(14) Todo lo malo que puedas imaginar

Las lágrimas empaparon sus ojos ante la mirada cruda de Jure.

Venecia tragó grueso, advirtiendo una vez más la peor parte de cometer una equivocación. Muchas veces afectaba a otros también. No lucía enojado o celoso. Ella sabía que la amaba demasiado para hacerle planteos así. Estaba dolido y no lo juzgaba por eso.

A su vez que comprendió la pregunta de Lucifer. Él sabía que Jure estaba cerca. Había escuchado los susurros del Diablo en vez de ignorarlos y ahora estaba en esa situación.

―Juriel, de no ser que recién llegas, te hubiera invitado a hacer algo más que mirar. Venecia y yo nos estábamos divirtiendo tanto ―afirmó Lucifer sin mentir.

Cielos, su necedad se agrandaba con el paso del tiempo.

El príncipe infernal empujó al íncubo menor y pasó por al lado del ángel sin siquiera mirarla. Le dolió su indiferencia. Fue como si no hubiera nadie para él, como si ella no fuera nada para él.

―Aquí te traigo a tu ladrón ―articuló Jure, señalando a Sytry.

―Tú nunca me defraudas, Juriel ―expresó Lucifer con una expresión neutral y tras un chasquido estaba vestido con un traje parecido al que usaba esa mañana.

―No podría ni aunque quisiera. ―Realizó una pausa amarga―. Me crucé con Satanás. Me ha contado lo de la reunión y de su plan de ejecutarme. Por eso he traído al verdadero culpable de la desaparición de los grilletes. Lamento que sea uno de mis súbditos, pero uno no puede evitar que los demás se equivoquen.

Las indirectas de Jure siempre daban en el blanco y a Venecia se le clavaron en el pecho.

Lucifer asintió.

―Concuerdo contigo.

Venecia yacía petrificada en el umbral de la puerta, aprisionando el nerviosismo en su interior. Deseaba huir. Quería quedarse porque Jure se ubicaba allí. Se había vuelto un mar turbulento de confusiones y contradicciones.

―Hace unas horas avisté que faltaban los míos y fui a buscar al demonio encargado de vigilar el lugar. Después de las torturas correspondientes, me di cuenta de que al idiota le pusieron uno. Traté de quitárselo y es prácticamente imposible hasta que hallemos al que se lo puso. Es una pérdida de tiempo. Me pareció que lo apropiado sería traerlo cuanto antes.

Actuaba políticamente correcto como no lo había sido jamás. Se notaba que no podía esperar a largarse.

―Lo es ―felicitó Lucifer.

―Recién me enteré de que hurtó los de los demás en el proceso.

―Se aprecia tu eficiencia.

Entonces, Jure soltó a un Sytry atontado por algún encantado que le había puesto y atravesó la salida sin más. A veces él podía ser más frío que el Paraíso.

A Venecia la carcomía la tristeza, mas estalló de bronca al percatarse la suficiencia de Lucifer. Como no controlaba sus reacciones, usó sus poderes para quebrantar la Mesa de Sacrificios. El estruendo de los trozos de piedra hundiéndose en el suelo hizo un eco en el salón. Sabía que en realidad el Diablo no le debía nada a ella, aun así, no pudo evitar dirigir su cólera a él.

No tardó en ir tras el príncipe infernal con el corazón en la boca. Caminaba tan rápido que parecía que corría. Al final lo alcanzó en los portones del templo infernal.

―¿Jure, vamos a discutir esto o no?

Él la contempló sin verla realmente.

―No hay nada que discutir.

Su tono fue gélido. No había más diversión, bromas pícaras o actos de cariño. Ya no tenían una relación.

―Lo hay. Siempre habrá algo de lo que podamos hablar tú y yo.

―Eso era antes.

―¿A qué te refieres?

―Antes de hoy.

―Sé que me equivoqué ―expresó con un nudo en la garganta.

―No, no lo hiciste. Un error es algo que no haces de manera intencional ―sentenció con seriedad.

―Lo sé, y que haya dicho que cometí una equivocación, no quiere decir que me arrepienta. Solo que lo que pasé con él no tiene que ver con nosotros. Los dos nos hemos acostado con otras personas, estando juntos, y de repente te molesta que haya estado con él ―proclamó Venecia, maquinando en voz alta―. ¿Cuál es el problema?

Jure se rascó la nuca, alterado.

―¡Porque te amo! ―exclamó él con la voz firme y los ojos oscuros llorosos―. Pero no amo a la persona en la que te conviertes cuando dejas de ser tú misma.

Entendió de lo que se refería. Hablaba de la época en la que vivió en el Infierno y la peor versión de sí misma fue su única versión. Eran recuerdos a los que prefería no exponerse. Mas, había vuelto allí y eso traía cosas del pasado que ninguno adoraba y era irónico porque Jure la conoció en ese momento, se enamoró de ella en las peores circunstancias y la llevó a las mejores con el tiempo. Supuso que a veces él olvidaba que incluso ella tenía oscuridad.

―No entiendes. Esta también soy yo, sin embargo, no es una parte que te gusté ver, ¿cierto?

―Eso no es lo que quise decir.

―¿Y qué es, Jure? ¿Por qué insistes tanto en que nos separemos?

―Yo solo quiero que estés bien ―manifestó, rendido.

Sus palabras se sentían como puñetazos y patadas dirigidas al alma. Ahora necesitaba tantos puntos, yesos y parches contra el dolor que se hundía en la incapacidad de moverse.

―Y yo no quiero que me salves, quiero me ames ―inquirió Venecia como si fuera un recordatorio.

Ella se obligó a no romper en llanto. No era la clase de persona que lloraba a mares si alguien la dejaba, no obstante, Jure la convirtió en eso. La idea de perderlo era tan aterradora y abrumadora que le movía todos los cimientos sobre los que se construyó a sí misma. Se desmoronaría sin su soporte incondicional.

Él avanzó un paso, colocando su palma sobre la cabeza de la rubia. Ella apoyó la cara contra su pecho, tranquilizándose con el ritmo de los latidos del demonio.

―Lo hago ―declaró Jure, recordándole que la amaba―. Es que estoy preocupado. Me preocupa que, si seguimos, romperemos lo que amamos.

Quiso decir que harían trizas todo lo que los unía. Uno de los dos tenía que ceder y él lo hacía por ella. No dudaba de ello. A pesar de que lo entendía, no por eso le dolía menos.

―¿Quién dijo que no te puedes enamorar con el corazón roto?

El amor era mala palabra y ellos maldijeron con todas sus fuerzas, pero como consecuencia se quedaron afónicos. Ambos lo estaban aceptando.

―Nadie ―aseguró, acariciándole el pelo rubio―. A veces estás tan ocupada con tu corazón roto que te olvidas de que lastimas a otros a tu alrededor. No podemos continuar así.

―Lo sé. ―Un sollozo brotó de Venecia.

―¿Y qué haremos? ―consultó, naufragando en el que podía ser su último abrazo.

―Continuaremos con lo que acordamos. ―Jure se apartó repentinamente―. ¿Te parece?

Venecia creyó por un momento que su corazón había muerto y se había convertido en un fantasma que aclamaba su nombre.

Aun así, asintió.

Iba a encontrar al asesino.

***

El detective sentía que estaba en una toma de rehenes.

Fue como si el tiempo se detuvo en el momento en que Mike le respondió a Darka y no hubiera avanzado hasta ahora. Todavía estaba en la sala de interrogaciones, lo rodeaban tres fantasmas y tenía el vaso de café caliente en la mano.

Se suponía que en cuanto confirmaran la conexión entre las víctimas de los asesinatos irían a visitar al padre de Pavel en el hospital, empero parecía que tendría que esperar.

―¿Qué significa esto? ―inquirió Aleksandar, dudando de su capacidad auditiva.

―Comprende la situación. No soy una traductora ―masculló Mike. Su voz sonó distorsionada como una radio sin una antena cerca.

―¿Esa es su voz regular? ―indagó Darka porque había un noventa por ciento de posibilidades de que estuviera poseído.

―No ―contestó Pavel, estupefacto.

―Oh por... Amaranta.

―¿Por qué siempre yo? ―formuló ella con incredulidad.

―¿Podrían parar de decir estupideces? ¿Ustedes no deberían vagar por un cementerio, acechar a mortales aburridos en sus casas o, no sé, estar en sus tumbas para variar? ―comentó Mike o quien fuere que usaba su cuerpo.

―Sí, definitivamente no es Mike ―corroboró Pavel.

―¡Felicidades por adivinar! Puedes retirar tu premio en el purgatorio. ―Quien fuera pasó la lengua por sus labios y sonrió al enfocar su atención en Darka―. Tú, ven conmigo.

La chica gris se escondió detrás de Aleksandar.

―No ―dijo, temerosa.

―Que sí.

Había enfrentado a múltiples espíritus desde que era un niño, ya fueran gigantescos, pequeños, de aspecto adorable o con la apariencia y la actitud de alguien que sufrió una muerte espantosa. Se suponía que sería pan comido, excepto porque ninguno de ellos poseía un recipiente y que el que utilizaba a Mike no se asemejaba a uno regular o a uno en absoluto.

Se había aprovechado de que estaban sin Venecia y Jure, quienes eran los que poseían poderes de utilidad contra lo paranormal, para venir por Darka.

Aleksandar puso la frente en alto, sacó la pistola de la funda de su cinturón y le apuntó. Aunque su trabajo era proteger a los humanos vivos, no defraudaría a los muertos.

―Nadie se llevará a nadie.

―Humano, ya lo he hecho.

Para cuando parpadeó no estaban ni Darka ni el intruso.

Tardaron unos minutos en procesar que desaparecieron.

―¡Te dije que es turbio! ―exclamó Pavel, perdiendo los estribos.

―Que Mike sea peculiar no lo hace un asesino en serie. Se trata de alguien más ―respondió él.

―Primero tenemos que averiguar quién es ―planteó Amaranta.

Aleksandar ya lo imaginó. Se dio cuenta al recapitular sus interacciones con el supuesto Mike. Antes le había dicho que los civiles no tenían corazón y en su momento sonó como un comentario al alzar, ¿y si no lo fue y ya estaba poseído?

―Es Geliel. Tiene que serlo ―contestó el detective, recogiendo sus cosas de la sala de investigaciones.

―¿Por qué se llevaría a Darka? ¿Y por qué ahora? ―indagó Pavel, preocupado a pesar de que minutos atrás parecía querer enfrentarla en un cuadrilátero.

―Las demás personas que ha matado se han ido y ella es la única que sigue en este plano. Debe quererla para algo. Por eso debemos apresurarnos a la hora de encontrarla. Es un secuestro. Fantasmal o no.

―¿Y qué se supone que hagamos? ―cuestionó Amaranta, alterada.

―Lo sabremos de camino al hospital. ―intervino Aleksandar, abriendo la puerta, mientras que los fantasmas atravesaban la pared sin dramas―. No han terminado con tu padre, Pavel. Tengo una corazonada.

***

Ella estaba sola y tenía miedo.

No le asustaban los monstruos, las fosas de condenados o las bestias caníbales. Temía sentirse como lo hizo en el pasado. Una vez el infierno fue su hogar. Quizá no el más cariñoso y hogareño, mas lo fue.

Era sorprendente lo cálido que resultaban ser los anfitriones de esos círculos. No preguntaban su historia porque asumían que era terrible, no insistían en que se quedara o se marchara, y no les interesaba qué tan destrozada estuviera su alma mientras fuera capaz de romper huesos a diestra y siniestra. Hacían que su dolor se convirtiera en el sufrimiento de otros por unos momentos de una excitación furiosa, lo que lucía tentador para los que cargaban con tanto que llenaban el universo. Un lugar donde herir y jamás ser herido.

Sin embargo, era hora de enfrentar sus demonios internos o sus ángeles internos, mejor dicho.

―Todavía estás aquí ―le oyó murmurar a Lucifer desde los portones―. Imaginé que te habías ido con Juriel.

Jure se había ido. Venecia seguía en el mismo sitio en que la había dejado, contemplando las afueras de la residencia del Diablo.

―Bueno, estarás feliz de saber que nosotros terminamos ―objetó ella―. Otra vez.

―Sí, tanto que podría organizar un festín o una orgía, depende de en qué ánimos esté ―expresó él sin negarlo.

Una sonrisa irónica se asomó por el rostro de la rubia.

―No necesito leer tu mente para saber que sí lo harías.

―Y yo tampoco para darme cuenta de que no tienes idea de qué hacer ahora ―expuso Lucifer, avanzando hacia ella como un depredador―. Yo tengo una idea. Quédate en el Infierno conmigo.

―¿Por qué haría eso? ―rio con ironía y agonía.

―Todo lo malo que puedas imaginar.

―¿Y cuál es el precio?

―Es gratis.

―No por eso dicen que no hagas un pacto con el Diablo ―recalcó Venecia, estudiando los trucos en sus ojos fogosos.

―Está bien, hay un costo: que seas mía ―dictaminó Lucifer, inclinándose lo suficiente para estar a pocos centímetros de su boca―. No que simplemente lo digas cuando te follo. Quiero que te entregues a mí por completo.

La rubia no bajó la mirada ni vaciló en esa ocasión. Lo peor fue que esas palabras la encendieron.

―¿Por qué deseas que te pertenezca?

―Porque si tú eres mía implica que yo también soy de alguien ―explicó con sinceridad arrolladora.

―¿Con qué propósito querrías eso? ―indagó, confundida.

―Es curioso lo que la soledad le hace a personas como tú y yo. Anhelamos lo que no tenemos. Buscamos depender de alguien y que dependan de nosotros. Todo con tal de olvidarnos de la caída.

En aquello tenía razón. La inmortalidad no era dura, era cruda e inexorable de un modo en que los humanos o los demonios no entenderían. Uno luchaba por años para no someterse ante la toxicidad de la mente propia, aunque al final siempre terminaba cediendo. Debido a eso iba y venía con aquel ángel caído.

―¿Qué pasa si decido que no?

―Será tu decisión ―se encogió de hombros Lucifer previo a agarrarle las muñecas y el corazón de Venecia dio un salto―. No finjas que no corres para que te persiga, que no te vas porque esperas que te convenza y que no pretendes conformarte con cumplir con tu condena cuando te vuelves loca al imaginarte cómo te castigo.

―¿Y qué sucede si accedo? ―preguntó ella, adelantándose un paso a pesar de que él aún la sujetaba.

El Diablo sonrió antes de lamerse los labios.

―No distinguirás ni qué día es de lo tanto que te voy a follar, castigar y recompensar. Así que, ¿cuál es tu respuesta, esposa?

Venecia pasó de luchar contra el agarre a aferrarse a los antebrazos de él.

―Un tal vez.

―Esto no es a medias.

―Si tú eres mío, tienes que obedecerme, esposo ―se limitó a decir y Lucifer comprendió que ella había aceptado el pacto.

―De acuerdo ―dijo él, descendiendo la anatomía de la rubia con apetito―. ¿Puedo complacerte, esposa?

Y lo hizo.

―No pidas permiso. Ya lo tienes ―manifestó Venecia, aproximándose al rostro del Diablo―. Poséeme. Tortúrame. Fóllame. Ahora.

―Maldita ninfómana ―masculló Lucifer casi riendo y se inclinó para besarla.

―Dije que me folles, no que me beses.

Después, todo sucedió a una velocidad sobrenatural. Como si estuviera enojado por la frase, Lucifer no apartó en ningún momento la cara de la suya mientras le rompía el abrigo a Venecia, desechaba el arnés que vestía y la acostaba en el piso infernal literalmente en un segundo. El suelo árido que era una mezcla de polvo y arena no tardó en ensuciar el cuerpo desnudo de la rubia, sin embargo, no le interesó. Estaba muy caliente para que lo hiciera.

Su intimidad tranquila se despertó nuevamente en busca de más quemaduras placenteras. La humedad iba naciendo entre sus piernas y su sexo se tensó. No podía refutar lo mucho que la excitaba que eso fuera verdad. La tortura que le ofrecía no se relacionaba con simples azotes, mordazas o juguetes sexuales, sino con un tormento visceral.

Gracias a que Lucifer se encontraba arriba de ella, percibió el bulto de su pantalón que se notaba que estaba duro a simple vista. Gimió debido al roce contra la zona sensible de sus muslos. En consecuencia, le quitó el traje masculino entero que recién se había puesto para gozar de su desnudez.

Entonces, él la besó en todos lados, menos en la boca, en simultáneo, daban vueltas sobre el suelo en busca de luchar por el control. Lucifer le mordió el cuello, lamió sus pechos y tiró de su cabello. Venecia le arañó los abdominales, la espalda y los brazos. Aquel suplico se transformaba en un placer retorcido y caluroso del cual destilaban gemidos, jadeos y deseos.

Finalmente, él ganó al ponerse a horcajadas de la rubia y meter con su miembro firme en su interior. Fue asquerosamente delicioso. Las embestidas veloces, vulgares y potentes causaron que el placer la invadiera en su totalidad. Le ardía la piel por las raspaduras que le hacía el contacto violento con el piso y los toques desenfrenados de las manos de Lucifer. Todo pasaba tan rápido que no existía manera de concentrarse en nada más. Era lo que había estado buscando.

―Así es cómo quiero verte: sintiéndote sucia, retorciéndote debajo de mí con mi polla dentro de ti y suplicando por más ―farfulló el Diablo, agarrándole las muñecas otra vez para ponérselas por arriba de la cabeza.

―¿Te ordené que hablaras? ―vociferó Venecia con la respiración agitada.

Él negó.

―¿Qué te pedí?

―Que te follara ―respondió Lucifer, yendo más profundo con las estocadas.

―¿Y qué eres? ―repitió ella, esforzándose para no gritar de placer.

―Tuyo.

Venecia arqueó la espalda en cuanto el orgasmo la azotó gracias a las arremetidas y esa última declaración. Enterró la cara en el hueco del cuello de él para dedicarle los gemidos a su vez que disfrutaba de las corrientes eléctricas de satisfacción.

Al instante, sintió la manera en que él también se corría en su interior, no obstante, las embestidas no se detuvieron. Lucifer siguió embistiéndola con ímpetu hasta que la lujuria le rogó por más y los orgasmos continuaron llegando. Lo peor fue que en cada uno de ellos terminó pensando en Jure.

Al finalizar, Venecia eligió irse por su cuenta y Lucifer la dejó partir porque ya había obtenido lo que quería: ella.

Más tarde, se fue y caminaba por el mismo trayecto que atravesó desde el cráter volcánico, prestándole atención a los mínimos detalles de manera involuntaria. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. En cada centímetro del terreno yacía un recuerdo aterrador y doloroso de quien era cuando se ahogaba en las sombras.

Podía sentir en su propia piel las torturas que realizó, escuchar los gritos de desconsuelo que provocó y los gemidos estruendosos durante las orgías oscuras, y vislumbrar los sitios que transformó en cenizas.

Venecia no era más que una fachada construida con drogas y dinero. Sereda era el interior real de una casa repleta de terrores que debía ser demolida.

No había forma de negarlo.

En consecuencia, avanzó por los senderos de sus yerros.

Después de una caída, uno carecía de la habilidad de evitar las dolencias causadas por ello, y ya estaba cansada de hacer fuerza para no soportarlo. Por lo tanto, relajó los músculos en busca de sentirlo de una vez. Así, tal vez, se levantaría.

***

Las ideas se le habían agotado igual que un producto de una tienda en la época de liquidación. Aleksandar les pidió tiempo a los fantasmas, empero la verdad era que parecía que su mente se bloqueó por alguna razón, como si una parte de sí no quisiera averiguarlo. Aunque se trataba de la mera verdad, no diría que era la primera vez que le sucedía. Sonaba ridículo, muy humano. Se forzaba a sí mismo a repasar lo que sabía del caso mientras atravesaban el pasillo de camino a la habitación temporal del padre de Pavel. Algo se le ocurriría en el camino.

―Caray, odio tanto los hospitales ―murmuró Amaranta, contemplando asqueada cada cosa que veía del establecimiento hospitalario.

―¿Por qué? ―cuestionó Pavel más pálido de lo normal. Seguramente sufría de los nervios por Jacob.

―Hay gente muriendo en todos lados ―contestó el fantasma.

Aleksandar la miró con incredulidad.

―En serio me pregunto si oyes lo que dices.

―Creo que esa duda te perseguirá por la eternidad.

Una vez que se toparon con la puerta indicada, Aleksandar se detuvo para aclarar algo.

―Traten de no hacer tanto drama. Que Jacob no los escuche, no implica que no lo altere. ¿Recuerdan lo de dar buenas energías?

―¿No lo dices porque a ti te molesta el ruido? ―planteó Amaranta, alzando sus cejas.

―No, para nada ―bufó Aleksandar, mintiendo sin reservas.

―Para alguien que se encarga de sacar los trapos sucios de los criminales, eres un mentiroso terrible ―comentó, casi pensando en voz alta.

Jacob yacía recostado en una camilla ubicada en el interior del cuarto blanquecino. El hombre de edad avanzada estaba conectado a un par de cables y una máquina monitoreaba sus signos vitales. A su vez que había una enfermera parada junto a él, escribiendo en un anotador.

―¿Puedes preguntarle cómo está? ―consultó Pavel, mirando directamente a su amigo.

Él asintió sin dudarlo y lo hizo.

―Es fuerte. Está mejorando, pero necesita descansar. Dormirá por un par de horas ―respondió la enfermera antes de retirarse.

―Ya no tienes excusa para pedirme que no hable ―repuso la mujer gris en consecuencia.

―Alguien tenga piedad de mí ―susurró Aleksandar para sí mismo.

―No pidas algo que nadie te dará.

Su corazón se aceleró a la velocidad de la luz al escuchar la voz de Venecia. Ella estaba en el umbral con un saco de terciopelo carmín sobre un mono corto, unas largas botas y su pelo recogido en una coleta. Tenía los ojos un poco rojos. Le preocupó que pudiera haber estado llorando a la vez que le pareció extraño el pensamiento novedoso de creer que transcurrieron años desde que la vio y no horas.

―¿Cómo supiste que estábamos aquí? ¿También eres una adivina? ―se adelantó a preguntar Pavel.

―No, Mimin me envió una esquela hace diez minutos ―reveló con un desinterés impropio de sí.

―¿Cuándo hiciste eso? ―quiso averiguar Aleksandar porque nadie la había visto siquiera parpadear.

―Hace diez minutos ―respondió contenta con su habilidad para hacer cosas frente a todos y que ninguno se enterase.

―Eres diabólica ―murmuró Pavel con una sonrisa.

―No, soy mejor que eso.

Venecia soltó una risita, orgullosa. Aleksandar notó algo raro porque su expresión rebosaba de diversión y su corazón parecía estar comprimido.

―Esa es mi amiga.

―Asumo que ella ya te puso al tanto ―inquirió Aleksandar, fijándose en la rubia.

―Sé todo, incluido lo del edificio.

―¿Vas a contarnos por qué crees que el asesino va tras de ti?

Tardó unos segundos en responder.

―Sí.

―¿Estás segura? ―indagó Amaranta en un tono preocupado.

―¿Qué me hará un poco más de dolor?

Entonces, empezó a hablar y fue como si Aleksandar solo tuviera oídos para ella.

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