(28) Aleksandar

Venecia conocía la oscuridad. Había vivido en ella por más tiempo del que le gustaría admitir. Pero no era la misma que se extendía por el paisaje a su alrededor. Esas sombras tenían una dueña y no era ella.

Las había visto en la Oficina Paranormal. Como las olas del mar arrasaban con intensidad en las costas, la ligera bruma que recubría las avenidas y construcciones se ennegrecía, condensaba y convertía el escenario en puras tinieblas. Aunque estuviera en condiciones, correr no serviría de nada. La noche siniestra venía de todas las direcciones posibles, igual que paredes que se cerraban sobre ella.

El pecho le subía y bajaba. Claudia le informaba con su manera artificiosa que se acercaba y que no podría huir a menos de que se lo permitiera. Theisos, la ciudad sin gobernante, le pertenecía y la modificaba a su antojo. Mas, el terror no era lo que bombeaba su corazón, sino la ira, su emoción favorita.

Poco a poco, los sonidos se fueron difuminando tras una cortina que separaba la realidad de la imagen que elegía mostrarle. Lo único que escuchaba eran los latidos acelerados de Aleksandar, quien se colocaba a su lado y miraba la escena, azorado. Si bien no concertaron conversar en ese contexto con Claudia, todavía se debían una charla.

En menos de un minuto de reloj, una oscuridad se sumió por completo sobre ellos hasta que solo se veían ellos dos y la voz de Claudia no tardó en aparecer en sus cabezas.

Buenos días, no esperaba esta visita, pero sí la deseaba.

Aleksandar viró hacia Venecia, preguntándole con un vistazo si alucinaba o también oía voces. Bastó un movimiento para hacerle saber que no se había enloquecido.

―Tiene sentido que el puto fin del mundo sea un buen día para ti ―masculló la rubia con aspereza, dirigiéndose a Claudia.

Eres valiente para hablarme así, considerando las cosas horribles que sospechas de mí.

Ella marcó los eventos más terribles del pasado y el presente mentalmente y todos apuntaban con flechas a Claudia.

―Temerle a alguien es lo que hace poderoso, no lo que es capaz de hacer o no, y no pienso darte más poder del que tienes.

No, ya poseo el que quiero.

Hasta imaginó una sonrisa en aquel rostro vacío que la rubia creó para asociar a Claudia.

―¿Y para qué lo usarás? ―intervino Aleksandar con timidez y sorprendió a ambas.

No necesitas saberlo, Aleksandar. Lo vas a vivir a su debido tiempo.

―No, no me voy a conformar con esa mierda ―replicó Venecia, furibunda―. Estás en mi cabeza y al tanto de lo que sé. Has estado jugando con las vidas de todos, incluyendo el hijo de puta de Adriel, y no tienes ningún derecho. Así que, quiero mis malditas respuestas.

Me hablas con un desdén impresionante. No es mi culpa que nunca se atrevieran a hacer las preguntas correctas.

―Entonces, dinos todo ―solicitó el detective con astucia.

Todo puede ser nada una vez que lo obtienes, ¿de verdad desean que les responda?

―¡Sí! ―gruñó el ángel, impaciente.

Tengo una condición especial.

―¿Cuál?

Se los diré y ustedes tendrán que informarle al resto.

―¿A quién en específico? ―consultó Aleksandar antes de que Venecia se adelantara a articular algo no grato.

Cada uno de los seres de las Cuatro Ciudades, ya sean demonios, ángeles, humanos y fantasmas, porque los involucra a todos. Hay mucho que no saben, no obstante, eso cambiará. Por lo tanto, no juzguen mis palabras por más descabelladas que suenen.

―Bien ―accedió Venecia con un bufido―. Ahora cuéntanos desde el principio.

Y cuando empezó a susurrar las verdades, ella no pudo evitar escucharlas.

Este mundo tiene incontables dimensiones, es decir, infinitas versiones del mismo con sus propias leyes y criaturas. Todas fueron construidas con la energía cósmica que compone a los múltiples universos y, en simples palabras, son como los seres vivos. Algunas se parecen a los inmortales y son tan importantes y fuertes que están aquí desde la creación del universo y lo estarán hasta que perezca, sin embargo, hay otras que son como los humanos y mueren.

―¿Por qué presiento que la nuestra es una de esas? ―preguntó Aleksandar, interrumpiendo a Claudia con el miedo que atravesaba sus ojos azules.

―Nuestra mala suerte nos delata ―repuso Venecia, guardando sus preguntas para el final de la historia.

No se equivocan, solo que no por una cuestión de suerte. Es su destino. Cada dimensión tiene una o varias entidades encargadas de su supervisión para monitorear su evolución en busca de proteger la energía cósmica en su estado más puro, conservar la estabilidad del mundo para que no muera como muchos otros y mantener el orden del universo. En el principio, hubo Cuatro Dioses, quienes fueron los primeros en habitar nuestra dimensión. Ellos tienen la habilidad de manipular esa energía cósmica para que no se desborde, ya que, si lo hiciera, provocaría un cataclismo que destruiría a la Tierra.

―De acuerdo, yo estaba por adaptarme a la idea de que el Infierno se desataría en la Tierra, pero esto es mucho para que mi cerebro humano lo procese ―comentó Aleksandar y las venas se le marcaron en el cuello debido al nerviosismo―. Todavía no entiendo qué tiene que ver eso con lo que vinimos a preguntarte.

Venecia habría dicho lo mismo con uno que otro comentario sardónico, empero las pullas no afectaban el resultado. Ella desconocía las cosas que oyó. Los ángeles, ni siquiera los más poderosos y antiguos, conocían la existencia de aquellos supuestos dioses. Comprendían que su magia angelical provenía de la energía cósmica que componía a su gracia celestial y que existían diversas dimensiones de las cuales carecían acceso, nada más. Lo que la jefa de la Oficina Paranormal relataba era completamente nuevo.

A continuación, la voz de Claudia volvió a inundar sus pensamientos en medio de las sombras.

Para saberlo, tienen que entender esto. Los dioses fueron los creadores y, por ende, serán los destructores.

―¿Y por qué querrían eso en primer lugar? ―interrogó la rubia, dispuesta a sopesar la veracidad de los sucesos.

No es que lo deseen, sino que es su deber. Estamos cerca del límite. La dimensión está sobrecargada con la existencia de los cuatro planos y lo que implican. Es simplemente demasiado. ¿Y qué pasa cuando algo se satura?

―Explota ―dedujo Venecia previo a tragar grueso.

Sí, lo que causaría una reacción en cadena. Arrasaría con las otras dimensiones una por una. La pérdida sería total. Al final, el planeta sucumbiría. Sin embargo, gracias a los dioses, hay una solución simple.

―Presiento que no es tan sencillo como suena ―objetó Aleksandar con seriedad.

Aun así, lo es. Con la finalidad de salvar una cantidad infinita de vidas, hay que sacrificar una. Es lógico. ¿No lo creen?

―Pero no estamos hablando de una, sino de millones de personas y animales ―se adelantó a corregir Venecia―. No es su culpa. No es nuestra culpa.

¿Segura? Hace menos de un día estabas en una guerra donde ellos se mataban entre sí y el resto no es la excepción. Destruir está en su naturaleza sin importar si son demonios, mortales o ángeles. La historia tiene miles de ejemplos que lo prueban.

―Que no seamos perfectos no es una justificación para que nos quieran muertos ―bramó Aleksandar, siendo una de las pocas veces en las que lo notó enojado genuinamente.

¿Cuándo lo entenderán? No es personal. Incluso si fueran los peores seres que han existido, podrían sobrevivir si la dimensión fuera estable. Por desgracia, no lo es. El poder de las Cuatro Ciudades es mucho para que la misma lo aguante. Se los expliqué.

―Disculpa que no sea más comprensiva cuando me dices los motivos por los que unos desconocidos pretenden acabar con todo lo que conozco ―vociferó la rubia con ironía.

Escuchen antes de interrumpir. Después de la aparición de la humanidad, el trabajo de los dioses había acabado, debido a que en los humanos fluye la mayor energía cósmica y potenciaban la dimensión. No obstante, los dioses no desaparecieron sin más. Ellos diseñaron los primeros ejemplares de una especie dotada de innumerables habilidades sobrenaturales y les cedieron una pizca de su poder a la que denominaron "gracia" con la intención de que salvaguardaran sus creaciones, los guiaran hacia el equilibrio y corrigieran sus errores. De ahí sus habilidades celestiales, su organización jerárquica y su inmortalidad. Se suponía que estarían programados para dedicarse a su misión y nada más. Por eso no tienen alma y solo una esencia. Si uno cometía una falla por un error en el diseño, se los desechaba porque no servían para su propósito y se lo reemplazaba con uno nuevo. En conclusión, el destino de los ángeles es ser los autómatas de los dioses.

―Pues, ¿qué somos? ¿Máquinas? ―espetó Venecia en un tono que destilaba agraz a pesar de que le empezaron a escocer los ojos.

Se rehusaba a creer lo que Claudia aseguraba.

Hablaba de los ángeles como si fueran artefactos fabricados solamente para llevar a cabo una tarea y no merecieran una vida propia. Desde lo profundo de su ser, se negaba a que aquello fuera cierto.

Pese a que había vivido por milenios, salvando vidas y acatando órdenes, también luchó al lado de sus hermanos, se enamoró y se rompió en mil pedazos. Tenía que al menos poseer una porción de humanidad. Venecia podía amar, odiar, temer y sufrir. Sentía tanto que le dolía. Vio y experimentó en exceso. Era real e imposible de cambiar. Así que, no existía forma de que no tuviera un alma, ya que, ¿qué podría ser un alma si no era el propio corazón de alguien?

Porque si no lo era, eso invalidaba todo el dolor y el amor que atravesaron su existencia. Descartaba la identidad que formó igual que una hoja hecha un bollo de papel luego de cometer una pequeña equivocación.

Además, envenenaba aún más el recuerdo de las muertes de su primera familia elegida. La mera idea de que los aniquilaron únicamente porque no siguieron el camino que les instruyeron le generaba una oleada de impotencia que cegaba sus instintos más básicos y la empujaba al abismo.

―El hijo de puta de Adriel me dijo que tú le sugeriste que matará a Darachiel y Ergediel. ¿Es verdad? ¿Los mandaste a ejecutar porque estaban rotos? ―Su voz se desarmó al pronunciar "rotos".

.

La respuesta de Claudia se repitió en su mente. Lo dijo de una forma tan simple que implicaba que para ella fue como sacar la basura y no aniquilar a sus seres queridos. La angustia recorrió a la rubia con un escalofrío. Se trataba de un sentimiento con el que convivía a diario. En consecuencia, se limitó a preguntar lo que se cuestionaba hacía dos siglos. Ya obtuvo la contestación parcial de Adriel y su venganza por matarlo en el futuro, mas, necesitaba la verdad completa que vendría a continuación.

―¡Yo también estoy jodidamente rota! ―le gritó Venecia y le ardió la garganta por la profundidad e intensidad de sus dichos hasta que se convirtió en un tono suplicante de rendición―. Estoy llena de esas fallas. ¿Por qué no me mataste a mí?

Por la misma razón por la que le aconsejé a Michael que ejecutará a los ángeles que seguían a Lucifer, pero no intentará matarlo a él.

―¿Y cuál es?

Primero déjame hablar. Después de la construcción del plano celestial por parte de los serafines originales, la estructura no sería complicada. Los ángeles se prepararían sin descanso en la Ciudad Dorada, que brillaba del color del oro como su gracia. Por otro lado, las almas de los mortales irían al Paraíso para que no se desperdiciara su energía cósmica y continuara alimentando a la dimensión. Pero las cosas se complicaron con la inesperada rebelión de Lucifer, el primer soldado caído. No fue un plan divino. Los dioses le dieron más poder del que debían y él lo usó por motivos egoístas.

―Querer tu libertad no es ser egoísta ―defendió Venecia para sus adentros, recordando los verdaderos motivos.

Claudia prosiguió como si nada.

En ese momento, los dioses se dieron cuenta muy tarde de la influencia de los ángeles en los humanos. Aquella pizca de su poder con la que están hechos los conectaba, por lo tanto, si la magia celestial se corrompía, ellos también. Así nació la magia demoníaca. Son energía cósmica corrompida. En vez de brindar, consumen. Al igual que el Infierno. De ahí el pensamiento de que los ángeles y los demonios son opuestos. Unos crean mientras que los otros gastan para existir. Aquel raro balance de contrapuestos, fue lo que originó el desequilibrio.

―Los demonios tampoco son malos ―interrumpió Aleksandar y la rubia no tuvo que adivinar para saber que se refería a Jure.

Yo no cuestiono su moral. Eres mortal, Aleksandar. Necesitas aire para respirar. Ellos requieren eso para vivir. De ahí en más, la situación cambió durante un largo y lento proceso que duró por milenios con el aumento de la población. Tras el surgimiento de las Cuatro Ciudades y la eterna lucha, la energía fluctuó, bajó, subió, dañó los cimientos de la dimensión y finalmente está a punto de exceder su capacidad.

―¿Y qué hicieron los supuestos dioses en ese tiempo? ¿Dormir? ―se burló Venecia.

Su deber es crear y destruir, nada más. Se podría decir que sí se pusieron en una especie de sueño. Cada uno de los cuatro tomó diferentes rumbos y desconozco cuáles fueron. Al igual que tú, Sereda, fui creada por ellos junto con los Guardianes de las Dos Ciudades.

―¿Para qué? ―consultó Aleksandar, para variar.

Nosotros tenemos dos fines diferentes. Si bien algunos piensan que somos más antiguos que los ángeles, ese es un error. Yo fui la primera stromante y por eso poseo algo que a los demás no. Los dioses me cedieron la habilidad de almacenar más información que cualquiera. Conozco la historia desde el principio hasta su fin predeterminado.

―¿Tú escribiste el libro con el ritual para unir el Infierno y la Tierra? ―agregó el detective.

Por supuesto. Soy una historiadora. El poder no es nada sin conocimiento.

―¿Y qué otro propósito te dio? ―indagó Venecia, desconfiada.

Ese es el que más te interesa. Verás, los stromantes y yo teníamos la labor de vigilar las relaciones entre los sobrenaturales y los mortales, no para recolectar datos, sino para saber cuándo actuar. Si alguna vez la dimensión llegaba a su límite, los stromantes serían los guardianes que deberían despertar a los dioses de su sueño para que se encarguen.

―Entonces todo lo que ha estado pasando no es el apocalipsis, sino que es la preparación para ella ―afirmó la rubia como si fuera una duda―. ¿No te parece un poco demasiado?

Los dioses son seres de extremo poder. Nadie se compara porque ellos están más allá de lo que conoces. Si alguien los convocara por accidente, el caos que provocarían sería peor que el fin del mundo en sí. Por eso, ellos se durmieron con un hechizo supremo y para romperlo tendrían que abrir lo que serían los Sellos del Apocalipsis.

―¿Qué son esos sellos? ―añadió Venecia sin comprender.

No son objetos, si es lo que piensas y sé que lo es.

―Son lugares ―adivinó Aleksandar, volteando hacia la rubia―. Hay Cuatro Dioses y Cuatro Ciudades.

Muchos elementos cobraron sentido con la deducción del detective.

Detrás de cualquier monstruo, había otro monstruo más grande y aterrador que controlaba al anterior.

Venecia lo entendió en ese momento. Lo que empezó como una vendetta personal se convirtió en la venganza del mundo y no se le ocurría algo para detener el derramamiento de sangre. Excedía sus funciones. Repasó los eventos recientes y tembló, no por el veneno que continuaba esparciéndose por su cuerpo, sino por la terrible realidad con la que debía lidiar. Aún estaba enferma y solamente se mantenía de pie gracias a la adrenalina de los horrores que descubría. Su instinto le ordenaba que corriera y no tenía a dónde ir. Todo era oscuridad. El exterior y el interior. Sin distinción alguna.

Clavó las uñas en sus palmas, cerrando sus puños para soportar el creciente anhelo de pelear con las sombras mismas, y percibió que unas gotas de sangre brotaron. Una fuerza oscura crecía dentro suyo con hambre inexplicable que se fortalecía con el enojo que la corroía. Quería destrozar lo que los demás no alcanzaron a destruir y ser temida por los que la asustaron durante tanto tiempo.

Aquello incluía a Claudia, quien encabezaba su lista de refractarios, sin embargo, carecía de los medios para cumplir su meta. Claudia no era una persona como para que pudiera matarla. Intentar descargarse con ella sería igual que lanzar golpes al aire. Ese hecho enfurecería más a Venecia.

Mas, había algo más potente que ese deseo atroz y destructivo que provenía del dolor, su necesidad de salvación. Sus amigos aguardaban en otro lado, ignorando la espantosa fortuna que les esperaba, y no se permitiría perder a nadie más.

―Por eso nos manipulaste. El libro que escribiste con las instrucciones y lo guardaste en el museo, la guerra demoníaca, el hecho de que ayudaste a Adriel a cometer esos asesinatos solo porque servían como sacrificios para tu causa y tantas otras cosas que no me atrevo a mencionar. Todo fue tu plan ―farfulló la rubia, exponiendo sus teorías en voz alta para enfrentar a Claudia―. Lo que hace que el Infierno sea el primer sello.

―Y los siguientes van en orden de creación, ¿cierto? ―interpeló Aleksandar, regresando su mirada a las penumbras―. Primero fue el Infierno, en segundo lugar, la Ciudad Espiritual, después la Ciudad Dorada y finalmente la Ciudad Viviente. Unirás cada uno los planos hasta que los demonios, fantasmas, ángeles y humanos anden por el mismo sitio para aniquilarnos de una vez.

He de admitir que los dos tienen mentes exquisitas. Sus deducciones no son tan erradas. Ahí no acabará la cosa. Son Siete Sellos del Apocalipsis. Los primeros cuatro son para despertar a las deidades con el objetivo de que desaten sus catástrofes alrededor de la dimensión, uno por uno, porque como hubo Cuatro Dioses, ellos resurgirán como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.

―¿Qué catástrofes? ―cuestionó Venecia con un nudo en el estómago ante el nombre de las deidades.

Peste, Hambre, Guerra y Muerte. Imaginen millones de personas muriendo por la hambruna y sus retorcidas consecuencias o por las nuevas enfermedades que no tendrán cura debido a su origen sobrenatural. Piensen en los demás, matándose durante las batallas más violentas que puedan plantearse y, al final, lo peor de lo peor: alguien que, con visitar una ciudad, puede consumir sus vidas en menos de un segundo. Y lo más brillante será que no afectará simplemente a los humanos. Me pregunto qué resultado tendrá la lucha por la sobrevivencia de los ángeles, demonios y fantasmas con ellos durante la convivencia forzada. Aunque no es tan difícil de suponer cuál será: más caos.

―Es como si lo disfrutarás ―manifestó la rubia, degustando un sabor amargo.

Los finales son tan emocionantes como los inicios.

―Mencionaste los primeros cuatro ―interrumpió el detective y realizó una breve pausa para presionar la herida de su abdomen―. ¿Qué hay de los otros?

El resto no es mi responsabilidad. Están en manos de las deidades. El quinto y el sexto sello será su obra de la destrucción en su máxima expresión.

―¿Y qué pasa con el séptimo?

El apocalipsis, Aleksandar.

Mareada, Venecia retrocedió un paso. Una corriente eléctrica dolorosa sacudió a sus extremidades con la oración pronunciada por Claudia en su cabeza. No fue hasta ese instante en el que se dio cuenta de que no quería que el mundo se acabara, no cuando recién comenzaba a apreciar su belleza de nuevo. Trataría de salvarlo. Buscaría ayuda, información y poder. Ocasionalmente y de alguna loca e inesperada manera, lo lograría. Antes de ello, necesitaba una respuesta más.

―Nada de eso contesta a la pregunta que te hice ―le recordó ella al borde de las lágrimas de impotencia―. ¿Por qué ejecutaste a Ergediel y Darachiel y no a mí? ¿Y qué tiene que ver la rebelión de Lucifer con eso?

Yo dije que no sabía en dónde se encontraban los dioses, no en qué.

―¿Te molestaría ser específica? ―demandó Aleksandar, apoyando a la rubia, y ella lo apreció. Confiaba en él lo suficiente para oír la verdad a su lado, pese al asesino dentro de él.

Los dioses abandonaron su forma cósmica para adaptarse a la dimensión. Sus poderes y recuerdos permanecen dormidos hasta que los respectivos sellos se rompan. Ahora mismo rondan entre nosotros sin ser conscientes de quiénes son, viviendo como cualquiera lo haría. Podrían ser humanos reencarnando una y otra vez con la misma cara sin ir al Infierno o al Paraíso, podrían haberse convertido en demonios o pueden ser ángeles raramente poderosos.

―¿Juegas conmigo? ―bufó Venecia ante la idea que se formaba con las sugerencias de Claudia―. ¿En serio estás diciendo lo que creo que estás diciendo?

Todos los ángeles rebeldes deben morir sin excepción porque presentan una amenaza para su objetivo. Por eso pedí la eliminación de los primeros ángeles caídos y de tus hermanos. Los demás que solo cometieron pequeños errores por sus fallas en el diseño, caen. Pero Lucifer y tú son mucho más que ello. Es como si transformaran sus experiencias intensas en más poder. Por eso los salvé de la muerte en su momento. Lo sé porque como stromante fui hecha para hallar a las deidades y hay algo que tienen en común con los ángeles: los dioses se crean. Y, tú, Sereda, te has forjado a ti misma. Eres una diosa. Literalmente.

Fue como si Venecia emergiera de su cuerpo por un nanosegundo.

―Te equivocas ―proclamó ella y sus ojos brillaron de dorado―. No soy lo que piensas que soy. Ni de cerca.

¿Cómo tienes tanta certeza? Hace poco no sabías de la existencia de los dioses.

―Porque nadie va a decirme lo que mierda soy, ese es mi único derecho. Yo decido.

No niego eso. Aunque estoy en lo correcto. Así como sé que no eres la única.

―¿Y quiénes son los otros? ―objetó Aleksandar, demandante.

Los dioses tienen un lazo sobrenatural que inspiró el hilo rojo que los ángeles fabrican. Pero no es de amor. Es un vínculo más allá de los sentimientos. Se trata de una conexión que hace que deban permanecer juntos sin importar nada. Por más que se odien, traicionen o se alejen. ¿Te suena familiar?

―No ―aseguró Venecia con la intención de molestar a la jefa de la Oficina Paranormal.

¿Por qué, de todas las personas que pude haber manipulado, las más poderosas son Lucifer, Juriel y tú? ¿Por qué crees que, tras todo lo que ha pasado, siguen terminando en los mismos lugares?

―¿Una serie de malas decisiones? No lo sé. No estoy en tu malvada y cósmica cabeza, Claudia.

Es el destino que ustedes mismos inventaron. Son dioses. Están unidos. Verás que tengo razón cuando los sellos se rompan.

―Bueno, espera en tu espacio entre planos porque no sucederá.

Lo hará y tengo tanta fe en ello que los dejaré marchar para que les adviertan a los demás.

En mitad del campo de oscuridad, un halo de luz cegadora se abrió. El sitio permanecía en las penumbras paranormales, sin embargo, aquel punto era como la luz al final del túnel. Iluminaba a Venecia y Aleksandar por completo gracias a su potencia. Debía ser un portal de salida.

―Ellos son tres, ¿quién sería el Cuarto Dios? ―interrogó Aleksandar, hipnotizado con la información.

Me temo que no lo he encontrado aún.

La rubia se debatió entre permanecer allí sin seguridad de para qué y huir por el bien de sus seres queridos. Sus pies se negaban a moverse. Luchar era lo que mejor le salía y ambicionaba derrotar a Claudia. Empero, sería inservible.

De pronto, Aleksandar se apresuró a tocarle el hombro a Venecia, llamando su atención.

―Oye, debemos irnos ―alertó él. Su rostro estaba impregnado con la preocupación y la adrenalina―. Entiendo que quieras quedarte y echar abajo Theisos, pero si no nos vamos ahora, destruirán lo que amamos. Vámonos, Venecia.

La vacilación duró poco y le tomó la mano para caminar hacia la luz.

***

Todo seguía exactamente igual. Luego de que emergieran del portal, Aleksandar y Venecia aparecieron casi de inmediato en la recepción del verdadero museo. Allí las cosas se alteraron gracias a la diferencia horaria. Jure y Lucifer descansaban en el mismo sitio en el que los dejaron, Amaranta y Darka murmuraban bagatelas entre ellas y Mihael vigilaba el predio con los brazos cruzados. De algún modo, aquella imagen resultó tranquilizadora.

La calma se terminó allí. Pese a que no entendía las reglas de la magia, supuso que hubo algo en Theisos que aminoró sus heridas, ya que, tras la llegada al plano humano, el dolor cayó sobre Aleksandar con su gran y lamentable intensidad. El vendaje que cubría su torso se tiñó de rojo como no lo hizo antes, indicando que perdía más sangre de la que cualquier humano debería, y una punzada constante en la pierna herida amenazaba con hacer que se desplomara en el suelo al no poder caminar con propiedad.

Lo que era punta del iceberg. Algo más poderoso y vehemente tiraba de él y lo tenía a su merced: Venecia. El hilo negro había sido activado hacía bastante con el beso, sin embargo, recién ahora hacía efecto y era extremo.

Si la miraba, se olvidaba de respirar, el corazón le latía con fuerza por su mera cercanía y estaba nervioso y cómodo en cantidades iguales por la misma. Pero experimentaba eso con o sin el vínculo. Podía sobrevivir a esa versión retorcida del amor mientras supiera qué era real. El acontecimiento que lo enloquecía era que sentía lo que sentía Venecia, inclusive podía adivinar sus intenciones, como si ella fuera parte de él o viceversa. No sabía qué le hacía. La palabra correcta para describirlo sería "intenso".

Aleksandar tuvo que desviarse de su ruta emocional para concentrarse en lo racional. Apenas los vieron, Amaranta, Darka y Mihael se apresuraron a caminar hacia ellos con las alarmas de la ofuscación resonando en sus caras.

―Dios mío, lucen terribles ―comentó Darka primero que nadie gracias a su habilidad para hablar rápido―. ¿Eso es sangre? Por favor, díganme que es salsa de tomate. Me desmayo si veo sangre.

La culpa arrasó a Aleksandar y evitó el contacto visual con la chica fantasma.

―Se fueron hace menos de un minuto. ¿Qué carajos les ocurrió? ―cuestionó Mihael, yendo directo hacia Venecia, su prioridad, con pura preocupación.

―Es una larga historia. Tratamos de matarnos entre nosotros ―le respondió ella a la brevedad.

―Él es el asesino, ¿no? ―declaró Amaranta, deduciendo la verdad tan solo con la expresión de su amiga.

―¿Qué? ―soltó Darka, dejando la boca ligeramente entreabierta debido al impacto revelación.

―Te agradecería que no sonarás tan emocionada por haber acertado ―farfulló Aleksandar, aunque, en realidad, la mujer gris se mantuvo inexpresiva.

―No te distraigas, corazón ―reclamó Venecia y Aleksandar obedeció con una sonrisa cálida.

Mihael tuvo una respuesta más violenta respecto a la confirmación de su teoría. Avanzó los escasos pasos que los separaban con la intención de hacer trizas a Aleksandar. Se detuvo exclusivamente porque Venecia se interpuso en su camino.

―No lo hagas.

―¿Por qué no? ―Mihael arqueó ambas cejas, colérica―. Él arruinó mi vida también. ¿Cómo puedes defenderlo?

―Aleksandar no es Adriel ―repitió la rubia.

Desde su perspectiva, él comprendía la reacción del serafín. Había visto sus recuerdos y el dolor de esa noche con el evocador. Tenía derecho a vengarse. Preferiría que no lo mataran en el proceso, pero eso era un detalle menor.

―Tienen que estar bromeando ―se quejó Mihael tras unos segundos―. ¿Activaron el lazo?

―¿Es tan obvio? ―confirmó el detective, arrugando la nariz―. En mi defensa, fue un accidente.

―¿Y por qué me besaste? ―indagó la rubia, confundida.

Él negó con la cabeza.

―Yo no lo hice.

―¿Entonces tus labios mágicamente tropezaron con los míos?

―¡Juro que fui por la mejilla!

―Esto suena como una conversación privada. ¿Sería muy grosero si elijo escuchar a escondidas? ―musitó Darka por lo bajo.

―Sí, lo que digas. Tenemos mayores problemas ―detuvo Venecia e inspiró profundo antes de dirigirse a Mihael―. Necesito tu ayuda. ¿Tienes algo que sirva para contenerlo aquí?

―Si él es Adriel, debo llevarlo a la Ciudad Dorada para una sentencia ―contestó el serafín con seriedad.

―Justo como Geliel y sabemos cómo acabó eso ―masculló Amaranta, insinuando que él terminaría muerto igual que ella.

―¿Qué deseas tú? ―le preguntó Darka, mirándolo con sus amables y saltones ojos grises.

En otro momento, Aleksandar se habría entregado a la policía. Ahora comprendía que no serviría de nada. Así que, dejaba la decisión a manos de las expertas.

―Solo quiero que no lastime a nadie más ―expresó él, honesto.

―No permitiré que lo haga ―aseguró Venecia, frunciendo los labios.

―Yo tampoco. ―Mihael rodó los ojos, vencida―. Hay unas cadenas en el armamento de la Ciudad Dorada que sirven para contenerlo. ¿Las conoces?

―Oh, sí.

―¿Cómo usas cadenas para eso? ―inquirió el detective, distinguiendo un rastro de los pensamientos de Venecia como si fueran intenciones más que cavilaciones y fueron directo al sexo.

―Imaginación ―se encogió de hombros la rubia.

―Preguntaría a qué se refieren, pero temo que no sería apropiado que Darka lo escuche o el bienestar de mi mente ―bromeó Amaranta.

―Oye, tengo más de veintiuno. Soy una adulta ―comunicó Darka, segura de sí misma.

―Claro ―mintió Mihael y chasqueó la lengua antes de desaparecer.

Un suspiro más tarde, ella regresó con las que parecían largas y gruesas cadenas de hierro en apariencia. Aleksandar procuró no verse muy incómodo, imaginando qué sucedería cuando se las pusiera, mientras seguía buscando un lugar apropiado para encadenarlo entre las exhibiciones. Se limitó a acatar las admoniciones dichas por Mihael para que no le molestaran en demasía y a observar cómo se las colocaba.

Al cabo de unos segundos acabó con las muñecas sujetas por grilletes del color de la plata a una barra de dominadas, los brazos colgados hacia arriba, y el resto de las cadenas enredadas alrededor de él para reforzar su influencia. Sería un mal necesario.

Por su lado, Venecia se había ido a asearse y Amaranta la acompañó para cerciorarse de que estuviera bien. Darka contemplaba a los sujetos que aún descansaban, no obstante, ocasionalmente ojeaba en dirección al detective y era obvio que estaba procesando en silencio que había convivido con su asesino.

―Esto sería mucho más sencillo si me dejarás matarte ―comentó Mihael con un tono mordaz y humorístico a la vez.

―¿Quién sabe? Tal vez no tengas que esperar tanto ―repuso Aleksandar con su fecha de muerte pisándole los talones―. Además, eso no se le dice a alguien a quien hace menos de unas horas le pediste que fuera tu amigo.

―¿Quién dice que no puedes ser mi amigo y también alguien que deseo muerto?

―Ya no lo sé. Los disparos que recibí alteran mi sentido común ―bromeó el detective y un poco no.

―Creo que afectaron más que eso ―expuso Mihael e hizo algo que no pensaría que haría.

Empezó a curarlo con sus poderes. El serafín estiró la mano hacia las vendas que protegían su torso, se las quitó con un chasquido, y bastaron unos segundos cargados de un ardor frío y taumatúrgico para que la herida de bala se cerrara y sanara, dejando una cicatriz casi invisible. Repitió el procedimiento en la lesión de su pierna después de quitarle el proyectil en menos de un minuto.

―Gracias ―articuló Aleksandar en cuanto se recuperó.

―No me lo agradezcas. ―Ella se enderezó―. Yo te hubiera disparado en la cabeza sin fallar.

―Me di cuenta. Aun así, gracias.

―¿Los humanos son raros o eres tú? ―consultó Mihael, entrecerrando sus ojos.

―¿Es un cumplido o un insulto?

―Resuélvelo. Tú eres detective.

Iba a responderle cuando sus palpitaciones se avivaron, avisándole que cierta persona se aproximaba. Amaranta se presentó en un parpadeo con su aspecto espectral de siempre, seguida por Venecia, quien realizó una aparición con un vestido cerúleo similar al anterior y unos zapatos de un tono más oscuro que el atuendo. Venían con normalidad hasta que Aleksandar se percató de que los dedos de la rubia jugaban con algo: el evocador. Se había olvidado que se lo dio.

―No, primero vamos a resolver esto. El inicio del fin del mundo puede esperar cinco minutos ―dictaminó ella. Seguía pálida y con un aspecto enfermizo por el veneno, empero también continuaba caminando―. Si esto funciona, debería mostrar lo que Adriel hizo. En teoría, sus recuerdos están en el inconsciente de tu mente. Así que, supongo que no habrá muchas dificultades para confirmar en qué momentos fuiste tú y cuáles no.

―Ahora entiendo por qué fuiste el único que no le pagó a Madame Kos con un pedazo de su memoria. Si lo hubieras hecho, habríamos descubierto su pequeño y sangriento secreto ―denotó Amaranta, decepcionada, y se fugó para acompañar a Darka.

El detective agachó la cabeza con ligereza. Existía una enorme posibilidad de que no se equivocara.

―¿Qué dices, Aleksandar? ¿Nos dejarás entrar en tu cabeza? ―consultó Mihael apenas Venecia se paró a su lado.

―Creí que ya estaban ahí.

―Coquetear conmigo no te salvará la vida ―retó la rubia ante la broma de él―. Pero admito que la hará más interesante.

―Dame el bendito evocador y terminemos con esto.

Mihael agarró el objeto sobrenatural que le cedió Venecia y lo lanzó a la pared. Tras unos ajustes, Aleksandar se las arregló para apoyar una de las palmas sobre la superficie convertida en una humareda de materia gris. Respiró desde lo profundo para contemplar el modo en que las imágenes de su vida pasaban con lentitud a diferencia de las veces anteriores en las que lo utilizó.

Por supuesto, él reconocía cada una de las escenas principales.

Si bien las primeras eran un poco difusas debido a que pertenecían a su niñez, permanecían intactas en su memoria. Recordaba los momentos en los que era tan pequeño que confundía los fantasmas con amigos imaginarios y sufrió muchos accidentes por obedecerlos. Además, se acordó de cómo tuvo que cambiarse varias veces de escuela, ya que los niños se burlaban de él cada vez que se asustaba por un espíritu maligno, hasta que conoció a Pavel, su primer y único mejor amigo, y aprendieron a defenderse mutuamente para sobrevivir a esa época.

Más tarde, el evocador mostró la adolescencia. Sus padres mandaron a Aleksandar a varios terapeutas para lidiar con sus "alucinaciones", porque nadie cuerdo le hubiera creído si le decía que veía fantasmas de verdad. Ellos le recetaron medicamentos que le obligaban a tomar para mejorar, aunque no hacían más que empeorar su condición y lo agotaban tanto físicamente que en ese período no diferenciaba la realidad de los sueños. Durante aquella edad, los muertos tenían menos piedad que con un niño, por lo tanto, atacarlo con sus propios fines no les parecía tan mala idea. Terminó malherido en numerosas ocasiones, en consecuencia, se dispuso a abandonar los tratamientos, mintiendo sobre su mejoría, luego de salir de rehabilitación por desarrollar una adicción a las pastillas. Pese a que tampoco los veía, solo Pavel confió en su palabra e incluso lo ayudó a buscar información para combatir seres sobrenaturales o al menos a salir ileso de los encuentros con ellos.

Los recuerdos volaron entre su entrenamiento de policía, la instancia en la que se apartó de su familia, los crímenes en los que se topó con más espectros y su inexistente vida privada. Aleksandar a veces se entristecía por el rumbo que adquirió. Había escogido la seguridad antes que las aventuras. Ya no. Temeroso, se viró para observar a Venecia y Mihael.

―¡No me dijiste que solías usar anteojos! ―chilló la rubia con una sonrisa histérica para alivianar sus emociones pesadas. El hilo negro también la afectaba a ella, causando que sintiera lo que él experimentaba―. ¿Por qué no los traes puestos?

―Los lentes de contacto son más cómodos ―se limitó a responder el detective.

―¿Considerarías ponértelos para mí en el futuro?

Él asintió. Literalmente no se podía negar a sus deseos y le resultó un poco gracioso que le pidiera eso dadas las circunstancias.

―A este paso no tendremos un futuro ―advirtió Mihael en un suspiro dramático―. ¿Podemos seguir adelante?

―Tú solo estás celosa ―farfulló Venecia para desafiarla.

―Sí, ¿y qué vas a hacer al respecto? ―respondió ella, contemplándola con curiosidad.

―Por el amor del cielo ―soltó el ángel, esquivando la mirada del serafín con nerviosismo y se esforzó por recuperar la compostura―. Tienes razón. ¿Podemos seguir adelante?

A continuación, Aleksandar se concentró en los meses recientes con tal de averiguar en qué instante Adriel se apoderaba de él. Viajó en su propia mente, inspeccionando e inspeccionando los recuerdos que desconocía. Pensaba darse por vencido cuando el evocador enseñó los misterios de su memoria.

Sin embargo, no vislumbró las escenas de los crímenes, sino los preparativos de un homicida para cometerlos.

Vio a cada una de las víctimas, ya fuere transitando por las calles, ingresando a sus casas o hablando con sus antiguas parejas. Aquello indicaba que Adriel las acechó igual que un depredador tétrico, estudiando sus rutinas desde las sombras con la intención de seleccionar el día apropiado para atacar. Era macabro y repugnante, abrazando la locura.

Ahí no acabó la secuencia de los hechos. Agravó. El asesino en su interior lo poseyó con el objetivo de borrar las evidencias de la estación de policía sin que nadie sospechara. Entró y salió del lugar creado para atrapar personas similares a él, como si se tratara de un restaurante.

Y eso fue todo. Lo que resultó más alarmante.

―¿No hay más? ―objetó Venecia, confundida, y Aleksandar le respondió con una negativa.

―No es que adore los escenarios violentos, aun así, no es suficiente ―recriminó Mihael, hundiendo las cejas, molesta―. Adriel lo poseyó. Eso está claro, pero, ¿dónde están sus recuerdos de los asesinatos?

―No lo sé ―se adelantó a declarar Aleksandar al no ser capaz de darles las respuestas deseadas.

La discusión fue cortada a la mitad. De repente, Darka corrió en su dirección con el pavor clavado en el rostro.

―Él... ―consiguió formular previo a que la interrumpieran.

Lucifer yacía parado detrás de ella, ladeando la cabeza. Aleksandar lo vio una vez y carecía de una opinión firme sobre él, ignorando el hecho de que era el Diablo en persona.

―Oh, sí, yo ―mofó él para luego tensar la mandíbula.

―No por mucho tiempo ―corrigió una voz masculina que provocó una ola de paz en Aleksandar. Jure se presentó delante de Lucifer, acomodando las mangas de su camisa, con seguridad.

―Nadie te cree, Juriel.

El demonio puso los ojos en negro sin regalarle importancia y luego arqueó una ceja, observando al detective.

―¿Por qué estás atado, Alek?

Él no supo qué hacer más que sonreír con nerviosismo. Antes de que se desatara una pelea, Venecia terció entre los dos, reunió a todos y les narró los incidentes de Theisos con la asistencia de Aleksandar. Algunos requirieron un par de segundos para digerir las noticias. No les sobraban los minutos, por lo tanto, se pusieron a discutir acerca del inconveniente llamado "fin del mundo".

―No sé por qué están tan tensos. Es una solución bastante sencilla ―anunció Lucifer, relajado―. Si ya sabemos quién es la persona que se encargará de despertar a estos supuestos dioses, ¿por qué no la matamos y listo?

―Porque asesinar es lo que nos metió en este lío ―retó Jure con desdén.

―Y por eso debe ser lo que nos saqué del mismo.

―Ese método no tiene ningún sentido.

―No tiene que tenerlo mientras funcione ―replicó Lucifer y realizó una pausa como si tratara de oír algo a lo lejos―. O quizás es demasiado tarde.

Entonces, el caos del que habían sido advertidos se expandió y el Infierno reinó a su alrededor.


💔💔💔

Hola, dejo esta pequeña nota para que sepan que quedan dos capítulos para que la historia vaya a terminar.

¿Están emocionadxs?

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