II
Desperté debido a los gritos de mamá, algo le reclamaba a mi padre. Ya había amanecido pero no me levaté, así que me puse la almohada en la cara, quería amortiguar los gritos que en vez de apagarse parecían subir de tono.
Gritos y más gritos, algo que ya no me escandalizaba, se estaban volviendo cada día más comunes.
Desde hacía años mis padres ya no se llevaban bien, parecía, después de todo que el poco tiempo y la escasa atención que mi padre le daba a mamá, había abierto un abismo en su relación.
Alguien bajó corriendo los escalones y después un fuerte portazo, seguido del rechinido de las llantas de un auto. 《Papá se fue》 , reconocí con tristeza.
Me levanté, me vestí con lo primero que encontré, me hice una coleta alta, tomé mi mochila y la maleta donde guardaba mi equipo de tenis y salí.
No tenía hambre, más bien sentía unas enormes ganas de volver el estómago. Estaba asqueada, todo parecía estarse saliendo de control.
Pepe apenas estaba limpiando el auto, en cuanto me vio salir se sorprendió, yo lo miré disculpándome, aún era muy temprano pero necesitaba salir de casa. El ambiente se había vuelto casi insoportable.
Él pareció entenderme, tantos años en casa lo hicieron testigo de lo que sucedía a mi alrededor, me sonrió y de prisa abrió la puerta del auto y sujetó la mochila y la maleta.
-Ana, ¿otra vez, no vas a desayunar?
Sarita había salido con una bolsa de papel en la mano, la cual me entregó. Entonces me despidió como solía hacerlo, con un beso en la frente.
En el camino abrí la bolsa, una manzana, un jugo y un emparedado de jamón reposaban en su interior.
En silencio agradecí a mi nana, lo comería después. Seguro lo necesitaría si quería rendir en el entrenamiento.
Recargada en la ventanilla del auto, podía observar las calles vacías, y en silencio revivía en mi mente la escena de esa mañana, y aunque no la vi, si podía imaginarla. Mamá persiguiendo a mi padre, gritándole, entre reclamos e insultos. Papá ignorándola y alejándose de ella un solo objetivo en mente: huir.
Una lagrima cayó por mi mejilla, pero la limpié rápido con la manga de mi chamarra. No quería que Pepe me viera así. Tonta de mi, ya me había visto tantas veces...
De pronto un rechinido de llantas, Pepe giró bruscamente, el auto salió del camino y fue a impactarse contra un árbol .
Todo pasó en segundos.
Mi cabeza dolía, y me sentía mareada. Con la vista nublada pude ver varias figuras que se acercaban. Busqué a Pepe, estaba inconsciente recargado sobre el volante, su cara bañada en sangre.
《¿Pepe?》, lo llamé, no respondió.
Las figuras ya no estaban difuminadas, podía verlas con claridad, eran tres hombres que no reconocí.
Golpearon la ventanilla con algo, la cual se rompió después de varios intentos, entonces abrieron la puerta con brusquedad.
-¡No me veas! – gritó uno.
Empecé a temblar, ¿qué estaba pasando?
Sin darme tiempo a más, cubrieron mi cabeza con algo, amarraron mis manos con cinta adhesiva, lo supe por el sonido que esta hizo, y a jalones me sacaron del auto.
-¡Suéltame, déjame ir! – rogué a gritos.
-¡Cállate! – después un fuerte golpe en el rostro y todo se volvió oscuro...
Mi cuerpo dolía, sentí que había sido embestida por un tren. Había despertado, lo supe a pesar de que no podía ver.
Supuse que me encontraba en alguna especie de cama o algo parecido. Era algo blando.Mis ojos estaban vendados y mis manos continuaban atadas detrás de mi espalda.
《¿Dónde estoy?》, quise saber confundida.
Temblaba, no supe distinguir si se debía al frío que se sentía en aquel lugar o era a causa del miedo.
Tampoco sabía cuanto tiempo había pasado, si era de día o de noche. El silencio llenaba aquel sitio. ¿Por qué me tenían ahí?
Entonces me di cuenta de que las vendas estaban húmedas, estaba llorando. Intentaba en vano encontrar respuestas a todas esas dudas que se amontonaban en mi cabeza.
Aquello parecía una pesadilla, no tenía sentido. ¿Qué querían de mi?
No tenía mucha libertad de movimiento, así que permanecí recostada de costado, con las piernas encogidas casi tocando mi pecho en un intento desesperado por cubrirme del frío intenso.
Supuse que me quedé dormida, o tal vez no, estaba cansada y adolorida, pero la tensión y mi instinto de supervivencia me mantenían alerta. Unas voces que se escuchaban, me despertaron, no podía ver pero si podía escuchar y esas voces estaban demasiado cerca.
El miedo creció, ¿Quiénes eran esas personas? Pronto tendría respuesta a esa pregunta.
El sonido de una llave abriendo una cerradura entumeció todos mis músculos.
-¡Despierta, niñita, que no estás de vacaciones! – me dijo a gritos un hombre que zarandeaba con fuerza mi cuerpo.
-Parece que tiene frío – dijo otro -, deberíamos darle una manta.
-Esto no es un hotel, imbécil – respondió el primero y luego un golpe seco.
-Relájate, Rocco, tampoco se trata de maltratarla, recuerda quien te contrató, no creo que le agrade que la trates así. Además es casi una niña – respondió otro.
Yo los escuchaba y cada palabra que decían las sentía como agujas clavándose en mi cuerpo. ¿Qué había querido decir?
El temblor se hizo más evidente, y algo inesperado sucedió.
-¡Vaya!, parece que la princesita no tiene buenos modales – entonces estalló en carcajadas.
Yo me sentí humillada y avergonzada. Un liquido tibio mojaba mis piernas y parte de mi espalda.
Me había orinado.
-¡Mago! -grito un hombre -, ven a ayudar a la chica, trae ropa que se ha hecho encima.
-Primero lo primero, Flaco – contestó el que parecía ser el líder -. Escucha bien, niñita, voy a hacerle una llamada a tu papi y tú te encargarás de que pague lo antes posible, ¿entendiste?
-¿Que pagué lo antes posible? – repetí apenas en un quejido.
¿Pagar qué?, ¿a caso mi padre les debía dinero a esos hombres? , fue lo primero que pensé, pero de pronto todo cobró sentido.
Secuestro, un rescate. ¡Eso era lo que querían que mi padre pagara!, un rescate por…mi.
-Tenemos a tu hija – dijo el hombre -, ¿quieres verla de nuevo? Tendrás que pagar muy bien.
Escuchaba que decía aquel hombre al que llamaron Rocco, después un silencio, creo que papá trataba de negociar con ellos.
-¿Quieres pruebas? – preguntó el hombre -, ¿quieres que te las envié por paquetería o te las dejo en la puerta de tu casa?
¿Qué intentaba decir? Mi temor crecía con cada palabra que salía de la boca de aquel hombre. Era una voz fría y ronca, usaba un volumen alto que me estremecía.
-¡Habla, niñita! – ordenó pegando a mi oído lo que yo creí era el teléfono.
-¿Pa-pá? - dije casi por inercia. Mi quijada parecía entumida.
-¡Ana, hija!, ¿estás bien? – la voz de mi padre se escuchaba alterada. Estaba preocupado.
-Papá, ayúdame, quiero volver a casa – mi voz se quebró.
-Pronto estarás en casa, cariño, se fuerte.
Entonces comencé a llorar con fuerza, gritaba y pataleaba. Quería zafar mis manos de las ataduras para quitarme las vendas. Estaban tan mojadas que mis ojos ardían.
-¡Calma, princesita! – fue lo ultimo que escuché antes de recibir otro golpe y caer en manos de la oscuridad.
Cuando recobré la consciencia, mi ropa estaba seca y las vendas también. Supuse que me habían cambiado, no creí que se hubieran secado en mi cuerpo. ¿Cómo sería posible? El aire escaseaba en aquella oscura y fría habitación.
-Debes comer algo – dijo detrás de mi la voz de una mujer -, yo te ayudaré, ¿de acuerdo?
Fue hasta entonces que fui consciente de que no había comido nada en horas, quizá habían pasado días, no lo sabía con certeza pues el tiempo en aquel lugar no parecía tener sentido. Pero mi mente estaba tan absorta en el ¿que hago aquí?, que todo lo demás pasó a segundo término o, de plano fue relegado.
Lo único que deseaba era salir de ahí.
El sonido de una silla que era arrastrada me devolvió al momento.
-Anda abre la boca, es sopa - ordenó.
-Quiero irme a casa.
-Pronto lo harás, ahora come – dijo la mujer.
Yo asentí con un leve movimiento de cabeza y con esfuerzo despegué los labios.
En seguida un liquido espeso y caliente inundó mi boca, me supo amargo, quizá porque así sabía mi saliva en esos momentos, quizá aquella mujer no tenía la experiencia de Sarita. ¡Cuánto la echaba de menos!
Repetí la hazaña tres veces, después sellé mis labios y negué con la cabeza. No quería más.
La mujer no insistió y se marchó.
Nunca estuve sola, Mago, la mujer que me alimentaba y aseaba, junto con otro hombre, del cual nunca supe su nombre, estaban en la otra habitación, de vez en cuando los escuchaba hablar.
Los otros hombres venían y se iban, algo que me alegraba porque el tal Rocco me atemorizaba.
Cuando hablaba con papá, iba a donde yo me encontraba y a gritos lo amenazaba.
Una ocasión le dijo que me cortarían un mechón de pelo y se lo iban a dejar en su escritorio si no pagaba lo que deseaban, y que por cada día que tardara le enviarían un recuerdo más. Por supuesto que cada vez que los escuchaba llegar, mi cuerpo temblaba y un sudor frío recorría toda mi espalda. Terror puro, eso me causaban.
¿Por qué me estaban haciendo eso a mi? , repetía constantemente en mi cabeza.
Y, ¿por qué no?, me respondí con amargura más tarde.
Mi padre era un hombre millonario, y era obvio que lo que esos hombres querían era dinero. Que mejor forma de conseguirlo rápido que secuestrando a su única hija. Ellos estaban seguros de que pagaría, yo no lo estuve nunca.
Entonces me pregunté si aquellas chicas que se admiraban por lo que tenía, aún deseaban estar en mi lugar. ¡Con cuanto gusto se los cedería!
Supuse que ya había pasado una semana. Mago solo me visitaba dos veces, concluí que debió ser por la mañana y por la noche, entonces pensé que así podía contar el paso de los días.
Sola en aquel lugar, sin nada que hacer, con la cabeza atiborrada de miedos y dudas, con las manos y piernas entumidas, y mis ojos calientes debido a los ataques de llanto, las vendas ajustadas, y sin poder ver la luz, recordaba.
¿Qué más podía hacer?
Pero no pensaba en mis padres, sino en la tía Clare, o en Sarita.
Clare, es hermana de mi padre, vivió con nosotros desde que su esposo la abandonó, hace un par de años. Un día simplemente salió con sus maletas y no volvió jamás.
Meses después mi tía recibió por correo los papeles del divorcio, eso la devastó.
《¡Deberías estar feliz, era un vividor!》, le gritaba papá cada vez que la escuchaba llorar, cuando se encerraba en su habitación. Ella lo amaba.
Pasó meses sumida en una profunda depresión, incluso intentó quitarse la vida. ¡Se tomó todo un frasco de antigripales!, por suerte o no, ella continuó viva, pero tuvo que pasar un tiempo en un hospital psiquiátrico.
Al salir de ahí, papá la llevó a casa. Le dijo a mamá que no podía quedarse sola, que bebía ser vigilada, pero que solo sería por un tiempo.
Yo me alegre de que así fuera, aunque me sentí culpable al notar su tristeza.
La tía Clare era buena y cariñosa. Yo la adoraba, y muchas veces en secreto, deseaba que así fuera mi madre.
-¿Será este fin de semana? – quiso saber la tía Clare –. Ana, no vayas a olvidar tus partituras.
En sus ojos podía verse ese brillo que nace con la emoción. Yo la miré enternecida. Muchas veces creí ser yo la adulta, ella era joven, pero su actuar era el de una típica adolescente.
-Sí, ya avisé para que reserven tu lugar – respondí con una enorme sonrisa. Me encantaba verla en primera fila.
Las aventuras que pasamos juntas nadie las habría comprendido. Éramos cómplices y amigas. Y el tiempo en que vivimos juntas lo recordaré como la mejor época de mi vida.
Hubo una ocasión en que tuve que ayudarla para que pudiera salir de casa. Mi padre le tenía prohibido salir, si quería hacerlo debía ser en compañía de Samia, el ama de llaves.
No confiaba en su buen juicio.
Aquella vez, la ayudé a poner almohadas en su cama, para disimular que estaba dormida. Después ya en mi habitación, ella bajó por las maderas que sostenían la enredadera en la pared. Fue muy arriesgado, peligroso y divertido.
Si papá se hubiera enterado, nos hubiera mandado a las dos a un convento.
Desde aquel momento su tristeza pareció desvanecerse, supongo que fue debido a ese hombre que había conocido por internet. Una nueva ilusión que vino acompañada de su aparente recuperación y su posterior salida de casa.
Desde ese momento la soledad se volvió mi mejor amiga, mi tía rara vez iba a casa, aunque hablábamos casi a diario por chat o por teléfono. Su relación con papá estaba tensa, él no quería que ella se fuera, pero mi tía se empeñó. Seguramente porque se sentía como en una prisión, y ella empezó a necesitar libertad. 《¿Quién no la necesita? 》, pensé con nostalgia.
Yo la añoraba.
Saulo, era un hombre guapo, más joven que mi tía, reservado, y de carácter fuerte.
Lo traté muy poco, y creo que en realidad nunca me agradó. Pero la mirada de mi tía se iluminaba cada vez que lo veía y sus labios se curvaban en una auténtica sonrisa, y eso era lo único que importaba. Ella parecía feliz.
En la fiesta de cumpleaños numero cuarenta y cinco de papá, Saulo acompañaba a la tía Clare. Fue hasta ese momento en que lo conocimos.
Mamá lucía encantada, supuse que se debía a que gracias a la aparición de Saulo, mi tía, se había ido de casa. Desde un principio de mostró inconforme e incomoda con su presencia, creo que le molestaba tantas atenciones de mi padre a su hermana, o quizá era la relación que a ambas nos unió.
Nunca lo supe pero algo era evidente entre ellas: no se llevaban bien, apenas si se dirigían la palabra.
En cambio mi padre se mostró reacio y preocupado. Se trataba de su hermana, y a veces era demasiado sobreprotector. O quizá fue que después de su antigua relación, no confiaba en en que sus elecciones fueran acertadas.…
Sumida en mis recuerdos me quedé dormida, algo raro ya que desde que me encontraba en ese sitio me costaba conciliar el sueño, quizá fue el cansancio acumulado.
De pronto me vi obligada a abrir los ojos, estaba aterrada, unas manos toscas y ásperas me tocaban y podía escuchar una respiración que se aceleraba muy cerca de mi espalda.
-Shuu, no hagas ruido – dijo muy bajo una voz de hombre-, debes portarte bien o tendré que acusarte para que te castiguen. ¿Te gusta cuando Rocco te castiga?
Todo mi cuerpo estaba paralizado, aquel hombre pegaba su cuerpo al mío. Olía a sudor y su aliento apestaba a tabaco.
-¿Qué estás… haciendo? – pregunté llena de miedo. Mi voz apenas lograba salir de mi garganta.
-No tengas miedo, te gustará – respondió.
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