(17) Los fantasmas quieren matarme
El corazón de Aleksandar gritaba. Las voces rugían una sobre otra en el interior del mismo. Le ordenaban que corriera a abrazar a Venecia, que escapara de la locura que atraía y que se arrojara de un puente. Sin embargo, al final ignoró el griterío y decidió escuchar lo que decían los latidos del ángel. No oyó nada más que un eco de vulnerabilidad porque su pasado se estaba fusionando con el presente.
Él conservaba todo lo que tenía. Ella lo perdió absolutamente todo. Nunca comprendería su situación o sus emociones, solamente podría cambiar de tema para seguir adelante.
―¿Qué conexión crees que tiene el edificio con lo que te pasó? ―preguntó el detective.
La rubia tragó grueso previo a responder.
―Fue construido donde antes solía estar el callejón que te conté.
Amaranta se mantenía firme al lado de Venecia. Por su lado, Pavel no realizó un movimiento, ya que todavía procesaba la historia, y se limitó a permanecer junto a su padre. Aleksandar debía continuar el flujo de la conversación.
―¿Y por qué piensas que los que viven aquí siempre terminan yendo a tu museo?
―¿Les gusta el arte? ―masculló Venecia, frunciendo los labios―. Super Sherlock, yo tampoco entiendo el motivo por el que ahora elige a personas de un lugar que no piso hace siglos y las mata, aunque no las conozco.
―La respuesta puede ser muy simple: se volvió completamente loco ―comentó Amaranta, encogiéndose de hombros.
―Bueno ―farfulló Aleksandar, pensativo―. ¿Se te ocurre alguna idea de a dónde se llevó a Darka?
―No lo sé. Pero quizá pueda averiguar dónde no está.
―¿Eso que se supone qué significa?
Venecia no le respondió, en cambio, desapareció de la habitación del hospital. Aleksandar miró a la nada con pura incredulidad y en menos de un segundo ella regresó. No lo hizo sola. Atliel estaba con ahí, vistiendo nada más que una bata de baño de color rosa y un gorro de la ducha que le cubría el cabello mojado y atestado de espuma.
―Trascendental ―musitó Pavel impresionado con la aparición.
―Lo que te pasa ahora es lo que sentí cada vez que cortas mis llamadas ―masculló la rubia ante la expresión del detective con aires de venganza.
―¡Interrumpiste mi baño de burbujas, Sereda! ―chilló Atliel, cruzándose de brazos.
―Espero que haya sido solamente eso.
―Por cierto, hueles a flores silvestres ―comentó Pavel.
―Gracias, hago mi propio champú.
―¿Nos vas a explicar por qué trajiste a un ángel semidesnudo, Vee? ―inquirió Amaranta.
―Porque tiene más experiencia en seguridad angelical que yo, ¿o no, Ati? ―contestó y le pellizcó la mejilla a Atliel igual que una abuela.
―Quítame tus manos de encima ―gruñó este, apartándose y ella le sonrió con dulzura.
―Sé que me adoras y por eso colaboraras con nosotros para rastrear a Geliel.
―¿Todavía sigues con esta basura de los asesinatos?
―En realidad, esto es por un secuestro ―aclaró Aleksandar.
―Si nos ayudas, compraré cada kilo de helado de frutilla que tengas en tu negocio ―negoció Venecia.
―Eso lo vienes haciendo hace décadas.
―También pediré de los demás sabores.
Atliel vaciló, entrecerrando los ojos, y luego se puso a trabajar. Apareció frente a ellos un mapa tridimensional de Zagreb que parecía ser el producto de una ilusión, flotando en el aire igual que un holograma, con el chasquido de sus dedos. La imagen entera brillaba de un tono blanquecino, mas había una zona solitaria de la ciudad que sobresalía al ser de color rojo y Atliel la señaló.
―Ese es el punto en el que hay más símbolos de protección. Si un ángel se oculta, debe estar allí.
Una enfermera pasó y los miró con extrañeza desde el pasillo. Aleksandar le sonrió con nerviosismo y cerró la puerta del cuarto.
―Reconozco el sitio. Es el Cementerio de Mirogoj ―reconoció él tras analizar el mapa con cuidado.
―¿Ahí no están enterrados tus abuelos? ―consultó Pavel.
―Sí.
―Bueno, ya conocí a los padres, falta el resto de la familia ―suspiró Venecia, arreglándose el pelo.
―¿Y me dejas ir a bañarme en paz? ―consultó Atliel, amargado.
―¡Saluda a tu patito de hule por mí!
Dicho eso, Atliel se esfumó y el mapa con él.
―¿Vamos a atrapar a mi hermanita?
―Vayan ustedes ―alentó Pavel.
―Yo me quedaré por si tenemos otra visita inesperada de Geliel ―se adelantó a decir Amaranta―. Dos fantasmas son mejores que uno.
―Somos tú y yo ―pronunció Venecia con picardía.
―Y un asesino suelto ―alegó Aleksandar seriamente.
―Le quitas lo divertido a la muerte.
―Porque quiero vivir.
Los ojos de la rubia se pusieron en blanco previo a tenderle la mano al detective. Él la tomó y en un parpadeo abandonaron el hospital para presentarse en el supuesto lugar de los hechos. Debido a que el sol ya había caído rendido, la noche y la neblina gobernaban el paisaje. Aun así, no le costó ver que no estaban en la entrada del monumento funerario, sino que se hallaban directamente en el campo de tumbas. Pese a que los grandes árboles que marcaban el camino entre las hileras de las lápidas que estaban bien cuidadas, la nieve fresca cubría el escenario de manera irregular. Además del viento sibilante y helado, no se oía ni un alma. Cualquiera pensaría que estaban solos, si no fuera por los muertos que descansaban bajo sus pies.
―¿Escuchas algo? ―le preguntó Aleksandar, alerta.
―¿Qué parte de símbolos de protección no entiendes? A este punto estamos en igualdad de condiciones, corazón.
El nerviosismo que destilaba ella a través del hilo era mucho más grande que el de él debido a las emociones encontradas.
―Tenemos que buscarlos a pie para destruirlos y averiguar qué cielos ocurre aquí ―agregó Venecia.
Accedió, sorprendido, porque iba a sugerir lo mismo. Con rapidez tomó el teléfono de su bolsillo trasero y le envió un mensaje a Jure en caso de emergencia. Necesitaban toda la ayuda posible. Lo aceptó luego de oír el pasado de Venecia.
―Sé lo que opinas respecto a las disculpas de los humanos, pero lo lamento ―soltó Aleksandar.
―¿Por qué, Super Sherlock?
―Lo que tuviste que pasar.
El sonido de su respiración al suspirar fue como la caída del contenido de un reloj de arena al darle vuelta.
―Discúlpate únicamente si me dañas alguna vez.
―Espero no pedirte perdón.
―Estás mejorando en el arte de coquetear ―articuló ella con una sonrisa tras una pausa.
―Es que estoy pasando demasiado tiempo contigo ―confesó él con honestidad.
―Mucho nunca es suficiente.
―¿Extrañas tu antigua vida? ―le preguntó Aleksandar, refiriéndose a Darachiel y Ergediel.
Los ojos de Venecia se cristalizaron ante la mención de los hechos.
―No ―respondió para su sorpresa―. Solamente echo de menos algunas cosas.
―Personas ―dedujo él.
―Sí, aunque lo que más me asusta es olvidarlos ―declaró Venecia, nostálgica―. A veces me pongo a pensar en ellos y me aterro al darme cuenta de que no me acuerdo de lo que dijeron o que debo esforzarme para recordar sus caras y el sonido de sus risas. Yo soy inmortal, pero mis recuerdos mueren con facilidad.
Comenzaron a caminar por la senda de cemento en completo silencio con tal de continuar atentos a cualquier movimiento y fue una buena decisión.
Antes de que el crujido de la nieve ser aplastada, un asqueroso y penetrante olor a óbito tropezó con sus fosas nasales. Aleksandar detuvo sus pasos a sabiendas de que eso no fue una brisa o un gato. Había sonado aterradoramente humano.
Venecia giró sobre su propio eje, no para intercambiar miradas, sino para localizar al causante de aquel ruido que de día y en circunstancias diferentes habría parecido inocente e insignificante.
No había nada.
―Qué suerte. Solamente estamos siendo paranoicos ―rio Aleksandar de su propia inquietud.
―¿Por qué cantaste victoria tan temprano? ―se quejó la rubia entre dientes.
Preguntarle a qué se refería fue innecesario. Comprendió su tono mordaz cuando los crujidos sobre la tierra del césped que crecía en el área aumentaron su cantidad simultáneamente. El hedor se hizo más fuerte a la vez que los escalofríos lo igualaron. Se mintió, diciéndose que eran familiares que se quedaron hasta tarde. La negación le duró poco. Vislumbró como decenas de puntos brillantes se arremolinaban alrededor suyo y parpadeó un par de veces para confirmar que eran ojos que los observaban como búhos dispuestos a cazar en la oscuridad.
Aleksandar tragó grueso en cuanto Venecia chasqueó los dedos y las luces de los postes iluminaron el terrible escenario. Por un instante, deseó que las sombras nunca se hubieran ido. Se había sentido protegido con ellas y ahora yacía expuesto ante la imponente realidad.
Los dueños de ese aroma putrefacto y ojos relucientes eran los malditos cadáveres que una vez estuvieron enterrados debajo de él. Yacían parados a menos de tres metros con el tejido blando de sus extremidades consumido y seco por la descomposición natural, los huesos delgados al descubierto, sus ropas sucias a causa del paso del tiempo y el cabello deshidratado. A pesar de que era sabido que los vivos lucían una manera similar debajo de la piel, la imagen era repulsiva y lo hacía estremecerse de espanto.
―¡Fantástico, los fantasmas quieren matarme!
―¿Esos son zombis? ―farfulló Aleksandar con la boca seca.
―No, son fantasmas que lograron poseer cadáveres en vez de a humanos vivos ―explicó Venecia al cabo de unos segundos.
―¿Son muertos vivientes, por así decirlo?
―Más o menos.
―Es decir, son zombis.
―Geliel los debe encantado para que vinieran en cuanto apareciéramos nosotros.
―Eso significa que está aquí. En ese caso, debemos...
―Pasar sobre sus cadáveres ―interrumpió ella sin apartar la vista de los muertos vivientes.
―Lo sé ―concordó él, analizando que ellos permanecían a una distancia segura―. ¿Por qué no nos atacan si están programados para eso?
―Tal vez están aguardando a que les den una señal y no planeo averiguar cuál es.
Al concluir esas palabras, la rubia volvió a agarrar la mano del detective y se esfumaron de la escena. Después aterrizaron detrás de un panteón de piedra gris que, si bien no se encontraba muy lejos de los posesos, era mejor que estar rodeado de ellos.
Con la espalda pegada a la pared, Aleksandar inclinó la cabeza para ojear el panorama. Lo peor que podría pasar ocurrió. Un montón de gritos incoherentes que retumbaron como siseos impactaron en sus oídos. A continuación, los muertos vivientes anunciaron que la tranquilidad se había acabado y se movieron en un aluvión con la intención de localizarlos.
―Creo que intentáramos escapar era la señal ―notificó él con un nudo en la garganta.
―Santa mierda ―suspiró Venecia, irritada―. Yo los entretendré porque es a mí a quien quieren. Tú busca los símbolos y rómpelos.
―¿Cómo? No sé si te olvidas de que jamás los he visto.
―Están en enoquiano, un idioma angelical que no conoces, son grandes y probablemente están pintados en algún lugar con sangre fresca, detective lento.
―Bien, supongo que será pan comido. ¿Y tú qué harás?
―Descuida, estaré bien ―afirmó ella con seguridad.
―Me refería a ellos ―replicó Aleksandar, confiando en las habilidades del ángel.
―Los mataré por segunda vez. ―Venecia le regaló una sonrisa airosa.
―A mí me poseyó Darka. ¿Por qué no me dañaste?
―Por el hilo. Te dije que soy incapaz de hacer algo que te lastime y expulsar a un fantasma es un tanto incómodo para el recipiente.
―¿Y la sal para Pavel?
―No estoy atada a él por un lazo sobrenatural y tampoco es tan doloroso. Ahora vete para que los haga mierda.
Aleksandar acató el pedido de mala gana. Transitó por el sinuoso cementerio, sintiéndose culpable de dejarla, pero dividir las labores era una tarea práctica que entendía al ser un policía.
Poco a poco avanzó, alejándose del caos que desataron los muertos vivientes. Escudriñó el predio con suma atención. Panteón tras panteón, lápida tras lápida y no tuvo éxito. Fue tan profundo en el interior del camposanto y detectó unas escrituras idénticas pintadas con un líquido rojo que goteaba sobre dos árboles que estaban unidos con sus ramas y troncos, al punto de que conformaban una sola silueta en las penumbras.
Resopló aliviado de haberlo hallado y se apresuró a realizar su cometido. Supuso que sería tan simple como pasar la mano sobre ambos dibujos para deshacer su efecto. Se equivocó. Lo intentó repetidas veces y siempre que la sangre se desparramaba, volvía a formarse. Era frustrante. La adrenalina corría por sus venas y las manipulaba, ya que mientras más tardara él en ello, más debía luchar Venecia en la lejanía. En consecuencia, no se le ocurrió mejor idea que sacar la pistola de su cinturón y disparar a los símbolos de protección.
Funcionó y tuvo un costo. Percibió el ruido seco de un arbusto agitándose y al siguiente instante vio a uno de los muertos vivos observarlo con intriga. Su corazón se detuvo por un segundo. Al final, era humano y no sanaba o poseía capacidades sobrenaturales igual que los demás.
Conjeturó que lo atacaría, sin embargo, el difunto se marchó corriendo por donde vino. Por lo que se dispuso a imitarlo y dirigirse hacia allí a máxima velocidad. Tras llegar, se topó con un escenario increíble.
En medio de una avalancha de posesos que trataban de atacar con la violencia de sus cuerpos, Venecia se encontraba peleando con todos a la vez. Ellos se lanzaban, arrastraban e incluso saltaban hacia ella, empero la rubia simplemente estaba con la magia angelical brotando de sus chasquidos en el centro de la multitud nauseabunda e iracunda. Mandaba órdenes mentales mediante la telequinesis, provocando que volaran por los aires y se estrellaran contra las copas de la floresta, partía a la mitad con sus manos a los que lograban aproximarse lo suficiente y les arrojaba lo que veía a su disposición con tal de ralentizarlos. Debido a su sonrisa, parecía que disfrutaba de destrozarlos.
Él también habría reído de orgullo de no ser porque un muerto viviente se le fue acercando con sigilo y Venecia estaba demasiado ocupada, lidiando con tanto en un tiempo limitado. A pesar de que transcurrían muchas cosas en simultáneo, todo sucedía en cámara lenta en menos de un minuto y Aleksandar se aventuró a la pelea. No vaciló al desplazarse entre aquellos atacantes paranormales y tampoco lo hizo al momento de apretar el gatillo y dispararle al que iba por ella. Los proyectiles salieron uno seguido del otro, impactando contra la anatomía muerta de este. Lo cegó la situación y no paró hasta que el cadáver cayó inerte.
―No le pido perdón, primer presidente ―se disculpó al analizar su cara y compararla con las pinturas antiguas.
―¡Super Sherlock, no te había visto! ¡Me alegra que estés vivo! ―espetó Venecia, apenas él se colocó a su lado―. ¡Nunca le habían disparado a nadie por mí!
Le resultó extraño que su estómago revoloteara por el cumplido. En serio tenía hambre.
―Eso espero ―repuso, guardando el arma en su cinturón―. Por cierto, ya no tengo balas.
―No hay problema. Los símbolos de protección contenían mis poderes. Ya no gracias a ti.
Acto seguido, Venecia unió las palmas de sus manos, deteniendo sus antiguas defensas, y las abrió para crear una nueva. Una energía helada brotó de sus manos que en un principio parecía un vendaval gélido que dirigía a los muertos vivientes y se fue transformando en una corriente de flujo helado que colisionaba con ellos, los congelaba y paralizaba. Era hielo que se solidificaba ante su contacto y ella lo manipulaba. A eso se había referido con que el Paraíso era un lugar muy frío.
No obstante, desde el otro lado, olas de calor contrastaban las bajas temperaturas. Un fuego solo pudo describir como infernal vino en un raudal inmenso que convertía a los posesos en cenizas oscuras con sus potentes llamas oscuras. El sudor reemplazó los escalofríos de Aleksandar a medida que la lumbre se avecinaba. Los torrentes ígneos crearon un muro que devoró a los atacantes y no al predio del cementerio. Fue preciso como un francotirador.
Por un breve tris, los poderes del ángel y los del portador de aquel fuego se fusionaron y el choque de ambos aniquiló a los atacantes que restaban. Desde afuera, daba la impresión de ser un espectáculo sublime y aterrador. Después de que la unión desapareciera y los fantasmas que consiguieron marcharse antes de que fulminaran sus recipientes se fugaron, alguien emergió de entre las llamas que se extendían.
Jure contempló a Venecia de la misma forma en que ella lo hacía. Aleksandar vio cómo los dos avanzaron un paso con la intención de abrazarse y se detuvieron en seco. Algo se los impidió y él no entendía qué.
―¿Cómo sabías que estábamos aquí? ―inquirió la rubia.
―Alek me mandó un mensaje ―contestó el demonio.
Había cierta frialdad en la manera en que se hablaban. Le dolió por el vínculo.
―¿Ustedes están peleados? ―quiso averiguar el detective.
―Lo siento por no decirte que mami y papi se separaron ―vociferó Venecia, ya que claramente le molestaba el asunto.
―Nos tomamos un tiempo ―corrigió Jure con más ameno.
La noticia hizo lo contrario a alegrarle. Le gustaba verlos juntos, el modo en que se amaban y el estilo único que compartían al coquetear entre ellos. La pregunta sobre cómo terminaron rondó en su cabeza porque Jure había ido a ayudar sin importar eso.
―Tú lo hiciste ―musitó ella por lo bajo.
―Y tú seguiste adelante sin inconveniente ―replicó Juriel, receloso.
―No, no lo hice. ―La tristeza en su tono de voz reflejaba que no mentía. No había avanzado, sino que retrocedió.
"Incómodo" diría Pavel.
―Eres bastante sentimental para alguien que debería estar enterrada bajo tierra ―comentó una voz masculina que no tardó en reconocer. Le pertenecía a Mike, pero las palabras eran de Geliel.
Luego de la terrible batalla que les dio con los muertos vivientes, apareció con simpleza frente a ellos. Se estaba burlando.
―Y tú demasiado celosa para ser un ángel del Paraíso ―arguyó Venecia.
―Veo que activaron mi alarma.
―¿Llamas a esas cosas una alarma? ―consultó Aleksandar, trémulo.
Todavía le costaba asimilar que Geliel empleaba el cuerpo de Mike como recipiente. Allí supo que no podría arrestar al ángel. Sería injusto para el inocente que estaba atrapado en su propio cuerpo. Lo que pasara a continuación dependía del orden sobrenatural.
―¿Saben lo que me costó sacar algunos de los cadáveres de la morgue con los brazos de este forense flacucho para que los evaporen así?
―¿Nada sencillo?
―No, humano.
―¿Dónde está mi loro fantasmal? ―interrogó Venecia, apretando los dientes.
―Me la llevé lejos de aquí durante tu pequeña batalla con mis vigilantes. ¿Hablas de Darka con tanto desaire? ―cuestionó Geliel, frunciendo el entrecejo―. Darachiel se entristecería.
El detective percibió el modo en que el corazón de Venecia se atirantó de dolor y ella apretó la mandíbula.
―¿Qué tiene que ver ella? ―preguntó Jure, ya que la rubia no pudo pronunciar nada.
―¿No te acuerdas del mortal que solía ver? Los detalles sórdidos sobran, solo digamos que hicieron más que conversar inocentemente, y su hijo nunca supo que su madre era un ángel.
Venecia jadeó, procesando la información. Estaba en un estado de shock. Él no percibió sus emociones o pensamientos. Simplemente, era un vacío que se hacía más profundo e inalcanzable.
Por su parte, Aleksandar ató los cabos.
―Entonces, Darka es la descendencia de Darachiel.
―Sí, ¿no es irónico? ―reveló Geliel, histriónica―. Por supuesto, su sangre celestial se diluyó con las generaciones, pero esa pequeña marca que en hijos de los ángeles del amor tienen en el corazón no se va y se activa tras la muerte. Luego de tantas pistas, el rastro se fue cuando supe que casualmente vivía en el edificio donde cayó Darachiel y tuve que poner a varios muertos en mi armario para averiguar cuál de todos los residentes era.
―¿Esa es la razón por la que mataste a todos esos mortales? ¿Para hallar a la última descendiente de Darachiel? ¿Eres así de rebuscada? ―bramó Venecia con la ira, brotando de sus ojos con lágrimas.
―¿Y qué hay de Biserka? Ella no encaja con el patrón ―se atrevió a decir Aleksandar.
―Oh, eso no lo tendrás que averiguar. No hay nada mejor que recurrir al pasado para arruinar un futuro.
―Lo pagarás.
La rubia se encaminó con violencia hacia Geliel. Aleksandar se interpuso en su camino y ella lo miró sin darse cuenta de sus motivos.
―No puedes matarla. Solamente asesinarías a la persona que usa ―declaró el detective, protegiendo a su amigo Mike.
Venecia apretó los labios, conteniendo el dolor y las ansias de aniquilarla, sin embargo, comprendió que estaba en lo cierto y desistió de mala gana.
―Creo que no costearé nada ―se jactó Geliel.
―Yo que tú no me burlaría ―bramó Jure con sus ojos tornados de un color negro―. En algún momento, saldrás de ese recipiente.
―¿Y qué? Aún seré la única que sabe dónde está Darka y no es en este cementerio ―afirmó Geliel, canalizando una sonrisa macabra a Venecia―. Siendo honesta, no planeaba decirte esto y hubo un cambio de planes. Quiero disfrutar de cómo sufres viendo que sigues sin poder salvar a los que consideras una familia.
Dicho eso, desapareció sin más y dejó una tormenta de reacciones. Venecia liberó el llanto que tenía atragantado, Jure no vaciló a la hora de abrazarla esa vez y Aleksandar no podía evitar pensar que lo que Geliel les había contado no era todo.
Cuando las aguas agitadas se calmaron, los tres hicieron una aparición de vuelta en el hospital. Amaranta y Pavel estaban conversando acerca de Jacob, quien todavía descansaba en su camilla. No les había pasado nada. Por las dudas, Aleksandar se adelantó a preguntarles.
―¿Ocurrió algo?
―Todo sigue como antes ―confirmó Pavel y se notaba que una pregunta habitaba en su mente―. ¿Descubrieron algo?
―Tu padre estará bien ―aseguró Venecia, adelantándose un paso―. Geliel ya obtuvo lo que quería y no es a él.
―¿Darka? ―nombró Amaranta, mirando a su amiga y ella asintió.
Otra vez Jure fue el indicado para explicar los acontecimientos.
―¿Así que mi padre y las víctimas de ese edificio son daños colaterales? ―vociferó Pavel, indignado, acercándose a Venecia a grandes zancadas.
Aleksandar ahogó la respiración al pensar que le soltaría una sarta de palabrotas que provenían del enojo del momento, en cambio, suavizó su andar y le extendió una mano a la rubia.
―Si alguien es capaz de eso por ti, mereces la ayuda de más de un detective. ¿Aceptarías la asistencia profesional de un fantasma?
Ella lo contempló con escepticismo previo a dedicarle una sonrisa gigante.
―Naturalmente, Pavs ―dijo, concediéndole el apretón de manos.
―¿Pavs?
―Ese es tu nuevo apodo.
―Lo primero es lo primero ―inició Pavel con aires dramáticos―. No pueden rastrear a Geliel de la misma forma que hoy porque les tendría una trampa de igual manera y se transportaría sin más. Así que, en vez de eso, busquemos a Darka. ¿Con la Oficina Paranormal no tienen una especie de red fantasmal?
―¿He estado con el investigador equivocado? Es un chiste corazón ―bromeó el ángel, coqueteando como mecanismo de defensa, y Aleksandar puso los ojos en blanco―. Y no lo sé, no soy un espectro. Mimin lo es desde hace siglos.
―Para mi mala fortuna ―masculló Amaranta, frunciendo los labios―. Puedo hablar con algunos fantasmas para que corran la voz, pero les advierto que es como una Mafia de los Muertos. Hay historias sobre una jefa que controla lo que sucede en la Ciudad Espiritual. Si alguien sabe algo, debe ser ella.
―¡Fantástico!
―No es tan simple, Vee. Se dice que no se entromete en los asuntos del mundo paranormal, sino que solo le interesa lo que los vivos le puedan ofrecer a cambio de sus servicios.
―Por favor, dime que no se refiere a favores sexuales ―farfulló Aleksandar ante la mirada de los demás, ya que él era el único humano.
Jure lo miró con una ceja arqueada.
―No, no es nada de eso ―aclaró Amaranta―. Creo que, si le pagas con objetos extraños, les permites posesiones o ese estilo de cosas, colaborará.
―¿Nos ayudará si le doy el jarrón costoso de la abuela? ―consultó Aleksandar, hundiendo el entrecejo.
―¡Piensa en grande! ―exclamó la mujer gris―. Pinturas famosas, huesos de criaturas extintas, humanos sin alma y monedas antiguas.
―Terminaré robando un banco, ¿no?
―Bueno, no serías el único policía en hacerlo ―consoló Venecia con una honestidad brutal.
―No haré nada ilegal.
―Por ahora.
―¿Y dónde encontramos a esta mafiosa? ―consultó Pavel.
―Conozco a alguien que conoce a alguien que puede guiarnos. Si me disculpan, debo escribir muchas esquelas ―avisó Amaranta sin preámbulos.
―¿Y qué hacemos mientras tanto, Mimin?
―Lo que odias casi tanto como a Mihael: tener paciencia.
Entre tanto, los dichos de Geliel sobre Darka rondaron tanto en la cabeza de Aleksandar como en la de Venecia, igual que lo hicieron los muertos vivientes.
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