III

No supe que hacer, quería gritar pero no lo lograba, parecía que las fuerzas me habían abandonado.

Entonces comenzó a despojarme de mi pantalón, yo sentía sus manos que me tocaban con desesperación. Tocó cada parte de mi cuerpo, lamio mis pechos e introdujo sus dedos en mi entrepierna.

Aquel acto atroz me causó un dolor indescifrable, no pude compararlo con nada.  Me sentía humillada, aquel intruso estaba robándome más que la inoscencia, robó mi alma.

Comencé a luchar, de la nada mi voluntad y mi instinto de supervivencia me advirtieron que no podía permitir aquello. Lo golpeé con mis piernas, lo escupí y cuando  estuvo encima de mi lo mordí varias veces, no grité pero como pude intenté defender mi integridad.

Pero aquel hombre era más fuerte, y todo lo que pude hacer no fue suficiente, entonces un grito interior salió con intensidad.
Nunca creí vivir eso.

Me violó y me dejó ahí completamente mancillada,《este será nuestro secreto》, dijo antes de salir de la habitación riendo a carcajadas.

Me quedé inmóvil, un dolor intenso recorría mi cuerpo, no lloré, quizá fue porque mis ojos se habían secado, quizá no pude hacer ni eso, estaba ausente.

Más tarde, como pude me senté, ojalá no hubiera tenido que hacerlo porque el dolor era insoportable. Pero unas enormes ganas de volver el estómago me invadieron.

Me encorvaba con cada bocanada, lo hice hasta que mi estomago quedó vacío y aun así el asco y la repugnancia no desaparecieron.

Después de aquella vez, no hubo noche que no me visitara. Pero ya no me importó, porque ya me había robado todo.
Aquel hombre me dejó vacía...

-¡Vamos, princesita, levántate! – me ordenó Rocco.

Yo tuve que recargarme de la pared para poder incorporarme, mis piernas no me respondían.

-Por favor, no me haga daño – le rogué sollozando presintiendo lo que se avecinaba.

-¡Cállate! –   aquel grito  no llegó solo.

Estaba fuera de si, sin verlo venir sentí un fuerte tirón de pelo que me estampó con un golpe seco en el piso.  Mi cabeza rebotó a causa del impacto, y a jalones me arrastró varios metros hasta algún lugar al aire libre.
Lo supe porque el aire fresco y frío invadió todo mi ser.

-¡Rocco, no lo hagas! – le gritaba alguien.

-¡Señor, por favor! – escuché la voz de Mago.

-Ese maldito millonario no va a pagar. ¡Voy a matarla!

Aquel grito me heló, y un metal helado se pegó a mi frente. Yo lloraba y gritaba, la sensación de horror, el miedo a la muerte y la indefensión me tenían contra la pared.

-¡Dale dos días más! – pidió alguien.

Pronto el silenció llenó el lugar, y el tiempo pareció detenerse. Contuve la respiración y todos mis músculos se tensaron, creí que sería el final.

Entonces el frío metal se apartó de mi cabeza pero un golpe en mi estomago llegó sin previo aviso, seguido de una cachetada.
Caí inconsciente.

No sabía donde estaba, caminaba a través de un bosque, el camino estaba perfectamente marcado, el suelo cubierto por miles de hojas a causa del otoño.
Parecía estar a punto de anochecer y al fondo del camino podía observar una luz.
Una silueta se dibujaba, caminé lentamente hacia a ella. Solo había avanzado unos metros y me vi obligada a detenerme.
Aquella silueta pertenecía a mamá…

Una sensación de ahogo me despertó de repente, alguien me había arrojado agua helada en el rostro. Quise sentarme pero mis manos atadas me lo impidieron, solo pude voltearme para lograr escupir el agua que había entrado bruscamente en mi nariz.

-¿Piensas dormir por siempre, princesa? – era la voz burlona de aquel a que llamaron Rocco tantas veces.

Nunca pude ver su rostro, pero no olvidaré jamás su olor y esa voz.

La falta de visión agudizó mis otros sentidos. Mi oído era más fino y mi olfato parecía ser el de un animal.

Si algún día lograba salir con vida de aquel lugar, los reconocería a todos, aún a kilómetros de distancia.
Sobre todo a ese maldito que abusaba de mi cada noche. Su aliento añejo y su olor a sudor rancio, se había impregnado en mi piel. Pero él ya no existía. Rocco se había encargado.

Una de esas noches, aquel maldito estaba encima de mi, otra vez, lamía mi cuello y tocaba mis muslos con actitud lasciva. Estaba tan concentrado en ultrajarme que no se percató de la llegada de otro hombre.

-¿Qué estás haciendo? – quiso saber Rocco con voz asqueada -, ¡Eres un imbécil!

Un golpe fuerte sonó, después una especie de explosión y un olor  muy parecido al que despide un cerillo al apagarse.

-¡Lo mataste! – gritó la mujer que debía cuidar de mi.

Yo lloraba encogida contra la pared, no tenía idea de lo que había sucedido. Temblaba, como solía hacerlo cada vez que él estaba cerca.

Quizá esa ocasión debí agradecerle, sin esperarlo había vengado cada uno de los ultrajes que aquel desconocido había cometido sobre mi cuerpo. Lo mató y lejos de sentir pena, fui invadida por la ligereza que se siente después de despojarnos de un bulto pesado anclado a nuestra espalda.

De algún modo, uno de mis captores comenzó mi liberación…

-¡Levántate! Tienes que hablar con tu papi – gritó tomándome bruscamente del brazo.

Uno, dos y al tercer timbre contestó.

-Papá – es todo lo que dije.

-¿Ana?, ¡Hija, estás bien? ¿Ana?, ¡Ana! – gritó al otro lado del teléfono.

-Se acabó el tiempo – le dijo Rocco después de aventarme sobre el colchón -, si mañana a primera hora no entregas el dinero, jamás volverás a ver a tu princesa.

《Más le vale pagar》,dijo pegado a mi oído. Entonces escuché una llave cerrando  la puerta de aquella prisión.

Un rato después, dos hombres discutían, gritaban y parecían aventar cosas al piso.
Lo peor llegó minutos más tarde.

-¡Basta! – dijo una mujer. Cuando  la escuché mi estómago se estrujó.

-¿Qué haces aquí? – preguntó aquel hombre. Su voz sonó sorprendida.
Creo que al igual que yo, no esperaba esa visita. Incluso puedo jurar que lo amedrentó.

-Esto ha llegado demasiado lejos, debes dejarla ir – dijo la mujer en lo que parecía una orden.

Entre más oía, sentía mi cuerpo entumecerse. Mi boca estaba sellada, nada saldría de ella, estuve segura. Las vendas que todo ese tiempo cubrieron mis ojos comenzaron a humedecerse. No por culpa del llanto, sino por aquel hilo de sudor que escurría por mi frente.
Solo deseaba estar equivocada.

-¡Te has vuelto loca! Mi dinero no ha llegado, así que no dejaré que esa niñita salga de aquí – sentenció.

-¿Tu dinero?  ¿A caso no ha sido suficiente todo el que yo te he dado?

-Eso no ha sido más que una propina, cariño. El premio gordo me lo dará tu querido esposo.

Aquella revelación solo comprobó lo que ya sabía. Lo supe desde que escuché esa voz por primera vez. Pero rogué al cielo por que me hubiera equivocado, mis ruegos no habían sido escuchados. Era mi madre.

Todo a mi alrededor se colapsó, creí que  habían encajado en mi pecho algo frío y duro. Me estremecí y mi cabeza comenzó a dar vueltas.

¿Qué hacía mi madre ahí? ¿Qué tenía que ver ella en aquella pesadilla?

-Roberto no te dará nada, yo me encargaré de eso.

-¿Qué quieres decir? –  ese hombre se escuchaba enojado.

-Ya recibió su lección, lo he visto sufrir como a nadie, con mis propios ojos. Estoy segura que después de que Ana regrese a casa conmigo, él no volverá a pensar en abandonarme.
Ha sido suficiente, la farsa se terminó, Rocco, entrégame a mi hija.

Ser consciente de que mi propia madre había planeado mi secuestro solo para darle una lección a mi padre  y que este no la de dejara, me revolvió el estomago.
Siempre creí que mamá lo amaba y que esa era la razón por la que había hecho todo  lo posible por evitar que su matrimonio se desmoronada, me equivoqué, aún no revelaba de lo que era  capaz,  aquella pesadilla lo comprobaba.
¡Pero eso no era amor, era una obsesión enfermiza!

Mi madre había perdido la razón, no comprendía que pudiera hacerme participe de aquel juego maquiavélico y terrorífico. ¿Cómo una madre podía ser capaz de algo tan bajo y ruin, con tal de no perder a un hombre?

-¡Eres una perra! –  gritó el hombre.

Entonces la puerta de abrió de golpe, yo continuaba entumida en aquel rincón.  Mi madre gritó algo que ya no alcancé a descifrar.

Después una sensación de calor intenso sacudió mi cabeza, la oscuridad me envolvió y sentí mi cuerpo flotar.

Una bala había entrado por mi cabeza,  logrando su objetivo. Me arrebató la vida en un instante. No sentí dolor, no tuve más miedo.

Desde el primer día en que había llegado a aquel lugar, solo deseé una cosa: recuperar mi libertad.

Nunca pensé que el camino resultara tan cruel y doloroso, ni que el precio a pagar fuera tan alto, pero la sensación que invadió todo mi ser después de eso, bien lo valía.

Cuando estaba viva me llamaban Ana…. ahora era un alma libre.

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