(25) El monstruo al que le temen los monstruos
Aleksandar no podía parar de contar los minutos. Se suponía que el tiempo no pasaba más lento o más rápido, pero en esos momentos aquello le parecía una mera teoría.
A su lado tenía a Mihael, quien estaba sentada en el sofá junto a él, abrazando un cojín a la vez que veía uno de los episodios de Maleficaes y Tronos. Se encontraban en la sala del apartamento de Venecia. Amaranta les había dicho que aguardaran allí mientras practicaba las apariciones con Darka en la terraza porque el entrenamiento podía ser un poco desastroso. Si necesitaba refuerzos en caso de fuga, los llamaría.
Por otro lado, Pavel se había quedado con ella para entrenar, sin embargo, hacía un rato se marchó para visitar a su padre en el hospital. Aleksandar lo habría acompañado si confiara en Mihael, cosa que no hacía completamente. Había algo que no le inspiraba confianza a plena vista, como si fuera un misterio que ni siquiera ella resolvió.
Sin embargo, aquella noción lo culpabilizaba cada vez que la castaña cerraba los ojos durante las escenas de la serie de televisión en las que aparecían dragones. Él la observaba de reojo, pensando en lo ridículo que era que se espantara así, cuando Mihael tiró para apoyarse en su hombro. Él tensó los músculos sin saber qué hacer.
―¿Qué haces? ―inquirió, espantado, moviéndose para apartarse.
―Me asusté ―confesó ella, tirando la cabeza para atrás en busca de mirarlo y su expresión la molestó―. ¿Qué?
―¿De verdad te asustas por eso? Literalmente eres un serafín.
Mihael alzó ambas cejas ante el ceño fruncido de Aleksandar.
―¿Eso significa que no puedo tener miedo?
―Bueno...
―Es diferente si sabes que son reales. Los humanos tienen aviones, supongo que no te molestaría estar en uno que cae en picada, siendo mortal.
Detestó admitir que se equivocaba.
―Si tengo un paracaídas, no ―contestó con tal de no darle la razón―. Entonces, ¿crees que los dragones son monstruos?
―Para nada ―aseguró Mihael rápidamente―. Que algo pueda matarme, no lo convierte en un monstruo. Por ejemplo, si un león hambriento te comiera vivo, no sería un monstruo.
Claro que daría un ejemplo tan gráfico, pensó él.
―¿No? ―suspiró Aleksandar en un hilo de voz.
―No, sería un animal queriendo sobrevivir. No lo hace meramente por deporte, sino porque el hambre le quitaría la vida y necesita alimentarse.
Si bien la conversación era peculiar, presintió que había algo oculto en sus palabras. Fue como si ella tratara de interrogar al detective. En consecuencia, se dispuso a seguirle la corriente.
―¿Y qué haría uno?
―Matar por diversión. Jugar con la presa antes de cazarla. Cosas así ―explicó Mihael con un destello en los ojos que sugería que esperaba una reacción―. Ser un monstruo es una elección. Tú lo sabes bien.
Aleksandar no tardó un segundo en responder.
―Sí, lo hago. Los asesinatos son mi especialidad. Incluso si no lo parezca.
Estaba tardando tanto en encontrar al culpable de aquellos crímenes paranormales que consideraba abandonar la policía para convertirse en un detective privado que eligiera casos fáciles. Aunque no lo hacía en serio, solamente se trataba de una posibilidad remota.
―No te preocupes. Todos cometen errores y los monstruos no son la excepción. Alguien los atrapará tarde o temprano ―sostuvo el serafín, acomodándose en el sofá para devolver la vista a la televisión―. Es probable que sea tarde, teniendo en cuenta lo que está demorando Darka.
En eso sí podía darle la razón. Hacía horas que esperaban y entendía que el fantasma intentaba controlar una habilidad completamente nueva, sin embargo, anhelaba que fuera más fácil y rápido.
―Sí ―suspiró él, impaciente―. Si ella de verdad nos lleva con el homicida, ¿realmente puedes derrotarlo?
Mihael disfrutó la pregunta por su mirada.
―Sí, y lo mataría sin dudarlo.
La respuesta le llamó la atención. Aleksandar arqueó una de sus cejas oscuras.
―¿Eso no te convertiría en un monstruo?
―Bueno, ningún ángel es un santo ―se justificó ella a sabiendas de que su moralidad gris se acercaba más a la oscuridad―. ¿Qué hacemos mientras esperamos?
―Tú miras una serie. Yo muero lentamente. Creí que ese era el plan ―bromeó él, diciéndolo un poco en serio.
―Cambiémoslo. ¿Quieres ser mi amigo?
―¿Qué? ―soltó Aleksandar sin saber si reírse o no.
―¿Quieres ser amigo? ―repitió Mihael, esbozando una sonrisa amplia y, con sinceridad, rara―. Cuando veníamos, escuché a una niña preguntarle a otra si le gustaría entablar una amistad. ¿No es así como los mortales forman lazos?
―Sí, solo que la única diferencia es que esa niña probablemente tiene cinco años y tú, cinco milenios.
―Discúlpame por no estar familiarizada con todas las convenciones sociales.
Fue un comentario irónico con una contestación aún más sarcástica.
Cielos, ella lo decía de verdad. Era intensa y eso que la conoció el día anterior.
―Bien ―murmuró él, procurando ser comprensivo―. ¿Por qué desearías eso?
―¿Los amigos hablan de cosas? ―consultó ella como si estuviera haciendo un examen oral y tuviera miedo de confundirse.
―Y a veces se quedan en un completo silencio, lo que no vendría mal ahora, de todos modos, sí. Ellos lo hacen. ¿De qué te apetece conversar?
―¿Cómo alguien prueba su inocencia en las cortes mortales?
―¿Recuerdas cuando pediste mi ayuda para adaptarte? ―inquirió Aleksandar, despistado por su forma de expresarse, y Mihael asintió igual que un perrito―. Agrega el vocabulario a la lista.
―Te amenazaría de no ser que no tengo ganas de conseguir otro humano ―bramó ella, entrecerrando sus ojos grises.
―Sí, porque son tan difíciles de encontrar, no es que hay millones en el planeta ―repuso, sardónico y dispuesto a hallar uno con tal de evitar eso.
―¿Vas a contestarme o no?
―¿Serás amable con este humano o no?
―Lo seré ―respondió Mihael de mala gana.
―Si me estás preguntando cómo una persona demuestra que es inocente, lo que realmente espero que sea cierto, tengo que comunicarte que soy detective, no abogado ―expuso Aleksandar, ansiando que abandonara el asunto, mas lucía como una cuestión importante para ella y se sentía culpable por no tomarlo en serio―. No sé. Te diría que necesitarás juntar pruebas de que lo eres.
―¿Y cómo hago eso?
―Muchas personas en juicios se preguntan eso.
―Bueno, debo probar que alguien me obligo a matar a otros ―expresó Mihael con una normalidad tremenda.
―¿Los asesinaste?
―Técnicamente sí, pero no por voluntad propia.
―¿Fue un accidente?
Por favor, di que sí, suplicó en su mente.
―No, lo hice con mis propias manos.
―¿Estás segura de que no los mataste? ―consultó él, temiendo que dijera que no.
―Esto no es una broma, Aleksandar ―retó ella, enfatizando su nombre.
―Oh, yo esperaba que sí.
―Los ángeles de jerarquías superiores pueden forzar a los de las inferiores a hacer lo que les ordenen. Es lo que Adriel me hizo a mí. Se llama compulsión ―manifestó, severa, y su voz destilaba más dolor que furia―. Busqué un método para evidenciarlo por los medios de la Oficina Paranormal y no obtuve resultados. Los humanos son creativos. Pensé que tal vez ustedes poseerían uno. No lo hay, ¿no?
No y por la manera en que mencionaba al pasado, parecía que se refería a un demonio que la perseguía sin que nadie más lo viera.
―¿Averiguaste si hay algún testigo?
―¿Una planta cuenta como uno?
La ilusión resplandeciente del rostro de Mihael se fue oscureciendo a medida que Aleksandar negaba con la cabeza.
―Temo que no.
Empero y de repente, una idea alocada se vino a la mente del detective.
El evocador.
Disponía de sus memorias, algo que no serviría en un juzgado humano porque no era posible mostrar un recuerdo sin aquel elemento sobrenatural y en ese instante era crucial.
―¿Te obligan a olvidarlo cuando usan la compulsión? ―preguntó Aleksandar por las dudas.
―No siempre, ¿por qué?
―Creo que debes agradecerle a la jefa de la Mafia de los Muertos por inventar esto.
Dicho eso, él procedió a enseñarle el evocador y sus funciones básicas. Los ojos de Mihael brillaban y se apagaban como si quisiera pensar con optimismo, pero había fallado tantas veces que no soportaría otra decepción.
―¿Esto de verdad funciona? ―interpeló ella una vez más y Aleksandar tuvo que asentir―. ¿No estás jugando conmigo?
―Para jugar, tendría que divertirme y frunzo demasiado el ceño para ello ―repuso previo a lanzar el evocador igual que lo hizo en el apartamento de Jure.
Los resultados fueron similares. Los ventanales con vista al balcón se convirtieron en una cortina de humo fantasmal con la intención de que la historia reviviera a través de ese invento de la muerte. Aleksandar se apartó para brindarle espacio a Mihael y ella depositó su mano temblorosa en el cristal. Ambos ahogaron un suspiro en cuanto la vida de Mihael empezó a pasar delante de sus ojos.
Las imágenes se reprodujeron con una velocidad extrema. Entre los destellos de miles de años, alcanzó a vislumbrar un edificio deslumbrante que asumió que sería la Catedral Suprema, decenas ángeles con sus esplendorosas alas, personas en ambientes que variaban según la época, incluyendo guerras o celebraciones antiguas, y tantos escenarios indescriptiblemente hermosos. Luego, la mayoría de las escenas se enfocaron en un individuo en particular a medida que el serafín se concentraba en busca de localizar el momento requerido.
Ni siquiera demoró en reconocerla: Venecia. Su cabello no fulguraba por su color rubio, en cambio, lo tenía de un tono rojo que solamente vio en la sangre. En ese recuerdo estaban paseando en un campo nevado. En el pasado y en la presente, todo lo que Mihael contemplaba era ella con la misma intensidad en la mirada como si, a pesar de que pasaron sin encontrarse, la amara tanto como lo hacía en ese instante. La Venecia del pasado le dedicaba una sonrisa coqueta y profunda al mirarla de reojo con un fulgor que únicamente notó cuando la de la actualidad estaba con Jure. No existía una diferencia visible. Era el mismo amor.
Conmovido, Aleksandar viró hacia Mihael, quien inspiró hondo y utilizó su mano libre para secarse una lágrima escurridiza para pretender que nunca había caído. Todavía tenía los luceros cristalizados cuando regresó su atención a él.
―¿Dices que debo focalizarme en un recuerdo a la vez? ―consultó ella como si hubiera expuesto algo personal que no planeaba mostrar.
―Por más que yo no lo hice, supongo que sí ―se encogió de hombros para no entrometerse―. Enfócate.
Dicho eso, el serafín evocó las reminiscencias, viajó a través de ellas, hasta que se ralentizaron y Aleksandar se percató de que lo había encontrado. El recuerdo celestial se plasmó en el evocador y la atención de los dos fue robada para escuchar.
Anochecía. Mihael caminaba por un jardín y se oía su respiración temblorosa como si se escabullera en las sombras para no toparse con nadie, empero, sufrió un imprevisto. Había oído un ruido detrás de ella y cuando volteó se chocó contra alguien. Adriel, supuso Aleksandar, un ángel de alas negras.
―Perdón, señor, no lo vi ―se había apresurado a disculparse la Mihael del pasado.
Adriel curvó una de las esquinas de su boca. La sonrisa, que en un principio rezumaba una misericordia amable, se tornó en una más oscura que la noche.
―Deberías agudizar más tus sentidos porque no es por verme a mí por lo que deberías disculparte ―dijo él en el recuerdo.
Después, una mujer apareció detrás del sujeto y únicamente podía ser otro ángel.
―Iris ―suspiró la antigua Mihael―. ¿Qué está pasando?
―Tú eres la que nos lo dirá ―respondió dicha Iris.
Y había tomado un impulso y la imagen se alzó como si Mihael hubiera adivinado lo que ocurriría y hubiera tomado vuelo para evitarlo. Pese a su desesperación y agitación que se notó que sintió, evidentemente no lo logró. En las alturas, donde todo era oscuridad, los otros dos ángeles fueron más veloces y no necesitaron utilizar fuerza bruta para capturarla, solo unas palabras.
―No fue un pedido ―indicó el Adriel del pasado―. Es una orden. Ven con nosotros.
Entonces, la memoria generó la sensación de que le jalaran de los pies a Mihael y fuera arrastrada hacia abajo para caer de rodillas al césped. No se marchó. No podía. Adriel e Iris se detuvieron frente a ella.
―Habla ―ordenó Iris con un tono de superioridad.
―Prefiero morir antes que decírtelo ―contestó la Mihael del pasado, usando los tecnicismos para dialogar y no confesar lo que debía.
―No, Iris piensa que no vale la pena que mueras ―replicó Adriel, adelantándose un paso―. Y yo creo que puedo sacarle ventaja a ello.
Mihael jadeaba y se retorcía, luchando para liberarse, incluso sabiendo que no tenía elección, cuando dijo:
―Suenas como un demonio.
―Después de que terminé contigo, desearás que fuera uno ―aseguró Adriel, manteniendo su expresión altiva y sádica.
―Ahora disfrutemos de la magia de la compulsión ―inició Iris, acompañando al otro ángel―. Dinos los secretos de Sereda y su pacífica rebelión.
Y lo hizo. Mihael no tuvo alternativa más que responder con la verdad gracias a lo sobrenatural. Lo peor fue que no les bastó con obligarla a traicionar a sus amigos contra su voluntad, sino que, con cada pregunta, se escuchó el sonido de sus huesos romperse con los poderes de Adriel. Fue tortura, una que, si hubiera sido humana, tal vez habría soportado y muerto con tal de proteger a Venecia. Mierda.
El recuerdo se volvió borroso por las lágrimas hasta que solo se oyeron gritos de dolor y la Mihael de la actualidad quitó la mano del evocador súbitamente. Aleksandar entendió que ella no quería revivir eso otra vez y lo que significaba.
Era inocente.
La habían forzado y no le creyeron.
Pero también comprendió algo más. El misterio de quién delató a Venecia hacía dos siglos seguía suelto y por alguna razón parecía importante.
Su especulación fue interrumpida por unas voces femeninas viniendo desde el corredor y tuvo que precipitarse para sacar el evocador del ventanal.
―Gracias, Aleksandar ―dijo Mihael, llamando su atención al poner su mano sobre la muñeca de él y quitarla antes de que arribaran Amaranta y Darka.
―A pesar de que estoy muerta hace un par de días, ahora me siento como un espíritu de verdad ―se jactó Darka con una sonrisa triunfal.
―Eres como un fantasma bebé en esto. Yo no iría tan rápido ―retó Amaranta.
―Muy tarde. No siento que corrí una maratón, me teletransporté directo hasta la línea de meta.
―Supongo que esa metáfora rara significa que ya puedes hacer apariciones ―apuntó Mihael tras aclararse la garganta.
―Más o menos. No es muy precisa. Pero si lo hace, no va a aparecer en la otra punta del mundo. Así que, estamos progresando ―garantizó Amaranta sin perder su escepticismo ante el serafín.
―¿Escucharon eso? Estoy progresando ―repitió Darka como si toda esa ilusión hiciera que se olvidara que irían a buscar a su homicida.
―Entonces, ¿listas para encontrar a alguien que ha asesinado a muchas personas, incluida a una de las presentes? ―consultó Aleksandar, intentando tener entusiasmo.
―Te ves espantoso y asustado ―señaló Amaranta, brutalmente honesta―. ¿Estás bien?
Aleksandar mintió y asintió.
¿Por qué tendría miedo?
Después de todo, era el único humano que en realidad podría morir.
―Aclarado eso ―suspiró Mihael, cambiando de tema―. ¿A dónde vamos, brújula humana?
A Darka no le molestó el apodo, en cambio, empezó a caminar y el rumbo que escogió fue una sorpresa.
***
Todavía estaban en el Infierno. Eso era seguro. El calor abismal, las construcciones de aspecto demoníaco y la incesante sensación de que había pecado lo comprobaban. Una parte de Venecia deseó estar lejos de la guerra, sin embargo, no hubiera importado qué tan lejos se hubiera ido, no podía escapar. Para ser precisa, lo que no sabía era en dónde se ubicaba. No conocía aquella zona del Averno.
Solamente tuvo un segundo para vislumbrar los alrededores antes de que Jure la guiara a ella y, por consiguiente, a Lucifer a su plan. Dedujo que yacían en medio de una especie de huerto endemoniado. Se venían metros y metros de los cultivos más peculiares y de los tamaños más dispares.
Reconoció algunos. Había hileras de plantas carnívoras con dientes afilados que se alimentaban de carne muerta, legumbres coloridas que crecían en el interior de quienes se las comían igual que una enredadera, y muchas otras que eran peligrosas por el hecho de no estar vivas y ser adictivas. También tenían hortalizas que exclusivamente los seres sobrenaturales poseían el estómago para devorarlas y que solían usar para los festines. Frutos prohibidos que sacaban a la luz los deseos más oscuros, verduras capaces de encantar, y las famosas y problemáticas flores infernales con efectos alucinógenos y encantos. Inclusive había árboles frutales cuyas frutas colgaban de sus ramas secas y retorcidas, liberaban un jugo que parecía fuego infernal líquido.
Aunque no todas las plantaciones eran maquiavélicas por su cuenta, algunas se utilizaban para rituales, envenenar de formas imaginativas y miles de artimañas diabólicas. Cada una había germinado gracias a las dolencias y los pecados de las almas atrapadas en el Averno que nutrían al plano entero. Así que la rubia no pondría ninguna en su jardín, si alguna vez decidía construir uno.
Al final del camino y perfectamente disfrazada por los convólvulos, atisbó una pequeña casa construida con hierbas que formaban los muros y el techo arqueado. Decir que no era precisamente grande, no sería exacto. Los tres superaban en altura a la vivienda, incluso a la distancia. Y Jure los conducía hacia allí como si fuera una casa de seguridad.
Venecia procuraba no mirar demasiado al Diablo o al demonio. La situación se intrincó más desde que se alejaron de las distracciones de la guerra. No se requirieron palabras para demostrarlo. Era un sentimiento que volaba en el aire y las condiciones ambientales del Infierno lo condensaban.
Sus emociones eran como cadáveres desperdigados en su corazón. Putrefactas, condenadas y nauseabundas. Necesitaba enterrarlas o incinerarlas para que permanecieran en el cementerio de su alma y así brindarle espacio a su mente para pensamientos vivaces.
Mientras caminaban, las hojas y los tallos comenzaron a agitarse como si algo corriera entre ellos y fuera lo suficientemente bajo para encarrilarse en su dirección y permanecer oculto entre el vergel. Ella iba a abrir la boca para preguntar si eso era normal, no obstante, la criatura que se escabullía la alcanzó de un salto primero con un alarido escandaloso.
―¡Sytry! ―suspiró Venecia para tranquilizarse.
Tanto Jure como Lucifer se detuvieron al oír la voz del ángel.
―¡Ese soy yo! ―chilló Sytry, agitando sus alas de cuervo.
―¿No se supone que estás encadenado? ―curioseó el Diablo a pesar de ser el que contaba con unas esposas rústicas que aprisionaban sus manos en la espalda.
―¿En qué fortaleza? ¿La que está hecha pedazos? ―replicó el íncubo menor con una descortesía impropia de él.
Pese a que Venecia todavía desconocía las razones personales de él para odiarlo y no a nadie más, le sorprendió su respuesta sagaz y la disfrutó un poco.
En cuanto Lucifer le respondió con un gruñido ahogado, Sytry se acobardó y voló para esconderse detrás de Jure, quien rodó los ojos, rogando por paciencia en uno de sus gestos más característicos.
―Eres una persona horrible ―masculló Sytry, observando al Diablo desde el hombro del príncipe infernal, y alzó la cabeza para continuar―. Y horripilante.
―¿Pueden parar con la discusión? ―solicitó Jure, atravesando la entrada de la casa.
―Dice el demonio que lideró una guerra contra mí ―murmuró Lucifer por lo bajo a sabiendas de que todos lo oían.
Jure se viró hacia él.
―La cual gané, debo recordarte.
Lucifer lo siguió a la construcción y encaró sin inconvenientes.
―¿Y por qué no estás celebrando con tus hermanos? ¿Qué hacemos aquí? ―bramó como si estuviera seguro de que no lo lastimaría más de lo necesario.
―En realidad, yo también quiero saber eso ―se adelantó a admitir Venecia con sinceridad a la vez que se agachaba para ingresar a la casa igual que los demás, excepto por Sytry. Debía ser suya.
―¿Estás poniéndote de su lado? ―bufó Jure con incredulidad y celos.
―En mi defensa, no has estado muy comunicativo ―se quejó ella y Lucifer alzó las cejas, divirtiéndose con la porfía.
―¿Cómo puedo no ser comunicativo si estoy hablando contigo en este instante?
La rubia resopló, enojada.
―No te hagas inteligente conmigo.
―Hay una diferencia. No me hago, lo soy ―se jactó el príncipe infernal con soberbia.
―Si lo eres, ¿cómo puedes tener el mismo problema que él? ―vociferó Venecia, mirando de refilón al Diablo.
―Detecto un insulto, ¿estoy en lo correcto? ―intervino dicho sujeto, ofendido.
―Solo en eso ―respondió Jure, mordaz.
Una vez que entró, se pudo enderezar y admirar la casa. El interior era idéntico al exterior. Las paredes de hierba lucían de un color peculiar que le daba un aspecto similar a un mármol con relieves. No había ventanas o decoraciones pendiendo de ellas. Los únicos muebles que rellenaban el espacio eran una mesa fabricada con un trono grande, cuatro sillas pariguales de tamaño reducido y un retrato que descansaba en el piso de tierra.
El cuadro mostraba a dos versiones infantiles de Sytry y Pytry y a otro par de demonios que asumió que serían sus padres debido a la mezcla de características como las piernas de cabra en la mujer, la cola de serpiente en el hombre y los cuernos en ambos. Por su lado, Sytry dobló a la esquina de la sala donde había un pasillo cuyo destino ignoraba gracias a que una cortina de hojas cubría la separación. Regresó con Pytry. Venecia a menudo olvidaba que los demonios tenían familias.
A pesar de que de por sí no iba muy bien, Sytry y Pytry interrumpieron la plática de manera oficial.
―Son nuestros padres ―le murmuró Sytry a Venecia.
―¡Los que nos trajeron a este mundo infernal! ―gritó Pytry, sin embargo, no sonó triste, sino orgulloso de ser su hijo.
El corazón del ángel no pudo evitar entristecerse.
―Murieron al servicio de Asmodeus.
Los demonios no morían, los mataban y se notó el dolor al cambiar el verbo solamente para aminorarlo.
―Pasó mucho tiempo.
―La última vez que los vimos éramos muy pequeños.
―Casi no recordamos sus rostros.
―El amo mandó un pintor profesional exclusivamente para nosotros ―vociferó Pytry, refiriéndose a Jure.
―Porque no quería que los olvidáramos ―agregó Sytry con devoción.
―Ahora, cada vez que los extrañamos, tenemos esto.
―¿No es demoníaco?
―Lo es ―contestó Venecia, suave.
En la época en la que Jure y ella fueron amigos antes de que se marchara del Infierno, él le había ofrecido algo similar para no olvidar cómo eran Darachiel y Ergediel. Rechazó la oferta porque verlos era doloroso. Aun así, apreciaba el gesto.
―¿Alguien quiere una taza de té negro? ―sugirió Pytry, servicial y casi gritando.
―¿Un alma oscura? ―añadió Sytry en un susurro macabro.
―¿O quizás les gustarían unos cadáveres marinos?
―¿Les ofrecemos peces muertos?
Para aclarar dudas, se referían al sushi.
Lucifer los observó con extrañeza, ya que ahora los tres veían sus rostros de frente. Venecia negó con la cabeza, rechazando la proposición con amabilidad. Jure descartó la idea al decir lo siguiente:
―Estamos bien. Gracias, Sytry y Pytry.
―¡Dijo nuestros nombres! ―murmuró Sytry, correteando a gran velocidad por la casa, contento.
―¡Adoro cuando lo hace! ―farfulló Pytry, serpenteando.
―¡Podría desmayarme!
―¿Deberíamos irnos a descansar en paz?
―La guerra me da sueño ―manifestó Sytry, deteniendo su andar para bostezar, y su mellizo asintió.
―Sin duda alguna.
―Ninguna pregunta.
―El lugar es suyo, amo ―declaró Pytry, dirigiéndose hacia Jure.
―Y suyo es el sitio.
―Como su casa es mi casa.
―Mi casa es su casa ―terminó Sytry previo a desaparecer de la sala junto con Pytry.
―En realidad, yo sí tengo sed ―murmuró Lucifer demasiado tarde―. Pero aparentemente un secuestrador no puede ser civilizado.
Pues nadie le prestó atención y si lo hubieran hecho, Venecia estaba segura de que ninguno de los demonios menores le hubiera ofrecido algo.
―¿A qué te referías cuando dijiste que tengo el mismo problema que él? ―interpeló Jure debido a que aún le molestaba.
La rubia cruzó los brazos sobre su pecho y espiró.
―Él dice las cosas a medias y no las termina de contar hasta que es demasiado tarde.
―¿Todavía estás molesta por el asunto de la flor infernal? ―consultó Lucifer y Venecia arrugó la nariz con ironía.
―¿Tú qué crees?
―Me atrevería decir que sí. ―El Diablo realizó una mueca como si intentara averiguarlo―. Aunque no sé. Descubrí que entender los sentimientos ajenos se me da terriblemente mal. Extraño poder leer tu mente.
―Bueno, tendrás que aprender igual que la mayoría.
―Yo sigo esperando mi respuesta ―señaló Jure, apoyándose en la mesa.
―Ya te la di ―apuntó el ángel―. ¿Quieres un ejemplo? Me juraste que lo odias, lo que entiendo a la perfección.
―Oye ―interrumpió Lucifer otra vez―. Hace menos de un día dijiste que estabas empezando a enamorarte de mí.
―¿Dijiste qué? ―exclamó Jure, elevando la voz a causa de la sorpresa y debatiéndose si mirarla a ella o a él.
Venecia puso los ojos en blanco ante las constantes interrupciones que hacían jirones su paciencia.
―Amor. Odio. Todo es la misma mierda.
Al contrario de lo que iba a presuponer, la respuesta hizo que Lucifer arqueara una ceja, intrigado.
―Eso es cierto, ¿no lo crees, Juriel?
Aquello demostró que acertó en lo que respectaba a él, quien parecía reconsiderar la idea de matar al Diablo. Tenía una forma peculiar de mirar en la que no se sabía si iba a avisarle que planeaba asesinarlo o ya lo había hecho.
Confundió a Venecia.
―¿Qué cielos significa? ―exclamó mientras descifraba la frase en su mente y no acabó la frase sin quedarse boquiabierta.
Ella bajó la mirada por un segundo, sopesando la deducción. El comentario de Lucifer y el hecho de que Jure lo detestara hicieron que sus pensamientos tomaran un camino imprevisto. Si el odio significaba amor, eso conllevaría a algo que no imaginó y, sin embargo, tenía mucho sentido.
Además de los detalles obvios, como la atracción que provenía de estar en bandos opuestos, caviló el resto. Recordó las veces en las que Jure le pidió que no se involucrara con Lucifer, diciendo que hablaba por experiencia. También lo hicieron Sytry y Pytry. Meditó sobre que el Diablo nunca interfirió en los doscientos años en los que estuvo con el demonio, a pesar de lo celoso que era. Y, pensó finalmente que, si bien Lucifer podía, no quiso ni siquiera intentar matar a los Pecados Capitales y mucho menos a Jure. A su vez que se percató de que él se lo llevó en cuanto estos amenazaron con asesinarlo.
Por el amor del cielo.
Santa mierda.
Y cualquier exclamación que existiera.
Ellos se detestaban solo porque una vez se amaron.
La boca de Venecia se fue curvando hacia arriba en una sonrisa de puro asombro e incredulidad. Había sido tan evidente que no lo vio venir.
Así debía sentirse Aleksandar cuando resolvía un misterio.
―Necesito sentarme ―farfulló ella y se encaminó para acomodarse sobre el regazo del demonio.
―¿Cómoda? ―espetó Jure, colocando las manos las caderas de ella para sostenerla.
―¿Tienes que preguntar?
―No ―respondió Lucifer como si fuera un espectáculo para él.
―Fantástico ―suspiró la rubia, ya que el descubrimiento parecía una fantasía. Asimismo, se dio cuenta de que ella había salido con los dos y el enredo que acarreaba―. ¿Por qué no me lo contaron?
―Infiernos, lo descubrió. Orgásmico ―bufó Lucifer con su sonrisa diabólica.
―¿Qué cosa? ―inquirió Jure en negación.
El Diablo liberó un bufido de fatiga.
―No hables como si no estuvieras enamorado de mí.
El demonio apoyó una de las palmas en la mesa.
―No me mires como si no supieras que te odio.
Aquello confirmaba todo. Venecia estaba por las nubes, viviendo todo en primera plana. Ahora anhelaba los pormenores.
―¿Cuándo mencionaste que solo amaste a alguien antes de mí, era él? ―le preguntó a Lucifer y asintió sin miedo a convalidar la teoría.
Jure y Lucifer. Lucifer y Jure. Ellos fueron pareja.
―¿Le hablaste de nosotros? ―retó Jure igual que alguien que fue traicionado.
―No lo niegas ―refutó la rubia y, en simultáneo, rememoró lo ocurrido hace un rato―. Así que, cuando Lucifer estaba arrodillado y dijo que esto debía traerte recuerdos, no mentía.
Entonces, su imaginación voló por los aires como los espectros alados.
―Ella está imaginándote a ti chupando mi polla, ¿no? ―murmuró el príncipe infernal, dirigiéndose a Lucifer.
―Sí, y es sorprendentemente detallado.
Dicho eso, Venecia sacudió la cabeza para retornar a la realidad, aunque podía continuar fantaseando si se lo proponía. No iba a mentir. Si pudiera dormir, eso probablemente estaría en sus sueños eróticos.
―Según recuerdo, te pedí que no leyeras mis pensamientos.
―No puedo evitarlo ―aseguró el Diablo, sincero―. Él me ordena algo y yo lo hago por placer.
―Conozco el sentimiento. ―Venecia le devolvió la sonrisa perversa.
―No puedo creer que voy a decir esto, pero podemos hablar otra cosa que no sea sexo ―solicitó Jure, siendo una de las ironías más grandes.
―Claro, pretendamos que no somos una ninfómana, un demonio sexual y el Diablo ―se burló Lucifer, elevando las cejas.
―Me alegra que lo entiendas ―bramó el príncipe infernal, sardónico.
―Aguarda ―intervino Venecia, reflexionando respecto a Lucifer―. ¿Por qué obedeces lo que te mande?
Su respuesta se basó en estirar las manos para mostrar las esposas que las sujetaban.
―Es irónico que usen mi ofrenda de paz para declararme la guerra.
―Son grilletes luciferinos ―explicó Jure, paciente―. Están todos fundidos en uno. Por separado, su poder no era suficiente para contenerlo y se me ocurrió convertirlos en uno con ese propósito y funcionó.
Como sus dueños, la familia de los Pecados Capitales.
Las utilidades de los grilletes eran fenomenales y Jure las aprovechó con astucia. Contenían las habilidades de Lucifer y lo sometían a las órdenes del demonio sin ser letal. Fue una forma de derrotarlo sin matarlo.
―¿No estaban perdidos?
―No, yo los robé.
Lucifer acertó al comunicar sus sospechas a Venecia cuando regresó al Infierno y los Pecados Capitales se reunieron para decidir ejecutar a Jure por haberlos hurtado.
―¿Acaso no te faltaba el que tenía Geliel? ¿Cómo lo conseguiste?
―Yo no lo hice. Me lo dio Mihael. Dijo que quería ayudar.
El pecho de la rubia saltó, descarrilando sus latidos, ante la mención de Mihael y la revelación que la acompañaba.
―¿Cuándo la viste?
―Esta mañana. Apareció en mi apartamento sin aviso.
―¿Cómo se lo quitaron a Geliel? Estoy particularmente interesado ―interrogó Lucifer, buscando una pista para liberarse.
―Se suicidó ―declaró Jure, no para destrozar las esperanzas del Diablo, sino con la sutileza necesaria para informárselo a Venecia.
Tanto Jure como Lucifer aguardaron unos segundos para regalarle un instante para procesarlo, ya que ambos entendían lo significativa que fue Geliel, por más que no hablara mucho de ella o de los que murieron.
Acto seguido, su pulso se ralentizó a medida que recibía más información al respecto. Pese al sufrimiento que le había causado y su alianza con Adriel para torturarla, el dolor de que falleciera alguien que fue su amiga antes de caer la azotó y el sonido del látigo hizo eco en su respiración, cortándola. La última conversación que tuvo con Geliel le había llegado al alma. Sabía que la perdió en el segundo que cayó y que su amistad pereció siglos atrás. La noticia de ese día lo convirtió en algo oficial.
Todos sus amigos del Paraíso y los escasos hilos que la unían al cielo se habían ido para la eternidad.
Venecia se sintió estúpida. Se quedó en el Infierno para salvar a tantos demonios como pudiera que no se percató de que la gente sucumbía en todos lados. La salvación era una pérdida más. Por lo tanto, eligió concentrarse en los vivos y sumó esa muerte a la lista. Sucedían muchas cosas en simultáneo y unas eran más inmediatas que otras.
―Además, Mihael me dijo otra cosa ―se adelantó a informar Jure―. Adriel se convirtió en un ammit, lo que explica todavía más los asesinatos.
Las noticias caían como gotas de lluvia sobre Venecia y tuvo que procesarlas de manera racional y apartando sus emociones. Después contemplaría los desastres que dejaría aquella tormenta. Odiaba admitir que, ignorando el caos que Mihael producía en ella, era de mucha utilidad.
―¿Cómo? ―demandó averiguar―. No pudo haber hecho el ritual solo.
―Lo sé.
Dicho eso, la mirada del demonio se desvió a Lucifer. Él era lo suficientemente poderoso para hacerlo. Por un momento, Venecia se olvidó de ese día y los instantes buenos que tuvieron. Se puso de pie violentamente y se encaminó hacia el Diablo.
―¡Yo no lo hice! ―se apresuró a informar él antes de que la rubia pudiera decirle que lo mataría si eso era verdad.
―¿Y quién lo hizo entonces? ―vociferó ella, dándole una ínfima oportunidad.
―No lo sé. ¿Claudia? ¿La mismísima Mihael? ―objetó con naturalidad―. Puede que les resulte inesperado el hecho de que no soy el único con planes malvados y saben que no puedo mentir. No lo hice.
Venecia lo analizó, estudiando la verdad, y tardó unos segundos en retroceder. Desgraciadamente, no se acusaba a alguien sin pruebas.
―¿Por qué robarías los grilletes? ¿Tus hermanos no estaban de tu parte? ―indagó ella, siguiendo el orden de importancia y poniéndose de pie.
―Para ser honesto, no estaba seguro de que todos apoyaran la idea. Confiaba en Satanás y Baal y no me arriesgaría con los otros. Algunos sabían que planeaba un ataque, no cómo y cuándo. Leviatán es una muestra clara de ello. El plan era destronar al Diablo y lo iba a hacer con o sin su apoyo. No iba a fallar ―expuso Jure, determinado―. Tomé los grilletes para asegurarme de tener el arma para detenerlo y le conté a Belfegor y Mammón de mi plan después de la reunión que tuvieron por el robo. Luego, siguieron fingiendo que les importaba una mierda para tener la ventaja de la sorpresa al llevar a cabo el asedio.
―Fueron muy convincentes en ese aspecto. Una actuación terrorífica. Hasta yo me lo creí ―comentó Lucifer, corrosivo.
―¿Y dejaste que acusaran a Sytry? ―indagó ella a sabiendas de que había entregado al demonio menor como el responsable.
―Era parte del plan ―explicó el demonio, utilizando su tono diplomático―. No le confiaría una tarea tan peligrosa a nadie. Yo me encargué personalmente de encontrar dónde los ocultaban mis hermanos, Sytry los sacaba mientras yo los distraía para asegurarme de que no lo dañaran y Pytry se ocupó de esconderlos aquí hasta que pudiera emplearlos con propiedad.
―¿Sytry nunca estuvo bajo el dominio de uno?
―No, él se ofreció a ponerse uno a sí mismo para meterse en la fortaleza sin que sospechara.
―Estoy aquí, escuchando los detalles de cómo me derrotaste. Misión cumplida ―mofó Lucifer a regañadientes.
―Lo sé ―prosiguió Jure, disfrutando del efecto secundario de la curiosidad de Venecia.
―¿Con qué propósito? ―indagó ella, buscando entender lo que había pasado e ignorado.
―Ya conocía a mi enemigo. Me faltaba conocer su casa. Tenía a su ejército, sus políticos y estaba tan cerca de una batalla asegurada que no quería sorpresas solamente porque fui soberbio. No hemos sido cercanos desde hace mucho tiempo, supuse que había una razón, además de su terrible personalidad, para limitar el número de demonios que vivían bajo el mismo techo.
Cielos, había pensado en todo. La rubia tragó grueso, recordando las razones personales que el Diablo le confesó para su soledad. Siempre había más con él. Un secreto tras otro.
―¿Y la hay?
La interrogante provocó que Lucifer tensara los músculos de la mandíbula, advirtiendo que sí había una y no pretendía que se enterara.
―Sí, pero no es lo que esperaba ―denotó Jure, desapareció por un segundo y retornó con un objeto inesperado en mano.
―¿Un libro? ―objetó, consternada―. ¿Ese es el gran secreto del Diablo?
―Un jodido libro.
―Y por esa reacción, soy el único de los tres que lee en su tiempo libre ―murmuró Lucifer con aires de grandeza.
―Mantén la boca cerrada ―dijeron Venecia y Jure a la vez.
―Si eso les complace. ―Lucifer se deleitó con el pedido tosco.
Jure puso los ojos en negro, harto. Venecia se mordió el interior de la mejilla, ya que no era el momento para sonreír, y se enfocó en el libro. A simple vista lucía antiguo y algo mundano, con una desgastada encuadernación de cuero negro y hojas que poseían un dejo amarillento por el paso del tiempo.
―¿Qué tiene de especial un libro? ―formuló ella y Lucifer resopló como si le ofendiera la pregunta.
―No puedo abrirlo ―respondió Jure con simpleza.
―Acabas de ganar una guerra y me dices que no puedes abrir un libro. Me preocupas, demonio mío.
―¿Por qué no lo intentas y me cuentas, ángel mío?
―No lo intentaré. Lo haré ―corrigió Venecia, aceptando el ejemplar que le entregó el príncipe infernal.
Con una sonrisa, arrastró los dedos por la cubierta sin título y se dispuso a tratar de separar las páginas. Empero, parecía que se transformó en una roca que no se rompía ni siquiera con su fuerza sobrenatural.
―Un Infierno. Dos Infiernos. Tres Infiernos ―recitó, frustrada, sin rendirse y alcanzó los Nueve Infiernos sin abrirlo―. ¿Qué clase de maldición molesta y pesada le pusieron a esto?
―Es lo que deseo averiguar ―manifestó Jure, recibiendo de vuelta el libro―. Sytry revisó la fortaleza entera. Esto es lo más raro que había allí y eso es mucho decir, créeme. Ninguno de mis otros demonios pudo abrirlo. Tiene un encanto o algo similar. Ninguna magia, angelical o demoníaca, puede sellarlo así. No sé qué es y debe ser importante para tener una protección. Lo que nos lleva a él.
A modo de burla, Lucifer apretó los labios, recalcando que le ordenó que cerrara la boca.
―Habla ―añadió el demonio―. Hoy no es el día para tus pullas.
―Respeta los límites, hombre. Puedes quitarme mi reino, pero no mi diabólico sentido del humor. Eso sería cruel.
―Lucifer, solo responde ―solicitó Venecia, cansada por lo agotador de la jornada.
―No puedo ―se negó él, decidido―. Si lo hago, pensarán que estoy loco.
―Descuida, ya lo hacemos ―advirtió Jure con aspereza.
Mas, la mirada del Diablo decía que hablaba en serio. No era un chiste.
―¿Qué es? ¿Una autobiografía? ―indagó la rubia y él negó con la cabeza―. Usualmente, nosotros somos las criaturas de los libros de terror. Nada de lo que está ahí escrito puede asustarnos.
―Se acabó ―farfulló el príncipe infernal con impaciencia y se acercó a Lucifer―. Ábrelo.
Tras un gruñido de frustración, Lucifer estiró las manos como pudo y obedeció. Aparentemente, el libro estaba diseñado o encantado para que solamente él pudiera abrirlo. Fuere lo que fuere que lo protegía, debía ser más poderoso o antiguo que los seres demoníacos y celestiales, lo que era un disparate. No había nada más que ellos en esa dimensión.
Venecia siguió a Jure cuando se encaminó para depositar el tomo sobre la mesa y así revisarlo juntos. Pasaron cara a cara. Si bien no había ninguna página en blanco, todas estaban llenas de un lenguaje que nunca vio. Ella hablaba cada idioma existente, humano o sobrenatural, y no entendía una palabra o lo que fuera que trazaron en esas hojas. Incluso la tinta era peculiar. Generaba la impresión de que escribieron con fuego y hielo sobre el papel igual que al grabar sobre piedra. No tenía sentido.
―¿Puedes leerlo? ―le preguntó a Jure, mirándolo de soslayo.
―No ―refutó él―. Algunos me parecen familiares como si fueran símbolos demoníacos sin terminar o mezclados con otros que no tienen nada que ver.
El ángel sopesó la idea y le dio un vistazo más al libro con atención.
―Tienes razón ―suspiró, estudiando las líneas y los trazos―. Me costó verlo. Hay símbolos enoquianos también. Aunque la mayoría son tan antiguos que casi no se usan.
―¿Por qué? No sirven si se combinan. Todo el mundo lo sabe ―opinó Jure y volteó en dirección a Lucifer―. ¿De dónde lo sacaste?
―De la misma manera en la que tú conseguiste tus grilletes ―reveló Lucifer.
―Lo robaste ―aclaró Venecia―. ¿De quién?
―No importa.
―En eso no te equivocas ―concordó el demonio―. Debe tener algo para que te pongas así. Lo que interesa es qué dice aquí y para qué lo quieres. Dímelo, sabes que debes hacerlo.
Para su mala suerte, Lucifer ni siquiera tuvo un segundo para rehusarse y aflojó la lengua con una expresión que reflejaba el hecho de que no lo verían de la misma manera después de pronunciar lo siguiente:
―Es para encontrar una forma de quitar la separación entre el Infierno y los humanos.
Y no mintió porque loco no empezaba ni a describir lo descabellado que sonaba eso. Venecia frunció el ceño y soltó un jadeo al no saber cómo reaccionar. Era inimaginable. La poca fe que deseaba tener en el Diablo tembló con esa revelación. Sería la peor pesadilla de los mortales hecha realidad. El Infierno en la Tierra, literalmente.
Por su lado, Jure tuvo una reacción más rápida.
―Dame un buen motivo para ello o más vale que sea un chiste.
―No lo es ―confesó Lucifer. Se podía ver el dilema en sus ojos―. Este lugar es una condena eterna. No tiene que serlo.
―Por favor, tú lo convertiste en el calvario que es.
―No, no me vengas a culpar a mí. Tal vez este sitio fue creado por mí, pero no lo construí solo ―añadió el Diablo y se notó que estaba expulsando las cosas que había guardado por milenios―. Tú, tus hermanos y el resto de los demonios colaboraron. Todos los crímenes son una consecuencia de sus elecciones. No soy inocente, lo sé, aun así, no puedes culparme por cada pecado que los demás cometan.
―Sí, pero tú los hiciste una opción ―acusó Jure, adelantándose un paso―. Estuve ahí contigo luego de que cayeras como tú estuviste cuando yo me transformé en el primer demonio. Dijiste que querías un reino en el que todos fueran libres de hacer lo que quisieran y yo te creí porque te amaba. Pero no era cierto.
Que Jure lo dijera así, hizo todo tan real. Venecia se dio cuenta de que, al conversar de historia, ellos exponían su pasado juntos. Los sentimientos causaron que se desviaran del tema y ella no se atrevía a intervenir.
Estaban exorcizando sus demonios.
―¿Y qué era? ―bufó Lucifer, entrando en un territorio impredecible.
―Querías vengarte. Te propusiste hacer cada una de las cosas que los ángeles te prohibían. Cruzaste todos los límites existentes, después te disté cuenta de que disfrutabas de esos placeres retorcidos y cuando lo noté, era demasiado tarde. Pasé años intentando salvarte de ti mismo y apelar al último rastro de humanidad que tenías hasta que me probaste que no quedaba nada del primer hombre del que me enamoré. Eras bueno y elegiste dejar de serlo ―respondió el demonio y su voz evidenciaba su decepción e ira tanto de sí como del Diablo―. Tú lo dijiste. El Infierno está ligado a ti. Esto es lo que eres y no vas a cambiar. Por eso me alejé.
―¿Oh, de verdad? ―masculló Lucifer con ironía y amargura―. ¿O fue porque te recuerdo que no eres tan noble como aseguras que eres? Eres un hipócrita. Odias el hecho de que en realidad no eres tan diferente a mí. Has matado, traicionado y hecho cosas terribles. No me mientas, jurando que fue por la bondad de tu corazón. Todos tienen oscuridad, la diferencia entre tú y yo, es que lo acepté y aprendí a sacarle provecho. Ningún rey ha gobernado más tiempo que yo.
―No eres el rey del Infierno, eres su peor prisionero. Ninguno ha causado la destrucción masiva que tú provocas a diario. A lo largo de tu vida, generaste más enemigos y guerras que nadie. Vi cómo lentamente te sumiste en una oscuridad en la que todavía estás atrapado y con tu falta de reglas, le abriste las puertas a las peores personas y te regodeabas de ello porque piensas que no hay nadie lo suficientemente poderoso para enfrentarte.
―Te encargaste de probarme lo contrario.
―Alguien tenía que hacerlo.
No requirió que preguntara acerca de su relación o cómo terminó. Lo estaban diciendo sin ser explícitos y su imaginación se ocupó del resto. El Infierno apenas había sido creado, Jure se transformó en un Pecado Capital, Lucifer recién fue expulsado de la Ciudad Dorada, fundaron el reino juntos y se enamoraron en su peor momento. Más tarde, uno supo mejorar y el otro cayó en un círculo vicioso, su lazo se fue rompiendo hasta que se distanciaron y no volvieron a conversar respecto a ello como los inmortales solían hacer. Trágico y sencillo.
El amor funcionaba con una regla: cuanto más se amaba a alguien, más dolor podía causar. Escucharlos comprobaba que esa norma era cierta. La angustia, la tensión y el cariño perdido era palpable en sus miradas, voces y palabras. Venecia sufrió una punzada en el corazón con Mihael rondando por su cabeza.
―¿Sabes lo peor de esto para mí? A pesar de los errores que tú también has cometido, yo me quedé. Me quedé sin importar lo que pasará o lo que hicieras ―declaró Lucifer, tragando grueso―. Nunca quise matarte, aunque he asesinado a otros por menos. Perdoné cada atentado de tu parte por destruirme, incluso cuando me regalaste decenas de motivos para no hacerlo. Esperé a que volvieras conmigo y si no te habría amado, no lo hubiera hecho. Preferiste convertirte en mi enemigo a amarme. Pudiste permanecer a mi lado, no obstante, elegiste ponerte en mi contra y pretender que lo nuestro fue una fantasía.
―Sí, y no me arrepiento ―manifestó Jure, apretando los dientes debido a la sobrecarga de emociones―. No quería separarme de ti, sin embargo, me dejaste sin alternativas.
―¿Cómo? ¿Cómo hice eso, Juriel?
―Con tu paranoia, tus obsesiones y tu falta de empatía. Todo se estaba destruyendo a tu alrededor y simplemente viste cómo se caía a pedazos ―sostuvo el príncipe infernal―. No hay una naturaleza demoníaca. No existe tal cosa. Los demonios no tenían que ser las criaturas que hoy todos aborrecen. Al principio, solo eran personas.
―¿Piensas que no lo comprendo? ―consultó retóricamente Lucifer―. Ese es uno de los motivos para esto. Los demonios andarían libres para gozar del derecho de tener una vida normal sin esconderse o negando lo que son por los prejuicios ajenos.
En ese momento, Venecia se aproximó para meterse en la charla. Tal vez antes se había tomado las cosas en broma, mas, ya no era un chiste.
―¿Y qué hay de los humanos? ―expresó con el recuerdo de Aleksandar descubriendo que existía lo sobrenatural.
Él lo había manejado más o menos bien, empero la mayoría no lo haría. Habría represalias, terror y rechazo. Lo que para los demonios sería algo positivo. Para los mortales, el apocalipsis.
―¿Entiendes la magnitud de lo que planeas? ―añadió.
―Sí, he reflexionado esto por siglos ―afirmó Lucifer, bajando la densidad de sus dichos―. Los humanos ya están relacionados con los demonios. Si no fuera así, no habría mestizos, pactos o rituales. Simplemente, son los únicos que viven en la ignorancia. Ellos también se merecen saber la verdad sobre el mundo e interactuar con los demás sin restricciones.
Para su sorpresa, la rubia comprendía aquel punto de vista, aun así, después de miles de años, esa idea parecía una locura y él lo sabía o no lo ocultaría.
Por más que le había relatado durante la charla que tuvieron hacía menos de un día que miles de años atrás quiso contarles a los humanos, Michael tuvo que detenerlo y terminó allí, nada hubiera augurado lo que se trajo entre manos.
Dejaron de ser tres personas debatiendo sus conflictos para ser los que deliberaban un mañana en el que el curso de la historia sobrenatural y mortal se unieran en un uno. En definitiva, no calculó que fuera así.
―Sí, ¿consideraste cuál será su respuesta y la de sus gobiernos?
―Cualquier cambio es caótico al inicio. Con el tiempo, llegará el orden, los acuerdos políticos y la aceptación.
―¿Qué hay de las bestias? ¿Imaginas un dragón volando por ahí junto a un avión o a un sabueso infernal comiéndose a alguien en plena calle? ¿Qué sucederá con el entorno, el fuego infernal y los factores infernales en general? ¿Cómo afectará la fusión a los planos? ―añadió Venecia sin la habilidad de planteárselo―. No será un cambio exclusivamente para la gente, sino para el ambiente. Eso no lo puedes predecir.
―Y ustedes tampoco ―recalcó Lucifer―. ¿Qué ocurre si es para mejor? ¿De qué se quejarán entonces?
―La esperanza no recompensa el dolor que vas a originar. Lo sé mejor que nadie.
―Ya que tienes tantos argumentos a tu favor, ¿por qué no nos dices tus razones personales para ello? ―se apresuró a preguntar Venecia, dando en el blanco con el cuestionamiento.
El Diablo inhaló hondo, sopesando su próxima réplica. Con él, resultaba imposible adivinar cuál sería.
―Lo que siempre he querido y siempre me han negado: libertad ―confesó con una sinceridad que provenía de lo profundo de su retorcido, egoísta y posesivo corazón―. Hice todo lo que me pidieron y lo que no pudieron. Fui el ángel que todos adoraban y luego me convertí en el monstruo al que los monstruos le temen. Nada de eso fue mi decisión. Esto lo será.
Por mal que le pesara, Venecia no discernía en su totalidad con aquel fundamento. Ella dirigía un museo de corazones rotos, él gobernaba un lugar de almas perdidas y en ambos casos fue un castigo que no escogieron. Aunque la rubia no desataría el Infierno en la Tierra en la actualidad, lo hubiera hecho sin dudarlo hacía doscientos años si hubiera tenido la oportunidad. En la actualidad, no.
―¿Por qué querrías hacer esto? ―indagó Jure, imponente―. ¿Por qué ahora?
―Cuando caí, quería destruir todo, traté de hacerlo innumerables ocasiones, y tú, Juriel, me mostraste lo que es ser humano. La belleza de la mortalidad es su capacidad de tener un balance entre el bien y el mal. Quiero eso. No deseo ser solamente una cosa, sino todo. En este Infierno seré el que castiga eternamente y no me conformaré con esa etiqueta ―expresó el Diablo―. Por siglos intenté destrozar el Averno con cada recurso sobrenatural conocido. Resulta que no puedo hacerlo, ya que está conectado a mí y yo no puedo morir porque, bueno, soy yo. Eventualmente, me rendí y fue inevitable encariñarme con el lugar. Pero, cuando ya había perdido los deseos de continuar en mi búsqueda, te conocí, Venecia.
―Odio que hables de prácticamente causar el apocalipsis y lo hagas sonar romántico ―comentó ella en un murmullo y él se deleitó. Ese era su encanto―. ¿Qué más?
―Después de que te marcharas, me dediqué a buscar en secreto una forma de desconectarme del Infierno sin perder mi poder sobre él y me tomó más tiempo del que me gustaría admitir, sin embargo, la encontré. Ya había revisado cada rincón de las Cuatro Ciudades, el único sitio que no había revisado fue en el espacio entre las mismas.
―Nadie accede a ese punto ―apuntó Jure y era cierto. Los ángeles, demonios, fantasmas y mortales permanecían en sus respectivos planos o pasaban directamente de uno al otro, nada más.
―Los stromantes sí ―explicó, refiriéndose a los Guardianes de las Dos Ciudades.
―¿Qué hiciste para que uno te llevará allí? ―interrogó Venecia. La rubia no se topó con ninguno, además de su líder, Claudia, gracias a que eran escépticos y básicamente una especie en extinción. Ellos cazaban, no se relacionaban con los demás y nadie los cuestionaba porque no pretendían ser sus presas.
―¿Qué crees que hice?
―Le tendiste una trampa a uno para que fuera a capturar a alguien más, lo atrapaste y ahí conseguiste tu pasaje de visita. ¿Acerté? ―articuló Jure con un tono burlón.
―Me conoces tan bien, mi íncubo favorito ―confirmó Lucifer sin avergonzarse de sus terribles métodos. El sobrenombre le molestó al demonio.
―¿Cómo hallaste el libro? ―articuló Venecia, hablando desde su experiencia―. Yo visité a Claudia. He estado allí. Es pura oscuridad. No hay nada allí.
―Esa es la cosa. No es cierto. En mi paseo con uno de los stromantes, averigüé muchas cosas. Ellos llaman Theisos al espacio entre planos. Como dijiste, no es nada, pero eso no significa que no haya nada allí ―predicó él, detalladamente―. Carece de una energía que la potencia como el resto de las ciudades. No la necesita al no haber criaturas vivas o muertas, entonces, puede ser manipulada. Claudia hace eso. Es su reino, por ponerlo de algún modo. Puede convertirlo en lo que le plazca y la oscuridad es lo que elige mostrar para que no pregunten nada al respecto. Hay cosas allí, ocultas y perdidas, cosas que no podrían existir en la Ciudad Viviente.
―Como el libro ―infirió Jure, diciendo lo que todos pensaban―. Entonces, ¿estás diciendo que es de Claudia?
―Tendría sentido, considerando que está en un lenguaje antiguo que mezcla lo demoníaco con lo angelical y ella es más vieja que nadie ―añadió Venecia, adjuntando sus pensamientos a la premisa principal.
―No estoy diciendo que es suyo, estoy diciendo que ella lo estaba protegiendo.
El ángel y el demonio reflejaron la confusión en su mirada perpleja.
―¿De qué?
―Nosotros.
―¿Por qué haría eso? ―indagó el príncipe infernal con intriga.
―Miren, he tenido el libro por unos cien años y tardé más de la mitad aprendiendo a descifrar algunos de los símbolos. Ni siquiera he terminado de leerlo, aun así, estoy seguro de que el material que está allí es más que antiguo.
―¿Más que tú? ―bromeó la rubia.
―Claudia ha existido desde mucho antes que yo. Antes que todos, en realidad ―reveló el Diablo para la sorpresa de los otros.
―¿De qué hablas? Eso no es posible.
―¿No lo es? Eso es todo lo que sé. Sí, ella apareció cuando el Infierno fue creado y los primeros híbridos mitad demonio mitad ángel nacieron, eso no significa que haya sido creada en ese momento. Nadie la conoce o sus motivos. Solo su trabajo en la Oficina Paranormal.
―¿No le sacaste esa información preciada al que stromante secuestraste? ―se mofó Jure.
Lucifer se encogió de hombros sin brindarle más envergadura.
―Me temo que el que capturé no era tan importante con el propósito de que no hicieran preguntas si no regresaba con vida y no lo sabía. Son como una monarquía. Siguen órdenes a ciegas.
―No me sorprende ―comentó Venecia―. Lo que es inesperado es que, si ella rige Theisos, ¿no sabría que sacaste algo de allí?
―Eso no implica que esté conectada al mismo. Es diferente a mí. Lo controla sin estar vinculada al sitio. No se enteró de que entré ―aseveró Lucifer―. Además, el tiempo no corre allá. Puedes quedarte allí una década y cuando sales, aquí no ha pasado ni un minuto. Por lo tanto, recorrí el lugar entero. La mayoría parece una especie de réplica oscura de nuestro mundo sin personas. Los paisajes, los objetos y cualquier cosa sin vida están en los mismos sitios. Solo hay cosas adicionales que deberían estar aquí y no lo están. Puedo sacar elementos de Theisos, sin embargo, es imposible llevar algo allí. Por ejemplo, esto. El stromante fue quien lo encantó para que yo pudiera abrirlo.
Jure alzó una ceja, dispuesto a creerle.
―¿Y dónde estaba el libro?
―Esa parte es un poco curiosa. Estaba en la réplica de tu museo como una de sus exhibiciones ―declaró él, mirando a Venecia.
La rubia relajó los brazos a sus costados, pasmada.
―¿Qué? ¿Por qué?
―Me gustaría responderte. Soy un experto en muchas cosas, pero no en dimensiones desconocidas.
―¿No lo eres?
―No, tomé lo que necesitaba y desde entonces estuve traduciendo lo que pude y hace poco lo logré.
―¿Y cómo adivinaste que era lo que querías? ―cuestionó el demonio.
―El libro está cargado de un poder demoníaco. Probablemente, por eso le llamó la atención a Sytry. Era lo único de Theisos que tenía energía, por así decirlo. Es como si estuviera hecho del mismo material que el Infierno. Creo que se debe a los símbolos. No son simples palabras.
―El libro es un manuscrito ―dedujo Venecia, recordando la caligrafía―. ¿Quién escribiría algo así? ¿Quién tendría el conocimiento suficiente para saber algo así? ¿Claudia?
―Siendo honesto, no me importa.
―Porque eres feliz mientras las cosas salgan de acuerdo a tus planes ―bramó Jure ante su falta de interés y Lucifer lo observó a la defensiva.
―¡Sí, como todo el mundo!
―Olvidando el asunto de unir la Tierra y el Infierno. ¿Qué más decía el libro?
―Todo estaba relacionado con el Averno y su historia ―contestó el Diablo―. Desde el comienzo hasta su final y el final era el momento en el que se removía el velo entre esos dos planos. No era un manuscrito cualquiera, se parecía más a un manual de instrucciones.
―O una predicción ―espetó el príncipe infernal y Venecia tragó saliva.
―¿Cómo lo adivinó? ¿Viaje en el tiempo?
―Es la opción más viable.
―Pero, ¿por qué? ¿Por qué reunir esa información y no hacer nada al respecto? ―consultó Lucifer, siendo el que hacía las preguntas para variar.
―¿Y si lo hizo? ―conjeturó Jure, osado―. ¿Qué tal si está haciendo algo y nosotros simplemente no nos dimos cuenta?
―¿Qué te hace pensar eso?
―Sabemos que Claudia no tiene acceso a las Cuatro Ciudades, eso no implica que no sea capaz de manipular a personas que sí.
―Como ustedes ―descifró Venecia―. Jure, si no ibas a matar a Lucifer, ¿qué ibas a hacer con él?
―Iba a ponerlo en una prisión mental con ayuda de Nerys ―reveló el demonio y el presunto preso se sintió aún más traicionado.
Una prisión mental era exactamente lo que sonaba. Se encerraba a la persona en su propia mente, permanecía en algo parecido a un sueño permanente, y carecía de una forma de escapar, incluso alguien tan poderoso como el Diablo. Teóricamente, no sufriría ningún tipo de daño al estar atrapado allí, ya que en el exterior daría la impresión de estar durmiendo. Si alguien decidía atacarlo físicamente mientras estaba allí, sería vulnerable a sus ataques. Considerando los miles de crímenes que cometió Lucifer, era una pena misericordiosa. Nerys era una de las pocas que poseía la habilidad para llevar a cabo algo así.
―No puedo huir y básicamente soy tu esclavo ―se quejó Lucifer―. ¿No es suficiente con que me hayas puesto los grilletes?
―Lo creí, luego... ―Jure pausó, recapitulado sus acciones―. Fue el día que fui contigo a la Oficina Paranormal, Vennu. Después de resolver los asuntos de la batalla, recibí una esquela de Claudia, pidiendo que nos reuniéramos y no me pareció extraño porque usualmente todos los Pecados Capitales se juntan con ella para discutir problemas con ciertos demonios. Ella ya sabía sobre mis planes de guerra, aseguró que me apoyaba porque, citando sus exactas palabras, la cárcel de Lucifer siempre fue su mente y que le haría un favor al Infierno.
―Permíteme adivinar, ¿ahí se te ocurrió llamar a Nerys para que creara una prisión mental? ―articuló la rubia, arqueando una de sus cejas cobrizas, y recibió una confirmación.
―¿Por qué ella querría tenerlo allí en específico?
―El ritual ―arguyó Lucifer―. Una vez que el ritual para unir los planos empieza, no pueden pararlo, a menos de que yo lo haga con mis poderes y para eso me necesitan consciente.
―Por favor, dime que no inició todavía ―suplicó Venecia.
―Todavía no se puso en marcha ―repitió con una expresión que aseguraba que mentía.
―¿Qué hiciste ahora? ―retó Jure.
El destello siniestro en los ojos del Diablo seguido por la sonrisa que esbozó, fueron tan estremecedores como sus dichos:
―Empezó en el momento en el que me declaraste la guerra.
El impacto de aquella información se estrelló contra ellos.
―Y todo este tiempo ha sido una distracción ―expuso el príncipe infernal, avanzando molesto hacia Lucifer, quien retrocedió hasta la pared sin perder contacto visual.
―¡Sorpresa! ―exclamó con ironía, gozando de la cercanía―. Soy el Diablo y el malo. ¿No les encanta?
Entonces, se escuchó el chillido de las cadenas romperse y caer al suelo. Lucifer se había liberado. Él sacó las manos que habían estado escondidas en su espalda y las llevó hacia el cuello de Jure para partírselo, provocando un crujido, y usando su velocidad y fuerza sobrenatural para anticiparse.
―Perdón, Juriel ―se disculpó Lucifer como si no hubiera tenido otra alternativa más que matarlo.
Fue demasiado fugaz y aturdidor. Venecia apenas alcanzó a jadear cuando el cuerpo del demonio se desplomó en el piso. Sus ojos se abrieron de par en par sin creer lo que tenía frente a ellos. El resentimiento y la angustia no demoraron en brotar desde su interior para reflejarse en su mirada, sin embargo, no podía darse el lujo de responder como quería.
En ese instante, comprendió la posición en la que se encontró Jure antes, cuando también se enamoró de la misma persona. El problema con querer a alguien y comprenderlo a la vez que sabía que había ido demasiado lejos y tenía que detenerlo por el bien de los demás.
El Diablo esquivó a Jure para dirigirse hacia el ángel.
―Les dije que pensarían que estaba loco ―declaró sin arrepentimientos―. Quería demorarlos para que no me detuvieran, pero también necesitaba explicarles por qué hago lo que hago. Me importan. Los dos.
Lucifer era la prueba viviente de algo: muchas veces el miedo a que te quiten algo es lo que hace que lo pierdas.
Al parecer, él aún suponía que estaba de su lado, por lo tanto, puso la mente en blanco con tal de que tampoco revisara sus pensamientos.
―Eso es tan obvio ―bufó Venecia con un sarcasmo que su acompañante no captó―. ¿Los grilletes nunca funcionaron?
―Sí, lo hicieron. Pero el ritual drena todo lo infernal, incluyendo sus objetos. Solo requería de unos minutos para que se convirtieran en unos grilletes ordinarios. ¿No es una maravilla?
―En efecto.
―Lamento que esto haya tenido que ser así ―expresó Lucifer y la rubia concordaba―. El ritual requería sacrificios demoníacos para iniciar y la guerra me los proporcionó. Cuantas más muertes, más rápido se termina. Aunque sé que es un precio alto, vale la pena el resultado. Todos los demonios serán libres.
Por eso no los había matado directamente, porque para ser un sacrificio la persona debía morir por voluntad propia. Venecia había querido ver lo bueno en él, no obstante, Lucifer se empeñaba en mostrar lo peor de sí. Por más que entendiera sus motivos para separar los planos y supuestamente mejorar la calidad de vida de los demonios, nadie tendría que morir para ello. Ese era el límite.
―Nada de eso cambia el maravilloso día que tuvimos, mi Primera Dama ―afirmó el Diablo, acunando el rostro de ella con las palmas.
No tenía que ser muy astuta para adivinar que planeaba noquearla igual que a Jure.
―No, no lo hace ―aseguró Venecia, imitando su accionar con una sonrisa tranquilizadora y falsa, previo a bajar las manos hacia el cuello de Lucifer y quebrárselo en un acto de venganza―. Pero no puedo dejar que hagas esto.
Era cierto. Además, había una posibilidad de que todo estuviera conectado. Lucifer era el único que podría encontrar el libro y sacarlo de Theisos, ya que tenía la conexión más fuerte con el Infierno. Los Pecados Capitales eran quienes serían capaces de enfrentarlo para que después Jure lo pusiera en la prisión mental. E incluso si quisiera liberarlo, tardaría días en recuperar la consciencia y para ese momento el ritual estaría completo. Era una manipulación perfecta. Claudia había usado sus odios y motivos políticos. Lo que Venecia no pudo deducir fue la razón para guardar el libro en el museo de todos los lugares existentes.
Empero, lo que encabezaba la lista como lo más urgente era la inminente fusión de la Ciudad Viviente y la Ciudad Infernal. Por ahora había ganado algo de tiempo. Necesitaba ayuda y no estaba segura de que pudiera conseguirla.
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