(21) Pecados Capitales
Nadie presentó una queja por su aparición en las Puertas del Infierno. Los ettin le permitieron el paso y los habitantes demoníacos la trataron como solían hacerlo antes de que se marchara del plano por primera vez. Supuso que era un buen inicio, considerando que planeaba mudarse allí.
Venecia anhelaba olvidar todo. No quería hacer nada respecto a lo ocurrido en las demás ciudades o pensar en lo que le hicieron las personas más importantes que tenía. Para ella, fue una traición. Les había dicho a los tres su historia con Mihael y que la destrozaría verla otra vez y no la echaron en cuanto la vieron, incluso si juraba ser inocente. Así que, que se jodieran los sentimientos ajenos.
Podía ser que estaba más sensible de lo usual por toparse con ella sumado a otros factores externos y que aquello causaba que reaccionara de esta manera. Aun así, necesitaba desconectarse de la realidad y qué mejor idea que ir con el individuo que representaba los vicios y la libertad.
Por lo tanto, ni siquiera se alarmó cuando ingresó en la residencia de Lucifer para finalmente encontrarlo en el corredor de la entrada con el torso desnudo y con salpicaduras de un líquido rojo y espeso. La escuchó entrar.
―¿Por qué cada vez que te veo estás cubierto de sangre fresca?
―Es que me recuerda a alguien ―respondió él, claramente refiriéndose al ritual del que participaron al acostarse por primera vez―. Bromeo. Estoy matando a unos posibles sospechosos en el robo de los grilletes para pasar el rato. ¿Te gustaría unirte a la diversión?
Negó con la cabeza, rechazando la oferta.
―Tal vez más tarde.
Lucifer la contempló con extrañeza, intrigada ante las posibilidades incluidas en la oración.
―¿Cuánto te quedarás esta ocasión?
―Para siempre ―afirmó la rubia con una seguridad falaz.
―¿En serio? ¿Por qué?
A pesar de que estaba cegada por el resentimiento, le dolió decir lo siguiente:
―Porque eres lo único que me queda.
―Solamente vienes cuando todo el mundo te da la espalda ―expuso Lucifer con naturalidad y sin que le doliera el hecho en absoluto.
―No, esta vez yo se la doy a ellos.
Si bien pronunció las palabras con una sencillez alarmante, no se sintieron correctas. Además de estar defraudando a sus amados, traicionaba a su corazón, no obstante, todos la decepcionaron una vez, ¿qué más daba si se engañaba a sí misma?
―Y soy tu opción de respaldo.
―No ―repitió Venecia con ligereza y procedió a depositar la palma en el brazo de él―. Por increíble que parezca estar contigo, el Diablo, es mi lugar seguro y te estoy eligiendo en ese momento.
―¿Te vas a quedar conmigo incluso si soy un psicópata sexy con severos problemas de posesividad? ―replicó, divirtiéndose con su habilidad para averiguar qué pensaba.
―Sí ―resopló de mala gana―. Ayer me pediste que viviera contigo. ¿Cambiaste de opinión?
―Tú eres la que tiene un historial de dejarme luego de jurar que eres mía, no yo.
―¿Y qué se necesita para que me creas?
―Simplemente que no te vayas ―expresó el Diablo como si se lo rogara.
―Bueno, ya estoy aquí, ¿cierto?
Ella bajó la ceja que había alzado al notar que él entreabrió la boca y buscaba la suya con la mirada.
―Debo comprobarlo.
Para su sorpresa, Lucifer hizo algo inesperado: la besó. Lo inusual no fue que tirara de la mano que lo acariciaba para atraerla hacia sí, colocara sus labios prepotentes sobre los de Venecia y finalmente la empujara con suavidad para ponerla contra el muro de llamas. En realidad, lo raro fue que no se comportó como un animal siguiendo sus instintos, sino que se limitó a ello y nada más.
El Diablo guio la palma de ella a su rostro y después la liberó para depositar los brazos a los costados de la anatomía de la rubia. Presionó su cuerpo lo suficiente con tal de rozarla sin la rudeza sensual que demostraba en los momentos. Con sinceridad, Venecia no supo cómo reaccionar.
Percibió su piel y la sangre caliente a través de la tela del vestido. Inhaló el aroma metálico junto con el perfume del Infierno impregnado en él. Calmada, reparó en la tensión de sus abdominales expuestos. Enterró los dedos en el pelo corto y castaño para aferrarse a algo. Se entretuvo con los pequeños y aterciopelados movimientos de sus labios. Era tan sutil que calmó su corazón.
―¿Convencido? ―consultó Venecia, observando que Lucifer se distanciaba paulatinamente.
―Lo suficiente, pero me temo que requiero más para estarlo por completo ―musitó con la respiración un poco entrecortada porque el contacto sí le había afectado en lo personal.
―¿Y por qué no continuó persuadiéndote?
―Planeo ir lento hoy ―reveló Lucifer y procedió a estirar la mano izquierda y acariciarle la mejilla con los nudillos.
―¿Por qué? ―cuestionó Venecia, realmente desconcertada y un tanto atemorizada por su actitud diferente―. Nunca has sido cariñoso conmigo.
―Estoy tratando nuevas cosas.
―Y ahí regresamos a la normalidad.
―¿Esto es lo que será normal a partir de ahora? ―preguntó el Diablo en un tono apagado que le hizo pensar que ella era su debilidad―. Tú y yo, viviendo juntos.
―Junto a los millones de demonios en el Infierno. ¿Por qué no?
―¿Estás segura de que apenas aparezca la oportunidad, no saldrás corriendo?
―Sí, no hay otro sitio en el que desee estar.
―A mí se me ocurren algunos lugares ―sugirió él, deslizando los dedos por la curvatura de su cuello.
―¿Entonces por qué no me llevas ahí? ―formuló la rubia, sintiendo un cosquilleo por donde la tocaba.
―¿Quién dice que no lo haré? Solo que antes tengo unos asuntos que atender ―anunció Lucifer, cortando el momento y asesinando la cercanía―. Espérame aquí.
Frustrada, Venecia rodó los ojos y vislumbró las manchas rojas en su atuendo en cuanto Lucifer comenzó a alejarse por el corredor.
―¡Arruinaste mi vestido!
―Te lo iba a quitar, a fin de cuentas ―aseguró Lucifer en su regular tono repleto de una perversidad nociva.
Debido a que no se le ocurría nada más que hacer, chasqueó los dedos para quitar los rastros de sangre con sus poderes y aguardó impaciente como se lo pidió. Oyó los alaridos y las súplicas de los que estaban siendo torturados de verdad al otro extremo del pasillo. Comenzaba a aburrirse cuando los gritos de agonía se detuvieron y supo que el generador de ellos vendría pronto.
En efecto, se presentó en menos de un minuto. Esa vez estaba libre de pruebas de los castigos que impuso y vestido por completo con una camiseta de mangas largas de un color caoba y unos pantalones oscuros. Mas, no había pistas visibles del itinerario que llevarían a cabo a continuación. Ella fue directo al Averno impulsivamente, por lo que no creó un plan, y él tendía a ser impredecible.
―¿Qué harás conmigo ahora que me tienes de vuelta? ―le preguntó Venecia, ganosa, en cuanto se paró a su lado y recargó la espalda contra la pared.
―¿Tienes sed? ―curioseó Lucifer y la rubia asintió, refiriéndose a otra cosa.
―¿Estás bien? ¿Reinar en el Infierno al final te enloqueció?
―No, ¿por qué?
―Estás siendo bueno conmigo. Es perturbador ―expuso, consternada―. ¿Qué te sucede?
―Pasamos años sin vernos. Tal vez aprendí a apreciarte en tu ausencia ―se encogió de hombros Lucifer, enseñando una faceta suya que desconocía.
No la disuadió en su totalidad.
―Aún es antinatural.
―Sí que quedas como juraste, te acostumbrarás ―aseguró él, enarcando una caja para testear la firmeza de su promesa.
―Depende de ti y de tu habilidad para portarte bien conmigo.
―Trataré de hacerlo.
Su gentileza no duraría ni un día y había miles de pruebas de ello.
―Y probablemente lo olvidarás.
―No lo haré si me lo recuerdas.
―Lo anotaré en nuestro calendario. Después de todo, fui... ―dijo Venecia, buscando el título―. ¿Cómo me llamaste?
―La Primera Dama del Infierno. Ese puesto sigue siendo tuyo ―aseguró Lucifer.
Ella casi se rio de lo gracioso, rozando lo patético, que sonaba al fingir hablar con solemnidad.
―¿Y por qué es eso?
―Nadie ha podido llenar tus zapatos.
―Es que uso unos tacones realmente altos.
―Sí, esto es genial. Se parece a como éramos antes de que me traicionaras ―agregó el Diablo debido a que en el Infierno todavía pensaban que la rubia fue la que mató a todos esos en el convite.
―Y antes de que me enterara de que tu pequeña venganza ―replicó Venecia, robándole la botella para equilibrar las cosas.
―Pero seguimos buscándonos mutuamente.
―Porque no aprendemos.
Él le regaló una mirada presuntuosa.
―O simplemente no queremos hacerlo.
―Sí, dudo que no sea algo de lo que enorgullecerse.
―Pues, ¿cuál es una razón mejor para estar orgulloso?
―¿Sabías que hay personas que se levantan y duermen con la conciencia tranquila y sintiéndose bien consigo mismos? ―preguntó Venecia como si le estuviera contando que los unicornios eran reales.
―¿En serio?
―Esa fue mi reacción. Mi cerebro está tan roto que no entiende cómo es posible que haya gente que no lidia con culpa, enojo o dolor a cada segundo. ¿Cómo consiguen amar y amarse y ser felices, incluso si no lo poseen todo?
―No lo sé. Esa es la verdadera fantasía, no los ángeles o los demonios, sino la paz.
―Al menos para nosotros. Estamos hechos para llevar a cabo guerras y misiones y por eso necesitamos placebos que calmen las cargas. ―La rubia tomó un sorbo prolongado del licor―. ¿Recuerdas cómo fuimos hace dos siglos?
―Nos torturábamos mutuamente y castigábamos a otros ―suspiró el Diablo con nostalgia―. Fue una lástima que la verdadera diversión llegara tan tarde.
―Yo sé por qué no hice nada. Pero nunca entendí la razón por la que aguardaste para dar el primer paso. Eres muy impulsivo.
―En realidad, decirte lo que me pasaba fue el último movimiento.
Venecia hundió las cejas ante el descubrimiento.
―¿Y cuáles fueron los anteriores?
―Me gustaba observarte y ver cómo te ponías nerviosa al notarlo. Adoraba como tu cuerpo sufría un pequeño temblor cuando te tocaba por accidente. Me encantaba que supieras que iba por ti y me siguieras el juego sin darte cuenta ―explicó él, aproximándose lo suficiente para que su brazo rozara el de ella―. En fin, disfruto de la cacería.
Pese a que los dichos provenían de la experiencia de Lucifer, la rubia rememoró los primeros cuatro años con Jure. Todavía podía experimentar cómo una mirada suya le había cortado la respiración, la manera en que su voz causaba que le temblaran las piernas y su mero toque la hacía sentir viva y le daba el deseo de vivir.
Sin embargo, las memorias del demonio también atrajeron otras equivalentes en su potencia. Sus cavilaciones se bifurcaron hacia los ojos azules de Aleksandar, su adorable ceño fruncido y la necesidad inmediata de protegerlo con su propio cuerpo.
Aunque aparecieron recuerdos indeseados que venían de las palabras de Mihael, el modo en que su pelo caía sobre sus pechos y las ganas de asesinarla con tal de matar lo que provocaba dentro de ella.
Tuvo que interrumpir la secuencia de sus pensamientos. Ellos la traicionaron. Debía sacarlos de su cerebro. Por ello, regresó su atención a su actual acompañante.
―¿Qué? ¿Querías ser idéntico a los cazadores que tienen pinturas de sus presas y colocarme en una? ―bromeó Venecia, indiferente.
―Sabes muy bien que mi cama era donde quería ponerte.
―¿Y qué te pasó cuando lo lograste?
―Todo cazador tiene un objetivo, algo que buscó por mucho y cuando lo encuentra, se siente tan satisfecho que no busca nada más. Por eso, nada de ello se siente tan bien como tenerte para mí ―argumentó Lucifer, inclinándose para besarle el hombro y obsequiarle un pequeño mordisco en la clavícula.
Inevitablemente, Venecia tiró la cabeza para apoyarla en la pared y dejó expuesto su cuello para que continuara su camino por allí. Él no prosiguió. Fue frustrante.
―Escapé eventualmente.
―Sí, ¿y qué te dije que te haría si te ibas? ―farfulló el Diablo, refiriéndose al castigo, y la rubia se mordió los labios.
―No sé, tendrás que demostrármelo.
―Más tarde.
―¿Qué problema hay con el presente? ―gruñó Venecia, frustrada porque ese no era el patrón de conducta que llevaban a cabo en sus encuentros.
―Ninguno. Es que ahora quiero disfrutarte de otra forma.
―¿Cómo?
―Por más de que sea difícil de creer, hay otras cosas que me atraen de ti.
―¿Como qué?
―Ya te lo dije, que uses la boca ―pronunció él y ella alzó una ceja, confundida―. Esta vez me refiero a hablar.
―¿De qué? ―se burló con incredulidad.
―Tú y yo jamás hemos tenido una conversación honesta.
―Bueno, empecemos a tenerlas. De todos modos, no lo volverás a ver porque prometiste que te quedarías conmigo.
Una punzada de dolor la azotó e irónicamente ella fue la que se clavó el puñal al garantizar eso.
―Lo hice.
―¿No se te ocurre algún tema del que te apetezca hablar?
Con honestidad, su mente se puso en blanco, en consecuencia, le preguntó:
―¿Por qué hacer esto ahora?
―La última vez que lo intentamos tú y yo duramos una semana. Quiero que esta vez sea más duradera ―afirmó él en un tono cáustico y soltó la botella para que levitara por ahí.
―¿Y cuánto pretendes que estemos juntos? ―quiso saber ella, azorada.
Lucifer curvó una de las esquinas de su boca hacia arriba.
―Somos inmortales, dímelo.
―Cuando tú dices querer pasar la eternidad conmigo no suena romántico, sino, bueno, diabólico.
―¿No quieres estar conmigo? ¿No viniste para eso?
―Sí, pero no para lo que sugieres.
―¿Y qué insinúe?
―Lo dices como si quisieras que me enamorara de ti ―bufó Venecia, despegándose de la pared para encararlo.
―¿Y eso es tan malo? ―inquirió el Diablo con la mandíbula tensa.
―¡Sí, porque no me amas!
―¿Quién dijo eso?
―Tú.
―Me importas lo suficiente como para pretender que no lo hago ―declaró Lucifer, aproximándose a Venecia hasta que sus rostros se tocaran y con cada movimiento de él, ella viera sus ojos furibundos, percibiera su respiración al tener su nariz rozando la suya y oyera y sintiera lo que decía.
―Que digas que alguien te importe no implica que lo ames.
―¿Por qué no?
―Cuando conoces a alguien hay una parte de ti que sabe que vas a amarlo. Es como una pequeña chispa que aparece allí de la nada y luego se convierte en pura electricidad y le da poder a cada parte de ti cuando finalmente lo haces ―empezó a decir Venecia con crudeza.
―Nosotros podemos crear nuestra propia chispa ―expresó Lucifer con certeza.
―¿Para qué?
―Tú y yo estamos rotos. Tal vez funcionemos bien juntos.
―O terminaremos rompiéndonos más.
―Dime que eso no lo hace más tentador ―pidió él, acariciándole los labios con los suyos―. La posibilidad de que te arruine la vida o acabes amándome más que a todos ellos juntos.
Venecia lo consideró. Fue espantoso de su parte, sin embargo, reflexionó al respecto. No le debía nada a nadie. Sus deudas estaban saldadas y no deseaba volver al museo a observar una y otra vez los estragos de su corazón roto. Además, si alguien era capaz de amar a un individuo tan despreciable como el Diablo, quizás ella también merecía ser amada y amar a los demás sin arrepentimientos.
―Sí, lo hace ―expresó la rubia e hizo una pausa―. Lo que no comprendo es por qué tú querrías enamorarte de mí.
―Tengo mis motivos ―sostuvo Lucifer sin entrar en detalles―. Eres intrépida, atractiva, estás un poco loca y no me temes.
Venecia lo contempló sin hallar una razón para lo último que dijo.
―¿Por qué te tendría miedo?
―¿Lo ves? ―preguntó, dichoso, aunque no le miraba los ojos sino su boca.
―Ya entendí. Eres el Diablo. No es exactamente algo de lo que presumir en una aplicación de citas.
―Sí. Así que, si somos lo único que tenemos, ¿por qué nos traicionaríamos?
No lo harían, respondió Venecia en su mente.
―Tienes razón ―concordó sin premeditarlo con propiedad―. Me quedaré. Eso no va a cambiar. Pero nuestras vidas pueden ser distintas según lo que decidamos. Tú buscas eso. Yo quiero pasar el rato. Hagamos un examen para elegir la opción correcta.
―¿Y en qué consistiría esta prueba?
―Te doy un día para que hagas que me enamore de ti ―proclamó Venecia con la voz aterciopelada.
―Maldita ninfómana, vas a amarme antes de que siquiera llegue la noche ―aseguró Lucifer con una confianza perversa.
Desde ese momento, dejó de pensar o cavilar.
***
Teóricamente, el caso estaba casi resuelto y Aleksandar no se sentía bien al respecto. El presunto asesino ya alcanzó su objetivo con los homicidios al matar a Darka, según lo que había dicho Geliel en el cementerio. Sin embargo, parecía que tenía un tambor en su pecho que retumbaba y no le permitía olvidar que también ella aseguró que aquellas macabras muertes fueron el inicio de algo peor.
¿Qué podía ser más retorcido que asesinar a personas inocentes por una venganza?
Él no carecía de la respuesta. Trataba racionar empleando su humanidad para comprender a un ángel que superaba sus conocimientos. Tal vez nunca empatizaría con sus motivos.
Lo que arrastraba a pensar en Venecia, la decepción con la que lo miró por última vez en el apartamento, y sus sentimientos. Recopiló las múltiples explicaciones acerca del comportamiento sobrenatural con tal de asimilar la reacción de ella al dejarlo no solamente a él sino a sus amigos. Se suponía que a los ángeles y demonios les costaba más distinguir y manejar sus emociones que a los humanos a causa de su inmortalidad. Así que todos los golpes emotivos la ofuscaron al venir uno tras otro y aquello conllevaba a cometer errores impulsivos que para ellos duraban milenios en vez de minutos. La ventaja era que gozaban de mucho tiempo para corregirlos.
Aleksandar ya descubrió que no contaba con la misma suerte. Azrael lo confirmó al predecir el día de su fallecimiento. Era mortal. Poseía fecha de vencimiento. No pasaría los cien años. Probablemente, moriría sin decir o hacer muchas de las cosas que anhelaba y no existía nada que pudiera cambiar eso.
Uno creería que un policía que vivía viendo fantasmas aceptaría con más facilidad la muerte, pero no y menos la propia. Resultaba aterrador y lo convertía en alguien impotente.
Incluso si enfrentaba el miedo, ¿cómo se superaba algo que ni siquiera ocurrió?
Tendría que lidiar con ello a diario como el resto.
En honor a la noción, continuó su vida con la mayor tranquilidad que pudo extraer. Amaranta y Pavel dijeron que permanecerían en el museo para cuidar a Darka, quien todavía descansaba asustada por el secuestro, y Jure les pidió que lo llamaran si algo malo sucedía. En la actualidad, él y Aleksandar salían del edificio, cargando con el peso de los desafortunados eventos del día. Era demasiado para sobrellevarlo por separado.
―¿Qué hace un detective en una tarde ordinario? ―le preguntó el demonio, robando su atención, apenas pisaron las calles poco pobladas.
El atardecer estaba cayendo, tiñendo el cielo de un color sangriento y bajando la temperatura ante la noche inminente. En contraste, esos días las cosas sucedían tan rápido que los días iban lento.
―Usualmente, iría a mi apartamento o volvería al trabajo para adelantar cosas ―contestó Aleksandar, frotándose las manos a causa del viento glacial―. Y por alguna razón ahora me parece tan rutinario.
―¿Por qué?
―No lo sé. Todo lo que hacía antes de ustedes es aburrido en comparación.
―Te cambiamos la vida ―bromeó Jure, acercándose de modo que su calor infernal aplacaba el frío invernal.
―No, la mejoraron ―confesó él porque si no tenía mucho tiempo, no desperdiciaría el poco que le quedaba con cobardías.
―Y tú las nuestras.
La respuesta que brotó con tanta certeza y espontaneidad asombró a Aleksandar.
―¿Cómo? Si nunca hubiera traído la investigación a ustedes, no soportarían tantos problemas.
―Eso es mentira. Adoramos los problemas ―apuntaló Jure con una disposición encantadora y luego inhaló profundo para hablar con sinceridad―. Eres una buena persona y haces que también queramos serlo de alguna forma. Nosotros nos olvidamos de las diferencias entre el bien y el mal, pero gracias a ti estamos volviendo a tener los pies en la tierra y eso es un privilegio inigualable, incluso si se demuestra solo con pequeños gestos.
―¿Este cuenta como uno? ―consultó previo a fruncir el ceño para bromear.
―Sí, te veo y ya quiero rescatar gatos atrapados en árboles ―rio Jure y se encogió de hombros al hacerlo―. Y también invitarte a mi casa, ya que no deseas ir a la tuya.
―Tal vez puedas rescatarlos mientras vamos de camino ahí ―le recomendó Aleksandar, aceptando la invitación para su sorpresa.
Jure lo contempló fascinado con el hecho de que no lo rechazó como solía hacer con tal de escaparse para ir a trabajar. Aleksandar estaba intentando actuar a base de lo que Pavel dijo en la Ciudad Espiritual y brindarse algunas libertades.
Entonces, no se quejó cuando el demonio le tendió la mano y se teletransportaron a su hogar. Lo admiró por unos segundos, entre tanto, se recuperaba de los efectos secundarios de realizar una aparición. No fue lo que esperaba, sin embargo, portaba el aura elegante y perdurable que imaginó.
Al voltear casi soltó un jadeo de estupefacción al descubrir que Jure sostenía un gato desconocido.
―¿De dónde lo sacaste?
―Estaba atorado en un árbol de Nueva York ―reveló, acariciando al felino a pesar de su alergia y este ronroneaba en respuesta―. ¿No es adorable?
―Sí, y de alguien más a juzgar por el collar ―señaló Aleksandar.
―Lo sé. Estoy aguardando a que lleguen los dueños y ya lo hicieron.
En un parpadeo, el demonio se fue y volvió sin el gato como si nada. Diría que tardaría en acostumbrarse a ello, mas ya lo estaba haciendo.
―Es la primera vez que vienes, ¿qué te parece? ―curioseó Jure parado en medio de la sala.
―Honestamente, pensé que sería más señorial como un castillo ―dijo él, teniendo en cuenta que era un Príncipe del Infierno.
―En realidad, tengo como siete. Solo que compré el apartamento para estar más cerca de ya sabes ―explicó y su tono ostentoso a uno nostálgico.
―Sí ―asintió y sacó el evocador de su bolsillo que lucía como una perla―. Hablando de eso, ¿deberíamos probar si esto funciona?
―Entre otras cosas.
Dicho eso, Jure marchó en dirección a su balcón repleto de plantas que Aleksandar estaba seguro de que no formaban parte de las flores ornamentales que solían cultivarse en un jardín regular. Otra vez, lo dejó sin habla su confianza al enseñarle abiertamente su colección de sustancias ilegales sin que le importunara que su trabajo involucrara aprender a personas como él.
―¿Gustas de un poco de droga del amor, es decir, éxtasis? ―ofreció el príncipe infernal, solícito.
Aleksandar lo observó con incredulidad y luego se rindió.
―El café está bien para mí. No quiero repetir lo que ocurrió con las gomitas.
―¿Por la parte en que casi moriste o porque terminaste compartiendo la cama de un motel conmigo? ―quiso averiguar Jure, regresando con dos tazas de café y Aleksandar aceptó la que él le entregó.
―Claramente, la primera opción.
―Me gusta tu respuesta de cualquier modo.
―¿Te das cuenta de que es muy difícil ser un policía contigo alrededor? ―suspiró Aleksandar al perder la cuenta de la enorme cantidad de veces en que rompió la ley.
Jure se mordió la esquina del labio inferior y sonrió demoniacamente.
―¿Por qué? ¿Estás tentado a usar tu arma y las esposas en una forma mucho más divertida? Ni siquiera tienes que atraparme, estoy aquí.
En un inicio no se percataba cuando alguien flirteaba con él, no obstante, ahora resultaba inevitable tras semanas de convivir con dos personas con una adicción a seducir. Después de que se acostumbró, oírlos quemaba igual que un trago de vodka y lo vigorizaba.
―¿Acaso no te cansas de coquetear?
―No, es mi fuente inagotable de vida.
Luego de que el demonio tendiera la mano para indicarle que se acomodara en el sofá modular que tenía una vista directa a un rosetón, se sentó junto a él. Intentó no concentrarse en las extrañas imágenes que veía como los campos de fuego, un cielo anaranjado a causa de un sol rojo, criaturas parecidas a las de la Oficina Paranormal corriendo por ahí, un muro gigante con gente atrapada allí y varios planos de distintas ciudades que lucían aterradoras. Enfocó su atención el humo caliente que salía del café, su aroma embriagador y su delicioso sabor una vez que bebió un trago.
―Esto es genial.
―Por supuesto, yo lo hice ―explicó Jure con la naturalidad de alguien que enunciaba un hecho que todo el mundo sabía y tomó un sorbo ―. Gracias por decirlo.
―Tengo que preguntar: ¿qué es eso? ―soltó Aleksandar, apuntando al rosetón.
―Portales al Infierno.
―¿No se supone que solo apareces allí?
―Sí, pero me gusta estar informado de lo que ocurre en los Nueve Círculos sin que ellos averigüen que me interesa ―reveló y parecía un tema importante―. Si nadie sabe qué quieres, nadie puede traicionarte.
―Yo lo sé ahora.
―No, hay una gran diferencia entre que te enteres de lo que hago y que sepas lo que busco en realidad.
―Suenas como una mente criminal antes de un atraco.
―La Ciudad Infernal ha sido gobernada por el mismo grupo de inmortales hace milenios. Son volubles, no idiotas. Con el tiempo aprendes a no confiar en la gente así.
―¿Eso te incluye? ―Aleksandar tragó grueso y enarcó una ceja―. ¿Me equivoco al darte mi confianza?
―No importa si digo que sí o que no, eres un detective, tus sospechas son la verdad ―opinó Jure sin inmutarse.
―Es extraño. Hasta ahora no te he oído hablar así.
―Es que trato de mantener mi vida personal separada de mi rutina llena de asesinatos y argucias.
Lo dijo con unos aires bromistas que parecía que contó un chiste de lo más gracioso y soltó su taza de café sin más. Aleksandar se asustó, creyendo que esa caería, mas terminó flotando a su lado como si la gravedad no existiera.
―¿Por qué?
―Para proteger a los que me importan.
―Así que el Infierno es peligroso, incluso para demonios como tú.
―Especialmente para mí. Cuanto más poseo, más pierdo o gano y yo planeo tenerlo todo. Por eso, me aseguro de planificar ciertas cosas con antelación.
―Y asumo que no dirás cuáles son.
―Supongo que en algún punto lo descubrirás.
Aquella postura tan seria y sagaz le hizo recordar algo. Si bien Jure se comportaba asequible y destilaba encantos alrededor de los que Aleksandar conocía, no debía olvidar que todavía era un Príncipe del Infierno con los secretos retorcidos, las guerras de poder y el corazón duro que implicaba ser portador del título.
Por un momento el respeto se convirtió en admiración y temor. Después se dio cuenta de que aún era el demonio con el que estaba tomando un café.
―Entonces, dime cómo es ser un Pecado Capital ―solicitó Aleksandar más ameno.
―¿Por qué mejor no te lo muestro? ―dijo Jure, agarrando el evocador.
***
Ella no se estaba enamorando, por el contrario, era una cuestión de minutos para que el aburrimiento hiciera que desistiera y se arrojara a uno de los pozos infernales con las demás almas torturadas. Además, el licor se había terminado metros atrás.
―Tu mente es sádica ―comentó Lucifer, hablando por primera vez desde que abandonaron el interior de su residencia.
―Creí que eso te gustaba ―replicó Venecia, transitando con pasos lentos y pesados.
―Lo hace, solo que no me fascina oír que te aburro lo suficiente como para que prefieras ser devorada por sabuesos infernales.
―¿Y qué esperas? Me tienes caminando en silencio por un paisaje que no destaca por su belleza arquitectónica. No me siento particularmente en la ciudad del amor, sino en el infierno de verdad ―argumentó, evitando el contacto visual y arrastrando la vista por el panorama árido y humeante del Averno―. Si tanto te molesta, deja de leer mis pensamientos. Al menos por estas veinticuatro horas.
―Es decir que cuando me diste un día para conquistarte...
―Lo dije literalmente.
―En ese caso, deberíamos hacer más que gozar de la compañía del otro ―farfulló él, mirándola de soslayo con los hombros relajados.
―¿Eso era lo que hacíamos? ―cuestionó Venecia con el ceño tenso.
―Tú siempre estás de buen humor, ¿qué te ocurre?
―Hoy no es el mejor día de mi vida.
―Yo puedo hacer que lo sea ―aseguró el Diablo, elevando la comisura de los labios.
Venecia lo dudaba.
―Tú prometes demasiado y cumples muy poco.
Lucifer no vaciló a la hora de inclinarse en dirección a la rubia para murmurarle lo siguiente:
―Los dos sabemos que no es cierto.
―Es lo que te dices a ti mismo para sentirte mejor, ¿no?
―¿Y por qué siempre que nos encontramos acabamos teniendo sexo? En efecto, la última vez que te vi lo hicimos allí ―apuntó él y señaló a la zona cercana a la entrada de la residencia infernal.
―Porque no se nos ocurre otra cosa que hacer como ahora ―vociferó Venecia, cruzándose de brazos.
―Para tu información, no te hablaba porque estaba planeando una cita.
―Pues, cuéntame tu plan porque las únicas ganas que están creciendo son las de...
―No ―replicó Lucifer, deteniendo su andar y sujetándole los codos a ella para que lo imitara―. Una vez que me ames, me encargaré de sorprenderte cada día, empezando por hoy.
En un simple parpadeo, él se aprovechó de su contacto e hizo que se teletransportaran a un lugar distinto, ya que ella no podía hacerlo en el Infierno. A pesar de la conmoción de la aparición, no fue una gran sorpresa.
Se hallaban en la mitad de una especie de festín de gula. Había comida por todos lados y de tantos tipos que no podía mencionar las carnes, los dulces, las frutas o los platillos especiales sin vislumbrar uno nuevo al virar. La descomunal cantidad de fuentes, bandejas y comensales demoníacos con las apariencias más alocadas que iban y venían entre las mesas que exhibían sus recetas sabrosas no alcanzaba a la vista. Parecía un camino sin fin de manjares. Los ricos aromas inundaban sus fosas nasales, avivando el hambre en su estómago. Estaban en el Círculo de Baal.
―Cuando leí tu mente, me di cuenta de que comiste apropiadamente desde ayer, así que supuse que esto sería lo adecuado para la ocasión. Sabes lo que dicen: a la ninfómana se la conquista por el estómago ―expresó el Diablo, bajando las manos para soltarla.
―Estoy segura de que ese no es el dicho ―repuso Venecia, no obstante, su apetito hizo que se sintiera agradecida de su elección―. Y, en realidad, es un lindo gesto.
Fue raro pronunciar aquella oración relacionada con Lucifer y lo más extraño era que creía que era verdad, considerando que él hacía lo que le convenía.
―Yo siempre satisfaré tus necesidades ―alardeó, aludiendo sin que requiriera nombrar a lo que se refería.
Venecia puso los ojos en blanco.
―Vamos a ver si lo logras.
―Me tengo fe.
―Dice el Diablo.
―¿Podrías parar de llamarme así? ―solicitó él con una ilusión que sugería que sus defensas bajaban alrededor de la rubia―. Contigo quiero ser yo, Lucifer, no el Diablo de los demás.
―Ya lo eres.
Venecia sonrió con sutileza, esta vez sorprendida del lado que le enseñaba tras siglos de mantener una imagen impersonal y con la esperanza de que, si lo conocía realmente, podría encontrar algo que amar y olvidar a los otros.
―Bien. Pero he de admitir que no tengo idea de qué se hace en las citas ―parlamentó Lucifer a medida que avanzaban entre los puestos de comida, buscando algo que fuera de su agrado e intercambiando miradas al hablar.
―Bueno, en realidad, dudo conocerte de verdad. Tú sabes todo de mí, yo sé las cosas que todo el mundo dice y no son muy gratas. Así que, podríamos empezar por el principio.
―¿Qué quieres saber?
―No lo sé ―se encogió de hombros, pensando en los platillos a sus costados y en los demonios que los consumían al pasar―. ¿Cómo era tu vida antes de caer y convertirte en el más odiado en las Cuatro Ciudades?
Venecia pudo oír con su oído sobrenatural que los latidos de Lucifer bajaron su ritmo al inhalar y recuperaron velocidad al exhalar.
―Luminosa ―dijo con una sonrisa no tan macabra―. Irónicamente, me llamaban el Portador de la Luz. Entiendes a lo que voy. Después de todo, a ti te decían el ángel del amor que enamora a todos.
Lo hizo sonar tan pacífico que por un momento pretendió que alguna vez fuera bueno y no el hombre al que a los niños le enseñaban a temer y que hasta sus propios demonios detestaban.
―Sí, poner buenos apodos no es la especialidad de los habitantes del Paraíso.
―No, de eso te encargas tú.
―Lo que no entiendo es por qué nosotros. Tantos ángeles han caído por tantas razones y tú y yo somos considerados los peores.
―Porque representamos lo que quieren ignorar. Les gusta pensar que la imagen de pura bondad y libre de errores y deseos egoístas que representan es real y les probamos que no. Nosotros también podemos anhelar y arrebatar. Por eso nos llaman ángeles rebeldes, no mentirosos o falsos.
Ella lo sopesó.
―Cuando cometes un error y haces algo malo, la gente tiende a olvidar las cosas buenas que hiciste por ellos. La balanza no es ecuánime. La maldad siempre va a superar a la bondad.
―Por suerte, eso es en más de un sentido.
―Sí.
―Bueno, comparada con mi vida de ahora, era muy aburrida. Además de asegurarme de que cada día hubiera un amanecer y una noche llena de estrellas, no hacía nada remotamente divertido ―inició él, utilizando un tono satírico―. Como apenas se estaba construyendo la Catedral Suprema y la población mortal crecía, yo me encargaba de entrenar a los otros ángeles, organizaba las misiones para la humanidad y trabajaba para que tuvieran un futuro. Todo para mantener el orden en una Ciudad Celestial que recién nacía con la ayuda de mi noble amigo.
―¿Te refieres a Michael?
Él era el primer ángel y Lucifer, el segundo. A su vez, Michael fue quien se encargó de desterrarlo. Se lo consideraba una leyenda porque nadie había hablado directamente con él desde entonces.
El Diablo asintió como si escondiera sus dolorosos pecados detrás de su porte siniestro y satánico. Venecia sabía que la historia no era tan corta y simple como decía, sin embargo, aquel relato breve parecía ser lo que estaba dispuesto a contarle y en una cita tenía que tener en cuenta sus sentimientos también, por lo que lo escucharía.
―Si las cosas eran tan perfectas, ¿qué pasó?
―Empezamos a hacer lo que todos los amigos hacen: pelear ―espetó Lucifer a la vez que se detenían para que Venecia probara las brochetas de verdura bañadas con una salsa dulce y un tanto picante que ofrecía un demonio ambulante―. Michael se obsesionó con el balance entre la Ciudad Celestial y la Ciudad Viviente. Opinaba que debían mantenerse separadas para no perjudicar el equilibrio entre ambas. Los ángeles gobernaban atados al orden y los humanos existirían libres. Seríamos igual que el sol que les da vida, pero nunca interviene en ellas y eso es lo que creen todavía por él.
―Sí, eso está claro ―comentó la rubia, acordándose de Adriel tras finalizar su pincho.
―Yo, por mi parte, comprendí que el caos y la oscuridad son más emocionantes. Descubrí el placer, el dolor y lo liberador que es dejarse llevar. ―Lucifer sonrió a la brevedad―. Luego de pasar tanto tiempo estudiando y dirigiendo las vidas de los demás, empecé a anhelar una para mí y no fui el único.
―Lo sé.
―Y cuando convives con alguien con quien no deseas lo mismo y esas diferencias implican el destino de inmortales y mortales, los conflictos son inevitables. Yo quería que los humanos supieran de nuestra existencia para ser justos y compartir el mundo. Michael pensó que eso sería la causa de guerras de proporciones gigantescas, que corrompiera nuestra naturaleza angelical y arruinara la paz ―agregó Lucifer y continuaron su recorrido por el festín―. Pero nada me iba a impedir que tomara lo que deseaba y si no me dejaba hacerlo, lo haría sin su bendición.
―Ahí las cosas se fueron a la mierda a niveles apocalípticos.
―Sí. Junto con otros ángeles, inicié una revuelta que acabó por aniquilar a un montón de personas que fueron mis amigos y me alabaron. Lo que no le fascinó a Mihael, quien se esforzó para bloquear las salidas del Paraíso y cayó en cuenta de que ninguno de los dos iba a parar hasta que el otro lo hiciera. El problema es que éramos igual de poderosos. Michael carecía de la fuerza para derrotarme y yo no podía matarlo. Así que encontró una solución.
―El Infierno ―dilucidó Venecia.
―Dos ciudades distintas para dos amigos diferentes. Por supuesto, cuando me lo ofreció durante un cese al fuego, recordé que aún era mi familia y le di una oportunidad. Fue un error ―reveló Lucifer, absorto en la narración―. Resultó que nuestros problemas y cambios afectaron a los humanos. Comenzaron a pecar, por así decirlo. Sus almas ya no iban al Paraíso, sino que permanecían atrapadas en un plano que se creó espontáneamente por la carga energética de tantos espíritus: la Ciudad Espiritual.
―Y por esa época nacieron los Pecados Capitales, es decir, los primeros demonios ―expuso ella, haciendo memoria de lo que aprendió en la Catedral Suprema sobre los inicios de la creación de los planos y los detalles que Jure le contó a lo largo de los años.
―Lo que cambió las cosas. Ya no teníamos control de nuestras creaciones, así que la naturaleza buscó un equilibrio. Existía una ciudad habitada por seres celestiales, personas que ansiaban la paz y seguían las reglas. Pero con la aparición de los Pecados Capitales y la corrupción de los mortales, se necesitaba otro lugar para proteger a los demás de su supuesta maldad, según mi amigo.
―Por supuesto que tú no piensas que eres malvado ―bufó Venecia a sabiendas de que su acompañante tenía una justificación para sus atrocidades.
―En fin, cuando ayudé a Michael a crear el Infierno, yo no lo sabía y pensé que estaba construyendo una ciudad que sería mi reino y el hogar de los que iban a acompañarme, no imaginé que estaría cimentando una prisión para que los condenados y los monstruos fueran castigados. Se aprovechó de que una parte de mis poderes fue consumida en el proceso y estaba débil para llevar a cabo el ritual de expulsión del primer ángel caído, o sea, yo y recién ahí me informó que me desterraría.
―Él te engañó. ―musitó Venecia, comprendiendo las razones de ser así de Lucifer. No lo amaba todavía, solamente se sintió un poco más identificada.
―Sí, pero, ¿qué son el amor y la familia, si no son una traición que viene directamente del corazón? ―declaró Lucifer con una mezcla de desgano, ironía y suplicio.
―¿Es por eso que me perdonaste?
―No hay alevosía que tú u otro cometa contra mí que, a comparación de esa, no pueda ser perdonada.
―Cuidado, alguien podría tomarlo como un reto ―se burló la rubia.
―Mientras no seas tú ―se encogió de hombros como si no le importara.
Entonces, Venecia se distrajo con una mesa que servía pedazos de pasteles con los colores más extraordinarios a la distancia. Algunos eran de un piso, otros de diez. Había de chocolate, frutilla, limón, sabores con nombres raros que carecían de un cartel con sus ingredientes porque el repostero no revelaba la receta por recelo. Por lo que salió disparada para degustarlos, chocando con unos demonios al pasar y olvidándose de Lucifer, quien no tuvo más remedio que perseguirla.
―La pregunta correcta es por qué tú me perdonaste ―inquirió él en tanto un bocado de un pastel de vainilla con crema se deshacía en la boca de ella.
―Es simple. No lo hice ―articuló más preocupada de elegir su próxima porción.
Aún prefería el helado, solo que no había en ningún lado.
―¿Y por qué volviste?
―Una resaca horrible no va a impedirme volver a emborracharme.
―Debido a que me diste un día, voy a tener que ser sincero y decirte algo.
Venecia se tapó la boca, honestamente alarmada.
―¿Eres una invención de mi torturada cabeza y en realidad me estoy disecando en una fosa infernal?
―No.
―Decepcionante. Tú sigue hablando. Yo seguiré comiendo ―espetó el ángel, seleccionando uno de los pasteles con una cobertura peculiar y áspera que le hizo considerar que estaba probando azúcar pura.
―Lo siento ―declaró Lucifer y la rubia se sorprendió al punto de que masticó lento al escuchar su confesión―. Tenías razón. No debí meterme con tu venganza.
―Lo dices porque quieres que me quedé ―formuló sin creerle.
―No, lo digo en serio. No me arrepiento de haber llevado a cabo esas batallas. Esos ángeles se lo merecían por lo que permitieron que te hicieran. Pero era tu derecho vengarte personalmente de ellos.
―Si lo que dices es cierto, ¿por qué te disculpas ahora?
―Si los ángeles que sobrevivieron querían desquitarse, lo harían contigo porque eras mi esposa. Así que, dejé que te fueras. Me odiabas y era lo que quería que pensaran. Si lo hacían, descartarían la posibilidad de que fueras más que un pacto para mí y no intentarían atacarte para llegarme a mí. Con lo que ha estado pasando, me di cuenta de que fue en vano.
―¿Le mentiste a todos para cuidarme y dejaste que me tragara la mentira junto con ellos? ―replicó la rubia, riéndose debido a las ridiculeces que oía―. ¡Eres el jodido rey del Averno! ¡No pueden lastimarte!
―Pero a ti sí y yo no estoy siempre contigo para protegerte de mis enemigos ―manifestó Lucifer con seriedad.
Ella abandonó el pastel que había agarrado y encaró al sujeto.
―Yo puedo protegerme sola.
Tal vez Sereda no podía de los demás, no obstante, Venecia, sí, excepto de sí misma.
―Lo sé. Solo que no estás sola. Me tienes a mí.
Activó algo en su corazón, sí. Aún seguía molesta.
―Lo mantuviste oculto por siglos y de repente me lo cuentas. Qué conveniente.
―Regresaste al Infierno y no dudé en estar contigo otra vez. Los demonios no tardaron en darse cuenta, ya que no me vengué por la masacre del convite. No puedo ocultarlo.
Todavía guardaba el secreto de cierto Pecado Capital y lo conservaría para defenderlo, incluso si no estaban juntos. Así que no peleó contra los dichos con tal de preservarlo.
―¿Ese es el motivo de tanto drama? Es tan retorcido y egoísta. Suena como algo que harías.
Lucifer se tranquilizó y relajó la mandíbula porque el insulto fue un cumplido para él.
―Gracias.
―¿Y ahora se supone que te perdone por algo que ni siquiera hiciste?
―Para que estemos sin rencores.
―De acuerdo. ―Venecia asintió, sopesando la oportunidad y alejándose de la mesa de los pasteles―. ¿Qué hace la gente sin resentimientos?
―Se reconcilia.
―El sexo de reconciliación es para parejas y nosotros no somos una.
―¿Me dices que el que te haya expuesto mis traumas no me hizo irresistible? ―bromeó Lucifer, mas ella no estaba segura de que fuera un chiste.
―No, pero sí hizo que me planteara llamar a un terapeuta de la Oficina Paranormal.
―Trata de vivir en una ciudad repleta de asesinos, ladrones e hijos de puta de todo tipo sin convertirte en uno peor.
Es decir, en el Diablo, terminó la oración en su cabeza.
―¿Para qué? Ya tengo suficiente contigo.
―Y me fascina que te baste.
Acto seguido, abandonaron la multitud de demonios para dirigirse al pilar de una casa de piedra y hablar lejos del bullicio.
―Y si eres tan dañino y dices que quieres amarme, lo correcto sería que te alejaras. ¿Por qué no lo haces? ―cuestionó la rubia.
―Porque estaría demente si lo hiciera ―confesó Lucifer con obviedad y la encaró para contemplarla apropiadamente―. Sí, te mereces a alguien mejor y estoy intentando ser esa persona.
―Sí, te esfuerzas tanto que llegué aquí y tuve que oír cómo estabas despedazando miembro por miembro a unos desconocidos.
―Dije que quería ser bueno para ti, no que lo sería con los demás ―aclaró él y ella frunció el ceño, incrédula.
―Eso no es cambio, es una mentira y no quiero ninguno de los dos. La cosa es que no busco que cambies. Si fuera así, no habría venido en primer lugar.
―¿Y por qué lo hiciste?
―Eres una de las personas más horribles que he conocido. Asesinas, manipulas, torturas y lo disfrutas sin culpa. Siendo sincera, yo estaría mucho mejor si nunca nos hubiéramos encontrado ―argumentó Venecia y los luceros de Lucifer se apagaron creyendo que lo estaba rechazando cuando hacía lo contrario.
―Vamos, no pares de decir las razones por las que estás enamorando de mí.
Rodó los ojos dorados y prosiguió.
―Sin embargo, también eres quien me recibió en su casa luego de que caí y lo sigue haciendo, a pesar de que en cada ocasión me voy sin considerar la posibilidad de que eso quizá te lastime y lo siento por eso.
La respuesta que obtuvo fue un asentimiento que decía que aceptaba sus disculpas, por lo que continuó sin meditar sus palabras.
―Cualquiera que tenga la capacidad de amar o quiera ser amado no es una causa perdida. Y que hayas hecho esto hoy para que me enamore de ti lo prueba y me hizo darme cuenta de algo.
Los labios de él se separaron ligeramente. Se podía advertir la expectativa e ilusión en su cara.
―¿Qué?
Venecia avanzó un paso con decisión, depositó cada mano en uno de sus brazos y no le quitó la mirada de encima para que no dudara.
―Sí, eres todo eso. Pero también eres mi psicópata sexy.
―Y tú eres mi maldita ninfómana ―dijo Lucifer con una sonrisa genuina, la rodeó con las manos y jaló de la cintura de ella con fuerza.
No la besó enseguida. Se tomó un segundo para apreciar que la tenía en sus brazos, luego giró un poco la cabeza y se rio antes de unir sus bocas. Aquello tuvo un efecto inmediato. Lucifer oprimió las palmas en la curva de su espalda para apretarla más y que sintiera su cuerpo pegado contra el suyo. Venecia subió los dedos hasta toparse con su cara y profundizó el beso sin censuras. Se notaba con claridad que él estaba disfrutándolo, incluso más que ella, a causa de lo que le había dicho.
Carecía de la seguridad de lo que significaba, no obstante, se había prometido que no pensaría y simplemente actuaría. La rubia gozó de los movimientos de su lengua junto con las ansias con la que sus labios calientes la devoraban. Era una cuestión de atracción.
Los besos se convirtieron en cadenas de las que tiraba para atraerla y dejarla enredada en sus brazos.
Si bien estaba muy ocupada, disfrutando del magreo, se percató de algo. La temperatura de su cuerpo se elevaba por la situación, mas no existía una justificación para que la del ambiente también lo hiciera. Entonces, las cosas sucedieron muy rápido. Alzó los párpados y activó sus sentidos para descubrir que no se trataba de su imaginación.
De repente, había fuego por todas partes, excepto alrededor de Venecia y Lucifer, gracias a un encanto fuerte que los resguardaba. Las llamas gigantescas se extendían desde el camino por el que se celebraba el festín e iban por el resto de aquella aldea de gula, calcinando las viviendas y lo que estuviera a su alcance. El olor de las quemaduras de los habitantes era opacado por el aroma de las comidas siendo incineradas. La confusión, las súplicas y el hecho de que su pueblo estuviera ardiendo no llamaron la atención de Lucifer, quien depositó su frente sobre la de la rubia.
―¿Qué está pasando? ―le preguntó ella, deseando que su voz sonara más preocupada que excitada por las circunstancias.
―Estoy incendiando la ciudad del mismo modo en que tú me estás quemando ―indicó el Diablo, arrastrando las manos de vuelta a su cintura con tal de apretarla más hacia sí.
Venecia abrió los puños y le clavó las uñas en los hombros ante aquel empuje que le cedió una corriente de placer.
―Voy a necesitar una explicación más razonable que esa.
Lucifer tragó saliva, fastidiado por la interrupción y a la vez complacido por su reacción.
―Los testigos que torturé dijeron que oyeron que alguien de esta aldea fue el que le puso los grilletes a Sytry. No sabían quién y yo no iba a dejar un cabo suelto.
―Así que decidiste sacrificar a miles de inocentes para liquidar a alguien que tal vez sea culpable.
―Es una solución rápida. No voy a perder días buscando pistas si puedo sacarlo del camino para que su poder sobre los grilletes se vaya con él en menos de cinco minutos.
―Qué romántico para ser un genocida ―masculló Venecia, irónica, deslizando la mirada por la boca de él.
―Y te diré cómo soy. No seré quien que salvé a muchos y se preocupe por las consecuencias para que me adoren ―se jactó, orgulloso, pasando la lengua por sus labios―. Soy el que está tratando de ayudarte sin que me importe a cuantos tenga que destruir mientras que estoy besándote contra esta pared.
―¿Seguro?
―Por lo que sé, si amas a una persona, la aceptas con sus virtudes y defectos. Así que hoy no pretendía solo mostrarte las cosas buenas que puedo hacer por ti, sino también las que no te agraden ―comunicó Lucifer con franqueza.
―El problema es que creo que me gustaron ―confesó ella, obnubilada por la lujuria y la adrenalina que aún corrían por sus venas.
Ya conocía lo básico de lo que debía enterarse de su pasado y sus intenciones para el futuro. Ninguna de las dos era benévolas y tampoco ellos juntos. Pero la bondad estaba tan sobrevalorada.
―¿De verdad? ―musitó él, triunfante.
Y sus gemidos de placer se mezclaron con los gritos de dolor de los demás.
***
Aleksandar no sabía cuánto tiempo llevaban intentándolo.
Lo apretaron, lo pusieron en agua, lo pisaron un poco e inclusive valoraron el riesgo de qué pasaría si Jure lo tendría que probar en otros planos. Eran un detective experimentado y un demonio real y no podían descifrar cómo hacer funcionar el maldito evocador.
Al principio fue entretenido como un juego de mesa, empero, después de cien intentos, la diversión se disipó y construyó un afán que hacía que quisieran desecharan el objeto en sí.
En la actualidad, Aleksandar y Jure yacían de pie con la atención puesta en aquella perla depositada en la mesa.
―¿Por qué no le preguntaste cómo ponerlo en marcha? ―consultó el príncipe infernal con la postura cerrada.
―No lo sé. Madame Kos no me dio tiempo para preguntarle y como que me intimidaba un poco ―confesó él, pesaroso.
―Tal vez simplemente te estafó ―opinó sin enfadarse por su cobardía.
―No, vi que funcionaba y le pagamos por una chuchería de mierda ―suspiró Aleksandar, yendo para agarrar el diminuto evocador con una esperanza que se transformó en una frustración que hizo que lo lanzara hacia uno de los portales del rosetón.
Sorprendentemente, eso fue lo que se requería para activar sus mecanismos. El cristal ordinario con vistas al Averno se vio afectado de tal forma que su composición cambió por el material gris de la Ciudad Espiritual. Los paisajes infernales desaparecieron y una imagen cenicienta y vaporosa apareció. Era como la niebla. Por un momento temió que se expandiría para sumir el apartamento entero en una cortina de humo paranormal. Su miedo no triunfó. La influencia del evocador se limitó al vidrio y no traspasó las fronteras de la ventana.
Jure y Aleksandar intercambiaron una ojeada de soslayo con incredulidad antes de sonreír por lo risible que era la situación.
―Uno creería que se me habría ocurrido eso antes ―bufó Aleksandar, riéndose de sí mismo.
―Bueno, asumo que sabes qué hacer ahora ―inquirió el demonio, afable.
―Sí, solo tienes que usar la mano.
La simpleza de las palabras de uno acarreó al otro a la confusión.
―Alek, tendrás que ser más específico.
―Tienes que meter los dedos dentro ―le indicó con candor.
―Bueno, no será la primera vez que me piden que haga eso sin siquiera conocernos ―suspiró Jure y se acercó para seguir su sugerencia.
Depositó la palma sobre la neblina que rodeaba al evocador y de repente abandonó su gris aburrido para reproducir cientos de recuerdos llenos de vida, la de él. Pasaban muy rápido, incluso más que los de Madame Kos, y eran como pinturas abstractas. El detective sintió curiosidad acerca de cuántos años tenía él, mas supuso que lo averiguaría pronto.
―¿Recuerdas que dijiste que ser un policía es complicado para ti alrededor mío? ―añadió sin parar de contemplarlo desde la pared―. Bueno, para mí es muy difícil ser un demonio sexual cerca de ti.
―¿Y cómo podría hacértelo más fácil? ―indagó Aleksandar, devolviéndole la mirada.
―Me temo que es imposible que lo hagas.
La sonrisa sincera de Jure despertó algo en su pecho como si lo hiciera consciente de sus latidos. Pero al parecer impactó al dueño de la misma. Las imágenes del evocador se tornaron cada vez más lentas hasta detenerse en una memoria en particular que distinguió sin problemas: el día que se conocieron. Para ser preciso, el instante en que los presentaron.
―¿Así es cómo me veo cuando me miras?
―¿Atractivo? ¿Atento? ¿Apetecible? ―planteó Jure, curvando una de las esquinas de sus labios con aires pecaminosos.
―No ―refutó Aleksandar, fijándose en los detalles y en su propio ceño fruncido con severidad―. Pavel tenía razón. Realmente luzco amargado.
El príncipe infernal no abandonó su actitud magnética.
―Eres un afortunado. Mi especialidad es endulzar la vida de las personas como tú.
―¿Es por eso que Venecia está tan obsesionada con el helado? ―bromeó él, mas Jure no le cedió ninguna risa.
―La verdad no tengo idea. Ella nunca me dijo por qué lo ama tanto ―se encogió de hombros no como si le molestara, sino como alguien que le daba su espacio―. Aprendí con el tiempo que hay cosas que es mejor no preguntárselas hasta que esté lista para contarlas.
Se vino a su mente la vez que discutieron sobre el hilo negro luego de que le pidieran localizarla.
―Sí, yo también.
Súbitamente, Aleksandar se percató de que tal vez cierta rubia no era el mejor tema de conversación dadas las circunstancias inciertas de su relación.
―Lo siento. ¿Te molesta hablar de esto?
Jure negó con la cabeza y su sonrisa se volvió plácida.
―No, nada que esté relacionado con ella lo haría.
Entonces, el evocador mostró un escenario con el que el detective no estaba familiarizado. Era una clase de fiesta o batalla, no estaba seguro. De lo que sí tenía certeza que el centro de ella era Venecia, al menos para Jure en su momento y también en la actualidad porque quedó hipnotizado por su mero recuerdo.
Asumió que se trataba de un territorio infernal debido a la enorme cantidad de criaturas con formas quiméricas y al paisaje similar al que vislumbró en el rosetón minutos atrás. Los demonios se lanzaban para atacarse mutuamente en tantas maneras que era estúpido mencionar que arremetían con sus garras, sus colmillos o sus encantos demoníacos. Había sangre y sombras por todos lados, sin embargo, en medio de eso yacía Venecia bailando feliz con un atuendo violeta del mismo color del que estaba vestida cuando Jure regresó. Era como descubrir la paz en mitad de una guerra.
―¿Ahí la conociste? ―sondeó Aleksandar, llamando su atención.
―No, lo hice antes de eso.
El evocador no escogió el momento en que la vio por primera vez, sino que había elegido el momento en el que se enamoró de ella.
―Sí, se notaba a kilómetros que era un ángel entre tantos demonios ―añadió Jure, recobrando los sentidos.
―¿Eso era en el Infierno? ―jadeó el detective, espantado y enseguida corrigió su expresión con una sonrisa―. Debió ser tan romántico.
―Sí, solo que no fue como piensas. No fuimos nada más que amigos hasta que finalmente salió de allí y desde entonces no hemos perdido contacto ―relató el príncipe demoníaco y sus ojos se fundieron de un color negro y regresaron a su apariencia habitual en un parpadeo―. Venecia no sabe esto. Había llegado a la Ciudad Infernal tras su caída y unos demonios me informaron a mí antes que a los demás de su llegada. Y cuando fui a buscarla porque me dio curiosidad, alguien ya se la había llevado. En ocasiones me preguntó cómo habrían sido las cosas si hubiera llegado primero.
―¿Y por qué no se lo dijiste?
―Lo que pasó después no va a cambiar. Ella acabó con Lucifer, todos querían saber quién era, incluso yo mandé a dos de mis íncubos a hablarle, y desarrollamos una amistad parecida a la que tú y yo tenemos ahora.
Aleksandar tragó grueso, olvidando la parte en la que Atliel estaba en lo correcto, por lo que le comentó del Diablo aquella mañana en su casa, y sus palpitaciones se detuvieron por la implicación en la oración final. Era casi igual que le dijera que su amistad era el inicio de algo más.
―¿De verdad?
―Me enamoré de ella en su momento más oscuro, lentamente y avanzando a pesar de los miles de peligros que implicaba, como cuando caminas en la oscuridad y sabes que vale la pena. Pero lo que he querido desde que la conocí es que pueda volver a la luz y sea feliz ―confesó Jure como si esas palabras fueran las leyes de su mundo.
La mente del detective se puso a trabajar. Inspeccionó mentalmente la separación del demonio y del ángel, del mismo modo en que investigaba una escena del crimen y no lo pudo resolver tampoco.
―No lo entiendo. Si es así, ¿por qué se tomaron un tiempo? ―indagó Aleksandar sin escapar de su honestidad.
Jure inhaló profundo, llenando sus pulmones de aire y haciendo las paces con su decisión, y respondió:
―No necesitas estar con alguien para amarlo como si fuera tu propio corazón, sin embargo, sí debes estar bien contigo para hallar la felicidad y para mí es más importante que ella tenga la segunda opción a que yo gocé del privilegio de la primera.
―Debo decirlo ―inició él sin meditar y liberando los pensamientos de su alma―. No he visto a nadie amarse de la manera en que ustedes lo hacen, es decir, conocí a gente que dice hacerlo y yo mismo me he enamorado, solo que nunca pensé que ese tipo de amor era posible.
―Tal vez, en vez de verlo, acabarás sintiéndolo también. ¿Quién sabe? ―expresó el demonio, dejándolo libre de interpretación.
En un acto reflejo, Aleksandar intercambió miradas con el recuerdo de Venecia y Jure.
―Sí, quizás en un futuro ―proclamó previo a aclararse la garganta―. Por ahora hagamos lo que dijimos que haríamos.
―Retomar tu lección de historia sobrenatural.
―Si con eso te refieres a hablar de tu rutina de príncipe infernal, sí.
―¿Por dónde quieres empezar? ¿El inicio de los tiempos? ―bromeó Jure porque sabía que Aleksandar dudaba de su edad.
―Mejor empieza con el de tu vida ―objetó él, jovial.
Acto seguido, el evocador comenzó a permutar en una inmensa cantidad de momentos como si los recuerdos fueran tan intensos que se sobreponían unos con otros. Era igual que ver imágenes que cambiaban con el flash de una cámara y pausaba por instantes.
En algunos había una mujer muy bonita con el cabello negro y corto, unos ojos oscuros muy parecidos a los del demonio y una sonrisa amplia que transmitía paz. En los demás se presentaba un niño de unos diez años idéntico a ella que correteaba por un jardín compuesto por césped. El resto sufrió un cambio radical en el que aquella tranquilidad fue sacudida por los escombros de una casa tan destruida que los materiales eran difusos y un campo de batalla en el que descansaban armas antiguas y cuerpos bañados de sangre. Se trataba de su vida antes de ser quién era en la actualidad porque alguna vez fue humano y eso se olvidaba tan rápido al verlo en el presente.
―Te aviso que no será tan divertido como una película ―comentó Jure porque, ¿qué era más íntimo que mostrarle tus recuerdos privados a otra persona?
―Pero sí más importante ―replicó Aleksandar con delicadeza―. Así que prefiero que me cuentes a tu ritmo lo que está pasando.
―La mujer que ves es mi madre, Jiyu, y el niño era mi hermano menor.
―Lo supuse.
―Claro que sí, detective ―musitó él, carialegre, y volvió a ser circunspecto al voltear al evocador que repetía la secuencia de momentos―. Crecí en una casa apartada del pueblo más cercano y de sus tradiciones. Jiyu jamás nos quiso contar el motivo por el que vivíamos allí, solo que le gustaban los jardines grandes y pretendía que el campo era el suyo.
―¿Por eso tienes tantas plantas? ―indagó Aleksandar, virando por un segundo al balcón―. Te recuerdan a ella.
―Eso, y que los efectos de algunas son divertidos. ―Jure asintió, sereno―. Regresando a mi infancia mortal, no ocurrió mucho en ese tiempo. Tenía lo que quería un niño. Un hermano para jugar y una buena madre. Era una vida tranquila.
―No puedo imaginarte así. ―Los ojos del hombre se iluminaron pese a la decepción―. Es una pena que no pueda verte o que no tengas fotografías de esa época.
―Puedes mirarme ahora.
Aleksandar soltó un bufido y acabó sonriendo con timidez.
―Así que las cosas cambiaron cuando la gente del pueblo comenzó a morir por una enfermedad rara que se propagaba. Para ese entonces, yo ya tenía la edad suficiente para ir solo allí por suministros y me enteré de ello. Fue demasiado tarde porque resultó que mi madre ya tenía unos síntomas y no sabía que se trataba de lo mismo ―continuó Jure la historia y el evocador enseñó con rapidez las estructuras de los hogares que estaban borrosos por su antigüedad―. Los medicamentos que recetaban estaban más caros de lo que podíamos pagar en esos años. En consecuencia, uno de nosotros debía quedarse para cuidarla y el otro tendría que marcharse a trabajar para conseguir el dinero. Yo me fui.
―¿Y qué hiciste?
―Lo que la mayoría hacía: me inscribí en las tropas que el dirigente formaba para defenderse de una posible guerra local. No me importaba que pudiera morir sin visitar a mi familia otra vez porque había oído que seguían pagándole a los familiares de los que peleaban. Entrené y ocasionalmente le enviaba esquelas para asegurarme de que su condición fuera buena.
―Espera un segundo ―le interrumpió Aleksandar, lacónico―. ¿Lo de la línea fantasma se relaciona con eso?
―No te adelantes ―replicó Jure y le guiñó para confirmar su teoría previo a proseguir―. No obstante, en una fiesta bonancible que organizaba el mismísimo dirigente, Hwan, para conocer a sus reclutas cambió todo. Lo que no esperé ese día cuando me presentaron junto a los demás fue que mi nombre le llamó la atención por una razón que no me daría tan fácil.
La curiosidad se despertó en el detective.
―¿Cómo te llamabas?
―Jun y no te rías ―bramó el demonio y Aleksandar tuvo que prometer que no lo haría.
Acto seguido, los recuerdos mostraron a las personas sirviendo, el sol iluminando la fortaleza de piedra y madera antigua y a un hombre de unos cincuenta años con los ojos rasgados, una barba larga, altura prominente y una vestimenta apropiada que contemplaba al Jure de ese período con intriga y sorpresa. Después la imagen se retorció y apareció un nuevo escenario: un salón libre de decoraciones o muebles en el que exclusivamente había una mesa peculiar con forma de pentágono. Allí se encontraban una mujer y cinco hombres, además de Jure. Los seis vestían el mismo atuendo de estilo militar, sus edades eran similares por sus apariencias e incluso lucían parecidos. Aunque lo último podía ser una idea ridícula.
―Y no fui el único al que llamó por eso. Al principio creí que nos mataría, no me preguntes por qué. Al final, Hwan dijo que los seis teníamos potencial y que merecíamos que nos adiestrara él mismo. Mi mayor sorpresa fue que lo hizo, nos mandó a vivir a todos en su propia fortaleza y fue cada día a entrenarnos.
―¿Por qué presiento que vendrá un aterrador "pero"?
―Nada. Los seis nos llevamos bien y sobrevivíamos. Incluso nos dieron nuevos apodos que serían nuestros títulos.
―Juriel ―murmuró Aleksandar, deduciendo algunos elementos.
―Sí, y Mammón, Satanás, Belcebú o Baal, Leviatán y Belfegor ―enumeró el demonio y el detective liberó una carcajada al sacar una conclusión descabellada―. ¿Qué?
―Investigué. Esos son los nombres de...
―Los Siete Pecados Capitales, sí.
La aseveración provocó que Aleksandar tragara grueso.
―Entonces, antes de ser quienes son ahora fueron compañeros.
―Fuimos más que eso, éramos familia ―recalcó Jure y el evocador reprodujo escenas en las que las prendas y los escenarios variaban, pero la energía repleta de calidez y amistad no cambiaba. El grupo reía, practicaba en los entrenamientos y conversaban, aunque los sucesos carecían de sonido―. El día que mi hermano vino a visitarme me enteré de lo que le dijo Jiyu al morir. La razón por la que vivíamos apartados era porque ese era el patrón que Hwan seguía. Cada vez que tenía un hijo, lo enviaba lejos junto con la madre.
―Los dos eran sus hijos.
―No, los siete lo éramos.
Aleksandar frunció el entrecejo, se tomó un segundo para procesar el golpe de información y carraspeó para hablar con claridad.
―¿Los Siete Pecados Capitales son hermanos?
―Y yo soy el mayor y el más guapo de ellos, obviamente ―se jactó Jure con una sonrisa torcida que revelaba una verdad aún más retorcida.
―Necesito sentarme ―masculló él, exhausto, encaminándose al sofá.
El demonio se lamió los labios, paladeando las palabras.
―Te ofrecería mi regazo de no ser por las circunstancias.
―Que continúes hablando ayudaría a que por fin pueda creer que lo que estás diciendo no es una completa locura.
―Bueno, aprecio tu interés por mi familia disfuncional y lo haré ―articuló el príncipe infernal y suspiró en simultáneo que el evocador mostraba los recuerdos mientras los relataba―. Eventualmente, confirmamos que compartíamos un mismo padre y fuimos a confrontarlo. Pero lo que nos dijo fue mucho peor que si nos hubiera dicho que nos abandonó porque quiso. Él había hecho un ritual pagano con uno de los serafines antes de que cayeran por primera vez.
―¿Un trato? ¿Algo como un pacto con el Diablo?
―La cuestión es que cuando haces un pacto con un demonio, esperas que haya una trampa, no obstante, en ese tiempo todavía no existía una Ciudad Infernal y mucho menos sus habitantes. Por lo que Hwan no dudó en aceptarlo sin siquiera escuchar las condiciones porque nadie desconfía de los ángeles.
―Mihael es prueba de que aquello no es cierto ―comentó Aleksandar, acordándose de que la había visto hacía un par de horas.
―Sí ―coincidió Jure, pensativo―. El ritual se basaba en que mi padre quería fuerza y más años para seguir viviendo y gobernando, solo que para aumentar esos poderes sobrehumanos debía tomar corazones que son una fuente de vida.
Aleksandar se sintió culpable por conectar una historia de hacía milenios atrás con los asesinatos de la actualidad porque siempre encontraron los cadáveres y nunca los corazones. Mas, no había una conexión segura entre los casos y una voz dentro de su cabeza le ordenó que no mencionara nada por el bien de todos.
―¿Y lo hizo? ―preguntó, por el contrario.
―No. Resultó que para activar lo que consideró una especie de maldición disfrazada de bendición, debía asesinar a alguien y si no moría nadie, no pasaría nada. Estaría constantemente tentado a hacerlo porque una vez que asesinaba, la necesidad de matar a alguien era como un hambre que se saciaba con más poder. Era un Devorador de Almas, un ammit ―explicó Jure igual que si repitiera los dichos del mismísimo Hwan―. Y nosotros, como su descendencia, también.
―¿Tú debes matar para vivir? ―cuestionó Aleksandar, apretando las manos contra el cojín del sofá en un gesto que pasaba desapercibido.
―No, eso cambió luego de que me convirtiera en un demonio.
Lo peor fue que el hecho de que le dijera aquello, lo tranquilizó.
―La humanidad te lo agradece.
―En fin, juró que esa era la causa por la que nos mantuvo alejados. Para no caer en la violencia y el caos del pueblo. El problema fue que la guerra con el otro pueblo que pretendía invadirnos no se podía evitar y tuvimos que pelear, incluido mi hermano, a quien nombraron Asmodeus.
La conversación se detuvo para divisar el inicio del asedio que sufrió la fortaleza de su padre y las memorias se oscurecieron en tanto los guerreros, la vesania y su armamento aparecían. Se notaba en la sensación que emanaba de las mismas como poco a poco los cuerpos lacerados se desplomaron en el suelo, la sangre goteaba de las armas y una adrenalina oscura subía por la mente de aquel Jure. Su maldición se activó y la de sus hermanos también. No pararon. Pronto, disminuyó la cantidad de individuos, al punto de que en el campo quedaron vivos solamente los siete.
―Fue una masacre. Aniquilamos a cualquiera que estuviera en nuestro paso, ya fueran nuestros enemigos o personas de nuestro propio pueblo. Aún recuerdo el sentimiento. Todas las habilidades que iban surgiendo a medida que otro moría en mis manos, me hicieron capaz de cualquier cosa. Tengo entendido que la descripción se parece a estar poseído. Yo estaba ahí y no tenía control de nada de lo que hacía ―confesó Jure en un tono que destilaba culpa y arrepentimiento―. Por algunos siglos estuve avergonzado de lo que pasó ese día, pero acepté que ya no soy el sujeto que hizo eso.
―Me alegra escuchar eso ―aseguró él, intentando no juzgarlo por su pasado.
―Apuesto que a muchos otros también.
―Nadie lo duda.
El siguiente recuerdo fue semejante al anterior. Los siete se hallaban exhaustos y ávidos en el sitio de combate con la noche arribando, los cadáveres desperdigados y su nueva vida como lo que habían evitado ser justo cuando Hwan se presentó con un aura impecable y una sonrisa que rozaba lo demoníaco.
―Él dijo que se enorgullecía de nosotros. Los siete nos habíamos convertido en monstruos y él dijo que estaba orgulloso ―repitió el demonio con amargura y una pizca de ironía proveniente de la ira―. Lo que tiene sentido, considerando que ese fue el plan que orquestó luego de que nos uniéramos para ser su élite. Nos hizo asesinar a todos, para que pudiera matarnos a nosotros y así tomar la energía que acumulamos.
―En definitiva, no va a ganar el premio al mejor padre del año ―bromeó Aleksandar sin adivinar lo más adecuado para decir en la situación y resultó inesperado que le robara una risa a Jure.
―Para nada.
―¿Y qué pasó?
―Lo logró. Nos fue asesinando uno por uno y del menor al mayor.
El evocador expuso la manera espantosa en la que Hwan se acercaba a sus hijos, empezando por Asmodeus, y les arrancaba el corazón para absorber las vidas que arrebataron, entre tanto, los demás pasaban de observar sin entender lo que ocurría a defenderse entre todos.
―Sí, luchamos y sin saber cuál era su ventaja. Era un mentiroso. Verás, la enfermedad rara que causó que mi madre muriera al igual que muchos otros no fue más que un engaño. Hwan envenenaba a la ciudad, los medicamentos que recetaban fueron un pedido de él y en realidad contenían más veneno porque no necesitaba literalmente arrancarles el corazón a los humanos, solo ser la causa de su muerte con tal de adquirir su vitalidad. A los que debía quitárselos era a nosotros.
―Odio cuando los asesinos son tan perturbadores como inteligentes ―expresó Aleksandar, lucubrando en los casos que resolvió.
―Si lo piensas, fue una buena estrategia. No una muy conveniente para mí, sin embargo, hay que admitir que fue astuto de su parte ―alegó Jure, encogiéndose de hombros―. Aun así, había una justificación de por qué aguardó hasta el final para deshacerse de mí. Yo era su primogénito, lo que implicaba que yo podía quitarle su poder y matarlo y lo hice para vengarme.
Las imágenes exhibieron la perspectiva de él en el instante en el que conseguía enterrar la mano en el pecho de Hwan y se le arrancaba el corazón luego de una lucha inhumana. Al final, solo sobrevivió Jure con el poder de todos los que murieron.
―Aunque estaba lleno de estas habilidades, no tenía nada más. Lo comprendí al regresar a la casa de mi madre transformada en cenizas después de que Asmodeus la quemara tras enterarse de la verdad. Entonces, decidí que no iba a seguir viviendo si el precio era ver a los demás morir.
La declaración le heló la sangre a Aleksandar. Su mente y su corazón se congelaron. Los pensamientos mezclados con los sentimientos se redujeron a hielo puro. No imaginaba lo que sería cargar con el peso de tales acciones o cómo se superaba algo de aquella magnitud. Un lado suyo quería ir a abrazarlo igual que en la Mafia de los Muertos, mas permaneció sentado y entendió que Jure no pidió eso.
―¿Te suicidaste? ―inquirió. Sus palabras golpearon con una potencia inimaginable.
El demonio asintió. El ambiente también se enfrió.
―Y a pesar de que uno creería que ese fue el desenlace, era el inicio porque acabé en la Ciudad Espiritual junto con mis hermanos. En ese tiempo, ni siquiera tenía ese nombre, no existía un Infierno y nosotros éramos unos de los primeros seres sobrenaturales, además de los ángeles. Por más que morimos, todavía portábamos la capacidad de tomar la esencia de los demás y estábamos en un sitio donde solamente había almas. Imagina lo que ocurrió.
―No hay necesidad.
Una vez más, el evocador enseñó una versión gris del mundo en el que se encontraban los siete como fantasmas y el modo en que atraían la energía de los espíritus para consumirla. Lucían aterradores y pudientes. Había poder en el miedo y miedo en el poder.
―Pero lo que no sabíamos era que, mientras tanto, el Infierno estaba siendo creado y con ello los primeros demonios, es decir, nosotros ―prosiguió Jure con los ojos brillando de negro―. Habíamos absorbido tanto que el poder que teníamos se corrompió, nos hizo perder nuestra humanidad y potenció nuestros deseos más oscuros. Éramos imparables y más fuertes que cualquier otra criatura. Entonces, fuimos atraídos al Infierno y nos convertimos en los Pecados Capitales.
Una vista similar a la que poseía el rosetón antes se manifestó en el evocador. Aleksandar no supo qué decir y no mencionó nada en busca de que el príncipe infernal continuara.
―Más tarde, establecimos la nobleza demoníaca junto con Lucifer, generamos millones de súbditos, igual que vampiros que creaban más con las almas de los pecadores más fuertes, y seguimos reinando.
―Excepto Asmodeus.
―Te agradezco por poner sal en la herida ―sostuvo Jure, cáustico.
―Perdón, es que por lo que vi, parecían unidos y no sé qué sucedió para que terminaran tan mal ―intervino Aleksandar.
―Tiempo ―declaró él con seriedad y nostalgia―. Cada uno tomó un Círculo del Infierno y se marchó a gobernar por su cuenta. Nos separamos por milenios. Elegimos caminos distintos. Cambiamos. Ya no éramos hermanos y olvidamos que alguna vez fuimos familia. Y eso tuvo consecuencias.
―¿Cuáles?
―Él quería mi ayuda para matar a los otros.
Aleksandar enarcó una ceja, extrañado.
―¿Por qué?
―La codicia y la lujuria van de la mano. Nunca entendí qué le pasó para pasar a ese extremo, supongo que es mi culpa por no haber estado más presente. Siempre tuvo un carácter imprudente y se volvió un tirano. Así es el deseo. Es un impulso irracional que lo llevó a pensar que necesitaba más y eso era el poder de los demás como si fuera tan simple como conquistar un lugar en vez de una persona ―explicó Jure a la vez que el evocador reproducía momentos a un ritmo que los ojos del detective no seguía.
―Pero si él era Lujuria, ¿qué eras tú? ―inquirió Aleksandar, confundido.
―Soberbia. El Primer Príncipe del Infierno.
Si lo pensaba, la alta autoestima se podía considerar una gran pista.
―¿Eso qué te hace? ¿El Primer o el Tercer Pecado Capital?
Jure le dedicó una sonrisa lenta en la que sus labios se curvaron hacia arriba con altivez.
―Soy ambos.
―¿Y por qué la mayoría te llama por el tercero?
―Es para remarcar el hecho de que soy el único que mató a uno. No obstante, tengo el poder de dos Pecados Capitales, no solo uno, y puedes llamarme de las dos formas.
―Prefiero decirte por tu nombre ―respondió Aleksandar con sinceridad.
―Me encanta que lo hagas.
―Y como detective es mi deber preguntarte cómo lo asesinaste.
―Me temo que ni siquiera tú con esos ojos azules harás que te lo diga. No es personal, es que elijo no darle a las personas las instrucciones sobre cómo matarme ―argumentó Jure sin desconfiar de sus intenciones y despegó su mano de la pared para cortar la conexión con el evocador y detener el flujo de recuerdos.
―Lo entiendo.
―Únicamente diré que me gané la confianza de los demonios y la de mi hermano. Después de que se diera cuenta de que no planeaba ayudarlo a aniquilar a nuestros hermanos, intentó atacarme. Yo ya había descubierto el modo de matarlo por separado y no vacilé. A veces me arrepiento, sin embargo, sé que, si no lo hubiera hecho, muchos más hubieran muerto en vez de uno. Es una excusa barata, lo sé.
―Tú lo viviste. Tú estuviste en una posición en la que debías tomar una decisión. Nadie más puede juzgarte.
―Para ser mortal, te estás volviendo sorprendentemente abierto respecto a estos temas sobrenaturales ―destacó Jure, aproximándose al sofá para sentarse al lado de Aleksandar.
―Debe ser mi mortalidad y el hecho de que estoy medio dormido ―apuntó él, bostezando finalmente.
Estaba cansado gracias a que no había dormido propiamente en todo el día. No paró a descansar porque a los demás no les hacía falta y no deseaba perder ninguna pista. Mas, en cuanto se asentó minutos atrás, el sueño se apoderó a paso lento y se enfocó en la historia del demonio para mantenerse despierto.
―Lo siento, Alek ―se apresuró a disculparse Jure al percatarse de las circunstancias―. En ocasiones olvidó que eres humano.
―No te preocupes. Yo también lo hago.
Su fecha de muerte palpitó en su corazón otra vez.
―¿Quieres quedarte a dormir conmigo?
La pregunta de Jure se adueñó de su mente y le nubló el juicio que él se inclinase para decirle eso.
―¿Te refieres a tu apartamento? ―especificó Aleksandar en un hilo de voz.
―Sí, ¿qué pensaste que sugerí? ―recalcó, sonriente, disfrutando el nerviosismo que le causó.
―Nada ―aclaró e inhaló profundo para distender las tensiones―. ¿En dónde duermo?
―¿Qué te parece esté sofá? ―contestó el príncipe infernal, dándole una palmada al asiento―. Es que mi cama está rota.
―¿Cómo rompes una cama? ―interrogó Aleksandar con una risa burlona.
―¿Te lo enseño? ―insinuó él con la mirada destellando anhelo.
Los ojos casi se le salieron de las órbitas a Aleksandar y el estupor hizo que negara con la cabeza por inercia.
―¿Tienes algunas mantas?
Jure se rio antes de chasquear los dedos y que unas aparecieran sobre los cojines. Eventualmente, Aleksandar cayó dormido y esa vez no soñó con nada.
***
Venecia andaba con cuidado. No quería pisar mal y acabar en un mar de miseria eterna. Posteriormente a que abandonaran el festín de gula, Lucifer hizo que se teletransportaran al puente de cristal donde debajo corrían los ríos que atormentaban con fuego y hielo a los pecadores atrapados en sus corrientes.
―Repite por qué estamos en un sitio en el que, si me tropiezo de casualidad, terminaré agonizando por la eternidad ―inquirió ella, desplazando la vista desde sus propios pies a su acompañante.
―A lo mejor una experiencia cercana a la muerte hace que te des cuenta de lo mucho que me amas ―argumentó Lucifer, deteniéndose en el centro del tramo―. He matado a suficientes personas para confirmar mi teoría. Te sorprendería cuantos confiesan su amor cuando estoy a punto de arrancarles el corazón.
―Sí, lo que no es inesperado es que no te daré ninguna declaración hasta que pasen estas veinticuatro horas.
Venecia se sorprendió de sí misma al hablar como tendía a hacerlo Aleksandar. Fue divertido.
―Así que quizás tenga una para el final del día. Eso es una sorpresa ―repuso él, optimista, y la rubia volteó los ojos a modo de respuesta―. Oye, tú dijiste que yo no era una causa perdida. Lo que significa que hay esperanzas para mí.
―No. ―Ella sonrió, apretando los labios, y despachó la idea―. Ahora dime la verdadera razón por la que estamos aquí.
―Es mi sitio favorito del Infierno y quería que lo supieras.
―No podía ser un sitio tranquilo, debía ser un sitio dedicado a martirizar de almas de pecadores.
―Es que me gusta recordarme a mí mismo que yo soy el torturador y no el torturado. En ocasiones, lo olvidó ―se justificó él con seriedad, apartándose para encaminarse a la baranda del puente―. Además, el plan es que me conozcas bien y asumo que eso va más allá de mi trágico pasado.
La rubia arrugó las cejas, desconfiando de su actitud, mas se acercó porque le había dado un día y ni siquiera pasó la mitad.
―En ese caso, supongo que no está tan mal.
―Tú tampoco lo estás.
―Lo sé a la perfección ―corroboró Venecia con narcisismo―. Lo que no entiendo todavía es por qué quieres amarme tan desesperadamente.
―Que tú seas incapaz de encontrar una razón para amarme, no significa que yo no lo haga ―expuso Lucifer con una obviedad hiriente.
―Eso fue brutal.
―Sí, para mí.
―Por eso me agradó ―se jactó la rubia, pletórica―. Y no es completamente cierto.
―¿No lo es?
―No ―negó con la cabeza ante la ilusión marcada en las facciones de él―. Pero puede serlo si no cumples tu promesa de mejorar este día.
―¿Y si me dices lo que quieres hacer en su lugar?
Siendo el Diablo, aquel sujeto tenía acceso a sus pensamientos gracias a sus poderes. La conocía, en teoría. Y, aun así, no podía ni adivinar lo que le alegraría. Se requería más que saber todo de alguien para amarlo. Venecia necesitaba rayos y centellas y el jodido e infinito universo. Mas, se hallaba en el Averno y allí no había nada de eso. Caminaba sobre ascuas.
―Ya nos saltamos todas estas etapas de lo que sea que es esto. No trates de hacer que me enamoré de ti, solo actúa como si ya lo hiciera ―solicitó la rubia, dispuesta a intentar lo que fuera.
―¿Lo dices porque ya lo haces? ―sugirió, motivado, y ella tuvo que negar con la cabeza―. Bueno, fingiré hasta lograrlo.
―¿Qué harás para eso?
Lucifer se dio vuelta para apoyar la espalda contra el barandal y mirarla cara a cara mientras sopesaba sus ideas.
―Te llevaré a cenar a casa.
―Recién salimos de un festín ―le recordó Venecia con un suspiro.
―¿Y qué?
El ángel chasqueó la lengua, sardónica.
―¿Quieres conquistarme con dulces?
En realidad, era un poco tierno.
―Ese es tu punto de vista. Según el mío, te estoy regalando las cosas que te encantan ―corrigió él, entrelazando sus propias manos.
―¿Estás al tanto de que yo puedo conseguirlos sin ti?
―Sí, solo que te conformas con lo mejor y por eso vienes conmigo.
―Y esperaste siglos para que te buscara.
―Te dije que tomo lo que quiero, no importa cuánto tarde, y te deseo a ti ―declaró el Diablo, enderezándose con confianza.
―Estás obsesionado conmigo. ¿Pero quién no lo está?
―Bueno, los demonios te temían y ahora te odian.
No todos.
―Pero su Diablo me ruega que lo ame ―bufó Venecia e hizo una pausa para sonreír maliciosamente―. No tengo nada de que preocuparme.
―Eso es porque caíste del Paraíso para gobernar el Infierno desde que llegaste.
―¿Lo hice?
―¿No te diste cuenta? Dirigiste a los demonios, participaste en su comunidad y no menos importante, conquistaste a su rey. Hacías el trabajo de una monarca demoníaca.
En aquellos cuatro años de antaño no lo había pensado así.
―Y no me pagaste lo suficiente por ello.
Ella quería algo que no podía darle, por lo que dijo lo siguiente:
―¿Qué me ofreces?
―Nada que ya no te haya dado ―contestó Lucifer como si le hubiera dado cada una de sus pertenencias, incluido a él mismo.
―Bien. El asunto se resolvió. Hagamos una aparición en tu casa del mal.
―¿Por qué no caminamos hasta allí?
La sugerencia la asombró. La rubia detestaba hacer ejercicio.
―Una de las ventajas de ser un ángel es que no necesito entrenar o luchar físicamente y no la desaprovecharé.
―Pues, yo lo haré.
Acto seguido, Lucifer desenlazó sus manos para agarrar las de Venecia y teletransportarse de vuelta a su domicilio, a la sala de la Mesa de Sacrificios, para ser específicos, la cual carecía del mueble principal gracias a que la rompió ella con sus poderes. El silencio gobernó, apenas la soltó para desaparecer sin explicarle su plan. Reapareció más tarde junto con una mesa cuadrada para dos en la que había un plato para cada uno repleto de frutas frescas y una botella de licor con dos copas. Él le indicó encantado que fuera a sentarse en una de las sillas con un ademán.
―La cena está servida.
―No cocinaste, solo me estás dando frutas ―recalcó la rubia a medida que se asentaba.
―Puse comida en un plato. ¿Eso no es lo que hacen para cenar? ―consultó Lucifer, imitando su accionar, sin comprender a lo que se refería.
―En teoría, sí ―rio Venecia con incredulidad.
Él arrugó el ceño como si quisiera descifrar lo que ocurría.
―Te estás riendo.
―Porque esto es ridículo.
―Lo que es ridículo es que nunca te vi sonreírme ―sostuvo el Diablo, complacido con el hecho de que lo estaba haciendo en ese instante.
―Es porque vives torturándome. Jamás has visto cómo soy cuando no lo haces.
―Quizás paré de hacerlo con tal de verte así.
―La tortura mutua es lo único que nos une, por decirlo de una manera.
―Cambiemos tortura por amor. Algunos dicen que no son tan diferentes ―indicó Lucifer con una seguridad intimidante―. Ahora haré lo que sea para que sonrías así de vuelta.
―Eres libre de intentarlo.
Y lo hizo de muchas maneras, algunas un poco perturbadoras y otras un tanto cómicas, sin embargo, la expresión de la rubia nunca fue tan seria.
―Me rindo. Eres imposible ―suspiró él, regresando a su asiento.
―En realidad, suelo reírme bastante. No sé qué ocurre ―reveló Venecia, encogiéndose de hombros.
―Lo que pasa es que soy incapaz de hacerte feliz ―gruñó, frustrado consigo mismo.
Ella soltó un bufido y soltó la cereza que le recordó a Mihael para encararlo.
―No puedes tratar enamorarte de alguien, solo sucede.
―¿Y si chasqueo mis dedos, mágicamente me amarás? ―planteó el Diablo y no hablaba metafóricamente. Era una pregunta de verdad.
―Dudo que funcione de ese modo.
―No pierdo nada con intentar. ―Dicho eso, él emitió un chasquido con una esperanza auténtica y algo hilarante―. ¿Y?
―Aguarda un segundo ―masculló ella y ambos contuvieron la respiración ante la posibilidad―. No, no siento nada.
Fallaron otra vez.
―Este día entero es una pérdida de tiempo. Tal vez deberíamos hacerlo a tu manera porque igual te quedarás conmigo ―propuso Lucifer, esquivando su mirada.
―No, nos di veinticuatro horas y las usaremos ―replicó con convicción, ya que su corazón le rogaba que volviera con los demás y se rehusaba a hacerlo.
―Suena prometedor. ¿Qué tienes en mente?
―Ese es el punto. No vamos a pensar.
Acto seguido, Venecia se puso de pie sin perder el contacto visual con Lucifer y se encaminó hacia él, harta de que nada de lo que hiciera generara algún tipo de sentimiento.
Mucha gente se había enamorado con menos, ¿qué le impedía amar a alguien que ya conocía?
―Tú lo dijiste, somos impulsivos ―empezó a decir la rubia a medida que depositaba la palma sobre el hombro de él y se inclinaba para alcanzar su rostro―. ¿Qué te dicen tus impulsos que hagas?
Lucifer se mordió la lengua en simultáneo mientras alzaba las manos para sobarle la espalda. Su respiración se tornó lenta, exponiendo sus pensamientos y deseos casi sin darse cuenta.
Venecia creyó que vacilaría otra vez cuando vio que él arrastró sus ojos desde el borde de su vestido y la contempló con seriedad cuando finalmente alzó la vista. Se equivocó. Fue un juego porque luego la tomó por sorpresa al levantarse de golpe a la vez que la empujaba contra sí misma. Ella se tambaleó por un segundo y tuvo que apoyarse en su pecho para no caer. La mirada lujuriosa enmarcó el rostro del Diablo y una sonrisa incrédula la dominó.
―Usa tus palabras ―solicitó Venecia, demandante.
―Mis impulsos me dicen que debería castigarte por haber estado provocándome todo el día ―confesó Lucifer, doblando la cabeza para admirarla.
La rubia se humedeció labios.
―Creí que ya no habría más tortura.
―¿Qué te parece una última vez?
―Está bien por mí.
Y esa vez cumplió con su cometido.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top