Josefina Furlotti:
En ese lugar se sentía más segura, oculta a la sombra de aquellos raquíticos árboles que rodeaban su nueva casa. La brisa acariciaba su rostro secando sus lágrimas. Su vida había cambiado mucho en tan poco tiempo y pensar en su pasado no le agradaba nada. Todo lo que poseía eran malos recuerdos, cómo cortas pesadillas, pesadillas que se presentaban de día cuando estaba despierta.
Josefina suspiró ruidosamente, tratando de calmarse. Tratando de que la paz volviera a su sistema. ¡Había tanta paz ahora en su vida! ¡Tan grande había sido el cambio! Sin embargo, al principio no lo había tomado bien...
Cuando sus padres decidieron separarse, le pareció como si el mundo se viniera abajo. Aunque era algo que, debido a las circunstancias acaecidas en los últimos tiempos, lo esperaba. No pensó que algún día se haría realidad. El frágil cristal en donde se apoyaba su felicidad doméstica se había quebrado.
Poco después vino otra noticia, su madre le comunicó que las tres vivirían juntas pero se mudarían de casa. Se sintió peor, si es que eso era posible, pero no pasó mucho tiempo para que se reconciliara con la idea, ya que los periodistas se habían vuelto casi acosadores de la familia. Casi no podía salir de casa y cuando tenía que hacerlo parecía una aventura imposible.
Por el contrario, cuando una nueva decisión llegó a sus oídos, apenas si pudo soportarlo. Su madre quería que abandonara también el colegio.
— ¿Cambiarme de colegio? ¡¿Por qué?! —Había exclamado casi horrorizada.
— Sí, a una escuela pública. Porque... es muy caro. Y el viaje muy largo —le respondió su madre, ruborizándose, muy a su pesar.
Josefina había mirado al instante a su padre, que estaba presente, revisando unos papeles. Él había evitado su mirada. ¿Caro? ¿Desde cuándo se fijaba su padre en el dinero que gastaba?... "Claro, ahora que no estaba su hija preferida en donde me eduque le dará lo mismo. Yo no soy María..." Estos fueron sus pensamientos y no es extraño que mirara luego a su padre con odio.
— No veré más a Dani, ni a José...
— Por suerte —murmuró su padre claramente.
La chica se sorprendió, cada vez detestaba más a aquel hombre, que nunca había significado mucho para ella. Tanto como ella significó para él. Y ahora más porque lo culpaba de todo lo que estaba ocurriendo en su vida.
— Puedes invitarlos a casa cuando quieras —dijo su madre, que no escuchó aparentemente a su marido.
Dejar de ver a sus únicos amigos, cambiarse de casa a un vecindario extraño y tan lejano de donde vivía, y de colegio, fue demasiado para la chica de 15 años. Nadie entendía ni comprendía lo difícil que le resultaba hacer amigos, ni su timidez extrema. Aquel día había corrido lejos de sus padres, llorando.
El día de la mudanza fue una catástrofe. Una larga pesadilla que parecía no acabar nunca. Cuando llegó a la nueva casa en el viejo auto de mamá, lo que vio no logró reconciliarla con su nueva situación. La casa era vieja, de dos pisos, muy pequeña y era evidente que le faltaba una buena mano de pintura. Josefina la definió como: "una casa fea". Daba más miedo que placer habitarla.
— ¿Aquí vamos a vivir?
— Sí, ya te acostumbrarás. Le haremos algunos toques hogareños y quedará muy bien —le había dicho.
La chica pensó en que necesitaría mucho más pero no lo mencionó para no poner más triste a su madre de lo que ya estaba.
Sin embargo, al habitar la nueva casa y pasado ya cierto tiempo, logró reconciliarse con el lugar. Esta estaba ubicada algo lejos de los demás vecinos, en el patio trasero el terreno descendía en pendiente, mientras se adentraba en unos árboles que daban bastante sombra y le brindaron tranquilidad a su alma. Josefina adoraba la naturaleza y pasaba su tiempo libre allí, dibujando a la sombra de los árboles.
Apenas ingresó a la nueva escuela encontró consuelo. El cambio no fue tan malo como había imaginado y no pasó mucho para que conociera nuevos amigos. Pero lo mejor había sido conocer a un profesor muy amable, que enseñaba música y artes. Al hombre le había agradado mucho su nueva alumna, había descubierto su inmenso talento con el dibujo y siempre la alentaba y le daba consuelo. También le sorprendió su inteligencia, que ella siempre rebajaba de manera natural. Estaba tan acostumbrada a que en casa se tuvieran en menos sus cualidades, siempre comparada con María, y había vivido demasiado tiempo a su sombra como para creer que en realidad era tan inteligente como ella y también hermosa.
El cambio terminó por agradarle y estaba tan feliz cuando aquella llamada la había puesto nerviosa; había despertado en ella antiguos temores y traído a su mente horribles recuerdos. No quería pensar en su hermana... Desde que había llegado a su nuevo hogar se había hecho la idea de que nunca había existido. De que María había sido un fantasma de una de sus pesadillas y que ya no iba a volver para atormentarla.
Ella era la única de la familia que no se engañaba, no deseaba saber de María. No guardaba un tierno recuerdo de su hermana, ni deseaba que la policía volviera a molestarlos con sus incómodas preguntas. Desde que desapareció por primera vez en su vida había sido feliz y estaba en paz. Y ahora que todo había pasado se sentía a salvo. A salvo de su maldad.
Pensó en su recuerdo con odio; sus fríos ojos claros, su feo cabello rubio que tanto cuidaba y que parecía vómito de bebé, sus asquerosos labios burlescos que pintaba de un chillón color fucsia, sus dientes perfectos. Odiaba todo en ella. Pero lo que más odiaba era a ella misma. Tan vacía, tan pendiente de su imagen, tan carente de personalidad e intereses, tan egoísta... Josefina, al contrario de sus padres, no creía que fuera en realidad inteligente sino que María tenía el don de agradar a los adultos y manipular a las personas para su propio beneficio. Siempre lograba que sus notas fueran altas con el mínimo esfuerzo, gracias al poder de la palabra. Sus profesores la adoraban, era popular y disfrutaba de la reputación de ser la chica más linda del colegio... ¿Linda?... No, María no era linda, era un ser malvado, vacío y cruel; envuelto en un perfecto envase, con cualidades extraordinarias para manipular a los demás... Esa era María.
Recordó su viejo colegio y la pesadilla diaria que había dejado atrás, junto con sus aulas apestando a desinfectante. ¡Cómo había detestado aquellos pasillos de múltiples ventana, sus altos muros de ladrillo y sus paredes blancas!
El colegio no había sido culpable de su pesadilla pero sí había sido cómplice de ella. Sus profesores no la comprendían y por su aspecto, su ropa oscura y holgada, la habían discriminado. Sin embargo, todos sabían que la culpable de esa pesadilla había sido la misma María, su hermana. No obstante, nadie había hecho nada para ayudarla, a pesar de que al principio había pedido ayuda. Pero tomaron la pelea como un asunto de celos, una pelea "normal" entre hermanas, dando por descontado que era "ella" la que provocaba todo. Nadie le dio importancia y Josefina dejó de quejarse, de pedir ayuda o algo de comprensión. Se encerró en sí misma.
Al recordar aquello una lágrima cayó por su rostro hasta el papel que sostenía, dejando una mancha. Largó un insulto y trato de secarlo.
Nunca se había llevado bien con María, siempre habían sido rivales. Llevando esa rivalidad al extremo. Sabía que su hermana la odiaba y el sentimiento fue siempre mutuo. Desde que ingresó al colegio sólo se encargó de hacerle la vida imposible y hasta fingía que no tenía una hermana... Sin embargo, con Belén había sido buena. La niña parecía transformarla. Detalle que, de todos modos, no cambió lo que pensaba de ella.
Cuando se peleaban todo era peor, y eso que se peleaban a menudo, María se burlaba de ella en público, cuando no había un profesor cerca claro, y esparcía rumores desagradables... Recordó, sin poder evitarlo, el año anterior a que todo estallara en su vida. Había conocido a Mariana y se habían hecho muy amigas. Nunca supo por qué, pero su hermana le había dicho que era lesbiana y que guardaba una fotografía suya llena de corazoncitos. Mariana tomó todo mal, la había insultado y nunca más le habló. Desde entonces ya nadie le hablaba, ni se le acercaba.
Su hermana mayor había salido victoriosa en lo que se propuso y la vida de Josefina fue peor desde entonces. No obstante, al pasar el tiempo, conoció a Dani y José. Ellos habían cambiado todo, habían traído felicidad a su vida en un momento tan horrible, por eso le había costado tanto dejarlos atrás.
— ¡Josefina! —Escuchó como su madre la llamaba.
— ¡¿Qué?! —le gritó.
Su madre salió de la casa por la puerta trasera y venía hacia ella, se detuvo en el comienzo del patio. El corazón de Josefina latió con fuerza... ¿Serían ellos? ¿Sería... la policía? ¿Habían descubierto...?
— ¿Puedes venir a ayudarme con Belén? No deja de llorar y tengo que hacer la comida —manifestó en voz alta. Esta sonaba exhausta
— ¡Voy!
Se levantó y guardó el cuaderno, de mala gana. Luego se dirigió hasta donde estaba su madre.
— Dale el unicornio de peluche que le regaló María. No sé por qué le gusta tanto la basura esa...
— ¡Josefina!
La chica se encogió de hombros y entró a la casa con su madre. Belén estaba en el corralito que la mujer había colocado en la estrecha cocina para poder vigilarla. Josefina la sacó de allí y se la llevó arriba, a su cuarto. Trajo el peluche de la cuna y se lo dio. La niña se calmó al instante.
— ¿Qué le ves a esa cosa tan fea? —le preguntó a la niña, que emitió unos sonidos de satisfacción.
No era feo el juguete pero como había sido un regalo de su hermana, ella lo veía con repugnancia. De pronto, la niña comenzó a señalarle la ventana con insistencia. Josefina desvió su mirada allí... no había nada. Sólo el reflejo de las dos, sentadas en la cama.
— ¿Qué quieres? ¿Cuándo aprenderás a hablar? —dijo con un suspiro.
Miró el peluche... ese feo objeto... y recordó a María en el colegio, siempre rodeada de amigos y de chicos, tan popular. Todas las chicas querían ser como ella, algo que Josefina no podía entender. María, tan perfecta, tan educada, tan amable con todos, menos con ella. Era mala... muy mala...
Belén la distrajo de nuevo...
— ¿Qué quieres? Somos nosotras dos —le dijo, señalando el reflejo en el vidrio de la ventana.
En ese momento miró de reojo la ventana y creyó ver unos ojos azules... los ojos de María. Pegó un respingo del susto. Se acercó al vidrio, y lo observó con atención... No había nada allí, por supuesto. Tanto se había sumergido en su pasado que ahora veía a su hermana en todos lados. ¡Qué horror! Era lo único que le faltaba.
Tomó a Belén en brazos y bajó con ella a la cocina. Allí sonrió, encantada de dejar atrás todos esos malos recuerdos. Sin embrago, estaba aún preocupada. No quería ver otra vez a la policía cerca. Ellos no entendían, no entendían la larga tortura que había sido la presencia de María en su vida... No comprendían el dolor y la cantidad de lágrimas que había derramado por su causa a lo largo de todos esos años. No entendían lo feliz que estaba por su ausencia. No quería que le preguntaran nada...
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