Leonardo Escoda:
Ella nunca había abandonado su mente, durante todo ese tiempo no pasaba ni un día en que su recuerdo no viniera a arruinarle el momento. Sin embargo, esa misma mañana había sido peor que antes, gracias a aquella estúpida pelea. ¿Por qué la gente simplemente no lo dejaba en paz? Hacía un año que no la veía, que no escuchaba su voz... No obstante, aún oír su nombre lo atormentaba y más todavía cuando era pronunciado por labios tan indignos. ¿Qué sabía él y sus amigos de su dolor? ¿Qué sabían de lo que había pasado? ¡Nada!
Esa mañana de sábado, que por primera vez no participaban en algún partido, el entrenamiento con el equipo de básquet había sido brutal, según su parecer. Todo se debía a que el fin de semana siguiente tenían un partido contra su rival: Los Halcones. Aunque más que halcones parecían canarios con esa ridícula remera amarilla, solía pensar Leo.
Cuando terminó, fue a los vestidores y comenzó a cambiarse. Pensó en qué haría ese día, era sábado y la mayoría de sus compañeros salían, sin embargo él no porque... ya no tenía amigos. Nadie le había vuelto a hablar, nadie se había acercado a él desde el incidente de la desaparición de María, su ex novia. No los culpaba, eran una bolsa de imbéciles que se habían creído todas las historias fantásticas que inventó la prensa. Y él había sido una buena carnada para los lectores. Como novio de María desde el inicio todo el maldito mundo le había colgado la etiqueta de "culpable".
Estaba atándose las zapatillas cuando entró Víctor Pérez y compañía. Sus antiguos amigos, o más bien, los antiguos amigos de María, según descubrió más tarde. Víctor lo detestaba con toda su alma, siempre había sido así. Era bajo y no jugaba tan bien como él, sólo formaba parte del equipo por la influencia de su padre más que por mérito propio. Siempre lo había visto como a un rival pero todo empeoró cuando fue novio de María, que al parecer le gustaba. Por lo tanto, cuando ella desapareció tan misteriosamente no dejó pasar ocasión para hacer de su vida un infierno.
— Ayer te vimos, Escoda, con la otra pendeja tan fea. ¡Es vomitivo! ¿No tienes estómago?
Este comentario fue seguido de risas burlescas. El aludido lo ignoró.
— ¡Y ya no se esconden! —rió otro de los chicos.
— Ni siquiera por misericordia, Fran —susurró en respuesta otro de los presentes, un chico alto y rubio, con una cara llena de pecas.
Leo siguió guardando las cosas en su mochila, como si los demás no existieran. Mientras más rápido se fuera de allí, mejor.
— Claro que no, ¿para qué? Ahora que la policía no los busca se creen con el derecho de mostrarse en público. ¡Son tan patéticos! ¿Qué hicieron? —manifestó Víctor y luego, con profundo odio, se respondió a sí mismo—: Seguramente mataron a María para estar más libres. La cortaron en pedacitos y la enterraron en el jardín.
— ¿Qué has dicho? —preguntó Leo, mientras las manos le temblaban por la ira. La mochila cayó al suelo.
—Lo que oíste —dijo Víctor, enfrentándolo cara a cara, con el odio en su mirada.
Leo sabía que no debía enojarse ya que de comentarios como ese estaba acostumbrado, tenía que dejarlo pasar y seguir con lo suyo, pero esta vez no pudo hacerlo. Perdiendo todo dominio de sí mismo, se lanzó sobre su compañero y lo golpeó en la cara. Rodaron por el piso, recibiendo ambos golpes, mientras los demás gritaban:
— ¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!
— ¡Dale con el gancho, Víctor!... ¡En la nariz, idiota!
— ¡Muerte al asesino! ¡Muerte al asesino! —gritaron en coro los demás.
El tumulto y el griterío trajeron a un adulto.
— ¡¿Qué está pasando aquí?! —Era el entrenador y ambos adolescentes supieron que estaban en problemas. Sus compañeros callaron al instante y casi huyeron de la escena.
Unas horas más tarde, Leo estaba en casa, almorzando en silencio con sus padres. El castigo impuesto por su entrenador había sido bastante duro, los dos chicos quedaban suspendidos y no jugarían el próximo partido, ni el siguiente. ¡Un mes en el banco! ¡No podía creerlo! Estaba furioso consigo mismo por perder por completo el control con semejante imbécil. Sin embargo, al menos tenía el consuelo de que Víctor también había recibido la misma sentencia.
— Por todos los cielos, cariño, ese ojo se ve muy mal. ¿No quieres que al menos vayamos a ver al Dr. Walter? —le preguntó su madre, se veía nerviosa y muy preocupada.
— No, ya sanará —respondió sin darle importancia, aunque eso no significaba que no le dolía, mientras intentaba tragar un bocado.
— Por favor, Leo. ¿Te duele mucho? —protestó la buena señora. Era pequeña, delgada y parecía frágil.
— ¡Basta, Malena! ¡Deja de mimarlo! Se merece todo lo que le ha pasado —intervino su padre, dando un golpe fuerte en la mesa con el puño cerrado. La cerámica tintineó.
— Pero...
— Hemos pasado un año horrible gracias... a él. ¡Y ahora esto! —El hombre, alto y robusto, se levantó de la mesa y salió de la habitación con un portazo.
Leo, furioso, dejó los cubiertos en su plato casi intacto y también se retiró de la mesa, dejando a su madre allí, llorando en silencio. Su padre siempre había sido muy estricto con él y nunca lo habían apoyado mucho, por lo que su reacción no fue realmente una sorpresa. Sin embargo, sus palabras esta vez lo habían herido. ¿Se merecía todo lo que le había pasado?
Al llegar a su habitación, el chico se tiró en la cama, era el único lugar en donde se sentía en paz. Luego de un rato, decidió llamar a su novia. Hacía ya algunos meses que estaban juntos y la gente no dejaba de molestarlos. ¡Era irritante! Tomó el celular y marcó el número... nadie respondió. Repitió la acción varias veces pero sin resultado.
Ella le preocupaba, pensaba que su relación estaba en la cuerda floja y eso lo llenaba de inseguridad... Y ahora no respondía el celular... ¿Qué estaría haciendo? No era nada fácil su vida actual y no había sido para nada fácil esos dos largos meses. Desde la desaparición de María, su vida social había cambiado... estaba completamente arruinada. Y el tiempo parecía que no iba a cambiar nada de lo que sucedía, como imaginó en un principio.
Aquel pensamiento trajo a su mente el rostro perfecto de María Furlotti, pero lo rechazó, casi con repugnancia.
Dejó el celular en la cama y entró al baño, con la idea de que una ducha fría calmaría sus pensamientos. Sin embargo, mientras el agua caía sobre su rostro cansado, no podía dejar de pensar en ella.
— ¡¿Por qué?! ¡Por qué, por Dios! —dijo en voz alta. El eco fue el único que se dignó a responderle.
Se sentó desnudo en el piso, colocando las manos en su rostro, agotado, terriblemente angustiado. El rostro de María no lo había abandonado nunca, se le aparecía hasta en los sueños. La noche anterior había tenido una de sus pesadillas... Siempre era la misma:
Parecía estar debajo del agua, aunque no siempre estaba seguro de ello, la sensación era muy extraña. De lo único que estaba seguro era de la luz, esa luz que lo cegaba al principio... Luego aparecía María en la distancia y le gritaba con desesperación algo que no alcanzaba a oír. En su memoria estaba grabado cada detalle de su rostro, cómo se congestionaba por la desesperación, cómo sus pálidos ojos celestes desbordaban de miedo, cómo éste rostro iba transformándose y desfigurándose... como un demonio. Después despertaba, empapado en sudor y temblando como una hoja.
Con el agua cayendo en su nuca, pensó en el pasado. En su mente había dividido su vida en dos partes, antes de conocer a María y luego de conocer a María. Antes había sido feliz, pero un aumento de sueldo y un traslado a una nueva ciudad en el trabajo de su padre, que era ejecutivo en una empresa constructora, lo habían llevado a San Juan.
El cambio, al menos al principio, no le había parecido tan malo. Entró a un nuevo colegio y luego a su equipo de básquet. Tenía nuevos amigos y todo pareció ir bien...
Poco después se había sentido atraído por una chica en especial, era hermosa y simpática. Se hicieron muy buenos amigos... ¡Tenían tantas cosas en común! Sin embargo, no había sido María Furlotti, si no su mejor amiga: Alina Ponce. Recordó a Alina, su franca sonrisa, su generosidad, su bondad. Se había sentido atraído por ella casi en el mismo instante de verla por primera vez. Por un tiempo ella había sido todo para él, pero no había llegado a decírselo en ese entonces. No. Estuvo indeciso, esperando una buena oportunidad. Ese tiempo perdido había sido su sentencia de muerte.
Alina fue como la luz de la luna para él, guiando su camino... Por otro lado, María... María había sido el sol. Y cuando el sol sale, la luna desaparece, no se puede ver. Sí, eso había sido, pensó. María opacaba todo a su alrededor. Había quedado encandilado por su presencia. Su belleza era casi sobrenatural, enigmática, misteriosa... Lo había atraído como a un imán. Y cuando estuvo en sus redes ya no pudo escapar.
Se había enamorado como un tonto, en su opinión. Dejó de hablarle a Alina y no pasó mucho para que María y él comenzaran a salir juntos. Su popularidad y prestigio aumentaron como la espuma entre sus amigos, ya que María Furlotti era la chica más linda y popular del colegio. Todos estaban medio enamorados de ella, pero la altiva chica sólo se había fijado en él. Su belleza había inflado su orgullo.
Esa circunstancia le dio más valor a su noviazgo y Leo se olvidó por completo de la existencia de su amiga. María fue todo para él y al pasar el tiempo se convirtió en algo más, en una obsesión, producto de su naturaleza en extremo sobreprotectora. No le gustaba que otros chicos la miraran o le dijeran cosas al pasar, algo que, debido a su inquietante belleza, era inevitable. Luchaba contra sus celos todo el tiempo. No obstante, la actitud de María no era de mucha ayuda. A Leo le molestaba profundamente la conducta de su bonita novia, que parecía buscar ser el centro de atención de todos los hombres que se cruzaban por su camino. Aquello le encantaba, recordó.
María se reía de él... le decía que era un niñito tonto e inseguro. Que no tenía pelotas: "Mira cómo me mira ese hombre, ¿no piensas ir a pegarle?", solía decirle. Leo la miraba estupefacto... "Eres un cobarde, ¿acaso no me valoras?" Luego se iba molesta. Nunca comprendía qué demonios quería... ¡¿Qué lo hiciera?! Estaba loca... loca.
Sin embargo, parecía una afrenta o una burla, siempre era lo mismo. ¡Sentía como al lado de ella era tan insignificante! Nunca estaba a su altura, nunca era el novio que debía ser para ella. ¡Y se lo hacía notar siempre! ¡Peleas! ¡Peleas! Era lo último que recordaba de su relación con ella. Ya ni podía tocarla, María se irritaba muchísimo cuando lo intentaba... Había pensado que lo iba a dejar, pero eso no pasó. Aunque era una extraña contradicción, a María le gustaba pasearse con él por el colegio. Un día estaban bien y al otro mal. Esa había sido la síntesis de su relación.
Recordó una larga conversación que tuvieron. En esta le reprochó a María su conducta pero ella, engatusándolo con su dulzura, lo calmó diciéndole que lo amaba y que era el único hombre al que amaría en su vida. ¡Daría todo por él! Estaba segura que estarían juntos siempre... Leo se tranquilizó por completo, le había creído... Hasta que un día escuchó un rumor...
No había sido mucho tiempo antes de que ella desapareciera. Estaba pasando por el baño de mujeres del colegio, el cual tenía la puerta abierta, y desde adentro le llegaron las voces de unas chicas.
—... ¿pero estás segura de que era María Furlotti? —decía una chica que él no conocía.
Al escuchar el nombre de su novia le entró curiosidad y se detuvo, un poco por delante de la puerta, para que no lo pudieran divisar.
— Sí, te digo que ayer la vi otra vez con él. Fuera del estudio de su padre. Imposible no reconocerla, casi tropiezo con ella... por supuesto que me ignoró. Como si yo no fuera más que un chicle apestoso, como ocurre siempre que una la ve fuera del colegio. —A Leo le sorprendió oír a Rocío, una de las amigas cercanas de su novia... o eso había pensado él.
— Sí —suspiró la otra chica—. No sé qué le ven... es tan... tan...
— Tan ¿tonta? —completó la oración Rocío, con desprecio—. Me escondí detrás de un árbol y me quedé a observarla un rato. ¡Y no sabes qué pasó!
— ¿Qué? ¿Qué viste?
— Se escondieron dentro del auto de él y... ¡comenzaron a besarse!
— ¡Ah!.. Vaya... ¡pobre Leo! Nunca imaginé que pudiera engañarlo con alguien.
— ¿No? Yo sí... es una...
En ese momento sonó el timbre, anunciando el comienzo de clases, y Leo se apresuró a alejarse del baño de chicas. No quería que lo descubrieran merodeando.
La conversación lo había alterado de tal manera que se salteó la clase de física. María lo engañaba... tenía a otro, ¡no podía pensar en nada más! Estaba devastado. ¿Cómo había podido pasar? ¡¿Y por qué?! Siempre la había tratado como a la reina que era. Siempre cedía a sus caprichos y nunca le exigía nada... ¿No había sido suficiente?
Luego de unos minutos se negó a aceptar que fuera cierto. Entonces se obligó a recordar detalles, algo que fuera una prueba del delito, algo que lo sacara de aquel tormentoso dolor, de aquella odiosa incertidumbre... Lo consiguió, sí, e incluso se asombró de descubrir que eran tantos los detalles que apoyaban el engaño como para que un ciego los viera. ¿Cómo había podido ser tan tonto?
Le había mentido en varias ocasiones, que el atribuyó a otras causas... ¡Si hasta el día anterior se puso nerviosa porque agarró su celular sin darse cuenta y pensando que era el suyo! Seguramente había estado mandándole mensajes.
Descubrir quién era el chico y ponerla en evidencia fue su próximo paso. Comenzó a seguirla sin que ella lo viera, inventaba excusas, le mentía, estaba cada vez más paranoico. Descuidó los estudios y su entrenamiento. Sólo le importaba descubrir qué estaba pasando... No tardó mucho en ver que las chicas no estaban mintiendo en ese baño... Un día tomó el celular de su novia en un descuido y leyó unos cuantos mensajes, de una persona que María había guardado en el celular con el nombre de Miranda. Decían así:
María: "Mi osito lindo estas horas me están matando. Durante todo el día no he podido dejar de pensar en ti... ¡Te extraño tanto! ¿Puedo ir a verte? No puedo soportar otro segundo más ¡ni medio! sin estar a tu lado. Te amo muuucho".
Miranda: Te dije que hoy no puedo verte, tal vez mañana. Ven a verme donde siempre, a la hora de siempre. Perdón, pero sé sensata, sabes que no podemos vernos tan seguido."
Aquello había sido la confirmación que Leo necesitaba, sin embargo no había podido enfrentarla ese día.
¡No había podido! Pensó en ese momento. Mientras el agua de la ducha caía sobre su cuerpo exhausto y su alma herida. El chico se levantó, cerró el grifo y salió del baño.
Ese mensaje lo había descubierto exactamente una semana antes de su desaparición y, desbordado por los celos y la ira, había decidido continuar siguiéndola para averiguar quién era "Miranda"... y molerlo a golpes. Incluso cuando la viera a ella... ¡deseaba tomar su asqueroso cuello y apretar sus dedos, mientras se ponía morada!
Leo desterró este horrible pensamiento de su cabeza, se cambió y volvió a tirarse en la cama, mientras observaba el techo de su habitación. La había odiado... ¡Realmente la había odiado! Se sentía estúpido, engañado, burlado. Y pensar que había sido el cornudo del año, no lo ayudaba en mucho.
Ese día... el día de su desaparición... había perdido el control. La ira lo había cegado.
Pero ya no estaba, pensó, lanzando un suspiro de alivio, ella ya no estaba. María había desaparecido de su vida.
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