I. SUPERVIVIENTE

Restville - 21 Diciembre, 1927

Una llamada anónima avisó a la policía sobre la aparición de una joven en un hotel recientemente abandonado. Los oficiales llegaron inmediatamente al lugar, corriendo y quitando todo lo que bloqueaba la entrada. Las ventanas viejas dejaban entrar pequeñas ráfagas de viento, no había calefacción, ni luz. La luna y los faroles de la calle eran lo único que guiaba a los policías por los pasillos acristalados del hotel.

El cuerpo policial entró a varias habitaciones esperando dar con la persona que buscaban, parecía ser una tarea imposible hasta que uno de ellos pudo oír unos golpecitos provenientes de una habitación de la última planta. La puerta tenía la manija rota y la madera estaba tan húmeda que era casi imposible ingresar. El fiscal a cargo del caso se vió en la obligación de golpear la puerta con el peso de su cuerpo hasta lograr abrirla. Una joven yacía en la cama cubierta de telas sucias y ropa rota, soportando de alguna forma el frío de la temporada.

La chica levantó la cabeza al notar la luz de la lámpara. Los nudillos de su mano estaban enrojecidos de golpear la madera de la mesilla de noche. La joven soltaba a la vez lágrimas de dolor y alegría, ella sabía que había una gran probabilidad de que nadie la encontrara. Se le escuchaba pedir ayuda desesperadamente pero su voz ronca solo le dejaba soltar unos cuantos susurros. "Me secuestraron" decía sin dejar de llorar. No podía moverse, traía claros signos de lucha y una desnutrición considerable. Las piernas de la chica tenían marcas de carbón, moretones y varias heridas por lo que era imposible para los oficiales poder levantarla.

Después de varios minutos los médicos llegaron a curarla para sacarla del oscuro lugar mientras los vecinos observaban con detalle lo sucedido desde sus ventanas. Dos guardias se quedaron custodiando el lugar de los hechos hasta la llegada del Comisario encargado de analizar el caso, la habitación debía mantenerse cerrada para evitar posibles modificaciones del crimen y así seguir con las investigaciones correspondientes.

El personal de rescate la llevó al hospital a toda velocidad, la joven aun seguía despierta al momento de ingresar a emergencias. Se podía ver la preocupación de todo el personal de salud, la chica observaba el entorno débilmente intentando no cerrar los ojos. Ella temblaba, no solo de frío sino de miedo. Nadie sabía de dónde venía pero se notaba que necesitaba ayuda. Una enfermera se acercó sonriente y le agarró la mano. La joven apretó con fuerza al ver, al fin, una cara amigable, soltó unas ultimas lágrimas y cerró los ojos para poder descansar.

La llegada de la chica al hospital era de lo único que se hablaba en los pasillos blancos y fríos del centro de salud, todos se preguntaban qué podía haberle pasado pero muchos afirmaban que ella solo era una prostituta. Con el tiempo las sospechas y habladurías llegaron a oídos del personal, que en vez de proteger a la víctima alimentaron las teorías con falsas suposiciones. Desde el despertar de la joven no se pudo saber nada de ella, la chica no hablaba ni contaba lo sucedido, sólo se limitaba a mirar el cielo desde su cama.

No se sabía su nombre, no sabían su edad, no sabían si tenía familia o si estaba casada. Su aspecto y sus joyas eran muy caras, lo cual hacía aún más rara su desaparición. Si no planeaban pedir dinero, ¿Por qué secuestrarla? Las dudas invadían la mente de todo el que oía sobre ella, hasta llegaron a pensar que había robado las joyas, nadie quería atender a una persona que al final no pagaría todos los recursos de salud que usaron para salvarla.

Pasó un par de días hasta que la chica empezó a moverse, su recuperación física era positiva pero aun traía la mirada perdida, llena de tristeza. Consideraron que la joven pasaba un estrés o shock postraumático, el secuestro pudo haber sido un suceso muy fuerte para su mente, era necesario designarle a una cuidadora del hospital. La enfermera escogida fue la misma que sostuvo su mano en su momento más vulnerable de su vida. Solo con ella era posible lograr una recuperación completa.

La mujer entró a su habitación con algo de comida, ofreció amablemente un poco de ayuda pero la pelinegra no respondía. La cuidadora creía que era una extranjera, era probable que no hablara el idioma del país y por eso no podía entenderla. Decidió mantenerse al margen de los prejuicios y siguió con la misma actitud durante todo el tiempo que duró su estadía, ella no recibía nada a cambio pero se esforzaba por entenderla, hacía de todo por apoyarla.

Al cuarto día la enfermera se acercó a la joven como de costumbre, cantando y con una actitud muy jovial.

    — ¿Cómo está mi paciente favorita? —dijo la enfermera con una gran sonrisa—. Ya llevas mucho tiempo aquí, es hora de cambiar esas sábanas.

La chica se paró lentamente, cabizbaja y sin decir una sola palabra. Se dirigió a la ventana y se mantuvo de brazos cruzados mirando el jardín mojado del hospital esperando a que la cuidadora termine su trabajo. Las gotas de lluvia caían diagonalmente contra el vidrio, formando una melodía cada vez que el agua chocaba contra el cristal. La tormenta mantenía la habitación fría y oscura, el invierno se sentía desolador.

    —Ya está listo ¿Te ayudo a echarte? —dijo la enfermera dando unas pequeñas palmadas a la cama, dando entender a la joven que ya podía acercarse.

La pelinegra estaba perdida observando la lluvia, se giró lentamente, la miró y se sentó en la camilla por sí misma, sin responder o dar señales de interés a las preguntas de la mujer.

    —Perfecto, hoy tuvimos contacto visual, la relación está avanzando —agregó soltando una pequeña risa mientras salía de la habitación.

    —Gracias —dijo la chica antes de ver que se cerrara la puerta.

La enfermera giró solo para devolverle una sonrisa y proceder a retirarse.

Al día siguiente la enfermera no se presentó en su habitación hasta la hora del almuerzo. Entró rápidamente a cumplir con su tarea pidiéndole a su compañera el cambio de turno.

    —Me estaba preocupando —dijo la joven.

    —Hay cambio de horarios, me designaron más pacientes ¿Me extrañabas? —la enfermera bromeaba—. Yo también te extrañé niña, ya casi te siento como mi hija.

    —No soy una niña —respondió la chica con el ceño fruncido—, tengo 25.

    —Pues te ves muy joven, tómalo como un halago, querida.

La cuidadora sonreía mientras ayudaba a la joven a acomodarse para cambiar las vendas de sus piernas.

    —Tus heridas están ya casi curadas, el médico vendrá mañana a revisarte, seguro te da de alta pronto.

La chica cambio su buena actitud por una expresión muy seria en cuestión de segundos.

    —No quiero irme —agregó con silenciosas lágrimas.

La enfermera la abrazó intentando calmarla, aún nadie sabía qué había pasado con ella. Nadie la visitó en esos días, tampoco estuvo registrada como desaparecida ante la policia, era como si no existiese para el mundo. Estaba sola.

    —Me llamo Johanne —dijo la enfermera—, podemos salir a tomar un café cuando salgas ¿Te parece?

La joven asintió sin decir más, tal vez Johanne no podía cuidarla más pero por lo menos de ahora en adelante sería su amiga. Se paró para revisar que todo esté bien y así poder retirarse.

    —Elizabeth —respondió—, soy Eliza.

    —Perfecto, Eliza. Avísame si necesitas algo.

    —De hecho sí —agregó con una extensa pausa—. Quiero hacer una llamada.

Era ya el último día de la estadía de Eliza en el Hospital, el día parecía estar soleado. Johanne le llevó un vestido y un abrigo para que pudiera irse del lugar con ropa decente.

    —No sabes cuánto te agradezco, Johanne —dijo Eliza cogiendo las manos de su nueva amiga.

    —No te preocupes, linda —apretó las manos de la pelinegra— Estaré aquí hasta el final.

El médico ingresó con prisa a la habitación, recetó calmantes y unas semanas de reposo. Una vez terminado su tratamiento se retiró abriendo el paso al Comisario y Detective policial.

    —Buenas tardes señorita Grimm, nos ha costado mucho encontrar su identidad debido a que no hay denuncia de desaparición a su nombre y tampoco información de lo sucedido por su parte. Supongo que es debido a su amnesia.

    — ¿Amnesia? —preguntó Eliza confundida.

    —Así es, según su médico, usted dijo que no recordaba ningún suceso de su supuesto secuestro, ni como terminó en el hotel —agregó el comisario.

    —Sí, es verdad, no recuerdo bien pero no es amnesia. Me pusieron algo en la bebida, me sedaron y de eso estoy muy segura ¡Recuerdo muy bien al culpable! —gritó manteniendo una actitud firme.

    —Ya hemos estado investigando su ubicación, según los testigos, la última vez que fue vista fue en el restaurante "Moonlight", los camareros dijeron que usted estaba acompañada.

    — ¡Sí exacto!

    —En cuanto al acompañante ya tenemos su identidad desde hace unos días

    — ¿Y? —preguntó Eliza exaltada por saber más.

    —El abogado del señor Lober, el editor con el que estuvo aquella noche, nos confirmó que usted y el señor se despidieron tomando caminos distintos. El señor se fue a su casa y usted se supone a la suya, por lo que él está descartado como culpable.

    —Él actuó con alguien más, fueron dos.

    — ¿Cómo lo sabe señorita Grimm? —preguntó el detective interesado por la nueva pista.

    —Cuando salía del restaurante sentí un mareo extraño, mi cuerpo se debilitaba, sabía que me iba a desmayar. Me sostuve de la pared, a unos pasos de la puerta del restaurante y vi a alguien acercándose hacia mí. Era dificil distinguir su cara porque mi vista estaba borrosa pero puedo describir sus caracteristicas generales, sé que es un hombre rubio, muy alto. No sé en qué momento pero caí al suelo, sentí que me levantó y me metió a un auto. En el asiento trasero podía sentir las luces de las farolas en mi cara. No sé a donde íbamos, no podía hablar, intentaba abrir la puerta pero me pesaban las manos. Había un copiloto, sé que había alguien más —dijo con voz temblorosa al recordar los hechos—. El señor Marcel Lober me durmió con la bebida y su cómplice me llevó ¡estoy segura!

    —Entonces el caso aun está abierto —añadió el detective.

    —No será necesario —el comisario interrumpió— ya está resuelto, su testimonio confirma mis sospechas señorita Grimm, el personal del restaurante dijo que usted bebió vino, hecho que usted misma me acaba de confirmar. Por lo que entendemos que usted estuvo ebria y terminó acostándose con el primero que se encontró en la calle.

    — ¿Qué? ¡Claro que no!

    —Ese Hotel lo abandonaron hace menos de un mes por lo que ustedes fueron a un espacio lo suficientemente cómodo y barato para consumar sus actos. No estuvo secuestrada señorita Grimm, solo se escapó con su amorío.

    —Fueron varios días, imposible —suspiró Eliza con lágrimas en los ojos.

    —Quién sabe donde más se escapó usted y el señor rubio, pero no gastaré energía y personal en investigar su caso Elizabeth Grimm. Esta es mi última palabra —dijo el Comisario de policía volteando para retirarse—. Le deseo una buena tarde, de todos modos.

Elizabeth empezó a llorar desconsoladamente, no se podía creer la sarta de barbaridades que soltaron sobre ella. En desesperación corrió cojeando para alcanzar a los oficiales, sus piernas estaban recuperadas pero aun se sentía mal como para hacer tanto esfuerzo. En un intento desesperado por llegar hacia ellos se lanzó a la espalda del detective, él se volteó inmediatamente después de sentir el jalón de su chaqueta. El joven la sostuvo en brazos y se arrodilló para que ella pudiera apoyarse en el suelo.

    —Por favor debe ayudarme, ¡yo soy la victima! —suplicó la chica.

    —Lo lamento señorita Grimm, no está en mis manos —se notaba que él era el único que le creía pero su posición le impedía hacer algo en el momento.

Ambos se alejaron por el pasillo del hospital mientras todos miraban lo sucedido, se escuchaban murmureos, Elizabeth podía sentir el peso de las miradas sobre ella.

Segundos después se ve entrar por la puerta principal a una mujer alta, de pelo negro y ropa opulenta.

    —Elizabeth, debemos irnos ¡rápido! —gritó la mujer mientras jalaba a la chica del brazo.

Eliza cogió sus cosas lo más rápido que pudo, entró al auto de la mujer y se fueron de allí.

Al llegar a la casa de Eliza, la mujer inmediatamente empezó a prepararle un té para calmarla. Eliza permanecía sentada en el sofá, mirando a la pared tratando de no ser consumida por sus propios pensamientos. La mujer se acercó con la taza de té y acariciándole el pelo se sentó a su lado.

    —No hablamos desde hace años, me sorprendió tu llamada.

    —Lo sé, lo siento, Karla —dijo Eliza tomando un sorbo de la taza.

    —No sabía que tan malo era hasta que vi a los policías y a toda esa gente hablando sobre tí —suspiró—, por eso me fui de esta ciudad, es tan pequeña que se llega a saber todo en un solo instante. Más aun sobre nuestra familia.

    —Como siempre solo importa nuestra imagen.

    —No solo eso Eliza, sólo mírate, estás hecha pedazos. ¿Qué diría nuestra madre de ti ahora mismo? Haz dejado tu trabajo por un estúpido sueño, debiste botar esa máquina de escribir desde hace mucho tiempo, si no fuera porque te viste con ese editor nada de esto hubiese pasado. Lo tenías todo, un trabajo, hasta amigos y colegas ¿en que pensabas?

    —Detente.

Karla seguía quejándose sobre las "absurdas" decisiones de la joven, cuando un grito de dolor de Elizabeth la detiene.

    — ¡Para ya, joder!

El silencio se apodera de la casa por un instante hasta que Eliza rompe en llanto.

    — ¡No lo entiendes y nunca lo vas a entender! Por eso no te llamo, no necesito tus reproches, no necesito que me recuerdes lo miserable que soy. Te llamé porque no puedo caminar bien, solo por eso.

El momento incómodo se prolongó durante unos minutos hasta que Karla pudo recuperar la compostura.

    —Elizabeth, soy tu hermana. Que no nos veamos no significa que no te quiera ¿Quieres estar sola? Pues muy bien, eso es muy fácil ¡ahora mismo alisto mis cosas y me voy! —suspira—. Dices que no me soportas Eliza pero solo me tienes a mí ¿Por qué alejas a la gente de tu alrededor? Si no hubieses estado tan aislada, nada de eso hubiese ocurrido— agrega con mucha cólera—, no me digas que ahora yo soy la mala aquí, porque todo lo que te he dicho es la verdad.

Elizabeth no podía dejar de llorar, sollozando solo pudo responder con unas cuantas palabras.

    —Solo necesito un abrazo, nada más.

La hermana mayor la cogió en brazos y la apretó contra su pecho.

    —Perdón, me he excedido, perdón. Tienes razón. Debería apoyarte, no era el momento, perdón.

Ambas se quedaron abrazadas mientras Karla mecía a Elizabeth para tranquilizarla. Cuando la respiración de la hermana pequeña estaba algo más calmada empezó a cantarle la Nana que les cantaba su madre. La mayor acariciaba los pelos negros de Eliza mientras ella se quedaba dormida lentamente en su regazo.

Los rayos del sol despertaron a Eliza a la mañana siguiente, había dormido en el sofá mientras su hermana la cuidaba desde la silla que estaba al lado de la chimenea. Karla aún dormía así que Eliza empezó a hacer el desayuno por su cuenta. Al escuchar el chirrido de los cubiertos Karla despertó rápidamente. De alguna forma ella estaba en alerta.

    —Buenos días dormilona —dijo Eliza bromeando—, el desayuno está listo, ven.

    —Se supone que yo te cuidaba —respondió Karla con una sonrisa.

    —Si te sigo atendiendo me saldrá mejor contratar a una enfermera.

Ambas rieron mientras probaban unos bocados de los huevos revueltos que preparó Eliza.

    —Están buenos, papá siempre decía que serías la salvación de su legado culinario, yo salí más a mamá.

    —Sólo son huevos, no exageres —suspiró—, pero sí es verdad, Papá creía que tenía muchos talentos.

La nostalgia invadió a Eliza.

    — Nunca botaría la maquina que me regaló, es todo lo que me queda de él. Tiene que ver que aún lo tengo cuando vuelva.

    —Oh lo sigues esperando —la hermana mayor suelta un gran suspiro— a veces no te entiendo.

  —Él volverá Karla, no volvamos a pelear.

    —Muy bien, como tu digas.

Las hermanas dejaron de hablar, en el comedor solo se oía el sonido de los cubiertos.

    —Y... ¿Cómo está tu familia? ¿los niños?

    —Están bien, les he hablado de tí, saben que vine a visitarte. Querían venir conmigo porque pensaban que sería algo divertido. Pero por lo que me contaste por teléfono decidí no traerlos.

    — ¿Con quién los dejaste?

    —Con una amiga.

    — ¿Y tu esposo?

    —Hans está de viaje, trabajando.

    —Ya veo, entonces ¿Cuánto tiempo te quedarás?

    —Me quedaré solo un día más, pero vendré visitarte lo más seguido que pueda y si es posible con tus sobrinos.

    —Estaré encantada Karla, pero primero arreglaré mi vida, no sé si sea buen momento para visitas. Espero lo entiendas.

    —Sí, lo comprendo —respondió mientras tomaba un poco de zumo— El tiempo lo cura todo ¿Qué te parece si vamos a dar un paseo? Te ayudará mucho.

    —Sí, claro por qué no.

El invierno había congelado las calles, la nieve daba una sensación de paz inexplicable. Las hermanas caminaron a través de las calles blancas, hablando y bromeando como de costumbre.

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