(22) Lucifer

Cuando despertó, Aleksandar ni siquiera se molestó en adivinar qué hora era. Los portales al Infierno del rosetón no le servían para distinguir si amaneció o no, por lo que se apartó del lío en el que se convirtió la manta prestada y se levantó del sofá. Aunque todavía yacía en la casa de Jure, no vio a su dueño por ningún sitio. Raro.

Tuvo que adivinar en dónde se encontraba el baño y se aseó como pudo. Aún estaba algo cansado, no obstante, no tenía ganas de seguir durmiendo. En eso pensaba en el momento en que atravesó la sala y vislumbró la puerta del apartamento abierta.

Frunció el ceño, sospechando de aquel acontecimiento inesperado. No había nadie a la vista y a pesar de que se despabilaba, su instinto de detective nunca dormía. Empezó a desconfiar hasta del propio aire que lo rodeaba. El mundo sobrenatural no era precisamente uno en el que confiar.

Llevó la mano hacia atrás para meterla en su bolsillo y buscar su teléfono, sin embargo, se topó con algo más o la mano de alguien más. Con el suspiro que tomó en aquel segundo de sorpresa, su corazón se detuvo y sus pulmones se vaciaron. No llegó ni a voltear antes de que esa persona le susurrara lo siguiente a sus espaldas:

―Buenos días, Aleksandar.

Le fue imposible no reconocer la voz.

Apretó la mandíbula previo a agarrarle la muñeca al serafín para quitársela de encima y voltear para contemplarla de frente. Vestía los mismos colores que el día anterior, solo que su blusa ahora era negra y sus pantalones blancos. Ella sonreía como si le encantara que él no se molestara en ocultar el hecho de que no le agradaba.

―Querrás decir malos, Mihael.

―Yo vine a cambiar eso. Solamente tenemos que esperar a que aparezca Juriel.

Aleksandar tragó grueso, sintiéndose desprotegido por un breve instante. Luego se dio cuenta de que mostrarse inseguro no le salvaría la vida en caso de emergencia, así que la enfrentó igual que a todos los horribles criminales a los que tuvo que interrogar cara a cara.

―¿Cómo es que siquiera estás aquí?

―Es una historia graciosa que no te diré.

―¿Y qué es lo que puedes decirme? ―inquirió él y cruzó los brazos, ahíto.

―Te ves bien para alguien que recién despertó. ―Mihael incrementó el tamaño de su sonrisa.

―Algo serio.

―Yo no dije ningún chiste ―aseguró Mihael, alejándose unos pasos con sus botas, y Aleksandar la siguió con la mirada―. ¿Cierto?

Jure se presentó en la entrada con algunas bolsas del mercado. Había salido a comprar comida personalmente. La apariencia humana que simuló se apagó en cuanto desapareció por un segundo, sus compras aparecieron en una de las cómodas cerca de la puerta, y el demonio se teletransportó para estar delante de Mihael.

―Sí, como yo no estoy bromeando a la hora de decirte que te arrancaré pedazo por pedazo si no me dices qué ángeles haces aquí ―demandó Jure sin que le temblara la voz.

Después de haber oído su historia, Aleksandar sabía que sus palabras no eran meras palabras. El príncipe infernal era perfectamente capaz de llevar a cabo su advertencia.

―Tus amenazas son tan buenas que me están empezando a gustar, ¿es extraño? ―consultó Mihael sin sentirse intimidada.

―¡Sí! ―expuso Aleksandar con obviedad.

―Si continúan hablándome así, tal vez no les diré lo que pasó con el interrogatorio en la Ciudad Dorada.

Jure y Aleksandar intercambiaron miradas. El detective asintió, resignado, y el demonio puso los ojos en negro, hastiado.

―De acuerdo, señorita traidora ―accedió Jure en el tono servicial más falso que existía―. ¿Por qué no te pones cómoda y nos lo cuentas amablemente?

Mihael curvo una de las esquinas de sus labios, orgullosa de su triunfo al tener el control de la situación.

―Si me lo piden con tanta gentileza, bien.

Dicho eso, el serafín se dirigió al sofá y se sentó allí.

Los dos se pararon uno al lado del otro para no perderla de vista.

―Entonces... ―suspiró Aleksandar, exigiendo una explicación.

―Geliel está muerta ―reveló Mihael, apoyando uno de sus codos en su pierna para acomodarse.

La nueva información destruyó el escenario que Aleksandar tenía para entender el crimen. Era su único testigo más cercano, una pieza importante y la cómplice de los crímenes, además de ser un posible asesinato más en la red de homicidios.

―Y así de fácil eliminaste su seguro de vida. ―Jure chasqueó la lengua.

―No soy la responsable de su muerte.

―¿Segura? ―intervino Aleksandar porque parecía muy conveniente que fuera la que se beneficiaba con la situación al ser la única capaz de viajar a la Ciudad Celestial.

―Ella estaba siendo interrogada en una de las celdas angelicales y los ángeles guardianes dejaron su puesto por un segundo y ella estaba muerta para cuando volvieron.

―¿Qué tan difícil puede ser vigilar a alguien en una celda? ―se quejó Jure con incredulidad e ironía.

―Te sorprenderías ―comentó Aleksandar para su pesar.

―Gracias ―farfulló Mihael―. Yo creo que la persona que le puso los grilletes, es decir, Adriel, los uso para ordenarle que, si la atrapaban, tenía que suicidarse. Eso o tiene algunos lacayos infiltrados en mis filas. Estoy investigando.

―Estás aquí. No parece que estés haciendo bien tu trabajo ―señaló el demonio, soez.

―Y tú te la pasas entre mortales en vez de estar en el Infierno ―repuso Mihael, mordaz―. ¿Qué dice de ti?

―No te lo contaré.

―Como si no supiera sobre tu plan revolucionario ―se burló ella―. ¿Crees que no investigaría al sujeto que nuestra rubia teñida adora?

―¿Y tú piensas que no averiguaría todo sobre la persona que la traicionó? Conozco todos tus movimientos ―se jactó él.

Mihael alzó ambas cejas, fascinada.

―Estoy segura de que no los viste todos.

―Y nunca lo haré.

―Oye, vine aquí porque antes de morir, Geliel nos dio una información de gran importancia ―replicó el serafín, dejando de lado su actitud coqueta para imponerse.

El príncipe infernal soltó un bufido como si ya no aguantara estar cerca de Mihael. Aleksandar inhaló profundo e indagó.

―¿Y cuál es esa?

―No es una casualidad que te visitara a ti, Juriel.

―O sea que no viniste solo para molestarme, genial.

―Geliel dijo que cuando Adriel cayó luego de que yo lo desterrara, no tomó la forma como cualquier ángel caído ―inició Mihael con seriedad a medida que se ponía de pie―. Ha estado poseyendo humanos y se transformó a sí mismo en un ammit para no perder sus habilidades con la caída.

Aquella declaración alteró la respiración de Aleksandar y su mente enloqueció, creando conexiones y teorías en busca de la verdad.

―Así que los asesinatos no son solo para vengarse, sino que también son para aumentar sus poderes ―dedujo, pensando en voz alta.

El serafín se encogió de hombros.

―¿Qué te puedo decir? Un Devorador de Almas tiene que comer.

―No es posible. No ha habido uno de su especie desde, bueno, yo ―manifestó Jure, destilando escepticismo.

―Sí, el ritual está prohibido. No necesitamos que alguien los asesiné porque los ángeles creen que es una abominación y jamás caerían tan bajo. Y tienes razón. No ha habido uno desde ustedes, pero eso no significa que sea imposible con algo de ayuda.

―¿Ayuda de qué?

―No es de qué, sino de quién ―corrigió Mihael―. Solamente hay alguien lo suficientemente poderoso para hacer eso en estos días.

―¿Quién? ―preguntó Aleksandar ante tanto misterio.

El demonio tomó un respiro. Lo sabía.

―Lucifer ―nombró Jure como si deseara no haberlo adivinado.

―¡Diablos! ―exclamó Aleksandar, dándose cuenta de lo jodidos que estaban.

―No te equivocas ―murmuró Mihael y en esa ocasión coincidió con ella.

―Me tengo que ir ―advirtió el demonio apresuradamente.

―¿A dónde? ―quiso saber el detective, ya que el enojo escondido en su voz lo preocupó.

―Al Infierno. Es obvio ―replicó el serafín y chasqueó los dedos, haciendo que una pequeña caja negra apareciera entre ellos, previo a dirigirse al príncipe infernal―. Este es el grillete. Es más fácil de quitar cuando muere el portador. Quiero que lo tengas.

Si bien Jure no vaciló a la hora de apoderarse de la caja que guardaba dicho grillete, no perdió las sospechas.

―¿Por qué me lo estás dando?

―Es un voto de confianza. Confío en que le darás un buen uso ―manifestó Mihael con secretismo―. Además, voy a probar que no miento y que vine a ayudar.

―No te creo ―afirmó Jure y se aclaró la garganta―. Todavía.

―Pero lo harás. Al igual que tú, Aleksandar.

Él frunció el ceño ante la sonrisa de ella.

―Alek, necesito que vayas con los demás al museo por las dudas. Será más seguro. Las cosas pueden tornarse algo peligrosas si estás vivo ―se adelantó a declarar el demonio en confidencia.

―¿Se supone que debo permanecer tranquilo si me dices eso? ―consultó Aleksandar, inquieto.

―No ―confesó Jure y volteó hacia Mihael―. Por eso, tú lo acompañarás. Dijiste que ayudarías, bueno, esta es tu oportunidad. Aún no sabemos por qué Geliel se esmeró tanto en secuestrar a Darka y debe ser por algo más que una simple venganza. Así que te encargarás de que eso no se repita.

―Tengo una vida, ¿lo sabías? ―se quejó ella.

―Si no haces esto, no la tendrás por mucho tiempo ―advirtió él.

―¿Seguimos con las amenazas? ―bufó el detective, arqueando una ceja.

Los dos chistaron.

―Estaba bromeando ―articuló Mihael.

―Yo no. ―reveló Jure y rodó los ojos ante la mirada acusatoria del detective―. Sí, fue un chiste. Debo irme.

―¿Volverás más tarde? ―preguntó Aleksandar, denotando cierta preocupación.

―Lo prometo ―aseguró Jure antes de desaparecer de su propio apartamento.

―Mientras tanto, estás atrapado conmigo, Aleksandar ―suspiró Mihael con diversión.

A pesar de que él no había planeado eso, quizás aquello lo ayudará a averiguar si las intenciones de ella eran genuinas. Después de todo, no moriría ese día, según la predicción.

***

En el Infierno, todos dormían con un ojo abierto, excepto si se descansaba con el Diablo a su lado.

Venecia despertó tranquila tras haber apagado su conciencia para despejar su mente luego del intenso y bastante placentero castigo que él le había dado. Ambos se hallaban desnudos en la cama con las sábanas enredadas y las almohadas en el suelo junto a las cadenas que utilizaron.

Abrió los ojos para analizar el lugar.

Lo curioso no era que tuviera un balcón con vista a la ciudadela demoníaca con cortinas que se agitaban con el viento, que contara con un espejo del tamaño de la pared en el otro extremo o que una araña de cristal con velas negras colgara del techo. Lo que podría considerarse peculiar era que más allá de la alfombra negra, la mesa de luz con un par de botellas de alcohol o el armario que usaba para guardar sus juguetes sexuales en vez de sus prendas, no lucía como el cuarto del regente del Averno. Ella imaginó que la habitación de él sería más siniestra o algo por el estilo, no obstante, parecía la de un hombre normal.

Tal vez esa parte de él que quería convivir con los humanos todavía existía en su subconsciente, incluso después de todos esos siglos.

Cuando dejó de mirar a los alrededores y se concentró en el reflejo del espejo que los mostraba a los dos acostados de lado, se percató de que Lucifer ya había despertado. No habían dormido juntos antes y la imagen era casi bonita y para nada incómoda.

La rubia volteó para depositar la espalda en el colchón y Lucifer apoyó un brazo en el mismo en busca de acomodarse. Tenía una mirada de sorpresa.

―No te fuiste.

―Prometí que no lo haría ―suspiró ella sin tanto alboroto―. Nunca había estado en tu cuarto antes.

Él se tomó un segundo para admirar el cuerpo de Venecia.

―Y espero que jamás te vayas.

―Mientras me mantengas entretenida, no lo haré.

―Bien. Entonces quiero mi respuesta ―exigió con severidad.

―Recién nos despertamos.

El Diablo estiró una mano con la intención de acariciarle el rostro y luego enterrar los dedos en los cabellos rubios del ángel.

―Que me digas que estás enamorada de mí sería un buen modo de empezar el día.

Venecia llevó su palma a la muñeca de él.

―¿No te basta que esté así contigo en tu cama?

―Soy codicioso. Te deseo por completo ―declaró, tirando de la nuca de ella para atraerla con su posesividad inmanejable.

―Ya me tienes ―comunicó, arrimándose en su dirección.

―¿Lo hago? ―Lucifer aumentó la presión, extrayendo un suave gemido de Venecia.

―Creo que eso ya quedó claro.

Él aflojó su agarre, tornándolo en una acaricia.

―Veinticuatro horas ―le recordó el ángel―. Aún faltan un par.

―Por eso es momento de traer la artillería pesada ―reveló Lucifer, poniéndose de pie sin que le importara estar totalmente desnudo, y ella le dio un vistazo hacia abajo a modo de pregunta―. Y no me refiero a eso, pero agradezco el cumplido.

―¿Y qué es? Dijiste que ya me habías dado todo.

―Sí, hoy voy a mostrarte lo que puedo darte mañana.

Y en un parpadeo, Lucifer volvió a estar vestido con las prendas que utilizaba antes de que se las quitara.

―¿De qué hablas? ―insistió Venecia, cubriéndose con las sábanas para emparejar las cosas.

―Te estás olvidando de que yo puedo viajar en el tiempo ―mencionó él a medida que se sentaba en el extremo de la cama―. No puedo llevarte conmigo o cambiar los sucesos, solamente puedo mostrarte en tu mente lo que vea cuando viaje. Así que dime una fecha y te enseñaré cómo sería nuestro futuro.

Por raro que sonara siendo un ser celestial, Venecia no se había desplazado en el tiempo con anterioridad. Los ángeles y los nefilim que lo lograban eran muy escasos y reservados. Además de que no veía el punto de querer averiguar lo que pasaría, ya que no importaba qué hiciera o no, el futuro era algo fijo e imposible de alterar igual que el pasado.

La rubia enarcó una ceja, suspicaz.

―Asumes que demasiado.

―Es más bien una apuesta. Un Diablo no pierde la fe con facilidad y menos en alguien como tú ―proclamó Lucifer, estirando la mano para sujetar la de ella.

―Hice al Diablo un creyente. Debería ponerlo en mi currículo ―se burló porque iba a aceptar la idea loca―. Estás mejorando en no torturarme y es raro que hables de ti en tercera persona. Pese a ello, hay que intentarlo. Ve unos seis años en adelante.

―De acuerdo. Ahora cierra los ojos y lo próximo que verás seremos nosotros.

La rubia inspiró hondo y bajó los párpados. Tardó un segundo y allí lo vio. Una parte secreta de ella esperaba vislumbrar a Jure, Amaranta e incluso Aleksandar. No lo hizo, ya que el viaje se trataba de un momento con Lucifer y lo encontró para su sorpresa.

Estaba en la sala de un apartamento. La decoración lucía similar a la del museo, lo que no encajaba con el sitio era que había una niña de alrededor de cinco años con cabello oscuro, un ojo negro y otro de color dorado, sentada en uno de los sofás rojos durante un día soleado. La Venecia del futuro se hallaba junto a ella mientras miraban una película animada que la Venecia del presente no conocía y rieron por algo que no alcanzó a escuchar.

―¿Quieres saber qué haría este momento más perfecto?

―¡Helado! ―chilló la niña en respuesta.

―Exactamente.

―Te adoro ―declaró la niña con una expresión de felicidad para convencerla de traer el postre.

―¿Cuánto?

―Depende de la cantidad de helado que traigas.

Chasqueó los dedos y un pote de helado y un par de cucharas aparecieron en sus manos.

―Tú realmente sabes cómo hacer un trato ―le dijo Venecia a ella.

―Eso pasa cuando eres la hija del Diablo ―comunicó Lucifer, interrumpiendo la charla al presentarse a unos metros de distancia con una sonrisa de orgullo.

―¡Papá! ―chilló la niña, poniéndose de pie para correr a abrazarlo.

Dicho eso, las imágenes se apagaron, tornándose de negro, y Venecia abrió los ojos enormemente, regresando al presente.

Un rincón secreto quiso llorar. Era una familia que todavía ni existía y por alguna razón hizo que quisiera derramar mil lágrimas. Había visto felicidad y luego recordó que no la tendría.

―¡¿Papá?! ―repitió, espantada a nuevos extremos y más confundida de lo que había estado en todo el día.

Lucifer parecía estar en un estado de confusión similar al de la rubia.

―No hay manera en la que lo que vi pueda ser real. No la hay, ¿me oyes? ―masculló Venecia debido a que él no pronunciaba nada.

―Pero lo es ―musitó, sobrecogido, y alzó la vista hacia ella―. ¿Te lo imaginas?

―¡No!

―El futuro piensa distinto ―murmuró como si tampoco se lo creyera.

Era momento de sincerarse. Venecia no iba a decir lo primero que se le viniera a la cabeza, no planearía lo que fuera que saliera de su boca.

―Tú y yo. ¿Padres?

―Te enfocas en las cosas malas que podemos mejorar. No ves lo bueno que tenemos ―aseguró Lucifer con seguridad.

―¿Como qué? ―Venecia liberó un bufido.

―Nos entendemos, follamos de maravilla y volvemos a buscarnos sin importar lo retorcidas que digas que son las razones.

―Sí, y también sacamos lo peor del otro. Tú matas a quien me toca y yo dejo que lo hagas sin culpa alguna.

―No cuenta. Mientras sean demonios, puedo revivirlos.

―¡Eso no lo hace menos horrible!

―Si soy tan terrible, ¿por qué no te vas? ¿Qué te detiene?

El enojo florecía en la voz de ambos.

―Tú ―reveló ella severamente.

El Diablo era un reflejo oscuro de los horrores de su corazón.

―¿Yo? ―repuso él y le soltó la mano de repente―. Vete. Te dejo ir. ¡Adiós!

Venecia ni siquiera se movió de su sitio.

―No me iré.

Lucifer frunció el ceño y suspiró de frustración.

―Adoro que estés loca, pero ahora me está molestando demasiado. Dices que soy horrible y, aun así, no te quieres ir. Tú también tienes un problema.

―Nadie pone en duda eso. Lo admito.

―Estoy tratando de ser paciente, lo que va contra todos mis impulsos, y es por ti ―comunicó él, apretando los dientes―. Te he mentido, lastimado y alejado y lo peor es que no me arrepiento porque estaba protegiéndote. No tienes que hacer una lista de los argumentos por los cuales deberías irte. Así que dime sin rodeos por qué no te vas.

―Todas las cosas espantosas que haces son las que me atraen hacia ti. Siempre que mi mente me dice que me aleje por mi propio bien, terminó volviendo por el tuyo ―expuso Venecia sin procesar las palabras que emergían de su interior.

Se estaba sorprendiendo a sí misma, además de a Lucifer.

―¿Lo haces? ―quiso averiguar y recibió un asentimiento.

―Detrás de cada acto de crueldad, veo que algunas de tus intenciones son buenas. Hoy destruiste una jodida ciudad y dijiste que fue para ayudarme. Me pediste que te llamara Lucifer porque detrás de ese cuento del hombre más odiado en la historia, hay uno que está tan solo que prefiere que lo detesten a seguir en soledad.

Él separó los labios con la intención de soltar una sarta de objeciones, probablemente para recordarle que poseía demonios a su servicio, y acabó suavizando su mirada porque ya había descubierto su secreto.

―Por favor, no trates de defenderme.

―No te estoy defendiendo. No estoy hablando de lo que le hiciste demás. Ese no es mi asunto. Hablaré por mí y mi experiencia contigo.

―De acuerdo.

En consecuencia, Venecia prosiguió con aquel ataque repentino de contar verdades que no cruzaron por su mente antes y ahora las soltaba como si hubieran estado escondidas y se escaparan por un día.

―Hay una parte de ti que merece la posibilidad de una redención. Es la que me muestras cuando estoy contigo. Noto que me miras como si temieras que notara lo vulnerable que eres, escucho la forma en que retuerces tus palabras para que suenen como órdenes cuando son súplicas para que no te abandone y siento la manera en que tu corazón se acelera más que el mío si te beso.

―No puedo cambiar cómo soy. Solamente el modo en el que actúo y esa es mi promesa ―articuló él y en esa ocasión no hubo discusiones.

―No dije que no me gusta cómo eres.

―¿Por más que sea un psicópata posesivo e impulsivo incapaz de reconocer el bien y el mal?

―No hagas que me arrepienta de lo que acabo de decir.

―Prometo que no interrumpiré el discurso romántico que me está inspirando en demasía ―se jactó en tono de broma.

―Esto no es romántico. Estoy sacando de mi sistema lo que pienso de ti ―formuló honesta―. Enamorarte de alguien no va a cambiarte por completo. Sí, el amor es esperanza y solo es eso. Es una luz al final del túnel, sin embargo, tú eres el que tiene que atravesar ese oscuro y solitario túnel por tu cuenta porque quieres sanar, no porque buscas que me quede.

―Lo sé.

―No parece. Estás tan asustado de dejar que alguien vea quién eres realmente porque das por hecho de que va a abandonarte u odiarte en el segundo en que se lo permitas que haces esto. Los posees, los ahuyentas y les haces creer que no eres más que una tortura.

―¿Estás leyendo mis pensamientos? ―inquirió Lucifer, desconfiando.

Imposible.

―No, y ya que lo mencionas eso no me agrada. Te metes a mi cabeza sin una justificación. Que no te diga todo, no implica que te engañe y que ame a otras personas, no hace que sea menos tuya. No tengo razones para engañarte y si las hubiera, se resuelve ―argumentó Venecia, firme―. Sé que es riesgoso, considerando quién eres, no obstante, estar vulnerable no es lo mismo que ser débil. No puedes controlarlos a todos.

―Por supuesto que sí ―se jactó de sus poderes y luego se dio cuenta de su equivocación en aquellas circunstancias―. Juro que no lo haré.

―Aunque eso es progreso, necesitas más que acciones.

―¿Qué?

―Tienes que abrirle tu corazón a alguien ―indicó Venecia, tomando la mano del Diablo.

―Quería que tú entraras ―murmuró él con la voz apagada.

―El problema es que yo nunca quise estar ahí.

―¿Por qué?

―Las personas como tú y yo nunca deberían enamorarse ―arguyó ella, franca.

―Pero lo hacemos, si no, no estarías aquí o en nuestro futuro ―contradijo Lucifer sin rendirse.

―Lo que vimos es una situación sin contexto ―enfatizó Venecia, siendo racional y honesta.

―Sí, y por eso hay miles de modos en los que tiene sentido y no los comprenderemos porque no somos esas personas todavía, sin embargo, hay algo ahí que sí podemos entender ―comenzó a explicar Lucifer y el ángel le preguntó a qué se refería con una mirada―. Dentro de cinco años tú y yo seguimos juntos.

Venecia se mordió la lengua, procesando la información. El viaje había sido una locura, más que los que tenía cuando fumaba algunas hierbas especiales, no obstante, lo que era seguro era que el futuro era ese. No había trucos o engaños. Lo que vio ocurriría, incluso si opinaba que era una fantasía incomprensible. Una parte de ella pensaba que era una fantasía bonita.

―Eso parece ―suspiró, sopesando lo que haría a continuación.

―¿Qué opinas al respecto? ―indagó Lucifer, queriendo averiguar sus pensamientos al acordar no leerle la mente.

―Ya te lo dije. No voy a pensar.

―¿Qué harás?

―No me iré por ahora, si es lo que te preocupa ―aseguró ella, levantándose de la cama y con un chasquido de sus dedos, arregló su vestido y se lo puso otra vez.

―¿Y por qué te estás yendo? ―consultó él, agarrándole la mano con suavidad.

―Voy a buscar algunas de las frutas que dejamos. Ya vuelvo.

El ángel se dispuso a caminar en dirección a la salida del cuarto. El Diablo irrumpió en su camino, se aprovechó de su velocidad sobrenatural y la atrapó para acorralarla contra la pared. Venecia alcanzó a suspirar cuando sus cuerpos chocaron por completo.

―¿No me estás mintiendo? ―La inseguridad desbordaba de la voz de Lucifer.

―¿Me creerías si te dijera que no?

―Es que de verdad no quiero que me dejes ―argumentó él con sus rostros a menos de un centímetro de distancia.

―No lo haré, ¿de acuerdo? ―afirmó Venecia.

Si se marchaba, se lo diría a la cara.

Las palabras debieron tranquilizarlo, ya que Lucifer se separó de ella, permitiéndole salir. Acto seguido, la rubia se encaminó a la vieja sala de la Mesa de Sacrificios y agarró un racimo de uvas. Planeaba volver con normalidad de no ser porque reparó en que Sytry correteaba por el pasillo de enfrente.

El pequeño demonio se detuvo en seco al verla y realizó un ademán para pedirle que no dijera nada. Si alguno de los dos hablaba, el Diablo se enteraría. Venecia asintió, cómplice y Sytry se fugó. Debía estar relacionado con algún plan secreto de Jure, mas no podía darse el lujo de analizarlo con tal de no correr el riesgo de que lo descubrieran. En consecuencia, retornó a la habitación de su acompañante como si nada.

―¿Ves? Volví ―se jactó Venecia, acercándose a la cama a donde Lucifer había vuelto.

―Y por eso no te librarás de mí ―espetó él, tirando de su brazo, provocando que la rubia cayera sobre el colchón―. ¿Deberíamos deshacernos de la ropa?

―¿Por qué no?

Las uvas permanecieron en el olvido. Bastaron dos chasquidos para que se desnudaran otra vez. Lucifer insistió en que se acostara a su lado y Venecia obedeció.

―Te diré algo No importa si no sé cómo hacerte feliz ahora, haré lo posible por averiguarlo durante el resto de nuestra vida juntos ―aseveró el Diablo, contemplándola a los ojos con una mezcla de todos los tipos de deseo.

Entonces, hubo un clic en la cabeza de Venecia.

―No tienes que esperar a que terminé el día para que te lo diga ―anunció, temiendo el significado de sus dichos.

La sorpresa inundó los ojos de él.

―¿Hablas en serio? ―cuestionó, ilusionado, y obtuvo un asentimiento como regalo.

Ella tomó un suspiro que le diera el coraje necesario y con un impulso se aproximó al Diablo.

Una risa de una emoción que Venecia no distinguió brotó de Lucifer. Le sonrió de vuelta para que no dudara de la firmeza de sus dichos. Tras ello, él la agarró de la cintura y le dio vuelta para que cambiara de posición con un movimiento experimentado. La rubia cayó de espaldas en la cama y él se colocó entre sus piernas. Se lo veía satisfecho consigo mismo y con ella como si hubiera conseguido justo lo que deseaba.

―Mira que no hay vuelta atrás. Estarás condenada a pasar la eternidad conmigo en el Infierno, reclamando tu cuerpo y tu alma para siempre ―advirtió Lucifer, arrastrando sus palmas por los muslos de ella.

―No esperaba nada diferente ―afirmó, intentando concentrarse en el calor que compartían sus anatomías y no en lo intenso que sonaba su futuro.

Pero de eso se trataba el Infierno. La felicidad era lo único que no existía en aquel plano, que la consiguieran juntos sería un milagro.

Él la analizó con una mirada reticente y lúbrica.

―¿Qué cambió?

―Nada. A lo mejor este día era exactamente lo que necesitaba.

―Un "quizás" no es suficiente. Con un "sí", eres mía, sin condiciones. Con un "no", se termina lo que sea que somos nosotros ―dictaminó Lucifer, presionando la yema de los dedos en las caderas de Venecia para marcar su punto y ella las alzó, deseosa―. ¿Cuál será?

La rubia tomó un respiro, inflando su pecho, y continuó con el plan.

―Me pregunto cuántas veces me harás aclararlo. Es un sí.

―Con esa vez es suficiente.

El Diablo acercó sus labios a los del ángel, quien los abrió, pero no para besarlo.

―La cuestión es la siguiente ―inició y pausó para mirarlo a los ojos―. ¿Tú estás enamorado de mí?

―Tanto como tú de mí ―aseguró él con una sonrisa astuta.

―¿Y cuánto crees que lo hago?

―No puedo adivinar. Tienes que mostrarme ―indicó Lucifer, recorriendo una de las piernas de la rubia con su mano firme y codiciosa para hacer que la levantara lentamente y al final depositarla sobre su hombro.

―¿Cómo? ―indagó Venecia con la tensión creciendo en sus músculos y en su interior.

La sonrisa del Diablo se ensanchó previo a conectar sus bocas. Presionó sus labios, los separó, los mordió y les pasó la lengua por encima antes de introducirla para profundizar aquel beso bestial. La besó como si le ordenara que se enamorara y cada beso fuera un argumento que no pudiera negar.

―¿Cómo? ―indagó Venecia con la tensión creciendo en sus músculos y en su interior.

―Hazle honor a la manera en la que te llamo, maldita ninfómana ―demandó, acomodándose sobre ella con tal de tener un mejor alcance, lo que disparó sus palpitaciones―. Sigue rogándome que te follé una y otra vez hasta que «fóllame» sea lo único que tu boca sea paz de suplicar.

Venecia lo presionó con su pierna, pegándolo más hacia sí, y susurró lo siguiente:

―Veamos si puedes hacerme gritar.

La sonrisa del Diablo se ensanchó previo a conectar sus bocas. Presionó sus labios, los separó, los mordió y les pasó la lengua por encima antes de introducirla para profundizar aquel beso bestial. La besó como si le ordenara que se enamorara y cada beso fuera un argumento que no pudiera negar.

Obviamente, no los rechazó. Recibió cada uno sin objeciones y se los devolvió sin restricciones. Eran tan calientes y providentes que su humedad no demoró en aparecer otra vez. Ya la había castigado con aquellas cadenas, sin embargo, ahora venían los premios.

Y fueron espectaculares. Lucifer prosiguió con su discurso de besos, sin importar que ambos se quedaran sin respiración, mientras usaba sus manos para apoderarse de lo que tocaba. Una de sus manos seguía sujetándole la pierna, ejerciendo presión y tentándola. La otra se entretuvo con sus pechos, sobándolos y tomando sus pezones duros en busca de que se retorciera de la lascivia. Se había convertido en una tortura que se sentía de maravilla.

―¿Sabes que debido a que soy el Diablo, tengo una conexión con el Infierno que nunca puedo cortar? Constantemente debo sentir el dolor de los pecadores, oír sus gritos mientras los atormentan y sufro de la necesidad de acabarlos ―habló Lucifer, agitado, en simultáneo, que dejaba un camino de besos por la mandíbula de ella para enfocarse en las terminaciones nerviosas de su cuello.

Venecia rodó los ojos, sobrepasada a causa de la satisfacción que recibía, antes de contestarle.

―No, ¿y qué hay con eso?

―Cada vez que estoy contigo es como si todo eso parara y quedas tú. Solamente te siento a ti, escucho tus gemidos de placer y disfruto del privilegio de ser quien los provoca.

―¿Es por eso que me follas sin cesar? ―le preguntó Venecia con un jadeo.

―Eres como una droga. Me haces alucinar, me envenenas y me volviste un adicto que es capaz de cualquier cosa con tal de probarte otra vez ―confesó el Diablo contra su oído.

Ella era lo mismo para él que él para ella. Una simple distracción, una anestesia que no ayudaba en nada y empeoraba las cosas al final, y por ahora cumplía con su función.

El contacto de su cuerpo desnudo sobre el suyo hizo que entrara en calor. Le ardían las mejillas, las piernas temblorosas y la piel en general. Además, el aroma del perfume natural de Lucifer inundaba sus fosas nasales, igual que un afrodisíaco. El cuarto entero exudaba sexo, sudor y sacrificios.

Todavía no comprendía por qué él insistía tanto con el amor y se preguntó si amó a alguien durante su larga y extenuante existencia.

―¿Alguna vez te enamoraste antes? ―formuló Venecia con genuina curiosidad.

―Sí, pero ya olvidé cómo es ―respondió Lucifer, alzando la vista para contemplarla de manera lujuriosa―. Estoy tratando de recordarlo.

―Conmigo.

―¿Con quién más?

―¿Y por qué ahora? ―indagó la rubia, bajando la mirada para observar que él deslizaba una de sus manos por sus curvas.

―Por unos motivos perversos que no comprenderías ―aseguró Lucifer a medida que sus dedos descendían hasta la cara interna de los muslos de ella, desviando su atención a ese punto en específico.

Tuvo que enterrar los dedos en el pelo de Lucifer porque su pierna ya ocupaba su espalda y necesitaba algo a lo que sujetarse debido a las sacudidas que le pedían que se moviera en busca de placer. Sabía que el miembro de él estaba a centímetros de su entrada, tentándola con roces ocasionales y su erección en aumento, no obstante, no iba a apurar las cosas. Una vez que comenzara a follarla, no pararía y ansiaba ese momento.

―¿Por qué piensas que no lo entenderé? ―indagó, rozándole los labios con los suyos con sus palabras―. ¿No soy lo suficientemente perversa para ti?

―Hay que averiguarlo.

El Diablo le separó los labios de su vulva sin previo aviso para meterle los dedos. Un gemido instantáneo brotó de Venecia. El toque inesperado le trajo unos breves torbellinos de placer en aquel sitio que sí lo había estado esperando.

―Perversa de sobra ―agregó él, sacando los dedos para luego llevárselos a la boca y degustar el sabor de su humedad―. Por eso eres perfecta y estás lista para mí.

En cuanto Venecia advirtió que Lucifer tenía la intención de sujetar su miembro para acomodarlo en su entrada, ella se adelantó y le agarró la muñeca antes de que lo hiciera. Primero quería su respuesta.

―No sin que me expliques.

―La explicación es que te he deseado desde el primer momento en que te vi, pero no me di cuenta de que te necesitaba hasta que regresaste. He sido tuyo durante todo ese tiempo. Es un hecho que no puedo cambiar ―argumentó el Diablo con la mandíbula apretada como si le molestara y a la vez lo encendiera.

―¿Y? ―articuló la rubia, liberándolo de su agarre.

―He leído tu mente y visto tu corazón. El amor es lo que te sostiene cuando estás hecha pedazos. Así que si enamorarnos es lo que se requiere para que estés a mi lado, que así sea ―añadió, tomando la mano de ella para ponerla a un costado y entrelazar sus dedos―. Voy a drenar tu amor con cada beso, caricia y embestida hasta que no quede ni una gota, tan solo para llenarte con el mío a montones y que no haya un rincón de ti que no me pertenezca.

Venecia tardó en descifrar aquella palabrería. Le estaba informando a su modo melodramático que iban a follar.

―Definitivamente, es un plan perverso. Deberías llevarlo a cabo.

Una sonrisa maliciosa abarcó el rostro de Lucifer. Fue un adelanto de lo que se avecinaba.

Como había predicho, afianzó la pierna de ella a su hombro, apretó su mano contra la suya y depositó su frente sobre la de la rubia para finalmente embestirla de una vez y a gran profundidad. Venecia arqueó la espalda debido a la sensación increíble que la colmó. Debería estar harta del sexo, sin embargo, era una ninfómana después de todo.

En esa ocasión, las cosas se dieron de diferente manera. Él no empezó a arremeter sin medida, sino que se tomó su tiempo con cada embestida y lentamente fue incrementando el placer. Su respiración chocaba con la de ella, sus ojos malignos la contemplaban sin vacilar, no la dominaba con su cuerpo, sino que la sostenía y el sonido de sus pieles friccionando era suave y delicioso como la fruición que generaba. No habían follado así en ninguna de las anteriores oportunidades. Se tomó muy literal lo de ir lento.

Era raro, de nuevo. Las entradas y salidas la ponían ansiosa. Deseaba que su instinto animal se activara otra vez, no obstante, también le gustaba gozar del ritmo satisfactorio y apreciar los detalles. Ese día había visto muchas facetas que desconocía de Lucifer. No eran todas malas, solo que no estaban hechas para que Venecia se enamorara.

O quizás sí. No lo sabía.

Pero no iba a arruinar el momento con nimiedades. Depositó la palma contra la mejilla de él en un intento de acunarle el rostro y este se apresuró a besarla sin detener su accionar.

―¿De verdad lo estás?

Con los cuestionamientos que le hacía, el ángel se limitó a realizar un asentimiento pequeño. En consecuencia, Lucifer empujó su miembro tan adentro que el interior de ella se contrajo del goce. Aparentemente, no había nada que le dijera que lo convenciera. Existía la posibilidad de que él también supiera que era una mentira y le siguiera la corriente por los mismos motivos. Distraerse.

―¿Voy a tener tu hermosa boca para siempre, a veces diciendo que me quiere y otras ocupada con mi polla? ―continuó Lucifer, imperante y cargado de impudicia.

―Sí ―suspiró ella y él volvió a posar sus labios hinchados sobre los suyos con avidez.

―¿No necesitaré ir a buscarte porque vivirás conmigo y dormirás en mi cama?

Un gemido se atoró en la garganta de la rubia. La velocidad de las embestidas incrementaba con las preguntas y a su vez el placer subía y subía.

―No. Estaré aquí.

―¿Serás el ángel que gobierne conmigo el Infierno, pero también la ninfómana sumisa que a la que le encanta que la castigue? ―preguntó el Diablo, afianzándose a su cuerpo de un modo extremadamente sexy.

―Ya lo soy ―le respondió ella, mordiéndose el labio superior.

―¿Me prometes que seré el único que podrá poseerte en todos los sentidos como lo hago ahora?

El clímax se aproximaba a un paso tan lento que creía que no llegaría, mas ahí estaba empezando a formarse. Las acometidas se tornaron más potentes y colosales, provocando que sus sentimientos reales y racionamientos desaparecieran.

Aun así, toda esa lujuria que experimentaba se magnificaba al cien por ciento y su mente no podía evitar tener presente imágenes difusas.

―Sí, lo juro ―inquirió Venecia, concentrándose en formular las palabras con cuidado.

Y entonces, Lucifer dio rienda suelta a lo que se había estado guardando. Soltó su mano para agarrar la otra pierna a Venecia y la acopló sobre su hombro libre para acabar atrapado entre sus muslos mientras la embestía en su mayor esplendor. Ella no tuvo problemas al respecto. La experiencia le había vuelto bastante flexible y estaba demasiado obnubilada debido al éxtasis que la hipnotizaba. Por más que lo intentara, él no dejaría de ser una bestia guiada por sus impulsos más oscuros y por ahora le resultaba conveniente a ella.

Las extremidades le temblaban y parecía que se derretían. Tuvo que cerrar sus puños en las sábanas. Los gimoteos y los jadeos no cesaron junto con las intensas olas de placer que se hacían más grandes y masivas. Si bien su boca se secaba por liberar gemido tras gemido, Lucifer se encargaba de distraerla al aprovecharse de sus labios con sus dientes que los mordían y su lengua que tocaba la suya. El calor que brotaba de sus poros se había transformado en sudor, solamente anticipaba que el instante más deseado se acercaba. Al fin.

―Soy absolutamente tuyo ―declaró el Diablo, aferrándose a ella con apremio y posesividad―. Dime. ¿Tú eres totalmente mía?

―Por completo ―repitió Venecia entre acezos.

El orgasmo se avecinaba. Lo podía sentir venir con cada movimiento.

―Necesito que digas que lo repitas ―pidió él como si el suyo estuviera a segundos de ocurrir.

―Te lo dije recién ―replicó con tal de evitar que se percatara de que en realidad no lo hizo.

―Bueno, hasta el cansancio.

Sin embargo, no pronunció nada. El verdadero orgasmo llegó antes de lo planeado y después de que Lucifer se corriera por su cuenta. Las oleadas de placer la enterraron bajo ríos de disfrute. Le robaron el aire, el autocontrol y el dolor en lo que duraban. Sus gemidos fueron entrecortados a causa de los besos efímeros que recibía. Había estado bien para dos personas que no se amaban y buscaban devaneos.

A medida que los efectos de los espasmos originados por la complacencia, se dispuso a liberar las piernas de la rubia para que pudiera apoyarlas en el colchón. La relajación la plagó de inmediato.

Lo sorprendente fue que no salió de su interior, sino que apoyó los brazos a sus costados para reafirmar su posición arriba de ella. Los movimientos ligeros hicieron que reapareciera un agradable cosquilleo en su sensible zona íntima. Al parecer el momento no había finalizado.

―¿Planeas que nos quedemos así? ―consultó Venecia, depositando sus palmas en el abdomen de Lucifer con la intención de estar más cómoda.

―Si fuera posible, viviría así. Nada me gusta más que esto ―objetó el Diablo, fascinado con ella.

Y le acomodó el pelo hacia atrás con tal de que no cubriera la vista directa a sus pechos.

―Además, ¿quién dijo que terminamos de follar?

Apenas le picó la curiosidad, el ángel alzó una ceja.

―¿No? ¿Qué nos falta?

―Demasiado. Demasiado.

En contra de sus creencias, no se acostaron, en cambio, intercambiaron caricias dulces, incluso comieron las uvas en el proceso, hasta que faltaba menos de una hora para que se terminara el día que se habían tomado para darse una oportunidad.

Luego simplemente permanecieron en la cama. Lucifer la contemplaba a su lado, arrastrando los dedos por la piel desnuda de Venecia. Ella sentía que la crueldad de su mentira aumentaba con cada segundo que él creía que lo amaba y rogaba que se convirtiera en verdad en los pocos minutos que restaban. Para ser un ángel del amor era terrible a la hora de enamorarse y para darse cuenta si lo estaba o no.

―¿Esto es el amor? ―cuestionó el Diablo sin detener sus caricias.

―¿Por qué preguntas? ―quiso saber la rubia con su pecho subiendo y bajando al ritmo habitual.

―No es lo que esperaba.

―No todas las personas que ames serán el amor de tu vida, especialmente cuando eres inmortal. Al igual que la mayoría de las fantasías que tengas, no resultarán como las imaginaste ―argumentó Venecia, abordando sus pensamientos en voz alta.

―¿Nosotros somos como lo planificaste?

―Esto no era parte del plan ―reveló, mirándolo a la cara porque eso no fue mentira.

―En ese caso, tu forma de improvisar es exquisita ―bufó, llevando su mano hacia el rostro de ella para sostenerlo, una vez que sus dudas fueron calmadas.

Hubo una intromisión. Un demonio golpeó efusivamente al otro lado de la puerta del cuarto.

―Si no quieres que golpeé tu cabeza la misma cantidad de veces en que tocaste la puerta, te sugiero que justifiques esta interrupción inoportuna ―gruñó Lucifer, contestándole a su súbdito sin la necesidad de dejarlo pasar o ponerse de pie.

―Lo siento ―se disculpó el lacayo demoníaco―. Hay algunos demonios, incluyendo un par de nobles, solicitando hablar con usted.

―Diles que vengan mañana. No me molestes ni siquiera si hay una guerra ahí afuera.

―Pero...

―Sabes que no repito amenazas. Las cumplo.

Los pasos del demonio indicaron que se marchó por donde vino.

―¿No los va a atender? Parecía una emergencia ―interrogó ella, arrugando las cejas.

―No más urgente que recuperar el tiempo que perdimos ―replicó Lucifer, sonriendo sin prejuicios―. Hoy me dedicaré por completo a amarte y besarte como no lo hice en estos dos siglos sin ti. Mañana lidiaremos con lo demás.

―¿Lidiaremos?

―Lo que prometí es cierto. Soy tuyo en todos los aspectos que existen, por lo tanto, también el Infierno. ―Él alzó la vista un segundo para redactar lo que era una esquela de la línea fantasma y esta desapareció al siguiente―. De hecho, ahora le estará llegando a cada demonio bajo mi dominio una esquela que declara que eres mi consorte, la Primera Dama, así que la reinstauración de tu título te da el derecho de gobernar conmigo.

Venecia suspiró. Todas las veces que supuso que él estaba vacilando o parecía decepcionado eran parte de su imaginación porque ella había sido la que vaciló o se decepcionó. Aquel nivel de confianza fue inesperado. Le estaba entregando más que su corazón, le cedió su Averno. No era igual a la época en la que trabajaron juntos, sino que se lo daba porque realmente pensaba que lo amaba.

Empero fue inspirador ver cómo se entregaba, cómo confiaba, cómo la amaba, hizo que lo viera de otra manera. Había prendido una vela en aquel lugar oscuro donde creyó que jamás lo amaría.

―¿No es algo extremo?

―Esta será nuestra vida. Estás al tanto de que la maldición no te afecta aquí. No tienes que volver con los mortales y preocuparte del museo. Olvídate de eso. Aquí eres el verdugo, no la torturada, excepto cuando es mi turno de castigarte.

La oración le aceleró el corazón. La tentación la sobrepasó. No más asesinatos, no más dramas, no más cosas importantes. Solamente el vacío del abismo. La oferta la había golpeado con mayor fuerza que en el momento de su caída. Ni siquiera lo meditó.

―¿En serio?

―Me encargaré de que tu única preocupación sea si es posible morir de tanto placer que te voy a dar ―prometió el Diablo, inclinándose en su dirección para regalarle un beso estremecedor.

―¿Y lo es? ―consultó ella, lamiéndose los labios y concentrándose en los ojos diabólicos que la devoraban con la mirada.

―Te mataré, mi maldita ninfómana ―murmuró él contra su boca, sin perder su sonrisa perversa.

―Más te vale, mi psicópata sexy ―coincidió, sonriéndole.

¿Qué podía decir? Era su pasión.

Entonces, Lucifer inhaló profundo antes de besarla mientras su mano volvía a descender por el cuerpo de Venecia con la intención de atraerla hacia sí y ella acunó el rostro con las palmas. Ellos no buscaban el placer. El placer los encontraba.

―Oscura, perversa, loca, yo te quiero ―declaró el Diablo entre toques y besos deliciosos―. Lo hago al punto de que todos mis deseos son obsoletos a comparación de lo mucho que te anhelo. Te quiero tanto que no puedo tenerte sin pertenecerte. Te elijo sobre todo lo que existe.

Y ahí apareció.

La chispa.

Bastó un "te elijo" sincero.

Una diminuta y naciente chispa que aceleró el corazón de la rubia, dirigió sus deseos hacia él y la hizo sucumbir. Le quemaba la piel y le calentaba el alma. Había pasado lo que parecía imposible. No comprendió muy bien cómo o por qué. Por más que había repetido mil veces que no lo hacía, algo cambió y sucedió en el instante más inesperado. No era un juego. No mentía. Sentía la chispa.

No lo estaba totalmente, pero comenzaba a enamorarse.

Resultaba increíble que le había dado un día para enamorarse y que lograra que se diera cuenta de que ya lo estaba desde mucho antes.

Se había negado a quererlo por razones que no tenían nada que ver con él y lo descubrió. Lo quería por más no se diera cuenta.

Fue un secreto que se ocultó de sí misma.

Se engañó. No a él.

Se dijo que no lo hacía y esa era la mentira.

Había necesitado todos esos años para darse cuenta y elegirlo.

No fue sencillo aceptar que estaba enamorada del Diablo.

Pero lo hizo.

Las pruebas estaban en sus propias palabras, en cómo se desarmaba ante él y en sus acciones que hablaban por sí solas.

Lo quiso cuando cayó y la ayudó a aminorar el dolor. Lo quiso durante todas las veces que se besaron. Lo quiso cuando se alejaron y volvió porque continuaba queriéndolo.

Recién asimilaba el nuevo sentimiento, aun así, parecía que siempre había estado allí, aguardando para brotar en el tiempo adecuado.

Pese a que era retorcido, bestial y vehemente, no dejaba de ser amor. Malo o no, hacía que quisiera correr el riesgo de perderse con él en los besos más íntimos, en las conversaciones en las que era ella misma, en las celebraciones pecaminosas y los funerales dolorosos, y en aquel puente entre el bien y el mal.

Ya lo había hecho.

Experimentó su amor miles de veces.

Ahora era oficial.

―Te elijo ―musitó en voz alta a sabiendas de que la nueva combinación era peligrosa en ellos.

Lucifer suavizó el beso y fue distanciándose de rubia para contemplarla como si supiera que en el presente lo decía honestamente.

Su mirada diabólica se había tornado angelical. Al fin lo notaba. Ese pequeño destello en sus ojos no siempre provenía de su perversidad innata, a veces brillaba en un mar de emociones que sentía por ella.

Él no podía mentir. La quiso desde un principio, incluso si no supo cómo probarlo.

Y con eso todas las mentiras que le había dicho se transformaron en las verdades más impresionantes.

―Te quiero, Lucifer ―confesó Venecia y curvó sus labios temblorosos en una sonrisa sutil.

―Y así de simple convertiste este Infierno en un Paraíso, porque no hay ningún mundo que pueda ser malo si tú me amas ―proclamó él sin dudar ni por un segundo.

Las palabras la dejaron anonadada. No estaba acostumbrada a conmoverse por su causa y hacerlo en la actualidad fue escalofriante. Los escalofríos no reflejaban miedo, sino que subieron por su columna vertebral hasta que su pecho cosquilleara.

―Entonces, todos los mundos son buenos.

―Absolutamente.

Dicho eso, Venecia fue quien besó a Lucifer. Cerró los ojos y sus labios hicieron el resto una vez que se unieron. Sus latidos se aceleraron a la vez que se enamoraba con cada toque y fueron bastantes. Él presionó su cuerpo desnudo contra el de la rubia como si quisiera que se volvieran uno y le devolvió los besos en la medida justa de cariño y lujuria. Estaba descubriendo otro tipo de placer. Había caído en un frenesí en el que no podía parar de quererlo más y más.

―Esto es... ―masculló el Diablo y esa vez fue una afirmación y no una pregunta.

―Sí ―gimió el ángel, aceptándolo por fin.

No fue capaz de detenerse. Devoró su boca, acarició su lengua y pasó de acunar su rostro a clavarle las uñas en la espalda de lo placentero que se había vuelto tocarlo. Más que sus sensaciones, estaba exponiendo sus emociones.

Lo deseaba. Lo anhelaba. Lo quería.

Un impulso la invadió en cuanto él comenzó a tirar de ella para guiarla a algo que ambos ansiaban. Venecia fue estirando la pierna y apoyó la palma en la cama para finalmente saltar de segundo a otro. En un movimiento acabó montada a horcajadas de Lucifer. Por alguna razón, en esa ocasión, fue más excitante que las demás. Estaba tan lista para ese nuevo estilo de vida. Estaba lista para estar enamorada de él.

Lucifer arrastró los ojos por sus muslos, fue subiendo con una lentitud electrizante, se lamió los labios al ver sus senos expuestos y sonrió al mirarla a la cara como si fuera su fantasía más oscura hecha realidad.

―A veces no puedo creer que eres mía ―manifestó él tomándola por las caderas.

―¿Qué puedo hacer para que no te queden dudas de que lo soy? ―consultó, viendo con claridad que lo deseaba―. Porque lo soy y no dudo de eso.

―Fóllame como me amas ―ordenó el Diablo en un tono de voz que encendió cada centímetro de su ser.

―Ámame como me follas ―replicó Venecia, afanosa.

Tras ello, la voracidad se apoderó de los dos. Lucifer se enderezó con la intención de rodearla con los brazos y tenerla lo más cerca posible. Venecia abandonó los preliminares y se dejó caer sobre su miembro duro. Se había humedecido más de lo que ya estaba luego del centenar de oportunidades en las que se acostaron. Por lo que se le escapó un estruendoso gemido de gozo. Era fantástico.

Depositó la frente en la de Lucifer en simultáneo que se adaptaba a estar llena. Él tenía la boca entreabierta y una expresión pecaminosa que exponía lo que quería hacerle. Le encantó tanto que se afincó más a él. La cercanía enloquecía sus sentidos.

―Voy a darte todo lo que me pidas ―juró el Diablo como si estuviera encantado―. ¿Qué quieres?

―A ti ―suspiró ella, retorciéndose de lo bien que se sentía―. Más que cualquier cosa que me ofrezcas.

―Te mereces todo y te lo regalaré con gusto.

Y se lo dio. Mientras Venecia se disponía a empezar a mecerse sobre su polla e iniciaba una ronda de aquel placer celestial, Lucifer la sostuvo con firmeza e hizo que tirara la cabeza para atrás para brindarle acceso directo. Él fue creó un camino de besos por su cuello, descendió por su clavícula y al final se entretuvo en la mejor parte. Se metió los pechos a la boca, le mordisqueó los pezones y los mimó como a un manjar. Aquello, acompañado de los movimientos que ella realizaba, provocaron que el placer la inundara de adentro hacia afuera.

La sensación era magnífica y magnética. Los jadeos emanaron de ambos por igual. No estaban follando como las otras veces, esta era la primera vez que lo hacían después de confesar que lo que tenían era mucho más.

―Lucifer, tienes que... ―suspiró la rubia, embelesada con la satisfacción que aumentaba sin cesar.

Lucifer regresó a Venecia en cuanto se percató de que le costaba trabajo controlar su accionar en busca de goce debido a las corrientes eléctricas que sufría ante la atención que les cedía a sus pechos. Simplemente era demasiado.

―¿Prefieres que te follé yo? ¿Te gustaría que haga lo que me plazca contigo? ―preguntó el Diablo y ella asintió, ya que había perdido la habilidad de formar una oración sin gemir―. Pero lo que yo quiero es que estés justo como estás ahora, moviéndote sobre mi polla, viendo como disfrutas que esté dentro de ti.

Venecia se quebró. Inconscientemente, esas palabras hicieron que comenzara a moverse con mayor celeridad y las oleadas de placer golpearan su interior. Lucifer sonrió feliz y la besó al ritmo de las embestidas. Arriba, abajo. Adentro, afuera. Como fuere, la rubia estaba viendo las estrellas. El éxtasis estaba llegando con una potencia sobrenatural y arrolladora y la estaba gobernando como ella al Infierno.

―¿Así? ―inquirió, jadeando contra los labios de él.

―Sí, así ―farfulló Lucifer con la respiración agitada como si más tuviera, más quisiera―. Nunca me cansaré de lo que me haces, de cómo me tocas ni de ti.

―Yo tampoco de ti ―aseguró el ángel.

A continuación, fue como si su cuerpo tomara vida propia y los movimientos se realizarán por sí solos. La fruición se la comió entera. La consumió pedazo a pedazo y el hambre creció. El clímax le rogaba alcanzar su punto máximo. Su cuerpo convulsionaba. Las piernas le temblaban de anticipación. El corazón le latía como si fuera una mortal que sufría un infarto. Ya no dominaba los gemidos que soltaba. El placer era supremo. Estaba en todos lados.

Se pertenecían. Se volvieron uno. Eran un todo. El mismísimo infinito.

Y el orgasmo le robó lo que le quedaba. Lucifer la besó en el preciso momento en el que ella iba a soltar un grito de puro goce y la acompañó en la cima con su descarga. La electricidad fluyó por sus nervios, enviando corrientes de un placer interminable.

El Infierno empezaba en él y acababa en el Paraíso de ella.

Permanecieron en aquella posición, disfrutando de los restos del placer y del amor que venía en él. No podía creer que se pudiera sentir así con él. Lo sabía. Lo sentía en su alma, su corazón y su mente.

Era la chispa, angelical e infernal por igual, y de su exclusiva pertenencia. Solamente ellos lo sentían y podían juzgarlo.

Las sonrisas en sus caras se fueron borrando cuando un ruido estruendoso aturdió sus oídos.

―Eso probablemente por lo que te pidieron que te fueras ―bromeó ella, aun gozando de su cercanía.

No deseaba que se fuera. Anhelaba permanecer así.

―No te habría soltado, aunque estuviéramos en una batalla ―expuso él con un orgullo pecaminoso.

―Estás disculpado. Por eso y lo demás ―dijo Venecia, perdonándolo por el pasado y el presente.

―Tú también.

La rubia frunció el ceño, divertida.

―¿Qué te hice?

―Dejarme. Te perdono por eso ―comunicó Lucifer, sincero.

―Me quedaré contigo ―prometió Venecia con honestidad.

―Y haré que valga la pena ―anunció él sin una pizca de temor.

Iban a besarse otra vez, de no ser que un segundo estruendo los interrumpió. A pesar de eso, no planeaban distanciarse tan rápido.

―Ya pasaron las veinticuatro horas.

El Diablo la ciñó contra sí.

―Me diste un día para enamorarte. ¿Lo hice?

―No, porque no tenías nada que lograr ―recalcó Venecia, estremeciéndose por el abrazo.

El corazón de Venecia vibró y percibió que el de él sonó pegado al de ella.

―¿Eres feliz ahora? ―preguntó Lucifer, abrazándola con fuerza.

―En lo que a la felicidad respecta... ―reveló ella con una sonrisa auténtica―. ¿Y tú?

―Siempre lo seré contigo. Tú eres mi felicidad y todo el caos que necesito. La felicidad no tiene que ser ordenada. Puede ser caótica, vesánica e incomprensible. Y lo sé con claridad porque tú eres todo eso. Amo tus pecados, tu forma de volverme loco y que eres tan especial para mí que lo demás luce ordinario sin ti.

El tercer fragor los alarmó y lo siguieron gritos.

―¿Si aniquilo a todos esos demonios, seguirías conmigo? ―consultó él en broma.

―Sí, pero preferiría que no lo hicieras ―aconsejó, ya que también podía hablar en serio.

―Bien. Me comportaré. Seré un buen hombre para ti ―juró sin abandonar su alegría.

―Me basta con que seas tú ―argumentó la rubia con simpleza.

Lucifer la miró como si fuera la perfección misma.

―Mataría por follarte de nuevo ―espetó él tan cerca de sus labios que parecía que la estaba besando.

―Descuida, lo harás otra vez ―sostuvo, deseando que ese instante llegara pronto.

Suspiraron dramáticamente.

―¡Oh, mi maldita ninfómana!

―¡Sí, yo!

―Es hora de empezar nuestra vida juntos.

Luego los dos se pusieron de acuerdo, se separaron para asearse y vestirse y finalmente abandonaron el cuarto para afrontar a sus visitantes inesperados en la entrada de la residencia. La cosa era que sí había una guerra en camino y se dirigía precisamente hacia ellos.

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