy seguro. Yo no tuve suerte con la madre, no dijo ni una palabra más de lo que ya sabemos por el informe policial, siempre repite lo mismo. Hasta me resulta extraño que lo recuerde con tanta precisión después de tanto tiempo. Es como si se lo hubiese aprendido de memoria.

Hubo un breve silencio.

— ¿Y ahora qué hacemos?

— Ver al padre...

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