(26) De un asesinato al apocalipsis
En fin, Darka no los llevó a ningún lado. Por consecuencia, Aleksandar arrugó el entrecejo, Amaranta soltó un bufido y Mihael rodó los ojos a modo de frustración. Era como luchar contra reloj para descubrir que la hora la pusieron mal. No podía describirlo de otra forma. El detective había supuesto que, una vez que la chica fantasma los guiara al homicida, por fin cerraría el caso. Aparentemente, el destino y ella tenían planes diferentes.
―¿Estás haciendo una pausa dramática o no sabes a dónde ir? ―consultó Mihael, suspicaz y mordaz.
En consecuencia, Darka frunció los labios, molesta por la legítima duda del serafín.
―Por supuesto que lo sé. El problema es que está aquí.
La respuesta no hizo que Aleksandar borrara de su rostro su expresión de perplejidad.
―¿Y eso qué significa?
El vínculo sobrenatural haría que buscara al responsable de su muerte, sin embargo, ella aseguraba que no deseaba irse. Eso podría implicar dos cosas: el vínculo era mentira o el culpable estaba entre ellos.
―El asesino está aquí ―expuso Amaranta, diciendo lo que nadie más se atrevía.
Si bien Aleksandar no se movió de su posición, sus ojos estudiaron la sala del apartamento como si temiera que alguien saltara de su escondite. A pesar de que no fue así, eso no fue un indicador de su buena suerte. Era lo contrario.
―O... ―añadió Darka sin terminar la oración como si quisiera decir lo que pensaba y le aterrorizara plasmarlo en voz alta porque lo haría real.
―¿Qué? ―farfulló Mihael, impaciente.
―Es uno de nosotros ―concluyó la chica fantasma.
Lo enfermó. Aleksandar se atragantó con sus latidos al tragar saliva ante la acusación. Sabía que nadie deseaba pensar de ese modo, mas la situación lo ameritaba. El mero acto de imaginar que podría estar respirando el mismo aire que un asesino capaz de arrancar corazones provocó que se le paralizara el suyo como si pudiera meter su corazón en una caja y arrojarlo al mar para que se hundiera. Lo positivo era que, si algo permanecía en su imaginación, no era real.
¿O sí?
Se habría aferrado a esa idea de no ser por la manera en que Amaranta lo contempló a él y después a Mihael como si sospechara que uno de los dos pudiera ser el asesino.
―¿Por qué haces eso? ―le preguntó el detective.
―¿Hacer qué?
―Mirarnos como si te hubiéramos apuñalado por la espalda ―contestó Mihael sin anestesia.
―No, los estoy mirando como si fueran asesinos seriales. Es completamente diferente ―se justificó Amaranta, incisiva.
De su lado, Darka bajó la mirada, apenada, y le recordó a una niña que oía a sus padres discutir y no deseaba meterse en la conversación. Aleksandar apostó a que ella sentía la presión de ser quien había causado esa confusión y en realidad no tener la culpa de ello. Por ende, eligió no incluirla en la charla.
―¿Y qué nos asegura que no eres tú? ―bramó el serafín a la defensiva.
―¡Que morí hace siglos! ―vociferó Amaranta con obviedad―. Además, está claro que ustedes son los principales sospechosos. Él es el detective que involucro a todos en esta investigación rara y tú, Mihael, eres tú y eso me basta para sospechar de ti.
―Muérete, Amaranta. No soy la asesina, así que para de tratarme como una ―afirmó Mihael, exudando firmeza―. Dile, Aleksandar.
Él entreabrió la boca para responder.
―Pídele ayuda al otro acusado, claro ―se adelantó a murmurar Amaranta.
―No, él vio el recuerdo de la noche en que Darachiel y Ergediel murieron. Es prueba de que no traicioné a nadie ese día y no lo hice nunca.
―Es cierto ―aseguró Aleksandar, basándose en lo que el evocador le mostró―. Adriel la forzó a hacerlo con la compulsión. Ella es inocente.
―¿Qué dijiste? ―inquirió la inconfundible voz de Venecia, sin embargo, se orientó hacia Mihael al pronunciarlo.
Los cuatro voltearon hacia atrás y allí se hallaba la rubia en su mayor esplendor. Pese a que nadie sabía en dónde había estado, se notó que lo que fuera que ocurriera pasó a segundo plano. En lo personal, Aleksandar no necesitó un hilo negro para ver cómo los ojos dorados del ángel se ponían brillosos ante la revelación que destruyó en un segundo todos esos años que pasó odiando a su primer amor por nada.
Debió ser abrumador y demoledor, ya que Venecia trastabilló por un segundo y Mihael se adelantó un paso como si pretendiera sostenerla, no obstante, no se cayó, sino que retrocedió con el pecho subiendo y bajando a gran velocidad. La noticia le robó todas sus fuerzas y se resistía a demostrarlo. Le tomó unos segundos calmar su respiración y aclarar la garganta para poder hablar con propiedad. Ese sería un tema que Mihael y ella tendría que lidiar en privado porque aparentemente había otra cuestión más importante debido a la postura que tomaron.
Aun así, Aleksandar se alegraba de volver a verla.
―Vee ―llamó Amaranta, dándose cuenta de que su amiga no estaba bien―. ¿Qué haces aquí?
―Te acuerdas de que esta es mi casa, ¿no? ―bromeó la rubia. Su tono evidenció que era un mecanismo de defensa.
―En teoría, es mía también.
―Sí, pero, ¿quién la paga?
―Yo. Tú odias los impuestos.
―Es que parece que los hacen aburridos a propósito.
Darka ahogó una risita, destilando alegría luego de haber permanecido callada en un rincón. Mas aquel dulce sonido se fue opacando por el estruendo de un catastrófico choque en el piso de abajo.
―¿Qué fue eso? ―interrogó Aleksandar, preocupado.
―Sí, tenemos problemas ―declaró Venecia, mordisqueándose los labios.
―¿De qué clase?
―Niveles apocalípticos.
―¿Te quedaste sin helado otra vez? ―intervino Amaranta de brazos cruzados.
―¡No! ―chilló la rubia, ofendida―. Pero lo voy a necesitar para sobrevivir al día porque a este paso será mi última cena.
Acto seguido, les explicó dichos inconvenientes mientras bajaban por el ascensor a la planta baja. Aleksandar habría apreciado tener una silla para sentarse y procesar las proporciones de los contratiempos.
Su cerebro humano se resistió a aceptar la amenaza hasta que llegaron a la zona de las exhibiciones, donde había dos demonios peculiares que se presentaron como Sytry y Pytry, antes de irse para corretear por las instalaciones. Ellos habían ayudado a Venecia a escapar del Infierno a escondidas. Más allá, Jure yacía acostado en una cama de las muestras y el sujeto que conoció como Lucifer descansaba a su lado. Ambos estaban inconscientes, sin embargo, el único que le importó fue el príncipe infernal.
―De verdad le rompiste el cuello al Diablo ―comentó Amaranta con una sonrisa oscura de satisfacción―. La única queja que tengo es que no pude verlo.
―Si no logramos detener esto, muchos humanos van a intentarlo. Solo me adelanté ―respondió Venecia parada a su izquierda.
Boquiabierta y embelesada, Darka estudiaba al presunto Diablo como si no pudiera creer que era quien decía que era. El detective habría hecho lo mismo si no se controlara tan bien porque esa era la reacción más humana.
―¿Va a estar bien? ―le preguntó Aleksandar, contemplando a Jure.
―Sí, sanará. Si no fuera así, no me importaría que se desatase el Infierno ―afirmó ella de una manera tan literal que le dio escalofríos.
―Tratemos de evitar que suceda ―repuso Mihael con más seriedad y el grupo se predispuso a alejarse de ellos―. Pues, ¿qué hacemos?
―¡Esperaba que tú nos lo dijeras! ―masculló Venecia con un dramatismo que sorprendió a los demás.
―Hace un día jurabas que me querías muerta y ahora piensas que puedo salvar el mundo.
―Puedo volver a lo primero en cualquier minuto.
―¡No! ―exclamó el serafín, temiendo que se destruyera el raro balance que traía el posible fin de lo que conocían.
―En mi defensa, no contamos con muchas opciones. Nuestra ventaja es que nosotros somos los únicos que sabemos sobre esto. No podemos confiar en los Pecados Capitales, no después de esta guerra. Claudia y la Oficina Paranormal están fuera por obvias razones. ―se justificó la rubia―. Situaciones desesperadas, requieren medidas desesperadas y castañas llamadas Mihael. Me queda el Paraíso y eso eres tú.
Las mejillas de Mihael se calentaron de felicidad. Ella estaba en las nubes.
―¿Me acabas de llamar tu paraíso?
Venecia entró en pánico.
―No me refería a eso y te consta.
―¿Hay algo que puedas hacer? ―consultó Aleksandar junto a Mihael.
―No sin el libro ―reveló ella.
―Y el único que es capaz de abrirlo es el psicópata que inició todo ―murmuró Amaranta desde lo profundo de su aborrecimiento por el Diablo.
―No va a decirnos nada. Técnicamente, puede frenar el ritual. Pero lo conozco lo suficiente para saber que le hará honor a su nombre y no va a parar por nada o nadie ―advirtió Venecia con pesar―. No quiero ni pensar en lo que hará cuando despierte.
―Puedo alertar a los ángeles y lidiar con los demonios una vez que terminé, sin embargo, no sé si podemos detener esto con tan poca información. Ayer ni siquiera creía que era posible ―interrumpió Mihael, teniendo a los seres celestiales a su disposición.
―¿Entonces no podemos hacer nada? ―farfulló Aleksandar, incrédulo.
―Podríamos hablar con Claudia ―soltó Venecia para la sorpresa de los que estaban despiertos―. Después de todo, el asunto del libro y sus implicaciones aún es una teoría.
―¿Y si no lo es? ¿Qué ocurre si vas directamente con la persona que orquestó esta mierda apocalíptica? ―inquirió Amaranta, sobreprotectora.
―Alguien tiene que hacerlo. No tenemos tiempo o respuestas y quizás ella sepa algo de verdad.
―Si vas, voy contigo ―se adelantó a proclamar Mihael.
―No ―declaró Venecia con determinación y luego relajó su tono―. Me refiero a que, si Lucifer despierta antes que Jure, van a necesitar que alguien lo detenga y, para mi mala suerte, tú eres la más fuerte de nosotros.
―Si eso es cierto, ¿no debería ser yo la que fuera con Claudia? Es decir, tú lo noqueaste en primer lugar.
―Solo lo logré porque él confiaba en mí. No creo que lo haga una vez que despierte ―reveló la rubia, apesadumbrada―. Además, estaré bien. Llevaré a Super Sherlock conmigo.
Él ahogó un jadeo de estupor.
―¿Me llevarás? ¿Por qué? ―consultó Aleksandar―. Se me vienen diez opciones a la cabeza más útiles, incluyendo un par de fantasmas.
Amaranta asintió, concordando con él en ese aspecto.
―Eres mortal. Esta cuestión involucra a los humanos. Tú los representarás porque dudo que un presidente o un rey que hace cinco minutos no sabía nada de lo sobrenatural sepa manejarlo mejor que tú.
Mihael tiró del brazo de Venecia para apartarla de allí sin previo aviso. Aleksandar alzó las cejas ante el nuevo secretismo que surgió. Ellas no se alejaron lo suficiente como para que él no pudiera oírlas. Eran sobrenaturales, no tenían un modo de medir el alcance del oído humano desde su perspectiva, y aunque no fue su intención, las escuchó mientras Amaranta vigilaba con desdén a los inconscientes.
―Aún pienso que no deberías ir con él.
―¿Por qué? ―preguntó Venecia como si el escepticismo del serafín fuera una broma―. A donde sea que vayamos, lo protegeré.
―Sí, ¿y quién te protegerá de él? ―masculló Mihael con un miedo real―. Sé que sonará loco y por eso te lo digo a ti, pero creo que Aleksandar es el ammit.
Y en ese preciso momento se le cortó la respiración para cocinarla en un jadeo y hacer que tragara saliva para digerir esas palabras. Aleksandar no movió ni un músculo, procesando la terrible acusación. Una puñalada en la espalda hubiera sido más suave con él que aquellos susurros.
¿Acusar al detective del caso de ser el asesino? Esa era una teoría demencial.
Pese a que una parte de sí dudó, asustándose de sí mismo al carecer de mucho conocimiento respecto a lo paranormal, sabía que estaba en su propia piel y no había nadie más debajo de ella. Ahí estaba su conciencia, la suya, asegurándole que no era posible. Así que aflojó el puño que cerró a sus costados una vez que Venecia soltó lo siguiente con una carcajada:
―¿De verdad piensas que el sujeto que pega un salto ante el mínimo ruido es el Devorador de Almas que le arrancó el corazón a decenas de personas por diversión?
―¡Sí!
―¿En serio? ¿Él?
―Nadie inocente puede estar asustado de su propia sombra.
Tras esa declaración ridícula, Aleksandar eligió dejar de fingir que no les prestaba atención y se volteó para abordar al serafín.
―¿Me estás acusando? ¿Qué pasó con lo de ser amigos?
Las respuestas fueron ambiguas. Venecia gesticuló un "oh" como si los dejara a su suerte y Mihael tenía una expresión que decía "mierda".
―¿Me estabas escuchando? ¿Qué pasó con la privacidad?
―En su defensa, yo las oí también. Para estar contando un secreto, ustedes hablan bastante alto ―comentó Darka con rapidez.
―Yo apoyo la mitad de su teoría. La otra mitad sigue pensando que es Mihael ―agregó Amaranta, pausando su actividad del momento: aprovecharse de que era un fantasma y podía atravesar las cosas para abofetear a Lucifer sin que se diera cuenta.
―En tal caso, estaríamos en riesgo con cualquiera de los dos y daría lo mismo quién va o se queda ―expuso Venecia con un raro sentido común, confiando en la hipótesis de su amiga―. Ven, Super Sherlock.
Para demostrar que era inocente, Aleksandar lo hizo. Una vez que se detuvo junto a la rubia y ella lo tomó del brazo para que se teletransportaran juntos, se despidió con un ademán que enorgulleció a su acompañante. Desaparecieron de la recepción del museo para aparecer frente la Puerta de Piedra con la intención de ingresar a la Oficina Paranormal como lo hicieron en el pasado.
En esa ocasión, Aleksandar ya no estaba tan asustado de ir al saber qué había detrás de esa entrada a la Embajada del Más Allá y Venecia lucía menos nerviosa. De alguna forma, progresaron y no se distanciaron por nada del mundo. Hacía tiempo que no estaban solos. O esa era la impresión que tuvo. Había extrañado eso. Aun así, se dieron un segundo para respirar hondo.
―De un asesinato al apocalipsis, ¿qué tan horrible ha resultado ser este caso? ―bromeó el ángel, observándolo de soslayo.
―He tenido peores ―respondió el detective, ladeando la cabeza para corresponderle.
Había trabajado en decenas de muertes y ninguna trajo tanta vida a la suya.
―No me disculparé por no creerte.
―Es cierto ―reiteró Aleksandar, suavemente―. ¿Quieres apostar?
Los labios rosados de Venecia se curvaron hacia arriba.
―Estoy interesada.
Él frunció el ceño para disimular su propia sonrisa.
―Siempre lo estás.
―Porque estoy contigo ―afirmó ella con su coquetería usual.
El pecho de Aleksandar se sacudió como si algo aleteara dentro, sin embargo, era demasiado amargado para experimentar lo que la gente llamaba mariposas.
―Eres así con todos ―enfatizó él, decepcionándose con sus propias palabras.
―No, soy de este modo con todos los que me gustan ―apuntó Venecia, animándolo.
Los nervios se le tensaron.
―¿Como amigos?
La rubia liberó su brazo para encararlo.
―Ahí está otra vez.
―¿Qué cosa? ―Aleksandar hundió las cejas con sinceridad.
―Fui un ángel del amor. Sé distinguir la atracción. Normalmente, las personas coquetean con otras cuando alguien les atrae. Tú no. Lo he notado ―reveló con seguridad―. A Pavel le dices tu Watson y a Darka y Amaranta las llamas por su nombre. A los demás, no. Entras en pánico, repites que son tus amigos como si esperaras que te corrigieran y lo entiendo. Es un mecanismo de defensa. A nadie le agrada ser rechazado. El asunto es que no tendrás ese problema conmigo.
Ella lo descifró con tanta sencillez que él se sintió fácil. Resultó entretenido. Ser un ángel se parecía bastante a ser un detective.
―¿No? ―suspiró Aleksandar sin molestarse en negarlo.
Con el fin del mundo que conocía aproximándose, dejar las cosas para después no parecía una opción inteligente.
―No tenemos que ponerle una etiqueta a lo que somos. La mayoría de mis relaciones carecen de una. Tú y yo somos lo que somos, pero definitivamente no somos amigos.
No, no lo eran.
―¿Qué me delató?
―Eso es un secreto ―respondió Venecia, feliz con la confirmación.
―Es raro. Solía pensar que odiabas estar unida a mí ―expuso, recordando lo que una vez le dijo.
―Sin Geliel, no hay hilo negro. Detestaba el lazo, no a ti.
―Bueno, perdiste ―comunicó Aleksandar, refiriéndose a lo que apostaron y no mencionaron―. Tienes que pagarme.
―¿Con qué?
Entonces, Aleksandar dio un paso adelante a la vez que Venecia se lamía los labios, sonriente. Por una razón que ya había aceptado, se le aceleraron los latidos. Era extraordinario acercarse a alguien, tener la sensación de estar en un peligro extremo y no querer apartarse debido a la misma.
―Cuidado ―le advirtió ella y su voz se tornó en un susurro gracias a su proximidad electrizante―. El fin del mundo te sienta bien y eso es una tentación más que suficiente para hacer que quiera causar el apocalipsis todos los días.
Ignorando lo perjudicial que sería aquella frase para el planeta, él sonrió como si fuera correcto.
―En ese caso, trataré de contenerme.
Dicho eso, la besó.
Lo que no había intentado hacer. Su intención había sido depositar un fugaz beso en la mejilla de Venecia para seguirle el juego, empero ella se movió o él lo hizo, no estaba claro, y acabó conectando sus labios en una explosión. Duró menos de un segundo. Un jodido segundo que cambió todo.
Con la respiración haciéndole cosquillas, Aleksandar levantó la vista con lentitud para contemplar los ojos dorados de la rubia. Fue como si ella, un verdadero ángel, le robara el corazón para llevárselo a los cielos mientras lo hacía volar con ese beso. Se veía sorprendida, igual que él, y contenta a pesar de que había sido un percance. Era lo que se consideraba un accidente feliz.
Primero se vio su sonrisa desvanecerse. Luego se escuchó el disparo.
***
No.
Eso fue todo lo que hizo eco en la cabeza de Venecia, ya que no podía abrir la boca sin saborear un asqueroso gusto metálico. No tuvo que bajar la vista para percatarse de la pistola presionada contra su pecho o reparar en la sangre que brotaba del mismo. Pero sí necesitó contemplar una última vez los ojos azules de Aleksandar para aceptar que fue él quien le había disparado directo en el corazón.
Halló traición en ellos.
El dolor agudo que se dispersaba por su anatomía no le regaló mucho tiempo antes de sumirse en la oscuridad total.
Para cuando despertó, la situación y el ambiente sufrieron una terrible transformación. Si debía ser precisa, la rubia no entendía qué sucedía o en dónde se ubicaba. Estaba viva, lo que no necesariamente era una buena señal. Un humano común habría muerto de un balazo. A ella le causó un desmayo, ya que la bala la había atravesado o si no estaría moribunda. Eso lo supo previo a levantar los párpados y estudiar el exterior.
Una corriente helada fue subiendo por su piel mientras descubría los horrores de su realidad. Se encontraba en el suelo, uno extrañamente familiar y distinto a la vez. Era el mismo piso del museo, solo que no tardó en darse cuenta de que no estaba en su museo en particular.
Se trataba de una copia más lóbrega que la original. No había ni un alma cerca. Sus amigos tampoco. Los objetos calificaban como su compañía. Eran los mismos que vislumbró minutos atrás en la exacta posición en las que los dejó. Incluso las exhibiciones del fondo permanecían intactas.
Lo diferente fue la sensación apagada y opresiva que inundaba al recinto. La luz natural apenas ingresaba a la recepción por la puerta abierta del edificio y no iluminaba lo suficiente. De hecho, generaba un aspecto lúgubre y nebuloso que la oscuridad no podría darle como cuando se estaba en lo profundo de un bosque. El aire estaba condensado en una especie de bruma fina y antinatural que le aprisionaba el pecho o quizás se debía a la bala que recibió hacía poco. En fin, lucía idéntica y desigual por diversos motivos.
Venecia se enderezó para sentarse, sufriendo algunas dificultades gracias a un terrible cansancio, y vio algo aún más horrible. Había sangre seca en el piso, probablemente la suya, pero no yacía desperdigada en simples manchas rojas, sino que trazaba espirales y líneas. Símbolos. Ahogó un suspiro, alarmada, y se puso de pie para vislumbrar bien cuáles eran en específico. Las piernas le temblaron al descifrar que estaba atrapada en medio de una trampa para ángeles.
Tiritó. Se hallaba en negación. Sus palpitaciones no deseaban aceptar lo que su mente sospechaba. Por lo tanto, tragó grueso. Sabía cómo funcionaba. El símbolo la aislaba del exterior con un campo de fuerza sobrenatural para que no pudiera salir y que estuviera dibujado con su sangre hacía que cualquiera, excepto ella, lograra atravesarlo. Aun así, no se iba a dar por vencida. No estaba lista para morir.
Antes de que intentara derribar la barrera mágica, oyó unas pisadas a sus espaldas y su corazón adolorido se paró. Aunque no viró de inmediato, un raro y aplastante sentimiento impregnó sus pensamientos. Era como si tuviera un montón de cuerdas enroscadas en su cuerpo y alguien tirara de las mismas, esclavizándola a su merced. La convertía en un imán que no podía evitar ser atraído por otro imán. No entendió por qué se sentía así hasta que volteó despacio y se encontró con él, recostado contra el marco de la puerta.
―¿Aleksandar? ―inquirió Venecia con un hilo de voz.
Decirle Super Sherlock no le pareció adecuado para el momento.
―Nombre equivocado ―acusó, esbozando una sonrisa de costado que su detective nunca delineó.
La rubia no alcanzó a inspirar para contestar con el repugnante nombre de Adriel, ya que él se irguió y sacó la pistola para dispararle otra vez.
Cualquier insulto ingenioso que se le ocurriera no sería suficiente para llenar los zapatos de ese hijo de puta y el dolor le robó las palabras una vez más.
Retrocedió con un grito que le quemó la garganta, presionando la herida de su abdomen por instinto, mientras el líquido rojo brotaba de su herida y le ensuciaba las manos. Pese a que la bala le ardió y le perforó la piel y la carne, la verdad le dolió eso multiplicado por un billón. La teoría de Mihael era cierta y el culpable de todo había estado usando a su humano preferido.
Por más que le pegó en el estómago, con esa bala, hizo pedazos el cristal que protegía su corazón y los vidrios se le clavaron allí. Ella no consiguió adivinar si las lágrimas que se acumularon en sus luceros dorados provenían por el hecho de que el cielo en los ojos azules de él se oscureció de repente tras esa traición o de las otras verdades que implicaba la misma.
Era una posibilidad que había negado tanto tiempo por el miedo y la actualidad era más aterradora.
Estuvo alejada de Mihael, la primera persona de la que se enamoró, por una manipulación del asesino que mató a su familia y le echó la culpa cuando no fue más que una víctima más. Por Dios, la obligaron a hacer algo horrible y nadie confió en ella. Venecia debería haberlo hecho, no obstante, la condenó. Pasó todos esos años, odiándose por no admitir que la extrañaba, y fue por nada. Había perdido tantos segundos en los que podría haber sido feliz. La había amado más tiempo del que la tuvo y la perdió durante tanto que ya no estaba segura de recordar cómo fue tenerla y ahora no estaba segura de poder recuperarla.
Deseó ser capaz de borrar esos dos siglos, las cosas que dijo y pensó, con tal de evitar cometer un error catastrófico. Se arrepintió de tantos actos en un segundo que tendría que disculparse hasta consigo misma. Sus emociones voraces desecaron las escasas fuerzas que le quedaban.
Y, además, faltaba Aleksandar. Su cabeza anhelaba soñar con que algún instante en el que estuvo con él fue real, sin embargo, no existía modo de averiguarlo. Se acordó de la vez en que lo vio por primera vez, de los coqueteos que le sacaron una sonrisa, de la forma en que entró en su vida y la mejoró en tantos aspectos inimaginables y de la manera en que apretó su mano en momentos difíciles. Se negaba a aceptar que fueron una mentira. Le arañaba su interior sin siquiera especular que no existió un Aleksandar en absoluto y que solamente cayó en un engaño letal.
Rechazaba la idea de que esas semanas fueran parte de un plan maestro. No siguió las pistas de las muertes con el asesino a su lado. Sencillamente, no. Se había dicho que no le importaba demasiado y no era cierto porque estaba allí y eso probaba lo contrario. Para ella, enamorarse era la tortura más dulce y sin darse cuenta había probado otro bocado con ese beso mortal.
Tuvo que asumirlo debido a que, al ver la cara del asesino que le arruinó la existencia, también contemplaba el rostro del hombre que le estaba ayudando a querer disfrutarla. Venecia estaba furiosa, triste, destrozada y vengativa. Deseaba dañarlo y, aun así, no podía hacerlo.
Pronto buscó la bala con sus dedos, provocando un sonido viscoso y apretando los dientes para no lloriquear de dolor, y la tiró lejos una vez que la encontró. Ahora su cuerpo no tardaría en sanarse. Se esforzó para mantenerse de pie, en simultáneo, Adriel, usando el cuerpo del presunto Aleksandar, se encaminó hacia ella con la pistola en mano. No le mostraría que temía y sufría. Jamás le daría lo que quería.
―Subestimé a los humanos. Si bien sus armas no son las más eficaces, el dolor que causan es delicioso ―murmuró él, deteniéndose en el borde del símbolo para arrastrar su atención sobre Venecia―. ¿Debería probar el tuyo?
Gracias a que oía la voz de Aleksandar, sus dichos solamente dolían más.
Pese a que residían en el mismo cuerpo, todo era distinto entre Adriel y Aleksandar. Cada gesto, tono de voz y actitud los diferenciaban, mas podía ser su imaginación jugándole una mala pasada con la esperanza de que fuera cierto.
―¿No crees que tuviste suficiente? ―replicó ella, tensando la mandíbula y aguantando su aflicción.
―No digas eso. Es como si no me conocieras. Sabes que recién estoy empezando ―masculló Adriel con aires de decepción.
―Y no vas a llegar demasiado lejos ―advirtió Venecia con un nudo en la garganta.
Hablar con él, el monstruo que creó a todos sus demonios, era como tener una conversación directa con ellos. Todo su dolor ya no se escondía en su interior, sino que poseía una forma y pensamientos propios que la paralizaban y la transformaban en un ente que producía y consumía sufrimiento. Pero no podía expresarlo y llorar.
―Sereda, ya lo hice o no estarías aquí.
―¿Y dónde es eso?
Debía ignorar las implicaciones emocionales que le partían en alma o el apocalipsis caería sobre los demás. Su desconsuelo no se comparaba con el que habría si la Ciudad Infernal y la Ciudad Viviente se unían. No serviría de nada lloriquear, lo comprobó al recibir a Mihael y esa experiencia la ayudaba en la actualidad. Tenía que sacarle toda la información posible para huir, incluyendo la cuestión de Aleksandar, luego averiguaría un modo de hacerlo trizas.
―¿Me vas a decir que no lo adivinaste todavía? ―repuso Adriel con una expresión que igualaba su tono sínico―. ¿No se supone que un detective detecta cosas?
La rubia se encogió de hombros, esforzándose para simular que la situación no le afectaba.
―No lo sé, no soy la que está poseyendo uno.
―Oh, sí. Apuesto a que te mueres por saber desde cuándo lo hago.
―Bueno, no me mataría que lo mencionaras.
―¿Estás segura? ―preguntó él, ladeando la cabeza para analizarla con un brillo siniestro en la mirada―. Vamos, cuéntame. Dime qué se siente enamorarte del asesino serial que tanto querías atrapar.
Peor que el infierno.
Venecia no se inmutó. Quizás Adriel buscaba una reacción escandalosa. Había martirizado a muchas almas en el Averno para penetrar la mente de un verdugo y para la mayoría, el placer de la tortura no venía del martirio que originaban, sino que lo extraían de las respuestas de sus víctimas como un gato jugando con un ratón antes de matarlo. Por ende, no le demostraría ninguna emoción a pesar de que se estuviera aferrando a su vida.
―¿No da curiosidad averiguar si todo este tiempo fui yo con quien estuviste? ―agregó Adriel, saboreando cada oración―. Sé que lo hace porque sé todo sobre ti. Sé lo que estás pensando, sintiendo y más.
―¿Y cómo sabrías eso? ―se burló la rubia, controlando su respiración para que no se notara su agitación―. No eres tan poderoso, Adriel, no lo fuiste ni lo serás.
―Apuesto a que odias decir mi nombre, tanto como detestas el hilo negro.
Con esas dos últimas palabras, el sistema nervioso de Venecia sufrió un colapso y la fuerte presión de su pecho incrementó y se esparció.
―Oh, ya veo ―suspiró él mientras ella sopesaba la descarrilada y espantosa posibilidad―. ¿Realmente supusiste que se había ido? ¿Tan ingenua eres?
Venecia negó con la cabeza repetidas veces, rehusándose a procesarlo. Adriel debía estar divirtiéndose con su falta de conocimiento en el asunto.
―Geliel está muerta. No hay lazo.
―¿Y qué te hizo deducir que ella fue la que lo creó? ¿Yo?
La mera insinuación le provocó un revuelo en el estómago. En teoría, la herida de bala ya había sanado, sin embargo, la mera presencia de Adriel y los problemas que traía la descomponían. El asco que le tenía la ponía físicamente enferma.
Mierda. No Santa ni Maldita. Puramente, mierda.
Dio por hecho que fue Geliel porque en el momento de la creación del vínculo solamente estuvieron presente tres personas, incluyéndose a sí misma, y antes no tuvo que sospechar de Aleksandar. Ahora sí. Lo que implicaba que Adriel había estado usurpando el cuerpo del detective por más tiempo del que le gustaría aceptar.
Si Adriel poseía a Aleksandar, aunque quisiera, eso significaba que no podría asesinarlo y lo peor de todo sería que estaría irrevocablemente obsesionada, por no decir enamorada, con él.
Las náuseas no demoraron en aparecer. Imaginarlo era desagradable y repugnante. En consecuencia, se dispuso a reflexionar. Era su salvaguardia que todavía lo encontrara repulsivo y lo demostró sin remordimientos.
―Si eso fuera verdad, también lo sentiría a él y yo no siento absolutamente nada.
―¿Olvidas dónde estás? ―recalcó él, señalando a los alrededores con la pistola―. Te daré una pista. Está relacionado con cierto libro del apocalipsis.
No había personas.
Solo objetos.
Parecía una versión retorcida del mundo.
Era el espacio entre planos del que había hablado Lucifer.
Los labios le temblaron.
―Theisos ―farfulló entre dientes.
―¡Sí! ―felicitó Adriel como si ella estuviera siguiendo los pasos que él planeó mentalmente―. ¿Y entiendes lo que significa? Puedes estar atrapada aquí por doscientos malditos años y para tus amigos no pasará ni un segundo. Nadie va a saber qué estás aquí o lo que te pasé.
Por eso le decía lo que le decía sin temor. La torturaría con nimiedades a sabiendas de que no podría huir para contárselo a nadie.
La sonrisa de complacencia que Adriel realizó con los labios de Aleksandar en la última frase le recordó esa noche hacía dos siglos.
Quería borrársela de la cara, empero, no entendía por completo lo que ocurría. Además, la nueva confirmación le causó una impresión ambigua. Si escapaba, aún poseía tiempo para detener la unión de las ciudades, y si no lo lograba, quedaría cautiva de la persona que más despreciaba. Para evitar eso, a falta de sus poderes, la astucia era su única arma.
―¿Cómo sabrías que este lugar existe si el resto no lo sabía? ―añadió, pensando en voz alta y luego unió las piezas―. Claudia.
La jefa de la Oficina Paranormal había sido quien lo convirtió en un ammit y le enseñó ese sitio, claro.
―Es una de las pocas personas que respeto en serio. Yo quería el poder que me da ser un ammit para no estar estancado en el cuerpo de un ángel caído y ella necesitaba a alguien que acatara las reglas y pudiera acceder a las Cuatro Ciudades. Fue un trato justo.
―Por eso ella me sugirió que no retrasará la unión del hilo negro. Te estaba haciendo un favor a ti ―expuso Venecia, tensando la boca.
―Aunque no se lo pedí, se lo agradezco. Es una buena socia de negocios.
―Sí, tan buena que la ayudaste a desatar el Infierno en la Tierra. ¿Ni siquiera tú ves que eso está mal?
―Por supuesto que no. Asumí que lo comprenderías a la perfección. Cuando lo pierdes todo, ¿qué más da si los demás también? ―repuso Adriel en un suspiro dramático―. Ella está haciendo lo que debería haber sucedido hace tiempo. Polvo al polvo, Sereda. Los demonios provienen de los humanos y los humanos se transformaron en demonios. ¿No tiene sentido que vivan en el mismo plano?
―Casi tanto como que tú sigas vivo ―articuló el ángel con ironía.
―En lo personal, esas criaturas y su maldito Infierno no merecen el poder que tienen. Descuida, sé que te encanta mezclarte con su nobleza demoníaca. No espero que secundes la moción.
―Como mínimo, ellos pelean por las personas que aman y su reino. ¿Qué has hecho tú?
―Más de lo que tu cabeza es capaz de razonar.
―Te sorprendería lo razonable que estoy siendo ahora ―vociferó ella, silenciando la parte de sí que le gritaba que lo matara sin compasión por el bien común.
―¿Acaso no te enteraste de un pequeño detalle durante tu exhaustiva investigación? ―objetó él, arqueando una ceja―. La ansiosa de Geliel ya te adelantó un poco al informarte que los asesinatos eran para buscar el corazón de Darka, lo que no te dijo fue lo que hice antes de matarlos.
Venecia rodó los ojos, deseando que las lágrimas no se fugaran.
―Soy todo oídos, incluso si lo que sale de tu boca me parece repulsivo.
―No es casualidad que todos los muertos fueran a tu museo ridículo. Para que comenzaras a jugar el juego, tenías que involucrarte, ¿y qué mejor manera que hacer que sus parejas les rompieran el corazón?
―Fuiste tú. Siempre ―masculló, asqueada de lo planeados que fueron esos homicidios.
Aun así, tenía sentido. Había poseído a un detective. Al acceder a la mente de un verdadero oficial, podía modificar su plan para que no hubiera errores y no lo capturaran. Se infiltró en la policía sobrenatural y mortal.
―¿Quién más? ―bufó Adriel, enarcando la otra ceja―. Ese no es el detalle del que te hablaba. ¿Cómo hice que fueran allí? ¿Alguna vez Juriel te comentó que alguien estuvo matando a mortales que hicieron pactos con demonios?
Venecia tuvo que viajar en sus memorias y corroboró que sí. Aquello no le había llamado la atención en su momento, ya que las cosas pasaron muy rápido.
―Bueno, no todas las muertes están relacionadas contigo. Yo maté a los humanos que fueron a tu museo y te enteraste solo porque quise que lo hicieras, pero hubo otros de los que ni siquiera escuchaste ―añadió él con fatuidad y ella se estremeció.
―¿Cuántos?
―Los suficientes para alertar a la nobleza demoníaca, es decir, demasiados. Geliel se ocupó de deshacerse de esos mortales y yo lo ocultaba con la ayuda de este detective en secreto. Al parecer, tu antigua amiga te odiaba lo suficiente por abandonarla para unirse a mí.
―Y ahora está muerta ―formuló Venecia. Desgraciadamente, hirió más sus sentimientos que los de Adriel.
―Un infortunio sin duda. No podía arriesgarme a que contara algo antes de tiempo. El grillete que le robé a Leviatán me aseguró que no lo hiciera. Además, Claudia necesitaba que los Pecados Capitales trabajaran juntos en la batalla para que sus súbditos los imitaran y pensó que darles un enemigo común sería una buena idea. Al final, acabaron uniéndose a la causa de tu querido príncipe infernal. No puedo matar a tantos demonios, sin embargo, puedo hacer que se liquiden entre sí. La guerra lo logró por nosotros.
―Entonces, todas esas muertes fueron sacrificios para Claudia y también los usaste para vengarte de mí ―espetó la rubia en voz alta porque su mente era un lugar peligroso.
―Al fin lo vas entendiendo. Maté a dos pájaros de un tiro ―declaró Adriel previo a ahogar una risa sarcástica―. En realidad, fueron muchos más.
El horror se apoderó de Venecia. No uno que le infundiera miedo a través de las venas, empujándola al precipicio, sino uno que la incitaba a cometer los actos más temibles. Quería que Adriel sufriera el dolor de cada una de sus cientos de víctimas y luego ser la que lo asesinara. Nadie lamentaría su fallecimiento. En cualquier caso, estarían agradecidos.
Ni siquiera lo odiaba. Ese no era el sentimiento correcto. Simplemente le generaba repulsión. Respirar el mismo aire, compartir el espacio con él y ver que seguía vivo la hacía sentir sucia, incómoda y un monstruo como si los insectos más venenosos y desagradables trepasen sobre ella.
Debajo de la capa de sudor de su frente, las lágrimas escondidas en sus ojos y las náuseas que le revolvían las entrañas, Venecia sentía como su sangre se volvía gasolina, aguardando a que un fósforo la prendiera fuego y consumiera todo a su alrededor.
Aunque estaba muy cansada de la batalla del Infierno y ser el nuevo blanco de los disparos de Adriel, se levantó a regañadientes.
―Si salgo de aquí, lo primero que haré es matarte lentamente y al final me darás las gracias por acabar con tu merecida miseria.
―Oh, tú no te atreverías a dañar al verdadero Aleksandar ―se mofó Adriel, ladeando la cabeza.
―Por lo que sé, yo no lo conocí ―comunicó ella, mordiéndose la lengua al preguntarse si algo de lo que vivió fue real.
―¿No? ¿Cómo estás segura de que él no está aquí?
La rubia tragó saliva. No lo estaba.
―Para con los juegos mentales.
―Te das cuenta de que te estoy torturando, ¿no? ―consultó Adriel por precaución.
―Te acuerdas de que viví en el Infierno por voluntad propia, ¿no? ―replicó Venecia, rencorosa.
No tenía que ser fuerte. Solo debía mostrarse fuerte para sobrevivir. Después podría desmoronarse cuando estuviera en soledad.
―¿Y por quién acabaste ahí?
Las respuestas se evaporaron. Precisaba cambiar de tema o caería más profundo en su trampa.
―Si ibas a poseer a alguien, ¿por qué no elegir a alguien con más poderes o fuerza? ¿Por qué un mortal? ¿Por qué Aleksandar?
―¿Por qué lo subestimas tanto?
―No lo hago. Estoy tratando de pensar como un hijo de puta como tú lo haría.
Se ponía en peligro, estando asustado, y enfrentaba asesinatos, monstruos sobrenaturales y el apocalipsis siendo humano. Si alguna vez conoció al verdadero Aleksandar, era la persona más valiente que vio.
―Es útil y Claudia lo sugirió ―dijo sin más y ahí Venecia se percató de que ella lo manipulaba―. Siendo honesto, no es tan difícil, es decir, Mihael estuvo con tu pequeño grupo menos de dos días y ya descifró la mayor parte de mi plan. Supongo que es una suerte que haya tardado tanto en volver a aparecer.
Durante un impulso oscuro, Venecia se adelantó con la intención de liquidarlo por pronunciar tales cosas. Él se estaba burlando de su dolor igual que alguien que contaba una broma pesada. No le resultó gracioso.
―¿Y de quién es la culpa?
―Tuya. Tú elegiste creer lo que quisiste. Yo únicamente cumplía con mi labor.
―¿Tu labor? ―repitió, furiosa e indignada―. ¡Mataste a mis hermanos!
―No, me ahorré el trabajo e hice que tu amante los liquidará por mí ―se jactó Adriel, ampliando su sonrisa.
Las muertes de Darachiel y Ergediel por orden del sujeto frente a ella la atormentaron otra vez. Inhaló hondo, suprimiendo las ganas de llorar y se alimentó de la ira.
―¿Para qué? ¿Seguir en tu puesto? Lo perdiste ante ella de todas formas.
En ese instante, la rubia comprendió a Mihael y sus motivos. Se había reivindicado y con eso las vengó a las dos. No interesaba lo que les deparara el futuro. Después de años de quejarse de no haber gozado de la oportunidad de arrebatarle a Adriel algo de la misma importancia como lo fue su familia para ella, había sido Mihael quien la tuvo a la distancia. Un trozo de su corazón descansó en paz. Quizás no se trataba de la venganza sangrienta con la que fantaseó, pero era suficiente.
A Adriel no le agradó la contestación de Venecia, ya que jaló del gatillo y una tercera bala impactó contra el cuerpo del ángel. En esa ocasión le dio a la pantorrilla derecha y sus piernas se aflojaron casi al instante. Un alarido desgarrador emanó de su boca mientras caía al suelo con la sangre goteando por su piel desnuda. Con la respiración agitada y un zumbido en los oídos, se esforzó para acomodarse en el piso.
En busca de superar ese momento de debilidad pronto y que comenzara a curarse, se quitó la bala del mismo modo en el que lo hizo antes, soportando el terrible sufrimiento. Después alzó la vista. Adriel aún la apuntaba con el arma como si ella fuera la amenaza.
―¿Así va a funcionar esto? ¿Me dispararás cuando digo algo que no te gusta? ―gruñó Venecia, aguantando soltar una carcajada―. Eres patético.
―No más que tú ―bramó él con amargura.
―Bueno, al menos tengo una razón para aborrecerte. Tú careces hasta de eso. Así que, ¿por qué me odias tanto?
―Todavía no lo entiendes, ¿cierto? ―escupió Adriel, decepcionado―. No te odio. No a la persona que eres ahora. Odio lo que harás.
De todas las réplicas que imaginó, esa la confundió más.
―¿Y qué mierda significa eso?
―Tenemos tiempo para que lo sepas. Ya jugué contigo. Ahora es cuando comienza la diversión ―manifestó él con una sonrisa asesina―. Soy un Devorador de Almas, ¿me vas a entregar la suya o tendré que robártela?
Y el genuino suplicio inició.
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