(18) Mafia de los Muertos
El amanecer arribó como un barco en el puerto equivocado. Nadie quería que llegara, mas lo hizo sin importarle la opinión ajena. Aleksandar lo podía sentir en las caras de los transeúntes.
Ya habían abandonado el cuarto de hospital para darle espacio al padre de Pavel y se dedicaron a transitar por las calles de la ciudad decorada con los aires invernales, entre tanto, aguardaban por las respuestas a las esquelas de Amaranta. Fue una sugerencia de Venecia. Supuso que tenía la esperanza de encontrarla de casualidad durante la espera igual que a un gato perdido. Obviamente, su estrategia no iba funcionando y ninguno se atrevía a decírselo.
El peso de los acontecimientos recientes aumentaba con cada paso con el que no se topaban con Darka.
Aleksandar le daba vueltas a la historia que le relató, los dichos de Geliel y un modo de conectarlo. Todavía no unía todas las piezas, incluso si había recolectado tantos retazos como era posible. Había algo en su mente que se lo impedía. Estaba bloqueado y carecía de la clave. Quizás era el cansancio o la falta de experiencia en el terreno paranormal, sin embargo, empezaba a dudar de sus propias habilidades.
En un momento doblaron la esquina de la acera y Venecia soltó un grito previo a desaparecer. La causa fue un fantasma que se ubicaba a unos metros de distancia que de espaldas poseía un aspecto similar al de Darka al poseer un atuendo parecido y el pelo idéntico bajo el velo gris de la muerte. Debido a eso, corrieron en dirección a ella a la vez que Amaranta recibía una nueva esquela fantasmal. En cuanto llegaron, la cara de decepción del ángel y la revelación del rostro de la desconocida descartaron la posibilidad.
―¡Socorro! ―exclamó Amaranta y los presentes se pusieron alerta.
―¿Qué pasa, Mimin? ―cuestionó Venecia, preocupada.
―Nada.
―¿Y por qué gritarías eso en plena calle? ―inquirió Jure, casi riendo con incredulidad.
―Porque ese es mi nombre ―declaró la desconocida que habían confundido con Darka, cruzándose de brazos.
Aleksandar frunció el entrecejo. Pavel chasqueó la lengua. El ángel y el demonio intercambiaron miradas como si tuvieran el mismo pensamiento.
―Eso debe ser útil en emergencias ―expuso Venecia con optimismo.
―No tanto si estoy muerta ―corrigió el fantasma.
―Tampoco dije que era un salvavidas.
―Viniste rápido ―comentó Socorro, observando a Amaranta.
―Socorro es quien me acaba de mandar una esquela ―le explicó ella al resto.
―¿Así que tú sabes algo sobre esta Mafia de los Muertos? ―interrogó Aleksandar, recomponiendo su seriedad.
―No solamente eso, pertenezco a ella ―expuso Socorro con orgullo.
―¿Nos llevarías con tu jefa? ―quiso saber Pavel.
Socorro entrecerró los ojos, meditándolo.
―Me juego el pescuezo al presentarlos. ¿Qué hay para mí?
Por supuesto que también había que sobornarla a ella, pensó el detective.
―Nuestra eterna gratitud ―masculló en voz alta para variar.
―Necesito más que eso ―negoció Socorro previo a dirigirse a Jure―. Tú, Pecado Capital. ¿Tienes huesos de dragón?
Aleksandar nunca vio a aquel demonio tan ofendido.
―De ninguna forma hurgaré en las tumbas de esos animales maravillosos para que los tengas en una vitrina.
―No es para eso. Escuché que sirven para calmar los síntomas fríos de la enfermedad del querubín ―se justificó ella.
Por un momento, Venecia se acercó a Aleksandar para explicarle en privado lo que significaba, adelantándose a su pregunta. Se trataba de una enfermedad que comenzó con el primer querubín que cayó y le dio nombre a la misma. Solamente afectaba a aquellos con sangre angelical y su causa era que el cuerpo comenzaba a atacarse a sí mismo al no adaptarse a las condiciones de un ambiente diferente al de la Ciudad Dorada. Causaba hipotermia, quemaduras como las que provocaba el hielo, y jugaba con sus poderes hasta que alcanzaba la cabeza y congelaba su cerebro. Irónicamente, algunos de los calmantes para ello eran elementos infernales que los demonios no regalaban con facilidad debido a su antagonismo.
La indignación de Jure disminuyó un poco.
―¿Alguien a quien conoces está enfermo? ―indagó él en un tono menos severo.
El dolor fluyó a través de la mirada de Socorro.
―Un amigo. Es un nefilim de menos de cien años.
―Puedo darte algo mejor que eso: información ―ofreció con caballerosidad.
A Aleksandar todavía le conmovía en secreto que tanto Jure como Venecia se apoyaran así e hicieran de todo por el otro, incluso sin ser pareja.
―¿Qué?
―Los huesos de dragón sirven un poco igual que un ungüento y no lo curara. En cambio, el fuego de un sabueso infernal podría lograrlo con el tiempo.
―¿No hay cientos de esos perros infernales?
―Sí, pero no hablaba de eso. Del mismo modo en que hay varios tipos de demonios, también hay unas cuantas variedades de ellos. Necesita uno como nosotros.
―Que parezca humano ―descifró Socorro sin demorar―. ¿Así de fácil? Trato hecho. Pero solamente está permitido que vayan los fantasmas y el humano.
―¿Por qué no podemos ir nosotros? ―planteó Venecia, apretando los dientes.
―Política de mi jefa.
―¡Fantástico! ―chilló la rubia, irónica, a sabiendas de que no podía quejarse ante la posibilidad de perder el trato―. Iré a retirar el pedido que le hice a Atliel, ¿quieres venir conmigo?
La tensión hizo que fueran conscientes hasta de sus respiraciones. Jure vaciló por un momento sorprendido ante la propuesta dirigida en exclusiva a él. Sus demoníacos ojos del color de la oscuridad se dulcificaron.
―Me ofende la pregunta ―respondió el príncipe infernal, le tendió el brazo y ella lo tomó antes de desaparecer juntos.
A continuación, Aleksandar exhaló y volteó para retomar la conversación con los fantasmas.
―Hablando de visitar lugares ―dijo redundante.
―No debes ir a ningún lado ―aclaró Socorro, destilando misterio―. La Mafia de los Muertos se oculta en la Ciudad Espiritual entera. Nosotros ya estábamos en ella y tú tienes un pie en todos los planos a la vez. Solamente necesitas la clave para acceder al centro en que trabajamos.
Luego, Socorro bisbiseó algo entendible en una lengua que no debía ser humana y el mundo se volvió gris de repente.
Los edificios y cualquier cosa tangible se tornaron de un color plomizo y adquirieron la consistencia del aire en un instante. Los sonidos se evaporaron y los olores se ausentaron. Tampoco había una sensación sombría. La muerte equivalía a la ausencia y la nada. Lucía como una ciudad fantasma y, en efecto, lo era. Todo se había vuelto del mismo material que los espíritus.
Las personas vivas que antes caminaban o conducían sus autos desaparecieron junto con las cosas en movimiento con las que estaban en contacto como los autos.
Los individuos que transitaban, carcajeaban, berreaban o se arrastraban eran exclusivamente las almas en pena con sus diversas y horrorosas formas. Algunas se encontraban impecables y se comportaban conscientes de sus acciones. Las que murieron con brutalidad, no. Estaban tan cegados por el trauma de su deceso que atacaban a los otros al azar o intentaban automutilarse. No obstante, cada una de ellas puso su atención en Aleksandar.
Él entró en pánico por un momento al ser el único que se mantenía igual que hacía cinco minutos. Su ropa, su anatomía y sus pertenencias permanecían intactas y coloridas. En consecuencia, se convirtió en una especie de faro viviente en un mar de muertos. Siempre había evitado enfrentar a los espectros y ahora estaba atrapado en un plano lleno de ellos.
Trastabilló y tragó saliva ante el prolongado vistazo que le estaban dando. Los latidos del mortal hacían eco en una escasez de ellos. Sentía que su corazón estaba atorado en medio de sus costillas y que pronto se le escaparía del pecho del miedo que le generaba la antelación como si una parte suya esperara que arremetieran contra él.
Empero, sus palpitaciones se sosegaron tras un minuto, ya que no cumplieron su predicción. Jamás lo asaltaron. Se limitaban a observarlo a la distancia.
―Estos han sido muchos fantasmas por un día ―farfulló Aleksandar para sí mismo.
―¡Oye! ―se quejó Pavel.
―Juraría que iban a saltarte encima ―comentó Amaranta en un tono de broma.
―¿Qué hubieras hecho en ese caso? ―preguntó Aleksandar para sacarse la duda. Ella ya lo había dejado a su suerte en la Oficina Paranormal y de no ser por Jure se habría perdido, por lo tanto, no descifraba si le caía mal o simplemente era su forma de ser.
Amaranta miró a Pavel, luego a Socorro y al final al detective, cavilando la pregunta.
―Lo que cualquiera haría.
―¿Y qué sería eso?
―Salvarte o si no Venecia me mataría, ¿satisfecho? ―respondió entre dientes.
Ahí lo supo. Era su personalidad.
―Yo no usaría esa palabra ―opinó él y se orientó a los otros espíritus―. Estamos aquí, ¿qué es lo que sigue?
Socorro se enderezó.
―Entrar allí ―señaló Socorro al vacío.
En un principio pensó que había enloquecido. La calle se hallaba en las mismas condiciones que hacía unos instantes. Mas, en un abrir y cerrar de ojos, eso cambió. Una edificación se alzó donde antes no había nada. Aleksandar entreabrió la boca, contemplando la manera en que poco a poco los pisos aumentaban igual que bloques siendo apilados hasta que perdió la cuenta y el cielo fue el límite literalmente. Las paredes eran traslúcidas, fabricadas con el material del que estaban hechos los fantasmas, y permitían entrever el interior a la perfección. Pero no lo detalló desde lejos y se aventuró con el grupo al adentrarse a la construcción.
Carecía de ventanas, puertas o algo que prohibiera la entrada. Sencillamente, ingresaron con el permiso de Socorro y vislumbraron a los fantasmas que iban por el vestíbulo que no tenía muebles o decoraciones. A Aleksandar le parecería un edificio de oficinas corriente de no ser por los muertos que merodeaban.
No sabía a qué se dedicaba en específico la Mafia de los Muertos y era muy probable que no cometieran los mismos delitos que las organizaciones delictivas usuales.
Su opinión se bifurcó en cuanto se toparon con los pasillos que iban en zigzag y oteó todo tipo de cosas del plano viviente que poseían color y podían ser tocadas. La colección era comparable solamente con la del museo de Venecia. Desde retratos célebres que habían cobrado vida, fósiles de criaturas que no estaban registradas, libros que conversaban unos con otros, cuchillos de combate que cortaban el aire, y objetos encantados de todo tipo. Los elementos yacían flotando, danzando en aquella locura orquestada por los fantasmas. En ningún lado había personas de carne y hueso.
La peor parte era que Socorro no pronunciaba ni una palabra, Pavel soltaba un "increíble" cada vez que veía algo de carácter sobrenatural y Amaranta observaba el predio con suspicacia. Siendo sincero, Aleksandar temía de su propia reacción, así que procuraba mantenerse sereno.
Cuando llegaron a una zona en la que se oían gritos eufóricos que provenían del final de un corredor e inundaban sus oídos, Socorro detuvo su andar y los demás la imitaron con cautela.
―Ervin ―nombró a nadie en particular.
Un chico, claramente muerto, apareció en medio de dicho corredor vistiendo un uniforme escolar a cuadros. Supuso que murió entre los dieciséis y los dieciocho, no en qué época.
―¿Por qué me dejaste? ¿Sabes lo difícil que es evitar que una turba de fantasmas atraviese este lugar? ―masculló Ervin, apenado, ignorando a todos menos a Socorro.
―Lo siento, vi una oportunidad y la tomé ―respondió ella―. Tendrás que hacerlo un rato más.
―¿Por qué? ―indagó Ervin, avanzando un paso con nerviosismo.
―Los llevaré con... ―Socorro procedió a toser en vez de enunciar el nombre de su jefe.
―¿Te acuerdas de lo que le hizo al último que le presentó a alguien?
―Sí, déjame pasar.
Aleksandar estuvo tentado a preguntarle a Ervin qué ocurrió. Le faltó tiempo. Pavel y Amaranta corrían detrás de Socorro y él sucumbió ante el terror y copió su accionar. Pese a que parecía que era infinito, el corredor oscuro se fue haciendo más luminoso con cada zancada apresurada. Develó que no terminaba porque hubiera una puerta enorme que daba a una oficina más grande, sino una pared que se asemejaba a un proyector gigante en el que se reproducían imágenes difusas en blanco y negro que fueron bajando su sonido con el transcurso del tiempo. Se ubicaba entre dos pasillos igual de crípticos que el anterior.
―¿Qué se supone que hagamos? ―musitó Amaranta.
―No lo sé, tú nos trajiste aquí ―le contestó Aleksandar todavía espantado por los muertos que tendría que volver a enfrentar a la salida.
―Silencio ―pidió Pavel tan bajo que se asemejó a un susurro.
―Madame Kos ―pronunció Socorro. Lo extraño era que no quitaba la vista de aquel muro que parecía un reproductor de video con vida propia.
―¿A quién llamas? ―consultó Pavel.
A modo de respuesta, las imágenes de la pared se fueron deslizando igual que una tela siendo arrugada hasta un punto en particular y de ese modo se creó una figura extraña que poco a poco tomó forma y dio un paso adelante para mostrarse. Era el fantasma de una mujer en sus treinta que vestía un traje femenino y emanaba un garbo augusto con el rostro anguloso, un cabello claro y ligeramente rizado atado en una coleta, ojos oscuros hundidos y una altura prominente. Ese debía ser Madame Kos.
La jefa solo les dedicó una mirada áspera y sutil a la vez que bastó para averiguar qué preguntaba quién mierda eran.
Antes de que Aleksandar pudiera sacar sus propias conclusiones o alguien más interviniera, Socorro se dispuso a informarle la situación que aparentemente Amaranta le había contado en su esquela.
―Esto es mortalmente intrigante ―articuló Kos mientras sopesaba los hechos―. Un secuestro fantasmal, dos detectives y una belleza muerta.
―¿La líder de la mafia acaba de coquetearte? ―le preguntó Pavel a Amaranta en un tono que exhibía una pequeña cantidad de celos.
Ella se encogió de hombros, pero terminó sonriendo.
―Regresando al tema que nos compete, ¿nos ayudará? ―intervino Aleksandar.
―Estás equivocado si crees que esto se trata de brindarles ayuda ―espetó Madame Kos―. Negociaré con ustedes que es algo distinto.
―Ok ―accedió él luego de corroborar la postura de Pavel y Amaranta.
―Socorro, tendrás un porcentaje del pago si esto sale de acuerdo a lo planeado. Por ahora, aguarda junto a Ervin.
Ella ejecutó la orden de su jefa y se marchó por el corredor.
―¿En serio puedes localizar a Darka? ―inquirió Amaranta con seriedad.
―Ya lo hice ―reveló Madame Kos, enseñando los dientes con una sonrisa amplia por un segundo.
―¿Y dónde está? ―interrogó Pavel sin avanzar un paso por precaución.
―Algo que aprenderán del mundo sobrenatural es que siempre se paga por adelantado. Les diré una pista para probar que poseo la información y después es su turno de remunerar.
―Te escuchamos ―dictaminó Aleksandar.
―Tu amiga está donde pertenecen todos los muertos.
―Los inmortales adoran los acertijos, ¿no? ―articuló retóricamente Amaranta.
―Entre otras cosas ―agregó Madame Kos con coquetería.
―¿Y qué significa eso? ―interpeló Pavel como si fuera una broma.
―Bajo tierra ―conjeturó Aleksandar con simpleza―. Está en algún lugar subterráneo.
―Mis condolencias por eso ―habló Madame Kos, juntando las palmas―. Ahora vamos a lo que me interesa. Cada uno va a pagar un precio estimado para que les dé la ubicación exacta.
―¿Y qué quieres de nosotros? ―consultó Amaranta, tomando el mando.
―Un recuerdo.
―¿Vas a borrarnos la memoria? ―quiso averiguar Pavel.
Madame Kos negó con la cabeza.
―¿Has hecho esto antes? ―le preguntó Pavel a Amaranta por lo bajo.
―No, ¿y tú?
―No ―dijo sin temor a mostrarse asustado cuando Madame Kos lo llamó con un ademán.
Acto seguido, ella le ordenó que tocara el muro y él obedeció tras vacilar unos instantes. La pared se transformó de nuevo en un proyector de imágenes y ruidos babélicos que sucedían a gran velocidad. Empero, había deducido que eran las memorias de alguien.
―¿Cómo funciona? ―curioseó Pavel, boquiabierto ante la película de su vida reproducirse frente a sus narices.
―La materia gris que constituye a la Ciudad Espiritual es un elemento maleable que los fantasmas más antiguos como yo somos capaces de moldear y darle algunas funciones especiales. Así es como construí este centro ―explicó Madame Kos sin escatimar en información.
―¿Hace cuánto moriste? ―interrumpió Amaranta debido a que hablaba como si tuviera millones de años.
―Honestamente, no lo sé. Para eso está el evocador. ―Madame Kos señaló a un diminuto punto blanco que emitía una luz blanquecina desde el interior del muro―. Los recuerdos no se pierden, se olvidan. La verdad está escondida dentro de mi alma y gracias a este pequeño aparato que creé, puedo exponerlos.
No tardó un segundo. Las palabras que Venecia le había dicho en el cementerio dominaron la mente de Aleksandar.
―Si yo quisiera usar un evocador en cualquier otra de las Cuatro Ciudades, ¿lo haría? ―habló sin premeditarlo.
―Con algunas modificaciones, sí. ¿Lo agrego a la cuenta?
―Solo a la mía.
Madame Kos asintió previo a dirigirse a Pavel:
―Ahora vamos a conocer tu preciada vida.
Las grabaciones se ralentizaron, se convirtieron en imágenes similares a cuando alguien ponía en pausa un video, y fueron enseñando los segmentos que a ella le interesaba. Los primeros fueron de su infancia en la casa de sus padres, los siguientes de la escuela y la amistad que desarrolló con Aleksandar allí, y los últimos de su entrenamiento en la academia de policía. Todo estaba desde el punto de vista de Pavel, por lo tanto, lo que mostraba era lo que sus ojos humanos alguna vez vieron.
―Infancia promedio. Padres separados con un salario bajo. Pocos conocidos. Bueno en los estudios. El mejor amigo que tuviste también era un solitario. Te convertiste en detective a pesar de que te decían que no lo lograrías. Conseguiste una reputación decente y buen dinero. Terminaste bien con las dos novias que tuviste. Moriste de un disparo mientras salvabas a unas personas que se cruzaban por ahí luego de arrestar a un asesino de uno de tus tantos casos ―dijo Madame Kos, enunciando oraciones al azar que resumían la trayectoria de Pavel.
―Bueno, no es por presumir, pero creo que fue una manera heroica de morir ―pronunció el fantasma en cuestión sin apartar la mirada del evocador.
―En realidad, viviste como la mayoría. No tienes un asunto pendiente, ¿no?
―¿Qué? ―formuló Pavel, tensando sus hombros.
―Soy una experta en resolver esa clase de misterio si no sería la jefa de la Mafia de los Muertos. Te quedas como un fantasma porque no quieres irte y no es porque debas.
Pavel tragó grueso y negó con la cabeza.
―Ya lo sabías y les has mentido a los demás al respecto ―añadió Madame Kos―. Lo puedo sentir en tus recuerdos. Permaneces con los vivos por tu familia. Eso te incluye a ti.
El detective frunció el entrecejo, contempló a su amigo y él le sonrió.
―¿Eso es verdad? ¿Te condenaste a rondar como un espíritu por nosotros? ―consultó Aleksandar con incredulidad.
―Algo por el estilo ―farfulló Pavel, destilando inocencia―. No los iba a abandonar. Mis padres no tenían a nadie más que a mí y, si soy sincero, tampoco tú.
―¿De qué hablas? Tengo mi propia familia.
―Sí, con la que casi no hablas y visitas una vez al año.
―Conozco a gente de la estación.
―¿Y cuántos de ellos puedes decir que son realmente tus amigos? Te la pasas trabajando y evitas salir cada vez que te invitan a beber un trago.
Aleksandar apretó los labios, desplazó la vista de Pavel hacia Amaranta y luego a Madame Kos como si buscara una forma de negarlo. Era cierto. En el pasado evitó ir con su familia o hacer cualquier cosa que no implicara el trabajo obligatorio por su habilidad para ver fantasmas y la controversia que traía y con el transcurso del tiempo perdió el interés en los eventos sociales. Eso estaba cambiando recientemente. Experimentó más esas dos semanas de lo que había vivido en la última década gracias a Jure y Venecia. Mas, no impidió que la cruda verdad le doliera como si fuera una ráfaga de viento.
―Bueno, si antes no me sentía miserable, ahora lo hago ―rio Aleksandar en un tono burlón.
―No era la intención ―aseguró Pavel, mitigando su propia franqueza―. ¿Entiendes a lo que voy?
―Por desgracia, sí ―aceptó él, demorándose en responder―. Aun así, no debías hacerlo.
―Todos los muertos merecen la opción de vivir otra vez ―murmuró Amaranta.
―Sí, tienes que ser egoísta y decidir si vas a quedarte en la Ciudad Viviente porque quieres ―alentó Aleksandar.
―Lo haré ―prometió Pavel. Después viró hacia Madame Kos―. ¿Qué recuerdo mío conservaste?
―Eso es algo que guardaré para mí. Pasemos contigo ―inició ella, refiriéndose a Amaranta.
―Más vale que Darka que no esté en un lugar estúpido como una estación subterránea y yo tenga que hacer esto ―masculló, depositando su palma en el evocador una vez que Pavel la quitó.
A diferencia de los recuerdos anteriores, los de Amaranta iban tan rápidos debido a la gran cantidad que eran que Aleksandar carecía de la capacidad de distinguir una imagen clara de otra. Pavel había vivido alrededor de veinticinco años; ella existía hacía más de doscientos años.
―Siglos atrás. Pueblo aislado. Padres que mueren por una peste. Criada por un tío y primo adoptivo. Aparece un pagano en una comunidad cerrada. Hay sacrificios humanos para un santo oscuro. Chica que se rehúsa a casarse en aquella época averigua quién es. Un demonio que posee al primo y el tío lo encubre. Ella se refugia con un hombre íngrimo. Una simple humana mata a un demonio del bosque. Muere en el proceso junto con los demás. Va al Infierno por la culpa. La tortura hasta el Diablo. Pero se escapa con la ayuda de un ángel. Simplemente, no quería olvidar su vida anterior y permanece como fantasma por un trato con la Oficina Paranormal ―relató Madame Kos, acelerando todavía más las memorias y narrando la historia de Amaranta en breves oraciones―. Eso es una auténtica belleza muerta.
―¿Listo, mafiosa? ―se limitó a decir Amaranta.
―Solo si tú quieres que lo esté.
―¿Por qué yo no puedo coquetear así? ―se quejó Pavel, frustrado.
―Me pregunto lo mismo ―dijo Aleksandar porque él también era terrible para ello.
Madame Kos volvió a hablar:
―Hay tantos recuerdos que es complicado escoger. Bien. Apártate.
Amaranta lo hizo, sacudió las manos como si se las limpiara y contempló con escepticismo a Pavel y Aleksandar.
―¿Algún problema con mi historia?
―No ―afirmó Pavel y este le dio una mirada asesina a su amigo.
―Yo estoy agradecido de por fin saber cómo escapaste del Infierno ―expresó Aleksandar con sinceridad―. ¿Así conociste a Venecia?
Ella asintió sin realizar una expresión en particular.
―Eres tan impresionante ―soltó Pavel, pensando en voz alta.
―Tú tampoco estás mal ―replicó Amaranta, bajando sus defensas.
―¿Por qué querrías nuestros recuerdos? ―se atrevió a cuestionar Aleksandar, cambiando de tema.
―Si se sabe elegir, lo que se oculta en la memoria puede cotizarse de una manera impresionante a su debido tiempo ―contó Madame Kos―. Eso no debe preocuparte.
―¿No? ¿A qué te refieres?
―Por supuesto, quiero un recuerdo de cada fantasma, es la tarifa usual ―empezó a decir ella, señalando a Pavel y Amaranta―. Pero deseo algo diferente de ti.
―Tengo la sensación de que esto se puede volver muy escalofriante o demasiado sexual ―alegó Pavel con rapidez.
―No les des ideas ―bramó Amaranta.
―No sé si están al tanto de lo raro que es encontrar en el mercado un humano que pueda ver lo sobrenatural y por eso serías un miembro importante en mi colección.
―Escalofriante, en definitiva ―ratificó Pavel con sus ojos casi saliendo de sus órbitas espectrales.
―¿Qué coleccionas específicamente? ―indagó Aleksandar, desconfiando de lo que quería decir.
―Una riqueza especial. A diferencia del resto de las organizaciones parecidas a la mía, no me importa el dinero o nimiedades similares ―expuso, enigmática.
―¿Y qué sí lo hace? ―interrogó Amaranta, dando un paso adelante con valentía.
―La vida y sus formas peculiares de existir.
―Entonces, ¿qué quieres que haga? ―formuló Aleksandar dispuesto a seguir por el bien de la investigación y otros motivos ulteriores.
―Tú, nada. Tu cuerpo, todo ―proclamó Madame Kos―. Como fantasma no puedo poseer a un ángel o un demonio sin su autorización. A los mortales, sí. Sin embargo, no me sirven, ya que no tienen la capacidad de entrar a las otras ciudades.
Aquello también explicaba la razón de que Socorro no les permitiera a Jure y Venecia acompañarlos a la Ciudad Espiritual.
―Pero yo sí.
―Que estés aquí es prueba de ello.
―¿Y si me niego?
―Simplemente no hay trato. No los capturaré o algo por el estilo. Hasta los muertos tenemos nuestra propia moral, ¿o no?
―Depende de lo que hicimos vivos ―repuso Amaranta.
―¿Cuál es el veredicto? ¿Qué tan lejos están dispuestos a llegar por ayudar a su amiga?
Aleksandar lo sopesó en su interior. Había evidencia de que Madame Kos sabía de lo que hablaba, el tiempo corría sin saber qué le sucedía a Darka y el pasado de Venecia había golpeado el sector más recóndito de su ser a través del lazo. En la actualidad, comprendía que el Asesino Descorazonado sería capaz de cualquier cosa con tal de cometer su venganza indescifrable, a la vez, entendía que podía confiar en sus nuevos amigos. Se entregaría a sabiendas de que harían lo que fuera con tal de sacarlo del lío en que se metía porque eso era lo que hacían. Ellos eran leales sin importar cuántos errores cometieran.
―¿No estarás considerándolo de verdad? ―habló Pavel, interrumpiendo sus pensamientos.
Él se limitó a sonreírle previo a asentir.
―A veces desearía estar muerta y enterrada ―farfulló Amaranta, rodando los ojos hacia arriba.
―Pagaré el precio ―declaró Aleksandar con firmeza, eliminando cualquier vacilación.
―Fabuloso. ―Madame Kos sonrió otra vez.
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